Capítulo Doce
Aquella tarde, Kerry agarró un sobre y escribió una nota en él:
Fotos del viernes, por si quieres elegir alguna para tus padres.
Metió las fotos en el sobre y lo echó al buzón de Adam.
No oyó ningún ruido en casa de él y se enfadó consigo misma por albergar falsas esperanzas. Pero aún se enfadó más cuando encontró el sobre con las fotos encima de su felpudo y una nota de él escrita a mano:
Gracias. He llamado a Trish, así no tienes que molestarte.
¿Por qué había sido tan estúpida de pensar que al ver las fotos Adam quizá se pasara por su casa? Conocía a Adam, dos noches con la misma chica era el máximo.
Lo que significaba que todo había acabado.
Y tenía el presentimiento de que también su amistad había llegado a su fin.
Adam vio que tenía un mensaje en el móvil y miró a ver de quién era.
Contuvo su desilusión al ver que no era de Kerry. No le extrañó, Kerry quería estar sola. Y él lo había estropeado todo al presionarla para que se acostaran. Kerry debía pensar que él era como su padre, con muchas novias e incapaz de comprometerse en serio con nadie. Debía resultarle imposible creer que él era diferente, que no iba a abandonarla, que realmente quería estar con ella.
Clavó los ojos en la pequeña pantalla del móvil. Trish. La mejor amiga de Kerry. Quizá pudiera decirle cómo estaba Kerry. Echó un vistazo al mensaje: Ya están las fotos.
Impulsivamente, en vez de responder con un mensaje, llamó a Trish.
—Hola —respondió Trish.
—Hola, Trish, soy Adam. Gracias por lo de las fotos. Dime, ¿cuánto te debo?
—Espera un momento, voy a ver el recibo.
Al cabo de unos segundos Trish le dijo lo que le debía.
—¿Cuándo te viene bien que vaya a recogerlas? ¿O prefieres dárselas a Kerry y que ella me las dé a mí?
—De hecho, me gustaría hablar contigo de Kerry —contestó Trish—. En estos momentos está trabajando mucho.
Para evitarle, pensó Adam. Eso ya lo sabía.
—En la boda te dije que si le hacías sufrir… —añadió Trish.
—Lo sé, lo sé —respondió Adam en tono reconciliador—. Sé lo que piensas de mí, pero te aseguro que Kerry me importa mucho, mucho. Jamás le haría daño intencionadamente.
No iba a decirle a Trish lo que sentía por Kerry; entre otras cosas, porque ella jamás le creería. Pero, sobre todo, porque quería decírselo a Kerry personalmente, cuando estuviera seguro de que ella no iba a dar un salto y a salir corriendo.
—Bueno, respecto a las fotos…
Quedaron en verse a primera hora de la tarde del día siguiente, cuando él acabara su turno en el hospital.
Cuando Adam llegó al café donde había quedado, Trish ya estaba allí. Él le dio el dinero de las fotos y una caja de bombones.
—¿Por qué me das esto? —preguntó Trish con el ceño fruncido.
—Por haberte tomado la molestia de hacerme copias. A mis padres les van a encantar.
—Sí, seguro.
Adam suspiró, consciente del motivo de la frialdad de Trish con él.
—Está bien, lo reconozco, lo he estropeado todo. Me parece que Kerry no quiere hablar conmigo en estos momentos.
—Exacto —señaló Trish con voz gélida.
—¿Te ha contado algo? —preguntó él.
—¿Tú qué crees? —respondió Trish cruzándose de brazos.
—No lo sé. Si lo supiera no te lo preguntaría.
—Quizá deberías preguntárselo a ella —sugirió Trish.
Interesante. Eso significaba que Kerry no había hablado con Trish.
—Ya sabes cómo es Kerry, muy reservada —Adam volvió a suspirar—. Y sé, igual que tú lo sabes, que es por su familia.
Trish le miró fijamente.
—Hablaba en serio cuando te dije que si le hacías daño…
Adam le dedicó una triste sonrisa.
—Y yo también hablaba en serio cuando te dije que Kerry me importa y mucho —no le importaba, la amaba. Quizá por eso no sabía qué hacer—. Yo no soy como su padre y no voy a hacerle lo mismo que él le hizo, a pesar de lo que puedas pensar de mí.
Trish asintió.
—Eso se lo deberías decir a ella.
—Sí, tienes razón.
Quizá había esperado demasiado. Quizá había llegado el momento de actuar.
Al volver a su casa vio que las luces de la casa de Kerry estaban apagadas, supuso que estaría en el laboratorio. Probablemente volvería a su casa tarde, cansada y sin ganas de cocinar. A lo mejor…
Abrió la puerta y se encontró un montón de sobres en el suelo. Propaganda. Pero uno de los sobres le pareció justo lo que necesitaba; además, era rojo y a Kerry no se le escaparía.
Agarró un bolígrafo y escribió una nota en el sobre: Ven a cenar esta noche cuando vuelvas. Adam.
Después de echar el sobre al buzón de Kerry, se fue a la cocina y preparó café.
Al echar un vistazo a las fotos otra vez, vio una que le hizo tragar saliva. Esa foto no había estado en el grupo que le había pasado Kerry; de haberla visto antes, se acordaría. Era una foto de los dos, mirándose, y resultaba evidente que él estaba enamorado de ella, lo tenía escrito en la cara.
¿Por qué Kerry había apartado esa foto y no había querido que la viera?
Solo se le ocurría una razón que lo explicara: Kerry debía haberse dado cuenta de que él estaba enamorado de ella y, a su vez, ella no le correspondía. Por lo tanto, su luna de miel en Edimburgo había sido una aberración. Kerry sentía pena por él. Había querido ayudarle, pero había ido demasiado lejos, por eso quería mantener las distancias, no quería estar casada con él de verdad.
El problema era que él sí quería.
Con seriedad, agarró un sobre, escribió la dirección de sus padres en él y metió las fotos, aparte de la que se había guardado por evidenciar sus sentimientos.
Kerry agarró el correo. Publicidad, publicidad, lo que parecía ser la carta de un cliente, publicidad, una carta del banco, publicidad... Un sobre rojo la puso furiosa… ¡Si quería una nueva tarjeta de crédito la solicitaría! Con los dientes apretados, echó la publicidad a la basura. Después, se dirigió directamente al escritorio, dejó a un lado la carta del banco y abrió la que parecía ser de un cliente.
Pero no se trataba de un cliente, sino de un cazatalentos:
Uno de mis clientes ha quedado impresionado con sus últimos espectáculos… t
Trabajar en el cine… funciones… carta blanca…
Trabajaría en el cine y también montaría espectáculos para estrellas de cine y fiestas de los estudios. Y le darían carta blanca. Probablemente, dispondría también de un gran presupuesto. Y le subvencionarían para que desarrollara sus fuegos artificiales verde mar.
Un sueño.
El problema era que los sueños solían desvanecerse. Como le había ocurrido con Adam. Adam ni siquiera se había molestado en ponerse en contacto con ella tras volver de Edimburgo. Era evidente que no la quería en su vida, que no quería estar casado con ella de verdad.
La oferta de trabajo era tentadora. Haría lo que quería, lo que le gustaba hacer. Tendría la seguridad de un trabajo fijo. Y, lo mejor de todo, estaría lejos de Adam.
Kerry debía haber visto su nota ya, pensó Adam. La había escrito en un enorme sobre rojo.
El hecho de que Kerry no hubiera respondido le dejó muy clara la situación. Kerry no quería saber nada de él. O quizá pensara que solo la había invitado a cenar para acostarse con ella después.
Por supuesto que quería acostarse con ella, pero era mucho más que eso. Quería estar con ella. Quería la compañía de Kerry. Le gustaba estar con la tranquila científica que vivía debajo de él, la mujer que le hacía ver fuegos artificiales con los ojos cerrados.
No, no solo le gustaba, estaba enamorado de ella. La amaba. Y quería que ella le amara a su vez.
Al parecer, estaba pasando por una racha de mala suerte.
Le sonó el móvil, indicándole que tenía un mensaje. Era de Adam. Hacía ya una semana que no le veía.
Kerry no contestó al mensaje.
El teléfono sonó diez minutos después. Dejó que sonara y se disparara el contestador automático.
—Kerry, soy Adam. Sé que estás ahí porque puedo oír la música que tienes puesta —se oyó una pausa—. Si no contestas voy a bajar.
Con un suspiro, Kerry descolgó el auricular.
—Hola. ¿Qué quieres?
—Te echo de menos.
No tanto como ella a él, eso seguro. ¿Y por qué la voz de Adam la envolvió como una caricia? Lo único que ella quería era borrar del recuerdo la sensación de esos brazos rodeándola.
—Ah.
—Sube a cenar —dijo Adam.
—Estoy trabajando.
—Y yo estoy preocupado por ti. Y te echo de menos —repitió Adam.
Quizá la echara de menos, pero no como ella quería que la echara de menos.
—La última vez que te invité a cenar ni siquiera respondiste.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Hace unos días. Te escribí una nota en un sobre grande y rojo. Imposible que no lo vieras.
Lo recordaba. Y también que, sin mirarlo apenas, lo había echado directamente a la basura.
—No vi la nota.
—Vale, da igual. Sube a cenar conmigo esta noche.
No sabía si lograría acabar la cena sin arrojarse a los brazos de Adam y suplicarle que volviera a acostarse con ella. Pero…
—Está bien, subiré a cenar.
—Sube dentro de media hora.
—Ahí estaré.
Kerry colgó y reanudó el trabajo. A la media hora subió a casa de Adam y este la hizo pasar al cuarto de estar, aunque había preparado la mesa de la cocina para la cena, con velas incluidas.
—Vino —dijo Adam dándole una copa.
—Gracias.
—A mis padres les han encantado las fotos. Por cierto, me han pedido que vayamos a pasar la Nochevieja a Inverness.
—Lo siento, imposible —respondió Kerry sacudiendo la cabeza—. En realidad… quería hablar contigo de un asunto.
—¿Qué asunto?
—Nuestro divorcio. Quedamos en que si alguno de los dos necesitaba divorciarse el otro no pondría ningún impedimento.
—¿Estás saliendo con alguien? —preguntó Adam con expresión inescrutable.
¿Tan superficial la consideraba? Kerry volvió a negar con la cabeza.
—Me han ofrecido un trabajo y me marcho de aquí.
Adam frunció el ceño.
—Creía que te gustaba trabajar para ti misma.
—Así es, pero se trata de una gran oportunidad. Voy a trabajar para una productora cinematográfica en Los Ángeles. Quieren que dirija un departamento de pirotecnia, que prepare a gente y que diseñe espectáculos de fuegos artificiales para películas y fiestas.
—Y… ¿es eso lo que quieres hacer?
No. Lo que ella quería era estar con él, pero Adam no la amaba. Por eso se marchaba. De momento, si no podía vender el piso, lo alquilaría y comenzaría una nueva vida en Estados Unidos.
—Sí —Kerry alzó la barbilla—. Voy a irme a primeros de año. Así que… te agradecería que iniciaras el proceso de divorcio lo antes posible.
Kerry se marchaba a América. Iba a comenzar una nueva vida… sin él.
No. Se le echaría el mundo encima. Hacía dos semanas que no hablaban y ella le había evitado, pero sabía que estaba ahí, que Kerry estaba cerca. Pero ahora… todo iba a ser diferente. Kerry se marchaba y a él se le agotaba el tiempo.
—Kerry, yo… —te quiero y no quiero que te vayas, pensó Adam.
Pero no lo dijo. Si le decía eso Kerry saldría corriendo y tomaría el primer avión.
—Has dicho que te marchas a primeros de año. En ese caso, ¿no podrías pasar la Nochevieja en Inverness.
Kerry le clavó sus ojos verdes. Se la veía cansada y confusa. Quería besarla.
—Por favor —insistió Adam con voz suave—. Significaría mucho para… mis padres. Para mi familia.
—¿Quieres que vaya como… tu esposa?
«Sí».
—Como amiga —«como el amor de mi vida»—. Como lo que tú quieras. Pero ven a Escocia a pasar la Nochevieja. Por favor.
Kerry guardó silencio. Después, suspiró.
—Está bien, iré a pasar la Nochevieja con vosotros.
—Gracias —respondió Adam, resistiendo el impulso de gritar victoria.
Aprovecharía la ocasión para revelarle lo que sentía por ella.