Capítulo 8

LA dama de honor tenía unas buenas ojeras al día siguiente. Me levanté temprano; en realidad apenas había dormido en toda la noche, pues la voz de Nick no dejó de resonar en mi cabeza: «Nunca he dejado de amarte», «No les infectes», etcétera. A las cinco y media salí de puntillas de la habitación, con los suaves ronquidos de Dennis como sonido de fondo y con Coco entre mis brazos. Mi pequeña perra y yo dimos un largo paseo alrededor del lago, observando cómo la niebla ascendía por el agua hacia la frondosidad del bosque. Un águila se abalanzó sobre un pez en la superficie del agua y lo cazó sin apenas hacer ruido, para después desaparecer entre las nubes.

«Nunca he dejado de amarte.»

Maldición.

Bueno, pensé, intentando ser lo más práctica posible, los sentimientos de Nick eran los que eran. Y fueran ciertos o no, ya no pintaban nada en mi vida. En breve regresaría al Viñedo y Nick volvería a ser relegado al plano de la memoria.

Mientras regresaba a la casona de estilo suizo que era el hotel, vi a una solitaria figura parada en la orilla. Me di cuenta de que se trataba de Nick, y antes de que me viera, me fui por el otro lado del camino y entré por la puerta principal con el fin de esquivarle. Algo que también estuve haciendo durante todo el desayuno. Me había convertido en la reina de la evasión. Después del almuerzo, me excusé diciendo que tenía que trabajar —no mentí—, preparé un escrito para uno de mis compañeros, mandé varios correos a mis clientes, así como a Kim y al padre Bruce, envié a Tommy un mensaje de «mantén la cabeza bien alta» y actualicé algunos archivos de mi ordenador; en otras palabras, me dediqué a hacer tiempo hasta que llegó el momento de prepararnos para la ceremonia.

Entonces me aseguré de que Coco tuviera su conejo de peluche cerca de ella sobre mi cama, le acaricié la diminuta cabeza y la soborné con varios trozos de tocino que había birlado en el desayuno. Después arrastré mi vestido hasta la suite de Willa, sonriendo mecánicamente a todos los invitados con los que me crucé en el pasillo. Todo el mundo se apresuraba a bajar. Se suponía que la boda tendría lugar en el patio del hotel, frente a un lago increíblemente azul, un cielo despejado y con las inmensas montañas como silenciosos testigos, mientras las águilas volaban sobre nosotros y blablablá.

Esa había sido la idea inicial, pero la Madre Naturaleza tenía otros planes en la forma de, según BeverLee, un «norte azul» o, para el resto de mortales que no éramos de Texas, de una enorme tormenta. Uno casi podía tomárselo como una señal del destino. En ese momento, el personal del hotel, así como algunos invitados, estaban metiendo las sillas y las mesas dentro antes de que se echaran a perder por la lluvia.

—¡Aquí estás! Vamos, cariño, vamos, vístete. Oh, al final escogiste un vestido púrpura. Eso está muy bien, Harper. Qué buena eres. —BeverLee me agarró nada más entrar en la habitación de Willa y me arrastró hacia el cuarto de baño para que me cambiara.

—Hola, Wills —grité, antes de desaparecer.

—¡Hola! —contestó ella—. ¡Estoy deseando ver cómo te queda el vestido!

—Yo también —murmuré.

Con la esperanza de que aquel momento no terminara llegando, me compré el vestido en Boston, unas dos horas antes de tomar el vuelo, sin probármelo siquiera. Sobre el maniquí se veía muy bonito, y cumplía con el requisito de ser púrpura... bueno, más bien lavanda. Me quité la ropa, descolgué el vestido de la percha, me lo puse y... Oh, ¡no podía ser!

Me quedaba bien de talla, pero el escote era demasiado... pronunciado. No, no era solo pronunciado... era... bueno... dejémoslo en que enseñaba un montón de pecho, ¿de acuerdo? Mucho, mucho. Parecía una fulana. Si hubiera sido una madre lactante, me hubiera venido fenomenal a la hora de dar de mamar a mi hijo. ¿Os hacéis ya una idea de cómo era? Agarré el corpiño y tiré de él hacia arriba. No se movió ni un centímetro. «Senos, aquí el mundo. Mundo, aquí mis senos.» De todos modos, tampoco podía hacer nada, a menos que mi padre hubiera traído un poco de cinta americana.

En fin. Daba igual. Nadie iba a fijarse en mí, salvo Dennis. Y quizá Nick. Que nunca había dejado de amarme, pero que ahora también me odiaba, debido a dicho amor.

Y la gente se preguntaba que por qué hacía lo que hacía.

—Oh, Señor, ¡estás espectacular! —canturreó BeverLee en cuanto salí del baño—. ¡Ya era hora de que enseñaras un poco las tetas!

—¡Muy guapa! —acordó Willa, aplaudiendo.

—Ven aquí, cariño, déjame que te ponga un poquito de laca —dijo BeverLee con su arma de destrucción masiva en la mano.

—Gracias, Bev, pero creo que voy mejor así —comenté—. Willa, estás... ¡caramba!

Sí, ya había visto a mi hermana vestida de novia antes, pero seguía emocionándome. La pequeña Willa, casándose.

—¡Vaya! Me olvidé de entregar a los del catering las flores para la parte superior de la tarta —informó mi madrastra—. Harper, ¿puedes terminar de peinar a tu hermana, querida? Gracias. Solo hay que ahuecárselo un poco más por detrás, porque así parece que lo lleve sin gracia.

—Claro.

BeverLee abandonó la suite en un aleteo de capas naranjas.

—Ni se te ocurra ahuecarme más el pelo —dijo Willa nada más cerrarse la puerta.

—No lo haré. —Sonreí. BeverLee siempre había tardado mucho en arreglarse el pelo, echándose litros y litros de laca, dispuesta a no dejar que los vientos de Martha’s Vineyard descolocaran un solo mechón de su cardada melena. Por eso siempre me había encargado yo de peinar por las mañanas a Willa antes de ir al colegio, haciéndole una trenza o una coleta. Ahora tomé una pequeña flor blanca y la prendí en el sedoso pelo rubio de mi hermana. Como en los viejos tiempos.

Me fijé en su reflejo en el espejo y vi que tenía una expresión un tanto... seria.

—¿Cómo lo llevas, cariño? —pregunté. No estaba rompiendo la promesa que le había hecho a Nick, me dije. Ninguna infección en marcha. No era ningún crimen preguntar a una hermana cómo se sentía el día de su boda, aunque seguro que Nick terminaría encontrando alguna forma de incriminarme.

Willa me miró y frunció el ceño.

—¿Quisiste dar marcha atrás el día de tu boda?

Tomé otra flor y la fijé cerca de la sien de mi hermana.

—En realidad, sí —dije en voz baja—. Estaba aterrorizada. Todo había sucedido demasiado rápido y creía que éramos demasiado jóvenes. Mirándolo en retrospectiva, está claro que teníamos... no sé... ideas diferentes de lo que significaba estar casado.

—Pero le querías, ¿no?

Tragué saliva, bajé la mirada y me hice con otra horquilla.

—Claro. Pero el amor no te asegura necesariamente que vayas a tener un matrimonio feliz. Y creo que el día de mi boda ya lo sabía. —Hice una pausa, me senté al lado de Willa y tomé su mano—. Cielo, no pasará absolutamente nada si cancelas todo esto.

La puerta de la habitación se abrió de golpe y yo salté asustada. Se trataba de Nick. Quién si no.

—Ya está todo listo abajo —anunció alegremente. Después se dirigió a mí—. Creí que habíamos llegado a un acuerdo —dijo entre dientes, con los ojos echando chispas como si fuera el mismísimo Zeus con síndrome premenstrual. Zeus pero vestido de esmoquin, lo que no era nada justo. Bueno, pensándolo bien, yo llevaba el vestido «enseña tetas». ¡Toma ya!

—Efectivamente. Un acuerdo que he seguido a rajatabla. —Volví a mis quehaceres de peluquera.

—Hola, Nick —saludó Willa con una sonrisa.

Él se acercó a nosotras y se arrodilló junto a mi hermana.

—¿Nerviosa? —preguntó. Y al igual que yo había hecho hacía unos instantes, tomó su mano.

Willa hizo una mueca.

—Bueno... sí. Un poco.

—Perdona, necesito una de esas flores —le dije a Nick, intentando que se apartara con un rodillazo en las costillas.

—Toma. —Me puso una flor en la mano de malas formas y no se movió ni un ápice—. Willa, creo que todo el mundo tiene sus momentos de duda el día de su boda. Ahora solo te estás imaginando los peores escenarios. ¿Y si estamos cometiendo un error? ¿Y si no me ama lo suficiente? ¿Y si yo le amo demasiado?

Solté un bufido y coloqué otra horquilla en el pelo de mi hermana. Willa, por desgracia, le escuchaba extasiada.

—¿Te arrepientes de haberte casado con Harper? —preguntó ella.

—Oye, que estoy aquí mismo —me quejé.

—Ya lo sé —repuso mi hermana, sonriéndome—. Pero es algo que siempre me he preguntado.

Nick seguía sin mirarme.

—No —respondió. Y mi atrofiado y cínico corazón se emocionó un poquito—. Aunque sí que me arrepiento de que no tuviera la misma fe en mí que yo tuve en ella.

Adiós emoción.

—Oh, cierra el pico, Nick. Estás diciendo tonterías. ¿Fe? ¡Y un cuerno! Willa, yo sí que me arrepiento de no haber previsto lo rápido que Nick me daría la patada...

—Willa —interrumpió Nick—, lo importante es que escuches a tu corazón. Él te ayudará a hacer lo correcto.

Mi hermana sonrió y asintió ligeramente con la cabeza.

—O también puedes escuchar a tu cerebro, que suele ser más fiable —refuté yo—. O también, y esto es solo una idea, podéis esperar unos meses para conoceros mejor.

—Si de verdad crees que no deberías casarte con mi hermano, Willa, no lo hagas. Cancela ahora mismo la boda. Tómate tu tiempo y haz lo que sea necesario. Pero... —prosiguió, dándole un apretón de manos—... si de verdad le amas, sigue adelante. Cásate con él. Sed felices. Cuidad el uno del otro y dadme unos cuantos sobrinos para que pueda malcriarlos. —Sonrió de oreja a oreja.

Ya estaba. Acababa de meterse a Willa en el bolsillo. La vacilante sonrisa de mi hermana floreció ahora en todo su esplendor.

—Wills —intervine rápidamente—. Yo también quiero malcriar sobrinos. Lo que no me gusta es que tomes una decisión precipitada cuando hay muy buenos argumentos para tomarse las cosas con calma. Y si no, mira a tu hermana mayor. Nick y yo también nos queríamos, pero antes de cumplir seis meses de casados ya nos estábamos divorciando. Tal vez hubiéramos podido evitarlo si hubiéramos esperado, no sé, un año o dos antes de comprometernos...

—Tu hermana y yo no nos divorciamos porque fuéramos jóvenes, Willa, sino porque...

—¿Sabéis qué? —dijo Willa—. Ya me encuentro mejor. Estoy lista. Amo a Chris. Voy a casarme con él, vamos a tener hijos y vamos a vivir felices para siempre.

—Magnífico —contempló Nick.

Le fulminé con la mirada.

—Nada de magnífico. Willa, escucha. Si quieres casarte con Chris, me parece bien. Estoy convencida de que tiene cualidades muy buenas. Pero hay cosas que tienes que sopesar primero. Dinero. Trabajo. Un plan a largo plazo. Casarse requiere su tiempo.

—Bueno, todo eso podemos ir descubriéndolo sobre la marcha —repuso ella, poniéndose de pie.

—Qué curioso, eso mismo fue lo que me dijo Nick. Solo quería señalarlo.

—Bueno, nosotros no somos tú y Nick. —Me dio un abrazo—. Gracias por el peinado —dijo con dulzura—. Ahora o nunca.

—Voy con Chris —comentó Nick. Antes de salir me miró como si quisiera matarme.

—Es un gran hombre —dijo Willa, mirándose al espejo una vez más.

—Sí, un dechado de virtudes —repliqué entre dientes.

—¿Estás lista, angelito? —BeverLee había regresado con mi padre—. ¡Oh, Dios mío! ¡Mira tu pelo! ¡Harper, has hecho un trabajo excelente! —Mi madrastra envolvió a su única hija en un abrazo de oso—. ¡Hoy es un día tan feliz!

Miré a mi padre, que estaba esperando en el umbral de la puerta, con una ligera sonrisa en los labios.

—¿Papá? Ya que Willa está a punto de casarse con un hombre que ha conocido hace cuatro semanas, ¿no te gustaría dar algún consejo paterno de última hora? —sugerí.

—Seis semanas —puntualizó mi hermana.

—¿Tienes dudas, fresita? —preguntó, ladeando la cabeza.

El ramalazo de celos que en ese momento sentí me pilló completamente por sorpresa. Ojalá mi padre me hubiera hecho esa misma pregunta el día de mi boda... y ojalá me hubiera puesto también un apodo. Pero desapareció tan pronto como había llegado, y solo quedó una sensación de gratitud porque él hubiera formulado en voz alta aquella pregunta.

—No, papá, estoy muy segura de lo que voy a hacer —contestó mi hermana, dándole un abrazo.

—Estás preciosa —dijo él—. Tú también, Harper.

—Gracias, papá. —Tomé los dos buqués de flores de la cama y me obligué a sonreír—. Bien, si estás absolutamente convencida, hagámoslo de una vez.

No es que no quisiera que Willa se casara con Christopher Lowery. Lo que no quería era que terminara divorciándose (otra vez), con el corazón roto (otra vez) y llena de inseguridades (otra vez). Pero bueno, yo ya le había dado mi consejo, (¡si a eso era precisamente a lo que me dedicaba para ganarme la vida! Digo yo, que algo sabría sobre el tema, ¡no?). En fin, cuando todo aquello le explotara en la cara, ya me encargaría de recoger los trocitos desperdigados de su corazón, tal y como había hecho siempre con las malogradas decisiones que había tomado en el pasado.

Bajé las escaleras hasta el rellano de la primera planta, eché un vistazo hacia atrás para comprobar que Willa, BeverLee y mi padre estaban preparados, y miré a los invitados.

Habían transformado el salón principal del hotel en una capilla, con una especie de arco traído del patio, y con ramitos de flores silvestres de Montana colocados estratégicamente. Alguien había encontrado un buen trozo de gasa blanca y lo había puesto sobre el arco. En general hasta se podía decir que había quedado bonito si todo aquello no fuera una mala idea. Una balada country sonaba de fondo; una que hablaba del amor que el cantante sentía por su mejor amiga. ¡Justo! Willa y Chris eran dos completos desconocidos, no amigos de toda la vida.

Mientras bajaba el tramo de escaleras que quedaba y caminaba por el improvisado pasillo, sentía como si me estuvieran saliendo escamas por todo el cuerpo. Nick me estaba mirando con sus ojos de gitano entrecerrados. Menudo desgraciado. Le miré de la misma manera y luego clavé la vista al frente. Vaya, mucho mejor. Ahí estaba Dennis, observándome con una cariñosa sonrisa.

—Estás muy guapa, nena —me murmuró mientras pasaba frente a él.

—Gracias.

Cada vez estamos más unidos, decía la canción. Aquello tampoco era muy difícil, teniendo en cuenta que los novios no llevaban juntos ni dos meses. Crees en mí, como nunca nadie lo ha hecho... «¿Sí, Chris? ¿Cree Willa en el pulgarete?» Christopher asintió tímidamente con la cabeza y medio sonrió. Era muy dulce, había que reconocerlo. Al igual que los otros dos maridos de mi hermana.

Cuando llegué a la pequeña estructura ligeramente elevada que hacía las veces de altar me volví para observar a mi hermana aproximarse. No me molesté en mirar a Nick.

—Creí que no ibas a infectarles —masculló él por lo bajo—. ¿Qué se supone que estabas haciendo arriba? ¿Presentando el alegato final?

—Estaba intentando infundir un poco de sentido común en el proceso —refunfuñé entre dientes.

—Me das lástima —susurró él.

—Y a mí me dan ganas de pegarte una patada en la espinilla.

Christopher nos miró extrañado. Nick le sonrió y le dio un pequeño puñetazo en el hombro.

Ahí venía la novia. Oh, estaba magnífica, radiante, esplendida... Contra todo pronóstico a mi cínica garganta se le hizo un nudo.

—¿Quién entrega a esta mujer en matrimonio? —El juez de paz, que parecía haber salido de la tumba para celebrar la ocasión, tosió como si tuviera mil flemas dentro.

—Su padre y yo —informó BeverLee con un agudo sollozo. Se le estaba empezando a correr la máscara de ojos. Mientras mi padre y Bev tomaban asiento, Willa me entregó sus flores, y subió al pequeño estrado, al lado de Christopher.

Debido a las reducidas dimensiones del altar, Nick y yo estábamos prácticamente pegados el uno al otro, y aunque parecía tranquilo, podía percibir la irritación que despedía por cada poro de su cuerpo. Me miró a los ojos, pero inmediatamente después bajó la vista a mi escote.

—Gracias por el espectáculo —murmuró. Después retrocedió unos centímetros y se fijó en mi trasero—. Aunque no puedo dejar de preguntarme dónde has escondido la cola y el tridente.

—Que te den, Nick —mascullé.

El juez me lanzó una mirada severa. El grosor de sus cejas hacía empalidecer a las de Groucho Marx. Le desafié con la mirada. «¿Qué?» El hombre frunció el ceño y se aclaró la garganta.

—Queridos hermanos —empezó, aunque inmediatamente después le dio otro ataque de tos.

—Uno casi podría tomárselo como una señal del destino —murmuré a Nick, mientras miraba a mi hermana con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Te he dicho ya lo bien que te sientan esos kilos de más? —susurró él, sin dejar de mirar al frente—. A la mayoría de las mujeres no se las ve bien después de haber engordado diez kilos, pero a mí me gustan rellenitas.

—Por favor, Nick. Están a punto de pronunciar sus votos sagrados. Y los dos sabemos lo mucho que significan. Ah, y han sido cinco, no diez.

—¿Podéis callar los dos? —preguntó Chris con tono amable, sonriendo a mi hermana.

—A tu hermano le ha dado un retortijón, pero no te preocupes que ya me callo.

—Por fin —gruñó Nick.

Miré a Nick. Articulé con los labios una obscenidad dirigida hacia su persona, apreté los dientes y centré mi atención en la ceremonia que estaba teniendo lugar. Pero...

Tenía un problema.

Allí, en el altar, tan cerca de Nick... Era normal que la situación me trajera algunos recuerdos. A pesar de las dudas y miedos que tuve el día de mi boda, a pesar de que sentía que estaba cometiendo un error colosal, a pesar de todo...

Había amado a Nick con toda mi alma.

—Yo, Willa, te tomo a ti, Christopher, como esposo, y prometo amarte y respetarte...

Tragué saliva. No era de las que solían llorar en las bodas (ni en los divorcios, entierros, anuncios de Navidad, o cosas por el estilo), pero aquellas palabras... Me fijé en que mi hermana sostenía las manos de Christopher con un poco más de fuerza.

—... en la salud y en la enfermedad...

De pronto, el sarcasmo parecía haberme abandonado y empecé a sentirme un poco aterrorizada. Casi vulnerable. La voz de Willa estaba cargada de emoción y reconocí la sinceridad en su voz... porque yo misma había pronunciado esos mismos votos, hacía doce años.

—... en la riqueza y en la pobreza...

Eché un vistazo a Nick. Estaba mirando al suelo, y me pregunté si también estaría recordando.

—... todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.

Dios, cómo le quise.

Entonces Nick me miró y el tiempo se detuvo para nosotros. Aquellos ojos oscuros tan hermosos estaban llenos de... ¿arrepentimiento?, ¿amor?, ¿pesar? Durante un eterno segundo nos limitamos a mirarnos y a dejar que ese mar de sentimientos que había entre nosotros fluyera libre.

«Si al menos...» Aquellas eran las palabras más tristes de cualquier idioma.

Y en ese preciso instante mi cerebro de abogado supo que nunca amaría a ningún hombre como había amado a Nick. Mi corazón... mi corazón sin embargo fue incapaz de expresar cualquier pensamiento coherente. Hubo un tiempo en que adoré a ese hombre con ojos de gitano y los días que pasé con él fueron los más felices y aterradores de mi vida.

—Los anillos, ¿por favor? —inquirió el juez. Nick dejó de mirarme y se dirigió a los novios. El hechizo se rompió y yo me quedé más indefensa que un mapache recién nacido abandonado en plena carretera a hora punta, porque sabía que Nick se había dado cuenta de todo.

La ceremonia terminó unos minutos más tarde. A Willa y a Chris les envolvió una multitud que quería felicitarles y la voz chillona de BeverLee estuvo a punto de destrozarme los tímpanos cuando empezó a vociferar a los cuatro vientos lo feliz que se sentía. Dennis estaba en el bar, obedeciendo a un impulso genético de beberse una Guinness cuanto antes, riéndose con Emily. Mi padre se limitaba a asentir y a estrechar manos. Willa hizo un gesto para llamar mi atención y me ofreció esa deslumbrante y contagiosa sonrisa suya. Después me saludó con la mano y pude ver la fina banda de oro que ahora adornaba su dedo. Hice a un lado todas mis objeciones, le devolví la sonrisa y recé a Dios, a los ángeles, a los santos y a quien fuera necesario —si hacía falta hasta estaba dispuesta a sacrificar una cabra— para que siguiera siendo así de feliz.

Nick no volvió a mirarme. Le noté un tanto rígido mientras sonreía y charlaba con el resto de invitados, pero no volvió a fijarse en mí.

La tormenta había terminado y la mayoría opinó que la fiesta debería continuar en el patio. La gente se puso a recoger las sillas y mesas y lo trasladamos todo al exterior. Los rayos de sol penetraban entre las nubes, formando saetas doradas que brillaban sobre los pinos cargados de gotas de lluvia y el inmenso lago azul.

Necesitaba estar un rato a solas.

Corrí hacia las escaleras y me topé con la mirada lasciva de un anciano que llevaba una gorra de veterano de guerra. No le hice caso y subí a toda prisa las escaleras hasta llegar a la tercera planta; estaba en buena forma, en algo tenían que notarse todos esos trayectos en bici al trabajo. Y no, el latir desaforado de mi corazón, no se debía solo al esfuerzo físico que acababa de hacer.

Mi habitación era un oasis de silencio. Coco, acurrucada junto a su peluche, me saludó meneando la cola un par de veces, pero no abrió los ojos; las siestas eran sagradas para ella. Me acerqué a la ventana y descorrí la cortina, mostrando aquel interminable paisaje salvaje. Me di cuenta de que tenía las manos temblando. Lo que tenía que hacer al respecto era otra cuestión.

—Harper.

Como si lo hubiera convocado con mi mente, Nick apareció en el umbral de la puerta.

—Nick —jadeé.

Durante un segundo, solo le miré. A su pelo despeinado, a aquellos ojos tristes... y me pareció increíble que hubieran pasado doce años, que no me hubiera burlado de él cuando le salió la primera cana, que no hubiéramos hablado cada día, que hubiera estado tanto tiempo sin él, el último hombre de la tierra que jamás pensé que me dejaría.

Entonces él cruzó la habitación como una bala, y sin decir ni una sola palabra más, nos fundimos en un abrazo. Nuestras bocas se buscaron y se encontraron, y la corriente eléctrica que sentí casi me hizo levitar. Era como si estuviera volando y mezclándome con su esencia al mismo tiempo. Volver a estar con Nick me resultaba familiar y nuevo a la vez; estaba más delgado, aunque también se le veía más fuerte, pero su boca... aquella magnífica boca era la misma, tan ardiente y hambrienta. No podría describir la increíble, elemental e intensa sensación que se apoderó de mí al estar de nuevo con él, al volver a besarle, al volver a poseerle... porque, seamos sinceros, él y yo habíamos nacido para estar juntos.

Nick me estaba abrazando con tanta fuerza que mis costillas crujieron. Oh, Dios mío, cómo le había echado de menos, cómo había añorado esto, ¿por qué permitimos que lo nuestro terminara? Me empujó contra la pared y cambió de posición. Cubrió mi pecho con una mano, sentí su ardiente piel contra la mía, y continuamos besándonos violentamente, con desesperación. Me sentía tan bien, como nunca había conseguido sentirme con otro hombre, como si fuéramos dos partes de una roca a la que un rayo hubiera partido hacía tiempo y que finalmente volvían a estar juntas, como debía ser. Como siempre tenía que haber sido. Nick me besó como si estuviera a punto de desencadenarse el Apocalipsis, asaltándome con su lengua de una forma tan feroz que mis rodillas casi se doblaron. No había nada que nos importara, excepto el estar juntos de nuevo. Nada. Le saqué los bordes de la camisa de los pantalones y ascendí con mis manos hasta sus costillas, deleitándome en su ardiente piel. Mis yemas buscaron a tientas la cicatriz que tenía sobre el corazón y cuando la acaricié él gimió de placer contra mi boca y volvió a cambiar de postura para que pudiera sentir todo su cuerpo sobre mí, lo que hizo que me estremeciera de deseo. Al notar como temblaba sobre mí me sentí inmensamente poderosa, pues fui consciente de que tenía sobre él el mismo efecto que él tenía sobre mí.

Nick se echó hacia atrás. Tenía el rostro enrojecido, el pelo despeinado y sus ojos brillaban de pasión. Me sonrió, y en ese momento creí que mi corazón se resquebrajaría por aquella visión, por lo mucho que había añorado su sonrisa.

—¿Quieres decir algo? —susurró entre jadeos.

—Pues... ¿Hazme el amor? —dije respirando con dificultad. Le devolví la sonrisa.

El soltó una áspera carcajada.

—Bueno, sí, eso te lo voy a hacer encantado. —Su sonrisa se hizo aún más amplia—. Pero ¿seguro que no quieres decir nada más antes de que nos pongamos a ello? —Con una mano, me colocó uno de los mechones de mi ahora enredado cabello detrás de la oreja y me miró fijamente. Sus ojos estaban cargados de cariño... y de expectación—. Vamos, adelante.

Me quedé quieta. La pasión que sentía hacía unos segundos se vio reemplazada por un incómodo escalofrío. Maldición. Ese era el punto exacto en el que las cosas siempre empezaban a torcerse entre nosotros. Las expectativas.

—Tú... tú primero —logré decir.

Nick alzó la cabeza.

—Creo que deberías empezar tú. Al fin y al cabo...

Me puse un poco tensa.

—¿Al fin y al cabo qué?

—Bueno, fuiste la que... ya sabes. —Estaba claro que creía que aquel era el momento apropiado para hacer algún tipo de declaración. Fruncí el ceño. Nick parpadeó—. ¿De verdad no quieres decir nada, Harper?

—No, Nick, estoy bien. —Aunque el ardor se estaba enfriando a pasos agigantados.

—Nada. No tienes nada que decirme —remarcó él. Retrocedió un paso y se pasó la mano por el pelo.

Apreté los labios.

—Bueno, es evidente que tú sí que crees que debería decir algo, así que, ¿por qué no me iluminas, Nick?

Se le tensó la mandíbula.

—Me imaginaba que querrías...

—¿Qué?

—Disculparte. Creí que querrías disculparte.

Respiré hondo.

—Oh... Esto es... Esto es increíble. —Crucé los brazos sobre mi expuesto pecho—. ¿Por qué tendría que disculparme?

Él volvió a parpadear.

—¿Como que por qué? ¿Por arruinar nuestro matrimonio?

—Que yo... ¿Me estás tomando el pelo?

—No —repuso él, mirándome con ese aire que tanto recordaba de «¿Por qué te estás poniendo tan histérica? Estoy siendo de lo más razonable».

—¿Quieres que me disculpe? —pregunté con tono agudo—. ¿Eso es lo que quieres? ¿Ahora mismo? ¿De verdad?

Él levantó las manos a la defensiva.

—Mira, estoy más que dispuesto a perdonarte y empezar de cero...

—¡Oh, qué generoso! ¡Muchas gracias, Nick!

—... pero, Harper, tienes que admitir que lo que hiciste estuvo mal, muy mal. Me engañaste. Me traicionaste. Y aunque estoy abierto a hacer borrón y cuenta...

—¿Sabes qué? Allá vamos otra vez, Nick. Ese fue el gran problema de nuestro matrimonio. Que tú eras perfecto y yo tenía la culpa de todo. Pues esta vez no estoy dispuesta a seguirte el juego.

—¿Y qué se supone que hice yo? ¿Amarte? ¿Trabajar de sol a sol? ¿Acaso eso es un crimen? ¿Tan mala idea era trabajar para que pudiéramos tener un porvenir seguro?

—¿Sabes lo que sí es una mala idea, Nick? Esto. Nosotros. Mira, eres... Da igual. Es obvio que me sigues atrayendo, pero si quieres que asuma toda la culpa de nuestra fallida relación, entonces no. ¡No lo haré, Nick! Tú también tuviste tu cuota de responsabilidad.

—No veo que lo que hice fuera tan malo —dijo a la defensiva.

—Ahí está el problema —espeté—. Lamento que hayas venido hasta aquí para nada. Ha pasado demasiado tiempo y sigues viéndome como la mala de la película. Buenas noches.

—Fuiste tú la que te marchaste —explotó él.

—En realidad fuiste tú —repliqué entre dientes—. Da igual. Ahora veo que solo has venido a por una disculpa y a que me humille un poco. Y si en el proceso conseguías un poco de toqueteo, mejor que mejor, ¿verdad, Nick? Pues vas a tener que buscar en otra parte.

Dicho eso, abandoné la habitación con paso decidido y regresé a la boda de mi hermana.