CAPÍTULO 25
A Shane le daba vueltas la cabeza. Desnuda, sin nada más que su propia piel como vestimenta, se inclinó sobre el lavabo para examinar mejor a través del espejo la herida en su hombro; dos pequeñas punzadas enrojecidas y un pedazo de piel que empezaba a adquirir un tono purpúreo. Las grandes y firmes manos masculinas cubrieron la zona con un pequeño apósito sobre el que dejó un beso. Sus ojos se encontraron entonces a través del espejo, él tan desnudo como ella, enorme, firme como una roca y tan imponente como cuándo vestía de traje.
—Me has mordido.
El hecho le sorprendía tanto o más de que lo hubiese encontrado erótico y no perturbador. Prueba de ello era que no se había quejado por eso hasta ahora, varias horas después de retozar en su cama y fuera de ella.
Se había perdido por completo en ese inesperado juego de pasión, se entregó al placer y a ese hombre sucumbiendo a la rabiosa necesidad que despertaba en ella.
—Ya te advertí que estaba hambriento —murmuró mordisqueándole la suave piel del cuello mientras pegaba el pecho a su espalda y dejaba que su sexo, nuevamente erecto, le acariciara las nalgas—. Y que tu continua huida me ponía de los nervios. Pero tranquila, no tengo la rabia.
Bufó. Aquello era el colmo. Se giró en sus brazos hasta encontrarse con su mirada. Al menos ahora parecía mucho más tranquilo, su piel volvía a estar fresca e incluso sus ojos parecían mucho más enfocados, sin esa irritabilidad que bailaba en ellos y se reflejaba en el resto de su cuerpo. La agresividad y dominación presentes entre las sábanas se había ido aplacando poco a poco después del primer coito. Oh, la intensidad había sido la misma, el dolorcillo entre sus piernas y en cada centímetro de su cuerpo era una prueba fehaciente, pero esa rabiosa necesidad de mantenerla siempre bajo su dominio parecía haberse ido calmando gradualmente.
Suspiró.
—No tengo ni ganas ni fuerzas para ponerme a pelear ahora contigo —aseguró al tiempo que descansaba las manos sobre el ancho pecho. Sus dedos jugaron con el suave vello que lo espolvoreaba—, pero sí te agradecería que no volvieses a morderme como si estuvieses dispuesto a arrancarme un trozo de piel. ¿Por qué lo has hecho?
—Me dejé llevar por mis impulsos —respondió y no parecía en absoluto compungido, al contrario, parecía incluso orgulloso—. Hueles tan bien… la necesidad de marcarte se impuso sobre todo lo demás. —Deslizó un dedo por encima del apósito haciéndola temblar—. Ahora ya está hecho, no hay necesidad de repetirlo puesto que no voy a dejar que nadie te aparte de mi lado.
Tal fiera declaración la hizo sentir calor por dentro, cosa que solo la hizo enfurecerse consigo misma. Ella no era más que un pasatiempo para él, nunca sería nada más que eso.
—Ese no es motivo suficiente para hacer… esto —se estremeció y le apartó la mano—. No me gustan esa clase de juegos de dormitorio.
—A mí tampoco —respondió con absoluta sinceridad, algo que la descolocó incluso más—. Y como ya he dicho, no volverá a pasar. Lo que era necesario hacer, ya está hecho, ahora eres toda mía.
Sus brazos la envolvieron, la dura erección quedó ahora anidada contra su estómago.
—Y quiero volver a saborearte entera —aseguró frotándose contra ella de forma insinuante—. Ven a la cama y déjame disfrutar de ti.
La invitación resultaba de lo más sugerente, ella misma deseaba volver entre las sábanas dónde no tenía que pensar, dónde no eran necesarias las explicaciones y podía limitarse a sentir. Allí no eran necesarios los pensamientos, no tenía que analizar su colosal metedura de pata, su conciencia no la aguijoneaba diciéndole que había caído en una trampa que ella misma había visto venir. Pero la realidad estaba lejos de esas cálidas sábanas y el cincelado cuerpo del hombre que la sostenía amorosamente entre sus brazos.
¿Quién era realmente Luke Evans? ¿El engreído hombre de negocios que conoció la primera noche? ¿El arrogante y dominante empresario que la arrastró a un restaurante solo porque quería contar con su presencia? ¿El fiero amante que le había sorbido el seso?
—¿Quién eres realmente? —Las palabras abandonaron su boca incluso antes de poder detenerlas—. Y por encima de todas las cosas, ¿por qué no soy capaz de marcharme ahora cuándo esa sería la salida más juiciosa de todas?
—Soy tu lobo, tu compañero —respondió mirándola a los ojos—, y sabes que me tomaría realmente mal el que decidieses abandonarme ahora, especialmente cuando no es lo que deseas.
—Eres arrogante.
Se encogió de hombros y la acercó más a él.
—Te acostumbrarás.
Su petulante respuesta la hizo sonreír a pesar de todo.
—Nunca cedes, ¿no es así?
Su respuesta fue restregar la dura longitud de su sexo contra su piel.
—No cuándo deseo algo con tanto ahínco como te deseo a ti —respondió sin ambages—. Pero ahora, incluso eso, es negociable… o lo será después de que me sacie de ti.
Frunció el ceño y observó detenidamente sus ojos, estos parecían mucho más intensos, más vivos y animales.
—Luke, tus ojos…
Él parpadeó con lentitud.
—Mi naturaleza se refleja en ellos, como he dicho, todavía no me he saciado de ti lo suficiente —aseguró bajando el tono de voz, dotándolo de una agresividad y espesor que la hicieron temblar de deseo y miedo, todo al mismo tiempo—, pero no volveré a morderte, Shane. Lo prometo. Al menos, no con intención de reclamarte.
Todo su cuerpo se estremeció, la piel se le puso de gallina.
—No entiendo nada de lo que está pasando —se lamió los labios—, tengo la extraña necesidad de salir huyendo, pero temo que si lo hago, tú saldrás detrás de mí y me cazarás. ¿Por qué me siento de esa manera? ¿Por qué me siento como una presa? No me gusta esa sensación…
Sus brazos se ciñeron con fuerza a su alrededor, sintió su boca una vez más sobre la suya, su lengua penetró la barrera de sus dientes y se enlazó con la suya.
—Mi naturaleza es dominar, todo en mi ser pide dominarte y someterte —le acarició los labios con la lengua—, sentir tu sumisión, pero al mismo tiempo me gusta saber que no te amilanarás, que tu sumisión solo es parcial y por mí… después de todo, ahora eres la compañera de un alfa.
Parpadeó, las palabras se filtraban en su mente pero tenía dificultades para hacer que su cerebro las procesase.
—¿Es así como te ves a ti mismo? ¿Cómo un alfa? —insistió. Necesitaba comprender, saber qué se escondía detrás de su interés por ella.
—Es lo que llevo siendo los últimos veintisiete años, pequeña —aseguró con absoluta convicción—. No lo busqué, pero es lo que soy.
Aquella respuesta no tenía sentido, sencillamente no lo tenía. Apoyó la frente contra su pecho y dejó escapar el aliento.
—Estoy demasiado cansada para pensar —farfulló contra su cálida piel—. Tus explicaciones… no tienen sentido para mí.
Su aliento le acarició el oído al tiempo que sus manos bajaban a cubrirle las nalgas.
—Deja todo eso para mañana —le susurró deslizando los dedos entre sus glúteos hasta acariciar su sexo—, ahora solo necesitas abrirte a mí y al placer.
Gimió al sentirse acariciada de aquella manera tan íntima.
—No quiero que llegue mañana —musitó. Se mordió el labio inferior cuando un ramalazo de placer la recorrió por entero—. No quiero abandonar el ahora.
—No tendrás que hacerlo —le lamió el arco de la oreja, una zona que descubrió como uno de sus puntos erógenos.
Suspiró dejando que el deseo le nublase una vez más la mente.
—Sí, debo hacerlo —ladeó la cabeza dándole mayor acceso—. Tendré que volver a pensar, analizar las cosas y sé que no me gustará la conclusión a la que llegue porque cuando mi cerebro vuelva a funcionar, querré tus pelotas en bandeja.
Se rio en su oído.
—Puedes tenerlas en tus manos ahora mismo si tan solo buceas entre mis piernas —ronroneó con diversión, entonces le mordió suavemente el lóbulo—. No pienses más, Shane, tu lugar está a mi lado, justo como lo estás ahora mismo y no dejaré que eso cambie. No huirás otra vez, lobita.
Se derretía bajo sus atenciones, su sexo se humedecía cada vez más deseoso de ser llenado de nuevo con esa dura erección que se frotaba contra su estómago.
—No puedes evitar que me vaya si es lo que deseo.
Él gruñó, de nuevo ese sonido que la estremecía de ansiedad y placer.
—Pero no lo deseas, tú y yo sabemos que quieres quedarte conmigo porque este es tu lugar —le lamió el oído—, y yo no voy a dejar que te vayas. Así que, solo te queda una opción.
—¿Cuál?
—Casarte conmigo.
La inesperada respuesta tardó en filtrarse en su mente, pero cuando lo hizo la desperezó por completo. Su cuerpo se tensó durante una milésima de segundo, el corazón empezó a latirle con más fuerza y entonces se relajó, sacudió la cabeza y se echó a reír ante tal absurda propuesta. Por supuesto, ¿qué iba a decirle un hombre que lo tenía todo y que no tenía problemas en conseguir lo que no?
—Sí, claro. Ahora mismo —se rio al tiempo que negaba con la cabeza—. Solo pon fecha.
Él bufó, un sonido que resultaba tan jocoso como sus propias palabras.
—De acuerdo, no te cases conmigo todavía —ronroneó. Deslizó sus labios y lengua por su oído en dirección a su cuello, dónde la mordisqueó haciéndola estremecerse de placer—. Esa estúpida ceremonia humana puede esperar, pero te quedarás a vivir conmigo.
Se retiró lo suficiente para mirarle a los ojos y vio de nuevo esa intensidad inhumana que la excitó todavía más. ¿Qué diablos le pasaba a su cerebro esa noche? El sexo lo había convertido en papilla.
—Tú vives en un hotel —le recordó con una sonrisita—, mi casa es mucho más acogedora. No pienso abandonarla.
Él asintió.
—En realidad, el hotel solo lo utilizo cuando tengo que atender algunos negocios, dispongo de mi propia vivienda a las afueras de la ciudad —le informó—, pero estoy dispuesto a ceder en esto; me mudaré yo. Espero que tengas espacio y te gusten las mascotas.
Se echó a reír, no pudo evitarlo.
—Oh, sí, tu lobo —recordó. Estiró el brazo en dirección al destrozado salón—. ¿De verdad tienes un lobo por mascota? Me encantan esos animales. De pequeña tenía un perro que era de raza mestiza, parecía un lobo… pero al menos él tenía modales, no se comía los muebles.
—Prometo no comerme tus muebles —sonrió—, y en caso de que me dé por mordisquear algo, te lo repondré.
—¿En qué quedamos? ¿Quién destrozó el mobiliario, tu mascota o tú?
—Yo no tengo mascotas —sonrió de medio lado—, de hecho, la que acaba de ganarse una eres tú.
Frunció el ceño, empezaba a estar realmente confundida y no sabía si se debía a todo el cansancio que tenía encima o a esa rocambolesca conversación.
—Pero, ¿y tu lobo? Oh, ya entiendo. No lo consideras una mascota.
Sus labios se curvaron aún más, los ojos le brillaron y parecía realmente divertido, como si él supiese algo que ella ignoraba.
—Yo soy mi lobo, Shane —aseguró con un ligero encogimiento de hombros—, o para ser más exactos, ahora soy el tuyo. Pero ya tocaremos ese tema cuando estés un poquito más centrada.
Sacudió la cabeza.
—Vas demasiado deprisa, señor Evans —chasqueó—. Primero quieres casarte conmigo, después quieres que vaya a vivir contigo o venir tú a vivir conmigo, ¿y ahora quieres endilgarme a tu mascota? ¿Qué será lo próximo? ¿Entregarme las llaves de tu casa?
—Recuérdame que mañana pida una copia para que la tengas.
Resopló, echó la cabeza atrás y se echó a reír. Aquello parecía ser lo más indicado en toda aquella rocambolesca situación.
—Esto está resultando ser una completa locura —aseguró entre carcajadas, entonces lo miró a los ojos—. ¿Dónde está esa irritante seriedad con la que siempre te vistes y me saca de quicio?
Apretó sus nalgas recordándole que él todavía tenía el poder aquella noche.
—Nunca bromeo cuando estoy desnudo y en la cama, señorita Pears.
—Ahora no estamos en la cama, señor Evans, esto es su baño.
Antes de que pudiese decir una palabra más, se encontró levantada en vilo.
—Un error que hay que solucionar —aseguró él al tiempo que la trasladaba de nuevo al dormitorio y la dejaba caer sobre las revueltas sábanas—. Solucionado, señorita Pears —se cernió sobre ella, abriéndose paso entre sus muslos con su pene listo para hacerla suya otra vez—. Ahora, déjame ver si puedo hacer que tu cerebro entre en cortocircuito otra vez.
La besó en los labios, le hundió la lengua y acarició la suya mientras la penetraba lentamente, entrando en ella hasta que lo único que Shane tuvo en mente fue lo bien que se sentía entre sus brazos.