Capítulo 20

Un mes después.Domingo por la tarde.

—¿Más rosa? —preguntó Jessica a Izzy.

La niña rio desquiciada, se hizo con el bote de azúcar rosa y lo sacudió sobre la parte superior de los cupcakes. Precisamente hacía un par de semanas había leído un artículo científico en el que se demostraba que, según parecía, no había ninguna relación entre la ingesta de azúcar en los niños con el comportamiento enloquecido que a veces mostraban.

Las mentiras de la ciencia.

—Hay más cobertura que bizcocho —señalé, inclinándome sobre la encimera de la cocina.

—Esa es la mejor parte —dijo Sherri después de olisquearlos—. La razón del bizcocho es sostener la cobertura, por eso lo horneas.

—Tú no eres la que va a tener que aguantar a una niña con sobredosis de azúcar toda la noche.

—Ni tú tampoco —dijo Jess con una clara indirecta—. Hoy la bomba de relojería le toca a Painter, lo que significa que tienes la noche libre. Sin embargo, algo me dice que no tienes una cita con ningún macizorro ¿Por qué no tienes novio, Mel? Eres guapa, inteligente, tienes un sueldo decente... No deberías quedarte sentada sola en casa. —Enarcó una ceja para enfatizar sus palabras.

Abrí los ojos y señalé con ellos a Izzy, en un gesto tácito que dejaba a las claras que no quería hablar de ese asunto enfrente de mi hija.

—No creas que te saldrás con la tuya tan fácilmente —apuntó Jess con voz siniestra—. Izzy, ¿has terminado?

—Sí —respondió mi pequeña, sonriéndonos de oreja a oreja. Tenía la mitad inferior del rostro lleno de cobertura. No, la cara entera. Hasta tenía un poco en el pelo.

—Necesitas un baño antes de que llegue papá —le dije—. ¡Vamos!

—¡Papá dice que puedo comer patatas fritas! —anunció con orgullo. Después se bajó de la silla y se fue hacia el cuarto de baño.

—Tenemos que hablar de esto —me advirtió Jess—. Tienes veinticinco años. Si no ejercitas tus partes femeninas, se van a oxidar. ¿Quieres tener una partes femeninas oxidadas?

—¿Qué son las partes femeninas? —preguntó Izzy.

—La tía Jessica hoy no está de lo más acertada —dije con tono remilgado—. Métete en la bañera. Ahora mismo voy para allá.

Izzy parecía confusa, pero entonces se sacudió como un cachorro y se marchó para el baño.

—¡No puedes decir ese tipo de cosas delante de Izzy! —exclamé—. Mira lo que has conseguido. Seguro que me hace la misma pregunta cuando esté Reese... o Painter.

Jess volvió a enarcar una ceja y me miró desafiante.

—Si movieras el trasero y encontraras a un hombre, no tendría que decirte este tipo de cosas.

Miré a Sherri esperando encontrar una aliada en ella. Estaba rebuscando en el frigorífico de la cocina. Instantes después sacaba una cerveza con aire triunfal.

—A mí dejadme en paz... Yo solo me estoy preparando para presenciar el espectáculo —dijo una con una sonrisa enorme.

Desde el cuarto de baño me llegó el sonido familiar del grifo del agua abriéndose.

—Tú tampoco tienes novio, Jess.

—Cierto, pero salgo. Me acuesto con hombres. El fin de semana pasado me follé a Banks. Estoy en el mercado, Mel. Igual que Sherri.

La aludida alzó su botellín e hizo un gesto de brindis.

—Ese nuevo vigilante de seguridad me ha vuelto a preguntar por ti. —Alzó las cejas—. Le gustas y quiere llevarte a cenar. Le pedí su número por si te animabas. ¡Vamos a llamarle!

—¡Mamá! ¡Mi patito ha hecho una caca negra y asquerosa! —gritó Izzy desde el baño.

Jess volvió a enarcar una ceja.

—Eso no ha sonado muy bien.

Suspiré.

—Vuelvo enseguida. No cometáis ninguna maldad en mi ausencia.

Jessica puso los ojos en blanco y Sherri se rio.

Encontré a Izzy desnuda, de pie en la bañera, mirando fijamente varios trozos de una especie de molde de aspecto desagradable flotando en la superficie de la bañera.

—¡Puaj! —exclamé, sacándola de allí—. ¿Dónde está el patito?

—Lo he puesto a descansar —me dijo con voz muy seria. Señaló un pequeño pato vestido de motero situado en el borde de la bañera. Se lo había regalado Painter; lo trajo de una de sus salidas con el club, en un rally de Seattle.

Agarré el pato y lo examiné. Efectivamente, del agujero que tenía en la parte inferior colgaba un pedazo de algo francamente asqueroso.

Moho.

—Cariño, lo siento mucho, pero este pato tiene que irse. —Me preparé para la consiguiente pataleta, pero Izzy me sorprendió, ya que asintió con firmeza.

—No me gustan los patos que hacen caca.

—Sí, hay un montón de cosas que no me gustan de ellos —acordé.

Con un trozo de papel higiénico fui recogiendo los trozos de moho del agua y los tiré por el desagüe. Ahora tendría que desinfectar a fondo la maldita bañera —¡qué alegría!—, menos mal que era una experta en esos menesteres. Puede que Izzy fuera toda una princesita en lo que a ropa y colores se refería, pero en cuanto a las porquerías, mi hija se igualaba a cualquier chico. (Ya le había encontrado en un par de ocasiones dos casas de gusanos cuidadosamente construidas en vasos de plástico con cortinas hechas con pañuelos de papel. Incluso se las había llevado a dormir por la noche con sus respectivas camas de lombrices. Qué asco.)

—¡Te daré una ducha rápida! —exclamé mientras intentaba alcanzar un par de paños.

Izzy se quedó observando cómo los depositaba en el fondo de la bañera ahora vacía. Después la coloqué encima de ellos, me puse de pie y agarré el cabezal de la ducha. Tenía un práctico y largo cable pensado específicamente para momentos como aquel. Painter lo había instalado después de que nuestra hija se pusiera perdida de barro y tuviéramos que limpiar los restos que dejó en la bañera.

—Cierra los ojos —avisé antes de echarle agua para quitar los residuos de cobertura. No me llevó mucho tiempo. Un poco de gel y champú, un enjuague rápido y terminamos. La envolví en una tolla y la sequé antes de enviarla a vestirse.

—¿Puedo saber lo que era la caca de pato? —preguntó Jessica cuando regresé a la cocina.

Habían estado ocupadas. Habían retirado los restos de cobertura, limpiado la mesa y Jess ahora estaba colocando con cuidado los cupcakes en un molde.

—Moho —espeté. Jessica hizo una mueca de asco—. ¡Oye, cualquier día lo uso en un enema!

—Dios, ¿te acuerdas de aquel tipo mayor que vino con una obstrucción? —inquirió Sherri—. Nunca había visto tanta mierda en toda mi vida. ¡Qué manera de salir!

—Tenéis el trabajo más repugnante del planeta —declaró Jess—. En serio, no entiendo cómo podéis hacerlo.

—Hablando de eso, ¿puedes cambiarme el turno del jueves por la tarde por el de la noche? —quiso saber Sherri—. Una de mis compañeras de instituto está embarazada y vamos a celebrar la fiesta para su futuro bebé.

—No sé —dije—. Tendré que buscar a alguien que cuide de Izzy esa noche. Su canguro habitual está fuera de aquí esta semana. Tal vez pueda Loni, pero ya la va a cuidar el miércoles.

—Seguro que puede —dijo Jess a toda prisa—. Y si no, puedo venir yo.

—Perfecto —dijo Sherri—. Y te haré también el turno del miércoles por la noche.

Fruncí el ceño.

—No me hace falta. Izzy tiene planeada una fiesta de pijamas con Loni y Reese.

—Sí que te hace falta. —Sonrió con malicia—. Porque tienes una cita. Con Aaron. Te va a llevar a cenar a Callup y como ninguno de los dos tiene que trabajar el jueves por la mañana, después os iréis de fiesta.

—¿De qué narices estás hablando? —pregunté, con una profunda sensación de frío en el estómago.

—Le enviaste un mensaje cuando Izzy se estaba bañando —explicó Jessica—. Le dijiste que Sherri te había sugerido que os pusierais en contacto. Él te pidió una cita... En realidad todo ha sido muy dulce. Le gustas mucho y creo que a ti también te gusta. Al menos esa es la impresión que le diste en tu mensaje, pues coqueteaste con él y fuiste un poco traviesa.

—Me has dejado impresionada —confirmó Sherri—. No conocía esa faceta tuya.

Las miré a ambas, preguntándome si Painter me ayudaría a hacer desaparecer dos cadáveres sin dejar prueba alguna.

Seguramente.

—Dame mi teléfono.

Jess me pasó una de las monstruosidades rosas en su lugar.

—Únete al lado oscuro, Melanie. Tenemos dulces.

—No voy a salir con él. En cuanto a lo otro, que te den, son rosas y yo odio el rosa.

—Por supuesto que no tienes por qué ir a la cita —se apresuró a decir Sherri—. Pero llegados a este punto te va a resultar un poco violento dar marcha atrás. ¿Sabes? Vas a herir sus sentimientos. Cree que estás interesada en él. Y seamos sinceras, Mel. Es muy guapo.

Miré el cupcake, imaginándome al vigilante de seguridad. Aaron. Aaron Waits. Parecía un buen tipo y Sherri tenía razón, era muy guapo. No tan grande y duro como Painter, pero tampoco tan pulcro y acicalado como el maldito dentista.

—No veáis esto como una señal de que lo que habéis hecho está bien... —dije por fin, mientras me hacía con el cupcake.

—Por supuesto que no —dijo Jess. Intentó no regodearse, aunque fracasó estrepitosamente—. Es culpa de ese trastorno del control de impulsos que tengo. Me resulta tan difícil no sucumbir a la tentación… Tendré que contárselo a mi terapeuta en cuanto lo vea.

—No te atrevas a ponerme esa excusa. —Di un mordisco a la monstruosidad rosa. Estaba muy buena; tenía la cantidad exacta de cobertura. Odiaba que no fuera lo bastante gruesa—. Llevas años sin ir a terapia y eres perfectamente capaz de controlar tus impulsos cuando quieres.

Era cierto. Y hubiera sonado mucho mejor si mis palabras no hubieran venido acompañadas de migas a diestro y siniestro.

—¡Tachán! —gritó Izzy, entrando a la carrera en la cocina.

Llevaba su vestido nuevo de princesa; verde, gracias a Dios. Con esos tirabuzones se parecía a la princesa Mérida de Brave pero en rubio. Como Painter y yo teníamos el pelo liso nunca me había imaginado que ella lo tendría rizado, pero estaba preciosa.

—¡Estás guapísima! —dijo Sherri. La levantó en brazos y se puso a dar vueltas con ella—. ¿Por qué te has puesto tan elegante? ¿Es que tienes que acudir a un baile?

—No, papá va a enseñarme cómo disparar una flecha con un arco —explicó toda orgullosa—. Estoy lista. Dice que una chica tiene que saber cómo defenderse en este mundo.

—¿Está enseñando a la niña a usar armas? —preguntó Jess en voz baja—. ¿Por qué no me sorprende?

Asentí. Ojalá hubiera tenido en ese momento un arco y una flecha. No sabía a quién dispararía antes. Si a Jessica o a Painter.

O tal vez a Sherri.

Solo esperaba no tener que usarlo también con Aaron.

***

Miércoles por la noche.

—¿Seguro que no te importa? —pregunté a Loni—. Me siento un poco mal por haberte pedido que la cuides mientras tengo una cita. Se suponía que esta noche tenía que trabajar. No quiero abusar de ti.

Loni puso los ojos en blanco.

—No te preocupes —dijo—. Además, a Reese le ha surgido un asunto en el club. No llegará hasta tarde. Me alegro de que salgas por ahí, eres joven. Deberías divertirte y sabes que me encanta ejercer de abuela. Seguro que Reese mañana se levanta temprano para hacer tortitas a la pequeña. Al final, con todo esto salgo ganando.

Aquello me hizo sonreír. Para ser un hombre que se quejaba todo el rato de estar rodeado de mujeres, Reese siempre estaba sospechosamente disponible cuando necesitaba una niñera. Izzy sabía que podía hacer con él lo que quisiera.

Que Dios me ayudara cuando fuera una adolescente.

Desde la calle nos llegó el sonido de una Harley. Miré a Loni.

—¿Venía también Reese? —pregunté.

Negó con la cabeza.

—¿No será Painter? —sugirió.

—No, hoy no le esperaba.

—¡Papi! —gritó Izzy. Salió disparada hacia el salón—. Puedo oír su moto. —Saltó sobre el sofá y miró a través de la ventana delantera—. Ese no es papi.

Me incliné y eché un vistazo. Se trataba de Aaron —mi cita—, montado en una enorme Harley negra.

—Oh, joder —mascullé—. Es un motero.

Loni y yo intercambiamos una rápida mirada. Ella conocía la regla de Painter de «nada de moteros», aunque creía que era una tontería. Lo sabía porque me lo había comentado en más de una ocasión.

—Esta noche estarán ocupados con un asunto del club —señaló—. Así que no deberías encontrártelo.

Eso esperaba.

Aaron llamó al timbre. Me obligué a sonreír y fui a abrirle. Todo aquello estaba empezando a resultarme violento e incómodo, como si le estuviera engañando. La cara de satisfacción que vi en su rostro tampoco ayudó.

—¿Lista? —preguntó—. He traído la moto, el trayecto hasta Callup en esta época del año es impresionante. Pararemos por el camino y cenaremos en el Bitter Moose. ¿Has estado alguna vez?

—No —admití—. Es la primera vez que oigo hablar de él.

—Te encantará —dijo. Algo en su tono me desilusionó. Tal vez que ni siquiera se molestara en decirme qué tipo de comida servían, o preguntarme si me apetecía ir—. Y después iremos a una fiesta con algunos amigos. Por cierto, estás espléndida, pero creo que deberías cambiarte.

—Gracias. —Miré mi falda. «Qué detalle que me hayas avisado con tanta antelación, capullo.» Vaya, ahora me estaba comportando como una bruja. A muchas mujeres les encantaría que un tipo se presentara en la puerta de su casa con una moto. Además, puede que Sherri le hubiera dicho que me encantaban los moteros o algo parecido—. Mmm, vuelvo enseguida. Esta es Loni, es... es como si fuera mi madre. Y mi hija, Izzy.

Aaron se arrodilló y miró a Izzy a los ojos.

—La amiga de tu madre, Sherri, me ha hablado mucho de ti. Me ha dicho que te gusta mucho el rosa, así que te he traído una cosa.

Se llevó la mano al bolsillo y sacó un pequeño unicornio de peluche con una suave melena rosa y una cola del mismo color.

—¡Qué bonito! —suspiró Izzy alzando la mano para hacerse con el peluche.

Aaron me miró y me guiñó un ojo. Mi mal humor se evaporó al instante, junto con todas mis dudas.

—Vuelvo enseguida —repetí—. ¿Qué se dice, Izzy?

—¡Gracias!

Tal vez esa noche no fuera tan mala.

***

Aaron tenía razón; la tarde era perfecta para un paseo en moto y el trayecto desde el paso del 4 de Julio hasta Silver Valley fue increíble. A pesar de mis dudas, la cita iba bien. Mejor que cualquiera de las que había tenido en mucho tiempo. Pero seguía sin sentir la misma química instantánea que experimenté con Painter. Qué más daba, ningún hombre era perfecto, ¿verdad?

Habíamos llegado al restaurante —más un pub que otra cosa— a las siete y media y tuvimos una cena decente. El Bitter Moose no era nada lujoso, pero tenía su ambiente. Era uno de esos restaurantes temáticos antiguos, pero en este caso sin trampa ni cartón. Según el artículo impreso en los pequeños menús de papel que había en el centro de cada mesa, el edificio había sido originalmente un burdel de la época de la fiebre del oro, más tarde se convirtió en un hotel y ahora era el dueño el que vivía arriba.

Para cuando terminamos de cenar eran cerca de las nueve. La iluminación se había vuelto más tenue y la música sonaba más alto. Varias parejas se levantaron y comenzaron a bailar. Para mi sorpresa, Aaron logró convencerme para que nos uniéramos a ellos. No era tan intenso y sudoroso como en un club de verdad, pero sí que me divertí y cuando quise mirar el reloj ya había pasado una hora.

—¿Te apetece descansar un rato? —preguntó Aaron. Asentí—. ¿Agua o algo un poco más fuerte?

—Agua estará bien.

Sí, mejor.

Nuestra camarera ya se había encargado de limpiar la mesa, pero dejó el agua y aproveché para darle un buen sorbo. Agradecí lo mesurada que estaba siendo la cita. Sentía que podía relajarme. Aaron parecía menos tranquilo, pero sonrió lo suficiente como para que dejara de preocuparme.

—Debiste de tener a Izzy con poco más de quince, ¿no? —dijo, inclinándose para que pudiera oírle por encima de la música—. Porque pareces muy joven para ser madre.

—Tenía veintiuno —respondí un tanto ruborizada—. Admito que no fue planeado, pero al final ha ido bastante bien. Ahora no me imagino la vida sin ella. ¿Tienes hijos?

Negó con la cabeza.

—Joder, no. Me casé nada más terminar el instituto —explicó—. Éramos unos críos y terminamos divorciándonos el año pasado, aunque seguimos siendo amigos. ¿Te resulta raro?

—No me puedo imaginar siendo amiga de mi ex —reconocí—. Estamos todo el rato peleándonos. Pero tengo que admitirlo, es un padre fantástico y también me ayuda un montón.

—¿Todavía sientes algo por él? —preguntó Aaron.

«Sí.»

—No —contesté con firmeza—. En absoluto. Solo quiero mantenerme lo más alejada de su camino. Fue bastante... intenso. Pero como te acabo de decir, es muy buen padre. Es artista.

Aaron me miró divertido.

—Eso sí que es raro.

—No, para nada. —Sin saber muy bien por qué, me sentí ofendida—. Es un artista fabuloso, tiene un talento innato. Sus cuadros se venden por todo el país y hay gente que también le hace encargos.

Aaron alzó las manos en señal de rendición.

—No quería cabrearte.

Mierda. ¿Qué me pasaba?

—Lo siento, supongo que me lo he tomado por el lado que no era.

—No pasa nada —aunque ahora me miraba de forma inquisitiva—. ¿Seguro que no sigues colada por él?

—Es complicado —admití un tanto incómoda.

—De acuerdo entonces. Supongo que pediré la cuenta —dijo—. De todos modos tenemos que irnos. He quedado con alguien en la fiesta, sobre las diez y media, tiene algo que necesito recoger.

—Antes de que nos marchemos tengo que ir al baño. —Deseé haber cerrado la boca sobre Painter. Aunque ni siquiera estaba ahí, no podía mirar a Aaron sin compararlos a ambos.

—Perfecto. ¿Por qué no vas mientras pago? —sugirió Aaron. Después extendió la mano y tomó la mía—. Oye, ¿todo bien?

—Por supuesto. —Esbocé una sonrisa que no sentía—. Espérame en el aparcamiento, ¿quieres?

—Muy bien.

Sonrió de una forma que se suponía debía de ser seductora. Yo le devolví el gesto con otra sonrisa mucho menos significativa. Mierda, qué incómodo me estaba empezando a resultar. Ahí estaba yo, teniendo una cita con un hombre decente y, sin embargo, no sentía nada por él. ¿Por qué?

Qué fastidio.

Supe que iba a decepcionar a Jessica y Sherri porque era imposible que esa noche me fuera a casa con Aaron Waits. Esperaba que, por lo menos, en el trabajo no nos sintiéramos demasiado raros el uno con el otro.

Al fin y al cabo, era un buen tipo.

Aunque claro, el dentista también me lo había parecido.

***

Callup era una localidad pintoresca.

Y pequeña. Bastante pequeña, con una antigua calle principal con todo tipo de edificios de piedra. Parecía algo recién salido de uno de esos documentales cortos que se exhibían en las salas antes de las películas hacía muchas décadas. El tipo de lugar donde veías unos pocos vehículos, pero sobre todo caballos, y donde no se oía ningún ruido.

La atravesamos despacio y luego continuamos por una vieja carretera unos tres kilómetros más, hasta que vi un edificio de hormigón que había conocido tiempos mejores. Frente a él se extendía una larga hilera de motos aparcadas con varios tipos que llevaban chalecos de cuero. Entonces contemplé un mural en la pared exterior; uno que se parecía mucho a los trabajos de Painter. Era la imagen de una calavera con un gorro minero y con las palabras «Silver Bastards MC».

No.

Joder, no. Aquello era malo. Peor que malo. Lo más malo que me podía pasar.

Teníamos que salir de ahí cuanto antes porque aquel era el club de Puck, el mejor amigo de Painter.

Ajeno al peligro que corría, Aaron se detuvo en un extremo del aparcamiento de grava, bastante alejado de lo que tenían que ser las motos de los miembros del club. Un tipo con chaleco de aspirante se dirigió hacia nosotros y ahí fue cuando me di cuenta de que tenía treinta segundos antes de que mi mundo se desmoronara a mi alrededor.

—Tenemos que irnos —le dije a Aaron sin bajarme de la moto.

Se volvió hacia mí y frunció el ceño.

—Pero si acabamos de llegar —repuso confundido.

—No, no lo entiendes. —Estaba a punto de tener un ataque de pánico—. Estamos en la sede de un club de moteros. No puedo entrar ahí.

Aaron esbozó una dulce sonrisa que rayaba la condescendencia y dijo:

—No te preocupes, tengo amigos dentro. No tienes por qué tener miedo. Yo te protegeré.

—Mi ex en un miembro de los Reapers —dije—. Si se entera de que estoy aquí vamos a tener problemas.

Frunció el ceño.

—No me habías dicho nada.

—Porque no pensé que fuera relevante. Ahora sí. Vámonos.

—No —replicó, ahora con voz más dura—. Tengo que ver a mi amigo y recoger algo.

—Entonces llévame al pueblo y déjame allí. Te esperaré.

—Oye —dijo el aspirante mientras se acercaba a nosotros. Nos miró y noté cómo Aaron se ponía tenso—. ¿Hay algún problema?

—Ninguno —se apresuró a aclarar Aaron—. Soy amigo de Gunnar. A mi cita le da un poco de corte entrar en la sede. Supongo que no está acostumbrada a estar rodeada de moteros.

Dios, pero qué imbécil que era. Abrí la boca para decirle lo que pensaba de su comentario pero volví a cerrarla inmediatamente después. Estaba claro que Aaron no me iba a llevar de vuelta al pueblo, lo que significaba que no me quedaba otra que pasar por el aro. Podía funcionar; quitando a Puck, no conocía a nadie de los Silver Bastards. Si tenía suerte, tal vez el amigo de Painter ni estuviera allí esa noche.

Y si estaba, siempre podía esconderme en el baño o en algún otro sitio. Cuando llegara a casa llamaría a Painter para contarle lo sucedido. No le debía ninguna explicación, pero bravuconadas aparte, no quería discutir con él por una tontería como aquella. No después de la debacle de Greg. El que fuera inocente no iba a salvarme si Painter se ponía hecho una furia.

Aaron me miró esbozando una tensa sonrisa. Estaba claro que quería que mantuviera la boca cerrada. Hasta ahora nos lo habíamos pasado bien, pero estaba empezando a pensar que tal vez no era el tipo tan majo que creía. Sherri iba a tener que oírme.

Se acabaron las citas a ciegas.

—Gunnar está dentro —dijo el aspirante sin quitarnos el ojo de encima ni un minuto.

Me bajé de la moto y me quedé quietecita como una buena chica mientras Aaron hacía otro tanto. Cuando empezamos a caminar hacia la puerta me agarró de la mano y me dio un apretón que se suponía estaba destinado a calmarme. Varios hombres enormes que estaban alrededor nos miraron y en la hilera de motos creí reconocer a alguien.

Oh, por favor.

Era uno de los aspirantes de los Reapers, y donde había aspirantes había miembros de pleno derecho. Contemplé las motos más de cerca, empezando a sentir un nudo en el estómago. Reconocí la de Reese y la de Horse. Y cuando vi la obra maestra pintada de azul oscuro supe que estaba completa y absolutamente jodida.

Painter estaba allí.

Me detuve en seco e intenté zafarme de la mano de Aaron.

—Tenemos que irnos —siseé con los ojos abiertos.

—No hasta que haya recogido mi mierda. —Aunque intentaba parecer relajado, me apretó la mano con fuerza—. Si tu ex pertenece de verdad a un club, deberías saber que es muy mala idea discutir conmigo delante de ellos. Haz lo que te digo y no pasará nada. Estás siendo un poco exagerada.

—Lo siento Aaron, pero no tienes ni idea de lo que estás hablando. Mi ex está ahí dentro y no puede verme contigo. Esa es su moto, justo la de ahí.

Aaron frunció el ceño y por primera vez noté en sus ojos que empezaba a comprender la situación.

—De acuerdo, hagámoslo rápido —dijo—. Pero no puedo dejarte aquí fuera, has venido conmigo y ni de broma voy a dejar a mi cita sola en un lugar como este. Nos iremos en cuanto encuentre a Gunnar.

Durante un instante pensé en hacerlo por mi cuenta. Bastaba con que le diera una patada en la espinilla y saliera corriendo, rodeando el edificio, pero la estupidez más grande que podía cometer, aparte de ir a una fiesta de los Silver Bastards con un completo extraño, era montar una escena. Así que respiré hondo unas cuantas veces y le seguí dentro. Tal vez pudiera esconderme en algún rincón y pasar desapercibida. Dios, ojalá pudiera.

El lugar estaba lleno.

Había chicas por todas partes; chicas con tops diminutos, con biquinis e incluso unas pocas sin nada arriba. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había exhibido el pecho con tal desenfado. Cuando era pequeña, por supuesto. Suspiré. Algunas llevaban bandejas con bebidas, mientras que otras estaban sentadas en los regazos de los moteros más grandes y fornidos que hubiera visto en mi vida.

La mayoría de ellos portaban los colores de los Silver Bastards, aunque también parches de los Reapers. No muy lejos de mí estaba Reese. Comprobé horrorizada cómo una chica que debía de ser más joven que yo se acercaba, se abrazaba a su cintura y le acariciaba el pecho con el mentón.

Durante un segundo se me paró el corazón.

¿Estaba engañando a London?

Oh, joder, joder, joder. Aquello iba de mal en peor.

Reese frunció el ceño y apartó a la chica con la suficiente dureza como para dejarle claro que no estaba interesado. La chica debía de estar hecha de piedra o algo parecido porque se volvió como si nada a otro hombre y empezó a hacerle exactamente lo mismo. Un hombre al que, gracias a Dios, no reconocí.

Aquello era una pesadilla.

—¡Gunnar! —gritó Aaron.

Un motero enorme con el chaleco de los Silver Bastards se volvió hacia nosotros. Llevaba el pelo, del mismo tono oscuro que su barba, recogido en una coleta y tenía unos ojos intensos que me examinaron de arriba abajo antes de esbozar una sonrisa que envió un escalofrío a toda mi espina dorsal.

Oh, Dios mío.

Sí, estaba tan bueno como Painter, aunque no era igual... ¿Por qué no podía Sherri arreglarme una cita con alguien así? La idea era completamente absurda, porque ya tenía demasiados moteros en mi vida.

Aaron comenzó a andar hacia él.

Seguía sin ver señales de Painter. Tal vez consiguiera llegar al día siguiente.

Bajé la cabeza y crucé los dedos. Puede que al final saliéramos indemnes de aquella...

—Me alegro de verte —dijo Gunnar—. ¿Quién es la chica?

Aaron me rodeó los hombros con un brazo de forma posesiva y casi pude oler el aire de satisfacción que irradiaba por cada poro de su cuerpo. Qué dulce, ¿verdad? Estaba orgulloso de tenerme como cita. ¿Cómo se podía tener un comportamiento tan suicida? Dios. En la distancia oí el sonido de un cristal rompiéndose que detuvo la música y cualquier conversación a nuestro alrededor. Alcé la mirada, presintiendo el peligro, y oí la voz de Reese.

—Espera, hijo.

Le miré. Seguí la dirección de su mirada y en el otro lado de la estancia me encontré con Painter.

Furioso.

Venía hacia nosotros, con mirada asesina.