Capítulo 6

Painter

La feria era un asco.

Taz se había presentado con Melanie a su lado y yo me había pasado las dos últimas horas deambulando por los distintos puestos, observándolos e hirviendo por dentro porque el muy capullo estaba haciendo todo lo que podía para joderme.

Imbécil.

Cada vez que ella se daba la vuelta, él hacía un movimiento de caderas o fingía agarrarla del trasero. Sacaba la lengua. Se llevaba la mano a la entrepierna... Lo típico de un puto pervertido. Hunter también estaba metido en el ajo, burlándose de mí en silencio en cuanto tenía ocasión. Mis propios hermanos habían resultado ser unos inútiles. Horse se limitó a poner los ojos en blanco y cuando por fin decidimos ir a la carpa de la barbacoa, Ruger comentó que si no había tenido las pelotas suficientes para reclamarla como mía, debería dejarla en paz.

Con amigos así, ¿quién quería enemigos?

La noche se estaba haciendo interminable. Me importaba una mierda el rodeo. Sí, era una forma decente de entretenerse, pero no hubiera ido allí de no ser por Melanie. Intenté llamar su atención, pero no me miró en ningún momento. Sabía que era consciente de mi presencia, porque de vez en cuando se sonrojaba. Seguro que todavía le avergonzaba lo que había pasado la noche anterior. Lógico. Pero cuanto más la veía con Taz, más difícil me resultaba mantener las distancias.

Se merecía a un hombre que fuera perfecto y ese capullo no lo era.

Por lo menos la comida estaba bastante bien. El recinto ferial disponía de un centenar de sitios para comer, pero el asador con barbacoa era el mejor. Si necesitaba una prueba que demostrara que me había vuelto loco, la obtuve cuando llegué a la fila. Delante de mí había una preciosidad que fingió tropezarse conmigo de forma accidental. Y hubiera aprovechado la ocasión de no ser porque estaba completamente pendiente de Mel y del hecho de que Taz no pudiera quitarle las manos de encima.

Diez minutos más tarde me dirigía hacia las largas mesas que habían dispuesto fuera de la carpa, llevando un plato de costillas con ensalada de patatas y pan de maíz. Me senté en un extremo. Horse se puso a mi lado, flanqueado por Marie. Ruger y su dama, Sophie, se sentaron enfrente, dejando mucho espacio para el resto. Muy pronto, Kit, Em y Hunter se unieron a nosotros, seguidos de Taz y Melanie. Las chicas empezaron a reírse cuando llegó Jessica.

Esta última parecía haber hecho buenas migas con Skid, el mejor amigo de Hunter. Puede que no me cayera muy bien, pero desde luego se merecía a alguien mejor que ese capullo. «Será mejor que no la pierda de vista.» Miré alrededor y me fijé en que Horse también estaba pendiente de Jess y Skid. Después clavó la vista en mí y ambos intercambiamos una conversación silenciosa. Jess era muy joven. Ambos la vigilaríamos. Taz se puso de pie.

—¿A alguien le apetece un trago? —preguntó, mirándome directamente—. Las chicas tienen pinta de estar sedientas. Será mejor que vaya a pedir una ronda.

El muy imbécil estaba intentando volver a emborrachar a Mel.

—Yo solo quiero agua —repuso ella.

Reprimí una sonrisa. «Jódete, imbécil. Te tiene bien calado.»

***

La cena duró una eternidad. Entre la incesante cháchara de Kit y las pequeñas pullas de Taz no sé ni cómo aguanté. Después de recoger los platos, todo el mundo se fue al baño.

Taz se puso a mi lado, silbando alegremente mientras orinábamos. Ahí fue cuando decidí que estaba hasta las narices. Al salir, le hice un gesto para que me siguiera detrás del puesto más cercano para mantener una charla privada. Lástima que se tratara de la caseta del sheriff del condado de Kootenai; el lugar menos indicado para asesinar a alguien. Qué mala suerte la mía.

—¿A qué estás jugando? —pregunté, usando el tono más calmado que pude.

—¿Te lo estás pasando bien, Brooks? Me gusta mucho Mel. Tiene un coño precioso. —Crujió sus nudillos con expresión pensativa—. Luego, cuando me la esté follando mientras tú te la machacas, me aseguraré de que tomes unas cuantas notas, para que sepas un poco de qué va el asunto.

Si me hubiera dicho eso mismo hacía un año me lo habría cargado allí mismo, sin importar que solo una lona nos separara de seis policías. Pero si algo me había enseñado estar en prisión era a controlarme. Puck y yo prácticamente habíamos estado solos en California y no podíamos permitirnos el lujo de actuar movidos por la ira. No si queríamos seguir con vida.

Así que hice acopio de todo ese autocontrol tan arduamente adquirido para no abalanzarme sobre él.

Y lo logré.

—Se acabó —dije sin emoción alguna. Me negaba a jugar su juego.

Taz enarcó una ceja.

—¿El qué?

—No seas imbécil, sabes a lo que me refiero —repliqué, cansado de toda esa mierda—. Ella no significa nada para ti, así que en cuanto nos reunamos con el resto se queda conmigo.

—¿Y por qué crees que va a ser así?

Esbocé una lenta sonrisa mientras llevaba la mano hasta el cuchillo de supervivencia que siempre llevaba enfundado en la cadera.

—Como le pongas un dedo encima, te destriparé en plena feria delante de todos. Morirás y la paz entre nuestros clubes acabará; todo porque no has querido apartar las manos de una chica que te importa una mierda. ¿De verdad quieres que todo termine así?

Se puso serio.

—Te estás marcando un farol. Sé que estás en libertad condicional. Volverás a la cárcel e iremos a por ti desde dentro —dijo lentamente.

Me encogí de hombros, casi deseando que me plantara cara. Claro que no quería pasar el resto de mi vida pudriéndome en una celda, pero matar a ese cabrón tal vez lo valiera.

—Puede —repuse, ofreciéndole la mejor de mis sonrisas—. Supongo que solo hay una forma de que lo descubras.

—¿De verdad empezarías una guerra por esa chica?

Me detuve a pensarlo.

—Sí.

Taz negó con la cabeza lentamente y finalmente alzó las manos en señal de rendición.

—Quédatela. Yo ando detrás de su compañera de piso. Solo quería fastidiarte un poco.

Sentí cómo se me relajaban los hombros. Lo habría hecho sin dudarlo; le habría matado si volvía a tocarla. Jesús.

—Deberías buscar ayuda —dijo Taz. Parecía preocupado.

—¿Te refieres a un loquero? —pregunté, reprimiendo una sonrisa—. Sí, ya hablé con uno en prisión. No nos llevamos muy bien.

—Estaba pensando en una buena puta —replicó con una sonrisa—. Qué más da un coño que otro. Caliente, húmedo y apretado, eso es lo único que importa, ¿no?

Mierda. ¿Por qué había tenido que decir eso? Ahora solo podía pensar en el coño de Mel, que estaba completamente convencido era material de primera calidad en todos los sentidos.

En ese momento sonó mi teléfono. Lo saqué y encontré un mensaje de Horse.

Horse: ¿Todo bien? Todo el mundo ha vuelto a las mesas.

Yo: Voy para allá.

Volví a mirar a Taz.

—¿Todo arreglado?

Él asintió.

—Sí, sí —respondió él—. Pero en serio, deberías reclamar a esa chica. Ese tipo de locura puede resultar muy peligrosa si das con el tipo equivocado. Y así los demás también sabríamos cómo están las cosas antes de hacer nada.

Fruncí el ceño porque no estaba preparado para dar ese paso. Todavía quería lo mejor para ella. Alguien agradable, con un trabajo estable, que la llevara de viaje a Hawái cada dos años y le lavara el automóvil los sábados por la mañana. Por desgracia, cada vez que me imaginaba a aquel hombre, terminaba muerto bajo mis pies.

Tal vez era cierto eso de que tenía un complejo.

***

Cuando nos unimos al resto, el rodeo estaba a punto de comenzar. Aunque no era un gran aficionado a ese deporte, no podía negar que ver a un tipo intentando permanecer sobre una de esas enormes reses durante ocho segundos tenía su aquel. Y las reinas del rodeo tampoco estaban mal con esos jeans tan ajustados. Me acerqué a Mel y esbocé una sonrisa siniestra.

—Taz está ocupado —le dije, pasando por alto el hecho de que el susodicho se encontraba a menos de dos metros de nosotros, sin hacer absolutamente nada—. Te quedas conmigo el resto de la noche.

Se puso a toser, ahogándose un poco, así que le di un ligero golpe en la espalda mientras el resto del grupo no nos quitaba ojo de encima, claramente divertidos con nuestro pequeño asunto sentimental.

—¿Es que no tenéis una vida con la que entreteneros? —pregunté molesto.

—No —respondió Kit con los ojos bien abiertos—. Continuad.

Puto engendro del diablo.

Mel la miró y le sacó el dedo corazón. Joder, eso me puso a mil. Los altavoces cobraron vida en un poste alto que había en el recinto ferial.

—Amigos, el rodeo comenzará en unos quince minutos. Ahora es el momento de comprar alguna bebida o aperitivo y tomar asiento.

Todos se dirigieron hacia las gradas, perdiendo su interés en nosotros. Menos mal. Taz se puso al lado de Jessica, un detalle que no sorprendió especialmente a Mel. Interesante. Además, si Taz se liaba con Jess, una cosa menos por la que preocuparme. Puede que el tipo fuera un capullo, pero al menos no era un puto sociópata como Skid.

Habíamos llegado demasiado tarde para pillar buenos asientos, pero todavía quedaba mucho espacio en la parte superior de las gradas cubiertas. Haciendo caso omiso de los ceños fruncidos de nuestros acompañantes, llevé a Mel hasta el final. Después me senté entre ella y el resto del grupo, mirándole el trasero todo el tiempo.

—Voy a por una cerveza —anunció Horse—. ¿A alguien le apetece una?

Asentí y levanté las caderas lo suficiente para sacar la cartera que llevaba unida a una cadena. Extraje un par de billetes y se los di. Horse y Marie bajaron las escaleras en dirección a la barra, junto con Kit, que se encargaba de suministrar alcohol a las masas casi con fervor religioso. Eso dejó un espacio considerable entre nosotros y el resto del grupo que me vino de maravilla.

—Sabes que Taz es un mujeriego, ¿verdad? —dije a Mel con los ojos puestos en la arena, donde las reinas y princesas del rodeo montaban en círculos, preparando a sus caballos. Se ruborizó y se negó a mirarme. Sí, todavía seguía avergonzada por lo sucedido la noche anterior.

—En realidad no es asunto tuyo... pero sí, soy consciente de ese detalle —susurró—. Reconozco que anoche estaba borracha y me comporté como una imbécil en el arsenal, pero ahora estoy sobria y normalmente no soy tan tonta.

—No creo que seas tonta —señalé—. Solo quería advertirte.

—Creo que ya me advertiste lo suficiente anoche. Estoy aquí porque Kit casi me ha obligado a venir. Esa chica es maquiavélica.

Mi polla cobró vida al recordar aquella «advertencia». Respiré hondo y me advertí mentalmente que abalanzarme sobre ella en público sería considerado como una violación de mi libertad condicional, seguro que sí.

—¿No se supone que las chicas siempre os apoyáis las unas a las otras? —pregunté, luchando contra la oleada de lujuria que se había apoderado de mí—. Y que conste que creo que Kit es la reencarnación del demonio. Esa bruja se pasó años haciendo de mi vida un infierno.

Melanie soltó una risita encantadora antes de mirarme con timidez a través de sus pestañas.

—Si ese es el caso, ¿cómo te convenció para venir a la feria?

Me aclaré la garganta, sin querer entrar en detalles. Ni loco iba a contarle la verdad.

—¿Importa? —Volví a mirar a la arena. ¿Dónde cojones se había metido Horse con la cerveza?

—Siento mucho lo de anoche. De verdad —dijo ella con voz tan baja que casi no pude oírla.

—¿Qué? No, no te preocupes por eso. —Deseé no haber sido tan duro con ella. Estupendo, ahora esa palabra había conseguido que pensara en otras «durezas» que quería introducir en ella. La noche anterior había estado tan excitado y ella estaba allí, de rodillas en la hierba, a oscuras... igual que en las miles de veces que me había masturbado imaginándomela. No me quedó más remedio que ponerle fin... aunque tuviera que hacerle daño.

—Estabas muy borracha. No quise aprovecharme de ti.

Joder, había sido un imbécil.

—No te aprovechaste de mí. Déjalo ya. Sin daño no hay castigo.

—De acuerdo —susurró.

Nos quedamos sumidos en un silencio incómodo. Quería preguntarle por sus estudios, por cómo le iban las cosas con Jess y su vida juntas... También quería saber si al final salió con el capullo del que me escribió; ese que quería ir en serio con ella demasiado pronto.

El mismo acerca del que le aconsejé que le diera una oportunidad porque era un puto masoquista.

—Vuestra cerveza —dijo Horse, pasándome dos botellines de Bud—. Que aproveche.

Después se sentó a mi lado. Le miré y vi cómo Marie se acurrucaba sobre su costado. Dios, hacían una pareja estupenda. Me entraron ganas de vomitar. Abrí un botellín y se lo di a Mel, que me miró sorprendida.

—Anoche estaba demasiado borracha —me recordó—. Creía que estabas enfadado por eso.

Sí que lo había estado. Y mucho. Sobre todo porque Taz estaba tocando algo que me pertenecía. Pero claro, ella no me pertenecía y nunca lo haría. Abrí el otro botellín y le di un buen trago.

—Haz lo que te dé la gana. —Me encogí de hombros—. Me da igual.

Su rostro se ensombreció y apartó la mirada. «Deja de comportarte como un capullo, imbécil.» Le agarré de la mano, con la intención de darle un pequeño apretón o alguna otra tontería similar. Sin embargo, en cuanto le toqué la piel mi cerebro sufrió un cortocircuito. Era tan cálida y suave… Quería meterme dentro de ella, y no de la manera en que estáis pensando, pervertidos.

Bueno, sí, también quería hacer eso.

—Lo siento —le dije con voz suave—. Lo que quería decirte, Mel, era que me daba igual si te tomabas o no la cerveza. Soy un capullo, pero no tengo ninguna intención de fastidiarte la noche.

Esbozó una leve, casi temblorosa sonrisa mientras sus dedos envolvían los míos y me daba un pequeño apretón que os juro que fue directo a mi polla.

Los altavoces volvieron a la vida.

—Por favor, pónganse en pie para recibir a Josina Bradley, de Coeur d’Alene, que será la encargada de cantar el himno nacional —anunció el presentador antes de que los jinetes entraran al galope en la arena con banderas estadounidenses apoyadas en los estribos. Todos los presentes que llevaban sombreros de vaquero se los quitaron cuando las reinas y princesas del rodeo se detuvieron en una larga fila en el centro de la pista, con la misma precisión que los hermanos del club cuando montábamos en grupo.

En cuanto sonó la música, tomé a Mel de la mano —eso era lo que hacían los amigos, ¿no?— y la sostuve así todo el tiempo que duró la canción y el himno nacional canadiense que le siguió. A nuestro alrededor la gente empezó a animarse, pero nosotros nos quedamos en silencio. Supongo que os podría contar lo difícil que es disimular una erección frente a una multitud de personas o las diferentes formas en que comencé a imaginármela follándomela. Justo ahí y en ese momento. En las gradas. En el baño.

En la caseta del sheriff... Oh, sí.

Os prometo que fue así. Sin embargo, aquello no fue lo que más me marcó. Lo que mejor recuerdo de todo fue tenerla a mi lado, sujetando su mano, oliendo su aroma y sabiendo que estaba a salvo, perfecta y preciosa.

Y que esa noche, era toda mía.

***

Melanie

Estaba como en un sueño, allí sentada al lado de Painter, agarrada a su mano mientras contemplábamos el rodeo. Por supuesto que seguía avergonzada por lo sucedido en el arsenal, pero su presencia parecía colmar ese extraño anhelo que llevaba sintiendo desde el momento en el que le conocí, como una especie de ansia dolorosa en mi interior que por fin se veía satisfecha. (Bueno, no del todo satisfecha, pero ya sabéis a lo que me refiero.)

Al lado de él, toda la gente del club reía, hablaba y aplaudía. Nosotros, sin embargo, nos quedamos en silencio. No sabía nada de él, pero tenía miedo de abrir la boca y meter la pata, de romper esa especie de hechizo en el que parecíamos habernos sumido. Así que me senté y me quedé mirando la prueba de lazo y la carrera de barriles, saboreando cada segundo que pasaba en su presencia. Era plenamente consciente del costado de su pierna presionando la mía y sentí cada centímetro de la calidez y fuerza que emanaba de su extremidad con tal intensidad, que de haber tenido el coraje suficiente, habría extendido la mano y clavado los dedos en ella. Pero conseguí controlarme; ya me había puesto bastante en evidencia las últimas veinticuatro horas.

Cuando Painter me rodeó con un brazo me dije que debía disfrutar de aquel contacto; al fin y al cabo estaba oscureciendo y empezaba a tener frío. (Mentira, estábamos a casi treinta grados y estaba sudando, pero ¿qué podía hacer una chica en esas circunstancias?)

Durante uno de los descansos, sus dedos comenzaron a acariciarme el hombro. Todo alrededor olía a él. Un atisbo de sudor masculino que me resultó de lo más seductor. El cuero de su chaleco. Un ligero aroma a cerveza; no demasiado, pues solo se había tomado un par en el transcurso de la noche.

Quería inclinarme sobre él y olisquear su cuello.

Los Devil’s Jacks y los Reapers que estaban con nosotros se fueron animando cada vez más y haciendo más ruido, aunque no tanto como para resultar molestos; sin embargo no me pasó por alto la manera en que la gente intentaba guardar las distancias con nosotros. En realidad lo entendía. Todavía recordaba lo que sentí la primera vez que vi a London con Reese; me pareció un monstruo. Pero, entonces, el monstruo me acogió y me dio un hogar, así que no era la más indicada para juzgar a nadie.

Apoyé la cabeza en el hombro de Painter y antes de darme cuenta me dejé llevar mientras él seguía acariciándome el brazo. En un momento dado, le puse la mano en el muslo, a pesar de las buenas intenciones que había tenido anteriormente. No era que fuera a manosearle, pero sí que quería sentirlo. Sus fuertes y potentes músculos se tensaron bajo mi tacto. Y cuando digo que se tensaron me refiero exactamente a eso. No estaba nada relajado, ni siquiera un poco. Painter era fuerza y poder contenidos esperando a liberarse en un estallido de violencia o… Mejor no pensar en ello.

Dios, cómo le deseaba.

Cuando empezó la monta del toro, ya había caído en la neblina inducida por Painter. Miré con ojos adormilados cómo las grandes camionetas Dogde Ram entraban en la arena para retirar los barriles.

—Damas y caballeros, ha llegado el momento que estaban esperando. ¿A alguno de los presentes le gusta la monta del toro?

La multitud gritó enardecida, aplaudiendo mientras la música sonada a todo volumen por megafonía.

—En el rodeo del norte de Idaho siempre dejamos lo mejor para el final y esta noche veremos a diez valerosos hombres enfrentándose a los ocho segundos más peligrosos de todos los deportes. En primer lugar tenemos a James Lynch, llegado desde Weezer, Idaho. Este es su tercer año en el circuito y esta noche viene dispuesto a conseguir un premio. ¿Le animamos a conseguirlo?

A nuestro alrededor la gente comenzó a gritar de nuevo y la música volvió a subir de volumen. Me senté un poco más erguida y observé cómo dos hombres entraban andando y se colocaban a ambos lados de la puerta contra la valla trasera, listos para la acción. Uno de ellos me resultó familiar, aunque a esa distancia no podía asegurarlo del todo. Segundos después la puerta se abrió y el toro salió enloquecido con Lynch encima, agarrándose con todas sus fuerzas al pretal con una mano y alzando la otra al aire mientras el inmenso animal intentaba quitárselo de encima. Me quedé sin aliento, contando en la pantalla cómo pasaban los ocho segundos más largos de la historia.

Casi lo había conseguido, cuando el toro se retorció y Lynch salió volando por los aires. Uno de los hombres que habían estado flanqueando la puerta se interpuso al instante entre el animal y el jinete caído para distraer con su cuerpo a la bestia. El otro, agarró al hombre y le ayudó a ponerse de pie.

Dios bendito.

Lynch corrió hacia la valla y saltó sobre las barras metálicas, donde otros hombres le estaban esperando para tirar de él. Unos jinetes irrumpieron en la arena y fueron hacia el toro para obligarlo a entrar por la puerta que había al otro extremo.

Todo aquello duró como mucho veinte segundos.

—Otra vez será, James —anunció el locutor—. Ahora vamos a dar un aplauso a los muchachos que se ocupan de la seguridad en el rodeo y que están esta noche con nosotros. Acabáis de verlos en acción. Estos atletas tienen encomendada una tarea de lo más difícil, porque de ellos depende proteger a nuestros competidores cuando caen al suelo. Además, lo hacen a la vieja usanza. Esta noche es especial para uno de ellos... pues por primera vez durante este fin de semana, está actuando para el público de su localidad. Chase McKinney es de Coeur d’Alene, nacido y criado en este mismo pueblo. Chase, ¿cómo te sientes al estar aquí esta noche?

El público gritó extasiado mientras uno de los vaqueros alzaba la mano, saludando hacia las gradas antes de levantar el pulgar hacia la zona donde se encontraba el locutor. En ese momento entendí por qué me había resultado tan familiar; habíamos ido juntos al instituto, aunque él era unos años mayor. Cuando yo entré, era uno de los estudiantes de último curso. No es que le conociera mucho, pero sí que estaba acostumbrada a verlo en nuestro centro de estudios. Más allá de Painter, vi cómo Em y Kit se ponían de pie, riendo y gritando como monos enloquecidos.

—El siguiente es Gordo Gallagher, un experimentado jinete de Calgary, Alberta —continuó el presentador al tiempo que Chase retrocedía hacia la puerta—. Esta noche va en busca de puntos y premios en metálico. Seguro que se alegrará si logra irse a casa con ambos. ¡Denle una calurosa bienvenida al estilo del Norte de Idaho!

Todos volvimos a gritar y aplaudir. Y así sucesivamente fuimos viendo cómo jinete tras jinete intentaban mantenerse encima de las distintas reses los ocho segundos de rigor. Solo lo consiguió la mitad, por lo que los vaqueros que se ocupan de la seguridad estuvieron bastante ocupados. Uno tras otro, se interpusieron entre los toros y los competidores, protegiendo a los vaqueros con sus cuerpos. ¿Por qué narices querría alguien exponerse de esa manera a propósito?

Era una auténtica locura.

Aunque yo también me estaba volviendo un poco loca mientras los dedos de Painter me recorrían los hombros y brazos y presionaba su pierna contra la mía. Cuando le llegó el turno al último jinete de la noche, estaba sumida en una bruma de deseo que no desaparecería así como así.

—Damas y caballeros, un aplauso para Cary Hull —exclamó el presentador—. Verán, hemos dejado lo mejor para el final, ya que Cary es el ganador del rodeo del año pasado. Desde entonces, se ha convertido en uno de los finalistas del circuito y lleva esperando toda la noche para mostrarles de lo que es capaz.

En la arena Hull se colocó sobre la rampa listo para montarse encima del toro. Entonces la bocina sonó y hombre y bestia irrumpieron en el centro de la pista.

Al principio no me di cuenta de que algo iba mal. Se suponía que en un rodeo los toros daban sacudidas. Pero este parecía más salvaje, más enloquecido que los otros. No es que sus ojos estuvieran brillando enrojecidos —no era algo tan ominoso—, pero sí que daba miedo. El vaquero se aferraba a él como si le fuera la vida en ello, flanqueado por Chase y su otro compañero, que intentaban anticipar el próximo movimiento del animal.

Y ahí fue cuando todo se fue al garete.

De pronto, el toro dio un salto enorme, mucho más alto de lo que jamás había visto. Tan alto que no parecía real. El cuerpo del jinete voló, dando una voltereta en el aire. En teoría, ahí era cuando debía caerse al suelo, pero no lo hizo. El toro volvió a sacudirse y en esa ocasión el jinete se desplomó sobre uno de sus flancos, lo que enfureció aún más a la bestia.

Hasta ese instante, creía que Hull se aferraba al animal por pura testarudez, pero me di cuenta de que estaba atrapado, sacudiéndose impotente mientras el toro intentaba matarlo. La multitud se quedó en silencio. La bestia volvió a rebelarse, con mayor ímpetu esta vez, huyendo de los vaqueros que intentaban flanquearlo desesperadamente. Chase corrió por un lateral, tratando de alcanzar al jinete mientras su compañero distraía al animal.

No funcionó.

En menos de un segundo, el toro bajó la cabeza dispuesto a propinar una embestida mortal y cargó contra Chase, que le agarró por los cuernos, lanzándose hacia arriba y sobre su espalda en un movimiento que no creí humanamente posible. A continuación golpeó con fuerza al animal —sobre la cresta de su espina dorsal— y consiguió atrapar la cuerda que mantenía enganchado al jinete. Entonces todos contemplamos horrorizados cómo el toro volvía a saltar.

Hull consiguió liberarse, rebotando al caer contra el suelo.

Enrabietado, el toro se impulsó hacía atrás, girando en el aire y estrellándose con fuerza sobre un costado.

Justo encima de Chase.