Capítulo Ocho

Cuando los padres de Adam regresaron a Escocia a finales de la semana, Kerry fue con Adam para llevarles al aeropuerto.

—Será mejor que recoja mis cosas —dijo Adam cuando regresaron a la casa.

—¿Quieres que te ayude?

—No, no hace falta. Luego voy a ir a las pistas de nieve artificial a esquiar un poco. Nos veremos luego.

A Kerry le causó una gran desilusión que Adam no quisiera pasar un rato con ella. Aunque, en realidad, ya no hacía falta, los padres de Adam habían vuelto a Escocia.

Después de que Adam se marchara del piso con sus cosas, se sintió vacía. Le echó mucho de menos; sobre todo, a la mañana siguiente; se había acostumbrado a que le llevara una taza de café a la cama, a que hablara con ella y le preguntara qué planes tenía para ese día.

—Deja de soñar despierta —se ordenó a sí misma en voz alta, disgustada consigo misma.

Adam no se iba a enamorar de ella, no quería una relación seria y mucho menos con ella. Y sería una estupidez por su parte albergar falsas esperanzas.

—¿Te has levantado con el pie izquierdo? —preguntó Stacey.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Adam con el ceño fruncido.

—Estás de mal humor con todo el mundo —le acusó la enfermera—. Has hecho llorar a una de las estudiantes de enfermería en su primer día de prácticas.

—¡Oh, no! Lo siento. Iré a pedirle disculpas —respondió Adam con sinceridad.

—Bien. Y espero que no vuelva a ocurrir.

—No, te lo aseguro —contestó él.

—Normalmente lloran por otros motivos —comentó Stacey cínicamente—. Aunque se rumorea por ahí que llevas un tiempo sin salir con chicas.

—Es algo temporal.

Stacey hizo una mueca.

—Ese debe ser el problema, la abstinencia.

Adam le hizo un gesto burlón.

—Gracias por el diagnóstico, enfermera Burroughs. Pero te aseguro que estoy bien. Estoy perfectamente.

Aunque quizá Stacey estuviera en lo cierto. Se encontraba mal porque no salía con una chica, una chica en particular. La chica que vivía en el piso encima del suyo.

El lunes por la mañana recibió una llamada de su madre cuando estaba trabajando.

—Adam, siento tener que decirte esto, hijo, pero he tenido que llamar a una ambulancia. Creo que a tu padre le ha dado otro infarto.

A Adam le dio un vuelco el estómago.

—Ahora mismo voy.

—No, hijo. Aquí, de momento, no puedes hacer nada.

—Ahora mismo me pongo en marcha, mamá —repitió Adam, consciente de la seriedad de la situación.

Acababa de arreglar las cosas en el hospital para tomarse unos días libres y estaba a punto de salir cuando recibió otra llamada.

—Adam, soy Kerry. Tu madre acaba de llamarme por teléfono y me ha contado lo que pasa. Ahora mismo voy a recogerte al hospital para llevarte al aeropuerto. Te he hecho la maleta con lo que me ha parecido que vas a necesitar.

—Eres increíble. Gracias —dijo Adam—. ¿Estás en casa todavía? ¿No estás en el trabajo?

—Todavía estoy en casa.

—En ese caso… ¿te importaría acompañarme a Escocia? Significaría mucho para mis padres —y, sobre todo, para él. Aunque no iba a decírselo para no asustarla—. Solo por un par de días. Es decir, si no estás hasta arriba de trabajo.

—Lo estoy, pero puedo seguir trabajando si me llevo el ordenador portátil —respondió Kerry—. De acuerdo, te acompañaré.

—Gracias —dijo Adam con voz queda.

Se acoplaron en los asientos del avión en silencio. Estaba muy preocupado por lo que pudiera encontrarse en Escocia. Los segundos infartos solían ser peores que los primeros. Si su padre moría…

—Eh —Kerry le agarró una mano y se la apretó—, deja de preocuparte. Puede que no sea tan serio como temes.

—¿Y si lo es?

—No adelantes acontecimientos.

Adam suspiró y entrelazó los dedos con los de ella.

—Perdona, no debería abusar tanto de ti. Es una debilidad.

—No lo es. Necesitas ayuda y eres lo suficientemente hombre para pedirla. Eso no es ser débil, sino todo lo contrario.

—Vale —Adam se mordió los labios—. Kerry, podría pedirte otro favor.

—¿Qué?

—Si mi padre estuviera muy mal… me gustaría que muriera feliz.

—¿Vas a pedirme lo que creo que vas a pedirme?

Adam la miró fijamente a los ojos.

—¿Te casarías conmigo en Escocia?

Era lo que se había temido.

—Es solo hasta que mi padre se ponga bien o hasta que se… —Adam no pudo acabar la frase—. Podríamos divorciarnos inmediatamente después.

—Lo que causará un gran sufrimiento a tus padres. No podemos hacerles eso. ¿Cómo se te ha podido ocurrir semejante idea?

—Perdona, estoy hecho un lío. Me parece que no estoy pensando con la cabeza —se disculpó Adam pasándose una mano por la cabeza—. Pero si no nos divorciáramos, seguiríamos casados —Adam respiró hondo—. Nunca he pensado casarme y tengo la impresión de que tú tampoco. Así que, quizá, no importara que siguiéramos casados.

Casada con Adam. Ahora y siempre…

—¿Y si alguno de los dos quiere divorciarse en el futuro? —preguntó ella.

—¿Quieres decir si conocieras a alguien y quisieras casarte con él?

Difícil. Era mucho más probable que Adam se enamorara de alguien. Pero eso no iba a decírselo.

—Algo así.

—En ese caso, firmaría los papeles del divorcio inmediatamente. No te pondría ningún obstáculo, Kerry.

Iba a acabar con el corazón destrozado, lo sabía. Pero no quería hacer daño ninguno a los padres de Adam, sobre todo ahora que Donald estaban tan enfermo. Y quizá… quizá pudiera estar con Adam una noche.

La noche de bodas.

—Está bien, me casaré contigo.

Adam se llevó una mano de Kerry a los labios y le besó los dedos uno a uno.

—No sé cómo agradecértelo.

Cuando llegaron al hospital, encontraron a Donald conectado a un montón de máquinas. Presentaba un aspecto terrible. Moira no se veía mucho mejor.

Adam abrazó a su madre y examinó las anotaciones del estado de su padre.

—Voy a ir a hablar con el médico que le atiende, no tardaré —dijo Adam.

Mientras Adam iba a hablar con el médico Kerry fue a por café para Moira. Al volver, le dio el café y unas chocolatinas que también le había comprado.

—Vamos, tómate esto, te dará energía —le dijo a Moira.

Adam regresó unos minutos más tarde.

—Bueno, el médico me ha dicho que espera que te recuperes, papá. Pero vas a tener que quedarte en el hospital unos diez días, quieren vigilarte —entonces, Adam miró a su madre—. Kerry y yo hemos reservado una habitación en el hotel que hay enfrente del hospital. Mamá, ¿quieres que reserve otra habitación para ti?

Moira negó con la cabeza.

—No, me voy a quedar aquí. No me quiero separar de tu padre.

—¿Necesitas que te traigamos ropa limpia? —le preguntó Kerry.

—No, no hace falta de momento —respondió la mujer conteniendo las lágrimas.

—Todo va a ir bien, ya lo verás —le dijo Kerry a Moira abrazándola—. Adam y yo nos vamos a quedar aquí el tiempo que sea necesario. Y… también hemos hablado en el avión.

Kerry lanzó una mirada de soslayo a Adam y este asintió casi imperceptiblemente.

—Vamos a adelantar la boda —declaró Adam—. Nos vamos a casar aquí. Tan pronto como arreglemos los papeles.

—¿Que os vais a casar aquí? —repitió Moira con incredulidad—. Pero… ¿sin invitados ni nada?

—Eso no importa —contestó Adam—. Las personas realmente importantes sois vosotros dos y nosotros dos. El resto… —Adam se encogió de hombros.

—Ver a Donald enfermo nos ha hecho darnos cuenta de lo que es realmente importante en la vida —dijo Kerry.

Ya de noche, Kerry y Adam se encaminaron hacia el hotel. Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Adam le tomó la mano.

—Kerry… Escucha, sé que me estoy pasando, pero… He reservado dos habitaciones, pero no quiero estar solo esta noche. ¿Podrías pasarla conmigo?

—¿Contigo? —preguntó ella.

—No te preocupes, no te voy a atacar.

Se le veía agotado y quería hacerle sentirse mejor. Y si para eso tenía que compartir la cama «platónicamente» con él, se controlaría.

—Está bien.

Adam no le soltó la mano hasta que no entraron en la habitación de él.

Cuando Adam salió del cuarto de baño, después de que lo hiciera ella, solo llevaba unos calzoncillos. Se le secó la boca. Su expresión debió delatarla, porque él sonrió.

—Normalmente duermo desnudo. Pero, dadas las circunstancias, me ha parecido mejor ponerme algo.

—¿Estás seguro que no quieres que me vaya a mi habitación? —murmuró ella.

—Seguro —Adam se acostó en la cama, a su lado—. Necesito que me abraces, Kerry.

Adam se colocó de lado, apoyó la cabeza en el hombro de ella, le rodeó la cintura con un brazo y entrelazó las piernas con las suyas.

—Menos mal que estás conmigo —dijo Adam con voz queda.

Durante un instante, se sintió esperanzada, pero al momento se ordenó a sí misma no pensar tonterías. Adam no estaba enamorado de ella, solo necesitaba el apoyo de una amiga.

Kerry alargó la mano y apagó la luz de la mesilla de noche; después, colocó la mano en el brazo de él.

—Buenas noches —murmuró Adam.

—Buenas noches.

Aquello era una locura. Nunca había dormido con nadie. Sí había tenido relaciones sexuales, pero nunca había pasado la noche entera con un hombre. No intimaba con sus amantes.

Aunque Adam estaba a punto de dormirse, lo único que tenía que hacer era darle un beso en la frente y así instigar un beso de verdad. O subirle ligeramente el brazo que le rodeaba la cintura… O bajárselo…

Tenía que hacer algo o iba a estallar. Tenía que pensar en otra cosa o iba a ser víctima de una combustión espontánea.

Combustión. Sí, eso era. Incandescencia. Mentalmente, repasó la lista de los elementos químicos que utilizaba con más frecuencia y la longitud de ondas de luz que producían en los nanómetros.

Y se quedó dormida.

El martes por la mañana Kerry se despertó con una sensación muy agradable. Pero pronto se dio cuenta de que estaba sola en la cama.

¿Dónde se encontraba Adam?

Frunció el ceño. No oía la ducha ni ruido en el cuarto de baño. Puso la mano en la parte de la cama que había ocupado él y vio que estaba fría, lo que significaba que hacía un rato que se había ido.

¿Le habría pasado algo a su padre? No, de ser así, Moira habría llamado y ella se habría despertado. Fue entonces cuando vio una nota encima de la almohada de Adam: He ido a nadar.

Kerry se dio una ducha y se vistió. Justo cuando acabó de recoger sus cosas y meterlas en una bolsa, Adam entró en la habitación con el cabello mojado. Afortunadamente, iba vestido.

—¿Has llamado al hospital? —le preguntó ella inmediatamente.

—Sí. Y mi padre ha pasado una buena noche —Adam suspiró de alivio—. ¿Lista para desayunar?

—Sí.

Kerry admiró su desapego. ¿Cómo lo conseguía? Ella aún se sentía afectada por haber pasado la noche en sus brazos. Cierto que solo habían dormido, pero abrazados. No se habían besado ni se habían acariciado íntimamente… Tembló solo de pensarlo. Y, para disimular el estupor que sentía, adoptó una actitud práctica.

—Tengo que llamar a Trish. Y quizá no sea mala idea que vaya a Londres a por los certificados de nacimiento y el resto de los documentos que vamos a necesitar para casarnos. Me tienes que decir dónde tienes los papeles.

—¿Cuándo vas a comprarte el vestido de novia?

—Mañana por la mañana. Volveré aquí mañana por la noche y el jueves terminaremos de arreglar los papeles.

—Y el viernes al mediodía… —la mirada de él era inescrutable. ¿Estaba tan asustado como ella?—. No tengo palabras para agradecerte todo lo que estás haciendo por mí, Kerry.

—No te preocupes —Kerry necesitaba salir de aquella habitación inmediatamente. Si no lo hacía, iba a abrazarle. No, mejor besarle—. ¿No íbamos a desayunar?

Después del desayuno, Kerry hizo el equipaje mientras Adam le compraba un billete de avión y pedía un taxi por teléfono para que la llevara al aeropuerto. Después, llamó a Trish.

—Hola, Trish, soy yo. ¿Estás muy ocupada mañana?

—No creo, pero deja que eche un vistazo a la agenda —Kerry oyó a su amiga pasando páginas—. No, nada importante. ¿Por qué lo dices?

—Tengo que ir de compras.

—¡Para eso, cuenta conmigo! ¿Por qué no vamos hoy, después del concierto?

—No, todavía estoy en Edimburgo.

—¿En Edimburgo? —repitió su amiga con sorpresa—. ¿Desde cuándo?

—Vinimos ayer. Al padre de Adam le ha dado otro infarto. Ahora mismo vamos a ir al hospital. Pero Adam ya me ha comprado el billete para volver a Londres hoy.

—En ese caso, ven a cenar a mi casa —le dijo Trish—. Me da la impresión de que tenemos que hablar.

El resto de la mañana pasó rápido. El padre de Adam estaba mejor y de buen ánimo. Cuando Kerry se quiso dar cuenta, ya era hora para meterse en el taxi e irse al aeropuerto. Adam la acompañó a la salida del hospital.

—Buen viaje. Mándame un mensaje al móvil cuando llegues a casa —dijo él.

—Lo haré.

Kerry estaba a punto de subirse al taxi cuando Adam pronunció su nombre. Al volverse, Adam la rodeó con los brazos y rozó los labios con los suyos una vez, dos veces… hasta acabar besándola de verdad, profundamente.

El tiempo se detuvo. En ese momento, para Kerry, solo existía la calidez y dulzura de la boca de Adam, las suaves caricias de su lengua, la promesa de ese beso. Era solo el principio. Cuando volvieran a estar solos sería más, mucho más…

Por fin, Adam la soltó.

—Luego —dijo él con voz suave—. Llámame luego.

Durante el vuelo, Kerry revivió la sensación de la boca de Adam unida a la suya. Cuando llegó a Londres, se sentía completamente confusa. Adam y ella eran amigos. Su noviazgo era falso. Pero la forma como la había besado antes de subirse al taxi... Eso había sido el beso de un amante.

Y se iba a casar con él el viernes al mediodía.

No era de extrañar que la cabeza le diera vueltas.

Cuando llegó a su casa, deshizo el equipaje y sacó su certificado de nacimiento de los archivos. Le costó más encontrar el de Adam, que tenía todos los papeles revueltos en una caja. Después llamó a Trish para decirle que estaba a punto de salir para ir a su casa.

Pete, el marido de Trish, le abrió la puerta y le dio un abrazo.

—Hola, Kerry, ¿qué tal estás?

—Un poco liada —admitió ella—. ¿Cómo ha ido el concierto?

—Muy bien. Trish ha tocado de maravilla, como siempre.

—Lo mismo que tú —dijo Trish, acercándose por el pasillo—. Bueno, Pete, nosotras, las chicas, tenemos que hablar. ¿Por qué no te vas al pub un rato? Te guardaremos lasaña.

—Buena idea —contestó Pete—. Hasta luego, Kerry.

Tras dedicarle una sonrisa, Pete agarró la chaqueta de un perchero en el recibidor y se marchó.

Kerry le dio a su amiga una botella de vino y una caja de bombones.

—Vaya, parece seria la cosa. Venga, vamos a sentarnos.

Trish agarró dos copas y un sacacorchos; después de abrir la botella, sirvió el vino.

—Bueno, por la amistad —brindó Trish.

—Por la amistad —repitió Kerry.

—Dime, ¿qué es lo que pasa?

—Ya te lo he dicho esta mañana, el padre de Adam ha tenido otro infarto —contestó Kerry con la copa en la mano.

—¿Cómo está?

—Esperamos que se recupere. Pero no estoy segura, Adam está muy preocupado. Y él es médico, así que puede que sepa algo que no nos ha dicho.

—Espero que no vayas a decirme lo que temo que vas a decirme —comentó Trish frunciendo el ceño.

—¿Y qué es eso que temes?

—Que te vayas a casar con Adam.

—Eso es lo que voy a hacer. Por eso necesito comprarme un vestido de novia.

—Kerry, no es posible, no lo has pensado bien —dijo Trish—. No estáis enamorados. Esto va a acabar muy mal.

Kerry respiró hondo.

—Trish, tenía la ilusión de que Pete y tú vinierais a mi boda. Para mí, sois mi familia. Es más, ha sido Adam quien lo ha sugerido.

Trish, sorprendida, agrandó los ojos.

—Tratándose de él, me parece muy considerado.

—No es tan terrible como tú crees.

—Es un mujeriego. Por lo que me has contado de tu padre, Adam es igual que él. O peor.

—No, Adam, en el fondo, es una buena persona —insistió Kerry.

—Te va a destrozar el corazón —le advirtió Trish.

—¿Significa eso que no vas a venir a mi boda? Quería que fueras mi testigo.

—Naturalmente que voy a ir, soy tu mejor amiga, pero… ¡Casada con Adam! —exclamó Trish dando rienda suelta a su frustración.

—Solo de mentira —le recordó Kerry.

—Sé por qué lo haces, Kerry, pero no deberías. Podrías acabar sufriendo y mucho.

—Imagínate que el padre de Adam muere —dijo Kerry con voz queda—. ¿Cómo íbamos a perdonarnos no haber hecho todo lo posible por alegrarle los últimos días de su vida?

—Eso es un golpe bajo —Trish resopló—. Está bien, lo haré, pero esto no me gusta nada. Dime, ¿tenéis pensado cuándo vais a casaros?

—Sí. El viernes.

—¿Qué viernes?

—Este viernes.

—¡Este viernes! ¡Por el amor de Dios, Kerry, no vamos a tener tiempo para comprarte el vestido y todo lo demás!

—Trish, el padre de Adam está realmente enfermo. Y hay otro problema, la boda se va a celebrar en Edimburgo.

Trish lanzó un gruñido.

—Kerry, estás completamente loca, aunque comprendo los motivos que te mueven a hacer algo así —declaró Trish sacudiendo la cabeza—. Está bien, iré, pero con tres condiciones.

—¿Qué condiciones?

—En primer lugar, que me dejes peinarte y maquillarte para la boda. En segundo lugar, que te quedes con el regalo de boda que te dé cuando recuperes el sentido común y te divorcies de Adam. La tercera condición es que me dejes a cargo de la música de la ceremonia.

—No tienes por qué hacerme ningún regalo. No es una boda de verdad y… Adam y yo vivimos cada uno en nuestra casa.

—¿Quieres elegir tú la música o prefieres que la elija yo?

Cuando terminaron de cenar, Trish y ella lo tenían todo planeado. Al marcharse de casa de su amiga, Kerry llamó a Adam al móvil, pero lo tenía desconectado. Fue entonces cuando recordó que Adam le había dicho que iba a pasar la noche en el hospital con su padre para que su madre pudiera descansar.

Kerry estaba navegando por Internet para matar el tiempo cuando sonó el teléfono.

—Hola, acabo de ver tu mensaje.

Al oír la voz de Adam, sintió un estremecimiento de placer en todo el cuerpo.

—¿Cómo está tu padre?

—Está mejor. Mi madre también —contestó Adam—. ¿Vas a volver mañana como habíamos quedado?

—Sí, por la tarde —confirmó ella—. Por cierto, Trish y Pete van a venir a la boda y van a ser ellos quienes toquen. Violín y violonchelo.

Adam tardó unos segundos en responder.

—Me alegro de que vaya a venir alguien allegado a ti a la boda.

—¿Por qué?

—Porque mi madre quiere que sea una boda seria y… bueno, hay novedades.

A Kerry se le erizó la piel.

—¿Qué pasa?

—Que mi madre ha movilizado a toda la familia y van a venir todos. Cuando me he enterado, era demasiado tarde para impedirlo —Adam tosió—. No puedo decirles que no, Kerry.

—¿De cuántos invitados estamos hablando, Adam?

—Mis tíos, mis tías y algunos de mis primos.

¿Se iba a tener que enfrentar a todo el clan McRae? ¡No, no!

—La buena noticia es que el médico le ha dado permiso a mi padre para que salga del hospital el viernes durante un par de horas. Voy a hablar con los del hotel para que nos preparen un pequeño banquete de bodas.

Adam hablaba en tono impersonal, como si estuviera preparando la fiesta de otra persona, no su propia boda. Pero claro, aquello no iba a ser una boda en serio.

—Bien —respondió ella.

—Kerry, respecto a lo de esta mañana, perdona, me he dejado llevar.

Lo que significaba que le parecía una equivocación haberle dado un beso. O que no significaba nada para él.

—Estabas preocupado por tu padre, no te preocupes. Hasta mañana.

—Que duermas bien —respondió él.

Cuando Kerry colgó el teléfono, apagó el ordenador y puso música de Bach. Maldito beso, ojalá nunca hubiera tenido lugar, de esa manera no habría albergado falsas esperanzas.

Trish tenía razón, aquello iba a acabar muy mal.