CAPÍTULO 39

Shane solo quería llegar a casa y encerrarse dentro de aquellas cuatro paredes que conocía. Necesitaba esa estabilidad, la que le proporcionaba un ambiente conocido y suyo, le daba igual que Luke enseñase los dientes o se pusiese con síndrome premenstrual, iba a irse a casa y no iba a llamar a su puerta hasta las seis, hora en la que habían convenido irse.

Maldición. ¿Por qué había tenido que responder al teléfono y hablar con su madre? ¡Su madre! Esa mujer había creado su propia historia en menos que canta un gallo, lo escuchó en el tono de su voz, estaba emocionada porque su hijita tuviese novio…

Si ella supiera.

—¿Quieres que te pida un taxi?

—Iré andando.

—Vives a varias manzanas de aquí.

—En ese caso cogeré el metro.

—Shane…

Se detuvo en seco a mitad del recorrido de la recepción y se giró hacia él. Por el rabillo del ojo vio cómo todos los empleados presentes parecían repentinamente demasiado atareados y, al mismo tiempo, esa sensación de ser observada le decía que a pesar de ello no perdían detalle de la escena. Respiró profundamente y se obligó a mantener el tono de voz bajo y calmado.

—Necesito un poco de espacio —declaró una vez más—. Quieres que acepte algo que para mí… bueno… que es como una película de ciencia ficción y no puedo hacerlo de la noche a la mañana. ¿Tienes idea de lo condenadamente difícil que resulta para mí todo esto? Estoy a esto de volverme loca.

Juntó los dedos con los que había señalado la proporción y bajó la mano hasta la cadera.

—No estoy huyendo —continuó. No sabía si lo decía para su beneficio o para el propio—. Sabes dónde encontrarme. Estaré allí todo el día hasta que vengas a recogerme para ir esa maldita barbacoa. Conociéndote, supongo que incluso has sacado ya los billetes de avión, quiero que me des el importe del mío, lo pagaré yo.

Él se limitó a enarcar una ceja con una expresión tan masculina y tan suya que le entraron ganas de darle un tortazo. Sí, ese era el snob en estado puro.

—Ni lo intentes. Ahora necesito estar sola, necesito digerir todo esto y contigo cerca… bueno, no puedo concentrarme, joder.

Luke se limitó a mirarla en silencio lo cual era peor que si dijese algo. Sus ojos eran tan penetrantes que se sentía expuesta, totalmente desnuda ante él.

—A las seis en punto —le dijo al tiempo que acortaba la distancia entre ellos y bajaba la boca sobre la suya—, y esta vez sin retrasos, por favor.

No la dejó responder, el aire fue succionado por su boca en el momento en que la besó y le robó cada pedazo de cordura que le quedaba dejándola temblorosa.

—Vete —murmuró con voz ronca, retiró las manos como si le costase la vida misma dejarla ir—. Y no hagas tonterías.

—Yo no hago tonterías —argumentó—. Eres tú el que lleva esa frase a un nivel superior.

—Vete, Shanelle —se llevó las manos a los bolsillos como si previese que era la única manera de impedir tocarla—, te veré por la tarde.

No respondió, le dedicó una leve caída de párpados y le dio la espalda. De repente cada paso pesaba una tonelada y se encontró arrastrándose hacia la puerta principal. Había algo que tiraba de ella de nuevo hacia él, que aumentaba la necesidad que tenía de girarse y volver a su lado pero no lo hizo. Apretó los dientes y siguió adelante hasta que el fresco ambiente matutino del mes de septiembre la recibió. Se estremeció y se frotó los brazos un segundo, ¿cómo diablos se le había ocurrido la brillante idea de salir al balcón totalmente desnuda en plena noche? Era un milagro que no se hubiese congelado hasta las tetas.

Respiró profundamente metiendo parte de ese aire frío en sus pulmones, exhaló y se obligó a no mirar atrás. No quería ver la figura de su amante a través de las puertas de cristal, no podía permitirse flaquear en esos momentos. Se aseguró el bolso al hombro, se abrochó los últimos botones del abrigo y echó a andar con el mismo ánimo de un condenado que se dirige al patíbulo.

No llegó a doblar la esquina para dirigirse a la boca del metro más cercana cuando el caos estalló a su alrededor.

—Shanelle, ¡al suelo!

Escuchó su nombre como a cámara lenta, se giró hacia el sonido de esa voz solo para ver cómo algo se clavaba en el suelo a sus pies levantando esquirlas de cemento. Dio un salto instintivo a un lado y alzó la mirada con el corazón latiéndole a mil por hora, cuando sintió una ráfaga de fuego cortando a través de la manga de su abrigo.

—Qué demonios está… —siseó de dolor un instante antes de que un enorme muro cayese sobre ella lanzándola al suelo mientras el pandemónium estallaba en un coro de gritos y gente que corría de un lado a otro.

—No te muevas.

El muro hablaba, pensó en su conmoción momentánea, tenía una voz grave y había rabia en ella. Su cuerpo, pues aquella calidez y el abrigo de cachemira que llevaba pertenecía a un cuerpo, la cubría por entero impidiéndole ver nada más allá del color de la lana.

—¡El edificio de la esquina! ¡La tercera ventana! —le oyó gritar y casi podía jurar que gruñó al mismo tiempo que lo hacía.

—¡Shane!

Ah, aquella sí que la reconocía. Era la voz de Luke. Tembló, su cuerpo empezó a estremecerse sin control bajo aquel muro.

—¿Qué mierda ha sido eso?

—Disparos —declaró el muro, moviéndose ahora para permitir que el frío aire matutino la golpease—. Y salieron de ese maldito edificio.

Parpadeó y levantó la mirada para quedarse a continuación sin respiración al reconocer el rostro que ahora la miraba con gesto serio. Sus temblores se hicieron más intensos, las lágrimas acudieron a sus ojos y ni siquiera estaba segura del motivo.

—Quinn —pronunció su nombre a pesar de que sabía que estaba pronunciando el nombre correcto en la persona equivocada. Porque a pesar de que su mente vivía un recuerdo, el hombre de carne y hueso que estaba sobre ella, no era su antiguo amor, a él lo habían matado.

—Shanelle. —Luke derrapó a su lado, se arrodilló y la cogió entre sus brazos, buscando frenéticamente, comprobando su estado—. ¿Estás herida? ¿Te duele algo?

No respondió, todo lo que podía hacer era temblar. ¿Por qué estaba temblando? Y esa quemazón en el brazo… Giró el rostro y vio la manga de su abrigo humedeciéndose, al estirar la mano y tocar la tela las yemas de los dedos le se mancharon de rojo.

—Alerta al clan —gruñó Luke, su voz más fría de lo que la habían escuchado jamás—. ¡Quiero saber quién está detrás de esto y lo quiero saber ya! Acaban de firmar su sentencia de muerte.

Se quedó sin respiración.

Sangre.

—¿Por qué tengo sangre en el abrigo? —Su voz sonaba incluso lejana para sí misma—. Luke, ¿por qué tengo sangre en el abrigo?

Su amante parecía estar mucho más centrado que ella, se deshizo de inmediato del abrigo y le examinó el brazo. La visión de todo aquel color rojo empapando su camiseta la mareó.

—Ay dios mío —gimió.

—Tranquila amor, te tengo —le susurró una y otra vez mientras rompía la tela y exponía a la luz la sangrante herida que tenía en el brazo.

—¿Cómo está? Hay una ambulancia de camino, han herido a algunos transeúntes. La policía no tardará en personarse, ya he avisado a nuestro contacto. —La voz de Eugene se filtró también en su reducido mundo de sensaciones. Levantó la cabeza y miró a su alrededor pero no llegó a ver gran cosa, pues un muro de… ¿espaldas? los rodeaban impidiendo casi hasta el paso del aire—. Quinn y nuestros chicos de seguridad ya han salido en persecución de ese malnacido.

—Bendita suerte la tuya, pequeña —masculló él y parecía realmente aliviado—. Llama a Mason, lo quiero en el hotel pero ya. Dile que es una herida de bala con entrada y salida en el brazo, ha atravesado la parte blanda, no creo que haya tocado ningún músculo. No veo nada más, pero no estaré seguro hasta revisarla por completo. Necesito cobertura. Volvemos al Imperian.

Roger —declaró Eugene poniéndose en pie de un salto—. Charles, Remi, vosotros con el jefe, los demás… encontrad a ese hijo de puta.

Shane parpadeó ante el fiero tono en la voz de alguien tan amable como Eugene, el hombre parecía haber sufrido una metamorfosis. Después de asegurarse de que se cumplían sus órdenes, lo vio llevarse el teléfono a la oreja y empezar a hablar.

Herida de bala. Su mente recuperó esa frase como si fuese importante. Herida de bala… el silbido que escuchó… lo que fuera levantando esquirlas en el suelo… el ardor en el brazo…

—Me… ¿me han disparado? —El temblor de su cuerpo se reflejó ahora también en su voz unido a la incredulidad y a una creciente rabia—. ¡Me han disparado! ¡Ay dios! ¡Qué me han disparado!

Luke la hizo gemir de dolor al cubrir la herida con algo y apretar, lo que se ganó que lo fulminase con la mirada, pero incluso eso pareció aliviarlo ya que perdió parte de ese semblante serio y sonrió de medio lado.

—Lo siento, amor —se disculpó, pero no había lamento en su voz. La revisó una última vez, sacándole el abrigo por completo y maniobrando su cuerpo con sumo cuidado—. ¿Te duele algo más?

—Creo que me he clavado todas las marcas de las baldosas en la espalda cuando ese muro de hormigón me cayó encima —rezongó moviendo los dedos y las piernas para comprobar su utilidad. Al hacer mención del muro de hormigón volvió a su mente la imagen de Christian, pero no era él, él estaba muerto, se trataba de Quinn, su hermano—. ¿Dónde está? ¿Está bien?

Su amante asintió al tiempo que la levantaba en brazos y ambos eran flanqueados por dos hombres corpulentos dispuestos a hacer que se mearan en los pantalones cualquiera que se acercase a ellos. Si no creyese que era imposible o poco probable, creería que ahora era Luke el que temblaba, pero no, tenía que ser todavía ella la que se estremecía contra él.

—Más le vale estarlo, ahora tengo una deuda con ese joven lobo —la abrazó con más fuerza haciéndola consciente de su cercanía.

—Me han disparado. Joder —gimió cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás—. Justo cuando pensaba que todo eso quedó atrás… van y me disparan.

Aquello pareció captar el interés de su portador, puesto que la miró.

—Soy hija de un abogado criminalista —rezongó con una mueca—, y me alegra decir que nunca ha sido tan malo, hasta ahora. Nunca me han disparado, hasta ahora.

—No creo que esto haya tenido que ver contigo o el oficio de tu padre, Shane —comentó con voz firme y baja—, sino conmigo.

Y aquello tenía sentido, pensó. Su cerebro parecía empezar a despertar.

—Sabes, debías haberme explicado eso antes de emparejarte conmigo —siseó—. Te habría dicho un rotundo, gracias, pero no gracias.

Él enarcó una ceja.

—Eso no habría modificado las cosas —aseguró con absoluta convicción.

Ella abrió la boca para decir algo, pero el dolor en el brazo empezaba a ser palpable ahora y era bastante más de lo que podía soportar.

—Joder… maldita sea… todo lo que quería era irme a casa —gimió ocultando el rostro contra su camisa—. Solo quería un poco de paz y estar entre mis cosas, en un lugar que conozco y que sé no se desmoronará de un momento a otro.

Sintió su boca contra la coronilla en un tranquilizador beso.

—Haremos que el doctor te mire esa herida y después irás a casa —aceptó con la misma resolución que hasta el momento—, pero a la de tus padres. Te quiero fuera de la ciudad hasta que sepa quién narices está detrás de todo esto.

Se estremeció, la idea de aparecer en casa de sus padres y con una bala en el brazo.

Sí, sin duda iba a ser un fin de semana jodidamente fabuloso.