Capítulo Uno
Kerry ignoró el timbre de la puerta. Debía ser un vendedor, sus amigos sabían que estaba sumamente ocupada en esa época del año. Diseñaba fuegos artificiales y montaba espectáculos, y el otoño era la temporada de más trabajo, tenía que coordinar montajes para la Noche de las Hogueras y para la Nochevieja.
Estaba durmiendo dos horas menos de lo acostumbrado, pues estaba dedicando mucho tiempo a la realización de su proyecto estrella: unos fuegos artificiales color verde mar, el no va más de la pirotecnia. Por lo tanto, no quería dejar de hacer lo que estaba haciendo para escuchar a alguien hablarle de alguna empresa de telefonía más barata.
El timbre volvió a sonar insistentemente.
También podía ser su amiga Trish, decidida a hacerle dejar el trabajo para ir a una aburrida fiesta por si, de casualidad, conocía al hombre de su vida, un hombre que ella no quería encontrar porque estaba encantada con su estilo de vida.
Guardó el archivo en el ordenador y, con paso firme, fue a abrir.
—¿Qué?
—¡Vaya! Debes de estar con la regla. Sabía que tenía que haberte traído chocolate.
Adam se apoyó en el marco de la puerta, ladeó la cabeza y le dedicó una deslumbrante sonrisa. Le apareció un hoyuelo en una de las mejillas. Un hoyuelo que podía volver loca a cualquier mujer, incluida a ella, y que iba acompañado de un travieso brillo en los ojos.
—¿Te vale esto? —Adam alzó una botella de un buen cabernet sauvignon.
Debería haber adivinado que sería él, pensó Kerry cruzándose de brazos.
—¿Qué es lo que quieres, Adam?
—Un sacacorchos y un par de copas. Y como estamos en tu casa, te dejaré que elijas la música.
—Nadie va a elegir ninguna música. Estoy trabajando.
Adam sacudió la cabeza con otra de esas sonrisas irresistibles.
—Es viernes por la noche, pasadas las nueve. La gente normal no trabaja a estas horas.
El comentario le dolió.
—¿Y qué?
—Trabajas demasiado y necesitas un descanso. Hay que compensar el trabajo con el ocio.
Fue entonces cuando Kerry se dio cuenta de que Adam estaba bromeando.
—Estupendo. Eso lo dice el hombre que trabaja tanto o más que yo.
Adam se echó a reír.
—Sí, pero también me divierto.
Sí, era innegable que se divertía. Adam aprovechaba las vacaciones de invierno para ir a esquiar y las de verano para hacer alpinismo, además de aprovechar cualquier fin de semana que tenía libre para hacer surf en Cornualles.
—Vamos, Kerry. Necesitas un descanso y yo soy la excusa. Y he traído el vino. A propósito, ¿has cenado ya?
A veces, a Kerry le daban ganas de estrangular a su vecino del piso de arriba; sobre todo, a eso de la una de la madrugada, cuando alguna de sus novias gemía: «¡Oh, Adam!». A ella, por supuesto, no le quedaba más remedio que taparse la cabeza con la almohada en esos momentos.
Pero cuando Adam le sonreía como lo estaba haciendo… ¿quién podía resistirse?
—He tomado un sándwich para almorzar —respondió Kerry encogiéndose de hombros.
—¿Un sándwich para almorzar? Eso debe haber sido hace ocho horas por lo menos. Kerry Francis, necesitas comer algo —Adam sacudió la cabeza—. ¿Qué voy a hacer contigo, eh? Vamos, siéntate, te prepararé una tortilla.
—Tu cocina está en el piso de arriba, en tu casa —dijo ella.
—Sí, pero para cuando bajara la tortilla, ya se habría enfriado, así que mucho mejor preparártela aquí. ¿Tienes huevos y un poco de queso?
Kerry alzó las manos para pararle los pies. Adam era un torbellino. Se preguntó cómo podrían aguantarle las enfermeras, aunque trabajando en las urgencias de un hospital, supuso que la rapidez con la que Adam se movía sería una ventaja.
—Adam, no quiero una tortilla. En serio, estoy bien, no tengo hambre.
—Necesitas que alguien te cuide —declaró Adam.
—Sé cuidar de mí misma.
—Hablo en serio, Kerry —Adam le revolvió el cabello—. Vamos, siéntate y ponte cómoda mientras yo abro la botella.
¿Le estaba diciendo que se sentara y se pusiera cómoda en su propia casa? Así era Adam, un mandón a quien le gustaba organizarlo todo.
—Me cuesta creer que no te queden enfermeras a quienes marear —dijo Kerry—. Solo hace un mes que te cambiaste de hospital. ¿Las has agotado ya a todas?
—Muy graciosa —Adam hizo una mueca y se marchó a la cocina.
Ella le siguió y le vio sacar dos copas de un mueble antes de descorchar el vino.
—En serio, Adam. Todos los viernes por la noche tienes alguna chica en casa —y diferente cada semana, aunque todas ellas de piernas largas, cabello largo y rubio y despampanantes.
Sí, era extraño ver a Adam ahí, en su casa, un viernes por la noche. Cierto que ella era rubia, con la melena recogida en un moño, pero nada más. Sus piernas tenían una longitud normal, al igual que su aspecto físico en general. Y no, no era la compañera apropiada para un alto, moreno y guapo dios del sexo como Adam McRae.
—¿Qué ha pasado esta noche?
Adam se encogió de hombros.
—No todos los viernes por la noche salgo. Además, hoy he salido tarde del hospital.
Lo que no significaba nada. Adam podía trabajar todo el día, después ir a una fiesta y estar fresco al día siguiente. Estaba esquivando la pregunta, así que algo debía de pasarle.
A pesar de que Adam la irritaba en ocasiones, le gustaba. Le gustaba desde el día en que ella se mudó al piso de abajo, se quedó encerrada en la casa y él acudió en su ayuda. No solo consiguió abrirle la puerta, sino que también le llevó una taza de café y un paquete de galletas de chocolate. Sí, era un buen vecino.
A lo largo del último año se habían hecho amigos. Se entendían. Adam era médico, trabajaba en urgencias y era un animal social; ella era pirotécnica y prefería manejar productos químicos a socializar. Los dos bromeaban sobre sus diferentes estilos de vida, pero ninguno de los dos trataba de cambiar al otro. Si ella tenía un mal día, iba a casa de Adam y él le preparaba un café y le daba galletas de chocolate. Si el mal día lo tenía él, llamaba a su puerta para charlar un rato con ella.
Como esa noche. ¿Qué le pasaba?
—¿Problemas de mujeres?
—No.
—Entonces ¿qué?
—Nada. ¿Qué tiene de raro que haya venido a ver a mi piromaniaca preferida?
—Que está trabajando.
—Vamos, sé perfectamente que no te cuesta nada diseñar un cohete. Lo haces con los ojos cerrados. Ya sé que quieres diseñar el primer fuego artificial verde mar, pero hay gente que lleva años intentándolo. Kerry, nadie lo va a conseguir de un día para otro y te va a ganar. Necesitas hacer otras cosas, como oler rosas, contemplar las nubes o escuchar a los pájaros —Adam llenó las copas—. Y hablando de otra cosa, ¿me vas a dejar que elija la música?
Kerry lanzó un gruñido.
—Si vas a poner rock antiguo la respuesta es no. Prefiero algo clásico.
—¿Como qué? ¿Como un bolero?
—No digas tonterías —respondió ella con altanería—. Y para que lo sepas, no soporto a Ravel. Lo que sí me gusta es el tercer concierto de piano de Rachmaninov; sobre todo, nueve minutos después del comienzo del quinto movimiento, y también unos cinco minutos más tarde.
—¿Un doble clímax? Perfecto. ¿Dónde tienes el disco?
—Ya te lo dejaré luego. Y sabes perfectamente que no me refería a esa clase de clímax —los hombres solo pensaban en el sexo.
Aunque, pensándolo bien…
No, de ninguna manera, nada de sexo con Adam. Eso sería una completa estupidez.
—Me refería a los fuegos artificiales que me gustan a mí —añadió ella púdicamente antes de tratar de desviar la conversación—. A los fuegos artificiales les va bien la música de Tchaikovsky, de Andel…
—No, no. Mucho mejor rock clásico como Pink Floyd, Led Zeppelin, U2… ¿Te atreverías?
Kerry sacudió la cabeza.
—No estoy de humor esta noche.
—Algún día te contrataré para que montes un espectáculo de fuegos artificiales y elegiré yo la música.
Kerry se echó a reír.
—No tendrías dinero para pagarme.
—Vaya, un desafío —declaró él con un brillo travieso en los ojos.
—No, no lo es. Y deja ya de andarte por las ramas y dime qué te pasa.
—¿Crees que solo vengo a tu casa cuando me pasa algo y quiero hablar con alguien? —preguntó Adam ofendido.
—No, no siempre. Pero…
—Está bien, te lo diré. Mi madre me ha llamado por teléfono esta tarde.
Kerry sabía que, como hijo único que era, a Adam sus padres le adoraban, pero también sabía que a él le molestaba que le agobiaran. ¿Qué tal le sentaría no importarle un comino a sus padres? Debería agradecer lo afortunado que era.
Por supuesto, a ella eso no le producía resentimiento. Solo sentía… un gran vacío cuando pensaba en sus padres. Aunque, desde hacía mucho tiempo, no tenía relación con ellos. Y no le importaba, se valía por sí misma.
—¿Y qué? ¿Te ha pedido que les dediques medio día el año que viene?
Adam hizo una mueca.
—Piensas que soy un egoísta, ¿verdad?
Le había dado un golpe bajo. Y lo había hecho a propósito. Pensar en su familia la enrabietaba y lo había pagado con Adam.
Kerry alargó el brazo, le tomó la mano y le dio un apretón.
—Perdona. Dime, ¿por qué te ha disgustado la llamada de tu madre?
—Se trata de mi padre —Adam respiró hondo—. Kerry, necesito una amiga.
—Por eso estás en mi casa. Vamos, cuéntame.
—Mi padre ha tenido un infarto. No sé realmente cómo está.
—¿Quieres decir que te tienes que ir a Escocia inmediatamente?
—Estábamos faltos de personal, por eso no he podido irme esta tarde. He intentado reservar un vuelo para esta noche, pero no he encontrado ninguno. Me marcho mañana por la mañana —Adam suspiró—. Y no es eso todo. Mi padre… —Adam se interrumpió y sacudió la cabeza—. No, eso es ridículo.
—Vamos, dímelo.
—Sabes que soy hijo único —dijo Adam suspirando.
Kerry asintió.
—Para mis padres soy… no sé, supongo que su futuro. Mi padre quiere que me case y le dé nietos.
—Algo tan fácil como que yo consiga unos fuegos artificiales verde mar de aquí a dos minutos —Kerry sacudió la cabeza con cinismo—. Para ti, comprometerte con una chica significa salir con ella dos veces.
—No soy tan superficial, Kerry. Lo que pasa es que no tengo ganas de sentar la cabeza todavía. No he conocido a la persona con la que quiera pasar el resto de mi vida… si es que existe —Adam suspiró—. Pero tampoco puedo esperar, no sé cuánto tiempo le queda de vida a mi padre. Este último año, al parecer, ha tenido bastantes problemas de salud; aunque mi madre no me había dicho nada para que no me preocupara —frustrado, sacudió la cabeza y añadió—: Para que mi madre haya decidido decírmelo, ha debido ver a mi padre bastante mal. Podría morir, Kerry —la angustia se reflejó en su rostro—. Podría morir pensando que soy un insensato y decepcionado conmigo.
—Adam, estoy segura de que no has decepcionado a tus padres —dijo ella—. Eres un buen médico y solo tienes treinta años. Te va muy bien.
—No me refiero a mi vida profesional, sino a la personal. Como te he dicho, mis padres quieren verme casado y con hijos.
Kerry tenía la sensación de que había algo más que no le había dicho, así que esperó a que él continuara.
—Tenían la ilusión de que me casara con Elspeth MacAllister, la hija de los vecinos. Se hacían ilusiones con nuestra boda desde que íbamos en pañales.
Y a Adam le gustaba decidir por sí mismo.
—No me malinterpretes, es una chica estupenda y la respeto.
Lo que significaba que Elspeth MacAllister no era una hermosa rubia de piernas largas, pensó Kerry.
—Pero no es la mujer de mi vida. Además, ella no soportaría vivir en Londres, es feliz en Inverness, rodeada de gente que la conoce de toda la vida —Adam respiró hondo—. Pero eso no es lo que yo quiero, no soportaría vivir en un sitio en el que todo el mundo sabe de tu vida. Por supuesto, podría trabajar en Edimburgo, pero me gusta mi trabajo aquí. Me encanta Londres.
Se interrumpió un momento antes de continuar:
—Llevo todo el día pensando en ello. Mi padre necesita descansar, pero no lo hace. Hace tiempo traté de convencerle de que trabajara a tiempo parcial, que trabajara solo cuatro días a la semana en vez de cinco, pero no sirvió de nada. Mi madre también se lo ha dicho, pero se niega. Así que… se me ha ocurrido proponerle un trato: si él trabaja menos, yo, a cambio, sentaré la cabeza.
—¿Qué quieres decir con eso de «sentar la cabeza»? —preguntó Kerry.
—Me echaré novia —respondió Adam.
—¡No puedes echarte novia solo por complacer a alguien! —protestó ella—. Adam, eso es una locura. Y lo dices tú, que nunca sales con la misma chica dos veces seguidas.
—No estoy hablando de echarme novia de verdad —dijo Adam—. No tengo intención de casarme. Pero tengo que hacer algo para obligar a mi padre a que trabaje menos, es fundamental que lo haga. Y no se me ocurre otra cosa.
—Un falso noviazgo, ¿eh?
—Un chantaje —explicó Adam—. Una locura, sí, pero un último recurso. Quizá salga bien. Ahora, lo que necesito es una novia.
—¿No te puedes inventar una?
Adam sacudió la cabeza.
—Se me da fatal mentir. Además, mis padres querrán conocerla.
Kerry se quedó pensativa un momento.
—Bueno, no creo que te sea difícil encontrar una voluntaria.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él frunciendo el ceño.
—Adam, sales con cientos de mujeres.
—De cientos nada —protestó sacudiendo la cabeza.
—En cualquier caso, muchas. Tu agenda debe de estar llena.
Adam se encogió de hombros.
—Pero ninguna de las chicas que conozco me valdrían, acabarían tomándose en serio el noviazgo.
—¿Por qué no pones un anuncio? —sugirió ella.
—No, no quiero a una desconocida. Entre otras cosas, es necesario que mis padres crean que estoy realmente enamorado de ella y ella de mí —respiró profundamente—. De hecho, conozco a alguien que sí me valdría. Una amiga.
—¿Por qué no hablas con ella?
—Puede que me diga que no.
Kerry se encogió de hombros.
—No te podrá decir nada si no se lo preguntas. Y si se lo explicas bien, puede que decida ayudarte.
—Tienes razón —el hoyuelo volvió a aparecerle en la mejilla—. Está bien, lo haré. Kerry Francis, ¿te importaría ser mi novia durante un tiempo?
—¿Te has vuelto loco?
—Por supuesto que no —Kerry y él eran buenos amigos. Se sentía más a gusto con ella que con ninguna otra persona. Le tenía cariño y sabía que ella también a él—. Eres la persona más adecuada para ello.
—¿Cómo es eso posible? Tú solo sales con rubias de piernas kilométricas.
Adam se echó a reír.
—Tú también eres rubia —entonces, paseó la mirada por las piernas de Kerry, enfundadas en unos vaqueros—. Y a menos que mi profesor de anatomía me engañara, tú también tienes piernas.
Y debían ser bastante bonitas, a pesar de que nunca la había visto con una falda.
—Lo repito, estás loco. No puedo hacerme pasar por tu novia.
Le sobrevino una desagradable idea. Kerry no solía salir con hombres y él había supuesto que era porque estaba completamente dedicada a su profesión. Pero quizá…
—¿Estás casada? —preguntó él con cautela. No creía que fuera así; pero, si estaba casada…
—No. No creo en el matrimonio.
—Kerry, perdona por haberte preguntado eso. Pero… somos amigos, ¿no es así? Buenos amigos.
—Sí —admitió ella.
—Me caes muy bien. Y ya te he explicado que necesito una novia con el fin de que mi padre se cuide más
Adam se pasó una mano por el cabello. A juzgar por la expresión de Kerry, se dio cuenta de que no lo estaba haciendo nada bien. Kerry nunca hablaba de su familia, lo que le hacía pensar que había sufrido; no obstante, ella no era una persona dada a hablar de sí misma y de sus sentimientos, por lo que nunca le había preguntado por su pasado.
—Escucha, siento si te he molestado en algo. Pero necesito tu ayuda, no se me ocurre otra persona a quien pedirle este favor. Ya sabes que no quiero casarme y yo sé que tú tampoco. Ninguno de los dos está buscando pareja, una persona con la que compartir nuestras vidas. Sabemos que esas cosas son un mito.
Kerry no dijo nada, se limitó a echar un trago de vino.
—Eres la única persona a quien le he contado esto —añadió Adam.
—¿Por qué?
—Porque… supongo que porque confío en ti —Adam se encogió de hombros—. Tú y yo somos muy parecidos, no tenemos dobleces, no fingimos. Kerry, necesito ayuda y tú eres la única persona que puede ayudarme. Mi padre es imposible, así que probablemente no acepte el trato. Lo más seguro es que, al final, no tengas que hacer nada.
—Pero ¿y si acepta? —preguntó ella.
—En ese caso, necesitaré una novia. Si me sacara una novia de la manga, se darían cuenta de que es una estratagema. Pero han oído hablar de ti.
Kerry frunció el ceño.
—¿Cómo es eso?
—Bueno, ya sabes que siempre están encima de mí y quieren saber lo que hago en cada momento —Adam hizo una mueca—. Así son las cosas en Inverness, por eso me vine a Londres, para vivir mi vida y no tener que rendir cuentas a nadie. Pero eso no significa que no les quiera, Kerry. Les envío correos electrónicos y les llamo por teléfono un par de veces a la semana. Y mi madre… bueno, a mi madre se le da muy bien sonsacarme. Así que le hablé de ti cuando viniste a vivir aquí. Sabe que nos hemos hecho amigos, que haces un estupendo chile con carne, que prefieres el vino tinto al blanco y que te gusta la música clásica.
Kerry arqueó las cejas.
—¿Y eso es lo que me hace la mejor candidata para ser novia tuya?
—Es más plausible. Nos conocemos desde hace un tiempo, nos llevamos bien y se podría decir que acabamos de descubrir que nos gustamos.
Kerry no pareció del todo convencida.
No le extrañaba. Ni siquiera se habían besado una sola vez. Por supuesto, se habían dado algún abrazo que otro y él le había dado un masaje en los hombros en varias ocasiones, pero lo había hecho como amigo, no como amante. Cuando estaba con Kerry no se le ocurría abalanzarse sobre ella y comérsela a besos. Kerry era Kerry, su vecina y amiga.
Estar con Kerry no era como estar con una de las mujeres con las que salía. Era distinto, no estaba con nadie como con ella. En cualquier caso, no quería analizar en profundidad lo que sentía en compañía de Kerry. Se había encendido una luz de alarma en su cerebro.
Adam suspiró y se recostó en el respaldo del sofá.
—Bien, voy a exponer la situación de otro modo. Alguien que no esperabas que sentara nunca la cabeza te dice que está prometido y se va a casar, ¿te resultaría más fácil creerle si dice que ha sido un flechazo y que hace tres días que conoce a la chica en cuestión o si te dice que, por fin, se ha dado cuenta de que está enamorado de una mujer que conoce ya desde hace bastante tiempo y que quiere compartir la vida con ella?
Kerry guardó silencio durante un tiempo que a él se le hizo eterno. Por fin, clavó esos ojos verdes en los suyos.
—Está bien, tienes razón, es más plausible si se trata de una persona a la que conoce desde hace tiempo.
—En ese caso, ¿me vas a ayudar? Te lo pido por favor.
Kerry volvió a llevarse la copa a los labios.
—¿Y qué tendría que hacer exactamente? ¿Presentarme delante de tus padres y mentir descaradamente? —sugirió ella con acritud.
—Quizá baste con hablar con ellos por teléfono y decirles lo que te parezco.
—¿Que eres superficial? —pero Kerry no pudo evitar sonreír.
Estaba bromeando, pensó él. Y le devolvió la sonrisa.
—Si eso es lo que quieres decir, adelante.
—No me gusta esto, Adam —dijo ella ya sin sonreír—. No me gusta mentir.
—Ni a mí.
—No creo que pueda hacerlo —dijo Kerry sacudiendo la cabeza—. Además, ¿cómo me vas a presentar a ellos? Te puedo imaginar diciendo: «Hola, esta es Kerry, la que se pasa el día jugando con explosivos». Les voy a encantar.
Adam no entendía por qué a Kerry le preocupaba lo que sus padres pensaran de su trabajo. Además, estaba casi seguro de que le había dicho a su madre que Kerry diseñaba fuegos artificiales.
—¿Te había dicho que mi madre es profesora de arte?
—¿Y eso qué importancia tiene? —preguntó Kerry ladeando la cabeza.
—Los pigmentos, los colores… todo eso forma parte del arte. Tenéis cosas en común. Mi madre trabaja con acuarelas, óleos y pasteles, tú con explosivos y productos químicos, pero en persecución de producir arte.
—No voy a ser tu novia, Adam. No voy a mentir a tus padres.
—Kerry, te lo suplico. Sé mi novia por un tiempo.
Kerry dejó la copa en la mesa, alzó las rodillas hasta tocarse con ellas la barbilla y se las abrazó.
—Este asunto es una especie de trato, ¿no?
—Sí, si quieres verlo así —Adam frunció el ceño.
—Y solo de cara a la galería. Para hacer que tu padre se cuide.
—Por supuesto —confirmó Adam. Y, de repente, se le ocurrió qué favor podía hacerle él a Kerry—. A cambio te pintaré el piso.
—¿Qué? —preguntó ella, parpadeando.
—Cuando viniste a vivir aquí me dijiste que querías pintar, pero todavía no lo has hecho. Así que lo haré por ti.
Kerry sacudió la cabeza.
—No, tienes demasiado trabajo como para pintarme la casa.
—Pintar paredes es una buena terapia para relajarme después de un dura jornada en el hospital Y antes de que lo preguntes, sí, sé pintar. Me pasé un verano trabajando con el maestro de obras en el pueblo.
—Vas a pintarme el piso —respondió ella pronunciando despacio las palabras.
—Sí. Tú me ayudas a mí y yo a ti, como amigos. Cualquier tarde de la semana que viene iremos a comprar la pintura que quieras y yo me encargaré del resto.
—Adam, en serio, no tienes por qué hacerlo. Te voy a ayudar de todos modos.
—Sí, pero yo también quiero hacer algo por ti.