CAPÍTULO 6
—NO puedo creer que me estés obligando a helarme el culo aquí fuera —rezongó Ruan—. ¿Dónde ha quedado la vieja escuela? Llamar a la puerta, tocar el timbre, esas cosas, ya sabes…
Adam no contestó. De pie al otro lado de la calle, vigilaba el portal del edificio por el que había entrado Bryony hacía poco más de veinte minutos. No fue una sorpresa verla abandonar el trabajo antes de su hora de cierre, como tampoco lo era la forma en la que se mantuvo en guardia durante todo el trayecto a pie que separaba el centro comercial de la vivienda que había compartido con Sharon. Desde el primer momento fue consciente de que aquel reencuentro no iba a ser sencillo, nada de flores y bombones para ella, no hasta que la hiciese ver que huir no era la solución.
—¿Todos los lobos de vuestra región tienen los mismos problemas para someter a sus compañeras o es algo intrínseco en las humanas? La pareja de mi alfa también es un grano en el culo la mayor parte de los días, ¿y su hija? Oh, ella no es mucho mejor… Esa princesita nos trae a la manada de cabeza, literalmente.
Se giró hacia él y su verborrea y enarcó una ceja.
—No puedo imaginarme como un cachorro de seis años puede hacer eso.
El joven lobo chasqueó la lengua.
—Está claro que no estás acostumbrado a los críos, si no, no opinarías de la misma manera —respondió y señaló el edificio con un gesto de la barbilla—. Solo espera a que ella te de los tuyos, se te reblandecerá el cerebro.
Hijos. Con Bryony. Solo esperaba vivir el tiempo suficiente para presenciar tal milagro, pues en estos momentos la mujer estaría más dispuesta a arrancarle las pelotas que a hacerle padre.
—Muy posiblemente me lo reblandezca ella antes —musitó. Especialmente si seguía desafiándole de esta manera.
Por un lado, su naturaleza lobuna quería someterla, llevarla de vuelta a casa y encerrarla a cal y canto si era necesario para impedir que huyese, pero por otro, acostumbrado como estaba a vivir entre los humanos y a ver sus temores, podía comprender la necesidad que tenía la mujer de mantenerse al margen; esa era su vía de escape.
Todavía recordaba sus lágrimas, la desesperación en sus ojos cuando le había suplicado que la dejase ir. En ese preciso momento, más que en ningún otro, fue muy consciente de que no podía retenerla; si lo hacía, posiblemente la perdiese por completo.
Una pequeña e inocente humana empujada de golpe en el seno de un clan lupino, alguien totalmente ignorante de su mundo y de las maravillas que existían en él; habría sido imposible que no ocurriese aquello.
«Has podido perderla, si Eve no la hubiese detenido, habrías podido perderla ahí mismo».
Todavía se le helaba la sangre ante el recuerdo, ante lo que sintió al verla huir en plena ventisca y lo que esa loca escapada había traído consigo. Estaba tan enfadado con ella, tan ofuscado ante su falta de cooperación, ante su negación a entender las cosas que se había negado a salir tras ella. Le debía a su hermana que hoy su compañera estuviese viva, si Eve no hubiese salido tras ella, Bryony podría haber muerto bajo aquel maldito muro que se desprendió por las inclemencias del tiempo.
Cómo le había gritado cuando despertó, cómo se enzarzaron en una pelea verbal que derivó en una lucha mucho más carnal que lo llevó a marcarla una vez más al puro estilo del lobo. Le había clavado los dientes, sometiéndola, reclamándola para sí solo para dejarla marchar al día siguiente con la promesa de entregarle un año para ella misma.
Alzó la mirada hacia la fachada, la noche ya había caído sobre la ciudad y la luna llena iluminaba todo con su luz. Le entraron ganas de aullar, de gritar a pleno pulmón. Esta vez ella no escaparía, se acabaron los juegos, era hora de recuperar lo que era suyo y enseñarle a su díscola compañera, que su lugar estaba a su lado.
—No sé, tío, pero sigo creyendo que llamar a su puerta es una buena idea… —se interrumpió al ver como la puerta de la entrada volvía a abrirse y ella aparecía con una pequeña maleta de mano—, o quizá no.
Y ahí estaba, tal y como había sospechado. Su pequeña loba no iba a esperar mansamente su llegada. Si algo había aprendido sobre ella durante el mes que compartieron antes de que emprendiese el vuelo, era que siempre tenía la última palabra y una rápida inclinación por huir.
—De acuerdo, tu chica promete más diversión que la pareja de mi alfa —aseguró, con tono divertido.
Gruñó por lo bajo, no tenía las más mínimas ganas de ponerse a charlar en esos momentos con el sobreexcitado beta.
—Ruan, cierra el hocico y ve a la otra manzana.
El joven lobo sonrió.
—Ah, vamos a jugar a cazar a la lobita —ronroneó el lobo—, siempre me ha gustado esa clase de juegos.
Lo fulminó con la mirada, una que obtuvo la inmediata obediencia del lobo.
—Lo sé, lo sé, no tocar a tu chica bajo pena de muerte —alzó las manos y empezó a retroceder—. Yo estoy aquí únicamente como enlace político, Adam, considérame el chico de los recados.
—Vete.
No tuvo que repetírselo dos veces, en un abrir y cerrar de ojos ya había desaparecido entre las sombras. Lo último que vio fue una peluda cola marrón girando la esquina.
—De acuerdo, Bry —murmuró, entrecerrando los ojos, sintiendo ya la adrenalina que le proporcionaba el juego de la caza—, juguemos un poquito.
Con un pensamiento abandonó su forma humana, adquiriendo la lupina. Sacudió el pelo de la cabeza a la cola y olisqueó el aire, el aroma de su compañera era incluso más nítido ahora y a él ya se le estaba haciendo la boca agua por probarlo otra vez.