CAPÍTULO 16
Una piedra y un cuervo
UNA VEZ QUE DEJÉ ATRÁS el río, me di cuenta de que la carretera a las Verjas del Custodio Lejano no era exactamente una carretera. Se trataba más bien de un tortuoso y abrupto sendero, medio oculto entre las paredes de dos imponentes montañas negras situadas a ambos lados, y creando un acceso natural más peligroso que cualquier cosa construida por Mortales, o Guardianes. Las montañas eran lisas con cornisas afiladas como navajas que reflejaban el sol, como si estuvieran hechas de obsidiana. Daban la impresión de estar asestando negros tajos en el cielo.
Genial.
La sola idea de recorrer un sendero a través de dentados acantilados recortados a cuchillo era mucho más que intimidante. Fuera lo que fuera lo que estuvieran tramando los Guardianes, definitivamente no querían que nadie lo supiera.
Era toda una sorpresa.
Exu daba vueltas sobre mi cabeza, como si supiera exactamente adónde se dirigía. Ajusté el paso para poder seguir su sombra en el camino unos metros por delante de mí, agradecido de poder contar con el espeluznante pájaro que era aún más grande que Harlon James. Me pregunté qué pensaría Lucille de él. Es curioso cómo un cuervo sobrenatural prestado por los Antepasados podía llegar a resultar la única cosa familiar del paisaje.
Incluso con la ayuda del cuervo del tío Abner, me detenía continuamente para consultar el mapa de tía Prue. Exu, indudablemente, conocía la dirección del Custodio Lejano, pero a menudo desaparecía unos metros de mi vista. Los acantilados eran altos, el camino enrevesado y Exu no tenía por qué preocuparse de cómo atravesar esas montañas.
Un pájaro afortunado.
Sobre el mapa, el sendero había sido trazado por la temblorosa mano de la tía Prue. Cada vez que trataba de dilucidar hasta dónde llevaría, este desaparecía unos metros más adelante. Empezaba a preocuparme porque su mano hubiera templado demasiado en la dirección equivocada, ya que las indicaciones del mapa no mostraban que hubiera que ir por encima de las montañas o entre ellas, se suponía que tenía que ir a través de una de ellas.
—Esto no puede estar bien.
Levanté la vista del papel hacia el cielo. Exu planeaba de un árbol a otro delante de mí, aunque ahora que estábamos más cerca de las montañas, los árboles escaseaban cada vez más.
—Venga. Adelante. Deja de restregármelo. Uno de los dos tiene que caminar, ¿sabes?
El animal volvió a graznar. Agité la petaca de whisky por encima de mi cabeza.
—Pero no te olvides de quién tiene tu cena, ¿vale?
Se lanzó en picado hacia mí y me reí, volviendo a guardar la petaca en mi bolsillo.
Pero después de unos cuantos kilómetros ya no me pareció tan divertido.
Cuando alcancé la escarpada ladera del acantilado, volví a comprobar el mapa. Ahí estaba. Un círculo dibujado en la falda, marcando algún tipo de entrada a una cueva o a un túnel. En el mapa era muy fácil encontrarlo, pero cuando bajé el plano y traté de localizar la cueva, no vi nada.
Sólo una superficie rocosa, tan empinada que prácticamente era vertical, cortando bruscamente el sendero delante de mí, y elevándose tan alta hacia las nubes que parecía no tener fin.
Algo debía de estar mal.
Tenía que haber una entrada al túnel en alguna parte de los alrededores. Avancé a lo largo del acantilado, tropezando con trozos desprendidos de brillante piedra negra.
Nada.
No fue hasta que me separé del acantilado y me fijé en un parche de matorrales secos que crecía a lo largo de las piedras cuando todo encajó.
Las matas crecían de tal forma que recordaban vagamente a un círculo.
Agarré las ramas muertas con ambas manos, tirando de ellas con todas mis fuerzas, y ahí estaba. O algo así. Nada podía haberme preparado para lo que ese círculo trazado en la montaña representaba realmente.
Un pequeño y oscuro agujero —y cuando digo pequeño quiero decir minúsculo—, apenas suficientemente grande para un hombre. Ni siquiera suficientemente grande para Boo Radley. Tal vez para Lucille, pero incluso ella habría pasado estrecheces. Y su interior estaba oscuro como boca de lobo. Por supuesto.
—Ah. Vamos.
De acuerdo con el mapa, el túnel era el único camino hasta el Custodio Lejano y Lena. Si quería volver a casa, iba a tener que arrastrarme por él. Me sentí enfermo sólo de pensarlo.
Tal vez podría dar un rodeo. ¿Cuánto tiempo me llevaría alcanzar el otro lado de la montaña? Demasiado, eso seguro. ¿A quién quería engañar?
Traté de no pensar en lo que se sentiría si toda una montaña se desplomaba sobre ti, mientras estabas arrastrándote por su interior. Pero si ya estaba muerto, ¿podría aplastarme hasta morir? ¿Dolería? ¿Quedaba alguna cosa que pudiera causarme dolor?
Cuanto más me obligaba a no pensarlo, más lo pensaba, y pronto estuve tentado de dar la vuelta.
Pero entonces imaginé otra alternativa: estar atrapado aquí en el Más allá sin Lena por la «infinidad de los tiempos infinitos», como diría Link. Nada era peor que esa posibilidad. Respiré hondo, me adentré por la ranura y empecé a gatear.
El túnel era más pequeño y oscuro de lo que hubiera podido imaginar. Una vez que me deslicé en su interior, no me quedaban más que unos centímetros de espacio libre por encima y a los lados. Aquello era aún peor que la vez en que Link y yo nos quedamos atrapados en el maletero del coche del padre de Emory.
Nunca había sentido miedo por los espacios pequeños, pero aquí era imposible no tener claustrofobia. Y estaba oscuro. Más que oscuro. La única luz provenía de algunas grietas en la roca, que eran escasas y estaban muy distanciadas entre sí.
La mayor parte del tiempo me arrastraba en una absoluta oscuridad, con el único sonido de mi respiración retumbando en las paredes. Un polvo invisible me llenaba la boca, y hacía escocer mis ojos. No dejaba de pensar que iba a chocarme contra un muro y que el túnel terminaría abruptamente obligándome a recular para poder salir. O que ni siquiera tendría esa posibilidad.
El suelo bajo mi cuerpo era de la misma roca afilada y oscura que la montaña, forzándome a avanzar lentamente para evitar rozarme con los cortantes fragmentos desprendidos. Sentía las manos como si estuvieran hechas jirones; las rodillas como dos sacos de cristales rotos. Me pregunté si los muertos podrían desangrarse hasta morir. En vista de mi suerte, sin duda sería el primer tío en descubrirlo.
Probé a distraerme contando hasta cien, tarareando desafinadas melodías de algunas de las canciones de los Holy Rollers o fingiendo que estaba hablando en kelting con Lena.
No servía de nada. Sabía que estaba solo.
Lo cual no hizo más que incrementar mi resolución de no prolongar más esa situación.
Ya no queda mucho, L. Voy a conseguirlo, encontraré las Verjas. Muy pronto estaremos juntos, y entonces te contaré lo mucho que apestaba todo esto.
Después de eso me quedé callado.
Era demasiado cansado fingir hablar en kelting.
Mis movimientos se volvieron más lentos, y mi mente se ralentizó con ellos, hasta que mis brazos y piernas se desplazaron en una especie de rígido paso sincopado, como el ritmo machacón de una de las viejas canciones de Link.
Atrás y adelante. Atrás y adelante.
Lena. Lena. Lena.
Aún estaba pronunciando su nombre en kelting, cuando vi la luz al final del túnel, no una luz en sentido metafórico, sino real.
Escuché el graznido de Exu en la distancia. Sentí un amago de brisa, una corriente de aire en mi cara. La fría humedad del túnel empezó a dejar paso a la cálida luz del mundo exterior.
Ya casi había llegado.
Entrecerré los ojos cuando la luz del sol golpeó la boca del agujero. Aún no había sacado mi cuerpo de allí. Pero el túnel estaba tan oscuro que a mi vista le estaba costando mucho adaptarse incluso al más mínimo rayo de luz.
Cuando tenía medio cuerpo fuera, me dejé caer sobre el estómago con los ojos cerrados, con la dura superficie negra presionando contra mi mejilla. Exu estaba chillando, probablemente enfadado porque me tomara un respiro. Eso es lo que pensé.
Abrí los ojos para ver el sol reflejándose en un par de botas negras de cordones. A continuación, el borde de una capa de lana apareció ante mi vista.
Genial.
Levanté lentamente la cabeza, preparado para ver a un Guardián encima de mí. Mi corazón comenzó a latir violentamente.
En cierto modo parecía un hombre. Siempre que ignoraras el hecho de que estaba completamente calvo, con una piel de un imposible tono gris oscuro y unos enormes ojos. La túnica negra estaba ceñida a la cintura por un largo cordón, y el hombre —si es que podía llamársele así— parecía una especie de mísero monje alienígena.
—¿Has perdido algo? —preguntó. Su voz sonaba más propia de un hombre. De un hombre mayor, con un matiz triste o tal vez amable. Era difícil reconciliar las facciones humanas y la voz con el resto de lo que tenía ante mi vista.
Me impulsé contra los laterales de la apertura en la roca y tiré de mis piernas hasta sacarlas del túnel, procurando no chocar con aquello, fuera lo que fuera.
—Estoy tratando de buscar el camino hasta el Custodio Lejano —balbuceé. Intenté recordar lo que Obidias me había contado. ¿Qué es lo que estaba buscando? ¿Puertas? ¿Verjas? Eso era—. Quiero decir, las Verjas del Custodio Lejano. —Me puse en pie, pero aunque quise recular, no había sitio donde hacerlo.
—¿En serio? —Parecía interesado. O tal vez hastiado. Honestamente no estaba seguro si la cosa a la que miraba era una cara, por lo que todavía era más difícil deducir lo que significaba su expresión.
—Exacto. —Intenté aparentar seguridad. Cuando me erguí, advertí que era casi de mi altura, lo que me resultó tranquilizador.
—¿Acaso te esperan los Guardianes? —Sus extraños y apagados ojos se entreabrieron.
—Sí —mentí.
Giró abruptamente sobre sus talones para marcharse, su túnica ondeó tras él.
Respuesta incorrecta.
—No —rectifiqué—. Y si me encuentran, sin duda me torturarán. Al menos eso es lo que todo el mundo parece creer. Pero hay una chica… todo fue un error… se supone que no debo estar aquí… y luego aparecieron los cigarrones, y el Orden se rompió, y tuve que saltar. —Mis palabras se interrumpieron una vez que comprendí lo absurdas que sonaban. No tenía sentido intentar explicárselo. Ni siquiera tenía lógica para mí.
La criatura se detuvo, inclinando su cabeza hacia un lado, como si estuviera considerando mis palabras… y a mí.
—Bueno, pues las has encontrado.
—¿El qué?
—Las Verjas del Custodio Lejano.
Miré más allá de él. No había nada alrededor, excepto una brillante roca negra y un despejado cielo azul. Tal vez estaba loco.
—Hmm, yo no veo nada salvo montañas.
Se volvió señalando.
—Allí.
La manga de su túnica resbaló hacia abajo dejando a la vista una capa extra de piel colgando de su cuerpo que desaparecía bajo su túnica.
Parecía como el ala de un murciélago gigante.
Recordé una absurda historia que Link me había contado durante el verano. Macon le había enviado por los Túneles Caster a entregar un mensaje a Obidias Trueblood. Hasta ahí todo encajaba. Pero había una segunda parte, que se refería a cómo Link había sido atacado por una extraña criatura a la que terminó apuñalando con su cizalla: era de un negro grisáceo y totalmente calva, con las facciones de un hombre y deformadas tiras de piel negra colgando que Link estaba convencido eran alas. «En serio —recordé que decía—. No te gustaría cruzarte con esa cosa en un callejón oscuro».
Sabía que no podía ser la misma criatura porque Link comentó que pudo ver que tenía los ojos amarillos. Mientras que el que estaba de pie frente a mí, me miraba fijamente con sus ojos verdes, casi de un verde Caster. Además había otro detalle. Todo el rollo de las hojas de la cizalla clavadas en el pecho.
No podía ser él.
Ojos verdes, no dorados. No tenía nada que temer, ¿verdad? No podía ser Oscuro, ¿cierto?
Aun así, no se parecía a nada que hubiera visto antes —y había visto más de la cuenta.
La criatura se giró en redondo, bajando el brazo que no era un brazo.
—¿No las ves?
—¿El qué? —¿Las alas? Todavía estaba tratando de dilucidar lo que era, o no era.
—Las Verjas. —Parecía un tanto decepcionado por mi estupidez. Supongo que yo también lo estaría, si fuera él. Yo mismo empezaba a sentirme como un estúpido.
Escruté en la dirección que me había señalado hacía un momento. Allí no había nada.
—No veo nada.
Una sonrisa satisfecha se expandió por su cara, como si guardara un secreto.
—Pues claro que no. Sólo el Guardián de la Puerta puede verlas.
—¿Y dónde está…? —Me detuve comprendiendo que mi pregunta sobraba. Ya sabía la respuesta—: Usted es el Guardián de la Puerta. —Había un Maestro del Río y un Guardián de la Puerta. Pues claro. Como también había un hombre serpiente, un cuervo bebedor de whisky que podía volar de la tierra de los vivos a la tierra de los muertos, un río lleno de cadáveres y un perro dragón. Era como despertar en mitad del juego de Dragones y mazmorras.
—El Guardián de la Puerta. —La criatura asintió, obviamente complacida consigo misma—. Ese soy yo, además de otras cosas.
Traté de no fijarme en la palabra cosas. Pero según contemplaba su piel de color carbón y pensaba en esas espantosas alas, no pude evitar imaginarlo como un horrible cruce entre persona y murciélago.
Un auténtico Batman, o algo así.
Aunque no de la clase que salva a la gente. Más bien lo contrario.
¿Qué pasa si esta cosa no quiere dejarme entrar?
Respiré hondo.
—Mire, ya sé que parece una locura. Yo mismo creo que he perdido la cabeza desde hace un año. Pero hay algo ahí dentro que necesito. Y si no lo consigo, no podré volver a casa. ¿Existe alguna forma de que pueda mostrarme donde están las Verjas?
—Por supuesto.
Escuché las palabras antes de ver su cara. Y sonreí hasta que me di cuenta de que era el único que lo hacía.
La criatura frunció el ceño y entornó sus enormes ojos. Juntó las manos enfrente de su pecho, golpeando sus torcidos dedos.
—Pero ¿por qué tendría que hacerlo?
Exu chilló a lo lejos.
Levanté la vista para ver la enorme silueta negra dando vueltas sobre nuestras cabezas, como si estuviera preparado para abalanzarse y atacar.
Sin decir palabra ni levantar la vista, la criatura alargó su mano.
Exu descendió y aterrizó en el puño del Guardián, frotando el pico contra su brazo como si saludara a un viejo amigo.
O tal vez no.
El Guardián de la Puerta parecía aún más aterrador con Exu de su lado. Era hora de enfrentarse a los hechos. La criatura tenía razón. No había motivo alguno para que me ayudara.
Entonces el pájaro graznó, casi con simpatía. La criatura emitió un sonido bajo y gutural —como una risa sofocada— y alzó la mano para acariciar las plumas del pájaro.
—Tienes suerte. El pájaro es un buen juez del carácter.
—¿Ah, sí? ¿Qué dice el pájaro de mí?
—Dice: lento en el camino, tacaño con el whisky, pero un buen corazón para un hombre muerto.
Sonreí. Tal vez el viejo cuervo no fuera tan malo.
Exu graznó de nuevo.
—Puedo mostrarte las Verjas, chico.
—Ethan.
—Ethan —vaciló, repitiendo mi nombre más despacio—. Pero tendrás que darme algo a cambio.
Casi tuve miedo de preguntar.
—¿Qué es lo que quiere? —Obidias había mencionado que el Guardián de la Puerta esperaría algún tipo de obsequio, pero no había pensado demasiado en ello.
Me miró pensativo, considerando la pregunta.
—El comercio es un asunto serio. El equilibrio es un principio clave en el Orden de las Cosas.
—¿El Orden de las Cosas? Creí que ya no teníamos que preocuparnos más por eso.
—Siempre hay un Orden. Y ahora más que nunca, el Nuevo Orden debe ser cuidadosamente mantenido.
No entendí los detalles, pero sí su importancia. ¿No había sido por eso por lo que me había metido en este lío?
Continuó hablando.
—Has dicho que había algo que necesitabas llevarte a casa. ¿La cosa que más deseas? Quiero decir, ¿lo que te ha traído hasta aquí? ¿Eso es lo que más deseas?
—Genial. —Sonaba muy sencillo, pero por mí podría haber estado hablando en clave o jugando a los disparates.
—¿Qué es lo que tienes? —Sus ojos centellearon avariciosos.
Metí las manos en los bolsillos y saqué la piedra del río que me quedaba y el mapa de la tía Prue. El whisky y el tabaco —las provisiones de Exu— hacía tiempo que se habían acabado.
El Guardián de la Puerta alzó sus cejas sin pelo.
—¿Una piedra y un viejo mapa? ¿Eso es todo?
—Es lo que me ha traído hasta aquí. —Señalé hacía Exu, encaramado en su hombro—. Y un pájaro.
—Una piedra y un cuervo. Es difícil de rechazar. Pero ya tengo ambas cosas en mi colección.
Exu abandonó su hombro para volar de nuevo hacia el cielo, como si estuviera ofendido. En pocos segundos el cuervo desapareció.
—Y ahora no tienes ni siquiera al pájaro —dijo el Guardián de la Puerta, como dándolo por sentado.
—No lo entiendo. ¿Hay algo concreto que quiera? —Procuré ocultar la frustración en mi voz.
El Guardián de la Puerta parecía encantado con mi pregunta.
—¿Concreto? Sí. Concretamente lo que prefiero es un intercambio justo.
—¿Podría ser un poco más concreto que eso?
Ladeó su cabeza.
—No siempre sé lo que me interesa hasta que no lo veo. Las cosas más valiosas son a menudo las que ni siquiera sabes que existen.
Aquello empezaba a esclarecerse.
—¿Cómo se supone que puedo saber lo que ya posee?
Sus ojos se iluminaron.
—Puedo enseñarte mi colección si deseas verla. No hay otra igual en ninguna parte del Más Allá.
¿Qué podía decir?
—Claro. Eso sería genial.
Mientras le seguía por las afiladas rocas negras, me parecía escuchar la voz de Link en mi cabeza. «Movimiento equivocado, tío. Te matará, te disecará y te añadirá a su colección de idiotas que le siguieron hasta su horripilante cueva».
Era el único momento en que probablemente estaba más seguro muerto que vivo.
¿Hasta qué punto era justo y equilibrado aquello?
El Guardián de la Puerta se deslizó a través de una estrecha grieta en el muro de lisa roca negra. Era un poco más grande que el agujero por el que había atravesado yo, pero no mucho más. Avancé de lado porque no había suficiente espacio para girarse.
Sabía que esto podía ser algún tipo de trampa. Link había descrito a la criatura que encontró como a un animal, peligroso y enloquecido. ¿Qué ocurriría si el Guardián de la Puerta no era diferente, sino solamente más hábil para disimularlo? ¿Dónde estaba ese cuervo estúpido cuando lo necesitaba?
—Ya casi hemos llegado —anunció, volviéndose hacia mí.
Pude distinguir una débil luz al fondo, parpadeando en la distancia.
Su sombra pasó por delante de ella, oscureciendo momentáneamente el pasadizo justo cuando el angosto espacio se abría en una habitación cavernosa. De un candelabro de hierro clavado directamente en el brillante techo de piedra caían gotas de cera. Los muros centelleaban a la luz de su vela.
Si no hubiera tenido que arrastrarme a través de toda una montaña de ese mineral, me habría sentido muy impresionado. Pero, de hecho, la proximidad de los muros de la caverna sólo consiguió que mi piel se erizara.
Sin embargo, cuando eché un vistazo a mi alrededor, comprendí que el lugar era más un museo, con una colección aún más excéntrica que la que podías encontrar si excavabas en el patio trasero de las Hermanas. Vitrinas y estantes se alineaban los muros, atestados con cientos de objetos. Fue lo aleatorio de aquella serie de cosas lo que más me intrigó, como si un niño hubiera hecho no sólo la colección sino también la catalogación. Joyeros de plata y oro labrados con intrincados diseños estaban colocados junto a una colección de baratas cajas de música infantiles. Lustrosos discos de brillante y negro vinilo se apilaban en torres junto a uno de esos viejos tocadiscos con el altavoz en forma de megáfono, semejante al que tenían las Hermanas. Una muñeca de trapo Raggedy Ann estaba doblada sobre una mecedora, con una enorme piedra verde del tamaño de una manzana descansando sobre su regazo. Y, en una estantería central, distinguí una esfera opalescente similar a la que yo había llevado en mi mano durante el pasado verano.
No podía ser… un Arco de Luz.
Pero lo era. Exactamente igual al que Macon había entregado a mi madre, excepto por su tono blanco lechoso en lugar del negro intenso.
—¿Dónde consiguió eso? —Me acerqué hasta la estantería.
Se precipitó delante de mí, apoderándose de la esfera.
—Ya te lo dije. Soy coleccionista. Aunque también podrías considerarme un historiador. No debes tocar nada de lo que hay aquí. Los tesoros de esta habitación no pueden ser reemplazados. He empleado miles de vidas en coleccionarlos. Todos son igualmente valiosos —resopló.
—¿En serio? —Observé una fiambrera de Snoopy llena de perlas.
—Inestimables —asintió.
Volvió a dejar el Arco de Luz en su sitio.
—Me han ofrecido cientos de objetos en las Verjas —añadió—. La mayoría de las personas, además de las no-personas, saben que es de buena educación traerme un regalo cuando vienen a llamar. —Me lanzó una mirada—. Sin ánimo de ofender.
—Claro, lo siento. Quiero decir, desearía tener algo que darle…
Enarcó sus cejas peladas.
—¿Además de una piedra y un cuervo?
—Sí. —Examiné las filas de libros encuadernados en cuero y alineados ordenadamente en los estantes, con inscripciones de símbolos y lenguas que no reconocí en sus cantos. El lomo de un volumen de cuero negro llamó mi atención. Parecía como si pusiera…
—¿El Libro de las Estrellas?
El Guardián de la Puerta se mostró complacido y corrió a sacarlo de la estantería.
—Este libro es uno de los más raros de su clase. —En los bordes de la cubierta se entrelazaban inscripciones en niádico, la lengua Caster que había aprendido a reconocer. Un racimo de estrellas repujado en el centro—. Sólo hay otro como él…
—El Libro de las Lunas —acabé por él—. Lo sé.
Sus ojos se agrandaron y aplastó el Libro de las Estrellas contra su pecho.
—¿Conoces el tomo Oscuro? En nuestro mundo nadie lo ha visto desde hace cientos de años.
—Eso es porque no está en su mundo. —Le miré durante un largo instante antes de corregirme—: Quiero decir, en nuestro mundo.
Él sacudió la cabeza con incredulidad.
—¿Cómo puedes saber eso?
—Porque yo fui quien lo encontró.
Durante un momento guardó silencio. Pude advertir que intentaba decidir si le estaba mintiendo o bien era un tarado. Nada en su expresión me hacía pensar que me hubiera creído pero, como ya he dicho, tampoco había demasiado en lo que basarse ya que su rostro no era realmente un rostro y todo eso.
—¿Es esto alguna clase de truco? —Sus apagados ojos verdes se estrecharon—. No te conviene jugar conmigo si pretendes encontrar las Verjas del Custodio Lejano.
—Ni siquiera sabía que el Libro de las Lunas tuviera otra mitad, o como quiera que la haya llamado. ¿Así que cómo iba a poder mentirle?
Era cierto. Nunca había oído a nadie mencionarlo, ni siquiera a Macon, Marian, Sarafine o Abraham.
¿Sería posible que no lo conocieran?
—Como ya he dicho, es el equilibrio. La Luz y la Oscuridad son partes de una balanza invisible que siempre está inclinándose mientras nos aferramos a sus bordes. —Pasó sus deformes dedos por la cubierta del libro—. No se puede tener el uno sin el otro. Por triste que pueda resultar.
Después de todo lo que había aprendido sobre el Libro de las Lunas, no podía imaginar lo que habría bajo la cubierta de la otra parte. ¿Acaso el Libro de las Estrellas causaba la misma clase de devastadoras consecuencias?
Tenía miedo hasta de preguntarlo.
—¿Existe también un precio por utilizar este?
El Guardián de la Puerta caminó hasta el extremo más alejado de la habitación y se sentó en una silla labrada con un intrincado dibujo semejante al trono de un viejo castillo. Sacó un termo de Mickey Mouse y se sirvió un chorro de líquido ambarino en una taza de plástico del que bebió casi la mitad. Había algo extraño en sus movimientos, como un gran cansancio, y me pregunté cuánto tiempo le habría llevado amasar entre esos muros esa colección de baratijas y objetos de incalculable valor.
Cuando finalmente habló, sonó como si hubiera envejecido cien años.
—Personalmente nunca he utilizado el libro. Mis deudas son demasiado cuantiosas para arriesgarme a tener que incrementarlas. Aunque tampoco queda demasiado para llevarse, ¿no es cierto? Se terminó el resto de la bebida y arrojó la taza de plástico sobre la mesa. En menos de un segundo estaba caminando de un lado a otro, nervioso y agitado.
Le seguí hasta el otro lado de la habitación.
—¿A quién le debe?
Dejó de caminar, tirando de su túnica para ceñírsela, como si se estuviera protegiendo de un enemigo invisible.
—Al Custodio Lejano, por supuesto. —Había una mezcla de amargura y derrota en su voz—. Y ellos siempre se cobran sus deudas.