Capítulo 5
Pero no la besó. Maggy mantuvo el cuerpo rígido separándose con los brazos de Nick. Él la soltó y retrocedió.
—Las fotos y la grabación son un regalo — dijo cruzando los brazos sobre el pecho y observándola como un perro vigila la madriguera de un conejo—. Los negativos están en el sobre. Los he recibido de alguien que en efecto se proponía usarlos para chantajearte, mi querida señora Forrest. Felizmente para ti, los compré, y no fueron baratos, antes de que nadie pudiese verlos. Y ahora te los regalo sin condiciones.
Maggy lo miró fijamente un momento, demasiado aturdida para hablar. Se había comportado abominablemente y lo sabía. Pero había olvidado la posibilidad de confiar en alguien, aunque se tratase de Nick.
—¿Por qué? — Hundió las manos en los bolsillos de su anorak porque de pronto sintió un frío intenso.
—¿Por qué no? — Las palabras llegaron desafiantes.
—Eso no es una respuesta.
—Es todo lo que conseguirás.
—Nick...
Maggy vaciló y estudió la expresión de Nick. Los rasgos eran los mismos que los del muchacho a quien había amado: las cejas negras y espesas, la nariz un poco torcida por el puente, donde se la habían roto aquella noche fatídica, los pómulos anchos y el mentón cuadrado. Incluso el esquivo hoyuelo a la derecha de la boca era el mismo. Pero también había diferencias: las arrugas de la experiencia sobre el borde de los ojos, una dureza inédita, cierto cinismo en el gesto del mentón y el resplandor de los ojos brillantes. Sin duda era Nick, pero había cambiado en su fuero interno, donde no era fácil percibirlo. Por supuesto, también ella había cambiado.
—Te debo una disculpa.
—Así es, pero no te molestes. Me gustas más cuando escupes fuego que cuando te muestras razonable. Me recuerda los viejos tiempos. — Miró alrededor atendiendo al ladrido de los perros que se acercaban corriendo entre los árboles — No olvides recoger tu regalo antes de que se descubra.
—Nick...
Pero era demasiado tarde. Ya se alejaba. Miró por encima del hombro y levantó la mano en un gesto de saludo.
—Feliz cumpleaños, Maggy May — dijo, y después se desvaneció como una sombra entre los árboles.
Maggy lo miró fijamente y sintió que su maltratado corazón amenazaba con quebrarse otra vez. Ah, Nick, cuánto le había amado. Tanto que le dolía recordarlo. Era característico de él que apareciera después de doce años de silencio, se burlase de ella, irritándola hasta el paroxismo cuando no trataba sino de beneficiarla. Habría debido adivinar que la intención de Nick no era perjudicarla. En lo profundo de su corazón lo sabía, pero había olvidado escuchar a su corazón. Seamus y Bridey aparecieron de pronto cual un par de ciervos saltarines y se arrojaron sobre ella con éxtasis perruno.
—¡Abajo, muchachos!
Soportó el ataque dándoles palmadas, contenta de la ruidosa irrupción porque le permitía apartar de su pensamiento de Nick. Ahora que había hecho lo que se proponía, ¿desaparecería de su vida durante doce años más? La perspectiva le provocó el deseo de gemir como un niño abandonado.
—¡Basta ya! — dijo en voz alta, apretando con fuerza los labios y obligando a su mente a concentrar la atención al aquí y al ahora.
Había aprendido que era peligroso ceder a la autocompasión. Si se detenía en los aspectos negativos de su vida lloraría constantemente y de nada serviría, ni a David ni a ella misma. Pensó en recoger la grabación, las fotos y los negativos. Si los veía Lyle los usaría contra ella; Maggy no sabía cómo exactamente, pero lo conocía bien y estaba segura de que aprovecharía el material. Incluso podía llegar a la crueldad de mostrárselo a David.
Se estremeció y se apresuró a recoger las pruebas acusadoras. Todo estaba donde había caído, disperso en el sendero, y sin mirar de nuevo las imágenes, guardó las fotos en el envoltorio y deslizó el paquete bajo el anorak dirigiendo una mirada culpable alrededor. Habría sido propio de Lyle apostar espías en el bosque. Pero estaba dejándose dominar por la paranoia. No podía haber ojos que vieran ni lenguas que hablasen a hora tan temprana de la mañana en el bosque de Windermere, y tenía que desembarazarse de las fotos, los negativos y la grabación. Maggy se enderezó y vaciló, y se mordió el labio mientras consideraba el problema.
A pesar de su agitación, un destello de regocijo se manifestó en su rostro cuando pensó en la pregunta que en otro momento había torturado a Richard Nixon: ¿quemar o no quemar la grabación acusadora? En su caso, una fogata atraería sin duda la atención que deseaba evitar. Decididamente, se internó en el bosque y lo enterró todo bajo las ramas de un leño y señaló el sitio. Como escondite definitivo no era adecuado pero era lo mejor que podía hacer en ese momento. Si lo llevaba a casa mientras buscaba otra solución, seguramente descubrirían el material.
Sospechaba que Lyle ordenaba la revisión regular de las habitaciones con la esperanza de hallar pruebas de sus aventuras, lo cual no significaba que le importara mucho, sino que pudiera contar con otra arma que blandir contra ella.
Por desgracia, podía buscar inútilmente. Desde que se había casado con él, jamás se había acostado con otro hombre. La idea le producía náuseas. Lyle la había curado de su afición al sexo, aunque lo había disfrutado mucho con Nick. Pero no quería recordarlo. La pasión gloriosa y prima que durante tan poco tiempo y de modo tan desastroso había dominado su vida se relacionaba con una persona completamente distinta. La muchacha que ella había sido entonces ya no existía.
Ahora pensaba solamente en David y, al hacerlo, el fantasma de la muchacha alegre que bailaba y hacía el amor comenzó a alejarse hasta los confines más lejanos de su memoria...al lugar que le correspondía. Sus manos estaban manchadas de lodo. Mientras regresaba a casa, las mantuvo hundidas en los bolsillos del anorak hasta que llegó a las casetas de los perros, no fuera que alguien las viese y comenzara a indagar. Con una mirada furtiva a su alrededor llamó a Seamus y Bridey y abrió un cabo de agua.
Si alguien la veía, pensaría que su intención era dar de beber a los perros. Metió las manos bajo el chorro helado y lavó las manchas delatoras. Después se secó en los vaqueros, cerró el grifo y devolvió los perros a sus cubiles con la cuota acostumbrada de palmadas. Le encantaban esas enormes criaturas, pero Lyle no aceptaba animales domésticos en la casa o sus proximidades. Maggy pensaba que el único ser a quien quería Lyle, a su modo, era David.
El sol se había elevado y Maggy supuso que debían de ser alrededor de las ocho. A pesar de lo sucedido, no se había retrasado. Entraría en casa, se vestiría y acometería sus tareas como si nada hubiese pasado. Y en efecto, nada había cambiado. A pesar del retorno de Nick, ella continuaba atada para siempre a Lyle, a menos que deseara destrozar a David en aras de su propia liberación. Estaba definitivamente atrapada. La palabra revelaba en su mente con todo el impotente frenesí de una mariposa que se golpea las alas contra las paredes de cristal de su prisión.
—¡Maldita sea, David, concéntrate!
La estridente voz pertenecía a Lyle y el fastidio que manifestaba era evidente. Unos segundos después llegó el sonido de cristales rotos.
—¡He dicho que te concentres! ¡Mira lo que has hecho! ¡El cristal de esa ventana tenía más de cien años y lo has roto por falta de concentración!
—¡Papá, lo siento! Estaba intentándolo...
—¡Intento, intento! No quiero que lo intentes. ¡Quiero que lo hagas! ¡Los que lo intentan son unos derrotados de antemano! ¡Y eso es lo que serás si no te concentras!
—Lo haré, papá. Dame otra oportunidad.
El ruego que expresaba la voz de David indujo a Maggy a rechinar de dientes y caminar hacia el seto que separaba el sendero del prado. Lyle y David, cada uno con un palo de golf en las manos, de espaldas a Maggy, se situaban a pocos pasos de distancia del lugar por el que ella había llegado. Sin duda habían estado tirando en dirección al bosque y uno de los tiros de David se había desviado.
Como siempre, Lyle iba impecablemente vestido; esa mañana con pantalones blancos y un suéter azul sobre un polo de cuello abierto. David, imitando al padre, vestía de modo casi idéntico, a diferencia del suéter blanco y no azul y camisa cerrada. Dos bolsas de golf descansaban sobre la pared de piedra que rodeaba el patio. Una humeante taza de café, sin duda de Lyle, esperaba sobre el muro, cerca de una de las bolsas. Maggy no podía ver la expresión de su esposo, pero la de David, que miraba a Lyle, era la de alguien que estuviera sufriendo. Sintió que se le oprimía el corazón.
—¿Están entrenando, caballeros? — preguntó como de pasada mientras se acercaba a ellos con el propósito de desviar la atención de Lyle de modo que se concentrase en ella.
—Tienes un aspecto lamentable.
Lo había logrado. Los ojos de Lyle descubrían una expresión fría mientras examinaba a Maggy de pies a cabeza. Su esposa debía ir siempre bien vestida, no podía pasearse con atuendo de vagabunda.
—He ido a pasear con los perros — replicó Maggy, que no quiso ofenderse. Tenía la mirada fija en David—. ¿Has desayunado? — le preguntó dulcemente.
—Todavía no.
Lo conocía tan bien que podía percibir el sufrimiento que manifestaba su voz.
—En este momento necesita práctica más que comida. No olvides que jugamos el campeonato entre padres e hijos esta misma tarde. — Lyle volvió a mirar a Maggy con gesto reprobador—. Supongo que no irás tal como vas ahora.
—No, pero el campeonato tendrá lugar después del almuerzo. — La respuesta de Maggy fue serena. Tenía los ojos fijos en David—. ¿Por qué no vas a desayunar?
Lyle contestó antes de que David pudiese hablar.
—No dispone de tiempo. Tiene clase de golf a las nueve.
Maggy miró a Lyle.
—¿No crees que podría perjudicarle? — Tuvo que esforzarse para controlar la voz—. Le aprovecharía más un buen desayuno y una actitud serena que una clase a última hora.
El gesto de Lyle expresaba desdén.
—Sin duda, no. Felizmente, David sabe a qué atenerse. Necesita la mayor práctica posible. No es lo bastante bueno, ni cosa que se le parezca, y yo quiero ganar.
Maggy sintió el estremecimiento de David. La mirada que le dirigió entonces a Lyle fue tan fría como la que había regalado un momento antes; pero no saltó en defensa de su hijo como le aconsejaba el instinto. Si decía lo pensaba, Lyle contestaría con lengua perversa y repercutiría en David más que el cariño que le deparaba.
—No te preocupes, mamá. Necesito aprender.
Durante un instante, la mirada de David se posó en Maggy y ésta leyó el ruego silencioso que contenía. Desganada, capituló. No se opondría a la lección.
—En ese caso, más vale que tengas algo en el estómago. Entra ahora mismo y desayuna. Ahora mismo, ¿me oyes?
Aunque lo dijo amablemente, era una orden. David miró a su padre buscando autorización antes de obedecer. Asintió con un gesto brusco de la cabeza, expresando desagrado. David se alejó. Maggy echó a andar tras él pero Lyle se lo impidió aferrándola de la mano. Se detuvo sabiendo lo que la esperaba, pero renuente a provocar una escena en presencia de David. Tanto Maggy como Lyle permanecieron en silencio el uno al lado del otro, una mano sobre la otra, durante el tiempo que necesitó el muchacho para devolver el palo a su bolsa, ponérsela al hombro y caminar por el sendero de losas hasta desaparecer a la vuelta de la esquina.
—Te agradeceré que mantengas tus narices fuera de la relación con mi hijo. — La voz de Lyle estaba cargada de amenaza.
Maggy no pudo evitarlo. Tuvo que decirlo, aunque sabía que pagaría caro su audacia.
—Estás forzándolo demasiado. Sólo tiene once años.
—Necesita presión si quiere éxito. Y tú, ¿qué sabes del éxito? ¿Dónde estarías si no me hubiese casado contigo? Muriéndote de hambre en un tugurio. Según están las cosas, no eres más que un parásito, y no permitiré que tus débiles rasgos genéticos se reproduzcan en David. Lo haré un hombre cueste lo que cueste.
—Sabes todo lo que hay que saber acerca de ser un hombre, ¿verdad?
Había ido demasiado lejos. Maggy lo supo apenas las palabras salieron de su boca. Los ojos azules de Lyle parpadearon y se impregnaron de odio. La mano que sostenía la de Maggy se movió cruelmente. El dolor le recorrió el brazo cuando le dobló la muñeca y sintió, más que oyó, que algo se rompía.