Capítulo 21

Maggy no pudo evitarlo. Lloró constantemente hasta que llegaron a su destino. Con la cara hundida en el hombro de Nick y los sollozos agitándola, tuvo la sensación imprecisa de que cruzaban el puente para entrar en Indiana y después seguían otros caminos que llevaban Dios sabía dónde. No se sentía inquieta. Estaba dispuesta a confiar su vida al cuidado de Nick.

—Vamos, vamos, no pasa nada — la arrulló éste.

Pronunció las mismas frases tranquilizadoras en infinitas variaciones a su oído mientras la acunaba apoyada en su pecho; pero ella continuaba llorando amargamente. Eslabón y él habían estado hablando, pero ella no se enteraba de nada. Lo único que podía hacer era llorar. Cuando al fin se detuvo el automóvil, Nick descendió con la mujer en brazos sin haberla soltado. Lo cual era mejor, porque Maggy continuaba sollozando contra su pecho con los brazos anudados alrededor de su cuello como si temiese dejarlo escapar.

—Mantenlos alejados — dijo Nick a su hermano, que les había abierto la puerta del automóvil.

Maggy no oyó la respuesta de Eslabón, pero al parecer fue afirmativa porque Nick cruzó el terreno cubierto de césped sin decir una palabra más. Maggy recogió una impresión fugaz de una antigua casa de campo de dos plantas, que necesitaba urgentemente otra capa de pintura, y tres o quizá cuatro desconocidos inclinados sobre un mapa en el porche del frente que miraron con expresión sorprendida a Nick mientras subía los peldaños de la escalera de entrada. Algo les impidió formular comentarios.

Seguramente Eslabón caminaba a pocos pasos, porque la puerta se abrió mágicamente para permitirles el paso y no tuvieron necesidad de aminorar la marcha. Volvió a cerrarse del mismo modo mágico. Atravesaron un vestíbulo en penumbra y llegaron por fin hasta una salita. Nick se hundió con ella en un sofá sórdido y pasado de moda. Acurrucada contra el cuerpo de Nick, Maggy sollozó y suspiró aún durante un rato antes de que la tormenta comenzara a calmarse.

Nick la mantenía abrazada y murmuraba palabras tranquilizadoras mientras le acariciaba tranquilamente los cabellos y la espalda. Cuando todo terminó, continuaba sosteniéndola. Se apoyaba en él como un niño agotado, el cuerpo inerte, los ojos cerrados. Después seguramente se quedó dormida porque cuando recuperó la conciencia y pudo mirar alrededor la habitación, antes colmada de luz, se encontraba ahora a oscuras. A través de una ventana sin cortinas, desde la silla, pudo ver que había anochecido.

Continuaba sobre el regazo de Nick, la cara hundida en su hombro, un brazo alrededor de su cuello, el otro entre los dos, el cuerpo laxo. Los brazos de él la apretaban con ternura. Maggy asimiló lentamente los detalles de su situación a medida que recobraba el sentido. Bajo su cabeza, el pecho masculino era ancho y fuerte. Oía el latido regular del corazón de Nick. El suave algodón de la camisa irradiaba calor. Rodeándole la cintura, los brazos de Nick eran una masa de músculos tan capaces de defenderla como de consolarla. Bajo su trasero, los muslos eran reconfortantes y cómodos. Pensó que se trataba de un hombre fuerte que sabía cuidar de los suyos. Y ella le pertenecía, siempre le había pertenecido.

Acurrucada contra aquel cuerpo, Maggy pensó “He vuelto a casa”...y se conmovió. Se revolvió, quiso sentarse y descubrió que él estaba observándola. Cuando Maggy lo miró parpadeando, Nick apagó el cigarrillo que fumaba y le dirigió una sonrisa con una expresión dulce en los ojos. La cabeza de Nick reposaba sobre el descolorido tapizado del sillón y su cuerpo parecía pesado pero tranquilo. Tenía cierto aire de fatiga.

—¿Estás mejor? — preguntó, y ella asintió.

Con otro hombre, habría sentido la necesidad de disculparse por su llanto, pero Nick no recibiría ninguna disculpa porque era innecesario. Era su alma gemela. Disculparse con él habría sido como disculparse consigo misma.

—Debes de estar incómodo — dijo ella—. Creo que he dormido horas.

—Alrededor de tres — confirmó Nick—. Si el reloj de la pared merece confianza, acaban de dar las seis.

—Pudiste instalarme en una cama. Aquí hay un diván.

Y en efecto había uno, un mueble enorme cubierto con una vieja capa de terciopelo dorado. A pesar de su antigüedad, parecía cómodo.

—Si lo hubiese deseado, lo habría hecho.

—¿Dónde estamos? — Acomodándose mejor sin apartarse de Nick como si hubiese sido un sillón, inspeccionó la habitación.

—En Starlight. Eslabón y yo vivimos aquí realquilados.

—Oh. — Maggy se sentía perezosa, casi inerte, como si al llorar hubiese perdido toda su fuerza. Le dolían las costillas, pero el dolor no era nada comparado con lo que había sufrido y podía ignorarlo—. ¿Recuerdas que cuando éramos niños queríamos vivir en una granja?

—Lo recuerdo. — Nick sonrió.

Con la cabeza apoyada en su hombro, ella no podía verle la cara, pero percibió el gesto de reminiscencia en la boca. Tenía el mentón y las mejillas oscurecidos por la barba crecida. Su aspereza le rozó la sien cuando movió la cabeza.

—Tu gran ambición en la vida era alimentar todas las mañanas a las gallinas. Se trataba de una ambición sencilla, como tú mismo reconocerás. — Maggy suspiró cuando la realidad se hizo patente—. Lástima que no me atuve a eso. A decir verdad, lo he complicado todo.

—No has hecho nada que no pueda arreglarse. — Los brazos de Nick se cerraron alrededor de Maggy con suavidad, probablemente porque no deseaba presionarla demasiado. A pesar de todo, Maggy se sentía absurdamente segura en brazos de Nick.

—Ojalá me sintiera tan segura como tú. No debiste sacarme así de allí. Era el club de bridge de la madre de Lylle. Puedes tener la certeza de que el episodio se habrá difundido ya por toda la ciudad.

Le habría gustado decir: "Ahora nos tirarán mierda con un ventilador", pero no deseaba que Nick la reprendiese por su vocabulario. Por el momento, no tenía ganas de irritarle.

—¿Y qué? Ya obtendrás el divorcio. — Era una afirmación lisa y llana que no dejaba espacio a la discusión. Maggy no dijo nada. Sentía la tensión en su amigo.

—¡Maldita sea, Magdalena, no puedes regresar con es canalla! Te lo prohíbo, ¿entiendes?

A pesar de todo, el exabrupto de Nick le provocó una sonrisa.

—Siempre fuiste un mandón.

Él apartó los brazos de la cintura de Maggy. Al ver que los nudillos de las manos de Nick palidecían, Maggy pensó que la había soltado porque no podía mantener un control suave sobre el cuerpo de su amiga. Y sin embargo no había querido irritarlo. Ni siquiera necesitaba decir palabra al respecto, porque él ya sabía lo que pensaba. La conocía demasiado bien. Maggy continuaba apoyada en el hombro de Nick y comprobó que el color escarlata le teñía los pómulos y los lóbulos de las orejas. De acuerdo con su experiencia, indicaba que estaba enfadado.

—Te doy a elegir — dijo él mirándola fijamente — o te divorcias o enviudas. Es así de sencillo.

—Nick — dijo ella amablemente — ¿y David?

—¡A la mierda con David!

—No digas eso — recomendó Maggy—. Jamás, jamás digas eso. Es mi hijo.

—Y tú eres su madre — replicó Nick entre dientes — ¿Qué sentiría él si viese lo que te ha hecho su padre? ¿Crees que le gustaría verte así? Si se invirtiese la situación, si para permanecer contigo, David tuviese que soportar a un hombre cruel y violento que lo utilizara para descargar su furia, ¿que querrías que hiciera?

Hubo una pausa. Maggy nunca había pensado el tema en esos términos.

—Es diferente.

—¡Diferente, las pelotas!

Que Nick comenzara a maldecir profusamente demostraba lo nervioso que estaba. Lo hacía sólo cuando se sentía conmovido. Maldecir, sobre todo en presencia de mujeres, no era generalmente uno de sus hábitos. Tampoco le gustaba que maldijera ella. Cuando eran niños, Maggy solía divertirse pronunciando las palabras más atroces que conocía con el propósito de enfadar a Nick.

—Generalmente no es tan grave. Sólo una vez, hace muchos años, me castigó del mismo modo, cuando David era aun pequeño. A veces me abofetea si hago algo que no le agrada, me da un par de puñetazos o me tuerce la muñeca como hizo el otro día, pero nunca ha hecho nada tan grave como esto. Prefiere controlarme mediante el miedo.

—¡Por Dios, lo mataré! — La respuesta de Nick fue apasionada—. ¿Por qué no lo abandonaste hace años?

—A causa de David — dijo fatigada Maggy, porque Nick no la entendía—. No permitirá que me quede con él.

—¿Castiga al niño? — Nick tenía que esforzarse para mantener serena la voz.

Maggy se rió con un sonido áspero y desagradable.

—Lo dejaría inmediatamente si lo castigase. Me apoderaría de David y huiría, y al demonio con las consecuencias. Pero tengo la certeza, hasta donde es posible que me sienta segura de que Lyle no haría nada que lo perjudicase. A su modo, ama al niño, y David idolatra el suelo que pisa su padre. A veces creo que es hijo de Lyle más que mío. — Le dolía decir aquello a Nick, pero era cierto.

Una de las razones por las cuales temía apartar a David de Lyle era que sintiese la posibilidad de que, si le ofrecía la alternativa eligiese a su padre y no a su madre. Lyle era un atleta consumado en todos los deportes: golf, tenis, natación, navegación y esquí, un hombre que mantenía control bajo cualquier situación y a David estos hechos lo deslumbraban, lo impresionaba la aureola de poder e infalibilidad de Lyle y había sido educado de modo que fuese el heredero cachorro del león.

Windermere y todo cuanto contenía pertenecería un día a David y el niño lo sabía. Y el que ella fuera su madre y lo amara, no sabía si podía competir con todo aquello. Maggy odiaba a Lyle, lo temía y se sentía desgraciada siendo su esposa. Temía la influencia que ejercía él su hijo. Con cada partícula de su ser deseaba usar los poderes psíquicos que tía Gloria le atribuía para borrar del mapa a Lyle. Pero no podía, y en una disputa entre ellos, incluso un divorcio, saldría perdiendo ella, y lo sabía. Lyle tenía todas las cartas. Maggy sostenía en la mano un solo triunfo. Era ridículo comparado con lo que poseía su esposo, ya utilizarlo implicaría herir gravemente, quizá de modo definitivo, a David. Y finalmente quizá no le sirviera de nada. No podía alcanzar su propia felicidad a costa de su hijo.

—Alguien más sabe que te castiga físicamente; ¿su ama de llaves?

Maggy meneó la cabeza.

—No lo creo. No he querido que lo supieran. Cuando descubrí que no podía moverme con soltura, guardé cama. Piensan que tengo gripe.

—¿No gritaste? ¿No se te ocurrió pedir ayuda?

—No quería que nos oyese Virginia. — Hablaba en voz tan baja que apenas podían oírse las palabras—. No deseaba que nadie lo supiese.

Nick murmuró algo explosivo por lo bajo.

—Es probable que debas consultar a un médico — después de un momento como pensando en voz alta—: la herida de la cabeza tiene que ser atendida y también es posible que te haya fracturado una costilla.

—¡No! — dijo Maggy con voz áspera.

—¿Por qué no?

—¡Porque no quiero! — Maggy vaciló y después admitió la verdad. Agregó en voz más baja—: Me sentiría avergonzada.

—¿Avergonzada tú? — Nick pareció furioso y aturdido al mismo tiempo—. Tú no has hecho nada.

—Lo sé, pero... — Maggy suspiró fatigada por una discusión que podía continuar sin descanso toda la noche—. Por favor, ¿podemos dejar esta conversación para más tarde? Me duele la cabeza, quiero ir al cuarto de baño y estoy muerta de hambre.

—No volverás con Forrest aunque tenga que esposarte a mi muñeca el resto de tu vida. — Nick parecía encontrarse al borde de un ataque de furia.

—Me gustaría mucho — dijo Maggy con sonrisa fugaz con la esperanza de suavizar la atmósfera antes de que Nick perdiese por completo los estribos con ella.

—¡Hablo en serio, maldita sea!

—Y yo también.

Nick la miró con dureza.

—Magdalena, tienes una fea herida en la cabeza y golpes en el resto del cuerpo. Ya hemos descubierto que ese canalla de tu marido ha conseguido que le cobraras un miedo terrible al sexo. Entonces, ¿por qué demonios me miras sin pestañear y me arrullas como si me desafiases a besarte?

—Porque las viejas costumbres tardan en desaparecer — dijo Maggy con un leve guiño.

Nick se había comportado siempre irreprochablemente con ella, bien sabía que no era hombre que se arrojase sobre la alfombra para abusar. Por consiguiente, no veía peligro en provocarlo un poco. Era verdad que estaba fatigada, deprimida y asustada, y los últimos tres días habían sido prácticamente los más horribles de su vida, pero deseaba sentirse feliz mientras tal cosa fuera posible. Como Louisville probablemente sabía ya que Nick la había secuestrado, no habría modo de evitar que la noticia llegase a oídos de Lyle, quien perdería los estribos. Y si la perspectiva la asustaba, tenía también su lado positivo: se enfurecería de tal modo que nada de lo que hiciese podría empeorar las cosas.

Por tanto, la perspectiva de que él permaneciese fuera de la ciudad durante otras dos semanas y media le permitiría pasar ese tiempo con Nick. Después, decidiría lo que debía hacer. Si tenía que aguantar la agresión de Lyle, lo haría. Pero por ahora, durante este breve lapso, se desentendería de todos los problemas que acarreaba. Trataría de ser feliz siquiera unos días. Seguramente dos semanas no era mucho pedir después de doce años.

—Fuera de mis rodillas, bruja.

Al percibir el cambio de actitud de Maggy, Nick se asustó, aunque sabía perfectamente que él mismo volvería a la carga. Le aplicó una suave palmada en el trasero. Ella pensó que habría sido más fuerte si él hubiese tenido la seguridad de que allí no había sufrido golpes y se puso de pie sorprendida al comprobar que no mantenía bien el equilibrio. Nick se irguió tras de Maggy y esbozó una mueca mientras comenzó a distender los músculos que habían permanecido demasiado tiempo en la misma posición.

—El cuarto de baño está allí — dijo señalando una puerta apenas visible que se abría al pasillo—. Iré a la cocina y prepararé algo que comer. Si te mareas o necesitas ayuda llámame.

—Sí, señor — dijo ella con una sonrisa luminosa, mirando por encima del hombro a Nick, y se alejó en dirección al cuarto de baño.

Después de permanecer un rato allí, al fin se quitó la camisa, se lavó las manos y se miró al espejo. Tenía los rizos pegados a la cabeza y parecían un nido de ardilla con hojas secas rojizas. El llanto le había dejado los ojos hinchados y amoratados y tenía la cara tan blanca como si acabara de encontrar a Drácula. El maquillaje que se había aplicado con tanto cuidado para disimular los moretones, había desaparecido presumiblemente al roce de la cara contra el traje de Nick. No conservaba ni rastro del lápiz de labios, pero había una mancha negra bajo un ojo, testigo silencioso de que el maquillaje no era tan impermeable como aseguraban los anuncios. Tenía un aspecto horrible y a ella misma le parecía insoportable. Se recogió los cabellos formando un nudo sobre la nuca y se lavó la cara con agua fría y jabón, pues poco importaba que Nick viera ahora los cardenales de su frente y su mejilla. No era nada comparado a las lesiones que ya había visto. Se enjuagó la boca y escupió. Después, con mucho cuidado a causa de la herida, que todavía le dolía, se alisó los cabellos con un peine.

Revisó un armario buscando algo que pudiera usar como cosmético, pero no tuvo suerte. En cambio, encontró un frasco con analgésicos y tomó dos pastillas con un trago de agua. Abrigaba la esperanza de que el golpeteo de la cabeza comenzara a calmarse. Se sintió mejor de lo que se había sentido en los últimos tres días, salió del cuarto de baño y se dirigió a una habitación de la cual salía luz bajo la puerta. Era la típica cocina de una casa rural, con armarios y otros enseres pintados en blanco, linóleo moteado en el suelo y cortinas color café en las ventanas. Una mesa grande con patas cromadas, sin duda herencia de los años cincuenta, ocupaba el lugar principal bajo una hilera de ventanas.

Nick había preparado dos platos y en el centro de la mesa había un recipiente con mantequilla, salero y pimentero. Se inclinaba sobre el horno abierto con un guante que le protegía una mano y un tenedor en la otra. Mientras ella miraba, él dio vuelta a los chirriantes bistecs y después se enderezó y cerró el horno. Llevaba puestos la camisa blanca y los pantalones grises, con la camisa desabrochada al cuello y las mangas recogidas hasta los codos mostrando los duros y velludos antebrazos. Tenía la cara enrojecida a causa del calor del horno, los cabellos en desorden y las mejillas y el mentón oscurecidos por un atisbo de barba. Le parecía el hombre más apuesto de cuantos había conocido en el curso de su vida.

—Huele bien — dijo Maggy. Él la miró y sonrió.

—Soy mejor cocinero que tú, a menos que hayas mejorado desde la última vez que quemaste la comida.

—No mucho — reconoció Maggy acercándose más para espiar interesada el contenido de las ollas puestas al fuego. En una había mazorcas de maíz y en la otra se cocían guisantes con mantequilla.

—Estoy impresionada — dijo, y su estómago protestó al comprobarlo.

—Ve a sentarte. Todo estará listo en un momento. — Maggy se acercó a la mesa y vaciló.

—Necesito llamar a Windermere e informarles que no me han secuestrado, no sea que se alarmen y se les ocurra llamar a la policía o a Lyle.

Detestaba traer de nuevo a colación el tema de Lyle si no era absolutamente necesario, pero debía comunicarse con ellos y no quería hacerlo a espaldas de Nick. Mientras viviese, no pensaba mentirle otra vez. Nick se volvió con el tenedor en la mano y la comida en la otra con el entrecejo fruncido. Maggy afrontó sin vacilar la mirada.

—Está bien, llama — dijo al fin—, pero no volverás allí.

—¿He dicho que pensara hacerlo? — Nick curvó los labios.

—El teléfono está allí — dijo señalándolo, y se volvió a la cocina.