La cuerda de salvamento • 12
TRIXIE luchaba desesperadamente por mantenerse a flote pero se iba hundiendo poco a poco. El instinto de supervivencia hizo que se serenara para poder actuar racionalmente.
Así no conseguiré salir con vida —pensó—. Lo que debo hacer es relajarme. Es la única forma de mantenerme a flote. Jim, Brian y Mart le habían enseñado a hacerlo una y mil veces.
A los pocos segundos, ya había logrado sacar la cabeza fuera del agua. Entonces, respiró muy hondo, llenándose los pulmones de aire fresco y vaciándolos completamente en la expiración. Sabía que era muy importante respirar profundamente para compensar la falta de oxígeno que había sufrido.
Muy cerca, oyó un crujido de ramas, y a la vez un grito desgarrador.
—¡Honey! —dijo Trixie casi sin voz intentando inútilmente ir hacia donde ella estaba, cosa bastante difícil porque tenía que nadar contra corriente.
No serviría de nada —pensó—. El nadar sólo conseguiría agotarme; acabaría hundiéndome.
Intentó relajarse de nuevo dejándose llevar por la corriente, confiando en que ningún remolino la absorbiese y la llevase hacia el fondo del río para siempre. Si tenía suerte, y llegaba hasta algún codo del río, podría salir más fácilmente.
Miró al frente, buscando la orilla. Ya había oscurecido, y resultaba casi imposible distinguir las negras aguas de la orilla. Sintió que algo la agarraba por el tobillo, tirando hacia abajo; le tranquilizó saber que era una rama, y no un remolino.
De repente divisó la orilla.
¡Estoy de suerte! —pensó—. Ahora sólo cabe esperar que haya algo adonde agarrarme… y que todavía me queden fuerzas para hacerlo.
Trixie intentó agarrarse a una rama pero, por mucho que estiró el brazo, no llegó a conseguirlo. Sin desanimarse, lo intentó de nuevo y, esta vez, parece ser que lo logró y fue, colgada de la rama, con las dos manos, desplazándose hasta que el agua sólo le cubría hasta la cintura.
El agua, con su fuerza, le azotaba el cuerpo y la brisa nocturna, que al principio pareció reconfortarla, enseguida se tornó más fría que el agua.
Jadeando, Trixie agarraba la rama con las dos manos. Hubiera querido esperar a reponer fuerzas pero sabía que no tenía ocasión. Le entraría más frío, y se sentiría más débil cuanto más tiempo permaneciese en el agua.
Miró buscando la orilla. Aún le quedaba por hacer un último esfuerzo. Parpadeó, y volvió a parpadear, porque creyó ver un rostro.
—¡Gus! —exclamó sorprendida.
El viejo jinete la estaba mirando. Sin decir una palabra se bajó del caballo y alargó su mano vieja, arrugada, para coger la de Trixie.
Trixie soltó una mano de la rama y la levantó, buscando la de Gus. Sintió que los dedos encallecidos del viejo se cerraban en torno a su muñeca. Respiró hondo; lo peor ya había pasado.
Sintió como el viejo, con toda su fuerza, tiraba de ella hasta que logró sacarla a la superficie.
Por fin estaba en la orilla. Se quedó tendida, boca abajo, sobre una alfombra de hojas y hierbas secas. Luego empezó a ver todo borroso y perdió el sentido.
Al volver en sí, dijo:
—Lo siento, Gus, yo… —pero el viejo había desaparecido.
—¡Honey! —exclamó—. ¡Seguro que ha ido a ayudar a Honey!
La preocupación por lo que podía haberle ocurrido a su amiga le dio nuevas fuerzas, y se puso en pie.
—¡Trixie! —oyó que la llamaban desde el río.
Trixie fue arrastrando los pies hasta la orilla y miró. Honey estaba agarrada a la misma rama a la que ella se había agarrado. Al ver a Trixie, Honey le tendió una mano para ayudarla a salir.
Trixie, de pronto, notó como si tuviera los músculos de goma. Lo primero que hizo fue secarse las manos en los pantalones húmedos.
—No sé si tendré fuerzas para sacarla de ahí —murmuró, aterrorizada.
Pero no tenía más remedio que intentarlo porque a Gus no se le veía por ningún lado.
Lo más probable es que fuera a buscar ayuda después de salvarme —pensó Trixie—. ¿Cómo iba a saber él que Honey también se había caído al río?
—¡Trixie! —gritó Honey desesperada.
Trixie se echó cuerpo a tierra. Se arrastró hasta tener medio cuerpo en el aire. Alargó una mano y cogió la de Honey, fría y arrugada por el agua. Cerró los ojos y tiró con todas sus fuerzas.
Honey fue subiendo hasta que la cogió con las dos manos, y luego la agarró por el cinturón. De esa forma, sujetándola por los dos sitios, consiguió sacar a su amiga, que cayó desplomada, en la orilla.
Honey se dio la vuelta, y quedó boca arriba, buscando el aire que tanto necesitaba.
—Jamás podría haber llegado aquí sin ti —dijo casi sin respiración.
—Y sin mí tampoco te habrías caído al río —señaló Trixie.
—¿Cómo ha sido…? —le preguntó Honey.
—Pues que no miré dónde pisaba —interrumpió Trixie— me resbalé y…
—No; te pregunto que cómo saliste tú sola.
—¡Ah! —exclamó Trixie mirando a su alrededor, en busca de Gus.
Luego le contó a su amiga lo ocurrido. Qué raro que no se haya quedado para ver si me recuperaba —añadió.
—Supongo que al ver que estabas bien fue a decírselo a los demás —dijo Honey—. Además, me alegro de que no te llevara con él. ¡Uf! ¿Qué habría sido de mí, entonces?
—Será mejor que no pienses en ello —dijo Trixie, que todavía no se había recuperado del susto.
—¿Se habrá caído Burke también? —preguntó con curiosidad.
—¡Oh, no! —dijo Trixie levantándose—. Lo había olvidado…
Luego se acercó a la orilla, por si oía algo.
—No oigo nada —dijo en voz baja—. Seguramente nos oyó caer y dio media vuelta para… ¡Honey, tenemos que darnos prisa! —gritó.
Trixie, entonces, comprendió que no tenía ni la menor idea de dónde se hallaban.
—Si nos apartamos del río en línea recta, al final llegaremos a campo abierto —dijo a Honey.
Lo dijo para que pareciera sencillo, pero era consciente de lo difícil que sería seguir una línea recta en el corazón de un bosque que no conocían. Honey también lo sabía, pero no puso pegas. Tiritando de frío, se abrieron paso por entre los árboles.
Las suelas de goma de las zapatillas chirriaban a cada paso, y tenían los vaqueros completamente pegados a las piernas.
Ahora no podemos perdernos. ¡No podría soportarlo! —pensó Trixie.
No tardaron en ver una luz más adelante. Trixie sintió miedo, al recordar la linterna de Burke. Luego el corazón empezó a latirle con fuerza; sin saber cómo, habían llegado al escondite de Wilhelmina.
Ambas llegaron al campamento hechas una verdadera calamidad. Wilhelmina las miró asombrada. La prisa… y el cansancio… les impidieron contarle lo sucedido. Trixie se limitó a señalar con el dedo la casa de los Murrow, que tenían enfrente: de ahí venía la luz.
—¡Vaya a avisar a todos! ¡Que vayan a la cabaña de Gunnar… enseguida! —gruñó.
Y luego ella y Honey le dieron la espalda y volvieron a meterse en el bosque. Wilhelmina iría a avisarlos a todos mientras ellas volvían en busca de Burke… y de Aladín.
Llegaron adonde estaba el remolque: no había ni rastro de Burke. Y en el interior del remolque no se oía nada. Tal vez era demasiado tarde. El animal, con el cuello abierto de un tajo o con una bala en la cabeza, acaso estuviera flotando en el río.
Pero de pronto se oyó un ruido en el bosque. Ellas, al oírlo, se sobresaltaron: era el camión de Burke que venía hacia ellas. Trixie y Honey lo observaron satisfechas de pensar que si Burke había ido a por su camión al ver que ellas se habían caído al río, lo más probable es que no tuviera tiempo de hacerle daño a Aladín.
Burke dio marcha atrás con el camión, se bajó, y se puso a enganchar los dos vehículos.
Trixie no sabía qué hacer. No se le ocurrió otra cosa que seguir al remolque, aunque dudaba de que sirviera de algo.
En realidad, no tuvo ocasión de plantearse nada porque en ese momento un sonido familiar… el de las pisadas de los caballos le hizo volver la cabeza: Pat, Bill, Regan y Charlene venían galopando hacia ellas.
Burke también los vio. Miró al remolque, luego al camión, como si no supiera si escapar con uno o con ambos. Al final, resolvió escaparse él solo y echo a correr.
Pero era, quizá, demasiado tarde. Pat Murrow ya había desmontado y ya se le había echado encima tirándolo al suelo.
—¡La llave! —gritó Honey—. ¡Que te dé la llave del remolque!
Regan fue adonde estaba Pat, por si necesitaba ayuda. Entre los dos obligaron a Burke a que les entregara la llave, y luego lo pusieron de pie. Regan sujetó a Burke doblándole un brazo por la espalda, mientras Pat iba corriendo al remolque.
Abrió la puerta y entró. Trixie, Honey, Charlene y Bill esperaron con el corazón en un puño.
La espera se alargó tanto que Trixie empezaba a temer lo peor. Entonces oyó un relincho, y Pat sacó a Aladín de su prisión. En ese instante se llevó la mano a los ojos para limpiárselos. Trixie supo que habían sido las lágrimas de emoción, y no la situación del caballo, por lo que se había retrasado.
Charlene y Bill fueron corriendo junto a Aladín y empezaron a acariciarlo y a abrazarlo.
—Se encuentra bien —dijo Charlene.
Pat dejó al caballo con sus padres y se acercó a Honey, que seguía tiritando de frío. Él se quitó la chaqueta y la arropó con ella.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
Honey le sonrió.
—Bien —dijo—. Muy bien.
Otro alboroto alteró la paz del bosque. Al volverse, Trixie vio que Wilhelmina James llegaba corriendo. Los jinetes la habían dejado atrás, y tuvo que ir a pie. Se le habían caído las gafas, y entornaba los ojos, tratando de saber por dónde iba. Como Trixie era la que estaba más cerca del extremo del bosque, Wilhelmina fue a su lado. Se acercó muchísimo y le preguntó:
—¿Estás bien?
Trixie hizo un esfuerzo para no reírse. Sabía que a ella, a Wilhelmina, le debía la vida… (también Aladín), pero no pudo evitarlo.
—Perfectamente —fue todo lo que pudo decir antes de soltar la carcajada.