Capítulo 21
En un instante, Reese se abría paso entre la multitud y agarraba a Painter del brazo. Me concentré en ese gesto; Reese estaba intentando salvarme. Alejé a Aaron y le susurré con desesperación:
—Tenemos que salir de aquí ahora mismo.
Pero él estaba demasiado embobado con el espectáculo que se estaba produciendo delante de sus narices y el muy estúpido no se estaba dando cuenta del peligro que corría. Era como un enorme cachorro tonto. Dios, Painter iba a matarlo. Volvería a prisión y todo sería por mi culpa. Lo bueno era que, como después iría a por mí y no sobreviviría mucho más a mi cita, mis remordimientos serían muy efímeros. ¿Por qué no me había escuchado Aaron cuando le dije que teníamos que marcharnos?
Painter se zafó de un tirón de Reese. Al instante siguiente se cernía sobre nosotros sin que me diera tiempo a darle una explicación. Grité cuando agarró a Aaron del cuello de la camiseta, arrastrándole salvajemente hasta el centro de la sala y estrellando el puño contra su rostro. Después le golpeó de nuevo y yo volví a gritar, esta vez más fuerte, cuando Aaron cayó al suelo, seguido de Painter que clamaba venganza como un perro rabioso.
—¡Tú, capullo! —chillé, consternada y horrorizada porque aquello parecía el mismísimo infierno. Sí, debía de haberme caído por un agujero, yendo a parar directamente al inframundo, donde mis peores temores se estaban haciendo realidad.
De pronto Puck apareció de la nada, alejando a Painter de mi cita, que gemía y lloriqueaba en el suelo.
Instantes después Puck soltó a Painter y se acercó a Aaron respirando con dificultad (seguramente por el esfuerzo de intentar detener una pelea).
—Sacadlo de aquí —gruñó—. ¡Sacadlo de aquí antes de que lo mate!
—Joder —dijo Horse, asiendo a Aaron por las axilas. Empezó a arrastrarlo hacia la puerta, mientras la gente se apartaba para hacerle un pasillo.
Volví a chillar a Painter, más enfadada de lo que había estado nunca. ¿Y si Aaron presentaba cargos contra él?
¿Cómo osaba meterse en un lío como aquel?
Painter se volvió hacia mí con una expresión de absoluta decisión en el rostro, pero entonces Picnic se interpuso entre nosotros, bloqueándole el paso.
—Ni de broma, hijo —dijo.
—No es asunto tuyo —gruñó Painter. Y tenía razón, no era incumbencia de nadie. Putos moteros, eran unos imbéciles que solo se dedicaban a decir a la gente lo que tenía que hacer. Era una mujer adulta, libre para tener una cita con quien me diera la gana. PAINTER podía irse al infierno. Sí, también lo mandaría allí. Puede que él fuera el macho alfa, grande y duro, pero yo era enfermera, maldita sea. Sabía cómo matar a un hombre y cómo hacerlo de formas tan horriblemente dolorosas que me rogaría que acabara con su vida antes de terminar con él—. Ha sido ella la que ha venido aquí —añadió con desdén.
Oh, que le dieran. Que le dieran y mucho.
—¡Ni siquiera sabía dónde íbamos! —grité—. ¡Era una simple cita, gilipollas!
—Es un puto motero. Has roto las reglas, Mel. Ven aquí ahora mismo.
—No —dijo Pic con voz atronadora—. Esta noche no estoy de humor para esto. Painter, vete a casa. Melanie, tú te quedas conmigo.
Algo oscuro inundó de la habitación, una especie de tensión retorcida que no comprendí, ni tampoco me importó, porque estaba harta de todo aquello. Painter y yo necesitábamos solucionar aquel asunto de una vez por todas. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, aparté a Reese de un empujón y me lancé sobre Painter.
—¡Lo que hago no es asunto tuyo!
Painter me miró y una sonrisa lenta y terrible iluminó su cara.
—Que os den. Me tenéis harto.
Durante un instante sentí que había ganado, pero entonces Painter se acercó a mí y me miró con una intensidad aterradora.
—Te llevaré a casa, Mel —dijo, dejando entrever una ligera amenaza—. Ya hablaremos cuando lleguemos allí... por la intimidad y todo ese rollo.
Oh mierda. Miré a mi alrededor con desesperación, pero los hombres que le acompañaban permanecieron impasibles. Allí estaban todos: Ruger, Horse, Banks... Sus expresiones eran duras y en ese momento me di cuenta de que todos ellos —unos hombres que llevaban años echándome una mano— no eran mis amigos.
Eran los hermanos de Painter.
—Joder... —susurré, ahora aterrorizada.
—Sí, tal vez terminemos jodiendo.
En un abrir y cerrar de ojos me alzó en brazos, me lanzó sobre su hombro y se fue hacia la puerta. Volví a gritar, desgañitándome, mientras se abría paso entre el gentío y me llevaba hacia el aparcamiento. Al principio pensé que iríamos a por su moto, pero pasamos de largo y cruzamos la carretera.
Alcé la cabeza y miré a los aspirantes. Dos de ellos habían tumbado a Aaron en el suelo, al lado del edificio, tratando de averiguar cuán graves eran sus heridas. Un tercero se quedó observándonos, con algo parecido al asombro en la cara, mientras Painter me cargaba hasta el bosque.
Lo siguiente que supe era que estábamos entre árboles y rodeados de oscuridad. Su mano descendió hasta mi trasero y me dio un palmetazo antes de bajarme al suelo. Si no me hubiera sujetado cuando puse los pies en la tierra, me hubiera caído.
—Se acabó, Mel. Se acabó. Ahora eres mía.
En cuanto me afiancé en el suelo, le golpeé en el pecho, porque yo también podía jugar ese juego.
—No tenías derecho a hacerle daño. No te ha hecho nada.
—Ha tocado a mi mujer —gruñó Painter—. Me he hecho a un lado. Te he dado tanto espacio que podías haber construido tu propio reino, pero te advertí de lo que pasaría si regresabas a mi mundo. Por lo que a mí respecta, eso significa que eres mía. Estoy harto de toda esta mierda. Ven aquí.
Y sin más me agarró, me atrajo hacia sí y me dio un rudo beso que quise odiar tanto como quería odiarle a él. Pero el fuego que había entre nosotros, ese que nunca podría apagar, cobró vida.
Lo quería.
No, le necesitaba. Dentro de mí. Sobre mí. Llenándome, lastimándome y manteniéndome a salvo, porque mi cuerpo había decidido que le pertenecía, a pesar de que mi mente pensaba que era un error colosal. Enredó una mano en mi pelo, inmovilizándome la cabeza mientras asediaba mi boca. La otra la deslizó hacia abajo, hacia mis pantalones, apretándome el trasero con tanta fuerza que supe que al día siguiente tendría las marcas de sus dedos. Le rodeé el cuello con los brazos, él me alzó contra su cuerpo y yo le envolví la cintura con las piernas.
Estaba tan duro...
Recordé la sensación de su polla en mi interior cuando concebimos a Isabella. Cómo me reclamó y me hizo sentir tan protegida y amada antes de que todo se fuera al garete y me quedara de pronto sola y asustada. Quería volver a experimentar todas esas sensaciones; algo que solo Painter podía darme. Había intentado encontrar a alguien más, pero era como si él me hubiera roto por dentro, destrozando cualquier oportunidad de ser feliz alejada de sus caricias.
Le odiaba por eso.
Me empujó contra un árbol, embistiendo con las caderas contra mi entrepierna. Me dolió. La corteza se me clavó en la espalda y su polla presionó con tanta fuerza que sentí cada costura de los jeans. Le clavé las uñas en la espalda; si él iba a marcarme de ese modo, yo también lo haría.
Continuó moviendo las caderas con más ímpetu y de pronto ya no fue suficiente. Solté un gemido liberador.
—Fóllame.
Me apartó del árbol y me colocó sobre el sucio suelo. A continuación sentí sus manos desgarrándome la cremallera y bajándome los pantalones. Pero los tenía pegados a la piel, así que me puse a patear en un intento por quitármelos del todo ya que él iba demasiado lento. No sé por qué pensé eso porque de pronto me alzó por la cintura, me dio la vuelta y me empujó hacia delante. Aterricé sobre las manos. Después oí cómo se abría la bragueta y me agarraba las caderas, posicionándome mientras alineaba la cabeza de su erección con el anhelante espacio vacío que tenía entre las piernas.
—A partir de ahora, soy el único con el que vas a volver a follar —gruñó, penetrándome con fuerza. Su pene entró por completo, estirándome mientras gritaba de necesidad. Me dolió, pero quería más. Le odiaba—. Cómo he echado de menos esto —gimió, retrocediendo las caderas para chocar contra mí de nuevo. Me rodeó la cintura con las manos, sujetándome con firmeza y follándome con fuerza, de una forma que nunca antes había experimentado—. Jesús.
Apoyé mejor las manos y empujé el trasero hacia atrás. ¿Cómo algo tan detestable podía ser tan increíblemente bueno? ¿Cómo «él» podía ser tan bueno? Con esas manazas llenas de violencia y sus formas de cavernícola. Jamás en mi vida había estado tan excitada, cada estocada llegaba a más profundidad, encontrando nuevos recovecos y provocándome unos remolinos de dolorosa necesidad que me atravesaron de la cabeza a los pies.
Aquello no era sexo.
Era una lucha por ver quién dominaba al otro; una lucha que supe que no ganaría pero que pelearía con uñas y dientes. Con cada penetración, apretaba mi vagina para lastimarle, o para no dejarle escapar o... para qué sabía yo. El gemía con agónica satisfacción y entonces volvíamos a hacerlo una y otra vez hasta que creí que me estallaría el corazón.
De pronto me envolvió con la mano, bajó hasta el clítoris y empezó a frotarlo. Ahí fue cuando exploté.
Exploté y morí.
Perdí la visión, el pulso me latió a mil por hora y apreté cada músculo de mi cuerpo, arrastrándolo conmigo mientras le oía gritar por su propia liberación. Instantes después, un chorro de cálido semen invadía mi interior. Me hundí en el suelo, exhausta. Painter se derrumbó encima de mí. Ambos jadeamos en busca de oxígeno y poco a poco la realidad se fue abriendo paso en nuestras mentes. Sentí cómo su pene me abandonaba al tiempo que su semen corría por el interior de mis muslos.
Entonces me percaté de que habíamos vuelto a olvidarnos del preservativo.
***
Painter
Mel estaba hecha un desastre.
Estaba llena de suciedad, con la camiseta destrozada y los ojos mirando al vacío. Dios. En cuanto Picnic la viera creería que la había sacudido.
No iría mal desencaminado.
Aunque cuando regresamos a la sede, Pic no estaba esperándonos. De hecho ya no estaban la mayoría de las motos de los Reapers y tampoco había señal alguna de aquel capullo. Los aspirantes de los Silver Bastards eran lo suficientemente inteligentes como para mantener la boca cerrada, aunque vi a uno de ellos ir directo hacia la sede.
Segundos después salía Boonie, seguido de Gunnar.
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó. Sus ojos volaron hacia Mel.
—Claro —respondí—. Dame un minuto.
Mel asintió. Parecía estar en estado de shock. Tal vez lo estaba. Joder, yo también estaba un tanto aturdido, así que me pareció lógico.
—¿Qué tal? —Bonnie enarcó una ceja y después hizo un gesto en dirección a Mel—. ¿Se encuentra bien?
—Sí.
—¿Le has hecho daño?
—No —repuse, retándole a que me desafiara. Frunció el ceño y asintió—. Tengo algo que contarte, sobre el tipo con el que vino.
Me quedé inmóvil.
—¿Qué pasa con él?
—Es un traficante —dijo Gunnar. Se cruzó de brazos—. No sé si estaba teniendo una cita de verdad o la estaba usando como tapadera, pero vino aquí para recoger un envío. Llevamos unos seis meses trabajando con él. Se encarga de pedidos especiales y ese tipo de cosas. No es trigo limpio.
Asentí despacio y me volví para mirar a Melanie. Estaba parada al lado de mi moto, abrazándose de manera protectora. Durante un instante me entraron remordimientos, aunque los deseché rápidamente. Era mía. No iba a sentirme culpable por haber reclamado mi propiedad.
—¿Puede meternos en problemas?
Boonie hizo un gesto de negación.
—No es nadie importante, solo era una fuente de ingresos bastante decente. Mantendrá el pico cerrado, ha visto lo suficiente para saber que le irá mejor si no habla. Además, también he mantenido una pequeña charla con él. Por lo visto, trabaja en el mismo hospital que ella. Le he sugerido que encuentre otro empleo... rápido. Le ha parecido una buena idea. No volverás a verle el pelo.
—Gracias —dije—. Perdón por el alboroto.
—Estas cosas pasan —señaló Gunnar mirando a Melanie—. ¿Seguro que está bien?
—Lo estará —afirmé—. Y no es lo que parece.
—Mejor, porque parece que la has violado —declaró Boonie.
Negué con la cabeza.
—Más bien hemos follado duro. Confía en mí, ella ha estado de acuerdo. Ha sido salvaje y violento, pero no la he violado.
—A Darcy le aliviará mucho saberlo —dijo Boonie—. Creo que has cabreado a mi dama de lo lindo. Se marchó en cuanto desaparecisteis. Tengo la sensación de que esta noche no voy a darme ninguna alegría.
Reprimí una sonrisa, porque Darcy cabreada era algo a tener en cuenta.
—Lo siento.
Se encogió de hombros, pero inmediatamente después esbozó una sonrisa perversa.
—Me encanta el sexo de reconciliación. Buena suerte con tu chica.
—Gracias. Presiento que voy a necesitarla.
Me palmeó la espalda y nos despedimos. Entonces empecé a caminar hacia Melanie. Noté cómo me miraba todo el rato, lo que casi me reconfortó. Podía lidiar con cualquier cosa que se me pusiera por delante... excepto con ese vacío que vi en sus ojos después de follarla.
Eso sí que daba miedo.
—¿Lista para volver a casa? —pregunté.
—Llevo toda la noche lista para volver a casa. Y todavía te odio.
—Tienes que encontrar nuevos insultos. Ese ya está muy trillado.
—Que te den.
Sonreí y subí a la moto. Ella montó detrás, se apretó contra mi cuerpo y me abrazó la cintura, presionando las tetas contra mi espalda. Por retorcido que parezca, por primera vez en mucho tiempo sentí que todo iba bien.
Melanie era mía. Siempre lo había sido. Y que me condenaran si iba a compartirla con otro hombre.
***
Llegamos a su casa poco antes de la medianoche. Pic me había mencionado antes que esa noche Izzy dormiría en su casa, pero creí que era porque Mel tenía que trabajar. Por mucho que me indignara verla con ese imbécil, el resultado final estaba jugando en mi favor. Apagué el motor y esperé a que se bajara. Después la seguí hasta la casa.
—No hace falta que entres —dijo.
—Sí, claro que lo voy a hacer —repliqué—. Necesitamos quitarnos toda esta suciedad que llevamos encima y tenemos que hablar.
—¿De qué tenemos que hablar? —espetó mientras buscaba la llave en el bolsillo. La sacó y casi se le cayó al suelo, así que extendí la mano, se la quité y me encargué de abrir la puerta. Cuando entramos en su acogedora vivienda miré a mi alrededor. Izzy había quitado todos los cojines del sofá y los había colocado en línea a lo largo de la pared. Sobre ellos descansaban todas sus muñecas y animales de peluche, incluido un pequeño esqueleto del último Halloween del que se había enamorado nada más verlo. Todos estaban cubiertos por mantas, paños e incluso algunos pañuelos de papel.
—Acostó a todos sus «bebés» antes de irse a casa de London —dije. Me embargó la misma sensación de paz que siempre tenía cuando pensaba en mi hija. Dios, adoraba a esa niña.
Mel sonrió y me lanzó una mirada de puro orgullo; el orgullo que ambos compartíamos por nuestra hija.
—Siempre lo hace. Los arropa a todos y luego les cuenta un cuento. ¿También lo hace en tu casa?
—Sí.
—Tenemos una hija maravillosa.
—Quiero que vivamos juntos —declaré abruptamente. Me pasé una mano por el pelo—. Somos una familia, Mel.
Me miró fijamente, cubierta de suciedad, despeinada como si acabara de sobrevivir a un tornado.
—Estamos jodidos —dijo—. Míranos. Aquí hay algo mal, Painter.
—Acabo de tener el mejor sexo de mi vida —confesé—. Mírame a los ojos y dime que no has sentido lo mismo.
Mel volvió a mirarme pero no dijo absolutamente nada. Reprimí una carcajada, la había pillado.
—El sexo es increíble. Tenemos una hija. Admitiste que querías que me quedara; no creas que me he olvidado. Hasta donde sé, la única razón que nos impide estar juntos es que eres tan testaruda que simplemente no puedes aceptarlo y ser feliz.
—¿Y qué pasa con Aaron? —preguntó—. Le has dejado hecho papilla. Querías matarlo. Lo vi en tu expresión.
Tenía razón. Casi.
—Pero no lo he hecho —le recordé.
—Porque Puck te detuvo.
—Puede —admití—. Pero lo hizo por una razón. Ese es el motivo de tener hermanos, Mel, que velan por ti cuando eres incapaz de hacerlo.
—Sí, ya me he dado cuenta —dijo con un tono que se iba endureciendo por momentos—. Sobre todo cuando todos fingieron que no me estabas sacando de allí en contra de mi voluntad. Grité en busca de ayuda y se limitaron a mirar. ¡Qué bonito!
—Es un traficante —dije.
Aquello debió descolocarla porque parpadeó sorprendida.
—¿Quién?
—Aaron. Te estaba usando como tapadera. Fue a la sede de los Silver Bastards para recoger un envío. Drogas... o quizás armas. No me dieron detalles y tampoco me importó. Lo que me preocupa es el hecho de que si le hubieran pillado y arrestado, te habrían detenido como cómplice. Por lo que a mí respecta, no le he hecho el daño suficiente.
Se quedó inmóvil.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. Eso es lo que Boonie quería decirme.
—Mierda. —Se dejó caer sobre el sofá. Después echó la cabeza hacia atrás y se quedó mirando el techo—. Conoció a Izzy. Le regaló un unicornio de peluche. Me pareció muy dulce.
—Hijo de puta. ¿Dónde está?
Miró alrededor.
—No lo veo. Se lo ha debido de llevar a casa de London. No te preo-cupes, ya se lo quitaré a escondidas, no quiero que se lo quede. Ahora que sé cómo me ha utilizado, me niego a tener esa cosa en mi casa.
Me senté a su lado y apoyé los pies sobre la mesa de café. Ambos necesitábamos una ducha urgentemente, pero necesitábamos aún más solucionar lo nuestro. Sin embargo, ella estaba a punto de desmoronarse. Podía verlo. Dios, las mujeres eran muy complicadas.
—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió.
—Claro.
—¿Alguna vez has hecho algo parecido?
—¿Parecido a qué?
—Si has llevado algo ilegal estando con Izzy o conmigo.
Solté un suspiro. ¿Qué debía decirle? ¿Por qué no la verdad?
—Tengo un arma en la moto. Algo ilegal, teniendo en cuenta que soy un ex convicto. No me dejan llevar armas de fuego.
—¿Dónde?
—En un compartimento secreto. Ruger se encargó de montármelo. ¿Quieres verlo?
No sé por qué se lo ofrecí, pero por alguna razón me pareció lo correcto. Si lo veía con sus propios ojos, tal vez creería que le había dicho la verdad cuando le prometí que no tenía nada más ilegal.
—Sí —respondió un poco sorprendida de que no me importara enseñárselo. Bien. Puede que así confiara más en mí. Nunca se me hubiera ocurrido ponerla en peligro de ese modo—. Creo que sí.
—De acuerdo. Ven.
Salimos fuera. No había mucha luz, pero en una de las alforjas llevaba una pequeña linterna junto con un estuche de primeros auxilios, otro de costura, algunas herramientas y otros utensilios esenciales; uno nunca sabía lo que podía pasarle en la carretera.
—Eres como un Boy Scout —comentó. Percibí una nota de diversión en su voz.
—Sí, ese soy yo —repliqué riendo—. Aquí está.
Abrí el compartimento, usando el pestillo oculto y le enseñé la pequeña semiautomática que había dentro. Estaba cargada y lista para usarse y también tenía un cartucho de munición de repuesto.
—Espero que notes la falta total y absoluta de drogas —puntualicé con tono seco—. Y que sepas que tú sí que puedes llevar esta arma, solo es ilegal para mí. Si nos pillan con esto, no correrías ningún peligro.
—¿Me enseñas cómo hacerlo?
—¿Disparar el arma? —pregunté sorprendido.
Melanie dejó escapar una risita.
—No, cómo abrir tu compartimento súper secreto.
Lo cerré y la miré.
—¿Esto qué es? ¿Una especie de prueba?
—No lo sé. ¿Necesitas que te ponga a prueba? —me retó.
Suspiré, porque lo más seguro era que sí que quisiera ponerme a prueba.
—Dame la mano.
La guie y dejé que sintiera el pequeño pestillo por sí misma. A continuación observé cómo abría y cerraba el compartimento varias veces. Entonces volvimos a la casa, pero al llegar a la puerta Melanie me detuvo, poniéndome una mano en el pecho.
—Deberías marcharte ya —dijo—. Esta noche soy incapaz de hacer frente a nada más. Necesito ducharme y dormir un poco, y lo haré muchísimo mejor sin ti a mi alrededor. También es mucho más seguro para ti. Ahora que sé dónde conseguir un arma, puede que intentara matarte mientras duermes.
—Cierto. —Aunque seguía creyendo que teníamos que hablar, me di cuenta de que decía la verdad. Esa noche Mel había tenido suficiente. Se la veía agotada—. Mañana tengo cosas que hacer. Cosas importantes. Asuntos del club. Pero cuando termine, vamos a hablar. Vendré mañana por la noche,
Negó con la cabeza.
—Te llamaré cuando esté lista para hablar —protestó.
—Ni hablar. Te doy esta noche, pero mañana vamos a solucionar esto de una vez por todas. Lo digo en serio.
—Que te follen.
Me incliné y le di un beso en los labios. Algo que pareció calmarla durante un instante. Después volvió a empujarme.
—Ya lo han hecho —le recordé.
Mel frunció el ceño.
—¿El qué?
—Que ya me han follado. En concreto tú. Y ha sido espectacular. Como siempre que lo hacemos, ¿verdad?
Su expresión se endureció y me cerró la puerta en las narices.
Sin poder evitarlo, me eché a reír.