Capítulo 6
Y una voz hablará desde las leyendas.
Las campanas de Vísperas dejaron de tañer en la distancia. Morgan despertó sobresaltado, consciente a la vez del lugar, del tiempo —mucho más tarde de lo que había pIaneado— y del frío. El fuego que tenía ante sí se había consumido casi por completo. Sólo quedaban unos rescoldos. Miró a la izquierda y confirmó sus sospechas: los ventanales estaban abiertos y se avecinaba una tormenta. Con razón hacía tanto frío en la recámara.
Con un gruñido, se incorporó del sillón mullido que había tomado por lecho durante las tres horas pasadas, y caminó a tientas hasta las puertas del balcón. Afuera no se oía un solo ruido y estaba muy oscuro para ser tan temprano. El aire era denso, opresivo, y contenía la energía de la tormenta inminente. Llovería, sin duda, y tal vez nevase antes de la medianoche. Era lo que cabía esperar en una noche en la que había tanto por hacer…
Cansado, Morgan cerró las puertas de cristal y se detuvo un momento con las manos en el picaporte, la frente contra el vidrio, los ojos cerrados.
Estaba exhausto, realmente agotado. Las escasas horas de sueño apenas habían ahuyentado la fatiga que una semana de cabalgar como loco le había dejado en los huesos, además de la tensión de esa tarde. Y todavía tenía tanto por deIante y tan poco tiempo… En ese mismo momento, tendría que haber estado abajo, en la biblioteca de Brion, buscando alguna clave que le permitiese emprender la tarea de la noche en mejores condiciones.
En realidad, no esperaba encontrar mucho. Brion habría tenido la cautela de no dejar nada importante dando vueltas donde cualquiera pudiese hallarlo. Pero tal vez hubiese algún signo indicador. Tenía que fijarse. Y antes que nada, debía asegurarse de que Kelson estuviese a salvo mientras él se ausentaba.
Se enderezó con un esfuerzo, miró por un instante las puertas cerradas que tenía ante sí, como armándose de fuerzas, y se frotó los ojos con la mano izquierda, en su afán de deshacer el cansancio. La treta dio resultado, como siempre. Pero Morgan comprendió que no podría seguir así indefinidamente. Tarde o temprano, tendría que dormir o no conseguiría nada bueno. Tal vez esa noche, cuando terminaran.
Corrió las pesadas cortinas de satén azul de la doble puerta y cruzó enérgicamente el recinto hasta la chimenea. Agregó leña al fuego. Después de unos minutos, cuando las llamas prendieron sobre la madera, recorrió la sala con la mirada hasta que por fin halló lo que buscaba.
Contra la pared, al lado de la puerta, vio sus alforjas negras, que Derry le había traído tras la reunión del Consejo. Las arrastró hasta el fuego y, a toda prisa, aflojó las correas que sujetaban el lado más liviano. Abrió la bolsa y sintió bajo los dedos la suave textura del cuero intrincadamente repujado.
¡Ay, si Derry los hubiera puesto donde los encontró! No podía convencer al joven lord de la Frontera de que los cubos no eran un singular juego de dados.
Aja.
Recorrió el fondo de la bolsa y encontró la forma familiar del estuche de cuero rojo. El cascabeleo lo tranquilizó: el contenido seguía en su sitio.
Sin mirar dos veces, dejó caer el estuche sobre la silla y fue hasta el guardarropa de Kelson. Buscó algo que le sentara bien; seguía con frío. Y si tenía que andar callejeando por el palacio con semejante tiempo, al menos no lo haría hecho un pordiosero.
Por fin, encontró una bata de Iana azul con cuello y puños de piel que parecía sentarle bien, y se envolvió con ella mientras regresaba a la chimenea. Las mangas le terminaban a mitad del brazo y el ruedo le llegaba a las rodillas, pero decidió que serviría a sus propósitos.
Tomó un candelabro de la repisa de la chimenea, encendió la gruesa vela y sacó el estuche de cuero rojo. Cruzó la habitación hasta la cama de Kelson.
Kelson seguía durmiendo profundamente, despatarrado en diagonal sobre la amplia cama, boca abajo, el rostro posado sobre el codo del brazo izquierdo. A los pies de la cama había mantas de más, bajo los pies sin botas de Kelson. Morgan tomó una suavemente, dejó candelabro y estuche en el suelo, a un lado del lecho, y tendió la manta sobre el cuerpo dormido. Luego, se puso de rodillas y abrió el estuche rojo y desparramó el contenido.
En total, había ocho cubos —«guardias», según el léxico del mago avezado—, cuatro bIancos y cuatro negros, cada uno no mayor que la última faIange de un meñique. Diestramente, dispuso los cubos en la forma propicia: cuatro bIancos formando un cuadrado en el centro; uno negro en cada una de las cuatro esquinas, pero sin tocar los bIancos. Entonces, comenzando por el cubo bIanco del extremo superior izquierdo, los fue tocando y, en cada ocasión, pronunciando suavemente su posición defensiva en la guardia maestra que iba construyendo.
—Prime. —El primer cubo bIanco se encendió tenuemente.
—Seconde. —Tocó el cubo del extremo superior derecho y también éste irradió un suave brillo lechoso.
—Tierce. Quarte. —Los cubos bIancos restantes se encendieron y formaron un cuadrado bIanco, que refulgió con una luz bIanca y espectral.
A continuación, los negros.
—Quinte. Sixte. Septime. Octave. —Los cubos negros brillaron débilmente con un fuego interior profundo y de un color verde negruzco.
Ahora, el verdadero esfuerzo: unir los cubos negros y los bIancos para completar la guardia maestra. La guardia que, una vez dispuesta alrededor del rey durmiente, lo protegería de toda posibilidad de daño.
Se frotó las palmas de las manos, las pasó por los lados del esquema bIanco y negro que había dispuesto y tomó Prime. Cuidadosamente, lo puso en contacto con Quinte, el componente negro.
—¡Primus!
Se produjo un chasquido ahogado y los dos cubos se fundieron en una sola unidad oblonga que irradió un fulgor gris plateado a la luz de las velas.
Morgan se humedeció los labios con la lengua, nervioso, y tomó Seconde para unirla a Sixte.
—¡Secundus!
Nuevamente, el chasquido y el fulgor plateado.
Inhaló y exhaló lentamente, armándose de fuerzas para la secuencia siguiente. El proceso extinguía las reservas de energía, ya muy agotadas, que todavía poseía; pero no tenía elección si pensaba indagar en la biblioteca. No podía dejar a Kelson sin protección. Cogió Tierce y lo puso en contacto con Septime.
—¡Tertius!
El par refulgió, Kelson se revolvió en el lecho y abrió los ojos azorado.
—¿Qué…? ¿Morgan, qué estás haciendo? —Se irguió sobre ambos codos y se inclinó por encima de los cubos. Levantó la vista hacia Morgan.
Este enarcó una ceja, sorprendido, y luego posó el mentón sobre una mano, con resignación.
—Pensé que dormías —se quejó, en tono acusador.
Kelson parpadeó un instante, todavía aturdido. Con indecisión, acercó la mano izquierda hacia los cubos que faltaban.
—¡No los toques! —ordenó Morgan, desviando el brazo de Kelson con su mano—. Limítate a mirar.
Respiró hondo y acercó los dos cubos restantes.
—¡Quartus!
Entonces, situó el nuevo par junto a los otros tres y suspiró.
—Veamos —dijo, mirando a Kelson una vez más—. ¿Por qué te has despertado?
Kelson rodó en la cama y se sentó.
—Te oí farfullar latín en mis oídos. Pero ¿qué es eso, de todas formas? Miró los cuatro pares oblongos con aire suspicaz.
—Son los componentes de una Guardia Mayor —explicó Morgan, poniéndose de pie—. Debo ausentarme un rato y no quería dejarte sin protección. Ahora que las guardias están trazadas, sólo yo puedo deshacerlas. Estarás completamente a salvo.
Recogió los pares con la mano y se tendió sobre el lecho para poner uno en cada esquina.
—Aguarda un minuto —protestó Kelson, yendo hacia el borde de la cama—. ¿Adonde piensas ir? Iré contigo.
—No harás nada de eso —le reconvino Morgan, devolviéndolo a las almohadas—. Volverás a dormirte y yo iré a la biblioteca de tu padre a buscar alguna pista. Créeme; si hubiera alguna posibilidad también yo seguiría durmiendo. Necesitarás todo el descanso posible antes de que concluya la noche.
—Pero yo podría serte de ayuda —insistió Kelson débilmente, como sorprendido de encontrarse otra vez recostado—. Además, ya no podría volver a conciliar el sueño.
—Ah, creo que eso puede arreglarse —sonrió Morgan, posando las manos ligeramente sobre la frente del joven—. Relájate, Kelson. Relájate y duerme. Olvida los peligros. Relájate. Duerme. Sueña en épocas mejores. Duerme profundamente, mi príncipe. Descansa a salvo.
Mientras hablaba, los párpados de Kelson aletearon brevemente, se cerraron, y la respiración adquirió el ritmo del sueño profundo. Morgan sonrió y le alisó el cabello negro y desordenado. Luego se irguió para señalar sucesivamente a las guardias.
—¡Primus, secundas, tertius et quartus, fíat lux!
Instantáneamente, las guardias brillaron con nueva vida y crearon, alrededor del rey durmiente, una coraza de bruma luminosa. Morgan asintió para sus adentros y se dirigió a la puerta.
Ahora, a buscar información útil…
Media hora después, en la biblioteca, Morgan no había tenido éxito. Revisó cada uno de los libros de la colección privada de Brion y la mayoría de las referencias generales del sector público, pero en vano.
Si tan sólo pudiera encontrar alguna clave, algún pasaje significativo, alguna nota de cuando Brion creó el poema ritual, un indicio de cómo acceder al enigma… Desde luego, era posible que lograran resolverlo sin ayuda. Pero odiaba no estar seguro al ciento por ciento en algo tan importante.
El poema ritual tenía que funcionar. Si no, Kelson estaba perdido y Morgan y Duncan con él. Y ni Morgan ni Duncan podían combatir en su lugar. Las prácticas ocultas lo prohibían expresamente.
Si pudiera recordar más sobre las lecturas habituales de Brion… Si pudiese saber por dónde buscar… Sabía que tenía que haber una relación en algún sitio y que Brion tenía que haber dejado alguna pista, aunque no fuera más que para infundir ánimos al amigo que vendría a buscarla. Tal vez la clave estuviera en los versos mismos.
Abatido, se sentó en el escritorio de lectura de Brion y se apoyó sobre los codos. Tenía que hallar la clave. Sabía que existía.
Sus ojos recorrieron la sala una vez más y el sello del Grifo que tenía en el índice izquierdo capturó su atención. En una ocasión, había leído sobre un lord deryni que había empleado un anillo similar para concentrarse profundamente. Era la técnica de Thuryn, así llamada por Rhys Thuryn, quien por primera vez la incorporara al arsenal de poderes deryni. Morgan había empleado la técnica varias veces antes, aunque jamás para nada parecido. En aquellas ocasiones había dado resultado. Tal vez ahora también…
Puso toda su atención en la sortija y comenzó a concentrarse, deseando que su mente dejara a un lado todas las preocupaciones y se relajara; que excluyera todo sonido, sensación e imagen superflua. Sus ojos se cerraron y su respiración se hizo más lenta y superficial. Los dedos tensos se aflojaron.
Mientras se concentraba en mantener despejada la mente, dejó que en sus pensamientos se formara la imagen del rostro de Brion. Trató de introducirse en esa imagen y de escrutar lo que allí había en relación con su pesquisa.
De pronto, la imagen de Brion dejó de existir y fue reemplazada por una negrura vertiginosa. Tuvo la fugaz impresión del rostro de un hombre rodeado por una capucha negra. Era una faz extraña pero inquietantemente familiar, que le transmitió una sensación de seguridad y de imperiosidad a la vez. Después, el momento pasó. Sólo quedó un joven azorado, sentado ante un escritorio con los ojos cerrados.
Morgan abrió los ojos de pronto y miró a su alrededor. En la biblioteca no había ninguna otra persona.
¡Khadasa! Mientras duró, la imagen fue real. Nunca antes había logrado un efecto así valiéndose de la técnica de Thuryn. Y, en toda su vida, jamás recordaba haber visto ese rostro con anterioridad. Vaya con la técnica de Thuryn…
Con aire ausente, volvió al anaquel que contenía la colección personal de Brion, compuesta por sus libros favoritos, y tomó uno al azar.
—Vidas de los santos, de Talbot —leyó, a media voz.
Hojeó las páginas gastadas hasta que, de pronto, dio con un lugar señalado por un fragmento de pergamino. En él había algo escrito de puño y letra por Brion, pero este hecho quedó completamente apagado por el impacto de las páginas abiertas que señalaba. Pues, a la izquierda, a todo color, había un retrato del rostro que Morgan había percibido en su visión.
Con recelo, se acercó para leer el nombre que subrayaba el retrato. Acercó el libro a la luz de la vela, frunció las cejas y leyó: San Camber de Culdi, patrono de la magia deryni.
Miró nerviosamente por encima del hombro y bajó el libro. Era imposible y, sin embargo…, allí estaba el rostro que había vislumbrado durante el trance de Thuryn. De eso no había duda.
Ridículo. No creía en santos. O, al menos, creía no creer. Después de todo, Camber había muerto hacía doscientos años y, para colmo, su santidad había sido cuestionada.
Pero ¿qué le había hecho pensar en Camber en ese preciso momento? ¿No era acaso Brion quien había dicho, a propósito del santo renegado, algo que había permanecido en su memoria, dormido, durante muchos años, hasta que esta sucesión de acontecimientos había evocado el recuerdo? Pregunta: ¿Qué sabía realmente sobre San Camber de Culdi? Respuesta: No mucho. Hasta ese momento, era una información que nunca había necesitado.
Irritado por no recordar más, retiró el volumen y se acercó a la luz de la vela. Guardó distraídamente el trozo de pergamino en un bolsillo y leyó:
«San Camber de Culdi, 846-905 (?). Legendario Conde de Culdi, noble deryni de pura estirpe, quien vivió durante el Interregno Deryni. Hacia fines del Interregno, Camber descubrió que, bajo determinadas circunstancias controladas, y sólo en el caso de individuos selectos, los humanos podían adquirir en toda su plenitud los poderes deryni. Camber fue quien ayudó a los herederos de los antiguos monarcas humanos a adquirir este poder y, más tarde, encabezó la revuelta que puso buen fin al Interregno Deryni.»
Morgan volvió la página con impaciencia. Eso ya lo sabía, eran conocimientos de historia general. Necesitaba hechos referidos a la santidad de Camber o algo que pudiese explicar lo que le había sucedido minutos atrás. Siguió leyendo:
«En esos días, había más tolerancia hacia las artes ocultas. Como gratitud por lo que el noble de Culdi había hecho en pro de la humanidad, el Consejo de Obispos lo proclamó santo. Pero ello no perduraría. Quince años después, tuvo lugar una sangrienta persecución de personas y objetos deryni. Y, al poco tiempo, el nombre de Camber de Culdi fue suprimido de las relaciones de santos. En el Concilio de Ramos, se revisaron numerosos edictos previos al Consejo y, entre ellos, el que declaraba la santidad de Culdi.
»Camber había sido venerado como patrón de las artes ocultas y defensor de la humanidad. Pero cuando el Concilio de Ramos repudió a Camber, anatemizó todas estas prácticas. El nombre de Camber pasó a ser símbolo del mal personificado. Incluso las atrocidades cometidas por los nobles del Interregno fueron atribuidas al otrora santo deryni y la gente dejó de mencionar su nombre, salvo para envilecerlo.
»Con los años, la controversia sobre la reputación de Camber fue decreciendo. Es difícil mantener una mentira durante dos siglos. Pero persistieron rumores que alimentaron el fuego: que la muerte de Camber, presuntamente ocurrida en 905, jamás sucedió; que se ocultó a la espera de una oportunidad para reaparecer y poner en práctica su magia. Aún hoy lo cierto de estas suposiciones se desconoce y no es probable que, en el futuro cercano, llegue a saberse. Sí se sabe que todavía existe un puñado de importantes nobles deryni y que, entre ellos, aunque prohibida, se sigue ejerciendo la magia. Pero es muy improbable que Camber continúe viviendo entre ellos; ni siquiera un deryni podría conservar la vida después de dos siglos. Así y todo, los rumores persisten. Y los pocos deryni vivos que podrían saber la verdad sobre Camber de Culdi, prefieren no hacer comentarios.»
Morgan terminó el pasaje y volvió la página una vez más para contemplar el retrato. Camber de Culdi. Sorprendente. Ahora estaba seguro de que nunca antes había visto ese retrato. Ni había leído esa parte de la historia de san Camber. Ninguna de sus lecturas previas había sido tan detallada.
Pero ¿qué le había enseñado el pasaje? ¿Y qué relación tenía esto con su dilema actual? ¿Por qué razón el rostro de la ilustración le era tan curiosamente familiar, si nunca antes lo había visto?
Cerró el volumen y oyó que la puerta de la biblioteca se abría suavemente a sus espaldas. Se volvió cautelosamente y alcanzó a ver que una persona, enfundada en gris plata, entraba en el recinto desde el pasillo exterior.
Era una mujer y, cuando se volvió para cerrar suavemente la puerta, pudo ver que se trataba de… Charissa.
Sonrió, complacido, y se acomodó en la silla. ¿Cuánto tardaría en descubrir su presencia? Vio a la mujer recorrer la sala con la mirada y detectar el tenue respIandor de la vela proveniente de un rincón.
—Buenas noches, Charissa —dijo en voz baja, sin moverse de su asiento—. ¿Buscas algo o a alguien?
Charissa se sobresaltó, ocultó su sorpresa y avanzó cautamente por la esquina del corredor para situarse frente a Morgan. Éste la saludó con una inclinación de cabeza cuando la mujer se internó en el cono de luz, pero Charissa no parecía divertida.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, con voz grave y tensa.
Morgan se puso de pie con aire indiferente, bostezó y se estiró como un gato, con exagerada deliberación.
—Buscaba algo para leer, si es que te interesa saberlo. A pesar de que debiera estar cansado por la odisea que me hiciste pasar durante estos días, en realidad no podía dormir. ¿No es extraño?
—Decididamente, sí —repuso ella con cuidado. La incertidumbre se había desvanecido—. Pero, ¿qué te hace pensar que yo tengo algo que ver con tu insomnio?
Morgan levantó la mano en son de protesta.
—No con mi insomnio, querida, sino con mi fatiga. Tengo una idea bastante exacta de lo que has estado haciendo: poner en circulación rumores desagradables en mi contra, crear aversión hacia mí entre los miembros del Consejo, tender emboscadas a mi escolta durante el trayecto. Sospecho que incluso interviniste en la muerte de Brion. Desde luego, todavía no puedo demostrar nada —hizo un gesto para restar importancia a su comentario.
Los ojos de Charissa se entrecerraron. Lo estudió, tratando de evaluar la verdadera proporción de jactancia que había en sus palabras.
—Creo que te costará bastante reunir pruebas que apoyen tus sospechas, querido Morgan. Y en mi opinión, si lo averiguas, verás que todas las cosas de las que me acusas te han sido imputadas a ti.
Morgan se encogió de hombros, indiferente.
—Y con respecto a mi intervención en la muerte de Brion, es ridículo. Todos saben que murió de un ataque al corazón.
—No sé nada de eso —respondió Morgan con firmeza—. Sólo sé que a uno de los nobles de su séquito alguien le entregó una botella de vino la mañana misma de la cacería. Fue muy extraño, pero describió a la persona como una hermosa dama de cabellos rubios. Y sólo Brion y Colín bebieron de la botella.
—¿Y? ¿Me acusas de haber envenenado a Brion? Vamos. Sabes que no fue así.
—Sí. Te estoy acusando. También he llegado a saber que, años atrás, creaste una droga merasha, capaz de enturbiar la mente sólo de aquellos que tienen sangre o poderes deryni, como Brion.
—Ay, Morgan, divagas…
—¿Ah, sí? Sabías que Brion sería vulnerable de ese modo y que, siendo mortal, no podría detectar la droga en su organismo hasta que fuera demasiado tarde. —Se irguió más aún y la miró desde arriba, sombrío y amenazador—. ¿Por qué no lo retaste a un combate limpio, Charissa? Podrías haberle ganado; después de todo, era un mortal.
—¿Y arriesgar mi reputación y mis poderes contra un simple mortal, en un duelo innecesario contra un humano?
—Mañana te batirás a duelo con un «simple humano», si no me equivoco.
Sonrió lenta y perversamente.
—Sí, pero eso es otra cosa. Con Kelson no puedo perder. Es sólo un niño e ignora las artes de su padre. Y tú no podrás ayudarle como hiciste con Brion quince años atrás.
—No estés tan segura —repuso Morgan—. Ha heredado mucho de su padre. Y, a diferencia de lo que sucedió con Brion, esta vez estaré a su lado para impedir que recurras a juegos sucios.
—Pero Morgan, ¿cómo dices esas cosas? ¿Crees realmente que me tomaría la molestia de jugar sucio con él? Desde luego, hace un rato fui a espiar a tu adorado principito…
Morgan se inquietó.
—Esta vez está a salvo de ti. Esta noche, ni todos los poderes del universo podrían romper mis defensas.
—Probablemente sea cierto —concedió—. Dispusiste las guardias con suma destreza. En realidad, tu talento me impresionó. Creía que un deryni de estirpe impura era incapaz de exhibir una habilidad tan consumada.
Morgan se obligó a contener la ira.
—Tener un propósito ayuda inmensamente, Charissa. Tengo la firme determinación de que no triunfes con este Haldane.
—Pero eso casi parece un desafío, mi pequeño Morgan —murmuró Charissa socarronamente—. Al menos hay algún incentivo. —Se miró las uñas—. Bueno, ten por seguro que mañana, tal vez esta noche, te encontrarás con una batalla enconada. Y te lo advierto por anticipado: no te daré tregua ni tendré compasión. —Entrecerró los ojos—. Pienso hacerte pagar por lo que le hiciste a mi padre. Y lo haré destruyendo a tus seres más queridos, de uno en uno, poco a poco… Y no habrá nada, querido Morgan, nada que puedas hacer para evitarlo.
Morgan permaneció un instante en silencio, mientras horadaba con la mirada a esa mujer imposiblemente hermosa y perversa, enfundada en seda gris.
—Ya veremos —murmuró por fin—. Ya veremos.
Se dirigió a la puerta, observando cada aleteo de sus pestañas, cada roce de su vestido. Charissa le sonrió lánguidamente.
—Tómalo al pie de la letra, Morgan. Sin cuartel. Por lo tanto, te sugiero que vayas a cuidar a tu príncipe. Tal vez te necesite de un momento a otro.
Morgan abrió la puerta y salió, sin apartar los ojos de la formidable mujer de gris. Cuando la puerta se cerró, Charissa se encaminó lentamente hacia el escritorio y tomó el libro que Morgan había estado leyendo.
Recorrió las páginas con aire indiferente.
Vidas de los santos.
¿Qué interés podría tener Morgan en un libro como ése?
No se le ocurrió nada. Frunció el ceño. Morgan había estado leyendo ese libro por alguna razón. De esto estaba segura. Pero ¿por qué?
El libro no encajaba en lo previsto. No tenía ningún elemento en común con las actitudes que habría esperado de Morgan. Y eso la confundió.
A Charissa no le agradaba que las cosas escapasen de sus designios.