CAPÍTULO 24
La mano que mece la cuna
RIDLEY NOS ESTABA ESPERANDO detrás de la fila más alejada de criptas que, a juzgar por el número de botellas de cerveza vacías tiradas entre los arbustos, era también uno de los lugares de juerga del condado de Gatlin.
No podía imaginarme que alguien quisiera quedar por aquí voluntariamente. El Jardín de la Paz Perpetua aún mostraba las huellas de Abraham por todas partes. Nada parecía haber cambiado desde que llamara a los Vex, tan sólo unas semanas antes de la Decimoctava Luna. Las señales de peligro y la cinta amarilla de la policía creaban un laberinto entre los destruidos mausoleos, árboles arrancados y lápidas agrietadas de la nueva sección del cementerio. Ahora que el Orden de las Cosas había sido reparado, la hierba ya no estaba quemada y los cigarrones habían desaparecido. Pero el resto de las cicatrices continuaba allí, si sabías donde buscarlas.
Siguiendo la costumbre de Gatlin, lo peor de los destrozos había sido escondido bajo capas de tierra fresca sobre las que Ridley estaba ahora plantada. Los ataúdes habían sido devueltos a sus fosas y las lápidas selladas. No me sorprendió. No era propio de los buenos ciudadanos de Gatlin dejar sus esqueletos fuera de las cajas por mucho tiempo.
Rid desenvolvió un chupachups de cereza y lo agitó alrededor con un gesto dramático.
—Le vendí el cuento y se lo tragó entero: anzuelo, sedal y cebo apestoso incluido. —Sonrió a Link—. Ese eres tú, Encogido.
—Ya sabes lo que dicen: se necesita ser uno para reconocer a uno —replicó Link.
—No lo dirás por mí, ya sabes que huelo como un pastelito cubierto de azúcar escarchada. ¿Por qué no vienes aquí y te demuestro lo dulce que puedo ser? —Agitó sus largas uñas rosas como garras.
Link se acercó a John, que estaba apoyado contra un lloroso ángel partido justo por la mitad.
—Sólo digo lo que veo, nena. Puedo olerte perfectamente desde aquí.
Link parecía estar lanzando contra Ridley mucho más que su artillería de cuarto de Íncubo. Ahora que había conseguido convencerse de que Rid había vuelto, era como si sólo viviera para intercambiar insultos con ella.
Ridley se volvió hacia mí, molesta por no haberle podido sacar de sus casillas.
—Todo lo que necesité fue una pequeña excursión a Nueva Orleans, y enseguida tuve a Abraham comiendo de mi mano.
Aquello resultaba difícil de imaginar, y John definitivamente no se lo estaba tragando.
—¿Pretendes que nos creamos que encantaste a Abraham únicamente con unos cuantos chupachups de los tuyos? ¿Tú y qué cadena de tiendas de caramelos?
Ridley hizo un mohín.
—Pues claro que no. Antes tuve que vendérselo. Así que pensé, ¿quién sería lo suficientemente estúpido para hacer todo lo que yo le diga y acabar siendo un juguete entre mis manos? —Lanzó un beso a Link—. Nuestro pequeño Línkcubo, por supuesto.
Las mandíbulas de Link se tensaron.
—Está llena de mierda.
—Todo lo que tuve que hacer fue decirle a Abraham que me serví de los sentimientos de Link hacía mí para infiltrarme en vuestro estúpido círculo privado y enterarme de cuál era vuestro estúpido plan. Entonces me quejé porque me hubiera tenido enjaulada como su más preciada mascota. Por supuesto, le dije que no podía culparle. ¿Quién no querría tenerme alrededor todo el tiempo?
—¿Es esa una pregunta? Porque me encantaría contestarla —espetó Link.
—¿No estaba furioso porque te escaparas de su bonita jaula de pájaro? —preguntó John.
La voz de Ridley se tensó levemente.
—Abraham sabía que no me quedaría dentro si conseguía encontrar la forma de salir. Soy una Siren; no está en mi naturaleza vivir confinada. Le dije que había usado mi poder de persuasión en su patético y errante chico Íncubo de los recados convenciéndole para que me soltara. Pero aquello no acabó bien. Abraham ha hecho una jaula más grande para él.
—¿Qué más le dijiste? —Quería saber si había una posibilidad real de que pudiéramos recuperar el libro. Retorcí mi collar de amuletos alrededor de mi dedo, tratando de no pensar en los recuerdos que me traía.
—Me puse de su lado y le dije que prefería apostar por él antes que por vosotros. —Mostró a Link una dulce sonrisa—. Ya sabéis cuánto me gusta estar en el equipo ganador. Naturalmente, Abraham se creyó cada palabra. ¿Por qué no iba a hacerlo? Resulta tan verosímil.
Link tenía aspecto de querer lanzarla al otro lado del cementerio.
—¿Y Abraham estará allí? ¿Hoy? —John aún seguía sin fiarse.
—Estará allí. En carne y hueso. Por supuesto, lo digo en sentido figurado. —Se estremeció—. Muy figurado.
—¿Accedió a cambiarme por el Libro de las Lunas? —preguntó John.
Ridley suspiró, apoyándose contra el muro de la cripta.
—Bueno, técnicamente, creo que dije algo así como: «Son tan estúpidos como para creer que cambiarás a John por el libro, pero por supuesto no lo harás». Y luego puede que hubiera algunas risas. Y también algún hechizo de borrachos. Está todo un tanto confuso.
Link cruzó los brazos sobre su pecho.
—El problema, Rid, es: ¿cómo sabemos que no le has dicho lo mismo a él? Eres tan Oscura como la que más. ¿Cómo podemos estar seguros? —Se plantó en un gesto protector delante de mí—. ¿De qué lado estás realmente?
—Es mi prima, Link. —Incluso mientras lo decía, no estaba realmente segura de la respuesta. Ridley era otra vez un Caster Oscuro. La última vez que se ofreció a ayudarme me tendió una trampa, que me llevó directamente hasta mi madre y la Decimoséptima Luna.
Sin embargo, sabía que me quería. Hasta donde un Caster Oscuro podía querer. Hasta donde Rid podía querer a alguien que no fuera ella misma.
Ridley se inclinó más sobre Link.
—Buena pregunta, Encogido. Una pena que no tenga intención de contestarla.
—Uno de estos días supongo que lo descubriré por mi cuenta. —Link frunció el ceño mientras yo sonreía.
—Déjame que te dé una pequeña pista —declaró ella ronroneando—. Hoy no es el día.
Entonces, en un remolino de brillante algodón de azúcar, la Siren a la que adoraba odiar desapareció.
Empezaba a anochecer cuando dejamos a Liv y al tío Macon en el estudio, examinando cada libro Caster que pudieron encontrar sobre Sheers y la historia de los Ravenwood, respectivamente. Liv, convencida de que Ethan estaba intentando contactar con nosotros, seguía empeñada en encontrar una forma de poder comunicarnos con él. Cada vez que me dejaba caer por allí abajo, la encontraba tomando notas o ajustando ese absurdo instrumento que utilizaba para medir las frecuencias sobrenaturales. Creo que estaba desesperada por hallar una solución que no implicara el intercambio de John por el Libro de las Lunas.
Y no podía culparla.
Tío Macon, por su parte, también estaba haciendo lo mismo, aunque no quisiera admitirlo. Escudriñando cada periódico o recorte de prensa que hiciera alguna referencia a otros lugares en donde Abraham hubiera podido ocultar el libro.
Esa era la razón por la que no podía contarles lo que estábamos haciendo. Ya sabíamos lo que Liv sentía respecto a cambiar a John por el libro. Y tío Macon nunca estaría dispuesto a confiar en Ridley. En su lugar, les dije que quería visitar la tumba de Ethan, y que John se había ofrecido a acompañarme.
Link nos esperaba a John y a mí en el cementerio. El cielo estaba oscuro, y apenas podía distinguir al cuervo que trazaba círculos en el aire sobre nuestras cabezas, graznando, mientras avanzábamos hacia la parte más antigua del Jardín de la Paz Perpetua.
Me estremecí. Ese cuervo debía de ser algún tipo de augurio. Pero no había forma de saber de qué clase. O bien las cosas salían de acuerdo con lo planeado y acababa el día con el Libro de las Lunas en mi poder y una oportunidad de conseguir que Ethan regresara, o fracasaba y perdía a John en el intento.
John Breed no era el amor de mi vida, pero era el amor de la vida de otra. Además, John y yo habíamos pasado más de unos cuantos meses oscuros juntos, cuando él y Rid parecían ser las únicas personas con las que podía hablar. Pero John ya no era el mismo de entonces. Había cambiado, y no se merecía volver a una vida con Abraham. No le habría deseado eso a nadie.
¿En qué me había convertido?
Regatear con una vida
que no es la mía
no es negocio
la miseria
no
sale
barata.
John no se decidía a mirarme. Incluso Link mantenía sus ojos fijos en el sendero que teníamos por delante. Sentía como si, de alguna forma, estuvieran decepcionados conmigo por ser tan egoísta.
Yo misma estaba decepcionada.
Esto es lo que es, y yo soy lo que soy. No soy mejor que Ridley. Sólo quiero lo que quiero.
En cualquier caso, eso no impidió que siguiera caminando.
Traté de no pensar en ello mientras seguía a Link y a John a través de los árboles. Si bien la mayor parte del Jardín de la Paz Perpetua estaba en proceso de ser restaurado a su estado anterior al ataque de los Vex, no podía decirse lo mismo de la parte más vieja del cementerio. No había vuelto a pasar por allí desde la noche en que la tierra se abrió, cubriendo estas colinas con cadáveres en descomposición y huesos destrozados. Y aunque los cuerpos habían desaparecido, la tierra aún estaba patas arriba, con enormes agujeros reemplazando las tumbas que habían rodeado generaciones de Wates desde antes de la Guerra Civil. Incluso aunque Ethan no estuviera aquí.
Gracias a Dios.
—¡Tíos, vaya cuesta! —Link trotaba colina arriba con sus cizallas de jardín en mano—. Pero no pasa nada, yo os guardo la espalda. No podrá llevaros a su horripilante guarida. No sin pelea. No con estas preciosidades.
John empujó a Link a un lado.
—Aparta esas cosas, novato. No podrás acercarte lo suficientemente a Hunting ni para cortar la hierba alrededor de sus pies. Y si Abraham las ve, las usará para rajarte la garganta sin siquiera tener que tocarlas.
Link le devolvió el empujón, y tuve que agacharme para evitar que me tiraran colina abajo como daño colateral.
—Sí, bueno, pues resulta que me fueron muy útiles cuando tuve que ir a ver a Obidias y me enfrenté con ese vampiro con aspecto de pollo frito. Así que no me mates aún, chico Caster.
—Esperad un segundo. —John, súbitamente muy serio, se volvió hacia nosotros—. Abraham no es ninguna broma. No tenéis ni idea de lo que es capaz… no creo que nadie lo sepa. Manteneos al margen y dejadme tratar con él. Link, tú nos cubrirás en caso de que Hunting o tu novia nos den problemas.
—Rid está de nuestro lado, ¿recuerdas? —dije.
—Se supone que lo está. Y ella no es mi novia. —Link apretó la mandíbula.
—Según mi experiencia, el único lado en el que Rid suele estar es en el suyo propio. —John caminó hasta una estatua rota de un ángel orando, con sus manos partidas por las muñecas. La visión de todos los ángeles rotos a nuestro alrededor empezaba a parecer un mal auspicio.
Link puso cara de estar molesto, pero no dijo nada. Daba la impresión de que no le gustaba cuando alguien que no fuera él criticaba a Ridley. Me pregunté si alguna vez las cosas entre ellos se solucionarían.
Él y John rodearon los ataúdes rotos y las ramas caídas, descubriendo un enorme agujero justo al otro lado de la vieja cripta de los Honeycutt. Hice lo posible por seguir su zancada, pero eran Íncubos, así que no había nada que pudiera hacer, salvo alguna clase de hechizo o encantamiento para clonar Íncubos.
No obstante, muy pronto dejó de ser importante, porque no nos quedó ningún sitio adonde ir.
Abraham nos estaba esperando.
O bien habíamos caminado directamente hasta su trampa o bien él había caído en la nuestra. Era el momento de descubrirlo.
Abraham Ravenwood estaba de pie en el extremo más alejado del agujero. Vestía un largo abrigo negro y chistera, y estaba apoyado con aspecto aburrido contra un árbol astillado, como si este fuera un encuentro molesto.
El Libro de las Lunas asomaba bajo su brazo.
Solté un suspiro de alivio.
—Lo ha traído —dije con voz queda.
—Todavía no lo tenemos —murmuró Link.
Vestido con un jersey negro de cuello alto y una chaqueta de cuero, Hunting se mantenía un poco más atrás que su retatarabuelo, mientras lanzaba anillos de humo hacía Ridley. Ella tosió, apartando el humo de su vestido rojo, y lanzó a su tío una aviesa mirada.
Había algo inquietante en la visión de Rid con el vestido rojo, separada unos pocos pasos de los dos Íncubos de Sangre. Confié en que John estuviera equivocado y ella se pusiera de nuestro lado, tanto por el bien de Link como por el mío propio.
Los dos la queríamos. Y no puedes controlar a quién amas, incluso aunque quieras. Ese había sido el error de Genevieve con Ethan Carter Wate. Y también el del tío Macon con Lila, y el de Link con Ridley. Incluso puede que también el de Ridley con Link.
El amor fue el resorte que hizo que todos estos nudos empezaran a deshacerse en primer lugar.
—Lo has traído —le dije a Abraham.
—Y ya veo que tú también lo has traído. —Los ojos de Abraham se clavaron en John—. Aquí está mi chico. He estado tan preocupado.
John se puso rígido.
—No soy su chico. Y usted nunca se ha preocupado por mí, así que deje de fingir.
—Eso no es cierto —repuso Abraham, fingiendo estar dolido—. He invertido una gran cantidad de energía en ti.
—Demasiada, si quieren oír mi opinión —intervino Hunting.
—Nadie te la ha pedido —espetó Abraham.
Hunting apretó su mandíbula, lanzando su cigarrillo a la hierba. No parecía contento. Lo que significaba que probablemente desfogaría su rabia contra alguien que no se la mereciera ni la esperase. Todos éramos posibles candidatos.
John parecía indignado.
—¿Se refiere a tratarme como un esclavo y utilizarme para hacer su trabajo sucio? Gracias, pero no me interesa la clase de energía que pone en las cosas.
Abraham dio un paso hacia adelante, su corbata de nudo negra ondeando con la brisa.
—No me importa lo que te interese. Estas hecho para un propósito, y cuando dejes de servir para eso, ya no serás útil. Creo que ambos sabemos lo que siento por las cosas que no me son de ninguna utilidad. —Sonrió maligno—. Contemplé cómo Sarafine se quemaba hasta morir, y lo único que me fastidió fue que la ceniza pudiera manchar mi chaqueta.
Estaba diciendo la verdad. Yo también había contemplado a mi madre arder. Aunque no solía pensar en Sarafine de esa forma. Pero oír a Abraham hablar de ella así, removió algo en mí, aunque no supiera bien el qué.
¿Simpatía? ¿Compasión?
¿Acaso sentía lastima por la mujer que había intentado matarme? ¿Era eso posible?
John me había contado que Abraham odiaba a los Caster casi tanto como a los Mortales. No le había creído hasta este momento. Abraham Ravenwood era frío, calculador, un ser perverso. Realmente era el diablo o lo más parecido a él que había conocido.
Observé cómo John erguía la cabeza y llamaba a Abraham.
—Sólo déles a mis amigos el libro, y me marcharé con usted. Ese era el trato.
Abraham se rio, con el libro aún a buen recaudo bajo su brazo.
—Los términos han cambiado. Creo que, después de todo, me lo quedaré. —Hizo un gesto hacia Link—. Y también a tu nuevo amigo.
Ridley dejó de lamer su chupachups.
—Ese no te interesa. Es un inútil, créeme. —Estaba mintiendo.
Y Abraham también se había dado cuenta. Una sonrisa maligna se extendió por su rostro.
—Como desees. Entonces lo echaremos como comida para los perros de Hunting cuando volvamos a casa.
Hubo un tiempo en el que Link se hubiera echado atrás, muerto de miedo. Pero eso fue antes de que John le mordiera y su vida cambiara. Antes de que Ethan muriera y todo cambiara.
Observé cómo Link se colocaba ahora junto a John. No pensaba ir a ninguna parte, incluso aunque tuviera miedo. Ese otro Link hacía tiempo que había desaparecido.
John intentó ponerse delante de él, pero Link sacó un brazo para detenerle.
—Puedo defenderme por mí mismo.
—No seas estúpido —espetó John—. Sólo eres un cuarto de Íncubo. Eso te hace la mitad de fuerte que yo, sin sangre Caster.
—Chicos. —Abraham chasqueó sus dedos—. Todo esto es muy enternecedor, pero es hora de marcharnos. Tengo cosas que hacer y gente a la que matar.
John se cuadró de hombros.
—No pienso ir a ninguna parte a menos que les entregue el libro. Últimamente he entrado en contacto con poderosos Caster. Ahora soy yo quien toma sus propias decisiones.
John coleccionaba poderes de la misma forma que Abraham coleccionaba víctimas. Por ejemplo el poder de persuasión de Ridley, e incluso algunas de mis habilidades como Natural. Por no mencionar aquellos que había absorbido de todos los demás Caster que, sin saberlo, le habían tocado. Abraham debía de estar preguntándose qué poderes había atrapado John.
Aun así, sentí que me entraba el pánico. ¿Por qué no habríamos llevado a John de vuelta a los Túneles para recolectar unos cuantos más? ¿Quién era yo para creer que podíamos enfrentarnos a Abraham?
Hunting miró a Abraham de reojo, y una chispa de reconocimiento centelleó entre ambos, un secreto compartido.
—¿Así que esas tenemos? —Abraham dejó caer el Libro de las Lunas a sus pies—. ¿Entonces por qué no vienes hasta aquí y lo coges?
John debía de saber que se trataba de una trampa, pero a pesar de eso empezó a avanzar hacia él.
Deseé que Liv estuviera aquí para ver lo valiente que era. Pero, una vez más, me alegré de que no lo hubiera hecho. Porque yo apenas podía soportar verle dar un paso tras otro hacia el viejo Íncubo, y ni siquiera era la chica que estaba enamorada de él.
Abraham estiró el brazo y ladeó su muñeca, como si estuviera girando un picaporte.
Con ese único movimiento todo cambió. Al instante, John se agarró la cabeza como si algo hubiera estallado en su interior y cayó de rodillas.
Abraham mantuvo su brazo estirado enfrente de él, cerrando lentamente el puño mientras John se retorcía violentamente, gritando de dolor.
—¿Qué demonios…? —Link cogió a John del brazo y tiró de él hasta ponerle de pie.
John apenas podía sostenerse. Se balanceó tratando de recuperar el equilibrio.
Hunting se rio. Ridley aún estaba de pie junto a él, y pude ver el chupachups temblando en su mano.
Traté de pensar en algún hechizo, cualquier cosa que pudiera detener a Abraham, aunque sólo fuera por un segundo.
Abraham se acercó un poco más, levantando el borde de su abrigo para impedir que se arrastrara por el barro.
—¿Acaso crees que podría crear a alguien tan poderoso como tú si no supiera controlarlo?
John se quedó paralizado, sus ojos verdes llenos de miedo. Entrecerró los ojos tratando de luchar contra el dolor.
—¿De qué está hablando?
—Creo que ambos lo sabemos —declaró Abraham—. Yo te creé, chico. Encontré la combinación adecuada, el parentesco que necesitaba, y creé una nueva estirpe de Íncubos.
John dio un paso atrás, horrorizado.
—Eso es mentira. Me encontró cuando era un niño.
Abraham sonrió.
—Eso depende de cómo intérpretes la palabra encontrar.
—¿Qué está diciendo? —La cara de John se había vuelto color ceniza.
—Te recogimos. Al fin y al cabo, hice un trabajo de ingeniería contigo. —Abraham rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un puro—. Tus padres tuvieron unos cuantos años de felicidad juntos. Es mucho más de lo que la mayoría tiene.
—¿Qué les sucedió a mis padres? —John apretó los dientes. Casi podía ver su rabia.
Abraham se volvió hacia Hunting, que le encendió el puro con un mechero de plata.
—Contesta al chico, Hunting.
Hunting cerró la tapa del encendedor. Y luego se encogió de hombros.
—Fue hace mucho tiempo, chico. Estaban muy jugosos y blanditos. Pero no logro acordarme de los detalles.
John se lanzó hacia adelante, provocando un desgarro a través de la oscuridad.
Un segundo antes estaba aquí, y al siguiente, había desaparecido, deslizándose lejos en un remolino de aire. Reapareció a pocos centímetros de Abraham rodeando con una mano la garganta del viejo Íncubo.
—Voy a matarle, pervertido hijo de puta.
Los tendones del brazo de John se tensaron, pero su garra no le obedeció.
Los músculos de su mano estaban tensos, sus dedos trataban de cerrarse sin conseguirlo. John agarró su muñeca con la otra mano, para intentar cerrarla.
Abraham se rio.
—No puedes hacerme daño. Yo soy el arquitecto del diseño. ¿Crees que construiría un arma como tú sin un interruptor de matar?
Ridley dio un paso atrás, observando cómo la mano de John se aflojaba contra su voluntad, abriendo sus dedos mientras intentaba forzarlos para que se cerraran con su otra mano. Era imposible.
No podía soportar ver aquello, Abraham parecía tener más control sobre John ahora del que había tenido la noche de la Decimoséptima Luna. Y lo que era peor, la consciencia de John sobre su poder no parecía cambiar el hecho de que no podía controlar su cuerpo. Abraham estaba tirando de los hilos.
—Es un monstruo —farfulló John, aún sosteniendo su muñeca a pocos centímetros de la garganta de Abraham.
—La adulación no te llevará a ninguna parte. Ya me has causado suficientes problemas, chico. Me lo debes. —Abraham sonrió—. Tengo pensado cobrármelo con tu carne.
Volvió a retorcer sus manos y John se alzó del suelo aferrando su propio cuello con las manos, como si quisiera estrangularse.
Abraham estaba llevando su afirmación hasta el extremo.
—Has sobrepasado tu tiempo de utilidad. Todo este trabajo para nada.
Los ojos de John se quedaron en blanco, y su cuerpo se aflojó.
—¿Es que ya no lo necesitas? —gritó Ridley—. Dijiste que era el arma definitiva.
—Lamentablemente, es defectuoso —contestó Abraham.
Advertí que algo se movía en mi visión periférica, un momento antes de escuchar su voz.
—Uno podría decir lo mismo de ti, abuelo. —El tío Macon surgió de detrás de una de las criptas, sus ojos verdes centellearon en la oscuridad—. Baja ahora mismo al chico.
Abraham se rio, aunque su expresión no tenía nada de divertida.
—¿Defectuoso? Eso es un cumplido viniendo de un pequeño Íncubo que quería ser un Caster.
La garra de Abraham sobre John se aflojó lo suficiente para que este pudiera coger un poco de aire. El Íncubo de Sangre estaba ahora centrando su rabia en tío Macon.
—Nunca quise ser un Caster, pero estoy contento de aceptar cualquier destino que me alivie de la Oscuridad que hiciste caer sobre esta familia. —Tío Macon apuntó su mano hacia John, y una ola de energía refulgió a través del cementerio, la ráfaga alcanzó a John de lleno.
John apartó las manos lejos de su cuello mientras su cuerpo se desplomaba en el suelo.
Hunting empezó a avanzar hacia a su hermano, pero Abraham le detuvo aplaudiendo dramáticamente.
—Bien hecho. Ese ha sido un buen truco de salón, hijo. Tal vez la próxima vez consigas encender mi cigarro. —Las facciones de Abraham recuperaron su gesto de desprecio—. Ya basta de juegos. Acabemos con esto.
Hunting no vaciló.
Se desgarró a través de la oscuridad mientras el tío Macon enfocaba sus ojos verdes sobre el cielo negro, para luego materializarse justo delante de su hermano cuando el cielo explotó en un manto de brillante luz.
De luz del sol.
El tío Macon ya lo había hecho una vez antes, en el aparcamiento del instituto Jackson, pero ahora la luz era aún más intensa y concentrada. Si entonces la luz que salió de él había sido de un verde Caster, esta vez era algo mucho más potente y natural, como si proviniera del mismo cielo.
El cuerpo de Hunting se retorció. Estiró el brazo y agarró la camisa de su hermano, arrastrándole con él al suelo.
Pero la letal luz no hizo más que intensificarse.
La piel de Abraham se volvió pálida, del color de la ceniza. La luz parecía debilitarle, pero no con la misma rapidez como estaba secando a Hunting.
Incluso mientras Hunting trataba desesperadamente de seguir con vida, Abraham sólo parecía interesado en tratar de matarnos. El viejo Íncubo de Sangre era demasiado fuerte, y alargó su brazo hacia el tío Macon. Yo sabía que no podíamos subestimarlo. Incluso herido, no se rendiría hasta destruirnos a todos.
Una abrumadora sensación de pánico me invadió. Concentré cada pensamiento, cada célula de mi ser en Abraham. La tierra a su alrededor se levantó, desprendiéndose del suelo como si fuera una alfombra que alguien retirara bajo sus pies. Abraham se tambaleó y entonces volvió su atención hacia mí.
Cerró su mano en el aire delante de mí, y sentí que una fuerza invisible me atenazaba la garganta. Noté que mis pies se alzaban del suelo, y mis Converse pataleaban en el aire.
—¡Lena! —gritó John. Cerró los ojos concentrándose en Abraham, pero lo que quiera que estuviera planeando, no era lo suficientemente rápido.
No podía respirar.
—Ni lo intentes. —Abraham retorció su mano libre haciendo que John cayera de rodillas en menos de un segundo.
Link cargó contra Abraham, pero un simple latigazo de la muñeca del Íncubo de Sangre le mandó volando lejos. La espalda de Link golpeó contra la agrietada cripta de piedra con un sonoro crujido.
Luché para mantenerme consciente. Hunting estaba justo debajo de mí, con sus manos alrededor del cuello del tío Macon. Sin embargo, no parecía tener suficiente fuerza como para herir a su hermano. El color iba desapareciendo lentamente de la piel de Hunting, volviendo su cuerpo cada vez más transparente.
Traté de coger aire, transfigurada, mientras las manos de Hunting se deslizaban del cuello del tío Macon y empezaba a retorcerse de dolor.
—¡Macon! ¡Para! —suplicó.
El tío Macon concentró toda su energía en su hermano. La luz se mantenía constante mientras la oscuridad desaparecía del cuerpo de Hunting hacia la tierra removida.
Hunting aspiró y soltó su último aliento. Luego su cuerpo se estremeció y quedó inerte.
—Lo siento, hermano. No me has dejado elección. —Macon bajó la vista a lo que quedaba antes de que el cuerpo de Hunting se desintegrara totalmente, como si nunca hubiera existido.
—Uno menos —dijo con amargura.
Abraham entrecerró sus ojos, tratando de comprobar si Hunting había desaparecido realmente. El color empezaba a desvanecerse de su piel, pero sólo había llegado a la altura de sus muñecas. Podría matarme mucho antes de que la luz del sol acabara con él. Tenía que hacer algo antes de que acabáramos todos muertos.
Cerré los ojos, tratando de abrirme paso entre el dolor. Mi mente empezaba a precipitarse en el vacío.
Un trueno estalló por encima de nuestras cabezas.
—¿Una tormenta? ¿Eso es todo lo que puedes hacer, querida? —se burló Abraham—. Vaya desperdicio. Igual que tu madre.
La rabia y la culpa se revolvieron en mi interior. Sarafine era un monstruo, pero un monstruo que Abraham había ayudado a crear. Él se había servido de su debilidad para llevarla a la Oscuridad. Y yo había podido ver cómo moría. Tal vez ambas fuéramos monstruos.
Tal vez todos lo somos.
—¡Yo no soy como mi madre! —El destino de Sarafine había sido decidido por ella, y no fue lo suficientemente fuerte para luchar contra él. Yo sí.
Un rayo rasgó el cielo alcanzando a un árbol detrás de Abraham. Las llamas se extendieron por el tronco.
Abraham se quitó el sombrero agitándolo con una mano, pero cuidando que su otra mano continuara apretando mi garganta.
—Siempre digo que la fiesta no ha empezado hasta que algo no se incendia.
Mi tío se incorporó, con su pelo negro todo revuelto y sus ojos verdes brillando con más fulgor que antes.
—Creo que voy a tener que coincidir contigo.
La luz del cielo se intensificó, concentrándose como un foco sobre Abraham. Mientras observábamos, el rayo de luz explotó en un cegador fogonazo blanco, formando dos haces horizontales de energía pura.
Abraham se tambaleó, protegiéndose los ojos. Su férrea garra se aflojó, y mi cuerpo cayó sobre la putrefacta tierra.
El tiempo pareció detenerse.
Todos nos quedamos contemplando los blancos haces de luz expandiéndose por el cielo.
Excepto uno de nosotros.
Link se desgarró por el espacio antes de que ninguno tuviéramos ocasión de reaccionar, desmaterializándose en una fracción de segundo, como si fuera un experto. No podía creerlo. Las veces que había intentado desgarrarse delante de mí, me había dejado prácticamente tan aplastada como una tortita.
Pero esta vez no.
A sólo unos pocos centímetros delante de Abraham Ravenwood, se abrió una grieta en el espacio para él.
Link sacó su cizalla de la cinturilla de sus vaqueros, la blandió por encima de su cabeza y la clavó en el corazón de Abraham antes de que el viejo Íncubo pudiera darse cuenta de lo que acababa de suceder.
Los ojos negros de Abraham se agrandaron mientras miraba fijamente a Link, luchando por seguir vivo a medida que un círculo rojo se deslizaba lentamente por las hojas.
Link se inclinó aún más cerca.
—Toda esa ingeniería no fue en balde, señor Ravenwood. Yo soy lo mejor de los dos mundos. Un híbrido de Íncubo con su propio navegador.
Abraham tosió desesperado, con sus ojos clavados en el chico prácticamente Mortal que le había abatido. Finalmente, su cuerpo se desplomó en el suelo, con la cizalla robada del laboratorio de ciencias sobresaliendo de su pecho.
Link permaneció contemplando el cuerpo del Íncubo de Sangre que nos había perseguido durante tanto tiempo. La única persona a la que durante generaciones los Caster se habían mostrado incapaces de tocar.
Link sonrió hacia John, asintiendo.
—A la mierda toda esa basura sobre los Íncubos. Así es como lo hacemos al estilo Mortal.