CAPÍTULO 15

Luke sonrió para sus adentros al escuchar la respuesta femenina. Señor, ella olía tan bien. Su aroma era dulce y afrutado, casi como el del postre que llevaba en esa caja. Había captado su aroma incluso a calles de distancia, algo lo había hecho subirse al coche y conducir como un loco hasta aquella maldita recta dónde la había visto con el teléfono en la oreja paseándose de un lado a otro mientras mantenía una agitada conversación. No lo pensó dos veces, aparcó, dispuesto incluso a dejar el coche en medio de la carretera si hacía falta y retrocedió.

Su olor lo impactó con fuerza haciéndole salivar, le había llevado unos buenos diez minutos controlarse y mantener todos y cada uno de sus instintos bajo control, tiempo que utilizó para admirarla en la distancia. Todo en él gritaba por tocarla, por deslizar la nariz y lengua sobre su piel y saborear cada centímetro de ese pequeño cuerpo.

Ya no albergaba duda alguna sobre su identidad, su primitiva reacción, la primera de todas y la más intensa, había sido reclamarla, morderla y dejar su marca sobre ella. De todas las mujeres existentes en el mundo, esta era la suya, su compañera.

No sabía si era un alivio comprobar que la muchacha que se encontraba ahora sentada a su lado, la que le había respondido de manera insultante y se había sonrojado cuando hablaba con ella, era la misma que le acompañó durante la fiesta o por el contrario era un problema añadido a la larga lista de los que preveía. ¿Quién era la verdadera Shane? ¿Esta mujercita sin maquillaje, con el pelo recogido de cualquier manera y vestida de sport o la recelosa y deslenguada que lo había confrontado durante la celebración del cónclave? Dos caras de una misma moneda y aun así su lobo captaba más, mucho más.

Estaba incómoda, podía oler su irritación así como su deseo. La forma en que había reaccionado a su presencia satisfizo la respuesta de la bestia, su cuerpo había despertado ante la presencia del suyo, su excitación había estado presente como lo estaba ahora mezclada con la obvia incomodidad de una situación ajena a ella.

Cuando pronunció su nombre la vio palidecer, escuchó el incremento de sus latidos y olió el repentino miedo y la duda que la asaltaron, pero no se amilanó, se esforzó por dominarse y enfrentarse a la situación. Aquello le gustó.

—No tengo inconveniente en pasarme lo que queda de mañana dando vueltas por la ciudad —contestó cambiando su atención a la carretera—, el depósito está lleno y no tengo que volver al trabajo hasta las cuatro.

El obvio jadeo que escuchó procedente del asiento del copiloto lo hizo sonreír, pero se encargó de que no trasluciese en su rostro.

—¿Por qué diablos estás haciendo esto? —barbotó entonces—. ¿Es alguna clase de venganza por lo de la noche del viernes?

Enarcó una ceja al escuchar la sinceridad en sus palabras. No se estaba burlando, realmente creía que él quería vengarse de ella.

—¿Tiendes a pensar siempre lo peor de las personas?

—¿Y tú a apabullarlas con tu dinero y poder? —escupió dejando de manifiesto que aquello era lo que sentía. Podía olerlo en ella, se sentía acorralada y no sabía cómo reaccionar.

—No pensé que fueses la clase de mujer que se dejaría apabullar por algo como eso —respondió con tono suave—. No fue esa la impresión que me diste cuando nos conocimos. Por el contrario, parecías más bien… indiferente a lo que tú llamas dinero y poder. Si mal no recuerdo, creo que me dijiste en algún momento de la noche que podía meterme mi…

—He cogido la indirecta, gracias —lo interrumpió con gesto malhumorado—. Tuerce a la izquierda en la próxima calle.

Comprobó el tráfico una vez más y pisó el acelerador al cambiar de carril lo que extrajo de esos llenos labios un pequeño bufido al verse vapuleada en el asiento.

—Vuelve a hacer eso y te juro que como se rompa alguno de mis cupcakes, utilizaré tus huevos en el próximo pedido que tenga que entregar.

Dejó escapar un bufido.

—Esa es sin duda una de las amenazas más interesantes que he oído en mucho tiempo.

Se giró hacia él, pudo notarlo en su gesto.

—Dejará de ser una amenaza como el encargo no llegue en perfectas condiciones a su destino —aseguró sin detenerse en sutilezas.

—¿TriBeCa? —preguntó desviando el tema para centrarlo en el lugar al que debía llevarla.

—Un par de calles antes —respondió aceptando el cambio de sujeto—. Puedes dejarme en Moore Street.

—¿Sueles llevar encargos por todo Manhattan?

—¿Por qué? ¿Quieres unos pasteles para tu próxima fiesta? —repuso con cierto retintín.

La miró de reojo.

—Depende —comentó con tono indiferente—, ¿estás incluida en el catálogo de postres?

—Me aseguraré de no estar en el tuyo —bufó, sorprendiéndole con una respuesta directa—, o de hacer la entrega, si es que acepto cualquier encargo, cuando no estés alrededor. ¿Cuándo dices que sueles salir a correr?

Se le curvaron los labios por sí solos, no pudo evitarlo.

—Una manera poco sutil de preguntar cuál es mi rutina.

—Esa me la sé —soltó. Parecía dispuesta a contraatacar cada una de sus frases y maldita sea, estaba siendo una conversación de lo más divertida—. Te sientas detrás de un enorme escritorio y te limas las uñas mientras ves cómo sube y baja la bolsa.

—¿Qué te hace pensar que invierto en bolsa?

—¿Qué tienes una de las cadenas de hoteles de cinco estrellas más grande e importante de todo el país? —sugirió—. Vistes con traje de marca, llevas un reloj caro y un teléfono que es un potente ordenador en miniatura… incluso lo que llevas ahora mismo apesta a marca.

Redujo la velocidad y cambió de marcha al detenerse ante un semáforo cerrado.

—Eres una pequeña cosita observadora, señorita Pears —declaró volviéndose a mirarla—, pero creo que tienes demasiado asumidos algunos clichés. No invierto en bolsa.

Se encogió de hombros.

—Un fallo de cinco aciertos, no lo considero un mal recuento.

Sacudió la cabeza con una abierta sonrisa.

—Eres una deslenguada.

Ella lo miró de reojo.

—¿Y eso es un problema? —Juraría que había esperanza en su tono de voz—. Porque si lo es, estaré más que encantada de privarte de mi inadmisible compañía.

Se permitió el lujo de recorrerla una vez más con la mirada dejando traslucir en sus ojos el obvio interés que sentía por ella.

—Por el contrario, Shane —murmuró, bajando a propósito el tono de voz y dejando que su lobo tomase el mando—, es precisamente tu carácter indómito lo que hace que empieces a gustarme un poquito más.

Es precisamente tu carácter indómito lo que hace que empieces a gustarme un poquito más.

Shane frunció el ceño, ¿qué diablos pretendía? ¿Era de verdad una coincidencia que se hubiesen encontrado en la calle? ¿Y por qué diablos había accedido a que la llevase en su coche?

No tenía respuesta para ninguna de esas preguntas, pero por fortuna no la necesitaría pues ya estaba cerca del lugar en el que tenía que hacer la nueva entrega.

Le miró de reojo, no sabía si era su imaginación o el hecho de estar de nuevo tan cerca de Luke Evans pero había algo extraño en él, distinto y no conseguía precisar qué era. Oh, seguía siendo igual de pretencioso y snob, su forma de hablar y expresarse, las respuestas que le daba y su actitud de «no me despeino ni aunque me grites al oído» no habían cambiado un ápice desde el momento en que se vieron obligados a pasar tiempo juntos el viernes por la noche, pero al mismo tiempo había algo… distinto.

¿El actual e inesperado interés por tu persona?

Sí. Decirle que empezaba a gustarle un poquito más la había descolocado por completo. No era en absoluto el tipo de mujer en el que se fijaría un hombre como Evans, ni siquiera para pasar el rato.

—No inviertes en bolsa —comentó tras un breve momento de silencio—, y sales a correr a juzgar por el sudado atuendo. ¿No te parece un poquito tarde para salir a hacer ejercicio?

Él le dedicó un rápido vistazo antes de fijar su atención en el tráfico.

—Salgo a correr a primera hora de la mañana, lo que suele ser sobre las cinco y media —respondió, ofreciéndole aquella información—. Esta mañana he tenido otras cosas que hacer, así que salí un poco más tarde.

—¿Las cinco de la mañana? —lo miró con escepticismo—. Eso no es madrugar, es no tocar la cama.

Sus labios se curvaron como si quisiera sonreír pero esta no terminase de aparecer.

—¿Y tú? ¿A qué te dedicas exactamente, señorita Pears? —volvió a utilizar su apellido como un recordatorio de lo que ambos sabían—. Además de preparar pasteles.

—Mis… aptitudes… abarcan muchos campos, señor Evans —replicó sin darle una respuesta directa—. La repostería solo es una de ellas.

—Ya veo. Yo contesto a tus preguntas pero tú eludes las mías.

Lo miró y se encogió de hombros.

—No recuerdo haber firmado un contrato que me obligase a darte respuesta alguna.

—Y con esa declaración me reitero en lo que ya dije —murmuró—. Eres una deslenguada.

Una vez más se contuvo de responder, miró por la ventanilla y señaló una zona de carga y descarga.

—Puedes dejarme justo ahí —le informó al tiempo que se quitaba el cinturón lo que ocasionó que el moderno coche empezase a pitar—. No entorpecerás el tráfico.

La mirada masculina recorrió rápidamente el lugar antes de maniobrar y detener el coche con suavidad.

—Una zona interesante para buscar clientela —comentó él. Su tono de voz no pudo resultar más irónico—. Parece que no tienes la misma opinión sobre todos los miembros de la clase alta.

—Me limito a ofrecer un producto y venderlo —repuso girándose hacia él—. Deberías saber cómo funciona el mercado ya que tú te dedicas también a lo mismo… solo que a otra escala.

Apagó el motor y se giró hacia ella apoyándose en el volante.

—Si estuviese interesado en contratar tus habilidades culinarias, ¿cómo podría contactarte?

Enarcó una ceja ante su pregunta.

—No trabajo a niveles industriales —especificó—. Cumpleaños, aniversarios, pequeñas reuniones y celebraciones íntimas… De todas formas, yo decido si me interesa el encargo recibido y si puedo atenderlo o no.

Sus labios se curvaron lentamente.

—Empiezo a tener la sensación de que detestas mi compañía.

Enarcó una ceja.

—¿Solo empiezas? Entonces es que eres muy malo captando indirectas.

Sin esperar una réplica por su parte se giró hacia la manilla de la puerta pero esta no se abrió. Frunció el ceño y lo miró por encima del hombro.

—¿Te importa? Quiero llegar antes de que me den con la puerta en las narices.

Sus ojos capturaron los suyos durante un breve e intenso instante.

—Come conmigo.

La petición la sorprendió.

—No, gracias.

Su rotunda negativa lo sorprendió pero no tardó en sonreír.

—¿No? ¿Así sin más?

—¿Para qué extenderse si una sola palabra es suficiente? —replicó. Entonces señaló una vez más la puerta—. Ahora, ¿quieres hacer el favor de quitar el seguro para que pueda abandonarte?

Él arrugó la nariz y gruñó por lo bajo.

—¿Acabas de gruñirme? —lo miró atónita.

—No vuelvas a decir esa palabra.

—¿Qué palabra?

—Abandonarme.

¿Podía alguien aparentar ser tan dominante pronunciando una sola palabra? Luke Evans, sí.

—Permite que reformule mi pregunta y la convierta en una orden, ya que parece que esas las conoces —le dijo sin apartar la mirada de la suya—. Quita los jodidos seguros para que pueda bajarme del coche.

Los ojos color café se entrecerraron sobre ella.

—Solo si aceptas comer conmigo.

—Vaaaalep —masculló al tiempo que dejaba la caja sobre el salpicadero y con un solo movimiento accionaba la ventanilla de su lado hasta bajarla por completo—. No quites los seguros que me bajo igual.

La expresión horrorizada que apareció en el rostro masculino cuando la vio maniobrar para salir del coche por la ventanilla le causó más satisfacción de la que esperaba. Una vez fuera, se inclinó para recuperar el paquete, le guiñó un ojo y le dio la espalda.

—Gracias por el paseo, señor Evans —dejó que el aire le transmitiera sus palabras—. Espero no tener que volver a verle jamás.

Ni siquiera se molestó en mirar atrás, enfiló la calle y recorrió los últimos metros que la separaban de su meta antes de perderse en el interior del edificio.