Capítulo 24
PERO las cosas no mejoraron.
Me levanté temprano y cuando los rayos del sol entraron a través de la ventana, dejé salir a Coco para que hiciera sus necesidades y me preparé una taza de café. Dennis seguía durmiendo y, a juzgar por el número de cervezas que se tomó la noche anterior, seguiría haciéndolo un buen rato más. Me estremecí ante la idea de nuestra inminente conversación; la culpa me impedía respirar, del mismo modo que si tuviera una enorme pitón constriñéndome el cuello. Eran las seis y cuarenta y cinco de la mañana. Dennis continuaría durmiendo durante otro par de horas más. Llamadme cobarde, pero no iba a entrar en mi habitación y despertarle con la noticia de que no quería casarme con él.
Había llegado el momento de usar el armamento pesado. Iba a hacer magdalenas. A Dennis le encantaban y eso es lo que tendría. Si iba a dejarle, al menos le quedaría ese consuelo. Saqué un libro de cocina —El gran libro de la cocina texana, regalo de BeverLee, por supuesto— y me puse a trabajar. Aquel libro contenía recetas en las que había que echar tal cantidad de ingredientes que se podía alimentar a un equipo entero de fútbol, así que bastaría para mantener saciado a Den durante, por lo menos, la primera ronda del desayuno. Mi madre y yo no solíamos cocinar mucho; casi siempre hacíamos galletas, que luego nos comíamos viendo alguna película no apropiada para mi edad. A Bev, sin embargo, se le daba muy bien el arte culinario. De todos los regalos que le había hecho, el que más le gustó fue una freidora que le regalé las Navidades pasadas. Se puso tan contenta que cualquiera hubiera pensando que era una semana de vacaciones en las islas griegas en vez de un pequeño electrodoméstico. Pero es que Bev siempre había sido muy fácil de complacer.
Mientras se horneaban las magdalenas, revisé mi teléfono, que por fin había podido cargar. Sí, tenía nueve mensajes de Kim en el buzón de voz, advirtiéndome sobre la sorpresa que me esperaba en el aeropuerto, y otro de Willa, en el que me decía que le hubiera gustado haber podido hablar conmigo. Ninguno de BeverLee, a pesar de que le había dejado un mensaje mientras esperaba en el aeropuerto. Y tampoco de Nick.
¡Lo que hubiera dado por oír su voz en ese instante!
Aquel pensamiento me causó una extraña opresión en el pecho. Puede que se debiera a que la cantidad de comida basura que había ingerido durante toda la semana me estaba obstruyendo las arterias. O tal vez tenía miedo de que Nick se hubiera dado por vencido con respecto a lo nuestro. Sí, eso último era mucho más probable —y también más horrible— que la teoría del ataque al corazón.
Quizá Nick me había enviado un correo. Al fin y al cabo le había dejado todos mis teléfonos y dirección de correo electrónico encima de su escritorio de Nueva York, para que supiera que quería que siguiéramos en contacto. Fui corriendo a por el portátil, lo abrí y esperé impacientemente a que se encendiera.
Nada. Mientras los mensajes iban apareciendo ante mi vista me di cuenta de que no tenía ninguno de Nick. La decepción que me llevé me sorprendió un poco. Sin embargo, antes de cerrarlo, hubo algo que llamó mi atención.
Vaya. Tenía un correo en el que se me informaba de que en el día de ayer había desembolsado quinientos veintinueve dólares a favor de United Airlines.
Aquello no pintaba nada bien.
Antes de que un funesto pensamiento se formulara en mi mente, vi cómo un taxi aparcaba delante de mi puerta. Miré a través de la ventana con un mal presentimiento... Sí, se trataba de Willa. Venía con los ojos hinchados y rojos y el pelo hecho un desastre.
Y lo peor de todo, venía sin Chris.
—¡Willa! —exclamé, saliendo disparada hacia la puerta.
En cuanto mi hermana me vio, se lanzó a mis brazos.
—Harper, he sido una estúpida —lloriqueó—. ¡Tenías razón! ¡No tenía que haberme casado con él!
Cuarenta y cinco minutos más tarde, mi hermana se había duchado, vestido con uno de mis pantalones cortos y una camiseta, y estaba sentada en mi cocina con una taza de café intacta al lado.
—¿Quieres algo de comer? —le ofrecí—. ¿Magdalenas? ¿Tostadas? ¿Huevos? ¿Un helado?
—No. No tengo hambre. —Estaba completamente pálida.
—Cuéntame qué ha pasado, cariño. —Me puse a mordisquear mi cutícula, pero en cuanto me di cuenta, bajé la mano.
—Pues —comentó con una sonrisa forzada—, que debería haberte escuchado. Voy a tatuármelo en la frente. «Escucha a Harper, porque eres una imbécil.» A ver si así aprendo de una vez.
—No eres ninguna imbécil. Aunque está claro que algo ha pasado. —Hice una pausa—. ¿Ha vuelto a empinar el codo?
Willa me miró.
—Ya te has enterado de eso, ¿eh?
Hice una mueca y luego asentí.
—No. Sigue sobrio. Al menos cuando le dejé lo estaba. —De nuevo se le llenaron los ojos de lágrimas. Asió la taza, pero volvió a dejarla después de un segundo sin haber bebido ni una gota.
—¿Entonces qué ha pasado, Wills?
Le tembló la boca.
—Harper... quiere que nos vayamos a vivir a Montana y que encuentre trabajo para mantenerle mientras, según sus propias palabras, se centra en sus inventos e intenta que el pulgarete funcione.
Me mordí el labio, aquel era el nombre más ridículo que había oído en mi vida para un invento.
—En serio —continuó Willa, limpiándose los ojos con una servilleta de papel—, ¿qué se supone que tengo que hacer? ¿Ser camarera? ¿Convertirme en vaquera para que él pueda quedarse en casa a jugar con sus cosas? Quiero tener un hijo, no ponerme a trabajar.
—Esto... Willa... solo llevas casada una semana —señalé.
—Ya lo sé, Harper —repuso tensa—. Por favor, no empieces a darme la tabarra otra vez. Tenías razón. Christopher no es lo suficientemente bueno para mí...
—Yo no te dije exactamente eso.
—Da igual. Me aconsejaste que no me casara con él y no te hice caso.
—¿Y dónde se ha quedado Chris?
—Supongo que en Montana. Ahí es donde le dejé. —Las lágrimas cayeron por sus preciosos ojos azules—. Harper, no sé qué es lo que salió mal. Antes de casarnos todo iba tan bien... ¡y ahora todo se ha ido al garete! Nuestra luna de miel ha sido un asco. Mosquitos del tamaño de dinosaurios por el día, un frío aterrador por la noche. Y Chris ni siquiera sabe prepararse un huevo frito...
—Bueno, a ti se te da muy bien cocinar.
—¡No sin un fuego! ¡No soy una cavernícola, por el amor de Dios! —Suspiró, volvió a limpiarse los ojos y me miró contrita—. Lo siento, Harper. Eres la única que me entiende. Me lancé al vacío sin un paracaídas, como siempre hago. Soy una imbécil, eso es lo que soy.
—No lo eres —repetí, dándole un par de palmaditas en la mano.
—De todos modos, prefiero no hablar de esto ahora. Lo siento, pero estoy exhausta. ¿Puedo quedarme aquí? No estoy en condiciones de hablar con mamá y papá. A mamá se le va a romper el corazón cuando se entere.
Me pregunté si Willa sabía algo de la situación en la que se encontraban mi padre y BeverLee. Parecía que no.
—Sí, claro —dije—. Pero mira, Dennis está aquí y vamos a necesitar un poco de privacidad esta tarde. —Estupendo, ahora parecía que Den y yo estábamos deseando darnos un revolcón—. Tenemos que... hablar.
Wills asintió resignada.
—¿Te importa si duermo un rato, Harper? Estoy tan cansada.
—¡Por supuesto! Venga, te acompaño.
Willa se levantó de la mesa.
—Por cierto, gracias por la tarjeta de crédito. Ha sido mi salvación.
Cinco minutos después, mi hermana estaba tumbada en la cama de la habitación de invitados, con Coco y su peluche acurrucados contra su espalda.
—Llámame si necesitas algo —dije, corriendo las cortinas.
—Lo haré —replicó ella con los ojos prácticamente cerrados.
Regresé a la cocina y volví a sentarme. Agarré una magdalena y empecé a diseccionarla con un cuchillo. En mi cerebro se estaba formando un nuevo pensamiento que iba adquiriendo fuerza por momentos. Willa era... Maldita sea. Era una consentida. Era dulce, optimista, llena de energía, simpática... y una malcriada.
Y yo era la principal culpable de todo aquello. Se había casado dos veces sin pensárselo si quiera; yo la había sacado de aquellos atolladeros al instante y ahora todo apuntaba a que se iba a repetir la misma historia. Le había dejado miles de dólares que nunca me había devuelto; tampoco le había pedido que me los devolviera o ni lo había esperado. Le había costeado la escuela de maquillaje y estética, en la que apenas duró tres meses; en el curso de asistente legal había durado un poco más, cuatro. Cuando me convenció que ser tallista era el sueño de toda su vida, también se lo pagué y corrí con los gastos de su manutención las dos semanas que estuvo preguntándose si había hecho lo correcto o no.
En el pasado, siempre que había que proteger y cuidar a Willa, allí estaba yo la primera. Pero quizás ahora lo mejor para ella fuera aprender a valerse por sí misma. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Puede que acudir rauda en su ayuda me hiciera sentir una persona noble y protectora, pero también había sido un poco egoísta por mi parte. Después de todo, si Willa maduraba ya no podría actuar como la hermana mayor nunca más.
Otro vehículo aparcó en mi camino de entrada. ¡Oh, Dios! Los padres de Dennis, ambos vestidos con pantalones cortos y polos rosas, como si fueran un par de gemelos jubilados. ¿Qué estaban haciendo aquí? Apenas eran las nueve, su hijo no se había despertado aún, y yo, como me había dedicado a postergarlo lo más posible, todavía no había tenido oportunidad de hablar con él. Reprimí el impulso de esconderme debajo de la mesa, y me dirigí hacia la puerta de entrada.
—¡Hola! —les saludé—. ¿Qué tal? ¿Teníamos algún plan del que no me haya enterado?
—Oh, ¿eso son magdalenas? —preguntó Jack, dándome un beso en la mejilla y saliendo disparado hacia la cocina—. ¿De arándanos?
—Sí. Pero Den no se ha levantado todavía.
—¡Buenos días, Harper, cielo! —canturreó Sarah, entrando detrás de su marido—. Hemos venido tan temprano porque queríamos ayudarte a recoger un poco después de la fiesta. ¡Pero veo que está todo inmaculado! Oh, no te imaginas lo bien que le vas a venir a Dennis, ¡mi hijo es un cerdo! Y a pesar de todas las veces que le he regañado, no me ha hecho ni caso. Espero que tengas mejor suerte. —Se rió alegremente y me dio un gran abrazo—. ¡Mira lo que tenemos aquí! —Sacó varios tomos de su enorme bolso de paja—. ¡Revistas de boda!
«Oh, Dios mío, ¿por qué no me das un cuchillo con el que cortarme las venas?»
—Mmm... puede que este no sea un buen momento. Dennis se pasó anoche con las cervezas y sigue durmiendo. Y mi hermana acaba de llegar y también se ha ido a acostar.
—Bien, seremos muy silenciosas —explicó Sarah en voz baja. A continuación se fue con Jack, que ya se había terminado una magdalena y estaba untando mantequilla en otra—. Supongo que lo primero que tenemos que hacer es fijar la fecha —continuó Sarah—. Estaba pensando en junio, ¡ya sabes lo que me gustan las bodas en esa época! ¡Y los esmóquines! ¿A que estás deseando ver a Dennis vestido de esmoquin? No quiero echarme flores, ¡pero es que Jack y yo tenemos unos hijos tan guapos! Harper, cariño, no te muerdas las uñas. ¿Dónde tienes el anillo?
Bajé la mano.
—Oh... sí... el anillo... Está ahí. En la repisa de la ventana. Estaba fregando unos platos y...
—Póntelo, querida —me animó Jack—. ¡Es magnífico!
Obedecí, preguntándome si sabían que lo había comprado yo.
—Habíamos pensado en comer todos juntos en el hotel —comentó Sarah—. Bonnie, Kevin, los niños... Y después podíamos dar algún paseo por la zona, ¿qué te parece?
—Pues... La verdad es que... Si no os importa, voy a ducharme. Mi hermana acaba de llegar y no me ha dado tiempo...
—Me muero por empezar a hablar de la boda —indicó Sarah—. Una ceremonia exótica sería muy divertida, ¿verdad, Jack? Sí, sí, Harper, ve a ducharte. ¡Tómate todo el tiempo que quieras! Con un poco de suerte el perezoso de nuestro hijo se habrá levantado y podremos ponernos manos a la obra.
Salí de la cocina prácticamente tambaleándome bajo el peso de todo aquel entusiasmo y el temor a cómo se sentirían más tarde. «Lo siento», pensé, «lo siento tanto».
Mi cabeza se había transformado en un avión de combate en caída libre. En una habitación tenía a un futuro ex prometido durmiendo. En la otra, a una hermana agotada que no paraba de llorar. Y en la cocina a las dos personas más exultantes del planeta. El único consuelo que me quedaba era que al menos podría relajarme durante los minutos que durara la ducha que estaba a punto de darme. ¿Estaba escondiéndome? Absolutamente. Pero solo durante un rato. Tenía por delante una mañana difícil y necesitaba aclarar mis ideas. Lo primero que tenía que hacer era deshacerme de los Costello. Después, librarme de Willa, al menos por un tiempo. Y finalmente, hablar con Dennis cuanto antes.
Tras la ducha me puse un poco de maquillaje y me dejé el pelo suelto, ya que no encontré ninguna goma; Coco solía destrozarlas. Luego entré de puntillas en mi dormitorio y me puse un veraniego vestido amarillo, con cuidado de no despertar a Dennis, aunque por lo profundamente dormido que estaba hubiera sido imposible.
Cuando estuve lista fui a encontrarme con mis futuros no-suegros, que estaban sentados en la terraza.
—¡Ven aquí con nosotros, cariño! —gritó Jack.
—Ya voy —respondí.
Respiré hondo, me alisé el vestido y me puse el anillo. Lo único que tenía que decirles era que me habían pillado un poco liada y que Den les llamaría más tarde. Después despertaría a Willa y la mandaría con Kim, y luego levantaría a Dennis y...
El sonido de alguien llamando a la puerta de la cocina captó mi atención.
Alcé la vista.
Y me encontré a Nick esperando en el porche de entrada.