Capítulo 4
PARA ser un hermano que no quería, Ethan no estaba mal. Habían regresado a la mesa y estaban calculando el coste de las reformas. Ella se concentró totalmente en el trabajo y él le fue de gran ayuda con sus opiniones.
—Las obras estructurales primero, incluyendo la instalación eléctrica y la fontanería —dijo Mia—. ¿Las paredes son sólidas? ¿Por eso están las cañerías y los cables por fuera?
—Depende. Unas son más sólidas y otras, menos. Pero si quieres ocultar las cañerías y los cables, no habrá más remedio que hacer rozas.
—De todas formas habría que arreglarlos. Están en muy mal estado... Míralos. Seguro que ocultarlos costaría poco más. Incluso es posible que cueste menos.
—Cueste lo que cueste, será una fortuna. Es evidente.
—Ya veo que el optimismo no es una de tus virtudes —afirmó ella—. Pero no importa; yo tengo suficiente para los dos.
—Oh, oh...
—Estoy deseando ver esos mármoles con brillo...
Ethan sonrió, sus rasgos se relajaron y en ese mismo instante desapareció la posibilidad de mantener una relación puramente amistosa con él. Aquella sonrisa era tan letal que Mia estuvo segura de que el corazón se le había detenido.
—¿Cerrarás el hotel mientras se llevan a cabo las reformas?
Mia asintió y se recordó que estaban allí por negocios. Sólo por negocios.
—Esto no se puede hacer deprisa —respondió.
—En tal caso hará falta un director de proyecto.
—Lo sé. ¿Qué te parece mejor? ¿Un arquitecto? ¿O un simple contratista?
—¿En qué tipo de cambios estructurales estás pensando?
—No lo sabré hasta que no conozca el edificio a fondo. Pero lo que he visto hasta ahora me gusta mucho. Los espacios son soberbios.
—Entonces, un contratista. Uno especializado en restauración de edificios antiguos. Mañana traeré una lista. Ya hemos trabajado con algunos en el pasado.
—Este negocio entre hermanos empieza a gustarme...
Mia dijo eso porque no podía decir la verdad. Los pensamientos que albergaba no eran precisamente fraternales.
—¿Qué te hace pensar que puedes dirigir el hotel Cornwallis? ¿Tienes experiencia en hostelería? —preguntó.
—Tengo un título de Empresariales. Creo que no me vendrá mal.
—Teóricamente, no.
—He sido jefa de proyectos de mi padre durante los tres años pasados.
—Eso te será más útil.
—Más de lo que imaginas —murmuró.
—¿En qué parte del negocio de tu padre trabajas exactamente?
—En todo.
—Comprendo. Estás aprendiendo para dirigir la corporación Fletcher.
—Tal vez, pero no necesariamente. Por lo menos, no a corto plazo —confesó con un suspiro—. Y no es porque no conozca el negocio. Lo conozco de sobra.
—No lo dudo —murmuró, haciendo un gesto hacia los documentos.
—Por desgracia, todavía no soy suficientemente desalmada. Por lo visto, la falta de escrúpulos llega con la edad.
—¿Y te apetece que llegue ese momento?
—Sí, claro —respondió con ironía.
—¿Qué harás con la plantilla mientras reforman el hotel?
—Tengo intención de pedir a Rajah y a Ayah que participen en el proceso. Sus experiencias son muy importantes para mí, porque pretendo incorporar le pasado del hotel en el nuevo diseño. En cuanto a los demás, podrán trabajan las mismas horas que ahora. O incluso más, si quieren.
—Es verdad —afirmó, sonriendo—. No eres ninguna desalmada.
—Gracias por tu voto de confianza... quiero empezar con la elección y limpieza de todos los objetos que vamos a mantener. Los marcos de los cuadros, los elementos decorativos, los bronces, la lámpara de araña...
—Querrás decir las lámparas de araña —puntualizó—. Hay otra grande en la sala de baile. Y varias docenas de lámparas más pequeñas.
—¿Tengo una sala de baile? —preguntó, levantándose de la silla—. ¿Con una lámpara de araña del tamaño de un helicóptero?
—No irás a por la botella de whisky, ¿verdad?
—No, por supuesto que no —respondió, pensando que adoraba aquel hotel—. Voy a la sala de baile.
La sala le encantó. Se detuvo junto a la entrada, con una sonrisa que a ella misma le pareció de bobalicona, y admiró la elegancia del lugar. Las paredes estaban decoradas con las lámparas pequeñas que Ethan había mencionado, pero no podían competir con la gigantesca obra de arte, compuesta por miles de cristales en cascada que colgaba del techo. Bajo el polvo del suelo había un entarimado precioso, casi del tamaño de un campo de fútbol, en varios tonos de marrón. Mia se inclinó y comprobó la textura diferente de las distintas maderas.
—No es la misma madera con barnices distintos, ¿verdad?
—No, ni mucho menos. Hay palisandro, roble, ébano y haya.
—Vaya... ¿Y a dónde dan las puertas del fondo?
—Al camino de los elefantes.
Mia lo miró de soslayo.
—Estoy hablando en serio —dijo él.
—¿Y después?
—Al mar.
Mia lo creyó, pero tenía que verlo personalmente.
Caminó hacia las puertas y las abrió. Daba a una terraza pequeña de la que salía un sendero estrecho que corría paralelo al edificio y desaparecía tras una esquina.
—¿La gente venía en elefante a los bailes?
—No, aunque sospecho que lo habrían hecho si hubieran querido. Los cuidadores utilizaban ese sendero par llevar los elefantes desde la playa al hotel, y los lavaban después en la terraza. Pídele a Rajah que te enseñe fotografías de aquella época. En algunas aparecen los cuidadores frotándolos con cepillos.
Mia sonrió e imaginó paredes llenas de fotografías que servirían para explicar la historia del hotel a los clientes. Podían construir un paso elevado para que la gente viera el sendero desde arriba, añadir una escalera para que pudieran bajar y ver más fotos y poner un jardín tropical en todo el recorrido hasta la playa.
—Necesitaré un diseñador de exteriores.
—Te traeré una lista.
—¿Tenemos jardinero?
—Tienes a Rajah. Se encarga de regar las plantas de la parte delantera.
Mia pensó que también necesitarían un jardinero y se giró hacia Ethan para comentárselo, pero en ese momento le dedicó una sonrisa tan divertida como desenfadada y las palabras se ahogaron en sus labios.
El humor estaba bien. Pero en ella se estaba convirtiendo en una emoción mucho más intensa y primaria.
—Yo... esto...
Había olvidado lo que iba a decir. Sólo sentía calor y necesidad. La irresistible necesidad de tocarlo.
—Si quieres, también podemos buscar jardineros —dijo él, siguiendo con el hilo de la conversación—. Sólo tienes que pedirlo.
—Claro...
Mia intentó concentrarse en el trabajo, pero su cuerpo la traicionaba. Se inclinó hacia él como empujada por un viento inexistente y él extendió una mano para equilibrarla, pero se detuvo en el último momento y no la tocó.
—¿Has comido algo? —preguntó.
—No.
—Tienes que comer. No volveré a ofrecerte un whisky sin estar seguro de que has comido antes —declaró.
Ethan la llevó de nuevo a la sala de baile y cerró las puertas. Sus pasos resonaron en el entarimado cuando cruzaron la estancia hasta las puertas del extremo contrario, cuyos pomos de latón alcanzaron al mismo tiempo. Entre los dos pomos había sitio de sobra para otra persona; y sin embargo, sus manos se tocaron.
El sobresalto fue mucho más fuerte esta vez. Tanto, que Mia maldijo y apartó la mano.
—Permíteme —dijo Ethan, tenso.
—Gracias.
Necesitaba salir de aquel lugar.