Capítulo 25
Nick llevaba la camisa desabrochada hasta la cintura y ella contemplaba el pecho sólido y masculino cubierto de vello. La espalda era casi tan ancha como el espacio que ocupaba la portezuela de la camioneta. Tenía el torso delgado y duro, las piernas largas y poderosas, los brazos cargados de músculos y las manos, en ese momento cerradas en puño, grandes y fuertes. Si no hubiese querido soltarla, ella no habría podido escapar, como se desprendía claramente de la fuerza de aquel cuerpo firme y sólido. Pero él la había soltado al oír sus protestas, a pesar de la incomodidad que sin duda le provocaba.
Tales pensamientos se atropellaron en la mente de Maggy mientras miraba con cautela a Nick. Poco a poco cobró conciencia de otros atributos menos amenazadores de aquel hombre: las ondas oscuras de los cabellos, desordenadas por Maggy e iluminadas por la luz de la luna, la simetría áspera de los rasgos, el hoyuelo profundo al costado de la boca, la apostura impresionante de todo su cuerpo.
—Oh, Dios mío, lo siento — dijo en voz baja Maggy apretándose las mejillas con las manos.
Él se volvió con una mano apoyada en la portezuela abierta y la vio acurrucada en el rincón cubriéndose la cara con las manos.
—Está bien. — Nick absorbió el aire frío de la noche—. Yo estoy bien. ¿Cómo estás tú?
—No pude evitarlo. — Habló con voz muy tenue—. Son cosas que pasan, no eres tú.
—Lo sé. No estoy irritado por eso, pero dame un minuto para reaccionar, ¿quieres?
—De acuerdo.
Nick cerró la portezuela y a través del vidrio de la ventanilla. Maggy observó que corría hasta un extremo de la calle y regresaba al cabo. Cuando abrió de nuevo la portezuela estaba sonrosado y jadeante, pero más tranquilo.
—Volveremos a casa. No tienes motivo para preocuparte.
Lo dijo con el tono de voz tranquilizador que podía confundirse con una bestia salvaje nerviosa.
—No estoy preocupada.
Todavía estaba demasiado conmovida para percibir el temor que se manifestaba en la mirada cautelosa que le dedicó él antes de ocupar su lugar detrás del volante.
—Ponte el cinturón de seguridad. — Nick cerró la portezuela y miró a Maggy.
Ella, acurrucada en el rincón más alejado del asiento apoyó los pies en el suelo y cerró el cinturón de seguridad. Durante largo rato permanecieron en silencio. La camioneta llegó al puente. Las aguas azules del Ohio corrían abajo y las luces de Louisville se extendían a la vista. Nick la miró.
—¿Estás bien? — preguntó en voz baja. Maggy asintió.
—Magdalena... — Ella lo miró. — ¿No crees que es hora que me expliques que fue lo que te hizo para que te asuste tanto el sexo?
La voz de Nick era suave, y su expresión cálida y afectuosa. Maggy se estremeció.
—No puedo.
—Deberías hacerlo.
—No quiero recordar.
—Por favor, Maggy. Por ti y por mí.
—Nick... — Fue un mudo ruego de compasión.
—¿Te ayudaría que te dijera que sé que es homosexual?
—¿Qué? — Sobresaltada, Maggy se volvió.
—Lyle Forrest es homosexual.
—No — dijo ella—. Eso no es cierto.
—Magdalena, he visto fotos...
—Es falso — dijo ella con voz sorda—. No es homosexual. En realidad, ni siquiera es bisexual. Es sencillamente asexual y voyeur. Le gusta mirar, y causar... dolor.
—Te digo que tengo fotos...
—Míralas de nuevo — dijo ella en voz baja—. Estoy segura de que no practica la relación sexual.
Él arrugó el entrecejo y trató de recordar.
—Aparece en todo en cuero, con una variedad de... juguetes sexuales. Está con un hombre desnudo unido a cierto artefacto que lo obliga a doblarse por la cintura exactamente frente al viejo Lyle. Es imposible identificar al oponente, pero el viejo Lyle es inconfundible. A partir de esas fotos y de alguna otra información que recogimos, nosotros llegamos a la conclusión de que nuestro amigo era homosexual y aficionado a algunas maniobras retorcidas.
—¿Nosotros?
La pregunta de Magdalena fue áspera, pues procuraba aferrarse a los más leves indicios que le permitieran postergar el momento de decirle a Nick lo que deseaba saber. Los nervios de Maggy alcanzaron un punto de máxima tensión porque comprendió que tarde o temprano tendría que decírselo todo a Nick, algo que jamás habría comentado a nadie, y cosas en las que no podía pensar en relación con ella y que sólo recordarlas le provocaban náuseas.
Pero no se lo diría todo, al menos de una sola vez. Un pedazo de rompecabezas lo reservaría para sí. Una pieza la ocultaría mientras pudiese hasta que imaginara el mejor modo de decírselo e incluso si convenía confesarlo. Temía la reacción de Nick, pues el hecho de que hubiese regresado y la amase era lo que más se parecía a un milagro que Dios le había enviado en muchísimo tiempo y no deseaba correr ningún riesgo si no era absolutamente indispensable.
—Eslabón y yo.
La respuesta de Nick se retrasó un poco y la mirada que la acompañó fue cautelosa. Fue como si aquel plural lo hubiera deslizado por casualidad y estuviese tratando de disimular el error. Pero Maggy al parecer no lo advirtió. A lo sumo dedicó al engaño una fracción de segundo.
—¿Cómo demonios conseguiste esas fotos? Lyle es reservado en relación a su vida sexual. No imagino a nadie que hubiera podido hacerlas.
—No creo que lo permitiera. Ni siquiera supo que lo vieran haciéndolo.
—¿Lo has espiado? ¿Cuándo? ¿Por qué?
—Tiene muchos enemigos, no soy el único.
Los ojos de Nick exploraban el camino cuando salieron del cruce para entrar en la región rural del sur de Indiana. Alrededor, la noche estaba tranquila y sólo de tanto en tanto, la luz de una granja o un establo disipaba las tinieblas. Luces de luz intensa de la camioneta quebraban la oscuridad absoluta y revelaban lo que había delante, algunos metros de distancia más allá.
—Imagino que la intención original fue utilizarlas para extorsionar, pero antes de que fuera posible utilizarlas el interesado murió. De todos modos se conservaron y cuando comencé a investigar, reaparecieron. Como si faltara algo, pero valía la pena.
—Así fue como aparecieron la grabación y las fotos, ¿cierto?
—Así es. — Él le dirigió una mirada rápida.
—Nick, ¿qué haces aquí? — preguntó entonces tranquilamente Maggy.
—Ya te lo dije, vine por ti.
—Eso es mentira.
—Es la verdad, Magdalena. Lo juro por Dios.
—Nick, no me mientas, por favor. — Él suspiró.
—Está bien. ¿Quieres saber la verdad y nada más que la verdad? No volví sino a buscarte. Quería verte otra vez y comprobar si seguías siendo tan hermosa, inteligente, divertida y fuerte como te recordaba yo. Saber si quedaba algo de lo nuestro. Sabía que mi retorno tendría uno de estos dos resultados: podías ser la esposa de ese hombre si la muchacha a quien yo recordaba había desaparecido o podías ser lo que eres, mi muchacha, siempre y definitivamente. Ya lo sabes.
Maggy decidió que por el momento no confirmaría la última aseveración, aunque no le cabía la más mínima duda de que respondía a la realidad. ¿Acaso no había sido siempre la muchacha de Nick? Los doce años de separación comenzaban a parecer nada más concreto que un sueño o una pesadilla, pero no algo real, ni mucho menos.
—Todavía no comprendo cómo encontraste esas fotos. ¿Dónde las conseguiste y qué pensabas hacer con ellas?
—En el ambiente de los clubes nocturnos pululan toda clase de individuos y las noticias viajan a la velocidad de la luz. Cuando difundí la información de que deseaba datos de Lyle y de que estaba dispuesto a pagar, el material llegó en abundancia. Las fotos son solamente la punta del iceberg y estoy dispuesto a usarlas de acuerdo con las necesidades. Son un arma tan poderosa como una pistola.
—¿Chantaje?
—Persuasión y venganza. ¿Sabías que vine a buscarte apenas regresaste de tu luna de miel? Casada o no, ¿creías que te soltaría con tanta facilidad? Me proponía protagonizar una escena de celos, arrancarte de allí como fuese, pero nunca se me ofreció la oportunidad. No se te veía, pero en cambio pude encontrarme con tu marido. Me expulsó de su propiedad. Incluso hice algo tan dramático como aullar “¡Magdalena!”, con toda la fuerza de mis pulmones una docena de veces mientras me arrastraban de allí.
—No lo sabía. — Maggy sintió que se le revolvía el estómago.
El hecho de que Nick hubiera ido a buscarla y ella no se hubiese enterado, ¿habría cambiado algo?
—Ya imaginé que no te lo diría y temí perderte, pero no estaba dispuesto a renunciar. Pensé en volver cuantas veces fuera necesario hasta que pudiese hablar contigo para decirte que cambiaría, que haría lo que desearas y que sólo era necesario que volvieses conmigo. — Él la miró para evaluar su reacción y continuó:
—Esa noche me esperaban cuatro matones cuando salí de mi apartamento y subí a mi automóvil. Se apoderaron de mí a punta de pistola, me arrojaron al asiento trasero y me llevaron hacia el norte. Durante un rato pensé que estaban decididos a matarme sin más trámite, pero no supe la verdad hasta que llegamos a Cleveland y entramos en un parking desierto a cierta altura del río. Me arrancaron del auto y dijeron: "Éste es un mensaje del señor Forrest: ¡mantente apartado de su esposa!”. Y comenzaron a trabajar sobre mi cuerpo. Cuando terminaron, estaba inconsciente. Me pusieron al volante del automóvil y lo pusieron en marcha en una pendiente en cuyas inmediaciones el agua era profunda. Me precipitaron al río y estoy seguro de que creyeron que jamás volvería a ver la luz del día, pero el golpe del agua me despertó y conseguí salir del automóvil. Después no recuerdo bien, pero según me dijeron, un pescadero me encontró aferrado a un tronco no lejos de la orilla y me llevó a un hospital. Al cabo de seis meses me recuperé y regresé a Louisville. Lo primero que hice fue acercarme a Windermere. Había globos azules en los portones Acababa de nacer tu hijo. — Nick respiró hondo, recordando, mientras Maggy le miraba con horror cada vez más intenso. Ella no lo sabía. No se había enterado de nada.
—Decidí dejarte en paz. Tenías un hijo. Él tenía más derecho que yo.
Los sentimientos de culpa y de dolor se combinaron y retorcieron las entrañas de Maggy. Estaba muda, pero lo que sentía seguramente se había manifestado en sus ojos; porque él le dirigió una sonrisa.
—No podía sacarte de mi cabeza. En doce años no pasó un solo día sin que te recordara. Ninguna de las mujeres con las cuales estuve significó nada si se compara con lo que había sentido por ti. Una vez estuve a punto de casarme, hasta que comprendí que dejaría sin vacilar a la muchacha, solo con que tú movieras un dedo. Después me di cuenta de que necesitaba olvidar lo que había existido entre nosotros o recuperarte. Me costó un tiempo y tuve que trazar planes, pero aquí estoy. Como dije he venido por ti.
—Oh, Nick. — Maggy no pudo encontrar otras palabras.
No había palabras que expresaran los sentimientos que se agitaban en su fuero interno: su amor y su agradecimiento, su vergüenza y su sentimiento de culpa.
—¿Te alegra que haya venido? — preguntó Nick tratando de usar un tono despreocupado, pero fracasando.
—Sí — murmuró Maggy con lágrimas en los ojos—. Oh, sí.
Maggy se desprendió del cinturón de seguridad, echó los brazos al cuello de Nick y depositó un beso sobre su mejilla hirsuta. Él le pasó un brazo sobre los hombros e inclinó la cabeza para besarla a su vez. La camioneta se desvió a un lado de la carretera. Nick reaccionó y enderezó el vehículo en el momento en que una bocina sonaba detrás. Un automóvil pasó a su izquierda cegándolos con sus faros, indiferente al hecho de que la maniobra fuese peligrosa en una vía de dos sentidos.
—¡Malditos mocosos enamorados! — gritó el chofer asomándose por la ventanilla.
Con un trompetazo de bocina se perdió en la noche.
—Eslabón — dijo Nick disgustado—. Es mi automóvil. Si lo destroza, le retorceré el cuello.
Maggy había concentrado su atención en Nick y no había distinguido el automóvil ni al conductor, pero el tono de Nick le provocó la risa, aunque fuera temblorosa. Con las dos manos enjugó las lágrimas incipientes de sus ojos. Sintió que ya había derramado muchas, y no deseaba insistir en ello.
—Me alegro de que estéis otra vez a mi lado — dijo en el tono más ligero posible—. Me he aburrido mucho todos estos años.
—Conque sólo servimos para entretenerte.
Maggy le clavó el puño en las costillas. Nick se encogió, la miró y sonrió.