Capítulo 10

CUANDO se marchó, Ethan se maldijo. Desde el momento en que se presentó en su vida y lo miró a los ojos, supo que tenía el poder de cautivarlo. Y no le gustaba. Habría dado cualquier cosa con tal de no desearla.

Pero no podía hacer nada.

Mia lo había atrapado. Daba igual que fueran de compras, que hablaran de negocios o que discutieran sobre los motivos de sus padres; la deseaba cuando estaba a su lado y la deseaba cuando estaba lejos de él. La deseaba despierto y la deseaba dormido.

Quería rendirse a ella, entregarle su alma, dejarse llevar.

Pero no se rendiría.

Ya no habría más caricias ni más besos. Tenía que dejar de pensar en Mia Fletcher. Debía expulsarla de sus sueños.

Porque si no lo hacía, sus defensas se derrumbarían inevitablemente. Y entonces, los dos se quemarían.

La suficiencia que sentía por haber torturado a Ethan y haberlo dejado solo no le duró demasiado tiempo. Cuando llegó a la suite, Mia se puso a trabajar con el problema económico. Pero las perspectivas eran malas. Aunque pidiera un préstamo contra el hotel y utilizara sus pisos en Brisbane como garantía, no estaba segura de que el banco le concediera el dinero necesario.

El Cornwallis perdía dinero desde hacía mucho tiempo y nada indicaba que no siguiera perdiéndolo cuando terminaran las obras. Además, Mia no conocía bien ese negocio y se sentía insegura.

Estudió las distintas posibilidades durante cuatro horas, hasta que se decidió por la opción más atractiva.

El panorama seguía siendo complicado, pero al menos había logrado algo importante: pasar cuatro horas sin pensar Ethan ni preguntarse por lo que habían hecho y por lo que no habían hecho.

Toda una victoria. Aunque fuera pírrica.

Al lunes siguiente, se puso en contacto con su banquero australiano y obtuvo una respuesta antes del mediodía: No. El banco prefería hacer negocios con Fletcher Corporation antes que hacerlos con ella.

Lejos de rendirse, Mia habló con varios bancos más.

Le dieron todo tipo de explicaciones, pero con idéntica respuesta.

No.

El miércoles por la mañana se reunió con el jefe del departamento de inversiones de unos de los principales bancos de Penang. No rechazó la petición. Ni la aceptó. Le indicó muy educadamente que concederían el préstamo si alguien la fiaba o si podía presentar una fuente de ingresos constante que no tuviera nada que ver con el hotel.

En caso contrario, no estaban dispuestos a asumir el riesgo.

Desesperada, Mia llamó a su padre.

—Hola, Mia —dijo él con cautela.

—Voy a abrir el Cornwallis a otros inversores —le informó—. Sólo quería que lo supieras.

Su padre no dijo nada.

—Si quieres invertir, te ofrezco el cuarenta y cinco por ciento de las acciones. Puedo enviarte los datos necesarios en menos de una hora.

—Estás malgastando el dinero —gruñó—. No lo recuperarás. No conseguirás que el hotel dé beneficios... el precio de su mantenimiento es desorbitado. Siempre lo ha sido y siempre lo será por muchas obras que se hagan.

—Si el hotel consigue una clientela de gran poder adquisitivo, los costes de mantenimiento no tendrán importancia. Sé que los resultados económicos son importantes para ti. El punto de partida no es el mejor y se necesita una fuerte inversión inicial, pero a largo plazo hay buenas perspectivas —explicó mientras caminaba de un lado para otro—. Es una inversión con futuro.

—Déjalo, Mia. Vuelve a casa.

A Mia le temblaban las manos. De hecho, le temblaba todo el cuerpo. Pero mantuvo su resolución.

—Papá, no estoy segura de querer volver a casa. Al menos, no de forma permanente... te echo de menos. Te extraño muchísimo. Pero no echo de menos el negocio. Por primera vez en mi vida, hay algo que me interesa más —le confesó—. Me gusta vivir aquí. Me gusta esta ciudad, me gustan sus gentes y adoro el hotel. Y creo que cuando terminemos las obras y abramos a los clientes, me quedaré y lo dirigiré una temporada. Puedes venir cuando quieras. Eres mi padre y siempre serás bienvenido. Sin embargo, no puedo renunciar a este sitio como lo hiciste tú.

Mia se detuvo un instante para recobrar el aliento.

—Tenías razón. Aunque vendiera todas mis propiedades, no tendría suficiente para pagar las obras. Los bancos no quieren prestarme dinero, así que necesito inversores. Y te lo ofrezco a ti antes que a nadie. Si no me has dado una respuesta antes de esta noche, daré por sentado que no te interesa.

—Cometes un error, Mia. Sólo quiero protegerte.

—Pues no lo hagas.

Mia colgó el teléfono.

Ethan encontró a Mia en una mesa para dos del restaurante del Hamilton, sentada ante una jarra de agua y un surtido de frutas. No la había visto en varios días y no sabía si intentaba evitarlo o si había estado ocupada con su incesante búsqueda de financiación. Pero había llegado el momento de averiguarlo.

Parecía abatida y melancólica, pero estaba muy sexy y le ofreció una sonrisa cuando lo vio.

—¿Te importa que me siente contigo?

—Estaba tomando algo antes de cenar —explicó ella—. Adelante, sírvete.

Ethan se sentó y miró la fruta.

—¿Qué tal va el asunto del dinero?

—Bueno... —dijo lentamente—, estoy barajando las distintas opciones. Los bancos no han mostrado ningún entusiasmo con lo de prestarme dinero y mi inversor preferido ha rechazado la oferta, pero lo comprendo; siempre ha sido muy conservador. No dudo que habrá otros inversores interesados.

Ethan sintió una punzada de angustia.

—Se lo has pedido a tu padre, ¿verdad?

Ella asintió.

—Sí.

—Y se ha negado.

Mia volvió a asentir.

—Ya te dije que no afrontaras varios problemas al mismo tiempo. Maldita sea, Mia... ¿por qué has permitido que te deprima?

—Porque es mi padre y le quiero —admitió—. Y no me sueltes discursos, Ethan. No soy una víctima de las circunstancias. Sé lo que estoy haciendo.

Ethan le rellenó el vaso con agua y se sirvió uno. No le apetecía. Sólo lo hizo para ganar tiempo y atacarla por los flancos.

—Así que necesitas inversores.

Mia alcanzó el vaso y echó un trago.

—Estoy dispuesta a ofrecer un cuarenta y cinco por ciento de las acciones. Eso debería bastar para cubrir las obras y los costes de funcionamiento durante los doce primeros meses. Mañana enviaré la oferta a varios inversores de Australia y Penang.

—No será necesario. Ya tienes un inversor. Yo.

—No —dijo con énfasis.

—Formaríamos un buen equipo. Estoy seguro.

—No se trata de eso.

—Sabes que tenemos una visión muy parecida de lo que se debe hacer con el hotel —insistió—. Lo sabes de sobra.

—Tampoco es por eso.

—Pues si es por el dinero, mi situación económica es muy sólida —declaró con ironía.

Ella sonrió.

—No, no tiene nada que ver con el dinero.

Ya sólo quedaba una opción. La atracción sexual que los unía y que hacía que quisiera devorarla cada vez que se encontraban.

—No vamos a mezclar los negocios con el placer —dijo Ethan—. Piensa en la otra noche, por ejemplo. Nos sentimos más que atraídos, es verdad, pero... ¿seguimos hasta el final? No. Tomamos una decisión racional y nos contuvimos.

—Habla por ti —murmuró—. Cuando nos tocamos, yo nunca quiero parar.

Ethan se recostó en la silla. Cierta parte de su cuerpo se estaba despertando y empezaba a prestar atención a la conversación.

Eso era lo último que necesitaba.

—Es una buena solución, Mia, una solución práctica.

—No, no lo es. Trabajar contigo en calidad de director de proyecto es una buena solución y ha sido sorprendentemente fácil porque... es algo temporal —dijo, mirándolo a los ojos—. Ser socios sería algo permanente. Casi tanto como el deseo que me corroe por dentro.

Ethan la miró e intentó encontrar un argumento para llevarle la contraria. Pero en ese punto tenía razón. Lo cual no impedía que el problema financiero siguiera presente.

—¿Y si te demuestro que podemos controlar nuestro deseo? ¿Aceptarías entonces mi ayuda? —preguntó.

—¿Cómo?

Ethan todavía no tenía una respuesta. Lo estaba pensando.

—Salgamos juntos.

Los ojos de Mia brillaron con humor.

—Una idea excelente, desde luego —se burló—. Sería de gran ayuda...

—Escúchame un momento. Salgamos hoy mismo, esta noche. Y me juego la oportunidad de adquirir el cuarenta y cinco por ciento del Cornwallis a que no pasa nada entre nosotros.

—Define eso de que no pase nada.

—Sólo podemos tocarnos en plan amistoso. Por ejemplo, puedo ponerte la mano en la espalda para invitarte a entrar a un sitio. Es un gesto normal y corriente.

—Me parece bien. Es muy caballeroso de tu parte —dijo—. ¿Y los besos?

—Con moderación. Un par de besos en las mejillas, después de una velada, no significan nada especial.

—Lo recordaré. ¿Y hacer el amor?

—Eso está fuera de lugar. Si acabamos en la cama, ganas tú.

—Desde luego que ganaría —murmuró.

Ethan la miró con severidad.

—Eso no va ocurrir, Mia.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Me gusta la confianza en un hombre —dijo con una sonrisa irónica—. Y acepto la apuesta... ¿Cuándo empezamos?

—Ahora mismo. Con una cena.

—¿Aquí? ¿Aquí mismo? —preguntó, antes de soltar un suspiro—. Ya veo que no estabas pensando en una cena romántica...

—¿Mi restaurante no te parece romántico?

—Bueno, las velas están bien y ciertamente me gusta la decoración —respondió, mirando a su alrededor—. Pero no se puede decir que sea el lugar más romántico del mundo. Hay gente por todas partes, para empezar. Y mira el aspecto que tenemos... Parece que vamos a una reunión de negocios.

—¿Ves? Ya estás enfadada conmigo. Ya te he dicho que mi plan funcionaría. Comeremos en el restaurante y hasta me aseguraré de que te carguen la cena en la factura del hotel.

—Te recuerdo que la suite corre de tu cuenta. Y eso parece incluir el resto de los gastos, algo que te olvidaste de mencionar... Hace unos días quise pagar una factura y la mujer de administración me dijo que no era necesario.

—Oh, vaya, ¿no te lo había dicho? Bueno, si insistes en pagar las comidas, supongo que te lo podría permitir —bromeó—. Pero dado que te molesta tanto, creo que dejaré las cosas como están.

—Idiota...

—Por cierto, estoy de acuerdo con lo de la ropa. No estamos vestidos para la ocasión. Deberías ponerte un vestido, si es que tienes alguno.

Mia contempló sus pantalones y su top y sonrió.

—Sí, creo que tengo algo por ahí. Hasta podría encontrar unos zapatos de tacón alto. ¿Te gustan los zapatos de tacón alto, Ethan?

Ethan se encogió de hombros como si verdaderamente le diera igual.

—No tengo preferencias con esas cosas —mintió—. ¿Dónde quieres que vayamos después? ¿A un bar? ¿A ver carreras de trishaws? ¿A una pelea le gallos?

—A bailar —respondió, arqueando una ceja.

Ethan sonrió.

—Conozco un sitio perfecto que no está muy lejos de aquí. Sólo a cinco o diez kilómetros. Podríamos ir andando... tiene una pista de baile magnífica. Te encantará.

La sonrisa de Mia fue definitivamente diabólica.

—Oh, yo estaba pensando en un lugar más cercano. Porque resulta que tengo una sala de baile.