VI
CHICOS Y HOMBRES
LA NOCHE de la cena de cumpleaños de Miranna, me puse una camisola de largas y anchas mangas debajo de un vestido de color azul claro cuyo cuerpo se ataba por delante con uno lazos. Era un vestido menos formal que el que Steldor había encargado para mí, pero era un vestido bonito. Y, lo más importante, era el que menos se parecía a nada que tuviera que ver con el marfil y el oro, así que por fuerza tenía que desentonar con el atuendo de Steldor, fuera el que fuera el que pensara ponerse. Me miré rápidamente en el espejo del tocador, encantada no sólo con mi vestido, sino también con el peinado, que me recogía el cabello en un moño de rizos coronado con una diadema de plata y diamantes.
Completamente satisfecha, pues, abandoné el dormitorio y salí a la sala, donde encontré a Steldor sentado en el sofá y con los pies, enfundados en las botas recién cepilladas, cruzados encima de la mesita. Al verme arqueó las cejas, pero yo lo miré directamente a los ojos con una expresión que lo desafiaba a que se atreviera a cuestionar mi elección.
—Querida —dijo, en un tono indulgente que resultaba un insulto—. ¿Qué has estado haciendo hasta ahora, si no te has preparado para la cena de tu hermana?
—Estoy lista para ir a reunirnos con nuestros invitados cuando tú quieras —repliqué, cordial pero con firmeza.
Crucé la habitación hasta la puerta. Steldor se puso en pie, desconcertado.
—No vas a ir con esto —me informó en tono firme.
—Sí, lo haré.
—No, no lo harás.
—Sí, lo haré.
—Estarás ridícula.
—¿Perdón? —dije, ofendida por su afirmación.
—Este vestido no tiene nada malo, tampoco lo tiene cómo te queda —explicó levantando la vista al techo, exasperado, como si estuviera explicando algo evidente a una idiota—. Pero no es adecuado.
—¿Y por qué no?
—Tu vestido no hace juego con el mío en absoluto.
Eso era cierto, y me complacía enormemente. Él llevaba un pantalón negro y una camisa color marfil bajo un chaleco dorado y verde esmeralda. El atuendo lo hacía parecer un dios, pero quedaba horrible al lado del color azul claro.
—Entonces será porque nuestros atuendos reflejan nuestras personalidades —repliqué.
Él suspiro y se pasó una mano por el oscuro pelo.
—Ve a cambiarte.
—No lo haré —contesté con las manos en la cintura y apretando los dientes.
—Piensa, Alera —empezó, y por el brillo de sus ojos supe que sus palabras serían manipuladoras—, que todo el mundo va a dar por sentado que tú planificaste nuestra vestimenta para esta ocasión, y creerán que has intentado que armonice la una con la otra. Si vamos de esta manera, se te hará responsable de esta atrocidad contra las leyes de la moda. Por otro lado, si te pones el vestido que he encargado para ti, dejaré que crean que lo encargaste tú y te admirarán por tu magnífico gusto. Tú eliges. Decidas lo que decidas, yo no seré culpable, así que responde: ¿quieres que te hagan responsable de una pesadilla o de una obra de arte?
Cuando hubo terminado el discurso, se recostó con indolencia en el sofá y se puso las manos bajo la cabeza mirándome con una enorme sonrisa altanera. Yo no había pensado en todo eso, era evidente, pero ahora que ya había hecho lo que había hecho, no pensaba ceder.
—Te puedes cambiar tú. Te será más fácil que a mí.
—Eso es verdad —asintió él con una carcajada—. Pero estoy perfecto.
—Bueno, estoy segura de que también estarás perfecto con otra cosa.
—Oh, sin duda, pero para qué duplicar lo que ya es perfecto cuando se podría perfeccionar lo que no lo es.
Deseé matarlo. Quería acabar de una vez por todas con esa enojosa lengua, y si acabar con su vida era la única manera de hacerlo, estaba totalmente dispuesta a dar ese paso. Pero lo que hice fue respirar profundamente e intentarlo de nuevo.
—Si me cambio, el peinado se estropeará.
—Bueno, querida, en cualquier caso hay que hacer algo con tu peinado. Te dije que te lo dejaras suelto. Y me gustaría que te cambiaras de diadema.
—Ya llegamos tarde —protesté, intentando mantener un tono educado a pesar de que por dentro hervía—. Tú te puedes cambiar más deprisa.
—No necesariamente. Ya sabes qué vestido ponerte, y yo tendría que buscar algo menos elegante para ir a juego con lo que llevas puesto, pero que fuera lo bastante formal para la ocasión. Y sinceramente, ¿me has visto alguna vez con algo que pueda hacer juego con el azul claro?
Me calle, malhumorada, pues a pesar de que detestara admitirlo, su argumento era válido. Él normalmente vestía con tonos profundos, oscuros, y no tenía nada que se pareciera ni remotamente a mi vestido. Me desprecié a mí misma por lo que iba a hacer.
—Te espero —dijo Steldor, interpretando correctamente la expresión de mi cara.
Entré como una furia en mi dormitorio y me puse el vestido de color marfil y dorado, decidida a que no me gustara, a pesar de su sin par belleza. Me puse el collar de oro y perlas en el cuello y dejé caer mi cabello sobre los hombros sin contemplaciones, antes de ponerme la diadema que Steldor había elegido. Luego crucé la sala y salí por la puerta sin esperarlo.
Apreté el paso en el pasillo y llegué al rellano de la escalera principal antes de que Steldor. A pesar de que no me gustaba, sabía que la reina no podía entrar en una fiesta sin el rey, así que lo esperé, enojada. Él caminaba tranquilamente hacia mí, satisfecho de haber sido el vencedor en nuestra trivial pelea. Pero cuando llegó hasta mí, cambio de actitud y me ofreció el brazo con una amplia sonrisa, exhibiendo su encanto característico con la misma facilidad con la que se cambiaba de camisa. Lo recibí con el ceño fruncido y coloqué la mano en su antebrazo, con desgana, para permitir que me condujera por las escaleras hasta el comedor del primer piso, donde ya nos esperaban nuestros invitados. Lanek nos aguardaba abajo, y en cuanto Steldor le hizo una señal con la cabeza, anunció nuestra llegada.
—El rey Steldor y su reina: lady Alera.
Observé al pequeño grupo de invitados que nos saludaba con inclinaciones de cabeza y reverencias. A pesar de que ya estaba acostumbrada a esas muestras de respecto, me resultó extraño ver a mis padres y mi hermana se encontraban en el grupo. No parecía que Steldor compartiera mi incomodidad, pues se había acostumbrado notablemente bien a lo representativo de nuestra posición.
Lanek se excusó, y mi esposo y yo entramos en el comedor. Tadark, que se encontraba de pie con London, al lado de la puerta por donde acabábamos de entrar, se colocó detrás de Steldor. London se quedó donde estaba, con los brazos cruzados sobre el pecho y la espalda apoyada contra la pared. En ese tipo de celebraciones era costumbre que cada miembro de la familia real fuera acompañado por un guardia de elite, a pesar de que la posibilidad de que hubiera algún peligro fuera inexistente. Por supuesto, a mí se me había asignado a London. Pensé que Cannan había sido vengativo al haber asignado Tadark a Steldor, pues ese aniñado guardia tenía tendencia a pegarse demasiado, a hablar en exceso y a mostrarse demasiado excitable, a pesar de que afirmaba dedicarse completamente a su deber. Es decir, que si surgía algún problema, lo más probable era que Steldor tuviera que acabar protegiendo a Tadark en lugar de que ocurriera lo contrario. Y si la noche transcurría con tranquilidad, ese irritante guardia acabaría volviendo loco a Steldor. También el resto de mi familia le fueron asignados guardias: Destari y Orsiett, que había sido el segundo guardaespaldas de Miranna, iban con mi padre y mi madre; Halias, como siempre, acompañaba a mi hermana.
Los hombres se habían colocado al lado de las dos chimeneas de mármol que calentaban la habitación, y sus esposas charlaban a poca distancia de ellos. Mi hermana y los invitados más jóvenes se habían apiñado delante de la alta ventana que ofrecía vistas sobre el patio oeste. Mis padres fueron los primeros que se acercaron para saludarnos personalmente. Mi padre se dirigió a Steldor con calidez, pero a mí solamente me dedicó un seco saludo con la cabeza. Mi madre dividió su atención entre los dos. En cuanto al anterior rey se alejó, Steldor me miró con expresión interrogante, pero yo lo ignoré y me concentré en la voz de mi madre.
—Estoy orgullosa de la manera en que te has adaptado a tu nuevo papel, querida —me dijo, sin hacer caso de mis muecas.
Levantó la mano para acariciarme el pelo, pero sospeché que ese fingido gesto de cariño tenía por objetivo disimular un mechón de pelo rebelde, de forma que no me sintiera avergonzada, pues yo no me había dignado a mirarme en el espejo después de cambiar de peinado.
—Y yo te felicito por los vestidos que has elegido. No siempre has tenido paciencia para prestar atención a la moda, pero esta noche Steldor y tú estáis espléndidos.
Mi madre acababa de dar por sentado lo que Steldor había dicho, pero yo no me vi capaz de aceptar el cumplido. Ella me miró, ligeramente sorprendida, y Steldor habló por mí:
—Desde luego, Alera tiene un gusto impecable —asintió con un tono de voz increíblemente amable, pero que contenía con un tono de voz increíblemente amable, pero que contenía una nota de burla que iba dirigida exclusivamente hacia mí.
Mi madre se alejó y nosotros continuamos charlando con el resto de los invitados. Los hombres hablaban con Steldor y las mujeres me dedicaban generosos cumplidos. A pesar de que no deseaba admitirlo, sabía que Steldor había tenido razón al insistir en que me cambiara de vestido y que se mostraba muy caballeroso al permitir que yo recibiera los cumplidos. Cuando la gente que había a nuestro alrededor se empezó a alejar, la baronesa Faramay corrió hasta su hijo y Cannan la siguió a paso tranquilo.
—Oh, Steldor, ángel mío, qué guapo estás —exclamó, arreglándole innecesariamente el cuello de la camisa. El cabello le caía rizado y del color del chocolate, sobre los hombros, lo cual acentuaba los hermosos rasgos y la sonrisa radiante que compartía con su hijo.
—Hola, madre —contestó Steldor, en un tono de resignación casi imperceptible. Cruzó los brazos y crispó los dedos sobre los bíceps.
—No te he visto desde la coronación —continuó Faramay con los ojos brillantes de adoración hacia su único hijo—. Y te echo de menos, me gustaría que encontraras el momento de venir a verme, seguro que tu esposa no acapara toda tu atención.
La baronesa Faramay dirigió una mirada petulante en mi dirección, y yo no supe si debía sentirme ofendida o divertida. ¿De verdad me creía responsable de su falta de contacto con Steldor? ¿Estaba celosa de mí? Era una idea absurda.
—La verdad, madre, es que dirigir el reino es lo que absorbe mi atención —respondió Steldor, esta vez con un tono de sarcasmo evidente.
Ella frunció los labios como una niña enojada y extendió la mano para apartar un mechón de cabello de la frente de Steldor, pero él dio un paso atrás.
—No —saltó el, cortante.
En ese momento, Cannan se colocó al lado de Faramay, me saludó con una inclinación de cabeza y pasó un brazo alrededor de la cintura de su esposa.
—Faramay, creo que ya has charlado bastante con el chico —dijo, intentando llevársela a otra parte.
Sin embargo, ella no le hizo caso y volvió a dirigirse a Steldor.
—Vamos, cariño, no te enojes —rogó, poniéndole la mano en el pecho con delicadeza—. Ya sabes que yo no valgo para la política.
—Sí, por supuesto —repuso Steldor con impaciencia—. Perdóname. Ahora vete.
—Pero, cariño…
—Madre, no pasa nada, pero alera y yo tenemos otros invitados a quienes saludar. Quizá pueda ir a hablar contigo más tarde.
Faramay asintió con un fuerte suspiro y puso su brazo encima de Cannan. Pero antes de que se alejaran, Steldor dirigió a su padre una mirada de enojo, como si el capitán hubiera roto algún acuerdo al permitir que su madre se le acercara. Cannan respondió con un encogimiento de hombros casi imperceptible, y yo me pregunté qué era lo que hacía que Faramay se comportara de forma tan obsesiva con su hijo. Entonces, con un repentino sentimiento de empatía, recordé que su hijo pequeño fue secuestrado en la cuna y asesinado por los cokyrianos, lo cual era suficiente para hacer que cualquier madre se mostrara sobre protectora. A pesar de ello, sus cuidados parecían excesivos, pues su hijo ya no era un niño que los necesitara.
Steldor volvió a adoptar su carismática actitud en cuanto Galen se acercó con su acompañante, lady Tiersia, a la larga mesa que se encontraba en el centro de la habitación. Las primas de Steldor, lady Dahnath y lady Shaselle, hijas del hermano de Cannan, lord Baelic, y de su esposa lady Lania, los siguieron de cerca. Mientras los esperábamos, aproveché esa breve pausa para pronunciar una palabra que me quemaba en la lengua.
—¿Cariñito?
Steldor se inclinó hacia mí con un gesto caballeroso sin apartar la mirada del grupo que avanzaba hacia nosotros.
—Si me rascas en el lugar adecuado, ronroneo —bromeó.
Me quedé sin saber qué decir. Por mucho que creyera conocerlo, nunca estaba preparada del todo para sus extrañas salidas en una conversación civilizada. Incapaz de responder, solté una carcajada de incredulidad que, estoy segura, habría recibido una rápida respuesta de Steldor si Galen y las jóvenes no se hubieran reunido con nosotros en ese instante.
Galen me besó la mano y luego él y Steldor empezaron a pelearse amistosamente mientras las jóvenes mujeres charlaban sobre los recientes sucesos en el reino. Shaselle, cuyos ojos almendrados y cabello liso se parecían mucho a los de su madre, permanecía al lado de los jóvenes, pues su primo y su mejor amigo le parecían más interesantes que nosotras. Tiersia también dirigía sus dulces ojos verdes en esa dirección con mucha frecuencia, pero lo hacía por un motivo muy distinto: Galen, con su cabello color ceniza y sus cálidos ojos marrones, estaba muy atractivo vestido con su jubón de color amarillo. Me alegro darme cuenta de que Dahnath, la aplicada hermana de cabello rojizo de Sashelle, no estaba más interesada en los hombres que yo, así que conversamos agradablemente durante varios minutos.
Sin embargo, la llegada de Miranna impuso una pausa en la conversación. Apareció con Temerson y Semari detrás, e iba vestida con un iridiscente vestido azul pálido que flotaba a cada paso que daba y cuyo escote era más atrevido que los que acostumbraba llevar. Ésa era una señal que se estaba haciendo mayor. Al principio de la noche, su peinado estaba perfecto, pero al final empezaron a caerle rizados mechones que enmarcaban sus delicados rasgos faciales. Por algún milagro todavía llevaba en su sitio la diadema de oro y ópalos. Saludé a Miranna y a su mejor amiga con un beso en la mejilla, y Steldor dio a Temerson una palmada en la espalda con tanta fuerza que el pobre chico dio un paso hacia adelante. Mi hermana, sumamente excitada, se convirtió con facilidad en el centro de atención hasta que llegó la hora de servir la cena.
Todos nos trasladamos a la mesa, que estaba cubierta con un mantel de lino. Era una mesa grande, que permitía el acomodo de cuarenta y cinco personas, pero no tanto como para que se pudiera mantener una conversación. Steldor, como rey, se sentó a la cabecera; yo me senté a su izquierda, y Galen, a su derecha. A mi izquierda se colocó Shaselle, y a su lado, Semari, Miranna y Temerson, pues me parecía probable que el encanto de mi nuevo tío pudiera hacerse sentir cómodo al nervioso de Temerson. La esposa de Baelic, Lania, se sentaba a su izquierda, y más allá se encontraban los padres de Semari, la baronesa Alantonya y el barón Koranis. En el lado derecho de la mesa, Tiersia se sentó al lado de Galen, y luego estaba Dahnath, que ya había conocido a Tiersia; a la derecha de Dahnath se encontraba lady Tanda y el teniente Garrek, cuya corpulencia era comparable a la de Temerson, aunque la actitud de Garrek era mucho más severa que la de su hijo. Yo había decidido que Cannan se sentara al lado de Garrek, pues pensé que un militar tendría más cosas en común con el capitán que ningún otro, y había colocado a Faramay entre su esposo y mi madre. Mi padre se sentaba al lado de mi madre, y justo enfrente de él se encontraba su buen amigo el barón Koranis, una ubicación que me favorecía, pues el barón se encontraba todo lo lejos de mí que era posible.
La comida se sirvió en platos dorados y se acompaño con vino servido en copas; unos cuencos llenos de agua con pétalos de rosa permitían que los invitados se lavaran las manos. El primer plato fue una sopa; luego se sirvió un guisado; después, pescado ahumado con espárragos y cerdo y cordero asados, acompañados de remolachas, nabos, judías y otras verduras. El último plato consistía en unas reacciones de queso, fruta y dulces.
Steldor se comportó como un perfecto caballero durante toda la cena. Se mostró encantador con los invitados e hizo alarde de su ingenio. Yo hablé poco, me mostré como una reina educada pero reservada y, aunque lo detestara, como una dócil esposa. Mi madre me sonrió muchas veces, convencida de que había seguido su consejo de aceptar mi destino y que estaba, por tanto, satisfecha con mi papel, aunque no me sintiera feliz. Cuando estábamos terminando de cenar, mi padre miró a Steldor; cuando éste le hizo una señal con la cabeza, se levantó para hacer un anuncio.
—Mis buenos amigos —dijo, sonriendo y mirando a su alrededor—. Muchos de vosotros formáis parte de mi familia, sea por razones de consanguinidad o tras enlaces matrimoniales. A otros os conozco desde hace tanto tiempo que, si se hiciera justicia, os contaríais entre mi familia.
Al oír esto, Koranis adopto una postura pomposa, como si él y su familia acabaran de ser ascendidos en la jerarquía.
—Estoy muy contento de anunciar, este 19 de junio, que deseamos dar la bienvenida en nuestra familia a los demás invitados. Lord Garrek y yo hemos hablado, y he dado permiso para que el joven lord Temerson corteje a mi hija, la princesa Miranna.
Miranna dejó escapar un chillido de alegría impropio de una dama, y yo me habría unido a ella si no nos hubiéramos encontrado en una reunión tan formal. Se cubrió la boca con las manos, completamente sonrojada, pero todos nosotros le perdonamos ese relajamiento de las formas al ver la felicidad en sus ojos. Se dio la vuelta hacia Temerson y respondió al tímido gesto sonriente de éste con una amplia sonrisa. El chico mostró una expresión de alivio y se relajó, como si no hubiera estado seguro de cómo reaccionaría ella ante este anuncio.
Me sentía feliz por la afortunada pareja, pero en mis emociones había algo que tardé un tanto en identificar, un aguijonazo que sólo podía ser envidia. London me había dicho una vez que, por la manera en Narian y yo nos mirábamos, era evidente que estábamos enamorados. Ahora comprendía qué quería decir.
—¿Salimos al jardín? —preguntó Steldor, al tiempo que me ponía en pie.
Era una cálida tarde de mediados de junio, pero corría una ligera brisa que nos hacía sentir a gusto no sólo porque nos refrescaba, sino porque alejaba a los insectos. Steldor me ofreció el brazo para acompañarme y, a pesar de que yo sabía que era la cortesía lo que le empujaba a hacerlo, tuve la impresión de que ya habíamos dejado atrás la discusión de antes. Pero antes de que pusiera la mano en él, Faramay se acercó y se colgó de su brazo.
—He pensado que podíamos caminar juntos, querido —dijo—. Por supuesto, si a la Reina no le importa.
Accedí, un tanto temerosa de las posibles consecuencias de impedir el acceso de esa madre a su hijo, así que le dirigí una sonrisa de disculpa a Steldor. Él sonrió, seco, rindiéndose a lo inevitable. Observe la habitación, y me sentí un tanto perdida ahora que el Rey no me acompañaba. Vi que Cannan y Baelic estaban conversando. Mi atención se fijo por un momento en ellos, pues el capitán de la guardia, que habitualmente se mostraba serio, se reía y bromeaba con su hermano, más joven y más afable que él. Cannan levanto la vista un momento, probablemente buscando a su esposa, y su expresión se agrió un poco al ver que estaba con Steldor. Se lo indicó a Baelic, y éste le dio una fuerte palmada en la espalda, soltó una carcajada y le dijo algo que hizo que su hermano sonriera. Para mi disgusto, se dieron cuenta de que yo los estaba observando, así que desvié la mirada rápidamente. Pasaron unos momentos y sentí que alguien se acercaba. Al levantar la cabeza vi que era Baelic, moreno como todos los hombres de su familia, y que me ofrecía su brazo y una sonrisa.
—A diferencia del resto de nosotros, a la madre de Steldor le cuesta soltarlo —dijo con malicia—. ¿Os puedo acompañar yo en su lugar?
—Sí, gracias —contesté.
Me sentía sorprendida, pero en absoluto decepcionada. Sabía que uno de los caballerosos hermanos acudiría a acompañarme, pero creía que sería Cannan. Pero Cannan estaba con Lania, la esposa de Baelic, que parecía muy contenta de estar en su compañía.
Tomé a Baelic del brazo y empezamos a seguir a los demás a la parte trasera del palacio, hacia el jardín. Mientras caminábamos, mi nuevo tío se inclino hacia mí y me dijo:
—Fuentes muy fiables me han dicho que os gusta cabalgar de vez en cuando.
Sonreí, incomoda, y me pregunté qué quería decir con ese comentario.
—No saquéis conclusiones, alteza —dijo—. Soy oficial de la caballería, ¿recordáis? Os podría conseguir una manada de caballos, si ése fuera vuestro deseo, ante las narices de Cannan y de Steldor.
—¿Qué estáis insinuando? — pregunté, indecisa entre la desconfianza y la risa.
—Simplemente quiero que sepáis que, a pesar de que mi querido sobrino y mi querido hermano están atrapados en sus mentes conservadoras, yo cabalgo a menudo con Shaselle y con mi hijo, Celdrid. Nos sentiríamos muy honrados de que la Reina nos acompañara alguna vez.
—¿Shaselle monta a caballo? —pregunté, alegre ante la perspectiva de la fruta prohibida, y con curiosidad, al mismo tiempo, hacia su hija.
—Sí, Lania y yo a menudo nos preguntamos si no tenía que haber sido un chico. —Baelic me llevó hacia un lado de la puerta trasera para terminar de hablar antes de que saliéramos de palacio—. Lania detesta que la mime tanto, pero me volvería loco si alguien intentara impedirme que montara a caballo, así que no negárselo a mi propia hija.
—Ella debe de adoraros —dije.
Sentía que la cabeza me daba vueltas ante esa generosa y poco habitual propuesta. Pocos hombres habrían sido tan tolerantes, o habrían tenido el interés de facilitar a su hija la oportunidad que él le ofrecía a Shaselle de forma tan despreocupada.
—Ella se entiende mejor conmigo que con su madre —me confió; rápidamente, sus labios esbozaron una sonrisa maliciosa y volvió al tema con que había iniciado la conversación—. Lo único que tenéis que hacer es mandar aviso, y estaréis encima de la silla… sin mis sobrinos detrás.
Me guiño un ojo y sospeché que Cannan, que era evidente que tenía una estrecha relación con su hermano, le había contado mi aventura a caballo. No podía sentirme enojada de que mi suegro le hubiera ofrecido esa información a mi tío, en vista de los resultados. También pensé que esa podía ser mi oportunidad de aprovechar el regalo que Baelic me había hecho el día de mi boda, su disposición contarme cosas de Steldor que ni siquiera Cannan sabía.
—Gracias. Tened la seguridad de que lo haré.
—Contendré la respiración hasta tener noticias vuestras —bromeó mientras me acompañaba al jardín. Y, con un saludo con la cabeza, terminó—: Si permites que me baya debo continuar torturando a mi hermano.
—Por supuesto —repuse, riendo.
Baelic fue a reunirse con Cannan, mi padre, Koranis y Garrek, que se encontraban a poca distancia, a mi derecha, ya en el jardín, y saboreaban el vino especiado que acaban de servir.
Las mujeres de más edad se habían reunido y también disfrutaban del vino y de la conservación. Más adelante, en el camino, Galen, Steldor, Temerson y las jóvenes damas se habían juntado. El guardaespaldas de Steldor, Tadark estaba pegado a él, mientras que Halias, más discreto, mantenía una educada distancia con mi hermana. Temerson parecía descorazonado. Imaginé que, ahora que se había hecho oficial que él cortejaba a Miranna, había supuesto que Steldor dejaría de jugar de jugar con el afecto de mi hermana, pero ése no era el caso. También Galen flirteaba sin vergüenza alguna, y las jóvenes damas le reían todas las ocurrencias. Aunque yo sabía que Temerson se había ganado el corazón de mi hermana, dudé de que tuviera la habilidad necesaria para cumplir con el papel de esposo, pues no sabía si sería capaz de mantenerse en su lugar en medio de esa compañía.
Puesto que la posibilidad de soportar la popularidad de mi esposo no atraía, fui a reunirme con mi madre, Faramay, Alantonya, Lania y Tanda. Pero pronto lamenté mi decisión, pues el tema de conversación no me resultaba cómodo y ya era demasiado tarde para retirarme sin parecer maleducada.
—Koranis nos ha prohibido tajantemente que pronunciemos su nombre —decía la barones Alantonya en tono triste y preocupado cuando me acerqué—. Es peor que antes de que regresara, cuando creíamos que había muerto. Pero no podemos comportarnos como si nunca hubiéramos tenido otro hijo, y saber que está vivo en alguna parte me consume y… ¡Alteza!
Alantonya se interrumpió en cuanto me vio y me dedicó una generosa reverencia. Las demás mujeres hicieron lo mismo, a pesar de que los ojos de Faramay no dejaban de dirigirse hacia Steldor. Parecía que controlara cada uno de sus movimientos, lo cual me hacía comprender mejor el comportamiento que tenía Steldor con ella.
—Quizás Alera os pueda consolar un poco —dijo mi madre, retomando el hilo de la conversación y claramente ignorante de mi verdadera relación con el hijo mayor de Alantonya—. Ella tenía una buena amistad con Narian, y tal vez os pueda tranquilizar.
Alantonya me dirigió una mirada esperanzada con sus claros ojos azules que me desgarró el corazón. Yo no quería hablar de Narian con ella, pues mi nostalgia hacía que pronunciar su nombre ya me resultara doloroso. Pero, por otro lado, no podía ignorar la expresión de tristeza de la baronesa, pues era demasiado parecida a la mía.
—Narian…, no sé por qué Narian se marchó, ni adónde fue —conseguí decir. La baronesa mostró inmediatamente una expresión de decepción—. Pero creo que quizá regrese a Hytanica: por lo menos sabemos que no ha ido a Cokyria. Si os sirve de consuelo, él siempre habló con mucho cariño de vos, y estoy segura de que sabe que os preocupáis por él, esté donde esté.
A pesar de que mis palabras no le dieron ninguna información, parecieron calmarla, y la baronesa me lo agradeció sinceramente. A continuación expresó otra de sus preocupaciones:
—Koranis tampoco nos permite ir a nuestra casa de campo. Dice que está demasiado cerca de la frontera con Cokyria. Sé que es posible que ir implique algún peligro, pero estoy preocupada por la posibilidad de que nos roben. Recordáis, supongo, los saqueos de la última vez que estuvimos en guerra, y está tan cerca del río…
—Es mejor que vuestra familia esté en un lugar seguro —le aconsejó lady Tanda, la madre de Temerson, con tono amable. Por primera vez me di cuenta del gran parecido que había entre madre e hijo: el cabello de ella, de un color rojizo canela, sólo era un poco más oscuro que el del chico, y sus ojos marrones cálidos eran exactamente iguales.
—Sí, por supuesto. Y doy gracias de tener nuestra casa dentro de la ciudad. Pero me vi obligada a dejar atrás algunos objetos con los que estoy muy encariñada, y me gustaría enviar a alguien a buscarlos. —Los dedos nerviosos de Alantonya jugueteaban nerviosamente con su anillo de casada mientras pensaba en las pérdidas que podría sufrir—. Pero Koranis no permite que nadie vaya allá, ni siquiera uno de los sirvientes. No tengo manera de saber en qué estado se encuentra ni de comprobar hasta qué punto el peligro de saque es real.
—London a estado allí hace poco —le dije, sin mencionar el irrelevante detalle de que yo también estuve allí—. Lo llamaré: quizás os pueda tranquilizar al respecto.
Me di la vuelta sin darme cuenta de que algo en el ambiente había cambiado. Le hice una señal a mi guardia de ojos de color índigo, que se encontraba a unos pasos de distancia apoyado en una de las paredes de palacio con los brazos cruzados, como tenía por costumbre. Él se incorporó al verme y empezó a acercarse a mí cuando, de repente, se paró en seco. Ladeé la cabeza y fruncí el seño, extrañada por su comportamiento. Pero todavía fruncí más el ceño al ver que él negaba ligeramente con la cabeza y retomaba su postura contra la pared. Continué mirándolo, incapaz de creer que me estuviera desobedeciendo, pero él se negó tercamente a devolverme la mirada.
—Lo siento —le dije a Alantonya, volviéndome hacia ella—. No sé por qué se comporta de esta manera.
—No es importante, alteza —se apresuró a responder la baronesa, contradiciendo sus anteriores afirmaciones—. Estoy segura de que la casa está bien.
—Sí…, por supuesto —asentí, perpleja por el cambio en su actitud y por el extraño comportamiento de London.
Miré a las otras mujeres del corro: Faramay, que parecía no interesarse por nada que no fuera su hijo; Lania, la esposa de Baelic, que miraba con irritación a su cuñada; mi madre, que tenía la mano sobre el brazo de Tanda; y Tanda, que parecía casi triste.
—Disculpadme un momento —dije, sin saber cómo salvar ese extraño silencio y deseando obtener una explicación de mi desobediente guardia.
Me alejé del grupo y di unos pasos hacia palacio cuando me di cuenta de que London se había movido de donde estaba. Me sentí un poco tonta por haber dejado a las mujeres y encontrarme sola, así que miré a mi alrededor por si veía a London. A causa de la tenue luz del atardecer tardé un poco en localizarlo junto a Steldor, Galen y las mujeres jóvenes, cerca de una de las fuentes de mármol, vi que London se acercaba a Halias, bajo la sombra de los árboles, y, con cierta satisfacción, me di cuenta de que Tadark continuaba agobiando a Steldor; Temerson, por su parte, parecía haber abandonado toda esperanza y se había sentado, solo, en uno de los bancos que rodeaban la fuente de tres metros de diámetro. A pesar de que mi hermana no había tenido intención de abandonar a su joven pretendiente, éste se mostraba desconsolado.
Enfilé el camino en dirección al guardia de elite, que, en ese momento, se puso entre Galen y Steldor para hablar con ellos, lo cual hacia más difícil que yo pudiera abordarlo. A cada segundo que pasaba, London se mostraba más ofensivo y extraño.
—Hemos empezado a llamarlo el Caballero Borracho de Armas —le decía London a Steldor en tono insolente,
Steldor soltó una carcajada y le dio un empujo amistoso a su amigo, y Galen se lo devolvió sonriendo, a pesar de las burlas que estaba recibiendo.
—¡Eso es culpa tuya, ya lo sabes! ¡No podía dejar que el Rey bebiera solo!
Galen le dio otro empujón a Steldor, y Tadark se colocó detrás del sargento, preparado para sujetarlo si se sobrepasaba, como preocupado de que mi esposo pudiera recibir algún daño. En realidad, lo más probable era la preocupación de Tadark fuera que un incidente como ése pusiera en evidencia su inutilidad como guardaespaldas. Todos miraban con expresión divertida al Rey y al sargento de armas, que continuaban dándose empujones como adolescentes; me di cuenta de que Temerson se mostraba más animado, como sorprendido de que su comportamiento fuera más refinado que el de esos hombres que normalmente lo eclipsaban. Tiersia parecía desconcertado y London sonreía ante el jaleo que había montado…, o lo hizo hasta que se topó con mi mirada.
Me acerqué a mi guardaespaldas. Él suspiro, aceptando que ya no podía esquivarme. En ese momento, Steldor, con mirada maliciosa, le dio un tremendo empujón a Galen por el que éste cayó sobre Tadark, y éste, a su vez, cayó dentro de la fuente. Las carcajadas que eso provocó llamaron la atención de todos los demás invitados, que se acercaron para ver qué había pasado. Por un momento creí que Steldor y Galen, crecidos por la hilaridad que había despertado, se meterían en el agua con Tadark, pero consiguieron resistir la tentación, el pobre Tadark escupía y gritaba afanándose por salir del agua, rojo de vergüenza. Tan desesperado estaba por terminar con esa humillación que no atinaba a saltar fuera de la fuente y se cayó en el agua varias veces. Nadie pensó en ayudarle hasta que Steldor consiguió dejar de reír y le tendió la mano para sacarlo. Justo en ese momento apareció Cannan.
—Puedes marcharte, teniente —dijo con calma—. Ve a tus habitaciones.
—Sí, señor, gracias, señor —farfullo Tadark, abatido y agradecido a su capitán.
Tadark desapareció en palacio con la dignidad tan maltrecha como sus ropas. Cannan supo de inmediato que Steldor y Galen, que volvían a reír a carcajadas, habían sido los responsables de todo, y los miró con desaprobación. Pero algo en su expresión delataba que también él se estaba divirtiendo. Steldor le devolvió una sonrisa mansa, aunque no del todo arrepentida. Cannan meneó la cabeza y anunció a los invitados que todo estaba bien, así que el grupo que se había apiñado alrededor empezó a disgregarse. Galen le dio una palmada en la espalda a Steldor, le ofreció el brazo a Tiersia y cuando ella accedió a caminar con él, ambos se marcharon por uno de los caminos del jardín sin nadie que los acompañara. Miranna, decidida a seguir su ejemplo, se colocó al lado de Temerson con un par de brincos y lo miró con una sonrisa y un rubor tentadores. A Temerson se le iluminó la cara y la cogió de la mano; entonces los dos se alejaron en la misma dirección que Galen y Tiersia. Halias los siguió a una distancia prudencial. Antes de que desaparecieran de la vista, vi que Temerson se sacaba una cajita del bolsillo de su jubón y me pregunté cuál sería el regalo que le iba a ofrecer a Miranna.
Dahnath tiró de la manga de su hermana para apartarla de su primo y para reunirse, junto con Semari y Shaselle, con sus madres, aunque le fue difícil, pues la charla femenina no atraía mucho a la joven cuando Steldor estaba cerca. London, por supuesto, había vuelto a evitarme y había desaparecido de mi vista. Así que me había quedado a solas con el Rey, que se encontraba a unos tres metros de mí. Por un momento estuve a punto de ir con Semari y las dos hermanas, pero había reaccionado tarde y hacerlo ya no parecería un gesto natural. Incomoda, note que Steldor tenía los ojos fijos en mí, y me pregunte qué era lo que le llamaba tanto la atención.
—Deja de mirarme —le dije en tono de amonestación, y por suerte conseguí parecer más molesta que avergonzada.
Él, sin apartar la vista de mí, se acercó tanto que el corazón se me aceleró.
—No puedo —dijo con suavidad mientras alargaba la mano para juguetear con un mechón de mi pelo—. Me dejas sin respiración.
Sin esperar respuesta, esbozó una sonrisa amplia que mostraba sus dientes perfectamente blancos y se dirigió hacia su padre y su tío. Se acababa de asegurar de que ésa fuera una de las veladas más extrañas de mi vida.
Cuando Steldor decidió dar por terminada la celebración, ambos dimos las buenas noches a nuestros invitados y nos marchamos a nuestros aposentos. Él entró en la sala detrás de mí, y yo pensé que debía decirle algo. Pero en cuanto me di la vuelta, él había desaparecido en su dormitorio. Fastidiada, pensé en llamar a la puerta de su habitación, pero no quise que él pudiera interpretar mi interés de forma equivocada. Esperé un momento por si decidía volver a reunirse conmigo, a pesar de que me sentía un poco tonta allí sola, en medio de la habitación. Mientras decidía si me sentaba a esperar o si me retiraba a mi habitación, él volvió a aparecer con unas ropas menos formales. Me dirigió un rápido saludo con la cabeza y se colocó la espada en la cintura, preparándose para salir, entonces recordé la suposición de Miranna: que él podía haber buscado la compañía de otras mujeres, ya que yo no le ofrecía la mía.
—¿Adónde vas? —pregunté.
—¿Por qué lo preguntas? —contestó en un tono que parecía verdaderamente curioso mientras abría la puerta.
—Porque yo… estaba pensando en la promesa que hiciste de mantenerme la fidelidad de tu cuerpo. —Me mordí el labio inferior, ansiosa, deseando que él me respondiera—. No puedo evitar preguntarme a quién vas a ver.
Él se dio la vuelta lentamente para ponerse de cara a mí y yo levanté la vista, esperando encontrarme con su enojo o su resentimiento. Pero, al parecer, mis palabras le resultaban cómicas.
—¿Estás preocupada por la salvación de mi alma? —preguntó. Me esforcé por contestar, pero él me hizo callar con un gesto de la mano—. No lo estés. Mi alma no se encontrará en peligro hasta que nos hayamos compartido cama. La consumación es un requisito del matrimonio, ¿no es así?
Sonreí, con la vista clavada en los dibujos de la alfombra. Deseé no haber sacado el tema. Se hizo un breve silencio y luego noté su mano izquierda bajo mi barbilla. Cuando levanté la cabeza, Steldor me dio un beso largo y sensual, y su olor me invadió de tal forma que perdí el equilibrio. Pero él salió de la sala como si nada hubiera pasado entre nosotros. Su beso me dejó en un inesperado estado de placer y confusión, y me dirigí a mi habitación con paso inseguro dispuesta a irme a dormir. En esos momentos, toda la velada me parecía surrealista: la oferta de Baelic de llevarme a montar a caballo; las preguntas de Alantonya acerca de Narian; el extraño comportamiento de London; el cumplido que Steldor me había dirigido antes; el amor que había notado en su beso, y mi respuesta a éste. Sonreí, pues sabía que, aunque estaba agotada hasta la extenuación, mi mente inquieta y mi corazón agitado tardarían horas en dejarme dormir.