Capítulo Dos
Adam terminó de repasar el informe médico de su padre y, desde los pies de la cama, le miró.
—Deberías haberme dicho que tenías problemas de corazón, papá —dijo Adam.
—No quería que te preocuparas, hijo —respondió Donald.
Exasperado, Adam sacudió la cabeza.
—Pues ahora sí lo estoy, papá. Tienes que cuidarte, es importante —hizo una pausa—. Creo que deberías jubilarte.
—No me vengas con eso otra vez —dijo Donald irritado.
—Papá, por favor —insistió Adam—. Estás sometido a mucho estrés. Ya llevas mucho tiempo diciendo que, como director del colegio, te pasas la mayor parte del tiempo en reuniones y discutiendo sobre presupuestos. Ya no te gusta ese trabajo. Y si sigues así, no vas a poder disfrutar con mamá tu tiempo de jubilación porque no vas a llegar a ella.
Donald lanzó un bufido.
—Estás exagerando.
—No, de eso nada. Papá, estás sometido a mucho estrés y es fatal para ti. Piénsalo bien. Si continúas así puede que no llegues a cumplir más años y mucho menos a jubilarte. Pero si te jubilas ahora y haces más ejercicio y te tomas en serio la medicación, no te pasará nada.
Donald hizo un gesto de no darle importancia con la mano.
—Es solo un bajón, hijo.
—¿Un bajón? —Adam se quedó mirando a su padre con incredulidad—. Papá, tienes una angina de pecho. Es una cosa muy seria. Y, aunque no se lo hayas dicho a mamá, no has seguido el tratamiento con disciplina. Es fácil olvidar tomar las pastillas algún día; después, se olvida tomarlas durante una semana. El resultado es un infarto. Por eso es por lo que estás en el hospital en estos momentos.
—Ha sido solo un pequeño infarto —protestó Donald.
—¿Solo? Papá, si sigues así no vas a tardar mucho en que te dé otro. Mayor. Y puede que no lleguen a tiempo de salvarte —Adam movió la cabeza de un lado a otro y suspiró—. Me gustaría que te tomaras en serio lo que te digo.
—Lo hago, hijo.
Adam se puso a pasear por la habitación del hospital.
—Si sigues así, vas a obligarme a que redacte yo mismo una carta presentando tu dimisión y a que falsifique tu firma —amenazó Adam.
—No dramatices.
—No dramatizo, lo que pasa es que quiero que te repongas. Quiero que conozcas a tus nietos y quiero que ellos te quieran tanto como yo. Quiero que tus nietos hablen del abuelo que les lee cuentos, el abuelo que les enseña los nombres de los pájaros…
—¿Nietos? —Donald lanzó un bufido—. Por la vida que llevas, eso no pasará nunca. Cada semana tienes una novia distinta.
Adam dejó de pasearse y volvió a mirar a su padre. Había llegado el momento de poner en marcha su plan. Esperaba que saliera bien.
—Te voy a proponer un trato, papá. Si tú accedes a jubilarte y a cuidarte, yo me casaré.
Moira McRae, que acababa de entrar en la habitación con dos cafés, oyó la última frase de su hijo y se echó a reír.
—Vamos, Adam. ¿Cómo se te ocurre proponer un trato que sabes que no podrás cumplir?
—Lo cumpliré si él también cumple con su parte.
Como había esperado, su padre se incorporó ligeramente en la cama.
—Está bien, acepto el trato —dijo Donald.
Adam miró a su madre.
—Mamá, eres testigo. Papá ha accedido a jubilarse y a seguir las instrucciones de los médicos a cambio de que yo siente la cabeza. Y un trato es un trato.
Moira alzó los ojos al techo.
—Como ya he dicho, ninguno de los dos lo vais a cumplir, así que no sirve de nada.
—Ya verás como sí. Voy a redactar la carta de dimisión de papá esta misma noche, cuando volvamos a casa —declaró Adam.
—¡Ni hablar! —Donald le señaló con un dedo—. También tienes tú que cumplir con tu parte del trato. Y ahora, no cuando tengas mi edad. No voy a presentar mi dimisión hasta que tú no sientes la cabeza.
Adam examinó las máquinas a las que estaba conectado su padre. Su padre, que debería estar descansando y no excitarse en lo más mínimo. Enterarse de que su hijo estaba prometido podría ocasionarle otro infarto.
No lo había pensado bien. Se había precipitado. Había sido un idiota.
—¿Lo ves? —dijo Donald en tono triunfal—. Ojalá pudieras verte la cara. Sabes que no puedes hacerlo. Así que no hay trato, no voy a jubilarme.
—Todo lo contrario —dijo Adam—. Lo que pasa es que tengo miedo de que, si te digo lo que te tengo que decir, te vuelva a dar otro infarto.
—¿Qué es lo que nos tienes que decir? —preguntó Moira.
Adam decidió arriesgarse.
—Que… que estoy prometido.
Se hizo un profundo silencio.
—¿Con quién? —preguntó Moira sin acabar de creer lo que su hijo había dicho.
—Con Kerry. La vecina que vive en el piso de abajo.
—¿Kerry? —repitió Moira parpadeando.
Adam asintió.
—¿No es un poco… precipitado? —preguntó Donald.
Adam había anticipado que le dijeran eso.
—No. Nos conocemos desde hace algo más de un año.
—No nos habías dicho que estuvierais saliendo juntos —dijo Moira en tono acusatorio.
—Hemos salido juntos desde que se vino a vivir a la casa, pero como amigos. Lo que pasa es que, últimamente, me he dado cuenta de que había algo más que amistad entre los dos. Es la mujer ideal para mí.
—Seguro que es igual que esas enfermeras rubias y despampanantes con las que sales —declaró Donald de mal humor.
—No. Es verdad que tiene el pelo rubio, pero lo lleva recogido siempre. Y sabéis perfectamente que no es enfermera, se dedica a la pirotecnia. Diseña fuegos artificiales —Adam frunció el ceño—. Y de superficial no tiene nada, papá.
—Así que es… ¿un poco seria? —preguntó Moira—. ¿Demasiado seria?
—A veces. Está muy entregada a su trabajo —admitió Adam.
—¿Quieres decir que has elegido a una chica seria y tranquila en vez de a una de esas que se pasa la vida de fiesta en fiesta? —quiso saber Moira.
Adam hizo una mueca.
—Mamá, ¿tan mala opinión tienes de mí?
—No, hijo, no. Pero te conozco. Un hombre al que le encanta la ciudad y la diversión… en fin, no entiendo que quiera sentar la cabeza con una mujer que no es así.
—Mamá, Kerry vive en Londres. Le gusta la ciudad.
—¿Es guapa? —preguntó Donald.
Adam sonrió.
—Sí —con sorpresa, se dio cuenta de que había sido sincero. Nunca había pensado en ello, pero Kerry era guapa. Tenía ojos verdes y brillantes; cuando se relajaba y se reía, su sonrisa iluminaba la estancia.
—¿Tienes una foto de ella? —le preguntó Moira.
—Sí, claro. Pero no puedo enseñárosla en este momento.
—¿Por qué no? —preguntó Donald con gesto de sospecha.
—Porque la tengo en el móvil y en el hospital está prohibido el uso de los móviles —respondió Adam—. Interfieren con la maquinaria del hospital. Y, teniendo en cuenta todas las máquinas a las que estás conectado, papá, no voy a correr ese riesgo.
Tanto su padre como su madre le miraron con incredulidad.
Adam suspiró.
—Está bien. Mamá, sal conmigo al pasillo y te enseñaré su foto.
—¿Y yo? —preguntó Donald enfadado.
—Tú te quedas donde estás —le informó Moira—. Ya te lo contaré.
Tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído de Donald, Moira le preguntó a su hijo:
—¿Esto del noviazgo es de verdad o lo dices para hacer que tu padre se jubile?
Su madre era muy lista. Kerry tenía razón, había sido una idea muy tonta.
—Es de verdad —mintió él.
—Mmm —murmuró su madre.
—Es cierto que quiero que papá se jubile, es lo mejor que puede hacer. Pero también es cierto que Kerry y yo estamos prometidos.
Adam buscó en las fotos del móvil y eligió una que le había sacado a Kerry la noche anterior, después de que ella aceptara el trato.
—Esta es mi prometida —declaró Adam.
—Jamás creí que llegara a oírte decir eso; tampoco tu padre, por supuesto —Moira se quedó mirando la pantalla del móvil—. No esperaba que fuera así. Parece una chica normal.
Adam sonrió.
—Es una chica normal.
Moira frunció el ceño.
—No se parece en nada a las otras chicas con las que has salido. No está embadurnada de maquillaje y, aunque es rubia, es rubia natural, no teñida.
—¿Te parece guapa?
—Sí, pero también muy natural —Moira sacudió la cabeza—. No, no vas a engañarme, Adam McRae. Puede que esta chica sea tu vecina, pero no estáis prometidos.
—Mamá, en serio, es mi novia. Si no me crees, la llamaré por teléfono. Así podrás hablar con ella. Aunque… hoy tiene una reunión de trabajo, así que, si no contesta, le dejaré un mensaje en el móvil.
Adam llamó a Kerry inmediatamente. Y sintió un gran alivio cuando ella le respondió.
—Hola, cielo, soy yo. Te llamo desde el hospital donde está mi padre, en Edimburgo.
¿Cielo? ¿Desde cuándo Adam la llamaba cielo?
Con incredulidad, Kerry parpadeó… hasta que cayó en la cuenta. Adam debía estar con sus padres, lo que significaba que estos habían caído en la trampa y se suponía que ella era su prometida.
—Hola, Adam. ¿Qué tal todo?
—Mejor de lo que esperaba. Pero a mi madre casi le ha dado un infarto cuando le he contado lo nuestro.
—¿Así que tu padre ha accedido a tomarse la vida con más calma si estamos prometidos?
—Sí. Les he dicho que teníamos pensado venir a verles los dos más avanzado el mes y que no has podido venir ahora conmigo porque tenías una reunión de trabajo el fin de semana.
Estaba claro que los padres de Adam estaban con él. Adam trataba de explicarle la situación sin traicionarse.
—Estamos en el pasillo mi madre y yo. No se puede utilizar el móvil en la habitación, por las máquinas —le explicó él.
Era evidente que la madre no se había creído el cuento de su noviazgo, por eso la había llamado, para que ella lo confirmara.
—¿Y tu madre quiere hablar conmigo? —preguntó Kerry.
—Sí.
—Adam, ¿qué puedo decirle?
—Lo que quieras.
—Menuda ayuda.
—Bueno, cielo, tienes toda la razón. Y ahora, te voy a pasar con mi madre.
Iba a tener que andarse con mucho cuidado.
—Hola, señora McRae.
—Me llamo Moira y tutéame, por favor. Tú eres Kerry, ¿verdad?
—Sí. Adam me ha dicho que tu marido está mejor. No sabes cuánto me alegro.
—Gracias, hija —Moira hizo una pausa—. Así que… te vas a casar con mi hijo.
—Bueno, sí, pero aún no hemos fijado la fecha de la boda — una boda que jamás se celebrará.
—Ah, ya.
Moira McRae no parecía convencida en absoluto. Kerry suspiró para sí. Supuso que debería esforzarse un poco más.
—Os conocéis ya desde hace un tiempo, según me ha dicho Adam —dijo Moira.
—Sí, así es —Kerry rio quedamente—. Nos conocemos desde que fui a vivir a la casa donde él vive, al piso de abajo, y Adam tuvo que romper el cerrojo para sacarme, porque me había quedado encerrada.
—¿En serio?
—Sí. Y también me preparó el mejor café con leche que he tomado en mi vida. Y luego me dio galletas de chocolate para calmarme y, a continuación, me ayudó a hacer la mudanza.
—Ya. Y… ¿cuándo te enamoraste de él?
—Me cayó bien desde el primer momento, pero enamorarme… Bueno, no fue algo inmediato. Adam va siempre a mil por hora y yo voy mucho más despacio. Pero según nos fuimos conociendo mejor, me di cuenta de que lo que le pasa es que le asusta ser una persona convencional y querer sentar la cabeza.
—Parece que conoces bien a mi hijo —comentó Moira con ironía.
—Sí, así es. Es muy buena persona y le tengo un gran respeto —hasta el momento, todo lo que había dicho era verdad. Pero también sabía que no era lo que Moira quería oír. Moira quería saber si ella estaba enamorada de Adam. Por eso, no le quedaba más remedio que representar bien su papel—. Al principio, para mí era un amigo, un buen amigo. Pero un día fuimos a una fiesta, nos pusimos a bailar y, de repente, me di cuenta de que había algo más entre los dos. Adam me besó y fue algo increíble.
Kerry tuvo la desagradable sensación de que no todo lo que había dicho era inventado. Si Adam la besaba alguna vez, sería increíble.
—Y decidisteis casaros.
—Bueno, ya sabes cómo es Adam —dijo Kerry—. Es un torbellino. Y una vez que uno se da cuenta de que quiere pasar el resto de la vida con otra persona, es natural que quiera empezar cuanto antes.
—Sí, te comprendo. A mí me pasó lo mismo con Donald. Le conocía desde hacía un tiempo y, de repente, un día, le miré, me di cuenta de quién era realmente y supe que me iba a casar con él.
Kerry estaba casi segura de que Moira tenía lágrimas en los ojos. En ese momento, se odió a sí misma. ¿Cómo podía mentir a esa pobre mujer? Sobre todo, en esas circunstancias, ahora que su marido estaba en la cama de un hospital.
—Bienvenida a nuestra familia, hija.
¿Familia? No, de ninguna manera. Aquello estaba escapando a su control rápidamente.
—Gracias —respondió Kerry.
—Adam nos ha dicho que tenías cosas que hacer hoy, pero espero que vengas pronto para que te conozcamos.
—Lo mismo digo —respondió Kerry.
—Bueno, te paso a Adam.
—Gracias.
—Kerry, hola. Ahora vamos a volver otra vez con mi padre. Te llamaré esta noche, cielo.
—Pon cualquier pretexto y sal de la habitación para leer el mensaje que voy a enviarte ahora mismo al móvil con lo que le he dicho a tu madre —dijo Kerry.
—Está bien. Te quiero —dijo él en tono avergonzado.
—Adiós.
Tras la despedida, Kerry le envió un resumen de su conversación con Moira. Adam le contestó rápidamente dándole las gracias.
—Parece una buena chica —dijo Moira cuando su hijo volvió a entrar en la habitación—. Y te conoce muy bien.
—Ya te lo había dicho —respondió Adam.
—Bueno, ¿cuándo vas a traerla para que la conozcamos? —preguntó Donald.
—Pronto, espero. El problema es que en esta época del año es cuando tiene más trabajo. Ya os lo podéis imaginar, con la Noche de las Hogueras, la Nochevieja y ese tipo de cosas. En fin, ya veremos qué podemos hacer.
Adam deseaba con todo su corazón haber hecho lo suficiente para que sus padres se dieran por contentos.
—Por la foto que me has enseñado parece una chica bastante guapa —dijo Moira—. Pero es muy distinta a las otras con las que salías. Además, no parece muy dada a las fiestas.
—También le gustan, no creas —dijo Adam cruzando los dedos disimuladamente.
¿Le gustaban a Kerry las fiestas? No lo sabía. Kerry no hablaba de ese tipo de cosas con él.
—Me ha dicho que se dio cuenta de que se había enamorado de ti en una fiesta, mientras bailabais juntos.
—Sí. Me pilló totalmente por sorpresa.
—Y a nosotros —dijo Moira.
Adam miró a sus padres y vio una expresión en sus rostros que le sorprendió. Se les veía… aliviados. Era como si pensaran que, por fin, había visto la luz y había decidido sentar cabeza, que ya no tenían por qué preocuparse por él.
Cielos. No había imaginado el rumbo que estaban tomando los acontecimientos. En realidad, había supuesto que no le creerían. Pero ahora… sus padres parecían muy contentos. Felices.
—Yo tenía la esperanza de que te enamoraras de Elspeth —dijo Donald—. Es una chica excelente.
—Pero no es la chica para ti —dijo Moira mirando a su hijo—. Elspeth no podría acostumbrarse a vivir en Londres. Sin embargo, como has dicho antes, a Kerry sí debe gustarle; de lo contrario, no viviría allí.
—Ni trabajar en lo que trabaja —añadió Donald.
—Bueno, por fin vas a casarte —Moira sonrió—. Reconozco que, al principio, no me lo creía. Pero ahora que he hablado con ella… Kerry parece conocerte muy bien. Te quiere tal y como eres. Y eso es lo que quiero para ti, hijo, alguien que no intente cambiarte ni te haga sufrir.
—Qué alegría, por fin vamos a tener una hija —dijo Donald con los ojos fijos en su mujer y sonriendo.
Adam se dio cuenta de que se había equivocado respecto a sus padres. No solo estaban contentos, estaban extasiados. Les había dado lo que realmente querían: una nuera, una esperanza de futuro.
—No te olvides de los nietos —añadió Moira—. ¿Habéis pensado ya en eso?
«¡No, no, no, no!».
—Mamá, todavía no nos hemos casado —se apresuró a señalar Adam.
—Ya habrá tiempo de eso —dijo Donald sonriente—. Los hijos vendrán cuando tengan que venir.
¡Vaya! Su padre debía estar contando ya los nietos que iba a tener.
—Estamos deseando conocer a Kerry —dijo Moira—. Tráela tan pronto como puedas.
Adam sonrió y asintió, aunque estaba hecho un manojo de nervios por dentro. Al parecer, ese falso noviazgo se estaba transformando en algo real. En fin, sería solo temporalmente, hasta que sus padres se hicieran a la idea de que quizá no estaba aún dispuesto a sentar la cabeza. Les quitaría la idea de la cabeza poco a poco y no les anunciaría la ruptura definitiva hasta que su padre se hubiera jubilado y llevara ya una vida más tranquila.