Capítulo Cuatro

Ya bien entrada la tarde, Adam paseó la mirada por la estancia.

—Bueno, creo que ya está —dijo él, aunque no con mucho convencimiento.

—Me gusta. Es un color alegre y luminoso —declaró Kerry.

—A mí el amarillo me parece aburrido.

Kerry lanzó un bufido.

—El hecho de que a ti te gusten los colores fuertes no significa que tengan que gustarle a todo el mundo.

Esa era otra de las razones por las que la madre de Adam nunca creería que estaban prometidos. A Adam le gustaba mezclar colores fuertes con mobiliario sumamente moderno. A ella, por el contrario, le gustaban los colores pastel, el mobiliario tradicional e iluminación difusa. Nunca podrían poner una casa juntos.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Adam le dio un golpe juguetón.

—Eh, hacemos un equipo estupendo. Si alguna vez te cansas de los fuegos artificiales, montaremos una empresa de decoración. McRae & Francis —Adam lanzó una carcajada—. Suena bien.

—Mejor Francis & McRae. Por orden alfabético.

—No, nada de eso. Hay muchas cosas que no siguen un orden alfabético.

—La mayoría sí.

—Bueno, dejémoslo, no discutamos por eso ahora —dijo Adam.

—¿Qué te pasa? ¿Dónde está tu espíritu competitivo?

Adam miró el bote de pintura.

—Podríamos acabar muy mal.

Kerry se echó atrás inmediatamente.

—Vale, voy a preparar un café —no quería tener otra pelea de pintura con Adam.

Porque si acababa otra vez en el suelo debajo de él, tenía la sensación de que Adam, por fin, acabaría besándola. Y ella le rodearía el cuello con los brazos y tiraría de él hacia sí…

Lo que necesitaba era un baño. Pero pensar en ello le pareció también una mala idea, porque empezó a imaginar a Adam en la bañera con ella, enjabonándole el cuerpo…

«Vamos, cálmate», se ordenó a sí misma en silencio. Y, al momento, se puso a preparar el café mientras Adam recogía las sábanas de plástico.

—¿Quieres que llame por teléfono y pida que nos traigan una pizza? —preguntó Kerry.

Adam sacudió la cabeza.

—No, gracias, esta noche no puedo.

Kerry se recordó a sí misma que su noviazgo era falso y que no era de su incumbencia lo que Adam fuera a hacer aquella noche. Ni a quién iba a ver. Ni a quién iba a besar. Adam se había pasado el día entero preparando las paredes y había pintado la cocina y el cuarto de estar. ¿Por qué iba él a querer hacer algo con ella aquella noche?

—Vale. Yo también tengo que pasar al ordenador las notas que he tomado en la reunión de esta mañana —dijo ella para que Adam no pensara que estaba pendiente de él.

Adam acabó de recoger las sábanas y se bebió el café rápidamente.

—Bueno, hasta luego. Ah, antes de que se me olvide, ¿te importaría que te llamara desde Escocia? Lo más seguro es que mis padres quieran hablar contigo.

—No, no me importa. Pero avísame antes si quieres que diga, o no, algo en particular.

—Vale, gracias.

Adam sonrió y se marchó a su casa.

Y Kerry tuvo la sensación de que su amistad había cambiado. Adam no le había revuelto el cabello ni le había dado un abrazo.

Era como si su vieja relación hubiera llegado a su fin.

—Adam, ¿te pasa algo? —preguntó Pansy.

Adam forzó una sonrisa.

—No, nada. Estoy un poco cansado, eso es todo. En realidad, creo que me voy a ir ya.

Pansy se lo quedó mirando.

—¿En serio te encuentras bien? Siempre eres el último en irte de una fiesta.

—He tenido una semana agotadora —respondió Adam encogiéndose de hombros.

Le preocupó darse cuenta de que estaba aburrido. ¿Desde cuándo se aburría en una fiesta? Siempre había gente con la que charlar, reír…

Pero no podía quitarse a una persona de la cabeza. Una persona que hablaba con voz suave, que odiaba el rock. Una persona a quien no le gustaban mucho las fiestas, pero con quien podía hablar toda la noche sin parar.

—Eh, Adam, ¿quieres acostarte pronto hoy? —le preguntó Pansy entornando los ojos.

Adam reconoció la invitación. Se suponía que ahora debería rodearla con los brazos, besarla y preguntarle si quería ir con él a su casa. Era lo que todo el mundo esperaba de él. Era lo que esperaba de sí mismo. Pansy era su tipo: alta, de piernas largas, rubia y guapa.

—Sí, eso es justo lo que voy a hacer —respondió él—. Necesito descansar. Bueno, hasta la vista.

¿Qué demonios le ocurría? Estaba dejando pasar la invitación de una despampanante enfermera. Quizá debiera ir a un psiquiatra.

Rápidamente fue a darle las gracias al anfitrión por la fiesta y se marchó a su casa.

Kerry oyó pisadas en el piso de arriba y parpadeó. ¿Cómo era posible que Adam estuviera de vuelta en casa? Solo pasaban unos minutos de la medianoche. Cuando iba de fiesta, Adam no solía volver antes de las dos.

En una media hora empezaría a oír el crujir de la cama y las exclamaciones como «¡oh, Adam!».

¿Y por qué demonios se sentía tan posesiva? Al fin y al cabo, Adam no le pertenecía, no pertenecía a nadie.

—Vas a tener que ir a que te vea un psiquiatra —se dijo a sí misma en voz alta antes de intentar volver a centrarse en la fórmula en la que estaba trabajando.

Entonces se puso en pie y se puso los cascos para oír un concierto de Beethoven. Subió el volumen. De esa manera, cuando empezara a crujir la cama, no lo oiría. Y no le pesaría no ser ella la que gimiera.

El sábado por la mañana fue una locura en urgencias del hospital. Adam no logró tomarse un descanso hasta bien pasada la hora del almuerzo. Pero ahora, sentado en la cantina, su pensamiento no estaba en el bocadillo ni en el café, sino en Kerry.

Y en la pelea de pintura del día anterior. Mejor dicho, en el momento en que la tenía pegada al suelo, mirando esos hermosos ojos verde mar. Ese fue el momento en que se dio cuenta de lo mucho que quería besarla.

Había estado a punto de hacerlo. De verdad. Afortunadamente, el sentido común le había impedido hacer algo tan estúpido, algo que habría destruido su amistad. De todos modos, no podía evitar pensar en ello.

Lanzó un gruñido.

«Será mejor que lo dejes», se dijo a sí mismo en silencio. «Kerry Francis no es tu novia de verdad. Vuestro noviazgo es una farsa. Kerry te está haciendo un favor, como amiga».

«Sí, pero has dejado de verla como a una amiga simplemente, ¿no?».

Para no pensar más en Kerry, trabajó como nunca, pero no logró apartarla de su cabeza. Al final, decidió que tendría que enfrentarse al hecho de que había dejado de pensar en Kerry como en una amiga, ahora la veía como a una mujer.

Y una mujer muy atractiva.

Una mujer a la que deseaba, pero a la que no podría poseer porque ella jamás permitirían que intimaran hasta ese punto.

El domingo por la mañana, al oír el timbre, Adam abrió los ojos y miró el reloj. ¿Las nueve y media? ¿Qué? ¡Y él que quería haber ido al gimnasio a las nueve! Nunca se despertaba tan tarde. Cierto que había trabajado hasta por la noche, pero luego no había salido de farra. Por primera vez en mucho tiempo, se había acostado un sábado antes de las dos de la madrugada. Y por primera vez en mucho tiempo, se había acostado un sábado… solo.

Adam agarró un par de calzoncillos, se los puso, bajó las escaleras y abrió la puerta de su casa.

—¿Desde cuándo abres la puerta en calzoncillos? —le preguntó Kerry.

Podía fingir no darle importancia, pero Kerry había enrojecido. Muy significativo.

De todos modos, Kerry tenía razón.

—Entra —dijo él—. ¿Te apetece un café?

Kerry se encogió de hombros.

—No tenía pensado quedarme mucho, solo quería darte esto —Kerry le dio un paquete y una tarjeta—. El libro que le he comprado a tu padre, es sobre el Edimburgo victoriano.

—Ah, gracias. Le va a encantar.

Por un momento, Adam estuvo a punto de preguntarle si era la clase de lectura que le gustaba a su padre, pero recordó a tiempo que Kerry le había dicho que se había criado fuera de casa, aunque no le había dado más explicaciones y él no había querido insistir.

De repente, se le ocurrió pensar que Kerry era una persona muy independiente y sin compromisos familiares. Hacía lo que quería y no rendía cuentas a nadie, justo lo que a él le gustaría. Sin embargo, quizás, justo lo que él tenía era lo que ella deseaba: una familia, unos padres que se habían interesado por sus estudios, que le habían enseñado a conducir y que se ponían en contacto con él constantemente.

—Bueno, hasta luego —dijo Kerry con una sonrisa y, al instante, se marchó.

Extraño. Kerry nunca se mostraba tan distante con él.

—¿Te pasa algo, Kerry? —le preguntó Trish mientras paseaban por el parque St. James.

—Mmm. No, nada, estaba pensando en hombres desnudos.

Trish estalló en carcajadas.

—Ya era hora.

Kerry frunció el ceño y miró fijamente a su amiga.

—¿Qué?

—Que ya era hora de que pensaras en hombres desnudos.

—¡Dios mío! —exclamó Kerry con expresión de alarma—. ¿He dicho eso en voz alta?

—Sí —respondió Trish sonriendo—. Vamos, dime cómo se llama.

No. No iba a hablar de eso, ni siquiera con su mejor amiga.

—No se trata de nadie en particular.

—Vamos, Kerry. Sé que estás pensando en una persona en concreto. ¿Se trata de un cliente tuyo?

—Nunca mezclo el negocio con el placer —contestó Kerry sacudiendo la cabeza.

—¿Le conozco?

Sí, pensó Kerry, pero no iba a decírselo.

—No.

Trish arqueó las cejas.

—Kerry, te conozco desde que tenías diecinueve años, y siempre que mientes te pones colorada.

—Es complicado —dijo Kerry tras un suspiro.

—¿Cómo de complicado?

—Su padre está enfermo y lo único que quiere es ver a su hijo casado. Yo… soy su novia ficticia, solo por un tiempo.

—¿Tan ficticia que ni siquiera llevas anillo? —le preguntó su amiga con los ojos fijos en su mano izquierda.

—Sí.

—¿Y es el tipo al que imaginas desnudo?

Kerry se sonrojó visiblemente. Así dicho sonaba fatal. Necesitaba salir más.

—¿Sabe lo que sientes por él? —preguntó Trish pensativa.

—No, y no lo va a saber —dijo Kerry apresuradamente—. Somos amigos, nada más.

—Amigos. Mmm. Es evidente que te ha elegido a ti de novia de mentira porque sabe que no le vas a dar problemas. Sabe que no dejas que la gente intime contigo.

Kerry lanzó un bufido.

—Eso no es verdad, tú y yo somos amigas íntimas.

—Sí. Pero yo soy una mujer y no supongo ninguna amenaza para tu estilo de vida —Trish suspiró—. Kerry, no todos los hombres son unos sinvergüenzas. Bueno, algunos sí lo son; por ejemplo, tu vecino.

Kerry hizo una mueca.

—¿Por qué te cae tan mal Adam?

—No es que me caiga mal, es que ni siquiera pienso en él —declaró Trish con altanería—. Se lo tiene muy creído.

—Por favor, deja de atacarle. Es un buen tipo.

Trish se encogió de hombros.

—Si tú lo dices. Ese hombre ha ido rompiendo corazones por todo Londres.

—No, no es verdad —le corrigió Kerry—. Adam es honesto con las mujeres con las que sale y deja las cosas muy claras desde el principio.

Trish frunció el ceño.

—Se me acaba de ocurrir algo terrible. Ese novio falso que te has echado… ¿es médico?

Kerry no contestó, se limitó a pasarse una mano por la cara.

—¡No, por favor, no me digas que es lo que estoy pensando!

—Trish, estamos dando un paseo y charlando, no lo estropeemos.

Pero Trish no se dejó distraer.

—Estás jugando con fuego, Kerry. Adam McRae es más peligroso que todos esos compuestos químicos con los que trabajas.

—No lo es. Y no voy a hacer ninguna tontería.

—Ojalá encontraras a alguien como Pete —dijo Trish suspirando.

El marido de Trish era un encanto, pero Kerry no quería para sí la vida que había elegido Trish. Ella prefería quedarse como estaba, no depender de nadie.

—Necesitas a alguien que te ayude y te cuide —dijo Tris.

—Sé cuidar de mi misma, gracias —respondió Kerry secamente.

—Por mucho que lo niegues, necesitas a alguien que esté a tu lado para apoyarte, para hacerte compañía… Y ese alguien no podría ser Adam.

—Ni se me ha pasado por la cabeza que lo sea. Aunque, para tu información, te diré que el viernes me pintó el piso.

—No parece propio de él —comentó Trish arrugando el ceño.

—No es tan terrible como tú crees, Trish. Y me ayudó cuando me trasladé a mi casa.

—Si Pete y yo no hubiéramos estado en Mánchester grabando el cuarteto…

—Sí, lo sé —Kerry sonrió a su amiga—. Me habrías ayudado y, posiblemente, no me habría quedado encerrada en la casa. Pero, al final, no pasó nada.

—Eres demasiado independiente, Kerry.

—¿Y qué tiene eso de malo? Estoy satisfecha con mi vida tal y como es.

Trish no dijo nada, pero Kerry pudo leer en su mirada: «En ese caso, ¿cómo es que se nota que hablas sin convencimiento?».