CAPÍTULO 10

—¿Sigues enfadada?

Shane giró la cabeza para encontrarse con la mirada de Carly, las ojeras bajo sus ojos ponían de manifiesto que había dormido tanto o menos que ella misma; nada.

Era domingo por la mañana, se habían pasado la noche sentadas en la cama, una al lado de la otra mientras intentaban buscarle sentido a lo ocurrido la noche del viernes.

—Todavía no sé ni cómo me siento —aseguró—. Sé que quiero retorcerte el pescuezo, eso sí.

—Te juro que no planeé nada de lo que ocurrió.

Bufó.

—Si lo hubieses hecho, serías una candidata perfecta para el manicomio.

—No te burles.

Negó con la cabeza.

—Carly, por culpa de tu falta de sesera terminé haciendo de mujer florero para el irritante y todo poderoso Luke Evans —le recordó intentando no sisear al pronunciar su nombre—. Yo. Que odio estas cosas. Metida en el centro de una maldita recepción de gala. ¿Tienes idea de lo traumático que puede resultar?

—Míralo por el lado bueno, tesoro, las mujeres de todo el país te envidiarían si lo supieran —aseguró.

—Te recuerdo que una perra loca intentó estrangularme porque pensó que le había quitado a su hombre —siseó—. Créeme. Lo último que quiero es que alguien relacione su nombre con el mío de forma alguna. Ni siquiera quiero acordarme de esa estúpida noche. Joder, si hasta él me tomó por una prostituta. ¡A mí!

—En realidad no fue a ti, sino a quién él piensa que eres —aseguró con un ligero encogimiento de hombros.

—Es lo mismo —se quejó.

—No, no lo es.

—Tienes razón —se giró para mirarla—, en realidad es muchísimo peor.

Puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua.

—Si hace que te sientas mejor, mi noche tampoco fue lo que había esperado —aseguró con una mueca—. A ti no estuvo a punto de darte un ataque al corazón cuando un hombre como Velkan Voda apareció en la habitación y te encontró haciendo de conejita de Playboy.

Suspiró como si el mundo fuese a terminarse mañana.

—Ese hombre es impactante, en todos los sentidos —continuó—. Tiene un acento que convierte su voz en puro pecado y es el perfecto caballero, educado, atento… ¡me besó la mano! Nadie jamás en toda mi vida me había besado la mano.

Sí, recordaba perfectamente al señor Voda y su apabullante aparición. Había algo en ese hombre que invitaba a la confianza y al mismo tiempo poseía un borde peligroso, uno que solo había apreciado cuando se reunió con sus contemporáneos.

—Por un breve instante me pareció estar ante los machos de una manada de lobos —musitó en voz alta. Entonces dejó escapar una risita—. Y yo era la cauta oveja.

Su prima tosió como si acabase de atragantarse con la bebida.

—Ey, despacio.

Ella asintió, se secó los labios y la miró.

—¿Lo pasaste bien al menos?

Se encogió de hombros.

—No lo llamaría pasarlo bien —repuso—, no puedes estar pasándolo bien cuando finges un papel, cuando tienes que estar pendiente de no meter la pata, cuando esos increíbles ojos color café están pendientes de cada uno de tus movimientos. ¡Ese hombre es irritante!

Carly se rio por lo bajo.

—Sí, puede que lo sea, pero te ha causado una profunda impresión.

—Luke Evans es un capullo.

—Pero es un bombón.

—¡Es irritante!

—Pero está bueno.

—Carece de modales —añadió con un bufido.

—Se le puede perdonar cuando te ha obsequiado un pedazo vestido como el que llevabas el viernes y esos impresionantes zapatos.

—Voy a devolvérselos.

—¿Estás loca?

—¡No quiero nada suyo!

—Estás loca.

—Tú no estuviste allí, Carly, él es… es… es todo lo opuesto a mí —resopló—, en cualquier otro momento, si me cruzase con él por la calle, ni siquiera repararía en mí.

—Eso no puedes saberlo, Shane —comentó volviendo a tumbarse de espaldas—. Al menos no te envió en un taxi después de despacharte, puso un coche a tu disposición, eso lo hace un poco menos capullo.

Hizo una mueca al recordar cómo había terminado por darle una dirección al otro lado de la ciudad al conductor con tal de que no pudiese saber dónde vivía y comunicárselo a su jefe.

—Al final sí tuve que coger ese taxi.

Ella puso los ojos en blanco.

—Solo porque te empeñaste en que te dejase al otro lado de la ciudad.

—¿Acaso tú le dijiste al señor Voda que te dejase delante de tu casa?

Sus labios se curvaron lentamente en una perezosa sonrisa.

—Solo tuve que caminar dos manzanas, no llegué ni a cruzar el río.

Sacudió la cabeza y cerró los ojos.

—¿Cómo logras sobreponerte a todas estas cosas?

Se encogió de hombros una vez más, se inclinó y cogió el bol de palomitas que había preparado más temprano y el mando de la televisión.

—Así —declaró poniendo el bol entre las dos y encendiendo la tele—. Unas palomitas, una peli en la que poder despotricar sobre los hombres y después vuelta a la rutina.

Cogió una palomita y se la llevó a la boca dejando que se deshiciera en su lengua.

—¿Llegaste al menos a tiempo para la reunión? —le preguntó. Carly había tenido que escribir a toda prisa la introducción y presentarse a una reunión de trabajo sin apenas haber dormido.

Soltó un profundo resoplido.

—Sí y ese hijo de puta dijo que mi introducción podía haber sido hecha por un crío de secundaria —rezongó al tiempo que hundía la mano en el bol y extraía un puñado de palomitas que llevarse a la boca—. Te lo juro, un día Julian Kelsey y yo vamos a tener un enorme y jodido problema. Y no seré yo la que pierda.

—Al menos todavía conservas tu trabajo —murmuró arrebujándose bajo las mantas.

Ella suspiró y la miró.

—Sé que esto va a ganarme más puntos para ingresar en esa clínica mental, pero, ¿por qué no te presentas al puesto de recepcionista del Imperian?

Enarcó una ceja, fue toda la reacción a la que su vapuleado cerebro tuvo acceso.

—¿Has perdido un par de tornillos por el camino? —argumentó con un mohín—. Luke Evans es el dueño de ese hotel, de toda una jodida cadena hotelera. El mismo hombre con el que paseé del brazo durante toda la noche en una estúpida recepción llena de gente haciéndome pasar por alguien que no soy. ¿Qué esperas que haga? ¿Qué me presente a la entrevista y cuando me vea y me reconozca le diga que decidí dejar la agencia para la que jamás he trabajado y probar suerte como recepcionista?

—Dicho así suena un poco fuerte.

—¡No me digas!

—Pero quizá ni siquiera tengas que verle durante la entrevista —insistió—, posiblemente se presenten varias candidatas y tampoco es seguro que te cojan, entonces, ¿por qué no probar?

—Soy camarera, repostera y bailarina —le soltó ya de mal humor—. No sé nada de cómo llevar la recepción de un hotel.

—Has hecho prácticas como asistente de dirección, eso tiene que ser igual, si no más fácil —insistió Carly—. Sería una oportunidad para tener un horario laboral decente, un sueldo fijo a fin de mes y eso te daría por fin la estabilidad necesaria para comprar esa monstruosidad que quieres.

—No es una monstruosidad —se ofendió ante la manera en que todo el mundo parecía echar por tierra su sueño—. Y ya no puedo comprarla, se me han adelantado. El banco la vendió hace dos meses.

—Pues mejor. Era una casa del año catapum que se caía a pedazos —le recordó con eficaz puntería—, lo cual la convertía en una monstruosidad.

Suspiró, no pensaba discutirlo con ella.

—No me presentaré a esa entrevista.

—Pues deberías —aseguró dándole ahora al play.

—No puedo.

—¿Por qué? ¿Porque es Luke Evans, gerente y propietario de la cadena hotelera de cinco estrellas Imperian o porque has descubierto que te gusta mucho más de lo que lo detestas?

Abrió la boca pero volvió a cerrarla de inmediato. No, no le gustaba Luke Evans. No, ni siquiera un poquito… ¿verdad?

—Vamos a ver la película —sentenció finalmente.

Carly sacudió la cabeza y sonrió.

—Sí, veamos la película.