IX
UNA ROSA DE COLOR ROSA
—¡Alera!
Me detuve en seco justo cuando estaba a punto de entrar en mi salón. Al darme la vuelta, vi que Miranda, de pie en la esquina justo delante de sus aposentos, me hacía señas para que fuera hacia ella. Recorrí el largo pasillo mientras notaba el cansancio de mi primera tarde de agosto a caballo con Baelic y deseando meterme en una bañera caliente. Hice una señal con la cabeza a Halias, que se encontraba en el pasillo, y mi hermana me empujó al interior de su habitación. El rubor de sus mejillas era un claro indicio de la gran excitación que sentía.
—Hoy estás realmente animada —comenté mientras ella se tiraba sobre el sofá y me arrastraba con ella.
—¡Estoy tan profundamente, desesperadamente e increíblemente emocionada! —dijo casi sin aliento cuando ya estuvimos sentadas y me cogía de la mano mientras daba saltitos encima del sofá.
—Si, ya me doy cuenta. —Me eché a reír—. ¿Quieres contarme por qué?
—Lo deseo terriblemente, pero se supone que no se lo tengo que decir a nadie. ¡Si te lo cuento, debes prometerme que no repetirás mis palabras ni a un alma!
—Te lo prometo. ¿De qué se trata?
—¡De Temerson! Quiere que vaya a encontrarme con él esta noche en la capilla. ¡Creo que me va a pedir que me case con él!
Solté una exclamación de sorpresa, no porque ella esperara una reacción así por mi parte, sino verdaderamente sorprendida. Miranda aplaudió, encantada.
—Tengo que ir a verle justo cuando haya anochecido. Y quiere que vaya sola, lo cual lo hace todo más romántico. ¡Oh, Alera, desde mi cumpleaños tengo la sensación de que quiere pedirme algo, y esta noche averiguaré qué es!
Sonreí, encantada, pues su emoción era contagiosa. Entonces se me ocurrió algo que podía ser un obstáculo.
—¿Y qué pasa con Halias? Él no te dejará ir sola.
—Tengo que ir sin él. Temerson nunca sería capaz de hablar de algo tan importante y personal si Halias está presente.
—Eso es verdad —asentí, pues no me podía imaginar a ese joven haciendo una propuesta de matrimonio delante de un guardia de elite—. Pero ¿cómo lo despistarás? Y aunque lo consigas, alguno de los soldados de palacio que hacen guardia de noche insistirá en acompañarte.
—Tengo un plan —dijo, con una sonrisa pícara—. Simplemente, le diré a Halias que me retiro a dormir pronto y lo despediré antes de que los guardias de palacio empiecen el turno de noche. Iré a la capilla y esperaré a mi amor. —Suspiró y se puso las dos manos sobre el corazón con expresión soñadora—. ¿Te he dicho que me ha mandado una rosa de color rosa con la nota que Ryla me ha entregado? Sabe que esas son mis rosas preferidas. Es tan dulce, ¿no te lo parece?
—Eso sí lo es —asentí, pero no pude evitar bromear un poco—. ¿Y ya has pensado cuál va a ser tu respuesta?
—¡Diré que sí, por supuesto! —exclamó casi en un chillido.
—Entonces me quedaré despierta esta noche. Debes venir a mis aposentos, sin hacer ruido, en cuanto hayas dejado a Temerson para contarme todos los detalles.
Ella asintió con la cabeza, encantada.
—¡Lo haré, y luego empezaremos a hablar de los planes para la boda!
Aunque resultaba fácil dejarse arrastrar por su entusiasmo al ver su rostro radiante, pensé en otra cosa:
Mira… No te sientas demasiado decepcionada si él no te pide en matrimonio. Quizá solamente desee darte un regalo.
—Oh, no seas tonta —contestó ella, apretándome las manos—. Ya me ha regalado un medallón absolutamente precioso para mi cumpleaños, lleno de nomeolvides, así que no va a hacerme ningún regalo. —Se puso en pie de un salto con los ojos brillantes de alegría—. ¡Además, si no lo hace, yo misma le pediré que se case conmigo!
Las dos estallamos en risas, aunque no estaba muy segura de que Miranna estuviera bromeando.
Aquella noche, después de bañarme y de cambiarme de ropa, me senté en un sillón de la sala, inquieta. ¿Habría salido bien el plan de Miranna para esquivar a los guardias? ¿Habría llegado junto a Temerson? ¿Y de qué estarían hablando?
Steldor había salido, y no esperaba que regresara temprano. Cuando vi que las estrellas aparecían en el cielo, estuve segura de que mi esposo pasaría toda la noche fuera, lo cual me iba muy bien en ese momento. Empecé a dar vueltas por la habitación, con una sensación de emoción y de nerviosismo que me hacía difícil estar quieta. Temerson tenía que haberle pedido que se casara con él, porque si no, ella ya hubiera regresado. Pensé en volver a entrar en el dormitorio de Steldor para distraerme un poco, curiosa por ver qué más cosas podría revelarme sobre mi esposo, y cuando daba la tercera vuelta a la sala me detuve delante de la puerta. En ese momento se abrió. Inmediatamente, me di la vuelta.
—Mira…
Sin embargo, no era Miranna quien se encontraba justo en el dintel, así que cerré la boca de golpe. Sentí las mejillas encendidas.
—¿Qué haces? —preguntó Steldor con una mirada inquisitiva al ver que me encontraba delante de su puerta.
—Daba vueltas por la sala —dije con sinceridad, pues sabía que ésa era una justificación satisfactoria para encontrarme tan cerca de la puerta de su dormitorio.
—Ya veo.
Él se quitó el cinturón y colgó sus armas en el lugar habitual, al lado de la chimenea. Sin dejar de mirarme con suspicacia, se quitó el jubón y lo tiró encima de uno de los sillones.
—¿Por qué estás despierta todavía? Es casi medianoche.
—Supongo que todavía no tengo sueño —contesté, evasiva, mientras jugueteaba con los pliegues de la falda—. En todo caso, creo que la sala en de los dos, y puedo utilizarla cuando quiera, sea la hora que sea.
—Eso es cierto. Quizá me quede contigo.
Me encogí por dentro, pues hubiera debido prever ese problema. Si Miranna venía mientras Steldor estaba allí, sabría que yo no había sido sincera con él. Todavía recordaba el comentario que me había hecho después de mi primera visita a Baelic, de que yo intentaba ocultarle cosas, y sabía que si eso sucedía, tendría otro motivo para desconfiar de mí. A pesar de todo, no quería contárselo. Si Halias o mi padre averiguaban lo que Mira había hecho, ella tendría serios problemas.
—Seguro que has tenido un día muy duro, mi señor —le dije en tono amable—. No es necesario que me hagas compañía.
Steldor me miró atentamente, se sentó en el sofá y puso los pies encima de la mesita.
—Desde luego, no es necesario. Pero es raro que estés despierta cuando regreso, y no quiero perder la oportunidad de disfrutar de tu compañía.
Me mordí el labio inferior. Me esforcé por que se me ocurriera la manera de salir de esa situación y entre ambos se hizo un largo silencio.
—Dado lo tarde que es —respondí finalmente, consciente de que él continuaba estudiándome con sus ojos oscuros—, creo que voy a retirarme, después de todo. Te deseo que pases una buena noche.
Me dirigí a mi dormitorio con la esperanza de que él se retirara al suyo. Creía que él simplemente había intentado irritarme quedándose allí, pues parecía muy cansado. Cerré la puerta y esperé, escuchando, hasta que oí que caminaba hacia su habitación. Al caba de unos minutos, abrí despacio la puerta para mirar. No vi nadie, así que me acerqué de puntillas al sofá.
—¿Este tipo de trucos te funcionan con la otra gente?
Di un respingo y me volví. Steldor estaba apoyado en la pared que quedaba a mi derecha. Esta vez sentí que todo el cuerpo se me encendía de vergüenza, tanto por haber pensado erróneamente que lo había engañado como por el susto que me había dado oír su voz de repente.
Se acercó a mí y me sostuvo la barbilla con el índice para hacerme levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
—¿Por qué no me dices qué está pasando?
Molesta y ofendida por el tono altivo, me aparté unos pasos de él.
—Estoy esperando a Miranna —admití, mientras me sentaba en el sillón que estaba al lado del sofá y fulminándolo con la mirada.
Él me siguió y se inclinó sobre el respaldo del sillón. Empezó a juguetear con un mechón que me caía por la espalda.
—¿Y por qué la estás esperando?
Dejé escapar un suspiro de frustración y me puse en pie para quedar fuera de su alcance.
—Ella se iba a encontrar con Temerson en la capilla.
Me miró fijamente, disfrutando de la situación, con las manos apoyadas en el respaldo del sillón.
—Y ella iba a encontrarse con él porque…
—Él le envió una nota a través de su doncella en la que le pedía que se vieran esta noche. Todo era muy romántico y misterioso… Miranna creía que él iba a pedirle que se casaran.
Aunque me hubiera gustado decirle que no era asunto suyo, albergaba la esperanza de que si se lo confesaba, al final me dejaría en paz. En lugar de ello vi que su expresión cambiaba, perdía ese aire de suficiencia y se volvía más adusta. Steldor se apartó del sillón y me observó con intensidad.
—¿Cómo iba a entrar Temerson en el palacio?
—No lo sé. No he pensado en ello. Pero debe de haber encontrado la manera.
—¿Halias está con ella?—preguntó.
Fruncí el ceño, incapaz de comprender su interés.
—No, Temerson decía que tenía que ir sola. Por favor, no se lo digas a Halias, Miranna solo quería…
—¿En la capilla, has dicho?
El tono urgente de su voz me alarmó; asentí con la cabeza, temerosa, de repente, aunque no sabía por qué.
Steldor cogió su espada y su daga y se ató el cinturón alrededor de las caderas mientras se dirigía hacia la puerta de salida.
—¡Guardias! —gritó, corriendo por el pasillo en dirección a la escalera principal.
Corrí detrás de él, acuciada por los cuatro o cinco hombres que respondían a su llamada. Conseguí ponerme a la cabeza del grupo justo cuando Steldor llegaba al vestíbulo principal.
—¡Espera! —grité, corriendo escaleras abajo tras él.
Se detuvo en la sala de guardia que daba al gabinete de Cannan para reunir a unos cuantos soldados más. Aproveché ese momento para cogerlo del brazo.
Steldor me apartó, sin darme ninguna respuesta, y continuó hacia el ala este, en dirección a la doble puerta de madera de la capilla que se encontraba al final del pasillo. Unos cuantos guardias de elite que se habían despertado por el ruido corrieron detrás de nosotros desde el pasillo norte que daba a sus aposentos. Entre ellos se encontraba Destari, que empezó a abrirse paso hacia mí. Steldor se detuvo delante de la doble puerta y sacó la espada. Hizo una señal con la cabeza a los hombres que tenía a su alrededor, y ellos también desenfundaron sus espadas. Steldor intentó abrir la puerta empujándola con su cuerpo, pero ésta no cedía.
—Está cerrada por dentro —dijo uno de los guardias mientras empezaba a organizar a los hombres para que la echaran abajo.
De repente, un fuerte ruido de madera rota resonó en palacio; Steldor dio una patada para acabar de abrir la puerta y consiguió romper la barra que la mantenía cerrada. La capilla se encontraba absolutamente a oscuras. Miranna no podía estar allí, ni tampoco Temerson, pues no había ninguna lámpara ni ninguna vela. Sentí que se me formaba un nudo en el estómago e intenté calmarme buscando alguna explicación. Quizá ya se habían ido; tal vez estaban dando un paseo a la luz de la luna. La salida hacia el patio este estaba allí cerca: quizás habían decidido salir a disfrutar del aire de la noche.
Me acerqué a Steldor, que estaba de pie en la entrada esperando que le llevaran una antorcha. Deseaba que me dijera que no me preocupara. Pero en ese momento percibí un olor metálico, y me cubrí la boca y la nariz con las manos.
—¿Qué es eso? —dije, intentando ver a través de la oscuridad y conteniendo las náuseas.
Antes de que Steldor respondiera, una nube se apartó de delante de la luna y su luz atravesó el cristal de la ventana e iluminó la escena. En el pasillo que había entre las filas de bancos, en medio de un charco oscuro que se extendía como un extraño depredador por encima de las piedras de color azul agrisado, había una persona tumbada boca abajo. Tenía las piernas en una postura demasiado extraña para estar durmiendo, y el cuerpo excesivamente quieto para estar viva.
Solté un grito de dolor y la imagen que tenía delante de mí se hizo borrosa, como si una niebla me impidiera la visión. Me fallaron las piernas, pero Steldor me sujetó por la cintura con su fuerte brazo e impidió que cayera al suelo. Poco a poco la visión se me aclaró y vi que altar de madera estaba destrozado y que la cruz, rota, estaba en el suelo. Volví a bajar los ojos al suelo de piedra y vi la densa textura de la sangre, el extraño ángulo de la cabeza, la quietud de la muerte.
—Miranna… —dije casi sin voz.
—Sujétala —oí que Steldor le decía a alguien, pero yo me debatía contra él, quería ir hasta mi hermana, y me negaba a que me apartaran de allí—. Mírame—me ordenó él con firmeza mientras me obligaba a volverme hacia él—. No es tu hermana. Y ahora tienes que aparatarte de aquí.
Destari entró para iluminar con la luz de una antorcha el interior de la capilla; por fin pude ver que la persona muerta tenía el cabello fino y blanco, y que llevaba la túnica del sacerdote. El alivio y la culpa me invadieron, pues aunque se había perdido una vida, no se trataba de la vida más preciada para mí. Un poco más tranquila, estaba a punto de permitir que Steldor me dejara en los brazos de uno de los guardias de palacio cuando otro miedo me dejó sin respiración. El altar no había sido destrozado sin motivo, sino que allí había un túnel. Quise volver a la capilla, pero Steldor me sujetó con fuerza.
—¿Dónde está mi hermana?—gemí, sintiendo que no podría parar las lágrimas.
Empecé a sollozar y, en ese momento, oí que Steldor daba unas órdenes.
—Id a buscar a mi padre y a Galen. Despertad a todos los guardias y registrad el palacio en busca de algún intruso. Registrad las caballerizas. Quizá todavía podamos seguirlos. Y dad la alarma para que cierren la ciudad.
Steldor, sin ninguna ceremonia, me dejó con uno de los guardias y regresó a la capilla acompañado por Destari y por unos cuantos hombres más. Parecía haber decidido que entrar en acción de forma inmediata era más importante que velar por su propia seguridad. Steldor enfundó su espada y se acercó rápidamente al altar dispuesto a meterse en el agujero que se abría debajo de él. Destari, que había comprendido que el Rey no debía correr ningún riesgo innecesario, lo agarró del hombro para detenerlo. Steldor admitió ese gesto e hizo una señal a los guardias para que entraran a explorar el túnel en su lugar. Luego recorrió de vuelta el pasillo de la capilla hasta donde yo me encontraba y me abrazó, impidiéndome ver al sacerdote asesinado y la entrada del túnel por donde los cokyrianos habían conseguido infiltrarse en palacio y llevarse a Miranna.
El capitán de la guardia y el sargento de armas llegaron cuando todavía no había transcurrido una hora. Ambos estaban ya al corriente del rapto, aunque no creía que estuvieran informados de todos los detalles. Cannan nos hizo ir a Steldor y a mí, y a Galen y a Destari, a su gabinete para que le ofreciéramos un informe de la situación. Cuando entramos, él se sentó ante su escritorio; Galen y Destari se colocaron a su derecha, y Steldor me hizo sentar en un sillón de piel sin dejar de sujetarme, pues yo temblaba de forma incontrolable. En cuanto estuve sentada, el capitán empezó a hablar.
—Tengo entendido que la princesa Miranna ha desaparecido. Necesito saber con exactitud lo que ha sucedido esta noche.
—Miranna recibió una nota a través de su doncella, y fue a la capilla creyendo que se encontraría con Temerson—dijo Steldor, a mi lado.
—¿Quién es la doncella de Miranna? ¿Cuánto tiempo hacía que la princesa había recibido la nota? —preguntó Cannan en tono firme aunque tranquilo.
Yo había dirigido la vista al suelo, con la mirada perdida. Sentía las mejillas frías y húmedas. Steldor se arrodilló delante de mí para llamar mi atención. Me cogió de las manos y me miró con el ceño fruncido y una expresión de preocupación.
—¿Quién es la doncella de Miranna? —preguntó con delicadeza—. Tenemos que saber su nombre.
Me costó comprender lo que me decía. Al fin lo conseguí y quise pronunciar su nombre, pero la voz no me salía.
—Tienes que ayudarnos, Alera. La…seguridad…de Miranna depende de ello.
A pesar de lo desorientada que me encontraba, sabía que él había evitado de forma consciente insinuar que la vida de Miranna podía hallarse en peligro, o que quizás estuviera muerta. Estaba a punto de ahogarme con los sollozos. Pensar que mi hermana, mi hermana pequeña, su sonrisa, su risa inocente, su gesto alegre…ya no estaban…
—Ryla —dije con voz ronca.
—¿Ryla vive en palacio? —insistió Cannan.
Asentí con la cabeza.
El capitán se dio la vuelta para dirigirse a Galen.
—Manda un guardia a buscar a Temerson y que lo traiga aquí. Y ve a buscar a la doncella.
El sargento asintió con la cabeza y salió a cumplir las instrucciones del capitán. Steldor se puso en pie, pero yo le sujeté la mano con fuerza, pues necesitaba agarrarme a algo, y él se quedó a mi lado.
—Bueno, ¿a qué hora…?
Cannan se interrumpió al oír el fuerte ruido que hizo la puerta al abrirse e impactar con la pared. Halias entró en la habitación en tromba y con una mirada salvaje en sus ojos azules.
—¿Dónde esté Miranna? —preguntó en tono de desafío mientras se apoyaba en el escritorio de Cannan con ambas manos y fulminaba al capitán con la mirada.
El rostro de Cannan se ensombreció un poco y el capitán se puso en pie para dirigirse a su guardia de elite en tono serio:
—Cálmate. El paradero de la princesa todavía debe averiguarse, pero se está haciendo todo la que se puede hacer.
Se hizo un silencio tenso durante el cual pareció que el guardaespaldas de Miranna no conseguiría cumplir las órdenes de su capitán. Al final, Halias se apartó del escritorio y fue a apoyarse contra la pared. Tenía todos los músculos del cuerpo tensos. Destari se puso a su lado y le colocó una mano encima del hombro. Por fin, el capitán volvió a sentarse.
—¿A qué hora fue Miranna a reunirse con Temerson? —preguntó Cannan, ahora que podía terminar la pregunta.
—Me despidió después de cenar —dijo Halias con impaciencia. No dejaba de mirar hacia la puerta, como si fuera a salir tras Miranna en cualquier momento—. Probablemente abandonó sus aposentos poco después, antes de que los guardias del turno de noche empezaran a patrullar por los pasillos.
Steldor me apretó un poco la mano y preguntó:
—¿Es así, Alera? —Al ver que asentía brevemente con la cabeza, continuó—: ¿Puedes decirnos a qué hora tenía que encontrarse con Temerson?
—Justo después del anochecer —contesté. Al hablar noté el sabor salado de las lágrimas en los labios.
—Eso significa que se la han llevado hace unas cuantas horas —concluyó Cannan con expresión adusta—. Si los cokyrianos son responsables de esto, ya no la encontraremos en la ciudad.
Cannan miró a Destari y ordenó en tono brusco:
—Alerta a las patrullas de la frontera. Es posible que sus captores todavía no hayan salido de nuestras tierras.
Emití un sonido que estaba a medio camino del grito y el sollozo. Destari me miró con expresión comprensiva antes de salir de la habitación, y Steldor volvió a arrodillarse y me abrazó. Me agarré a su camisa como si de ello dependiera mi vida. A pesar de mis sollozos, oí que Galen regresaba y levanté la vista para ver si Ryla estaba con él.
—La doncella no está en su habitación —informó en tono incómodo—. No se la ha visto desde primera hora de la noche, y nadie me ha podido decir nada de su pasado.
—¿Qué sabemos de esa doncella? —preguntó Cannan.
Halias empezó a dar golpecitos en el suelo con el pie con gesto impaciente. Levanté la cabeza, que tenía apoyada en el hombro de Steldor. Había comprendido la situación y sentía un peso tan grande en el corazón que me parecía que este casi no latía.
—La contraté hace casi tres meses, en mayo —dije.
En ese momento llamaron a la puerta del gabinete, y un guardia abrió la puerta. Temerson, aterrorizado y despeinado, entró con su padre, el teniente Garrek.
—¿Mandaste una nota a Miranna Hoy? —preguntó el capitán sin perder tiempo.
—N-n-no, señor —contestó Temerson sin dejar de dirigir sus ojos aterrorizados hacia todos los presentes: a Halias, que parecía haber enloquecido; a Galen, que se mostraba preocupado y desconfiado; y, finalmente, a Cannan, que lo miraba con el ceño ligeramente fruncido, la única muestra de preocupación que siempre mostraba.
—¿Así que no tenías ningún plan de encontrarte con ella esta noche?
—N-no, señor.
—Entonces, id a esperar a la sala del sargento de armas —dijo el capitán con un gesto de la mano.
Cuando Temerson y su padre hubieron salido, Destari volvió a entrar. Ya había hecho llegar el mensaje a las patrullas, así que Cannan se dirigió a Galen de nuevo:
—Ve a llamar al rey Adrik y a lady Elissia. No les digas nada de lo que ha sucedido; yo mismo les daré la noticia. Ve a buscar al médico también. Imagino que mucha gente tendrá dificultades para dormir esta noche.
Galen salió. Halias, que no podía parar quieto, se apartó de la pared y empezó a dar vueltas por la habitación. Cannan lo observó en silencio un momento.
—Siéntate, Halias —le dijo, finalmente—. No hay nada que puedas hacer.
—Puedo ir a buscarla —replicó Halias, cortante, ignorando la afirmación de su capitán—. Todos sabemos que a estas alturas ya habrán cruzado el río. Podríamos alcanzarlos antes de que lleguen a Cokyria.
—Nos llevan una enorme ventaja —dijo Cannan sin dejar de mirar al segundo oficial, que no paraba de dar vueltas por la habitación—. Ellos son capaces de viajar en la oscuridad más deprisa que nosotros siguiéndoles la pista.—Después de otro silencio, repitió—: Siéntate. Es una orden.
Halias miró la silla que Cannan le indicaba y, de forma inesperada, le dio una patada tal que la mandó contra la pared. Steldor me soltó y se puso en pie, en una repentina actitud de alerta, y Destara hizo lo mismo, pero el capitán permaneció inmutable.
—¡Por lo menos podríais dejar que fuera tras ella! —gritó Halias, y Destari dio un paso hacia él—. Soy su guardaespaldas…, mi deber era protegerla, y he fallado. Siempre he estado dispuesto a dar mi vida por ella, y esta noche hubiera debido protegerla o morir en el intento. —Se calló un momento y luego continuó en un tono dolido—: London está en Cokyria; dejadme que vaya a buscarlo. Los dos podremos traerla de vuelta a casa.
—No —respondió Cannan con firmeza—. No entraremos ciegamente en tierra enemiga. —Observó un momento a su torturado segundo oficial—. Debes reconocer que si los cokyrianos hubieran querido matar a Miranna, lo habrían hecho sin llevársela de palacio. Deben de tener un objetivo distinto al de quitarle la vida, lo cual nos da tiempo para reaccionar de forma más racional.
—Quizá vos no vayáis a ir tras ellos —dijo Halias, apretando los dientes.
Se dio la vuelta y salió de la sala precipitadamente; la habitación pareció reverberar con su insubordinación. Cannan miró a Destari, que salió tras Halias para detenerlo e impedir que hiciera nada de forma precipitada.
Cannan, Steldor y yo nos quedamos en la oficina del capitán. Steldor levantó la silla que Halias había lanzado contra la pared y la devolvió a su sitio, delante del escritorio de su padre.
—¿Qué debemos hacer con el túnel? —preguntó.
—Es difícil saberlo —se limitó a decir Cannan—. Tendremos que cerrarlo. De alguna manera los cokyrianos se han enterado de su existencia. He enviado unos hombres a que investiguen el túnel que llega hasta el otro lado de los muros de la ciudad; si los cokyrianos lo han descubierto también, tenemos un grave problema de seguridad entre manos, por no hablar de que nos veremos privados de dos posibles caminos de huida en caso de que los necesitemos.
—¿Cómo es posible que se hayan enterado de su existencia? —preguntó Steldor frunciendo el ceño.
Se hizo un silencio.
—Narian debió de decírselo —dijo Cannan, rígido—. Es la única explicación lógica.
—¡No!—exclamé, deseando desesperadamente hacerlo cambiar de opinión—. Narian nunca nos traicionaría, nunca daría una información como esa…
—¿Narian tenía esa información? —me preguntó Steldor.
Noté que los ojos se me llenaban de lágrimas.
—Yo se lo dije —repuse, mirando la expresión de esos dos excelentes militares que ahora formaban parte de mi familia y rezando para que no me culparan.
Ninguno de los dos reaccionó ante mi confesión. La estancia se quedó en silencio, no se oía a nadie respirar siquiera. Finalmente fue Cannan quien rompió ese opresivo silencio.
—¿Vos se lo dijisteis? —repitió. Por una vez, su actitud implacable había dejado paso a la incredulidad y el enojo—. ¿Vos le hablasteis a un cokyriano del túnel que conduce hasta el palacio de Hytanica, y no creísteis necesario informarme ni a mí ni a nadie de ello?
Las lágrimas, calientes, me bajaban por las mejillas y me las sequé con la manga del camisón.
—Padre… —empezó a decir Steldor.
Quizá Steldor pensaba que no podría enfrentarme a una acusación, pero lo interrumpí. Necesitaba explicarme, defender de alguna manera mis actos.
—Él lo descubrió. —No pude disimular la tensión y la fatiga mientras intentaba contar los detalles de la conversación que había mantenido con Narian varios meses antes en las caballerizas del palacio—. Él encontró el túnel por sí mismo, o lo que pensaba que era un túnel, y me preguntó hasta dónde llegaba. Y yo se lo dije. Pero él nunca hubiera dado esa información, él nunca pondría Hytánica en peligro.
Cannan parecía a punto de responder de modo brusco, lo cual no era propio de él, pero en ese momento se abrió la puerta del gabinete y se contuvo. Mis padres entraron en la habitación, seguidos de Galen. Cannan cerró los ojos y respiró profundamente para tranquilizarse y prepararse para dar las desastrosas noticias.
Mi padre se acercó al escritorio; Steldor se apartó un poco para dejarle espacio. Mi madre, al ver que yo lloraba, vino directamente hacia mí. Me puso una mano en el hombro y me acarició el cabello con delicadeza, aunque no sabía qué era lo que me causaba tanto sufrimiento.
—¿Qué ha pasado? —preguntó mi padre, muy inquieto—. Todo el palacio está revolucionado.
—Será mejor que os sentéis—le aconsejó Cannan.
Mi padre obedeció. Se dejó caer despacio en una de las tres sillas de madera que había delante del escritorio del capitán. Galen puso una de las otras sillas cerca de mí y mi madre también se sentó, pero mantuvo una mano encima de mi brazo. Después el sargento se colocó al fondo de la estancia, y mis padres miraron a Cannan. Sabían que estaban a punto de decirles algo terrible.
—No es fácil decir esto —comenzó el capitán, con tono autoritario. Empecé a temblar a causa de los sollozos—. Unos cokyrianos, no sabemos cuántos, se han infiltrado en palacio y han raptado a la princesa Miranna.
Mi madre dejó escapar un grito de angustia que me asustó y que avivó mi llanto. Me rodeó con los brazos, derrumbada, y me apretó contra ella. Mi padre pareció hundirse en la silla, palideció y su rostro envejeció. Pronunció un «no» con los labios, pero fue incapaz de emitir ningún sonido. La terrible noticia del capitán lo había dejado sin aliento.
—Hemos cerrado la ciudad tan pronto como ha sido posible —informó Steldor a mis padres, y miró un momento a su padre en busca de seguridad antes de terminar—. Pero tenemos motivos para creer que se la llevaron de palacio varias horas antes de que supiéramos que se encontraba en peligro.
—¡No!—gimió mi madre—. ¡Mi niña no!
Su dolor me destrozó el corazón, y mi dolor y mis lágrimas disminuyeron para poder ofrecerle consuelo. Por otro lado, los sentimientos de mi padre eran evidentes por su actitud: permanecía inmóvil, sin poder decir nada.
—Si sirve de algún consuelo, no creo que los cokyrianos se hayan tomado el trabajo de llevarse a Miranna de palacio si su intención era matarla —dijo Cannan, repitiendo lo que le habías dicho antes a Halias—. Creo que, de momento, ella está a salvo, aunque se tomarán todas las medidas posibles para traerla de regreso a casa.
—¿Por qué Miranna?—dijo mi padre finalmente, con voz ronca. Tenía los ojos desorbitados y enrojecidos.
—Ella era la presa más fácil, el miembro menos protegido y más inocente de la familia real —explicó Cannan. Lo que dijo a continuación tenía como objetivo servir de consuelo—: Si no somos capaces de atrapar a sus captores, estoy seguro de que los cokyrianos querrán negociar con nosotros su liberación. Aunque no sé qué pedirán.
Un golpe en la puerta anunció la llegada de Bhadran, y Galen lo dejó pasar. El anciano médico que trataba a mi familia desde que yo tenía memoria miró a su alrededor, confuso, sin comprender qué había sucedido. El capitán le explicó la situación rápidamente y le ordenó que nos diera a mis padres y a mí algo que nos ayudara a conciliar el sueño. Bhadran, conmocionado por la noticia, nos administró un sedante, y Cannan sugirió que nos retiráramos, pues esa noche ya no podíamos hacer nada más. Mi padre abrazó a mi madre, que no había dejado de llorar, y la condujo fuera de la habitación. Steldor me ayudó a ponerme en pie, pero las piernas no me sostenían. Entonces me levantó en brazos y me llevó hacia la escalera principal. El agotamiento me venció antes de que llegara al primer peldaño.