CAPÍTULO 9

Barras y estrellas

DEJAR A AMMA ATRÁS fue como salir de un incendio a la más fría noche de invierno. Ella era mi hogar, segura y familiar. Al igual que cada reprimenda y cada cena ingerida, era todo lo que formaba parte de mí. Cuanto más cerca estaba de ella, más calidez sentía, pero, al final, la fría sensación que me ahogaba se incrementó aún más cuando me marché.

¿Merecía la pena? ¿Sentirse mejor durante un minuto o dos, sabiendo que el frío seguiría esperándome ahí fuera?

No estaba seguro, pero para mí no era una elección. No podía estar lejos de Amma o Lena, y —en lo más profundo de mí— no pensaba que ninguna de las dos lo quisieran.

A pesar de todo, aún había un resquicio de esperanza, por pequeño que fuera. El que Lucille pudiera verme ya era un primer paso. Supongo que lo que la gente dice respecto a que los gatos pueden ver a los espíritus es cierto. Simplemente, nunca imaginé que lo confirmaría en mis propias carnes.

Y luego estaba Amma. No es que ella me hubiera visto en sentido estricto, pero sabía que yo estaba allí. Tal vez no fuera demasiado, pero era algo. Había sido capaz de demostrárselo, igual que lo había hecho para advertir a Lena de que estaba en el lugar de mi propia tumba.

Por muy agotador que resultara arrancar un pedazo de pastel o mover unos centímetros el botón, al menos había conseguido transmitir el mensaje.

De alguna forma, todavía estaba aquí, en Gatlin, adonde pertenecía. Todo había cambiado y no tenía la solución para arreglar esto. Pero no me había ido a ninguna parte, no realmente.

Estaba aquí.

Existía.

Si tan sólo pudiera encontrar una forma de decir lo que quería decir. Pero, desgraciadamente, ni la tarta de chocolate ni una vieja gata podían dar más de sí, ni siquiera un amuleto del collar de Lena.

A decir verdad, me sentía realmente angustiado. Es decir, como estancado en una zona de calma chicha en aguas ecuatoriales y sin un mapa.

A.N.G.U.S.T.I.A.D.O.

Diez horizontal.

Fue entonces cuando se me ocurrió. No fue tanto una idea como un recuerdo —el de Amma sentada en la mesa de nuestra cocina, encorvada sobre sus crucigramas con un bol lleno de caramelos de canela Red Hots y una pila extra de lápices superafilados del número 2. Esos crucigramas eran su forma de mantener las cosas en su sitio, y pensar en todo lo que pasaba.

En ese momento todo encajó. De igual forma que podía anticipar una jugada en la cancha de baloncesto o deducir la trama de una película simplemente por su comienzo.

Supe lo que tenía que hacer, y supe adónde tenía que ir. Iba a requerir un poco más de fuerza que arrancar un trozo de pastel o empujar un botón, pero no demasiada.

Bastaba con un par de trazos con un lápiz.

Era hora de hacer una visita a las oficinas de Barras y Estrellas, el único e inigualable periódico del condado de Gatlin.

Tenía un crucigrama que escribir.

No había un solo grano de sal jalonando las ventanas de la oficina de Barras y Estrellas, al igual que tampoco había un solo grano de verdad en las páginas del periódico. Había, no obstante, aparatos de aire acondicionado en todas las ventanas. Más aparatos de los que jamás había visto en un edificio. Eso era todo lo que quedaba de un verano tan asfixiante que casi había secado todo el pueblo y lo había hecho salir volando, como las hojas muertas de un magnolio.

Y, sin embargo, no había encantamientos, sal, ni hechizos de Vinculación o conjuros de ningún tipo, ni siquiera un triste gato. Me deslicé en su interior con la misma facilidad que lo había hecho el asfixiante calor. Uno puede llegar a acostumbrarse a esta forma de entrar en los sitios.

Dentro había poco más que unas cuantas plantas de plástico, un calendario recreacionista que colgaba torcido de la pared y un alto mostrador forrado de linóleo. Ahí es donde acudías con tus diez dólares cuando querías poner un anuncio en el periódico ofreciendo clases de piano, cachorros recién nacidos o el viejo sofá a cuadros que llevaba arrinconado en tu sótano desde 1972.

Eso era todo, hasta que pasabas detrás del mostrador, donde tres pequeños escritorios estaban alineados. Los tres cubiertos con periódicos, exactamente los mismos que estaba buscando. Ese era el aspecto de Barras y Estrellas antes de convertirse en un periódico de verdad, cuando aún era lo más parecido a una gacetilla con los cotilleos del pueblo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Ethan?

Me di la vuelta, sorprendido, con las manos en alto como si me hubieran pillado allanando y entrando ilegalmente, lo que, de alguna forma, había hecho.

—¿Mamá?

Estaba detrás de mí en la oficina vacía, al otro lado del mostrador.

—Nada. —Fue todo lo que pude decir. No debería haberme sorprendido. Ella sabía cómo cruzar. Después de todo, era quien me había ayudado a encontrar la forma de volver al mundo Mortal.

Aun así, no esperaba encontrarla aquí.

—Dudo que no estés haciendo «nada», salvo que hayas decidido hacerte periodista y escribir reportajes sobre la vida en el Más Allá, lo que, habida cuenta de las veces que intenté que te unieras a la plantilla del periódico del instituto, no parece muy verosímil.

Sí, bueno. Nunca había querido tomar mi almuerzo con la plantilla del periódico del colegio. No cuando podía estar en el comedor con Link y los otros chicos del equipo de baloncesto.

Qué curioso que las cosas que entonces me parecían importantes ahora se vieran estúpidas.

—No, señora.

—Ethan, por favor, respóndeme. ¿Por qué estás aquí?

—Supongo que podría hacerte la misma pregunta. —Mi madre me lanzó una mirada—. No estoy buscando un trabajo en el periódico, si es lo que piensas. Sólo quiero colaborar en una pequeña sección.

—Esa no es una buena idea. —Extendió sus manos sobre el mostrador delante de mí.

—¿Por qué no? Tú fuiste quien me envió todas esas Canciones de Presagio. Que es prácticamente lo mismo. Esto es solamente un poco más… directo.

—¿Qué estás planeando hacer? ¿Escribir a Lena un anuncio clasificado y publicarlo en el periódico? «¿Se busca novia Caster. Preferentemente llamada Lena Duchannes?».

—Eso no es lo que tenía en mente, pero podría funcionar.

—No puedes hacerlo. Apenas puedes coger un lápiz en este mundo. Como Sheer que eres no tienes la fuerza física de tu lado. El simple hecho de levantar una pluma aquí es más difícil que arrastrar un tronco con el meñique.

—¿ puedes hacerlo?

Se encogió de hombros.

—Tal vez.

La miré intensamente.

—Mamá, quiero hacerle saber que estoy bien. Quiero hacerle saber que estoy aquí, igual que tú quisiste comunicarme el código de los libros en el estudio cuando desapareciste. Ahora debo encontrar una forma de decírselo.

Mi madre rodeó el mostrador lentamente, sin decir palabra durante un largo minuto. Me observó mientras yo atravesaba la habitación en dirección a los montones de galeradas.

—¿Estás seguro de querer hacerlo? —Sonaba vacilante.

—¿Vas a ayudarme o no?

Dio unos cuantos pasos hasta ponerse a mi lado, lo que era su forma de contestarme. Empezamos a leer el próximo ejemplar de Barras y Estrellas, extendido por todas las superficies. Me incliné sobre las hojas del escritorio más cercano.

—Aparentemente las Damas Auxiliares del Ejército de Salvación de Gatlin han formado un grupo de lectura llamado Leer y Reír.

—Tu tía Marian se va a poner muy contenta cuando se entere; la última vez que intentó empezar un club de lectura, nadie fue capaz de ponerse de acuerdo sobre qué libro escoger, y tuvieron que disolverlo tras la primera reunión. —Mi madre tenía un brillo perverso en los ojos—. Pero no antes de que convinieran mezclar la limonada con una gran caja de vino. En eso todo el mundo estuvo de acuerdo.

Yo continué a lo mío.

—Bueno, espero que Leer y Reír no acabe de la misma manera, pero si lo hace no te preocupes. También están formando una tertulia en el club de tenis llamada Golpear y Reír.

—Y mira esto. —Señaló por encima de mi brazo—. El club restaurante se llama Comer y Reír.

Ahogó una risa, mientras apuntaba con el dedo.

—Te estás dejando el mejor. Van a cambiar el nombre del baile del Cotillón de Gatlin por… espera a oír esto: Menearse y Reír.

Continuamos leyendo el resto del diario, pasando tan buen rato como dos Sheer atrapados en la redacción del periódico de una pequeña ciudad podían pasar. Era como repasar un álbum de recortes de nuestra vida juntos, todos pegados en un montón de papel de prensa. El club Kiwanis se preparaba para su celebración anual del desayuno con tortitas, cuya pasta debía estar ligeramente cruda y un poco líquida en el centro, tal y como le gustaban a mi padre. La floristería El Jardín del Edén había ganado el premio al escaparate del mes en Main Street, lo que solía suceder prácticamente todos los meses, dado que ya no quedaban muchos escaparates en esa calle.

La cosa iba mejorando según avanzábamos en la lectura. Una gallina salvaje había anidado sobre el trineo del Papá Noel que el señor Asher había colocado como parte del despliegue de luces de Navidad de su jardín, lo que resultaba espeluznante, porque los despliegues navideños de los Asher eran infames. Un año, la señora Asher incluso pintó los labios del pequeño Niño Jesús de Emily porque pensaba que su boca no se distinguía bien en la oscuridad. Cuando mi madre intentó preguntarle sobre ello con cara seria, la señora Asher le contestó: «No puedes esperar gritar los hosanna y que todo el mundo capte el mensaje, Lila. Lamentablemente, la mitad de la gente de por aquí no saben ni siquiera lo que significa hosanna». Cuando mi madre la presionó un poco más, descubrió que la señora Asher tampoco lo sabía. Después de aquello, no volvió a invitarnos a su casa.

El resto de las páginas contenían noticias propias del lugar, esas que nunca cambian aunque todo cambie. La Protectora de Animales había recogido un gato perdido; Bud Clayton había ganado el concurso de Carolina de reclamo para patos. La casa de empeños de Summerville tenía grandes ofertas, el Big B’s de Revestimientos Exteriores y Ventanas estaba en liquidación, y la competición Quick-chik de becas había empezado a calentar motores.

La vida sigue, supongo.

Entonces vi la página de los crucigramas y tiré de ella hacia mí lo más rápido que pude.

—Aquí.

—¿Quieres hacer un crucigrama?

—No quiero resolverlo. Quiero escribir uno para Amma. Cuando lo lea, se lo contará a Lena.

Mi madre sacudió la cabeza.

—Incluso aunque consigas poner las letras de la forma que quieres en la página, Amma no lo leerá. Ya no mira el periódico. No lo hace desde que tú… te marchaste. No ha tocado un solo crucigrama en meses.

Parpadeé. ¿Cómo podía haberlo olvidado? La propia Amma me lo había confesado cuando estaba en la cocina de Wate’s Landing.

—Entonces, ¿por qué no una carta?

—Yo lo intenté cientos de veces, pero es prácticamente imposible. Sólo puedes utilizar lo que ya está en la página. —Estudió la hoja que teníamos delante—. De hecho, tal vez funcione porque puedes arrastrar las letras por la página de prueba. ¿Ves cómo están diseminadas en la mesa?

Tenía razón. En la forma en que funcionaba el crucigrama, las letras estaban cortadas en pequeños recuadros, como un tablero de Scrabble. Lo único que tenía que hacer era mover el periódico alrededor.

Si es que era lo suficientemente fuerte para hacerlo.

Miré a mi madre, más decidido que nunca.

—Entonces utilizaremos el crucigrama y haré que Lena lo vea.

Desplazar las letras a su lugar era como excavar una roca en el jardín de las Hermanas, pero mi madre me ayudó. Sacudió la cabeza mientras mirábamos la página.

—Un crucigrama. No sé cómo no se me ocurrió.

Me encogí de hombros.

—Es porque no soy muy bueno escribiendo canciones.

En su estado actual, el crucigrama apenas estaba a medio terminar, pero el personal de por aquí probablemente no se molestaría demasiado si les ayudaba. Después de todo, tenía el mismo aspecto que la edición del domingo, el gran día para Barras y Estrellas, al menos por lo que se refería a pasatiempos. Probablemente, alguno de los tres empleados se sentiría aliviado al comprobar que uno de ellos se había ocupado del de esta semana. Era extraño que no hubieran contratado a Amma para escribirlos.

La parte difícil sería conseguir que Lena se interesara por el crucigrama.

Ocho horizontal.

E.S.P.Í.R.I.T.U.

Aparición o visión. Ser espectral. Una quimera de otro mundo. Un fantasma. Sombra difusa de una persona, algo que se aparece de noche cuando crees que nadie está mirando.

En otras palabras, lo que tú eres, Ethan Wate.

Seis vertical.

G.A.T.L.I.N.

Lugareño. Local. Insular. El lugar donde estamos atrapados, ya sea en el Más Allá o en el mundo Mortal.

E.T.E.R.N.O.

Es decir, de algo sin fin, que no acaba, para siempre. Lo que sientes respecto a una chica determinada, ya estés muerto o vivo.

A.M.O.R.

Es decir, lo que siento por ti, Lena Duchannes.

I.N.T.É.N.T.A.L.O.

Con todas mis fuerzas, cara minuto de cada día.

Es decir, recibí tu mensaje, L.

Entonces me sentí abrumado al pensar en todo lo que había perdido, en todo lo que esa estúpida caída desde el depósito de agua me había costado, y perdí el control alejándome de Gatlin. Primero mis ojos se nublaron, y luego las letras se desenfocaron, hasta perderse en la nada mientras el mundo se desvanecía bajo mis pies, y desaparecí.

Estaba cruzando de vuelta. Traté de recordar las palabras del manuscrito —aquellas que me habían traído hasta aquí—, pero mi mente no podía concentrarse en nada en absoluto.

Era demasiado tarde.

La oscuridad me rodeó, y sentí algo parecido al viento azotándome la cara, aullando en mis oídos. Entonces escuché la voz de mi madre, firme, mientras su mano aferraba la mía.

—Ethan, aguanta. Te tengo.