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Hospital Jackson Memorial, Miami.
Sábado, 11.17
Tras una larga noche de sueño, Mulder se afeitó, se puso ropa limpia y se dirigió hacia el hospital Jackson Memorial de Miami, donde Cassandra Rubicon había sido ingresada para recuperarse de sus heridas.
Ahora que había regresado a la civilización, la densa espesura de la selva, con sus insectos, escorpiones, serpientes, y la continua y desagradable lluvia, parecía a un abismo de distancia. Sin embargo, sólo habían pasado dos días, y la terrible odisea aún no se había desvanecido en su mente.
Con la ayuda del mapa digitalizado del vehículo militar, él y Scully habían conseguido abrirse camino hacia el este en dirección a una de las carreteras asfaltadas del estado de Quintana Roo. Luego, como un audaz jubilado que condujese un moderno y potente vehículo, Mulder avanzó a gran velocidad por las carreteras aterrorizando a pastores y peatones, indios de cabello oscuro que vestían ropas bordadas con vivos colores.
Luego de encontrar un pequeño botiquín de primeros auxilios, Scully había curado las heridas más graves de Cassandra con la ayuda de calmantes y desinfectantes. Era todo lo que podía hacer hasta que encontrasen un hospital de verdad.
Finalmente, un coche patrulla de la policía mejicana los obligó a detenerse y el agente exigió saber qué hacían allí en un vehículo militar de Estados Unidos, pero Scully pidió con amabilidad que los llevasen al consulado estadounidense más próximo.
Durante el agotador viaje a través de la selva habían encontrado raciones de comida preparada en el compartimiento de provisiones del vehículo, así como botellas de agua. Cassandra fue incapaz de hablar o comer, y parecía tan aturdida a causa de las penalidades que había sufrido que Mulder dudó que consiguiera recordar algo que respaldase su teoría sobre el rescate de la nave espacial extraterrestre, como tampoco esperaba encontrar testigo alguno entre los soldados del comando secreto. Sin embargo, los agentes dieron cuenta de algunas raciones de comida, y para cuando los detuvieron se sentían de nuevo relativamente fuertes y listos para regresar a casa.
Cassandra fue atendida en un centro médico de urgencias en México, mientras Mulder hacía las pertinentes llamadas telefónicas y Scully rellenaba el interminable papeleo. Nada más llegar a Miami, la arqueóloga fue ingresada en el hospital Jackson Memorial para recuperarse y permanecer bajo observación. Se encontraba tan fatigada tras su terrible odisea que consideraba su obligada estancia en el hospital como un alivio más que una carga.
Mientras avanzaba por el vestíbulo, Mulder se preguntaba si Cassandra lo reconocería ahora que se había lavado y cambiado de ropa. Nunca lo había visto con su uniforme de traje y corbata del FBI.
Mulder entró en el ascensor dispuesto a ver a Cassandra. Las pesadas puertas se cerraron frente a él, y al quedarse encerrado y solo en el pequeño cubículo, experimentó una inesperada aprensión al pensar en Carlos Barreio, atrapado en la cámara de salvamento a bordo de una nave que emprendía un largo viaje por los espacios interestelares.
Afortunadamente, el ascensor del hospital no resultaba ni la mitad de amenazador.
Cassandra Rubicon estaba sentada en la cama, con la cabeza vendada como un veterano de la Guerra Civil. Con aspecto entre aburrido y entretenido, miraba en el televisor un programa dedicado al público femenino. El tema de la acalorada discusión era «Mujeres que afirman estar casadas con extraterrestres».
—Vaya, se me olvidó programar el vídeo para grabar esto —dijo Mulder—. No quería perdérmelo.
Cassandra vio al agente de pie en el hueco de la puerta de su habitación y su rostro se iluminó.
—Hay algunas cosas que no echaba de menos en la selva —bromeó la joven. Cogió el mando a distancia y apagó el televisor.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó Mulder, acercándose al lecho.
—Mucho mejor, gracias —respondió Cassandra—. Y tu aspecto también ha mejorado bastante.
Mulder observó la comida intacta y nada apetitosa que había en una bandeja junto a la cabecera.
—Deberías comer, después de todo ya estás acostumbrada a pasar algún que otro mal trago.
Cassandra se esforzó por sonreír. Los aparatosos vendajes cubrían la mayor parte de su cabeza.
—Bueno, la arqueología no está hecha para quejicas, señor Mulder.
—Vaya, ahora me llamas señor Mulder. Te pido por favor que no lo hagas; así era como llamaban a mi padre.
Al oír a Mulder mencionar a su propio padre, el rostro de la joven se ensombreció.
—Debo hacerte una pregunta, Cassandra —dijo el agente con tono más serio—, pues cuanto todo lo que vimos fue destruido sin dejar rastro. ¿Por casualidad tu equipo consiguió sacar clandestinamente notas o fotografías, alguna prueba de lo que había en Xitaclán?
Cassandra sacudió la cabeza y una mueca de dolor deformó su rostro.
—No, no hay nada. Todos mis compañeros encontraron la muerte allí, John, Cait, Christopher y Kelly… todos. Truncaron sus carreras cuando apenas habían comenzado. Mi propio padre fue asesinado por mi culpa… por culpa de Xitaclán. —Tragó saliva y luego miró de nuevo hacia el televisor como si deseara distraerse otra vez con aquel estúpido programa en un desesperado intento por evitar la conversación que estaba manteniendo—. No, Mulder. Todo ha desaparecido, incluidos nuestros informes. Lo único que me queda son mis recuerdos… y tampoco son demasiado nítidos.
El agente permaneció cerca de ella y por un instante volvió la cabeza hacia el televisor apagado, buscando las palabras adecuadas.
Cassandra parecía abstraída, como si intentase encontrar una última reserva de fuerzas en su interior. Cuando habló, Mulder se sorprendió.
—Todavía hay un millar de yacimientos sin excavar en el Yucatán, Mulder. Quizá cuando me recupere organice una nueva expedición. ¿Quién sabe qué más podríamos encontrar?
—¿Quién sabe? —dijo Mulder esbozando una sonrisa.