Capítulo 1
Cinco años antes.
Sur de California, centro penitenciario del estado.
Querido Levi:
Algún día tendrás que contarme cómo empezaste a pintar. Tengo la sensación de que yo te lo cuento todo sobre mi vida, pero tú nunca me dices nada. Es un poco raro. Me he planteado dejar de escribirte en más de una ocasión porque me doy cuenta de que ni siquiera nos conocemos. (Sigo sin entender por qué has dejado que use tu automóvil todo este tiempo, pero te lo agradezco enormemente —me aseguraré de cambiar el aceite y todo ese rollo.) Pero entonces sucede algo y de pronto me apetece mucho contártelo, así que, aquí me tienes de nuevo, escribiéndote.
Si no quieres, no tienes por qué responderme. Sé que crees que soy una cría, pero ya tengo veinte años y me he independizado. He tenido que parar un segundo porque Jessica ha entrado en mi habitación (este semestre hemos alquilado juntas un apartamento). Por cierto, que sepas que me lo ha contado. Me refiero a lo vuestro. Dice que no significó nada, pero no dejo de preguntarme si todavía piensas en ella en «ese» sentido. La verdad es que Jess lo está haciendo muy bien. Acabamos de terminar los cursos de verano y ha conseguido las máximas calificaciones en casi todas las asignaturas, ¡una pasada! Me siento muy orgullosa de ella, porque tiene problemas de aprendizaje y no ha debido de resultarle nada fácil. Tengo otra buena noticia relacionada con los estudios. Hoy me han dicho que me han concedido una beca completa, lo que significa que podré usar el resto de mi subvención para vivir. No tendré que trabajar este año, así que me voy a matricular en muchas más asignaturas. Si todo va bien, me transferirán a la Universidad de Idaho en enero. ¡Todo un semestre antes!
Y bueno... también ha pasado otra cosa que quería contarte. He conocido a un chico. Es muy simpático y cumplimos años el mismo día. ¡Qué gracia!, ¿verdad? Fuimos a una fiesta en su residencia y le estaban cantando Cumpleaños feliz; entonces, Jessica me lo empezó a cantar a mí también y desde entonces hemos estado conociéndonos un poco más. Hemos tenido un par de citas y me ha pedido salir.
¿Qué te parece?
¿Crees que es normal que alguien te pida algo así en tan poco tiempo? Sí, sé que debería hablarlo con Loni, pero se preocupa tanto... además, me interesa conocer tu opinión.
¿Empiezo a salir con él en serio? ¿Hay alguna razón por la que no debería?
Melanie.
P.D. Gracias por el dibujo que me enviaste. Es tan impresionante que cada vez que lo veo me parece estar allí mismo. Me encantan tus bocetos. No me imagino haciendo algo así, ni remotamente parecido.
Doblé la carta con cuidado y miré al otro lado del patio. Soplaba una brisa cálida —perfecta en realidad—, lo que me hizo pensar en Idaho, donde uno apenas podía sentarse en la calle para disfrutar de los rayos del sol.
Lo único bueno de estar en prisión era que ese invierno no se me había congelado el trasero. La gente de allí se pasaba todo el tiempo intentando escaparse unos días en busca de un poco de sol durante los meses más fríos, pero yo había resultado «agraciado» con unas largas vacaciones, y totalmente gratis. A lo lejos, Puck parecía deambular por el patio sin rumbo fijo, pero yo sabía que estaba distribuyendo su mierda y mi trabajo era vigilarle y asegurarme de que nadie notara nada mientras mi amigo hacía sus rondas.
Ahí fue cuando Fester, el príncipe de los imbéciles, vino hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Has recibido una nueva carta de Melanie? —preguntó con ojos brillantes. Me encogí de hombros e intenté no prestarle atención. El idiota, junto con Puck, era mi compañero de celda y no había día en que no me planteara seriamente darle un par de palizas—. ¿Te ha mandado alguna foto? —Quiso saber mientras se relamía los labios.
Contuve un gruñido.
—Cierra la puta boca. Como vuelva a pillarte tocando una foto suya, te mato. Y no estoy bromeando, Fester. Puck y yo ya hemos planeado cómo hacerlo.
Su sonrisa se desvaneció al instante y me miró como si hubiera herido profundamente sus sentimientos.
«Jesús, ayúdame. Solo un corte... Eso es todo lo que quiero. Solo un corte para rebanarle la lengua.»
—No lo dices en serio.
No respondí porque ese hombre tenía la mentalidad de un niño de ocho años. Un niño de ocho años peligroso y depravado que llevaba cometiendo robos a mano armada la mitad de su vida, pero creedme, intelectualmente estaba en el límite. Puck siempre me decía que tuviera paciencia con él y yo lo intentaba. Os lo juro. Pero a veces tenía que luchar con todas mis fuerzas para no cortarle la lengua.
—He tenido una idea —dijo antes de colocarse a mi lado y apoyarse contra la pared.
—Cállate de una vez y márchate.
Frunció el ceño. Pasé de él hasta que se marchó arrastrando los pies como un cachorrillo herido. Continué vigilando a Puck mientras se dirigía hacia un grupo de cabezas rapadas. Me hacía gracia que, aunque a sus espaldas le llamaban mestizo, cuando Puck tenía algo para ellos estaban más que dispuestos a perdonar sus muchos pecados contra la raza aria. Hubiera soltado una carcajada si no hubiera estado tan ocupado asegurándome de que nadie le matara.
Solo dos semanas más.
Dos semanas en aquel agujero inmundo. Después regresaría a casa, a Coeur d’Alene. A mi moto, a mi club. A mis hermanos.
A Melanie.
A la preciosa Melanie que conducía mi automóvil porque la última vez que la vi, cuando la llevé a cenar, me sentí culpable por tener que marcharme tan de repente y no quería dejarla sin medio de transporte... Dios, pensé que solo se lo prestaría por un par de días y ya hacía un año. Pero ¿a quién quería engañar? Me gustaba la idea de que estuviera usando mi vehículo, de que pensara en mí todos los días. De que me debiera un favor.
Además, tampoco me hacía mucha falta el automóvil en prisión.
Me incliné y sentí la carta en el bolsillo. Entonces me pregunté qué coño debería decirle sobre el capullo que estaba intentando colarse en sus bragas. Lo que de verdad me apetecía era aconsejarle que le mandara a la mierda, que aquel tipo no era lo suficientemente bueno para ella. Era demasiado joven, demasiado tierna y demasiado guapa para cualquier desgraciado de veinte años que lo único que buscaba era metérsela. Quizá, cuando madurara, querría algo más que sexo de una chica, aunque yo tenía cinco años más que él y seguía igual.
Además, yo tampoco era nadie para opinar sobre el asunto. Melanie apenas me conocía. Como mucho, habíamos estado ocho horas juntos y creedme cuando os digo que no tuvimos precisamente un final feliz. La había llevado en moto a su casa, había visto una película y la había llevado a cenar para evitar que se viera metida de lleno en un asunto del club, y no fue una cena especialmente agradable, no como se merecía. No, esa chica no significaba nada para mí.
Joder.
Puck me miró y me hizo un gesto con la barbilla. Había terminado. Me separé de la pared y fui andando tranquilamente hacia él. Fester intentó seguirme, pero le detuve en seco con una mirada de desdén. Otro día más, exactamente igual a los muchos que había pasado allí los últimos trece meses.
Lo malo era que en el fondo sabía que no era igual.
Hoy me había enterado de que un capullo iba detrás de Mellie y no había nada que pudiera hacer al respecto. Puede que en ese mismo instante se la estuviera follando, penetrándola hasta el fondo mientras le decía lo mucho que la quería.
Jesús.
Seguro que terminaba enamorándose de él.
Mel:
¿Sabes? He estado enviándote esas putas cartas, pero todo ese rollo es mentira. Te pregunto por tus amigos, tus clases, cómo te va... Memeces, Mel.
Aquí tienes mi cruda realidad.
Ayer apuñalé a un tipo antes de que él pudiera hacer lo mismo conmigo. Puck y yo hemos vendido mierda a una panda de racistas que creen en la supremacía blanca y luego hemos hecho otro tanto con algunos mexicanos. Hoy en la cena hemos tenido pudin de postre.
Después, me he masturbado tres veces pensando en ti.
Y eso es todo a grandes rasgos. Todo un cuento de hadas, ¿verdad?
Pensar en ti es lo único que me mantiene cuerdo, lo que no tiene ningún sentido. Apenas te toqué, aunque todavía recuerdo tu olor cuando estuviste sentada a mi lado en el sofá. Estabas temblando bajo mi brazo. Sé que la película te asustó mucho y podía haberla cambiado en cualquier momento, pero así tuve la excusa perfecta para estar cerca de ti.
Ahí fue cuando empecé a plantearme en serio la idea de follarte.
Me imaginé empujándote contra los cojines del sofá, desgarrándote los jeans y penetrándote con tanta fuerza que sintieras mi polla hasta en la garganta. Esa es la clase de hombre que soy, Mel. Y esa es la razón por la que deberías mantenerte alejada de mí.
Si me das la oportunidad, voy a arrinconarte y follarte con tantas ganas que me va a dar igual lo mucho que quieras huir de mí. Sueño con ello todas las noches, me masturbo pensando en ello y hoy he querido matar a un hombre por tener las mismas fantasías contigo que las que yo tengo. Esa primera noche le prometí a London que no te tocaría, pero llevaba horas con la polla dura. Qué bien que llegara justo cuando lo hizo; te salvó el trasero, literalmente hablando. Tuviste suerte, ¿eh?
Cuando te llevé a cenar iba a portarme bien. Intenté ser bueno. Sé que no entendiste por qué te pregunté si querías salir a tomar algo. El club no quería que te interpusieras en su camino. Ese era mi cometido, mantenerte ocupada. Le había prometido a London que no te pondría un dedo encima, pero ella nos había estado mintiendo y me pregunté si eso era motivo suficiente para exonerarme de cumplir aquella promesa.
Te aseguro que hace tiempo que dejé de tener intención de cumplirla.
Estabas hablando y sonriendo y sonrojándote de la cabeza a los pies. Tenía la polla tan rígida que casi se me partió en dos cuando me puse de pie. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no subirte a mi moto y follarte ahí mismo.
Me encantaría atarte y correrme en tu trasero y follarte la boca hasta que te atragantaras. Quiero que te recojas el pelo en dos coletas para sujetarte de ellas y mantenerte inmóvil mientras me haces una mamada. Quiero que gimas y grites mientras me lo das todo. Quiero ser tu puto amo. ¿Qué te parece, Mel? ¿Todavía te interesa saber lo que opino sobre que conozcas a otros chicos? Volveré pronto a casa. Deberías huir mientras puedas, Mel. Te haré cosas tan sucias, tan sucias, que nunca más volverás a sentirte limpia. Haré que me devuelvas el favor de la manera más ruda posible. Crees que eres mayor, pero no lo eres. Hay muchas cosas que puedo enseñarte.... Que puedo hacerte. Jesús, si tuvieras la más mínima idea, no volverías a escribirme jamás.
Yo que tú, me mudaría a Alaska.
Me cambiaría de nombre.
Te deseo buena suerte, porque te encontraré, te pillaré y te...
Joder.
Dejé el lápiz preguntándome en qué momento aquello me había parecido una buena idea. Por supuesto que no iba a enviársela. Le mandaría alguna nota educada y le diría que tuviera citas y se divirtiera todo lo que pudiera. Pero una parte de mí creyó que escribir lo que realmente pensaba me ayudaría a calmar mi obsesión por ella. En su lugar, lo que había conseguido era tener una erección de caballo. Otra vez.
Como siempre.
Empecé a romper la carta en trocitos porque no estaba dispuesto a que Fester la leyera. El muy capullo siempre escarbaba en nuestra basura como una rata. Puck tampoco debía leerla. Era mi hermano, el mejor hermano con el que hubiera podido soñar, tal y como me había demostrado miles de veces desde que nos encerraron, pero no había ninguna necesidad de que se enterara de lo calzonazos que me había vuelto.
Sí, claro... ¿A quién quería engañar?
Seguro que ahora mismo se estaba partiendo de risa con todo esto.
Me hice con otro trozo de papel, dispuesto a escribirle otra carta en donde le felicitara por sus buenas notas y le aconsejara que se echara un novio decente. Sin embargo, no me salieron las palabras. Supongo que porque estaba demasiado ocupado pensando en sus labios. Eran generosos y muy sensuales. Hechos específicamente por Dios para chupar una polla. Mi polla. Estupendo, ahora ya no solo tenía una erección, sino que, además, me dolía un montón. El pene acababa de convertirse dentro de los pantalones que llevaba en un pilar de hormigón desesperado por algo de acción.
—Te he hecho un dibujo —dijo Fester con una sonrisa bobalicona desde su litera, mientras me ofrecía un folio repleto de trazos naranjas y rojos. El rojo era la sangre que manaba de unos cuerpos que había dibujado, pero no tenía ni la más remota idea de lo que se suponía que representaban esas espirales naranjas. ¿Tal vez las voces de su cabeza?
Le gustaba hablar conmigo de su arte, como si tuviéramos algo en común. A veces casi podía entenderle. Espeluznante, ¿verdad?
—Deja a mi hermano en paz —ordenó con brusquedad Puck. Ya estaba preparado para pasar la noche leyendo un libro de historia. Francotiradores de la II Guerra Mundial. Le encantaba toda esa mierda—. Queda poco para que apaguen las luces. Guarda tus rotuladores y vete a dormir, capullo.
Fester soltó una risa tonta y yo me puse de pie dolorido. Mi litera estaba solo a tres pasos, pero cada uno me resultó más agónico que el anterior. Tenía tanta sangre acumulaba en la polla que creí que se abriría en dos. Me tumbé sobre la espalda y esperé a que las luces se apagaran.
Ahí era cuando me masturbaba.
Como todos.
Como encontrara algún resto de esperma de Fester en las fotos de Mel lo mataría. En serio. Las luces se apagaban con un ruido sordo como salido de una película. Nunca entendí cómo apretar un simple interruptor podía ser tan estruendoso.
Tan ominoso.
Segundos después ya tenía las manos bajándome los pantalones mientras alzaba las caderas. Mi polla saltó libre y me pregunté por enésima vez si sería capaz de mantener las manos alejadas de la entrepierna cuando regresara a casa.
Justo cuando empezaba a tocármela Fester soltó un gruñido.
Por Dios.
Dos semanas más.
Si tuviera un poco de decencia, la dejaría sola. Sí. Podía hacerlo. Además, seguro que aquí dentro la había idealizado. Los presos solían tener un montón de fantasías durante su estancia en prisión; fantasías que luego se desmoronaban en cuanto salían. Mel solo era una zorra más; una con mucho equipaje a sus espaldas. En realidad no la quería. Y por supuesto que no la necesitaba.
¿A quién cojones quería engañar?