Capítulo Diez

—No tenía ni idea de que mis padres nos habían reservado la suite nupcial —dijo Adam en tono de disculpa.

—No te preocupes —Kerry se encogió de hombros.

—Tienes razón. Además, estas habitaciones son grandes. Yo dormiré en el sofá.

Quizá el champán se le había subido a la cabeza o quizá se estaba engañando a sí misma y solo oía lo que quería oír, pero estaba segura de haber notado algo extraño en la voz de Adam.

Y algo le empujó a decir:

—Adam, esta es la única vez que vamos a casarnos.

—¿Y? —Adam la miró fijamente.

—¡Qué demonios! ¿Por qué no pasar una noche de luna de miel?

—¿Estás sugiriendo que…?

Se le secó la garganta al ver la intensidad de la mirada de Adam. No pudo pronunciar palabra, solo asentir.

Los ojos de Adam se tornaron intensamente azules. Y cuando las puertas del ascensor se abrieron, Adam la levantó en sus brazos y la llevó hasta la puerta de la habitación.

Kerry no podía creer lo que estaba pasando. Al parecer, iban a consumar el matrimonio.

—En el bolsillo de arriba. La llave.

Kerry sacó la llave y él se agachó ligeramente para que ella pudiera abrir.

Y cruzó el umbral de la puerta en los brazos de Adam.

Adam la soltó despacio, deslizándola por su cuerpo. Estaba lo suficientemente pegada a él como para notar que estaba excitado. Que la deseaba.

Entonces, Adam encendió las luces.

—¡Dios mío! —Kerry se echó a reír.

Globos. Había media docena de globos en forma de corazón atados a los pies de la cama. La colcha estaba cubierta de confeti y había una rosa roja sobre las almohadas, una rosa del mismo color que las de su ramo de novia.

—Eso… me ha dado una idea —dijo Adam con voz suave.

Kerry casi no podía respirar. Tenía la sensación de que Adam iba a ser un amante muy imaginativo. La iba a llevar al límite del placer y…

—El confeti nos va a estorbar y también los globos —Adam, colocándose a su lado, le acarició el cuello con los labios—. Pero la rosa… Tengo planes para la rosa.

Kerry tembló de pies a cabeza. ¿Un amante imaginativo? Le estaba subestimando.

Le vio desatar los globos y después echar el confeti de la colcha a una papelera. A continuación, encendió la radio que había al lado de la cama.

—No puedo bailar al son de la música clásica.

—¿Bailar? —susurró ella.

—En Escocia, bailar en la noche de bodas es una tradición. Además, tú le contaste a mi madre que nos enamoramos cuando bailamos juntos en una fiesta y yo te besé —la mirada que le dedicó la enfebreció—. ¿Te parece que comprobemos si tenías razón? Voy a bailar contigo y luego voy a besarte.

Una promesa y una amenaza. Casi no podía respirar.

La música les envolvió.

—Sabía que la emisora local no me iba a decepcionar. Es la hora de la música sentimentaloide, pero apropiada para el momento.

Era una canción de Chris de Burgh sobre su dama de rojo. A ella tampoco le gustaba la canción, pero Adam tenía razón, ella iba vestida de rojo. Su vestido de novia era rojo. Y, en ese momento, era la mujer de Adam.

—¿Me concedes este baile, señora McRae?

—Voy a conservar mi apellido, no lo voy a cambiar —declaró Kerry alzando la barbilla.

—Lo que tú quieras —Adam le rodeó la cintura con un brazo—. Pero esta noche… esta noche eres la señora McRae.

Adam le colocó una mano en la base de la espalda y, con la otra, le cubrió las nalgas, atrayéndola hacia sí. ¿Qué podía hacer ella? Naturalmente, alzó los brazos, le rodeó el cuello y se movió con él al son de la música.

Adam bajó la cabeza y, con los labios, le acarició los hombros.

—Estás increíble con este vestido —Adam movió la cadera para que ella pudiera comprobar que hablaba en serio—. Tenía miedo de que alguno de los invitados te raptara.

Kerry suspiró.

—Te escondes en el laboratorio o detrás del ordenador, pero eres una mujer sumamente hermosa, Kerry McRae —le acarició el lóbulo de la oreja con los labios y ella sintió el calor de su aliento—. Y aunque este vestido es precioso, voy a… —más besos en el cuello— tener que…

Y entonces la besó. De verdad.

Fue un beso dulce, vacilante, que, de repente, se tornó explosivo. El deseo se apoderó de ella, el cuerpo entero le hervía. Le quemaba. Toda ella ardía en llamas.

Enterró los dedos en el cabello de Adam mientras él trataba de desabrocharle el vestido: tres diminutos botones en la espalda y luego la cremallera. Sintió frescor en la piel y el vestido cayó al suelo.

Adam dejó de besarla. Le puso las manos en los hombros y se la quedó mirando. Tenía el rostro enrojecido mientras paseaba la mirada por la ropa interior que hacía juego con el vestido de novia: un sujetador sin tirantes, bragas de encaje, medias color gris claro y una liga azul.

Vio que a Adam le temblaban las manos. También le tembló la voz al susurrar:

—No puedo creer lo que estoy viendo.

La deseaba. La deseaba tanto como ella a él.

Pero Adam estaba completamente vestido y ella en ropa interior.

—Demasiada ropa —susurró Kerry.

—Sí, y te la voy a quitar toda. Muy, muy despacio —respondió Adam con la voz enronquecida por el deseo, haciéndola temblar de placer.

—Me refería a ti —logró contestar Kerry.

Adam le dedicó una traviesa sonrisa.

—¿Qué vas a hacer al respecto?

¿Le estaba retando a desnudarle? Evidentemente, no la creía capaz de ello. Se iba a enterar.

Adam estaba delicioso con el traje, pero lo estaría aún más sin él.

Lo primero fue la chaqueta, al suelo, como su vestido. Después, la corbata. Le agarró la mano derecha y le desabrochó el botón del puño. Le subió la manga ligeramente y, con la punta de la lengua, le acarició la parte interior de la muñeca.

Le oyó respirar y sonrió para sí misma porque apenas había empezado. Cuando terminara, Adam iba a estar tan turbado como ella.

Hizo lo mismo con el otro puño, manteniéndole la mirada. Le desabrochó el botón del cuello de la camisa, y el siguiente, y el siguiente. Bajó la cabeza y le regó el pecho con besos mientras le desabrochaba el resto de los botones. Se puso de rodillas delante de él y le sacó las faldas de la camisa. Le acarició el ombligo con la lengua.

Adam le puso las manos en los brazos y sintió su temblor mientras le desabrochaba el cinturón. Adam continuaba temblando cuando ella le bajó, muy despacio, la cremallera de los pantalones. Le oyó respirar hondo al comenzar a bajárselos…

Cuando la levantó y la besó, Kerry supo que él estaba perdiendo el control.

—¡Cielos! —murmuró Adam cuando interrumpió el beso—. Me estás volviendo loco.

—Bien —respondió ella riendo.

—Me parece que lo voy a pasar muy bien —dijo él con la voz pastosa por la pasión—. Los dos lo vamos a pasar bien, querida, te lo prometo. Y siempre cumplo mis promesas.

Kerry le pasó las manos por los hombros.

—Mmmm.

Adam recorrió el borde de su sujetador con la yema de un dedo, lo deslizó por debajo del sujetador y los pezones se le hincharon. Quería que la tocara. Que la saboreara. Que la volviera loca.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Adam sonrió.

—Ahora llevas más ropa que yo.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

—Voy a colgar tu vestido. Sal de él.

Kerry levantó un pie y después el otro. Él hizo lo mismo con los pantalones. Entonces, Adam agarró su traje y el vestido de ella.

—¿Te estás echando atrás? —le preguntó Kerry mientras le veía colgar la ropa cuidadosamente.

Adam se volvió hacia ella.

—No —Adam sonrió—. Estoy prolongando la espera —sus ojos ardían de pasión—. Al igual que tus fuegos artificiales, si todos estallaran al momento, el espectáculo duraría segundos. Así… el placer dura más.

¿Se iban a pasar la noche entera haciendo el amor?

—Y ahora… ¿dónde estábamos? —Adam la levantó en sus brazos y la llevó a la cama de dosel—. Antes que nada, quiero que sepas que al aparecer en la capilla me dejaste sin respiración. Me ha encantado tu vestido y tu peinado, pero lo que más me interesa es lo que hay debajo —Adam le soltó el cabello y se lo desparramó por encima de las almohadas; entonces, se la quedó mirando—. Increíble. ¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, Kerry?

Sí. Porque los calzoncillos de Adam no dejaban nada a la imaginación.

Y ese era el asunto. Para Adam, todo se reducía a una cuestión de sexo. Extraordinario, increíble y espectacular, pero solo sexo. Mientras que aquello, para ella, era mucho más. Muchísimo más.

Para ella era hacer el amor con el hombre al que amaba.

El hombre que, desgraciadamente, no estaba enamorado de ella y no debía enterarse de lo que sentía por él. No quería la compasión de Adam y tampoco que se alejara de ella. Por eso, le dedicó la más sensual de las sonrisas que pudo esbozar con la esperanza de que Adam creyera que estaba jugando a lo mismo que él. Que aquello no era serio. Que solo era por una noche.

Adam se humedeció los labios.

—Llevo soñando con este momento desde el día que estábamos en el suelo cubiertos de pintura y te tenía debajo de mí —le dijo Adam en voz baja y sensual—. Perdóname, te había subestimado —Adam le acarició los pechos y luego le puso una mano sobre el vientre—. Eres preciosa, Kerry. Perfecta. Pero llevas demasiada ropa, quiero verte desnuda.

Muy directo. Como no podía contestar nada a eso, sonrió.

—Esto ahora me pertenece —dijo Adam, sonriente, quitándole la liga—. Es la tradición.

Kerry apoyó la cabeza en la almohada y contuvo la respiración mientras Adam le sacaba una media lentamente para luego levantarle el pie y besarle el tobillo. Adam continuó subiendo, acariciándole con la boca. Le lamió detrás de la rodilla, un punto erógeno desconocido para ella hasta ese momento. Y más arriba, por el muslo. Le acariciaba tanto con los labios como con el aliento.

Se sintió mojada y separó las piernas sin darse cuenta de lo que hacía. Pero quería que la tocara. Lo necesitaba.

Antes de volverse loca.

Al igual que le había hecho ella, Adam respiró por encima del tejido que le cubría el sexo. Y ella sintió el calor de su aliento.

Pero antes de darle tiempo a agarrarle la cabeza y pegárselo contra sí, Adam cambió de postura y empezó a encargarse de la otra pierna, quitándole la media como había hecho con la primera.

A Kerry le dieron ganas de lanzar un grito de frustración.

—La paciencia es una virtud —declaró Adam con solemnidad.

—¡Yo no soy virtuosa!

—¿Vas a decirme ahora que me he casado… —Adam le besó la pantorrilla—… con una mala— le lamió el tobillo—… chica?

—Sí —contestó ella al tiempo que se sentaba en la cama cuando él, por fin, le sacó la media.

—Me alegro —contestó Adam con un brillo malicioso en los ojos—. El problema es que vas ponerme muy difícil lo que quiero hacer ahora.

Con suavidad, la tumbó otra vez y le acarició el elástico de las bragas.

—¿Ya? —le preguntó Adam.

Si no lo hacía ya iba tener que llevarla a un manicomio. Nunca había deseado a un hombre como deseaba a Adam. Jamás.

—Ya —Kerry alzó las caderas.

Con los ojos fijos en los de ella, Adam le bajó las bragas de encaje con suma lentitud. Le sopló un beso y volvió a mirarla.

—Exquisita —dijo él con voz ronca—. ¿Por qué hemos perdido tanto tiempo?

Ella tampoco lo sabía. Pero Adam aún llevaba puestos los calzoncillos y ella ya no podía esperar más. Se sentó otra vez en la cama y puso los dedos en la cinturilla de los calzoncillos de Adam.

Se le secó la garganta al bajarle la prenda por los muslos y ver lo mucho que Adam la deseaba.

—Adam…

—Lo sé. Yo también —dijo él con voz suave. Y la ayudó a deshacerse de la prenda.

Entonces, con cuidado, la tumbó de nuevo, se arrodilló en la cama a su lado y agarró la rosa.

—Mi amor es como una rosa roja —comenzó a decir Adam acariciándole el pecho con la flor—, suave y dulce como tu piel —Adam le acarició los pezones con los pétalos de la rosa—. Oscura como tus pezones…

Kerry se estremeció y arqueó la espalda cuando él le acarició el vientre. ¿Adónde iba a…?

Lo descubrió al momento.

Adam le separó las piernas con una mano y, con la otra, le pasó la rosa por el sexo. Después, alzó la rosa para que pudiera ver los pétalos que ahora estaban mojados.

Y entonces… se pasó la rosa por los labios antes de lamerla.

—Dulce como la miel.

¿Cómo se le había ocurrido desafiarle? Adam era mucho más imaginativo que ella.

Pero cuando Adam dejó la rosa a un lado y se inclinó sobre ella, Kerry dejó de pensar.

Adam le cubrió un pezón con la boca, se lo mordisqueó suavemente, la hizo arquear el cuerpo hacia él y entonces le chupó el pezón.

Kerry temblaba cuando Adam hizo lo mismo con el otro pezón y después sopló por encima de ambos.

Si no la tocaba íntimamente en cuestión de medio segundo iba a volverse loca de remate.

Pero Adam no parecía tener prisa. Continuó acariciando y probando todos y cada uno de los centímetros de su piel. Se detuvo para acariciarle el ombligo con la lengua, igual que ella le había hecho. Se estaba vengando.

Kerry estaba impaciente por calmar la comezón de su entrepierna. Él continuó bajando un poco, un poco más… hasta que ella acabó agarrándole la cabeza y rogándole incoherentemente que utilizara la boca y la hiciera saltar al abismo.

—Adam… —apenas reconoció su propia voz—. Adam, por favor… Necesito…

Adam le cubrió el sexo con la boca, en el lugar en el que más lo necesitaba.

Kerry nunca había tenido un orgasmo tan fuerte ni con tanta rapidez.

Cuando cesaron los espasmos, Adam se alzó sobre ella y la besó.

—Todavía no he acabado. Apenas he empezado —Adam le dio un beso en la punta de la nariz, se levantó de la cama y se acercó adonde había colgado el traje.

Qué hombre más guapo, pensó Kerry. Adam tenía un cuerpo perfecto y sus movimientos eran exquisitos.

Un hombre perfectamente excitado, se corrigió a sí misma cuando Adam volvió a la cama con un condón en la mano. Se sentó al lado de ella y fue a ponerse el condón.

—Deja que lo haga yo —dijo Kerry apartándole la mano.

Kerry le acarició mientras le colocaba el condón.

—Kerry, voy a perder el control si sigues así —le advirtió Adam.

—Me alegro. Así te darás cuenta de lo que me ha pasado a mí. Me has vuelto loca.

—Y tú me vuelves loco con solo mirarte —le dijo él con voz sincera.

—En ese caso…

Kerry le empujó hasta tumbarle y se colocó encima de él. Se inclinó sobre Adam y, cuando sus cuerpos se unieron, sintió como si acabara de encontrar lo que le faltaba en la vida.

Con Adam se sentía completa.

Adam suspiró.

—Kerry, ¿tienes idea de lo que me haces sentir?

—Lo mismo que tú a mí —respondió ella con voz temblorosa—. No esperaba esto.

Los ojos azules de Adam se clavaron en los suyos.

—Imaginaba que lo íbamos a pasar bien, pero no hasta este punto —Adam le cubrió los pechos con las manos y le pellizcó los pezones—. Es… perfecto.

Entonces, Adam se incorporó hasta sentarse y se apoderó de uno de sus pezones mientras ella echaba la cabeza hacia atrás y enterraba los dedos en los cabellos de Adam.

¿Cómo podía excitarla otra vez con tanta rapidez? El deseo le corría por las venas, la tensión en aumento y, por fin…

—Kerry —jadeó Adam levantando la cabeza y agarrándola por los hombros.

Kerry se aferró a Adam y, mirándole fijamente, vio cómo se le enturbiaban los ojos al alcanzar el clímax medio segundo antes de que ella tuviera un segundo orgasmo.

El tiempo pareció detenerse. Adam apoyó la mejilla en la suya, abrazado a ella.

—En Escocia anochece muy pronto en esta época del año —dijo Adam con voz suave—. Mucho mejor para que hagamos lo que tengo pensado, porque nos va a llevar mucho, mucho tiempo.

Kerry sabía que no estaba alardeando. Era una promesa. Una promesa con la que iba a disfrutar inmensamente.