Capítulo 31

Cuando vio las gallinas picoteando alrededor, Maggy echó a reír. Nick la miró sonriente, abrió la verja que cerraba el corral y la invitó a pasar. Las aves continuaron comiendo sin prestar atención a los recién llegados:

—Tú siempre quisiste tener gallinas, de modo que aquí las tienes. La bolsa contiene grano. — Nick hizo un gesto amplio señalando a los animales.

—¿De quién son? — Siempre riendo, Maggy no abrió todavía la bolsa que llevaba en la mano.

El corral, construido con viejas tablas grisáceas, pertenecía sin duda a la propiedad. Nick le había comentado que su hermano y él habían alquilado una granja, pero ¿cómo podía suponerse que la hubieran recibido con una dotación completa de animales? Con la mejor voluntad del mundo, Maggy no podía imaginar a ninguno de los dos en el papel de campesino. Nunca habían tenido contacto con animales excepto con los gatos y perros vagabundos que aparecían alrededor de Parkway y Horatio, y este último no había hecho cosa para mejorar las relaciones de Nick con sus hermanos de plumas.

—Son del arrendador. En ese prado hay algunas vacas en la casa que está detrás de la colina.

Nick señaló en dirección al horizonte. Como era terreno de cultivo, no había muchos árboles a la vista y algunos robles y arces alrededor de la casa y otros más diseminados en los pastizales. Los campos mostraban un verde luminoso e intenso y presentaban algunos retazos donde se conservaba la hierba del invierno pasado. Siguió mirando la dirección que indicaba Nick, la mirada de Maggy recorrió el campo y vio una docena de vacas negras y gordas pastando satisfechas en los prados, no lejos del establo. Después, su mirada se desvió y advirtió la suave elevación de una colina. No había otros edificios a la vista a excepción de la casa y el establo. Se obtenía de ese modo una deliciosa sensación de soledad.

—Bien, adelante — dijo Nick con un gesto en dirección a las gallinas. Cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó en la verja dispuesto a observar.

—Bien, allá voy. — Mirando insegura las aves que andaban dispersas, Maggy abrió la bolsa de papel—. Aquí, pollitos. Aquí, pollitos — llamó en voz baja acercándose a una gallina roja y gorda con un puñado de maíz.

El animal cacareó y escapó cuando se acercó ella. Maggy, que no sabía qué hacer, le arrojó un puñado de maíz. La gallina cacareó con más fuerza cuando cayeron los granos. De pronto se detuvo bruscamente y comenzó a picotear en el suelo.

—¿Ves? — dijo orgullosamente Maggy a Nick, volviéndose para destacar su hazaña.

Nick aplaudió sonriendo. Después señaló detrás de Maggy.

—Creo que quiere más.

Maggy miró alrededor y descubrió que en efecto la gallina se acercaba a ella, y sus amigas detrás. Seguramente había alrededor de veinte, rojas y blancas, blancas y negras, y una grande y negra con una cresta carnosa y roja; Maggy sospechó qué era el gallo. Arrojó un puñado de maíz en medio del grupo. Con alegres cacareos, los animales cayeron sobre el botín, lo comieron y, cuando desapareció, se acercaron pidiendo más. Maggy se apresuró a retroceder un paso cuando los animales exhibieron la tendencia alarmante a picotear a sus pies y les arrojó otro puñado de maíz. De este modo, comenzó a retroceder hasta que chocó contra la cerca del corral.

—Auxilio — dijo a Nick con voz débil cuando sintió la madera en la espalda.

Apenas le quedaba maíz suficiente para formar un puñado decente y los codiciosos animales ya devoraban lo que acababa de arrojarles. Maggy pensó en lo que aquellos bichos podrían llegar a hacer si no les daba más y decidió pedir auxilio a Nick. Él se había mantenido apartado de los animales y observaba los movimientos de Maggy con una amplia sonrisa.

—¿Qué quieres que haga? — Se limitó a permanecer allí de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y una estúpida sonrisa en la cara.

—Llámalas. — Un atisbo de pánico se manifestó en la voz de la muchacha en el momento en que arrojó el último grano de maíz.

—Querida, no estoy familiarizado con las gallinas. ¿Cómo quieres que las llame? En tu lugar, yo saldría corriendo.

Maggy le dirigió una mirada fulminante, pero cuando los animales más hambrientos y grandes comenzaron a picotear a sus pies, decidió que el consejo de Nick no era del todo malo. Arrojó lejos la bolsa de papel — en cierto modo abrigaba la esperanza de que las gallinas creyeran que era parte del alimento y corrió hacia la salida. Las aves se elevaron en el aire formando una masa de aleteante histeria emplumada. Maggy gritó, se llevó las manos a la cabeza y corrió hacia la puerta abierta del establo. Asediado por los animales que aleteaban, Nick la siguió hasta allí. Pero dos especímenes especialmente malos entraron tras ellos. El establo estaba oscuro, en contraste con la intensa luminosidad que reinaba fuera. Maggy necesitó unos momentos para adaptarse, y luego vio que había allí una escalera. Trepó a ella con la agilidad de un mono asustado. Nick se encaramó detrás. Cuando llegaron a la seguridad del pajar, sus perseguidoras ocuparon con un cacareo indignado los peldaños que acababan de dejar.

—Estamos atrapados — dijo Maggy.

Permanecía apoyada en las manos y las rodillas por el borde.

—Eso parece. — Nick se situó a su lado. Se miraron y él sonrió.

—¿Todavía quieres levantarte todas las mañanas para alimentar a las gallinas?

—Y bien, soy una muchacha de ciudad. ¿Me acusarás por eso? — Maggy se incorporó.

—Más bien me gustaría llevarte a la cama. — Un gesto exagerado de sensualidad acompañó la broma de mal gusto.

—Ja, ja.

Maggy paseó la mirada por el pajar. Era amplio y abarcaba dos tercios de la extensión del establo. Vanas vigas horizontales en las que se secaba el tabaco se extendían en el espacio restante. Docenas de fardos dorados colgaban de ellas. Imperaba el olor del heno, terroso y polvoriento, y al mismo tiempo agradable. Almacenado en fardos rectangulares, formaba pilas hasta el fondo. Un amasijo de telarañas dibujaba un dosel de encaje en los rincones y bajo el techo. En el extremo opuesto había una compuerta con su correspondiente polea para sacar el heno. Estaba abierta y la luz la atravesaba como una cascada que iluminaba un rincón. Maggy identificó allí un caballete, un taburete y una mesita cubierta de objetos.

—¿Quién pinta?

Miró sorprendida a Nick.

—Yo — dijo él en actitud un tanto defensiva.

—¿Tú pintas?

Si le hubiese dicho que era un marciano no la habría sorprendido tanto. Lo había visto reproducir apuntes, que ella consideraba garabatos, en cuantos papeles caían en sus manos, pero nunca había pensado que pudiera ser un artista. En él, la masculinidad y el instinto callejero se manifestaban con excesiva fuerza.

—¿Desde cuándo?

Nick se encogió de hombros.

—Empecé hace unos años. Una muchacha a quien conocí se ganaba la vida haciendo ilustraciones. Me impresionó agradablemente su actividad y me interesé por ello. No dispongo de mucho tiempo, pero me gusta y evita que me meta en problemas.

Sonrió, pero Maggy adivinó que se sentía un tanto incómodo ante la posibilidad de que ella creyese que su afición no fuera estrictamente masculina.

—¿Estás haciendo algo en este momento? ¿Puedo verlo?

Él asintió, pero no era necesaria su aprobación. Maggy se había incorporado y avanzaba hacia el caballete sin esperar su permiso. El olor a aceite de linaza y a trementina era muy interesante y revelaba las preferencias de Nick por el óleo. Luego los pequeños tubos de metal y, finalmente, la pintura.

—Eres muy bueno.

Un lienzo realizado a medias que representaba la granja escondida entre los campos circundantes descansaba sobre el caballete. Una rápida ojeada a la compuerta del heno reveló a Maggy que Nick había pintado el cuadro desde ese lugar.

—Gracias.

Se había colocado de pie detrás de ella, observándolo mientras miraba el cuadro. Maggy le dirigió una sonrisa rápida y nerviosa por encima del hombro.

—David pinta — dijo bruscamente.

Apenas pronunció las palabras deseó no haber hablado, pero ya era demasiado tarde. Flotaban en el aire entre ellos y descendían lentamente hacia el suelo como motas iluminadas por el sol.

—Ya me lo habías comentado.

Él la miró con el entrecejo fruncido y ella sintió que se le oprimía el corazón.

—¿Utiliza óleo?

—Acuarelas — replicó Maggy con una voz que resonó rara a sus oídos.

—¿Ha recibido lecciones?

—Sí — dijo Maggy, asintiendo—. Cuando acudía al jardín de infancia ya sabíamos que poseía un talento excepcional.

—Magnífico, así al menos él y yo tendremos un tema del que hablar, además de ti. — Nick pasó un brazo alrededor de la cintura de Maggy—. ¿Deseas ver algo más?

Maggy asintió, temerosa de que la voz se le quebrase. Nick se volvió y retiró el paño que cubría un lienzo apoyado a la pared. Era un retrato de ella a tamaño natural, un estudio en tres cuartos de perfil donde aparecía apoyando un hombro en una pared de ladrillo. Alrededor parecían cerrarse las sombras cargadas de polvo, y su boca no sonreía; la expresión de sus ojos era grave. Se la veía muy joven, de unos dieciséis años, y llevaba el vestido con falda de tul que había usado en la ceremonia de promoción de la escuela secundaria; una sola rosa de plata le adornaba los cabellos.

—Lo hice de memoria hará unos seis años — dijo Nick en voz baja, y sus dos manos se cerraron sobre la cintura de Maggy—. Es así como te imagino siempre.

Maggy permaneció inmóvil un momento más, las manos moviéndose con voluntad propia para ir a descansar sobre las de Nick, incapaz de hablar o de hacer otra cosa que no fuera mirar el retrato. Después se volvió y le rodeó el cuello con los brazos.

—Te amo — murmuró fieramente, y de puntillas lo besó en la boca.

Él la retuvo cogiéndole la cara con las manos y manteniéndola inmóvil. Sus ojos la recorrieron rasgo por rasgo como si de ese modo pudiese fijarla definitivamente en la memoria. Finalmente encontró su mirada y ella sintió que la expresión de Nick le cortaba el aliento.

—Eres tan hermosa... — dijo en voz baja.

Después cerró los brazos sobre su espalda sosteniéndola como si deseara no soltarla jamás y la besó, acarició sus labios con la lengua y los penetró. Maggy acogió su devorador apetito con una necesidad desesperada, cerrando los brazos alrededor de Nick con la cabeza apoyada en su hombro. Sus rodillas se debilitaron hasta el punto de que temió que ya no lograran sostenerla, aunque tanto daba. Sentía cómo se acentuaba la pasión de Nick y el hambre que experimentaba a tenor del calor y la dureza de su cuerpo y de las codiciosas exigencias de su boca. Y respondió a sus reclamos con natural abandono. Finalmente, la boca de Nick se apartó de la de Maggy para deslizarse cálida sobre su mejilla hasta alcanzar la oreja. Ella jadeó cuando le mordisqueó el lóbulo blando.

—Bruja — murmuró él con voz ronca, su aliento cálido sobre la piel—. ¿Qué clase de magia has empleado para obligarme a desearte de este modo?

—La misma que has usado tú conmigo — murmuró Maggy apretando los labios sobre la áspera calidez del mentón de Nick—. Creo que lo llaman amor.

Se inclinó sobre él de modo que Nick tuvo que soportar el peso de su cuerpo. Con una mano sostuvo la nuca de Maggy al tiempo que la inclinaba para acceder con sus labios a la suavidad del cuello. Ella cerró los ojos mientras un rayo de sol relucía en el entramado plateado de las telas allí arriba, apenas consciente de otra cosa que no fuese la sensación de las manos de Nick, de su boca y de su cuerpo. Sus labios descendieron por el cuello mordisqueando, chupando y lamiendo la suave columna. Finalmente alcanzaron el hueco tibio; descansaron allí un momento como si estuviese midiendo su pulso frenético. Ella sintió la dureza del mentón masculino, el raspar de la piel sin afeitar, el calor húmedo de la boca abierta mientras le mordisqueaba la garganta.

Cerró una mano sobre el seno de Maggy. El pezón se endureció instantáneamente adhiriéndose a la palma de la mano de Nick a través de las capas de tela de la camisa y el sostén. Maggy percibió el endurecimiento como una pequeña y exquisita mezcla de placer y dolor que le cortó el aliento. Nick sostuvo el botón entre el pulgar; el índice y lo oprimió tiernamente. El placer fue tan intenso que Maggy cayó de rodillas. Él cayó con ella, y ambos aterrizaron en el duro suelo alfombrado de heno. La besó, y su mano se deslizó sobre la pechera de la camisa; después volvió a tocarla suavemente. Cuando descubrió el sostén, sus dedos dibujaron la deliciosa estructura de encaje sobre los dos senos, luego se deslizó hacia atrás y manipularon la prenda a su espalda. Abrió entonces la boca. Maggy parpadeó para descubrir la rudeza de la interrupción y descubrió que él la miraba con una sonrisa.

—¿Cómo demonios se abre esto? — preguntó Nick señalando el elástico que mantenía el sostén.

Maggy se incorporó, con dedos temblorosos sostuvo la minúscula hebilla de plástico situada entre los pechos y presionó la apertura.

—Así — murmuró mientras accionaba el mecanismo, y retirando las copas de sus senos, se quitó el sostén y lo dejó caer a un lado.