CAPÍTULO 40

Luke se obligó a relajarse a pesar de que todo en él bullía por volver a Manhattan y encontrar a quién quiera que estuviese detrás del ataque a su compañera. Ya no se trataba de una casualidad, los sucesos pasados, esa sensación de ser espiados, el olor… o iban tras él, iban tras Shane.

Dejó escapar un bajo gruñido, ¿cómo no se había dado cuenta antes?

Todo había empezado en el mismo momento en que la reconoció, la fiebre del emparejamiento era lo único que entorpeció su comúnmente agudo olfato y mente.

Shane se removió en el asiento a su lado, se había dormido al poco tiempo de despegar a causa de los analgésicos y el agotamiento psicológico que venía arrastrando. La pobrecita había pasado por toda clase de situaciones extremas en las últimas veinticuatro horas y a decir verdad, era un milagro que no estuviese gritando y amenazándole con tirarse en paracaídas o algo peor.

Hacerla subir al avión ya había sido la gota que colmó el vaso en su agitado día, si bien era consciente del genio que habitaba bajo esa piel, la discusión que iniciaron sin motivo aparente y que terminó con ella sobre su hombro y prácticamente atada con el cinto de seguridad había sido incluso suficiente para él. Las uñas en su espalda y sus propios dientes en el hombro así lo demostraban.

Sonrió para sí ante la absoluta y total ironía de aquello, ella lo había reclamado a él incluso sin saberlo con esa acción.

Pero no podía culparla por su hartazgo, tenía que haber previsto algo así cuando empezó a soltar sapos y culebras cuando el médico la atendió en la suite. Él acabó por reunirse en el pasillo con Quinn, Eugene y Odin, quién había sido avisado por el primero.

Dado el desarrollo de los acontecimientos, era una suerte que esos dos estuviesen todavía en la ciudad cuándo comenzó el tiroteo. De hecho, Quinn venía hacia el hotel para entregarle los últimos documentos que había firmado su jefe, cuando notó que algo no iba bien.

—No era un humano lo que olí en ese edificio, pero maldita sea si logro ubicar de qué o quién se trata —le había comentado él con visible irritación—. Y el despojo que encontré con el cuello roto un par de callejones más allá, tenía el mismo olor, sea quien sea se cruzó en su camino y terminó de la peor manera.

—¿Pero por qué la muchacha? ¿Por qué ir tras ella? ¿Qué enemigos puede tener alguien como Shane?

—Su padre fue uno de los mejores abogados criminalistas del estado —comentó Eugene—. En su época, cabreó a mucha gente. Aunque no he encontrado denuncias, ni nada raro en los últimos años desde que dejó de ejercer y que supongan una conexión con lo que ha ocurrido. Sencillamente, Héctor Pears vive su retiro en paz.

Odin frunció el ceño.

—¿Y si la están utilizando para presionarte? —sugirió el joven lobo—. Ahora estás emparejado, todo el mundo sabe que nuestras hembras son lo primero para nosotros.

—Motivo por el cuál no tengo prisa en encontrar la mía —rumió Odin.

—¿Has conseguido hablar con Vinci? Dudo que haya cruzado la línea, pero sabiendo lo bien que os lleváis…

Negó con la cabeza.

—Arik y yo mantenemos nuestras disputas a nivel laboral o ante el consejo, por otro lado, se trata del Ejecutor de nuestro pueblo, solo trabaja bajo las órdenes del Voda y no lo considero el tipo de lobo que haría algo así, menos a una hembra emparejada —negó con un suspiro y echó un vistazo hacia la puerta de la habitación.

De hecho, Arik lo había llamado tan pronto llegaron a sus oídos la noticia de lo ocurrido y se puso a su disposición para dar caza a quién quiera que hubiese amenazado a su compañera. Si algo unía a ambos era la fidelidad y el respeto hacia sus respectivas compañeras, su bienestar estaba por encima de todo lo demás.

—Sí, Vinci se ha puesto en contacto y se ha puesto a nuestra disposición —corroboró Eugene en voz alta, capturando varias miradas sorprendidas—. Yep, a mí también me saltaron los ojos de las cuencas cuando lo escuché. Pero no mentía, él no fue… aunque no pongo la mano en el fuego porque no sepa algo.

—¿Qué vas a hacer con tu hembra? —preguntó Odin siguiendo su mirada. Desde el dormitorio emergían ahogados gemidos y coloridos insultos con voz femenina.

—Por ahora sacarla de la ciudad —decidió—. Ya habíamos acordado pasar fin de semana en Minnesota, con sus padres, así que no será un cambio demasiado drástico.

—Me pondré en contacto con Aksel para que esté al tanto —aceptó Odin. Los alfas tendían a mantener una buena relación los unos con los otros y a ayudarse cuándo era necesario.

—Mientras, seguiré peinando la zona —murmuró Quinn—. Como dije, hay algo que se me escapa y me gustaría poder investigarlo, si me permites la libertad de recorrer tu territorio.

Asintió.

—No tienes ni que pedirlo —aseguró. Ese joven lobo se había llevado un disparo que iba dirigido a su mujer—. Pero antes de ir a ningún sitio, haz que te miren esa herida. Te debo la vida de mi compañera, Quinn. Tengo una deuda contigo.

Él negó.

—Es algo que le debía a mi hermano —murmuró incómodo—. Hice una promesa y no la cumplí. Es hora de enmendar ese error.

—Como sea —añadió Odin, quién tenía la última palabra en lo referente a las acciones del chico—. Procura no matarte a ti mismo como penitencia, ¿vale? Ya has visto que ella está ahora en buenas manos. Christian estaría conforme con ello.

Se limitó a asentir como respuesta y estaba a punto de hacer alguna otra anotación, cuando escucharon la voz de una mujer gritando obscenidades y amenazas desde el interior de la suite.

—Tiene un buen par de pulmones.

—Asegúrate de no estar en forma lupina cuando haga eso, Odin —le sugirió Eugene al tiempo que se sacudía los oídos—, yo creo que todavía oigo campanas.

—Minnesota —repitió su amigo—. Tienes unas cuantas horas de vuelo hasta allá.

—Motivo por el cuál vas a utilizar el jodido juguetito de la empresa, ¿verdad que sí, queridito? —se adelantó Eugene.

Enarcó una ceja ante el tono de su beta.

—Te dije que era un gasto estúpido e innecesario —le recordó—. Prueba de ello es que lo utiliza más Odin que yo.

—Eso es verdad —aseguró el aludido—. Quizá debería comprártelo.

—Haz una oferta y…

—¡Por encima de mi cadáver! —se interpuso Eugene—. Llamaré al capitán para que tenga el jet preparado para digamos, ¿las doce? Sí, las doce.

Miró de nuevo a la habitación y luego a Eugene.

—Encontrad a quién esté detrás de esto —gruñó con abierta rabia—, no voy a permitir que nadie vuelva a acercarse a ella de esa manera.

—Daremos con él…

—O con ella.

Los tres se giraron hacia Quinn, quién parecía barajar alguna especie de hipótesis.

—Algo te ronda la cabeza, ¿quieres compartirlo?

El lobo hizo una mueca.

—Es ese cadáver… las marcas en su cuello —chasqueó la lengua sin estar conforme—. Eran pequeñas, como de manos de mujer… y ese aroma… ese maldito aroma. Sé que lo he olido en algún lugar.

—¿Alguna amante despechada que quisiera sacar una rival de en medio? —preguntó Odin girándose hacia él.

—Luke no se involucra con nadie el tiempo suficiente —se adelantó Eugene.

El grito de Shane evitó que pudiese decir alguna cosa más al respecto.

—Sea quien sea, lo quiero para mí —anunció antes de desaparecer en la suite para reunirse con su compañera. No quería que dejase eunuco al médico antes de que la hubiese tratado.

—Sí, sin duda tiene un buen par de pulmones.

Eugene suspiró soñador.

—También tiene un buen culo y un par de tetas que…

—¿Y sigues vivo para poder afirmar eso? —Quinn enarcó una ceja ante tal referencia.

—Soy un lobo con suerte —le guiñó el ojo y miró el reloj—. Voy a preparar el vuelo.

Cuando el beta se marchó ambos lobos se miraron entre sí.

—¿Una mujer?

Quinn miró a su propio alfa.

—Todavía no tengo pruebas… pero creo saber por dónde puedo empezar a buscar. Ese aroma no es común y sé que lo he olido antes, solo tengo que recordar dónde y en quién.

—¿Vinci? —Estaba claro que al contrario que Evans, su jefe no estaba tan convencido de la inocencia y la repentina buena voluntad del Ejecutor.

Negó con la cabeza.

—No lo creo —frunció el ceño—. O al menos no creo que sea consciente de si la persona que estamos buscando pertenezca a sus círculos.

—Si resulta ser así, necesito pruebas —le avisó con total seriedad—. No estoy interesado en presenciar una guerra por ver quién se queda con el territorio de Manhattan, pero estoy dispuesto a apoyar a Luke en caso de que sea necesario dejar claro a quién quiero rigiendo este estado. Si tengo que hacer de intermediario, al menos quiero tener algo a lo que aferrarme. No me apetece demasiado tener que darle explicaciones a Velkan sobre lo que ocurre con su ejecutor.

—En ese caso, será mejor que empiece a reunirlas —le dijo. Se despidió y voló de vuelta al ascensor.

Luke dejó el periódico a un lado cuando la oyó quejarse. Acurrucada bajo la manta se revolvió hacia quedar de cara hacia él. Tenía el ceño fruncido como si hubiese algo que la molestara, extendió la mano y le acarició el pelo maravillándose una vez más de que esa criatura fuese suya.

La escuchó suspirar y buscarle en el sueño, el movimiento hizo que diese un pequeño respingo y se quejase entre murmullos. El efecto del analgésico debía haberse pasado ya y el agujero de bala que tenía en el brazo no era poca cosa.

—Shh —le acarició lentamente el pelo—, duerme.

Se revolvió una vez más, su voz sonó adormilada pero estaba claro que ya había despertado.

—¿Ya hemos llegado?

Consultó el reloj. Llevaban dos horas de vuelo.

—Aterrizaremos en el aeropuerto de Saint Louis-Lambert dentro de una hora y cuarenta minutos, si no tenemos retrasos.

Se frotó los ojos he hizo una mueca.

—Solo tú podrías tener un cacharro de estos para tu uso personal —farfulló acomodándose de nuevo sobre el amplio asiento—. ¿Cuántos clichés más de multimillonario posees? Coche caro, jet privado, Penthouse, casa victoriana…

—No soy multimillonario, mi coche ya lo has visto por ti misma, no necesito un Penthouse ya que vivo en la suite de mi propio hotel hasta que esté totalmente reformada mi nueva casa. Y casualidades del destino, tú pareces conocerla a la perfección a pesar de no haberla visitado todavía.

—Era mi casa hasta que tú y tú dinero os hicisteis con ella —rezongó—. No es justo, llevaba media vida ahorrando para poder comprármela y llegas tú y adiós a mi sueño.

Sonrió para sí ante el tono lastimero de su voz.

—Puedes considerarla también tu casa durante todo el tiempo que desees —aseguró—, solo tienes que decidir el día de mudanza. Las reformas que quedan son más estéticas que otra cosa.

—Eres un lobo, no sé si quiero tener que aspirar el pelo de las alfombras y de los sofás.

—Si ese es tu única pega, yo pasaré el aspirador.

Abrió un ojo y lo miró.

—No creo que sepas ni lo que es eso.

—Te sorprenderías.

Sacudió la cabeza y se desperezó de todo. Abrió ese par de somnolientos ojitos y lo miró.

—¿Sabes? Cogerle el teléfono a mi madre ha sido un golpe muy bajo —declaró sin más—. No tenías derecho a interferir así en mi privacidad, en mi vida… No puedes decidir por mí, Luke. No puedes… elegir por mí.

—No pretendo hacerlo.

Bufó.

—Prácticamente te vendiste como mi novio —se quejó—. ¿Eso no es entrometerse?

—Somos compañeros, lo que significa que nuestra relación está un poquito más allá del simple noviazgo y más cercana al matrimonio tal y como tú lo conoces —respondió con absoluta calma—. No creo que tu madre apreciase que le dijese que me he casado contigo sin su bendición.

—¡Al demonio las bendiciones! ¡Yo no estoy casada contigo! Todavía estamos discutiendo si me mudo o no.

—Lo harás… a la larga… puedo esperar.

—Eres exasperante, ¿lo sabías?

—Me lo han dicho unas cuantas veces, sí.

Puso los ojos en blanco e hizo una mueca al tiempo que se acunaba el brazo.

—Eres un lobo, no puedo casarme con un lobo.

—Estás emparejada con uno, supéralo.

Bufó una vez más.

—No voy a irme a vivir contigo.

—Pues vas a echarme terriblemente de menos —argumentó en tono jocoso. Le gustaba picarla, la forma en que reaccionaba le decía mucho sobre ella—. Y yo a ti. Empieza a gustarme que te acurruques en mis brazos mientras duermes.

—Yo no me acurruco.

—Oh, lo haces, Shane, lo haces.

—Vete al infierno.

Se rio suavemente.

—Eres un hueso duro de roer.

—Solo soy realista —resopló—. Y en estos momentos mi grado de tolerancia ha caído en picado. He batido mi propio récord. Me he emparejado con un tío que puede transformarse en lobo, he perdido el sentido de la realidad y para rematar la faena, me han disparado. ¿Y quién coño me ha disparado, por cierto? ¿La policía ha dicho algo? ¿Por qué nadie ha venido a interrogarme al respecto?

—Es un asunto del clan —respondió con un ligero encogimiento de hombros—, tenemos nuestra propia forma de resolver las cosas.

Enarcó una ceja, su mirada verde se clavó en él.

—Espera, espera, espera… ¿también tienes comprada a la poli? —A juzgar por sus palabras la idea no le gustaba demasiado—. ¿Qué demonios eres? O mejor dicho, ¿en qué andas metido? No quiero tener nada que ver con mafias y cosas por el estilo, te lo digo desde ya.

—Soy un ciudadano americano de pleno derecho, nací en los Estados Unidos y me acojo a su constitución —le soltó—. Pago religiosamente mis impuestos y los de mi empresa y no estoy metido en nada turbio. El que sea de una raza distinta a la tuya, no me convierte en un extraterrestre o en alguien fuera de la ley, Shanelle.

Esos bonitos labios se fruncieron.

—Y sin saber cómo, acabo de insultarte —murmuró ella llegando a una temprana conclusión—. Te pido disculpas. Es solo… no estoy acostumbrada a que me disparen, ¿sabes? Eso puede poner a una chica de muy, pero que muy mal humor, especialmente cuando no hay un motivo aparente. No tengo por costumbre cosechar enemigos, al menos a nadie que quiera meterme un tiro en el cuerpo.

—No creo que haya sido por ti…

—Lo que quiere decir que esto tiene que ser por ti —aceptó de inmediato—. Genial. Sencillamente genial. ¿Estás seguro de que no estás metido en nada ilegal?

No pudo evitar poner los ojos en blanco.

—Mis negocios son totalmente legales y transparentes.

—Entonces es que has cabreado a alguna mujer —soltó sin pensar. Entonces abrió los ojos de par en par como si acabase de recordar algo—. ¡Ay dios! Ese muro humano me placó como si fuera un jugador de Rugby, ¿está bien?

Asintió, no había por qué preocuparla ahora diciéndole que el lobo se había llevado también un tiro por ella.

—Todavía se oyeron disparos después de que él me cubriera con su cuerpo —murmuró en voz baja, su tono había cambiado—. ¿Estás seguro de que no se llevó ninguno?

Frunció el ceño ante su tono de voz.

—¿Por qué tengo la impresión de que desearías que así fuese?

Alzó los ojos y se encontró de nuevo con su mirada.

—Porque sería justo —declaró—. Sí, sé que suena cruel, pero sería justo, ¿sabes? Una retribución a lo que me hizo, a lo que dejó que pensara… No pude despedirme de Christian, me quitó la posibilidad de llevar duelo por la persona a la que quería, me hizo odiar a alguien que no se merecía mi odio… y ahora, ahora me ha protegido solo porque sabe que le ha fallado a la persona que más le importaba en el mundo. Sé lo que es perder a alguien a quién quieres y no poder llorarlo; ahora lo sé. Así que, si yo tengo una bala en mi bracito y me duele como el demonio, es justo que él se haya llevado también su parte y le esté doliendo de la misma manera. No quiero deberle nada, no a él, no todavía… lo que hizo… lo que nos hizo…

—Se llevó dos balas que iban dirigidas a ti —confesó entonces y la sintió estremecerse en respuesta.

—Dime que no está muerto.

—Ya te dije que estaba bien —le recordó—. Es un lobo, Shane, tendemos a recuperarnos de las heridas a una velocidad mayor que la media.

—Dos balas —tragó saliva al decir aquello—. No se trató simplemente de un aviso, ¿verdad? Querían… matarme.

Se inclinó hacia delante, tomó sus manos y se las apretó.

—No voy a dejar que nadie te aparte de mi lado —aseguró con fiereza, su lobo surgiendo a la superficie ante la amenaza contra su vida—, mataré a quién lo intente. Lo juro.

Sacudió la cabeza.

—No, nada de muertes —sintió cómo los delgados dedos se cerraban sobre los suyos—. Espero que encuentres al perro o a la perra que ha hecho esto y le metas el cañón de la pistola o lo que sea por el culo, pero nada de muertes. Júramelo. No te mancharás las manos.

Apretó los dientes y se obligó a asentir. Ella no tenía idea de lo que le estaba pidiendo. No podía romper un juramento hecho a su compañera, jamás.

—Te lo juro, compañera —aceptó con voz profunda—. Encontraremos a quién se ha atrevido a atacarte y lo llevaremos ante la justicia, vivo.

Ella asintió y liberó sus manos.

—Bien —murmuró—. Ahora, si eres tan amable de devolver tus ojos a su estado natural, me pensaré dos veces el saltar de un avión en marcha y sin paracaídas. Dios, me duele… esto duele.

—Ya ha debido pasarse el efecto de los analgésicos que te administró el Dr. Mason.

La escuchó resoplar.

—Ese hombre no es un médico, es un sádico —siseó y se estremeció al mismo tiempo—. Tiene el tacto de un caballo. ¿Es también de los tuyos? Quiero decir…

—Sé lo que quieres decir y no, es humano, uno de los mejores médicos que existe —aseguró. Levantó un dedo y lo posó en sus labios interrumpiéndola—. Y sí, antes de que preguntes, él sabe lo que soy, es el médico que se ocupa de mi clan.

Se lamió los labios una vez bajó el dedo y sintió el deseo de besarla.

—He traído la medicación que te recetó —le informó—. Tienes que tomarte el antibiótico y podrás ingerir también otro analgésico.

Sacudió la cabeza.

—Sí al antibiótico —aceptó—, pero no al analgésico. No quiero estar grogui cuando llegue a casa. Mi madre me gritará hasta dejarme sorda cuando vea el cabestrillo y, si no me entero la primera vez, lo repetirá. Y dos broncas de esa mujer en un corto espacio de tiempo es más de lo que puedo soportar.

Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—No quiero que sepan que me han disparado —murmuró—. Mi padre se pondría un poquito paranoico. Les diré… um… que ha sido un accidente en la cocina. No es la primera vez que me pasa de todo estando entre fogones.

Arrugó la nariz.

—No voy a mentirle a tu familia —se negó en rotundo—. Tendrás que hacerte las curas todos los días, alguien tendrá que ayudarte y un agujero de bala… no es algo que pueda pasar por otra cosa.

—Si piensas que voy a mirar lo que hay debajo de esa gasa, vas listo —se rio entre dientes—. Espero que te des maña para cambiar gasas y aplicar desinfectante, porque te va a tocar hacerlo a ti. Después de todo, si me disparó alguna de tus ex amantes, es culpa tuya.

Enarcó una ceja.

—¿Qué te hace pensar que ha sido alguna de mis ex amantes?

Abrió los ojos y lo miró de lado.

—¿Te has mirado en un espejo y me has mirado a mí? Somos como el agua y el aceite —se encogió de hombros—. No soy el tipo de mujer en la que, por regla general estarías interesado. Eso puede ser realmente un duro golpe para las Barbie con las que sueles codearte.

—Ninguna hembra de mi raza que tenga dos dedos de frente haría algo tan estúpido cómo enfrentar a un alfa —rumió.

—¿Por qué será que los hombres parecéis saberlo todo y en realidad nunca sabéis nada? —sacudió la cabeza—. Una mujer enamorada o que crea estarlo, no tiene dos dedos de frente, de hecho, ni siquiera piensa… solo actúa. ¿Cómo crees que nació el término «pelea de gatas»?

Abrió la boca para responder a su afirmación pero lo interrumpió.

—Ni te molestes, no es sabio hablarle a tu pareja actual de las mujeres que hay en tu pasado, especialmente cuando puede que alguna de esas perras le ha metido un tiro en el brazo —rezongó—. ¿Dónde está el antibiótico?

—Vas a tomarte también un analgésico, no voy a verte sufrir así por tu propia cabezonería —aseguró dejando su asiento.

—No pienso tomármelo.

—Lo harás —declaró—, o seré yo mismo el que les diga que te han pegado un tiro.

La escuchó bufar al tiempo que se giraba sobre el sillón.

—No eres un lobo, eres una comadreja.

Sonrió para sí y sacudió la cabeza. La haría comer algo, después la obligaría a tomarse la medicación y luego la llevaría al sofá para poder abrazarla cómodamente el resto del vuelo.

Después de todo lo ocurrido, necesitaba tenerla cerca y sentir que estaba viva y a su lado.