CAPÍTULO 5

—A ver si lo he entendido bien —murmuró Sierra, al tiempo que empaquetaba una de las poinsettia de hojas amarillas para una cliente—. Es algo así como tu marido, pero no es tu marido, lo conociste el año pasado durante las vacaciones de Acción de Gracias y no has vuelto a verlo hasta ahora.

Bryony sabía lo absurdo que sonaba esa excusa, pero más allá de absurda, era la realidad, una de la que había estado huyendo todo este tiempo solo para darse de morros ahora con ella; en toda su gloria.

Suspiró, cobró a la cliente y echó un vistazo hacia la tienda. Faltaba poco más de una hora para cerrar, las ventas habían ido mucho mejor de lo que esperaba, quizá debido a la creciente fiebre navideña que instaba a los bostonianos a decorar sus casas con plantas propias de las fechas.

—Ese sería un buen resumen de la situación, sí.

La chica silbó por lo bajo.

—Y yo pensando que la manera en que se han conocido los miembros de mi familia era rara, pero chica, la tuya lo supera —aseguró, entonces frunció el ceño pensativa—, o quizá no. A ti no te ha disparado tu esposa, por no recordar siquiera que estaba casado contigo.

Enarcó una ceja ante el inesperado comentario.

—¿Debo preguntar?

Se encogió de hombros.

—Mi tutor. Él y sus compañeros son un poco… peculiares, pero son muy buena gente —aceptó, con una amplia sonrisa que rejuveneció su rostro—. Son mi familia, después de todo. Como no puedes deshacerte de ella, la quieres.

Sonrió ante la respuesta de la chica.

Familia.

Su sonrisa empezó a morir al recordar a la mujer que había sido eso, su familia, durante este último año, una que ya no estaba con ella. Sintió el conocido nudo en la garganta, las lágrimas amenazando con acudir una vez más y se obligó a tragarse la pena y mantenerse estoica. No podía derrumbarse ahora, no podía permitirse llorar su pérdida, no cuando estaba a menos de una hora de que su vida cambiase por completo.

Si algo sabía de Adam, era que no hablaba en vano. Volvería a buscarla a la hora acordada y se la llevaría, así fuese a rastras, de regreso a Toronto. ¿Y qué había allí para ella? ¿Cómo podría enfrentarse a todo un clan y a la censura que sin duda vería en sus ojos por su deserción?

Sharon no se lo dijo con palabras, pero era obvio que la loba no había aprobado su intención de mantenerse lejos de su pareja, especialmente cuando este era el alfa y jefe de una de las regiones más importantes del país.

«Adam tiene un deber para con su clan, uno que se extiende ahora a ti también. Como líder, se espera de él fortaleza, sabiduría y justicia. La manada quiere un líder que no retroceda, quiere a alguien a quien poder seguir, a quien poder pedir consejo cuando las cosas se tuerzan. —Le había dicho Sharon en una ocasión, cuando se había negado, una vez más, a escuchar nada que tuviese que ver con ese hombre—. Y entonces, el líder se empareja. El alfa tiene una compañera, una que no es capaz de aguantar a su lado ni dos días sin desear escapar. Tu partida ha sido un duro golpe para él en muchos más sentidos de los que crees, Bry. Le has obligado a mostrarse incluso más duro, más frío y menos piadoso para que el clan pueda seguir confiando en su juicio. Y ese no es el verdadero Adam, no es el lobo que yo crie desde que iba en pañales».

Aquel juego de poder no podría durar mucho más, era perfectamente consciente de ello, aunque saberlo no ayudaba a su propia causa.

—Tengo que marcharme —musitó.

Sierra, quien había terminado con su tarea la miró y consultó al mismo tiempo el reloj.

—Es víspera de Acción de Gracias, la gente está ultimando los últimos preparativos pero no creo que haya mucho lío de aquí a la hora de cierre —le dijo con una divertida sonrisa—. Vete y mañana no se te ocurra madrugar, recuerda que es tu día libre.

Sí, había escogido el día de mañana libre ante la imposibilidad de venir a trabajar sin que los recuerdos se agolpasen en su mente, especialmente ahora que Sharon no estaba allí para hacerlos a un lado. Por desgracia, el causante de esos recuerdos sí estaba allí, en la ciudad, dispuesto a reclamar lo que, según la ley de los lobos, le pertenecía; Ella.

Tengo que irme. Tengo que salir de aquí. Ya no puedo esperar más.

Esa idea había vivido en su mente desde el principio, con cada nuevo pedazo de información que descubría sobre el mundo en el que había caído, su necesidad de huir se había acrecentado hasta el punto de que lo intentó una vez, pero no llegó mucho más lejos de la estación de autobuses; fue incapaz de subirse en uno.

Sharon se había reunido con ella por la noche, se había sentado a su lado en la soledad de la estación y le había acariciado el pelo durante minutos.

«Uno puede huir de los problemas o intentar dejarlos atrás, pero no puede huir de sí mismo, Bryony. Da igual lo mucho que corras, tú seguirás ahí».

Esa noche había llorado en sus brazos, dejó que la consolara bajo el arrullo de su voz, alejando los miedos hasta que solo quedó una silenciosa rendición.

Pero las cosas habían cambiado, Sharon ya no estaba allí para detenerla y el único con suficiente poder para hacerla cambiar de opinión había aparecido antes de tiempo en la ciudad. Era hora de emprender el vuelo.

—¿Estás segura de que podrás arreglártelas? —preguntó, mirando a su compañera. Iba a echarla de menos.

—Claro que sí —aseguró, haciendo el signo de la victoria con los dedos—. Vamos, vete y diviértete.

No se lo pensó, simplemente la rodeó con los brazos y la apretó con suavidad.

—Te echaré de menos.

La chica parpadeó, visiblemente sorprendida.

—Nos veremos pasado mañana, Bry —se burló—. No se me termina el contrato hasta después de navidad.

Ella asintió, dio un paso atrás y sonrió.

—No dejes que nadie te diga que hacer, Sierra.

La chica hizo una mueca, un gesto que le había visto alguna que otra vez y que contenía mucha amargura para alguien tan joven.

—Hace tiempo que dejé de seguir órdenes —aseguró, con un ligero encogimiento de hombros—. Venga, vete.

Ella asintió.

—Feliz día de Acción de Gracias, Sierra.

La chica asintió.

—Feliz Acción de Gracias, Bry.

Se quitó el delantal, cogió sus cosas y echó un último vistazo al que había sido su lugar de trabajo los últimos meses. Iría a casa, cogería la maleta que aguardaba ya lista debajo de la cama y volaría.

Y que dios la ayudase si la encontraba el lobo, pues de todo el reino animal, era sin duda uno de los mejores cazadores.