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Domicilio de Scully,

Annapolis, Maryland. Domingo, 13.07

Mientras su perrito dormía acurrucado en el sofá, Dana encendió el ordenador, se sentó ante su escritorio y respiró profundamente. Aquello era tan distinto de vagar perdida por las húmedas selvas de América Central infectadas de insectos… Desde luego, pensó, su situación había mejorado notablemente.

Ahora que había regresado a casa, tenía que hallar el estado de ánimo adecuado para trabajar en su informe oficial sobre Xitaclán y reunir los cabos sueltos en su memoria hasta conseguir unirlos. Había otros casos, otras investigaciones, otros expedientes X. Scully debía cerrar éste y seguir adelante.

En unas cuantas horas de paz y soledad en su apartamento, Scully podría terminar con el papeleo atrasado que se había acumulado durante su viaje a México. Resultaba agradable estar de regreso en la civilización.

Cruzó las piernas y apoyó una libreta sobre su rodilla para tomar algunas notas antes de redactar su informe en el ordenador. Dividió la naturaleza de los acontecimientos pasados en categorías generales.

Su misión específica, buscar a los miembros del equipo arqueológico desaparecido, había sido cumplida. Scully se sintió agradecida de poder dar por cerrado, al menos en teoría, un caso oficial. El director adjunto Skinner sin duda lo apreciaría.

Escribió en la libreta una lista con los nombres de los cuatro miembros de la expedición arqueológica asesinados y añadió detalles acerca del modo en que había descubierto sus cadáveres sumergidos en el cenote y los había sacado del agua con la ayuda de Mulder. Describió la causa aparente de sus muertes: asesinato por herida de balas, vértebras rotas, y/o ahogamiento. Concluyó que Cait Barron, Christopher Porte, Kelly Rowan y John Forbin habían sido asesinados por miembros de la organización guerrillera Liberación Quintana Roo.

No sabía qué escribir debajo de «Cassandra Rubicon». La joven arqueóloga había sido hallada sana y salva… aunque Scully no comprendía cómo. Aún no tenía ninguna explicación satisfactoria para las dos semanas que Cassandra había permanecido desaparecida. ¿Habría estado vagando por la selva o escondida bajo las ruinas de Xitaclán mientras sus compañeros flotaban sin vida en el pozo de los sacrificios? Scully no podía incluir el discurso de Mulder acerca de una nave extraterrestre enterrada y cámaras de hibernación.

Como nota al margen, garabateó una frase acerca de cómo, tras el desastre de Xitaclán y el fracaso de la operación secreta del ejército de Estados Unidos, el gobierno mejicano había decidido por fin tomar medidas enérgicas contra las actividades insurgentes. Los soldados habían confiscado las armas ilegales que quedaban y arrestado a los guerrilleros supervivientes que se ocultaban en las aldeas cercanas a la selva.

El violento movimiento independentista había sido aniquilado. Su líder nominal, el jefe de policía Carlos Barreio, al parecer seguía en libertad. Mulder tenía su propia teoría sobre lo que le había ocurrido en realidad, y a pesar de los pacientes intentos de Scully por lograrlo, su compañero no había aportado las pruebas suficientes para que ella incluyera sus especulaciones en el informe. No tenían una relación específica con el caso.

En cuanto al arma nuclear táctica que supuestamente había borrado del mapa la fortaleza de Xavier Salida, sus investigaciones no habían descubierto evidencia alguna de que existieran más armas de esa clase en el mercado negro o de que otros ingenios nucleares hubiesen caído en manos de criminales centroamericanos. De todos modos, otras agencias federales, como la CÍA o el Departamento de Estado, deberían proseguir con la investigación.

Bajo el encabezamiento de «Vladimir Rubicon», Scully resumió el modo en que había sido asesinado: Fernando Victorio Aguilar le había dado un fuerte golpe en la cabeza porque el anciano arqueólogo había amenazado con poner a las autoridades al corriente de la situación y pedir ayuda adicional al gobierno mejicano, lo cual habría supuesto una traba para el tráfico ilegal de objetos de artesanía maya que Aguilar llevaba a cabo.

Vacilante, Scully añadió que Aguilar, guía de la expedición y asesino de Rubicon, había sido asesinado por un «animal salvaje» en la selva.

Luego, sin acabar de decidirse, tragó saliva y garabateó con su lápiz antes de levantarse para prepararse una taza de café.

Las monstruosas serpientes emplumadas suponían la parte más complicada de explicar. La presencia de tales criaturas planteaba enormes dificultades a la hora de redactar un informe que sonase racional. No sabía cómo justificar la presencia de semejantes seres, pero los había visto con sus propios ojos. No podía pasar por alto su existencia.

Con anterioridad, Mulder le había descrito las criaturas sobrenaturales con forma de serpiente que había visto bajo la pálida luz de la luna, y Scully había creído que su compañero había sufrido alguna clase de alucinación. Pero ella había contemplado a la bestia enorme y sinuosa de largas escamas irisadas y afilados colmillos curvos.

Finalmente, Scully se armó de valor, se sentó de nuevo ante el escritorio y cogió el lápiz. Sin darle más vueltas, escribió su propia explicación, la mejor que se le ocurrió.

Las serpientes emplumadas debían de ser miembros de una especie desconocida de reptil, quizá al borde de la extinción, que habían sobrevivido desde tiempos inmemoriales y que explicaban las imágenes legendarias que se hallaban en construcciones y objetos mayas. Al recordarlo, Scully se dio cuenta de que Mulder había estado en lo cierto, la imagen de la serpiente emplumada aparecía en tantas inscripciones y estelas que parecía probable que los antiguos mayas hubiesen conocido la existencia de esas criaturas. Mulder incluso había sugerido que las serpientes emplumadas podían ser responsables de los numerosos casos de personas desaparecidas en las proximidades de Xitaclán.

Scully hizo observaciones acerca de la cantidad de nuevas especies que se descubrían cada año en las densas y húmedas selvas centroamericanas. Conjeturó que no era totalmente imposible que un enorme reptil carnívoro, al parecer dotado de gran inteligencia, no hubiese sido visto hasta el momento por las expediciones científicas.

El agente Mulder le había recordado que en las mitologías de todo el mundo existían criaturas parecidas: dragones, basiliscos, dragones acuáticos chinos. Cuanto más pensaba Scully en ello, tanto más posible le parecía que bestias tan extrañas hubiesen existido de verdad.

Con la destrucción de la antigua ciudad de Xitaclán y la nueva e intensa actividad volcánica en el lugar, Mulder no había podido aportar ninguna prueba que corroborase su versión. La presencia de artefactos alienígenas seguía sin confirmar, y no quedaba rastro de su antigua nave espacial. Scully sabía que aunque incluyese en el informe el relato del testimonio ocular de Mulder, no podía hacer nada por corroborarlo.

Tomó un sorbo de café y tras echar un vistazo a sus notas se volvió hacia el ordenador. Tachó algunas líneas garabateadas en la libreta, y a continuación posó los dedos sobre el teclado.

Tendría que suavizar el testimonio. En el informe final Scully sólo podía decir que las anomalías que habían encontrado en Xitaclán permanecían inexplicadas.