Capítulo 17
RICHARD llegó a las siete y cuarto. Sus ojos se ensombrecieron al ver el guardapelo y le dio una botella de vino en silencio.
—Gracias —dijo ella—. Y gracias por venir.
A las siete y media exactas llegó Nathaniel Hamilton. Solo. Le llevaba unas orquídeas y unos dulces, y estrechó la mano de su antiguo amigo.
—Bienvenido a casa —le dijo a Richard—. Bienvenido.
Mia sirvió tres copas de vino. Todo estaba preparado. Pero faltaba una persona, Ethan.
Esperaron quince minutos más por si se presentaba a última hora, llenando los silencios con conversaciones intrascendentes y comentarios dolosos de Richard o Nathaniel sobre las obras del Cornwallis.
—Lo de llegar tarde es impropio de Ethan —dijo su padre.
Mia miró el reloj por enésima vez.
—No estaba seguro de poder llegar a tiempo. Pero quizás llegue... ¿Tenéis hambre?
Esperaron otros quince minutos y Mia se decidió servir la comida que había preparado bajo la dirección de Ayah. Llevó tantos platos y recipientes a la mesa que la llenó por completo y su padre sonrió por tercera vez.
—Ayah y yo estuvimos cocinando un poco esta tarde —explicó ella—. Pero sentaos, por favor. Poneos cómodos y comed.
Mia se había olvidado de la música, pero puso algo tranquilo y agradable. No dejaba de pensar en Ethan, y Nathaniel se dio cuenta.
—Llama por teléfono —dijo—. O mejor aún, lo llamaré yo.
—No, no, no hace falta, en serio.
Mia se sentó e intentó ser una buena anfitriona. Bromeó con su padre porque se comió casi todo el curry de Ayah e hizo preguntas a Nathaniel sobre los cambios de Penang en los veinte años pasados. Pretendía que los dos hombres establecieran una conversación por su cuenta, por mucho que les costara al principio. Y lo intentaron. Pero los silencios se hicieron más largos y Mia ya no sabía qué decir.
Al cabo de un rato, Richard le echó una mano.
—He oído que el grupo Hamilton se ha extendido a la China continental y que tenéis mucho éxito...
—Bueno, el primer intento fue un desastre —confesó Nathaniel—. Pero Ethan siguió con ello y al final se salió con la suya. Ese chico puede ser realmente obstinado cuando quiere algo. Es un cabezota.
Richard se sirvió un poco más de curry y le ofreció a su hija.
—¿Quieres?
—No, gracias.
—¿Y tú, Nathaniel?
—Sí, por favor. No había probado un curry tan bueno en veinticuatro años. Recuerdo cuando...
Nathaniel no terminó la frase. Su mirada se cruzó con la de Richard y los dos hombres volvieron al silencio anterior.
Ella estaba tan desesperada que pensó que había cometido un error grave al juntar en la misma mesa a los dos hombres.
Pero una vez más, Richard salió en su ayuda.
—Sí, yo también lo recuerdo —dijo—. Y tampoco he tomado uno mejor en todo este tiempo. Hay que reconocer que Ayah es una cocinera maravillosa.
Después de aquello, empezaron a contar historias de su infancia en Penang. Eran tan divertidas que la hicieron reír hasta que se le saltaron las lágrimas, y los vasos se vino se rellenaban una y otra vez. Nadie se acordaba de que había una silla vacía.
Cuando terminaron de cenar, salieron a la terraza a tomar el postre y a contemplar las vistas de la ciudad.
—Quiero hacer un brindis —dijo ella—. Por la familia.
—Por la familia —dijeron los hombres al unísono.
Mia lamentó la ausencia de Ethan. Le habría gustado que estuviera allí. Él y su maravilloso e inalcanzable corazón.
Ethan encontró a Nathaniel en el jardín, azada en mano y quitando las malas hierbas. A poca distancia se alzaba un banano que acababa de plantar.
El toldo del jardín protegía las plantas del intenso sol del trópico y creaba un ambiente perfecto para todo tipo de plantas, incluidas algunas que no eran propias de la zona.
—¿Estás seguro de que eso es una mala hierba?
—Lo parece y está estropeando el resto de las plantas, luego debe de serlo —dijo su padre.
Nathaniel dejó la azada y lo miró con una expresión no precisamente hospitalaria.
—Anoche te estuvimos esperando —añadió.
—Le dije a Mia que seguramente no llegaría a tiempo.
—Y ella nos lo dijo, pero te esperamos de todas formas. ¿Dónde te habías metido? ¿Qué era más importante que honrar a tu familia?
Ethan estuvo a punto de contestar que proteger su corazón y alejarse de una mujer de ojos grises y sonrisa cálida. Pero se limitó a pasarse una mano por el pelo.
—¿Cómo fue? —preguntó.
—Si hubieras estado, no tendrías que preguntarlo.
—Tuve que ir a Malacca. A buscar unas maderas para la casa de la playa —explicó—. Y como se me hizo tarde, me quedé a pasar la noche.
—Ya.
—¿Salió bien? —insistió.
—Sólo puedo decirte que anoche vi a una chica a quien le has partido el corazón. Vi su dolor y sus esfuerzos por mantener la compostura mientras Richard y yo intentábamos animarla —dijo—. Hicimos lo que hacen dos viejos cuando se enfrentan a algo que no pueden arreglar. Hablamos de negocios, contamos historias, redescubrimos nuestros intereses comunes e intentamos borrar la tristeza de sus ojos. Y funcionó... durante un rato. Lily se habría enorgullecido de nosotros. Pero no de ti.
Ethan calló.
—Me prometí que no intervendría en este asunto, que los problemas que tengáis son sólo vuestros. Pero la amas, Ethan. Lo noto en tus ojos y lo oigo en tu voz cuando hablas de ella. Y Mia te ama a su vez. Os he visto juntos y he visto el lazo que os une, ese regalo maravilloso de encontrar tu media naranja. ¿Sabes lo difícil que es eso? ¿Eres consciente de la suerte que tienes?
Ethan siguió sin decir nada.
—Comprendo que Arianne te hizo daño, pero ni era la mujer adecuada para ti ni tú el hombre apropiado para ella. No todos los amores terminan en odio y culpabilidad. Es una pena que muriera, para ella y para ti. Porque si siguiera viva, quizás habrías podido liberarte de su fantasma.
—Está muerta y yo soy libre.
—¿Es que crees que no te persigue desde su tumba? ¿Qué no emponzoña todas tus relaciones? ¿Qué no envenena lo que tienes con Mia?
—Nunca le prometí nada a Mia.
—¿Por qué no? —preguntó su padre—. ¿Por qué diablos no le has prometido nada?
Cuando Ethan se deprimía, se deprimía a fondo. Estaba sentado a la mesa de su despacho en el Hamilton, con un bolígrafo en la mano y un montón de papeles delante de él, esperando a que alguien entrara por la puerta y le diera ocasión de pegarle un grito y sacar su ira. Pero no entró nadie.
Oyó que Cassie, su secretaria de dirección, daba instrucciones a la plantilla para que se pusieran en contacto con ella si surgía algún problema. Aquel día, ella era la directora de la empresa. Nadie hablaría con él a no ser que se tratara de un asunto de vida o muerte.
Ethan pensó que Cassie era una joya y que debía subirle el suelo.
—Eh, Cassie, ¿Ethan está en su despacho?
Reconoció la voz enseguida. Era Mia.
—Sí, está dentro, pero de un humor de perros. No deberías pasar.
—Descuida, somos de la misma familia. Me encargaré de convertir su malhumor en un berrinche en toda regla. Quédate por aquí. Será divertido.
La puerta del despacho se abrió.
—Mia quiere verte —dijo Cassie con cierto nerviosismo.
—Está bien. Anda, ve a tomarte un café y descansa un poco.
—Bueno, yo estaba pensando en tomar un barco y hacer un viajecito al continente.
—Excelente idea —dijo Mia—. Llévate la tarjeta de la empresa, quédate fuera el fin de semana y diviértete. Gasta lo que te apetezca. Ah, y no te molestes en comprar nada que cueste menos de mil dólares.
—Te doy media hora —dijo Ethan.
—¿Tienes algún trabajo para mí en el Cornwallis? —preguntó Cassie.
—Llámame mañana.
Mia cerró la puerta.
—Pirata... —murmuró él.
—He aprendido del mejor.
Mia evitó la silla vacía y se acercó a Ethan. Llevaba una falda corta y ajustada que dejaba ver todas sus piernas y una sonrisa tan impresionante que cualquier hombre sensato habría salido corriendo.
—Creo que tienes algo mío.
—Pues estamos igualados, porque dentro de poco te vas a llevar a una de mis mejores empleadas.
Ella se inclinó y lo besó suavemente en los labios.
Después, se apartó y suspiró.
—Sí, todavía lo tienes...
—¿Te refieres a tu interés por mí? Supongo que ahora te preocupa porque ya has conseguido todo lo que querías. Has reformado el hotel, te has reconciliado con el pasado y hasta has encontrado una familia —dijo él, recostándose en el asiento de cuero—. Ahora tendrás que hacer una lista nueva.
—No, no me refiero a mi interés por ti, sino a mi corazón.
—Bueno, puedes llevártelo cuando quieras.
—Ya estás otra vez con tus tonterías. Sin embargo, no me lo quiero llevar. Sólo he venido a decirte que lo tienes tú. Por si había alguna duda.
Ethan decidió que lo mejor que podía hacer era guardar silencio. Mia tenía ganas de pelea y no se la iba a dar.
Ella se acercó un poco más y su falda se subió un par de centímetros.
—Siento que tu esposa te hiciera daño y siento que no puedas perdonarla. Pero si crees que soy como ella, te equivocas. Nunca te traicionaría como Arianne. Me quedaría contigo, estaría a tu lado hasta el fin de mis días... y si no te das cuenta es que eres un perfecto idiota. Soy una mujer leal, trabajadora, sincera, rica, independiente, razonablemente atractiva y total e irreversiblemente enamorada de ti.
Mia inclinó la cabeza y siguió hablando.
—Además, te vuelvo loco en la cama. Y por suerte para mí, tú también me vuelves loca. Así que esto es lo que te ofrezco, Ethan: amor. Un amor verdadero y lo suficientemente fuerte como para iniciar juntos una nueva vida. Tómalo o déjalo.
Mia se alejó de la mesa y caminó hacia la puerta con aire seductor y decidido.
—Es un buen trato, Ethan. Uno que debería interesar tanto al hombre de negocios que llevas dentro como al pirata. Si yo estuviera en tu lugar, lo aceptaría.