Capítulo 13

ETHAN encontró a su padre en el jardín, sentado bajo un sauce llorón, en un banco. En el estanque nadaban los peces y las libélulas silbaban a su alrededor. Recordó que de niño iba a aquel lugar para cazar ranas y jugar con los caracoles y con las lagartijas. Pero manteniéndose lejos de los ciempiés venenosos y de las serpientes.

—Ella venía a este lugar todos los días —comento Nathaniel a modo de saludo—. Conocía hasta la última rama y hoja del árbol. Decía que se parecía a su vida... ¿ves ese nudo de arriba? En su opinión, simbolizaba el momento en que ella nos conoció. ¿Y aquella rama más pequeña? Era Mia...

Ethan no dijo nada. Nunca sabía qué decir cuando su padre hablaba de Lily.

Al cabo de unos segundos, Nathaniel preguntó:

—¿Has hablado con los inversores?

Ethan asintió.

—La E.N. Corporation ha adquirido el treinta por ciento del hotel Cornwallis. Transferí el dinero ayer, pero no pude hacerme con el quince por ciento restante. Por lo visto se lo ha quedado un inversor australiano. Me temo que llegué tarde para impedirlo... lo hicieron a través de una empresa muy parecida a la nuestra, que curiosamente se quedó con el paquete cinco minutos después de que la oferta llegara a su agente de Bolsa.

—Comprendo.

—Tengo una sospecha al respecto.

—Ya me la imagino. Yo he pensado lo mismo. Ha sido Richard.

Ethan miró la rama que simbolizaba la vida de Mia.

—Bueno, dudo que eso sea un problema. Richard rechazó el cuarenta y cinco por ciento que le ofreció Mia y sólo ha podido quedarse con un quince por ciento... me juego lo que quieras a que ella no sabe nada. No quiere que su hija lo sepa. Y nosotros tampoco queremos que esté al tanto de nuestra intervención. Bien pensado, seremos los socios más silenciosos de la historia.

Su padre lo miró con curiosidad.

—Todavía no entiendo por qué rechazó tu oferta. Estáis trabajando juntos y por lo que me has dicho, las cosas van bien. Además, eres de la familia y adoras ese viejo hotel... aceptar tu oferta habría sido lo más lógico.

—Bueno, es algo complicado.

—Pues intenta explicarlo —dijo su padre con ironía.

Ethan suspiró. Acababa de gastar más de seis millones de dólares de la empresa en adquirir un paquete de acciones a través de intermediarios, con todos los costes añadidos que eso suponía, en lugar de adquirírselos directamente a su propietaria. Sin duda alguna, le debía una explicación.

—Mia quiere ser libre para... alejarse de mí. Y pensaba que no podría hacerlo si éramos socios.

—Ya. ¿Y qué es lo que quieres tú?

—Lo que ella quiera.

Su padre sonrió.

—Veo que te ha llegado al corazón...

—Preferiría no hablar de eso —dijo, tenso—. ¿Qué rama es la mía?

Su padre soltó una carcajada y señaló una rama mientras Ethan lo miraba con asombro. Era la primera vez que reía desde la muerte de Lily.

—Aquélla. La que roza la rama de Mia.

El trabajo en el Cornwallis iba muy adelantado. Ethan nunca había visto a unos trabajadores tan rápidos. Parte de su eficacia se debía a que ellos también estaban encantados con las mejora; del viejo edificio, que parecía revivir después de años de oscuridad y abandono; pero el resto era por el entusiasmo de Mia y por su facilidad para crear un ambiente de equipo, casi familiar.

Tal vez no tuviera experiencia en hostelería ni en restauración de edificios, pero sus habilidades personales y su forma de dirigir a la plantilla habrían despertado la envidia de los mejores ejecutivos del mundo.

Las discusiones ocasionales terminaban con bromas, y las diferencias, en colaboración.

Incluso había pegado varios recortes de prensa sobre Yuen Chin en el tablero, además de una invitación a la fiesta que iban a dar en su honor, y con ello había convertido un problema grave en una celebración que todos esperaban con alegría.

Si seguían así, las obras habrían terminado en el decimocuarto día del séptimo mes lunar.

En determinado momento de la mañana, Mia apareció en su despacho, lo libró de la montaña de papeleo y lo llevó al spa del hotel.

—¿Y bien? ¿Qué te parece?

Ethan miró a su alrededor y no encontró motivo de queja por ninguna parte.

El equipamiento era perfecto, y el gran trabajo de los albañiles merecía hasta el último centavo que habían pagado por él. Además, los distintos tonos de blanco de las paredes y los elementos de mármol le daban un ambiente elegante y acogedor.

—También han terminado con los cuartos de baño...

Minutos después estaban en uno de ellos. Los habían pintado con tonos parecidos a los del spa, aunque dejando algunos detalles viejos por indicación de Mia: un marco renacentista en el espejo, un grifo de plata con forma de elefante y hasta una palangana de bronce que parecía un dragón dormido.

Y quedaba muy bien. No sabía por qué, pero quedaba bien.

Los pintores habían terminado de pintar el ala norte y ya estaban en la sur. Las paredes de color verde pálido lograban que las estancias parecieran más espaciosas, acentuaban la calidez de los objetos de madera y resaltaban el efecto de los mármoles.

Ethan pensó que Mia tenía un gusto excelente. Ahora sólo necesitaba un decorador para que se encargara de los interiores. Ya habían entrevistado a media docena, pero todavía no había encontrado a nadie que la convenciera.

—Ahora necesitamos un decorador.

—Ya, pero no hay ninguno que me guste.

Ethan suspiró con pesadez.

—Estás un poco quisquillosa con eso, ¿eh?

—Sí, ¿y qué?

En ese momento oyeron que alguien carraspeaba. Era Rajah. Los miraba con la cara de educación que reservaba a los inspectores del ayuntamiento y a los representantes oficiales.

—Señorita Mia, señor Ethan... Madame Sari ha enviado a una persona para que tome las medidas de los balcones.

Ethan miró a Mia.

—Es para las cortinas —explicó ella—. Puesto que no tenemos decorador, decidí empezar sin él...

—Eso es peligroso —murmuró.

—Pero muy divertido —dijo, sonriendo.

El hombre corpulento y de mediana edad que apareció junto a Rajah se presentó de un modo muy formal, como queriendo demostrar que daba gran importancia a su trabajo.

—Sanjay Ghosh a su servicio. Si no es mucha molestia, ¿les importaría enseñarme los balcones que debo medir?

Sanjay hizo una pequeña reverencia y Mia contestó.

—A decir verdad, hay que medirlos todos. Pero puede empezar con los de esta sala. Gracias, Rajah...

Rajah desapareció y Ethan consideró la posibilidad de marcharse con él, pero la curiosidad le pudo y se quedó.

—Soy el segundo yerno preferido de Madame Sari —explicó Sanjay mientras tomaba las medidas de un balcón—. Pero si me permiten una opinión, no entiendo que quieran cortinas para estos balcones cuando unas persianas de madera quedarían maravillosamente bien, evitarían el calor y los ruidos de la calle y remarcarían los colores de los suelos. Si es necesario, unas cortinas de gasa podrían servir, pero cortinas tradicionales... no, no lo creo.

—¿Madame Sari también vende persianas? —preguntó ella.

—Lamentablemente, no. Habría que adquirirlas en otra parte.

—Y supongo que no conocerá a nadie que nos pueda hacer una buena oferta —intervino Ethan con cierta ironía.

—Ahora mismo no se me ocurre quién, pero pregúntemelo mañana. Para entonces, sospecho que me habré ganado una buena reprimenda de Madame Sari y que habré pasado a gozar del dudoso placer de convertirme en su tercer yerno preferido —dijo el hombre—. Es una suerte que su cuarto yerno sea un ladrón, un mentiroso y un estafador que ocupa el último puesto con carácter permanente. La verdad es que le tengo gran aprecio.

—Yo también lo apreciaría —dijo Ethan.

—¿Qué te parece la idea de poner persianas en lugar de cortinas? —preguntó Mia.

Ethan se encogió de hombros.

—Primero tendrías que ver el presupuesto.

—Apruebo su elección con las camas —dijo Sanjay, mirando la cama antigua que Mia había salvado de la quema.

Los muebles del solario también se ganaron su aprobación, así como la preciosa mesita de café. Pero las sillas a juego no le gustaron tanto, lo cual no era extraño teniendo en cuenta que estaban en malas condiciones.

—Puedo ofrecerles ropa de cama, colchas y hasta tapicerías que quedarían extraordinariamente bien en esta habitación —les anunció.

—Excelente. En tal caso, puede empezar con eso y con gasa para los balcones. Por cierto... ¿sabe algo de diseño de interiores, señor Sanjay? —preguntó Mia.

—Bastante. Es una pasión que tengo desde niño.

—¿Sus calificaciones incluyen algo más... formal? —intervino Ethan.

—Pregúntemelo mañana —respondió Sanjay.

—Tengo una idea —dijo Mia—. Usted y yo vamos a darnos una vuelta por el hotel, y me hará todas las sugerencias que considere oportunas. En cuanto a Ethan, no se preocupe... precisamente estaba a punto de marcharse.

Ethan suspiró.

—Ah, eres demasiado inocente —dijo antes de lanzar una mirada de advertencia a Sanjay—. Le doy dos horas para que haga esas sugerencias, y dos días para que presente un proyecto de decoración. Pero tenga en cuenta que tendré que aprobarlo yo.

—Lo recordaré —dijo Sanjay.

Ethan se giró hacia ella.

—Ven a buscarme cuando hayas terminado y cuéntame cómo te ha ido.

—¿Quieres que te convierta en mi segundo director de proyectos preferido? —lo amenazó.

Ethan entrecerró los ojos.

—Créame, señor Ethan, tiene usted toda mi solidaridad —bromeó Sanjay.

—Está bien, me rindo —dijo Ethan—. Nos veremos luego.

Ethan se marchó y Sanjay dijo:

—No será ningún problema, descuide. Es obvio que sólo busca complacerla. Y debo decir que tiene un gusto exquisito con los trajes.

—Sí, ¿verdad?

Tres horas después, Mia entró en el despacho de Ethan y se sentó en el borde de la mesa.

—Ese hombre es realmente bueno en su trabajo —dijo ella.

—No sé...

—Me ha ofrecido cambiar toda la tapicería de los muebles. Tomó una silla de la biblioteca para tapizarla. Si lo contrato, incluirá el precio en la factura general. Y si no lo contrato, no me cobrará nada.

—Menudo negocio. Si se queda con el asunto de las cortinas y encima tapiza los muebles con las telas de Madame Sari, será su yerno favorito hasta el fin de los días —comentó con humor.

Mia sonrió.

—Estoy deseando que vuelva con la silla tapizada. Dijo que me gustaría tanto y que quedaría tan asombrada que necesitaría gafas de sol para no cegarme con su belleza. Además, podría conseguírmelas a un precio muy razonable... bien pensado, le diré que te consiga unas gafas a ti también. Así no me mirarías de ese modo. Como si yo no supiera hacer negocios.

—Bueno, no bajes la guardia —le advirtió—. Espera a ver el tapizado y el presupuesto.

—Ya sabía yo que tenía una buena razón para no querer hablar contigo de esto. Eres demasiado pragmático... pero está bien, esperaré. Además, ahora sé cómo hacer negocios en Penang. He aprendido de ti, observándote. He aprendido que debo ser muy específica en lo que pido y que debo supervisarlo todo. Sin embargo, no tenía intención de contratar a Sanjay como decorador... simplemente sucede que tiene un gusto excelente y que coincido con él en el noventa por ciento de los casos.

—Lo comprendo, pero espera de todos modos.

Mia miró la puerta, que estaba cerrada, y lo miró a él.

—¿Querías hablar conmigo en privado? Como has cerrado la puerta...

Ethan no respondió.

—Es por el dinero, ¿verdad? —siguió hablando—. Las acciones se vendieron casi de inmediato y el dinero está en el banco. Podremos usarlo en cuestión de días.

—No, no es por el dinero.

—¿Entonces? ¿Te preocupa que me gaste una fortuna en tapicerías y muebles?

—No, tampoco es eso, aunque deberías tomártelo con calma.

—¿Pues de qué quieres hablar?

—Esta noche tengo un compromiso en la ciudad.

—¿Y eso qué significa?

Mia supo enseguida que no pretendía invitarla.

—Que volveré tarde.

Ella se encogió de hombros y se echó el cabello hacia atrás, desesperada.

Ya que no iba a estar a su lado, lo mínimo que esperaba era una explicación. Por ejemplo, a quién iba a ver y qué diablos iba a hacer ella durante su ausencia.

—¿No te importa? —preguntó.

—Que me importe o no es irrelevante. Llegamos al acuerdo de que mantendríamos nuestra relación en secreto y lo he cumplido con toda la dignidad de la que soy capaz. ¿Qué más quieres de mí? ¿Qué confiese que te voy a echar de menos? ¿Qué extrañaré las caricias de tus manos en mi cuerpo?

—¿Me echarás de menos?

—Sí —gruñó—. ¿Satisfecho?

—Te recompensaré.

—Una idea excelente —dijo, mirándolo con frialdad—. ¿Cuándo?

—Este fin de semana. Lo cual me recuerda que...

Ethan dudó un momento antes de continuar.

—Mi padre tiene una casa en el extremo opuesto de la isla. Suelo comer allí los sábados.

Mia se puso tensa.

Él suspiró.

—Vamos, Mia... quiere verte. Y sobra decir que también estás invitada.

—¡Maldita sea, Ethan! ¡Primero te niegas a que te vean conmigo y ahora sí que quieres! —exclamó—. No hay quien te entienda.

Ethan no se dejó engañar por su reacción. Sabía que el enfado de Mia no se debía a la invitación a comer con su padre, sino al hecho de que aquella noche tuviera otro compromiso.

—La invitación de mi padre no tiene nada que ver con nosotros. Lo sabes de sobra. Eres la hija de Lily y quiere verte. Cuando estés preparada, dilo y te llevaré. Pero si todavía no lo estás, lo entenderé de sobra.

—No estoy preparada.

—En tal caso, te veré dentro de un par de días.

—Perfecto —espetó ella—. Aquí estaré.

Ethan permaneció en silencio.

—Está bien, está bien... tienes razón, he reaccionado de forma histérica —admitió ella, cruzándose de brazos mientras caminaba hacia la ventana—. Puede que ya esté preparada para verlo, pero no sé si quiero encontrarme con él en su casa. ¿No podríamos tomar un café en alguna parte? ¿O tomar algo aquí, en el bar del Hamilton? Cualquier sitio público serviría.

Ethan pensó en ello. Mia prefería jugar en terreno neutral, en algún lugar donde pudiera controlar mejor la situación, y le pareció bastante razonable.

—Si arreglo una cita, ¿irías?

—Quizás —respondió, pasándose una mano por el pelo—. Bueno, sí... no soy una desagradecida, Ethan. Me estoy alojando en tu hotel, me estás ayudando con el mío y tu padre se ha visto obligado a volver a trabajar. Si organizas una cita, iré.

—Él no busca tu gratitud. Si es lo único que puedes ofrecerle, tienes razón: no estás preparada.

—Es que tengo miedo... miedo de que me caiga bien y de que traicione a mi padre al reunirme con él. Miedo de lo mucho que me habría gustado que mi madre me quisiese, me echara de menos, pensara en mí, soñara conmigo... —Mia sacudió la cabeza—. Miedo de lo que pienso sobre ella. ¿Cómo pudo abandonarme, Ethan? Sigo sin entenderlo.

—Creo que lo hizo por amor a tu padre.

—¿Por el hombre al que ella abandonó? —preguntó con sarcasmo.

—Escúchame, Mia...

Mia lo miró a los ojos y esperó.

—Sé que él todavía la amaba y que su mundo se hundió. De modo que Lily se sacrificó y te entregó a él. Y el dolor de tu padre era tan terrible que no encontró más forma de protegerse que cortar todos los lazos con ella, lo que significaba alejarla de ti —explicó—. Ninguno de ellos actuó con falta de amor, sino más bien con exceso. No le des más vueltas. Eso fue exactamente lo que pasó.

Mia asintió.

—Pero la muerte de Lily lo cambió todo y ahora tienes la ocasión de decidir. Olvida lo que tu padre o mi padre quieran. ¿Qué quieres tú? ¿Quieres conocer a mi padre y saber por qué se enamoró Lily de él? Adelante, hazlo. ¿Quieres que dos hombres que fueron grandes amigos se vuelvan a sentar en la misma mesa? Te lo deben, Mia, no lo dudes en ningún momento. Toma lo que quieras sacar de esto.

Ella sonrió con debilidad.

—Entonces, ¿recomiendas la táctica del saqueo?

—Exacto.

—Pirata...

Ethan se sintió realmente como un pirata cuando la abrazó con fuerza. Estaba emocionado. Mia le pasó los brazos alrededor del cuello, lo atrajo hacia su boca y le besó hasta dejarle sin respiraron.

—Tú también tienes algo de pirata —dijo Ethan.

Los ojos de Mia se oscurecieron.

—Lo sé.

—Ven a casa conmigo —murmuró—. Ahora. A mi ático... por favor.

Tenía que poseerla.

Tenía que satisfacer su necesidad de tomarla una y otra vez.

—A veces me pregunto si no estaré atrapada en un mar de recuerdos —le confesó ella—. A veces me pregunto qué diablos estoy haciendo.

—A mí me pasa lo mismo.

Sin la compañía de Mia, Ethan encontró la cena aburrida y carente de interés. Intentó hacer un esfuerzo por sumarse a la conversación, y sólo lo logró cuando se mencionaron las obras del Cornwallis.

—Es un gran hotel —dijo su anfitriona, una octogenaria de la aristocracia inglesa—. Recuerdo los bailes que organizaban en los viejos tiempos y los donjuanes que andaban por allí. Esa sala... por no hablar de los elefantes. Dime, Ethan, ¿por qué no has traído a tu hermanastra? Me habría gustado conocerla. Además, sabes que siempre puedes venir con quien quieras.

—Y tú sabes que nunca me presentó con nadie, tía.

En realidad, lady Eleonora Jordie no era su tía, sino una vieja amiga de la familia. Pero en Penang tenían la costumbre de llamar tíos y tías a las personas de cierta edad con las que se tenía una relación de confianza.

—Además no es mi hermanastra. Técnicamente.

—Eso da igual. He oído que formáis un gran equipo.

—Mia ha heredado las habilidades empresariales de su padre —explicó con toda la naturalidad que pudo.

Ethan tuvo que esforzarse por dejar de pensar en ella. Aquella tarde, antes de marcharse, le había preguntado si estaría allí cuando regresara y ella se había reído y había dicho que no, que iba a estar demasiado ocupada para calentarle la cama y que, si quería verla a la vuelta, tendría que buscarla.

Su respuesta le había parecido muy divertida. Y el recuerdo de la respuesta, también.

—Ethan, cariño, hoy estás un poco distraído...

—No, no, ni mucho menos... ¿de qué estábamos hablando?

—De Mia.

—Trabajar con ella es muy fácil. Es una mujer muy racional; o lo era hasta esta tarde, cuando ha empezado a pensar en el diseño de las habitaciones del hotel. En ese momento se ha vuelto completamente loca.

—A mí me parece perfectamente lógico —afirmó lady Jordie con satisfacción—. Tengo que conocerla, Ethan. ¿Dónde se aloja? ¿Cuál es su número de teléfono? La llamaré y la invitaré a tomar un café y unas pastas. O mejor aún, llámala tú.

—¿Ahora? ¿Quieres decir ahora mismo?

—Por supuesto que sí. Ni siquiera puedo creer que no la hayas traído. Es una oportunidad perfecta para presentarle a más gente. Pobre jovencita... pensará que la alta sociedad de Penang la rechaza por algún motivo. ¿En qué estabas pensando?

—No seas ridículo —espetó Mia.

Ethan tuvo que apartarse el auricular del oído.

—¿Eso es una negativa?

—Claro que lo es, Ethan. Además, ¿qué es eso de presentarme en una cena para tomar café y pastas? Es absurdo. Nadie hace ese tipo de cosas.

Él suspiró.

—En casa de lady Jordie, sí.

En ese momento apareció la octogenaria.

—Anda, Ethan, pásamela y deja que hable yo. Ya veo que tú no tienes mucha suerte... deberías practicar tu encanto con más señoritas.

—He oído lo que ha dicho —dijo Mia—. Y como se te ocurra acercarte a otras mujeres, te cortaré esa lengua extremadamente astuta.

Ethan le dio el teléfono a lady Jordie y se apartó todo lo que pudo. Con una gran sonrisa de oreja a oreja.

Dos minutos después, la mujer le devolvió el teléfono.

—Es una jovencita encantadora —dijo alegremente—. Hemos quedado en comer la semana que viene y me ha invitado a ir al hotel y ver los cambios. Qué lástima que no pueda venir esta noche. Le he asegurado que nos encantaría conocerla, pero es evidente que tenía sus motivos, aunque no me los ha contado. Ha dicho que era difícil de explicar y que no sabría por dónde empezar.

Lady Eleonora Jordie clavó en él sus ojos marrones, llenos de energía, y añadió:

—Ha dicho que te lo pregunte a ti.