CAPÍTULO 4
Carly Pears echó un nuevo vistazo al pasillo desde el que empezaban a llegarle el murmullo de unas voces en un idioma que desconocía. El nerviosismo empezaba a volverla paranoica, con el móvil en la mano y comprobando cada segundo la pantalla, esperaba la inminente llegada de Shane.
¿Por qué tardaría tanto? ¿La habrían detenido en la recepción? El hotel era uno de los más lujosos de Manhattan, pero ni siquiera ella había tenido problemas para acceder a su interior a pesar de su aspecto, aunque, recordó con un mohín, en su caso la había estado esperando el supuesto usuario de la suite.
¿Cuándo iba a aprender? Cualquiera esperaría que después de tres matrimonios fallidos y, en especial el fiasco del último, habría aprendido alguna cosa.
No había aprendido nada.
Resopló e hizo una mueca al mirar su reflejo en el espejo del recibidor. Hacía tiempo que se había desecho de las orejas, pero la colita de conejo seguía pegada al micro pantalón de piel sintética que llevaba puesto y el pelo que adornaba el exiguo sostén empezaba a picarle de veras.
¿Por qué pensó que vestirse de conejita sexy y darle una sorpresa sería una buena idea? ¿Por qué no se dio por aludida cuándo le dijo que después de aquel fin de semana no estaría en la ciudad?
Quizá porque esperaba que esta vez fuese distinto, que alguien como él sería capaz de mirar más allá de ese alocado exterior y viese a la verdadera Carly.
Una vez más se había equivocado.
—Shane, ¿dónde diablos estás?
No podía dejar el hotel de esa guisa y el muy hijo de puta parecía haber volatilizado su ropa junto con su propia persona. Cuando se despertó después de una increíble y maratoniana sesión de sexo, él ya se había ido. Tras los primeros minutos, seguidos de las dos horas siguientes en las que se intentó auto convencer de que volvería y que no había caído en una nueva encerrona se dedicó a inspeccionar la habitación solo para llegar a la conclusión de que no había sido utilizada hasta ese mismo día. Incluso los jabones del cuarto de baño estaban intactos.
—Soy una completa estúpida —resopló dejando caer la cabeza contra la pared—. ¿Cuándo vas a aprender, Carly, cuándo?
Si Shane no aparecía pronto iba a meterse en problemas mucho más grandes de los que ya tenía. No podía arriesgarse a que la viesen con ese aspecto, no podía darse el lujo de salir en las noticias o siquiera en el periódico y ya no digamos terminar en un calabozo; su jefe no se lo perdonaría jamás. Ese capullo hijo de puta con el que llevaba más de cuatro años trabajando no le pasaría una. Estaba convencido de que ella, como su secretaria personal, era una extensión de sí mismo y de su empresa y tenía que dar ejemplo.
Todavía recordaba la cara que había puesto cuando la vio bailar encima de la mesa en la cena de navidad de la empresa. Vale, se le había ido la mano con las copas, especialmente porque él le había dicho que no bebiese. Maldito bastardo controlador. Si no fuese porque se lo debía y le gustaba su trabajo, hacía tiempo que lo hubiese mandado a la mierda.
Y mañana era la fecha en la que tenían que exponer un importante proyecto ante la junta, un proyecto del que todavía tenía que escribir la introducción.
Era una mujer muerta.
—Shane, por lo que más quieras, ven a rescatarme —gimoteó y dejó su apoyo en la pared para volver a husmear a través de la rendija que dejaba la puerta entreabierta.
Las voces ahora estaban incluso más cerca y parecían ir en su dirección.
—¡Ay, mierda! —cerró golpe. La respiración se le quedó atascada en la garganta cuando escuchó ahora esas voces con total nitidez al otro lado de la puerta. Una de ellas poseía una cadencia sensual en su masculinidad, un tono profundo y ronco que la estremeció de pies a cabeza—. No entres, no entres, no entres…
Por primera vez en mucho tiempo empezó a rezar todo aquello que recordaba haber escuchado alguna vez a su tía, pero sus oraciones no llegaron muy lejos.
La puerta se abrió dando paso a un gigante vestido con un caro abrigo de cachemira que dejaba entrever un impecable traje Blueberry en color gris oscuro a juego con una camisa y corbata negras. Los inquisitivos y profundos ojos dorados se posaron con obvia sorpresa sobre ella.
—Cine eşti?[1].
Su voz la hizo estremecer, en directo era incluso más impactante que a través de la puerta. Dio un paso atrás, luego otro y habría salido corriendo si las piernas le hubiesen respondido.
—No… no le entiendo, señor.
Él ladeó la cabeza, un gesto que resultaba un tanto curioso en alguien de su envergadura. La recorrió con la mirada y ella no pudo evitar sonrojarse consciente del aspecto que tenía en aquellos momentos.
—¿Evans está aquí? —preguntó ahora en un perfecto inglés solo matizado por ese acento extranjero. Su mirada pasó de ella hacia el interior de la habitación.
—¿Quién?
Volvió de nuevo esos inquisitivos ojos sobre ella, alzó el rostro casi como si estuviese olfateando el aire y a continuación sonrió como un hombre acostumbrado a causar cortocircuito en las mentes femeninas.
—No hueles al Alfa de Manhattan —comentó al tiempo que daba un par de pasos en su dirección, pasaba a su lado y entraba en el salón principal de la suite—, y no estás reclamada. Así que, si no eres ni su amante, ni su compañera… ¿te ha enviado para darme la bienvenida, lepuras?
La insinuación presente en su voz y confirmada por sus palabras hizo que toda su piel expuesta adquiriese un tono rojo difícil de disimular.
—Temo que ha cometido una equivocación, señor —se las ingenió para hablar—. No… no conozco a ningún Evans y tampoco he sido enviada para…
Un momento, ¿Evans? ¿Había dicho Evans? El color que había aparecido previamente empezó a desaparecer y durante una milésima de segundo las piernas eligieron dejar de sostenerla.
—Oh dios mío —musitó buscando instantáneamente el apoyo de la pared—, ahora sí que estoy jodida.
Su inesperada visita caminó hacia ella con obvia curiosidad y preocupación bailándole en los ojos.
—¿Te encuentras bien?
No. No se encontraba bien, estaba a punto de echarse a llorar pero, ¿a quién le importaba? Su vida ya se había ido a la mierda esa noche y lo más seguro era que después de esto se quedara también sin empleo.
—Mi vida está acabada —gimió con gesto desesperado—. Después de esto, ya puedo ponerme a pedir en la puerta del supermercado.
—Empiezo a pensar que puedo haberme equivocado de suite —murmuró él, sin dejar de mirarla.
Carly alzó la mirada hasta encontrarse con la suya. ¿Qué decirle? ¿Qué era ella la que se había equivocado? Pero, ¿cómo explicar su apariencia, su presencia en esa habitación?
—Buscaba a mi anfitrión, me dijeron que lo encontraría en la Manhattan Suite Night pero he debido malinterpretar las señas —argumentó al tiempo que echaba mano al bolsillo y extraía de él una pequeña tarjeta de visita.
Se lamió los labios, el hombre parecía bastante agradable a pesar de las circunstancias. A pesar de su serio atuendo, el frescor juvenil de su rostro y ese aire desenfadado hablaba de juventud, debía de andar alrededor de los treinta o treinta y cinco.
—¿Puedo preguntar quién es su anfitrión?
La pregunta surgió antes de que pudiese contenerla.
Él la miró una vez más y le tendió la tarjeta que había estado mirando dónde venía el nombre del hotel y otro muy significativo.
—Luke Evans —le respondió, al tiempo que ella misma veía dicho nombre impreso en la tarjeta de visita.
Se le secó la boca al ver confirmada su sospecha.
—Evans, Luke Evans, de… la cadena hotelera Imperian.
Su interlocutor asintió y ladeó de nuevo la cabeza en ese gesto tan curioso.
—Entre otras cosas, sí —aceptó—. ¿Existe algún problema?
Sacudió la cabeza y le devolvió la tarjeta. Tenía que salir de allí, ahora mismo, ¿dónde diablos estaba Shane? No podía esperar más, no podía quedarse, no podía…
—Tengo que irme —musitó. Los ojos empezaron a llenársele involuntariamente de lágrimas—. Tengo que salir de aquí ahora mismo. Estoy acabada. Es el final. De esta no me libro. Me despedirá, cuando se entere me despedirá y no podré ni volver a asomar la nariz en público. Maldita sea, ¿dónde está Shane?
Las lágrimas descendieron por su rostro en una imparable carrera hacia el suelo solo para ser detenidas sobre sus mejillas por dos enormes manos que le acunaron el rostro.
—Algo me dice que ambos estamos metidos en algún extraño problema, ¿no es así? —murmuró con esa suave y sensual voz que la estremecía de los pies a la cabeza. Le limpió las lágrimas con los pulgares y entonces dio un paso atrás para despojarse del abrigo y envolverla a ella con él—. ¿Aceptarías un intercambio?
La inesperada propuesta la sorprendió y dejó sin palabras. ¿De qué estaba hablando? ¿No pensaría que ella…? ¡Por supuesto que lo pensaba, solo tenía que mirar cómo iba vestida!
Dio un paso atrás y se liberó de su contacto.
—Lo siento pero no hago esa clase de cosas —declaró con pasión. Al menos su orgullo seguía intacto—. No soy… esa clase de mujer.
Él parpadeó como si le hubiese sorprendido su cambio de humor, entonces alzó ambas manos y negó con la cabeza.
—Te pido disculpas si mis palabras no fueron las acertadas —le dijo—. Me refería a un intercambio de información y quizá… ¿un poco de ayuda?
Sus mejillas se colorearon al instante. Sí, esa noche estaba como para que la coronaran a Reina de la Gilipollez Extrema.
—Yo pensé… —sacudió la cabeza, sería mejor que mantuviese la boca cerrada—. No importa. Explíquese.
—Se supone que en… —miró el reloj—, cuarenta y cinco minutos debería estar en un lugar, una recepción y no creo equivocarme al decir que tú pareces necesitar también estar en otro lugar.
Eso no podía refutárselo.
—Si me ayudas a llegar a mi destino, haré que alcances el tuyo.
Echó un vistazo hacia la puerta principal ahora cerrada y suspiró. Shane iba a matarla pero… ¿no debería haber aparecido ya? ¿Dónde se habría metido?
—¿A dónde tiene que ir? —Por algún motivo era incapaz de adoptar el trato directo e informal que él había adoptado para con ella.
Giró la tarjeta de visita que todavía llevaba en las manos y se la enseñó, esta vez sin soltarla. Escrito a mano en letra pulcra y clara había el nombre de un conocido recinto a las afueras de la ciudad en la que solían celebrarse congresos y otros eventos.
—Ahí es dónde debo estar esta noche —declaró—. ¿Estás dispuesta a un intercambio?
Miró la tarjeta y luego a él.
—Solo si una vez que lleguemos allí me pagas un taxi —resolvió.
—Será un placer, señorita… —preguntó su nombre, el cual hasta el momento no había facilitado. Quizá no estuviese todo perdido después de todo.
—Cassandra —respondió sin mentir por completo, puesto que ese era su segundo nombre—, solo Cassandra.
Él asintió, le tomó la mano y para su sorpresa se la llevó a los labios.
—Te agradezco tu amabilidad, Cassandra —le besó los nudillos.
Sus mejillas se colorearon por si solas pero logró mantener la compostura.
—Um… y usted es…
Su sonrisa se hizo más amplia, casi diría incluso que lobuna.
—Voda —respondió con sencillez—, Velkan Voda.
Un nombre y apellidos rumanos, sí, eso explicaba el extraño acento de su voz.
—Shane va a matarme —musitó al tiempo que dejaba escapar un profundo suspiro y levantaba el teléfono que todavía no había soltado—. Espero que no le importe si aviso a alguien de dónde podrá encontrarme.
Él asintió una vez más y le mostró la puerta a modo de invitación.
—En absoluto —aceptó—, tu seguridad es desde ahora mismo otra de mis prioridades.
Arrebujándose en el interior del abrigo se las ingenió para enviar un rápido mensaje de texto a Shane y rogó que el retraso de su prima no se debiese a nada importante.