Capítulo 11

Me desperté poco a poco, estirándome sobre el colchón como un gato satisfecho.

Los rayos de sol llenaron la habitación del tamaño de una cabina y fragmentos de luces multicolores brillaron sobre las paredes con paneles de madera a través de los prismas que había colgado en la ventana. Pertenecían a mi madre, que los había dejado atrás cuando se marchó. Estiré la mano para alcanzar el teléfono, captando una rápida imagen de los restos de pintura que me quedaban en la cara.

Entonces los recuerdos irrumpieron en tropel en mi mente.

Painter.

Sí, Painter.

Había tenido sexo con Painter. Y sexo del bueno. Miré en dirección a la almohada que había a mi lado y encontré la huella que había dejado. Sin embargo, no había señal alguna de él. ¿Se habría marchado? Me avisó de que no era de los que solía comprometerse, ¿pero de verdad nuestra amistad se iba a desmoronar tan fácilmente?

No, tenía que concederle el beneficio de la duda. Por lo que sabía, muy bien podía estar abajo, preparándome el desayuno.

Me incorporé lentamente —siendo muy consciente del interesante dolor que tenía entre las piernas—, encontré mi albornoz y me dirigí al baño, intentando no pensar en la cantidad de chicas con las que se habría acostado para acto seguido salir corriendo de sus camas. Tampoco me había hecho ninguna promesa.

Dios, era una imbécil.

Me había dejado el teléfono abajo, así que ni siquiera sabía qué hora era. Todavía temprano. Tal vez me habría dejado algún mensaje.

Me detuve un instante en el baño —«Madre mía, necesito una ducha urgente para quitarme toda esa pintura de encima»— y fui abajo en busca del teléfono móvil.

El aparato no estaba ni en la mesa de café ni en el comedor —mala señal—, aunque sí que oí ruidos en la cocina, e incluso me llegó el aroma a beicon frito. Durante un segundo tuve la breve fantasía de que se trataba de Painter. Pero no, eran Jessica y Taz. El Devil’s Jack estaba apoyado sobre la encimera, bebiendo una taza de café que alzó en mi dirección con una sonrisa a modo de saludo.

—Buenos días —dijo—. ¿Te lo pasaste bien anoche?

Lástima que no le conociera lo suficiente para sacarle el dedo corazón, porque deseaba hacerlo. Jess se apartó de los fogones, blandiendo en una mano mi espátula roja favorita como si fuera un arma y con la otra apoyada en la cadera que había ladeado de forma beligerante.

—Estás hecha un asco —dijo después de echarme un rápido vistazo. Nada nuevo, teniendo en cuenta que acababa de ver mi reflejo en el espejo del baño. La pintura se había secado y desmenuzado, con lo que parecía un lagarto mudando de piel, así que no podía culparla por sus palabras—. ¿Por qué le dejaste entrar? ¿No te llegó el mensaje en el que te avisaba? No me puedo creer que te hayas acostado con él. ¿Es que te has vuelto loca...?

—Oye, Jessica —la interrumpió Taz—. Cierra el pico. No es asunto tuyo.

Jessica abrió la boca asombrada. Entonces entrecerró los ojos y se volvió hacia él.

—No eres más que un rollo de una noche, no pienses ni por un momento que tienes derecho a…

Taz la agarró tranquilamente de la nuca y tiró de ella para darle un beso. De alguna manera se las arregló para levantar un pulgar detrás de la espalda de mi amiga mientras yo trataba de contener la risa. Jess había estado tan apagada después de lo que fuera que le pasase en California… Me encantaba ver cómo volvía a mostrar señales de vida, ¿pero eso de meterse en lo mío con Painter? Sí. No era asunto suyo.

Fui al salón para continuar buscando el teléfono. El de Jessica estaba al lado de la televisión, así que me hice con él para llamarme. (Mi amiga llevaba usando la misma clave de acceso desde que tuvo su primer teléfono; una clave que descifré hacía años.) Sin embargo, antes de que me diera tiempo a terminar de marcar, el sofá vibró, avisando de la llegada de un mensaje de texto. Mi teléfono se debió de caer entre los cojines.

Lo saqué de allí y encontré varios mensajes de Painter.

Painter: Mel, estabas dormida así que he salido a comprar algo para desayunar. Enseguida estoy allí.

Painter: No sé lo que te gusta, de modo que he pedido para ti un café con leche.

Painter: Vuelvo en cinco minutos.

Sonreí, sintiendo cómo se liberaba una tensión que ni siquiera era consciente de que se hubiera instalado en mi pecho; no había salido corriendo después de lo de la noche anterior. No solo eso, estaría aquí en menos de cinco minutos... ¡y yo todavía parecía un lagarto leproso!

Oh, no. No iba a permitir que me viera con esas pintas.

—¡Voy a ducharme! —grité a pleno pulmón, esperando que Jess no estuviera demasiado ocupada follándose a Taz como para no dejar entrar a Painter. Era un riesgo que tenía que correr, pero ni de broma iba a abrirle la puerta de esa guisa.

Nuestra bañera era uno de los mejores detalles que tenía la casa; era una de esas bañeras grandes y antiguas con patas. Estaba rodeada por una cortina de ducha ovalada que colgaba del techo y siempre que me metía en ella me sentía de lo más sofisticada. Bueno... hasta que abríamos el grifo del agua. Entonces las cosas podían ponerse un poco feas. Como compartíamos el mismo sistema de cañerías con el resto de nuestros vecinos, el agua caliente no era precisamente algo que pudieras dar por garantizado. Eso significaba que si alguno de los habitantes de las otras viviendas tiraba de la cadena, abría un grifo o incluso pestañeaba demasiado fuerte, el agua fría estallaba sobre cualquiera que tuviera la desgracia de estar bajo la ducha en ese momento. Por una vez, tuve suerte y empecé a ducharme con un chorro de agua lo suficientemente caliente y generoso como para llevarse los restos de pintura que me caían como arroyos por el cuerpo.

Tras limpiarme la mayor parte de los brazos y torso, me detuve a pensar cómo lo haría con la espalda cuando una mano atravesó la cortina de la ducha. Solté un grito, pero inmediatamente después entró Painter, cubriéndome la boca con la suya para amortiguar el ruido. El beso fue tan duro, ardiente y tan cargado de deseo que me puso de cero a cien en menos de un segundo.

Los chicos con los que había salido en el instituto nunca me habían besado así.

Ni siquiera un poco.

Pero por muy fantástico que fuera aquel beso, no era suficiente. Antes de darme cuenta empecé a acariciarle de arriba abajo por los costados, para terminar ahuecándole el trasero. Aquello hizo que su polla se frotara contra mi estómago, aún resbaladizo por el jabón que había usado para quitarme la pintura.

Painter se separó de mí, poniendo fin al beso.

—Joder, eres increíble —jadeó. Me alzó y me obligó a envolverle la cintura con las piernas en un movimiento fluido. El contraste de nuestras pieles (la suya tan pálida y la mía bronceada) resultaba muy llamativo. Tendríamos unos hijos preciosos.

Un momento. ¿De dónde había salido aquello?

Antes de que pudiera detenerme a considerar semejante pensamiento, su boca volvió a apoderarse de la mía. Me retorcí sobre él e instantes después su pene empujaba contra mi hendidura deslizándose en mi interior.

Me sorprendió que me doliera más que la otra vez.

Era un dolor placentero —más bien un estiramiento—, pero definitivamente la noche anterior me había dejado secuelas. Entonces sus caderas se retiraron para propinarme otra potente embestida. Debía de ser muy fuerte para sostenerme de esa manera. ¿Quién era capaz de hacer algo así en la vida real?

Con cada envite me penetraba más profundo. Ahora besarse se había vuelto demasiado complicado —necesitaba concentrarme en las sensaciones que bullían entre mis piernas—, así que en su lugar le mordí en el hombro, sintiéndole y oyéndole gemir al mismo tiempo. Todo iba demasiado rápido y estaba cerca. Demasiado cerca. Lo único que necesitaba era un poco más de...

Un chorro de agua helada cayó sobre nosotros con la fuerza de un camión.

—¡Me cago en la puta! —gritó Painter, resbalándose. Como tenía las piernas enredadas en su cintura me arrastró con él y ambos caímos en la bañera. En ese instante en lo único que pude pensar fue en lo mucho que se iba a reír de mí Jessica. Cerré los ojos, preparándome para el golpe que nunca llegó porque Painter se las arregló para girar en medio del aire, protegiéndome. Entonces chocamos contra un lateral de la bañera juntos, en una maraña de extremidades y agua muy fría.

—¿Estás bien? —jadeé mientras intentaba incorporarme. Painter parpadeó un par de veces; se le veía un poco aturdido.

—Sí, creo que sí —respondió, apoyando un brazo a un lado de la bañera—. ¿Sabes? Me lo estaba pasando de muerte hasta que nos cayó ese chorro de agua fría.

Jessica irrumpió en el baño a trompicones hasta que se detuvo delante de la bañera. Justo detrás venía Taz.

—¿Estáis bien, chicos?

—Estábamos duchándonos —contestó Painter con tono seco—. Ahora nos estamos bañando.

—Bonitas tetas —bromeó Taz.

—Pervertido —espeté, tratando de cubrirme con la cortina. Ahí fue cuando la estructura ovalada que colgaba del techo se desplomó, enviando la cortina y trozos de metal al suelo, que cayeron estrepitosamente a nuestro alrededor.

En ese momento el agua pasó de estar helada a ardiendo, por lo que grité sorprendida. No sé muy bien lo que pasó a continuación, solo algo relacionado con Taz riéndose, Painter tapándome con una toalla y Jessica bajando las escaleras sobre el hombro de Taz.

***

Painter

Bueno, por lo menos Taz se lo pasó en grande.

Capullo.

Tras aquel desastre de baño, seguí a Mel hasta su dormitorio; ella envuelta en una toalla y yo desnudo con la ropa en la mano. A pesar del incidente de la «ducha que cayó sobre nuestras cabezas mientras el agua nos torturaba» seguía caliente como el infierno y dispuesto a retomarlo en el punto en que lo habíamos dejado.

Se acabó eso de ser solo amigos.

Lo que podía suponer un problema, pues tenía la sensación de que Mel no era de esas a las que les gustaba aquello de «amigos con derecho a roce» y yo no era precisamente de los que se comprometían con una relación a largo plazo. No obstante, la idea de tener que marcharme de allí y dejarla así como así no me hacía ninguna gracia. Seguramente necesitábamos sentarnos tranquilamente a hablar del asunto, pero Gage me había enviado un mensaje de texto hacía una hora en el que me decía que necesitaba que estuviera en Hallies Falls por la tarde. Lo que me dejaba unos veinte o treinta minutos como máximo antes de dar un beso de despedida a Mel y sin saber cuándo regresaría.

Así que tendríamos que hablar rápido.

Aunque también podía follármela directamente.

Tal vez aquella fuera la última oportunidad que tendría que hacerlo.

Pensé en todo aquello mientras entramos en su habitación. Allí me sentía como en otro mundo, como si estuviéramos en un lugar donde la realidad no nos afectara y todo fuera perfecto.

—Bueno... —Se volvió hacia mí con una sonrisa en los labios mientras jugueteaba con el borde de la toalla que le cubría los pechos—. En tres cuartos de hora tenemos que estar en la feria. ¿Alguna idea de cómo podemos pasar el rato antes de irnos?

Adiós a la idea de echar otro polvo, porque ahora sí que la iba a cabrear de lo lindo. Me había olvidado de la promesa que le hice sobre ayudarla, aunque gracias a Dios que recordé comprar más pintura facial. La noche anterior habíamos arrasado con ella.

Suspiré. Había llegado la hora de armarse de valor y mantener «la charla».

—Me han cambiado los planes —empecé, sintiéndome un auténtico capullo. Nada nuevo, aunque la culpa que acompañaba a aquellas palabras sí que lo era. No es que que me esforzara por ser un capullo, me salía de forma natural.

Melanie frunció el ceño y apretó la toalla contra sí.

Definitivamente no iba a echar otro polvo. Puto Gage.

—¿Qué pasa? —preguntó con cuidado—. Sé que no me has prometido nada sobre lo nuestro, pero creía que...

—No. Es por un asunto del club —expliqué—. Ya sabes que tuve que viajar hace poco. Pues me acaban de llamar y decirme que tengo que volver a salir. Y como tengo que hacerlo en una media hora, necesito ir a recoger mis cosas. Así que no podré ir a la feria contigo.

Ladeó la cabeza y me miró inquisitiva.

—¿Me estás dando la patada? —preguntó con voz muy seria—. Porque si es así preferiría que tuvieras la decencia de decírmelo directamente en vez de mentirme.

—No. Por supuesto que no te estoy dando la patada —me apresuré a decir. Cómo deseaba encontrar las palabras que explicaran cómo me sentía con todo aquello—. Mira, soy un gilipollas. Lo sé. Pero tengo que irme de verdad y no sé cuándo regresaré. Te prometo que voy a seguir en contacto contigo y que te mandaré todos los mensajes que pueda. Solo espero que no te formes ninguna opinión sobre lo nuestro hasta que vuelva. Sé que Jessica está deseando comerte la cabeza con mil historias sobre mí... y muchas serán verdad, no lo dudes. Pero esto es entre tú y yo. De nadie más.

Asintió lentamente con la cabeza.

—No lo haré.

El alivio que sentí fue lo suficientemente intenso como para asustarme. Nunca antes me había preocupado por alguien de esa manera. Dios, comparado con esto lo que sentía por Em no había sido nada. ¿Por qué estaba tan obsesionado con esta chica?

—No estaba enamorado de Em —solté de repente.

—¿Qué?

«Poco a poco, imbécil. Poco a poco.» Pero ya que me había metido de lleno, ¿por qué no seguir?

—Seguro que te han contado que estuve dando falsas esperanzas a Em durante mucho tiempo. Y sí, lo hice, y después la perdí. Pero quiero que sepas que no estaba enamorado de ella. Creo que lo que me atraía era la idea de emparentarme con el club. Pic ha sido como un padre para mí... Supongo que quería hacerlo oficial.

—Ya veo… —dijo despacio, aunque se notaba que estaba confusa. Por Dios, lo estaba estropeando todo.

—Mira, sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero no quiero que estés con ningún tipo mientras esté fuera.

Durante un instante su rostro reflejó una emoción que no supe identificar. ¿Satisfacción, tal vez?

—Y si decido hacerlo, ¿qué hay de ti?

—¿De mí?

Mel puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

—¿Saldrás con alguien?

—Yo no salgo —sentencié. Por su expresión me di cuenta de que no me había hecho ningún favor con esa frase—. Pero tampoco me follaré a nadie, si es a eso a lo que te refieres.

Me acordé de la hermana de Marsh y del plan que teníamos al respecto. ¿Podría mantener mi palabra? ¿Contaría si lo hacía por el club?

—Está bien —dijo Mel después de un buen rato, con una tímida sonrisa en los labios.

Durante un instante me perdí en sus ojos. Después me acerqué y tiré de ella para besarla. Sus brazos me rodearon la nuca y la tumbé sobre el colchón. Aquello resultó más difícil de lo que os imagináis porque llevaba una de esas toallas enormes que le daba al menos tres vueltas. Todo eran capas y capas de felpa. Joder, aquello era mejor que un cinturón de castidad.

—Esto es como desenrollar un burrito —espeté frustrado.

Mel se echó a reír, lo que tampoco ayudó, porque ahora estaba retorciéndose y era incapaz de encontrar el borde de la maldita toalla.

—Deja que me ponga de pie —dijo sin aliento—. Así nunca lo conseguirás.

Tenía razón. La solté y me tumbé sobre el colchón mientras la veía incorporarse.

Mel se dio la vuelta y me miró por encima del hombro en un gesto que me pareció de lo más seductor y adorable; una combinación que no siempre funcionaba. Sí, los conejitos son adorables, pero no por eso quiero follarme a uno. «¿Pero qué coño te pasa? Mellie se está desnudando delante de ti... ¡y en lo único que piensas es en conejitos!»

Tal vez tenían razón, puede que necesitase ayuda profesional.

Ahora Mel tenía la toalla completamente abierta, aunque todavía la sostenía. Parecía una de esas chicas que salían en los calendarios Harley. Toda curvas y con gotas de agua por todo el cuerpo.

—Eres la cosa más bonita que he visto en toda mi vida —conseguí decir. Y lo decía completamente en serio—. No tengo ni de idea de cómo he podido tener la suerte de terminar aquí contigo, pero quiero que sepas que tienes mi agradecimiento eterno.

«Dios, ¿ahora me había crecido un coño?»

Eché un rápido vistazo a mi entrepierna para comprobarlo, ya que la mierda que acababa de soltar sonaba a la típica frase de las tarjetas Hallmark. No, seguía teniendo mi polla ahí abajo; una polla que estaba encantada con las habilidades con la toalla de Mel.

Volvió a ofrecerme esa sonrisa suya y dejó caer la toalla al suelo. Esperé a que se diera la vuelta y se acercara a mí; tenía planes para ese coño y, aunque tenía prisa por saborearlo, también iba jodido de tiempo. Tenía que aprovechar el momento.

Sin embargo, Melanie no se giró. En lugar de eso, se puso de rodillas lentamente sin mirarme todavía. Me apoyé sobre los codos y vi cómo estiraba la espalda y empujaba el trasero sobre mí. A continuación se arrastró lentamente por el suelo haciendo un círculo hacia mí. Como Catwoman, pero desnuda y mucho, mucho más caliente.

Yo tenía las rodillas colgando a un lado del colchón. Mel se irguió, agarró sus pechos y se los apretó mientras se lamía los labios.

Creo que durante un microsegundo llegué a perder el conocimiento, no estoy seguro.

Si existía un Dios en el cielo, estaba a punto de sentir ese par de tetas sobre mi polla. Pero no... lo que hizo fue inclinarse y acercar su boca a mi entrepierna. Más tarde me encargaría de encender una vela en alguna iglesia o algo similar, porque había pedido que me masturbara con sus tetas y Dios me había concedido una mamada. El fogoso taco que susurré no cortó la situación.

Entonces perdí la capacidad de pensar, porque antes de darme cuenta, tenía sus labios sobre la polla.

***

Melanie

Painter parecía más grande a la luz del día.

Hacerle una mamada fue un impulso que no sé muy bien de dónde salió, pero nunca me había sentido más seductora —ni poderosa— que en el instante en que coloqué los labios sobre su dura longitud. Painter soltó un gemido —una mezcla de ruego y adoración— mientras recorría con la lengua la parte inferior de su miembro en lo que esperaba fuera un movimiento experto. Por los sonidos que escaparon de sus labios y teniendo en cuenta que era una principiante en lo que al sexo oral se refería, no debía de estar haciéndolo mal. La primera y única vez que Jess me convenció para que fumara hierba terminó dándome una lección de cómo hacer una mamada con un plátano como ejemplo en el salón de London. Me mostró cómo lamer un pene, succionarlo e incluso conseguir que un chico se corriera, pero antes de ponerme a ejercer de garganta profunda sufrí un ataque de hambre producto de la marihuana y terminé comiéndomelo.

Aunque me hubiera dado lo mismo, porque ni en un millón de años me hubiera podido meter en la boca todo el descomunal miembro de Painter.

Continué lamiendo su pene y cuando llegué al glande hice una serie de movimientos circulares con la lengua.

—Joder, Mel —murmuró él, inclinándose un poco para agarrarme el pelo con la mano. Coloqué la cabeza a un lado y le lamí de arriba abajo, explorando todos los resaltes y prominencias con los dedos y la lengua. Entonces me eché hacia atrás, le miré a los ojos y abrí la boca para envolver el glande con los labios.

Salado.

Esa fue mi primera impresión. Sabía salado, pero no de una forma desagradable. Apreté la boca y comencé a mover la cabeza de arriba abajo, con cuidado de no hacerle daño con los dientes. Era demasiado grande como para succionarlo entero, así que usé una mano para sujetarlo con firmeza mientras seguía moviendo la cabeza.

—Esto es increíble —masculló con voz tensa, como si le doliera hablar. Me gustó aquello, la sensación de control que me dio, porque por muy grande y peligroso que fuera, en ese momento Painter era todo mío.

Se me endurecieron los pezones de solo pensarlo y toda la lujuria que había sentido por él en la bañera regresó con más fuerza que nunca. Me di cuenta de que podía tocarme. Darme exactamente lo que quería mientras le chupaba el pene. Aquella idea me resultó un poco lasciva, lo que debería haberme causado rechazo. En lugar de eso, me excitó aún más. Bajé la mano que tenía libre y la llevé hacia el punto entre mis piernas que anhelaba que lo tocaran.

Oh... Madre mía...

Era placentero, muy placentero. Saborearle de una forma tan íntima debió de realzar mis propias sensaciones porque jamás había experimentado algo así cuando me tocaba. Me detuve un instante para sacarme el pene de la boca y lamerlo como si me estuviera tomando un helado. Noté cómo se estremecía de la cabeza a los pies. Entonces su mano me agarró con fuerza del pelo y me empujó la cabeza hacia abajo para que volviera a metérmelo en la boca.

A partir de ahí algo cambió.

Hasta entonces era yo la que había mantenido el control. Ahora, sin embargo, tenía sus dos manos sujetándome la cabeza y me percaté de que Painter podría hacer cualquier cosa que le viniera en gana sin que pudiera detenerlo. Aquello debería haberme asustado, pero le deseaba tanto que mis dedos se movieron aún más deprisa.

—Mel, quiero correrme en tus tetas —masculló, tirándome del pelo hacia atrás. Me llevó un segundo asimilar sus palabras y entonces me soltó.

Bajó la mirada y se percató de que también me había estado tocando. Abrió los ojos y se corrió con un gemido. El semen brotó de su pene, salpicándome el pecho. Instantes después me agarró de las axilas y me alzó contra su cuerpo. Antes de darme cuenta su mano me alcanzó la entrepierna por detrás y se hundió en mi interior.

El mundo estalló a mi alrededor.

Cerré los ojos y me dejé llevar por aquella liberadora sensación al tiempo que miles de estrellas danzaban detrás de mis párpados. Dios bendito. ¿Quién hubiera dicho que hacer una mamada podía ser tan placentero?

—Estás tremendamente bonita cuando tienes un orgasmo, Mel —dijo con un tono casi reverente mientras me acaricia la espalda. Suspiré y me acurruqué contra él deseando que no tuviera que marcharse. Nos quedamos tumbados en silencio. No sé él, pero yo preferí no darme cuenta de lo tarde que era y fingí que el tiempo no pasaba.

—Tengo que irme, nena —susurró después de un rato que no me pareció lo bastante largo. Froté la nariz contra su hombro y le di un pequeño mordisco.

Painter rio.

—¿Y eso a qué ha venido?

—«Eso» ha sido tu castigo —dije, haciéndome la indignada—. Me fastidiaste la ducha. Me estaba poniendo guapa para este chico tan sexi que iba a venir conmigo a la feria.

Volvió a reírse.

—Sí, lo siento. No va a poder ser. Le atropellé con la moto. Había comprado el desayuno... no quería que se enfriara.

Aquello me hizo reír.

—Ya sé que es una mierda, pero tengo que irme. —Me dio un beso en la coronilla.

Le abracé, me tumbé de lado y observé cómo se sentaba y se ponía los pantalones.

—Déjame adivinar. ¿A que no eres capaz de decirme a dónde vas? —pregunté.

Hizo un gesto de negación.

—No —repuso—. Por mucho que me pese, tengo que irme. Es un asunto importante.

—Está bien. —Me sentía un poco decepcionada.

Se inclinó sobre mí y me dio un último y prolongado beso en los labios antes de tocarme la nariz con un dedo.

—Esta vez me pondré en contacto contigo —murmuró—. Te lo prometo. Si no sabes nada de mí será porque estoy trabajando y no puedo arriesgarme.

—Déjame adivinar otra vez. Es algo relacionado con los Reapers, pero que no tiene nada que ver con el mural que les estás pintando para el arsenal, ¿verdad? ¿Sabes?, estoy convencida de que podrías ganar mucho dinero con tus pinturas. Los retratos que vi en tu casa eran muy buenos, incluso sin terminar.

—Sí, claro, como el arte es tan lucrativo... —ironizó, poniendo los ojos en blanco—. Me lo paso genial pintando, pero el club tiene asuntos mucho más importantes. Ahora tengo que irme. Cuídate, ¿de acuerdo?

Entonces me besó con dureza y salió de mi habitación. Cinco minutos después Jess abrió la puerta sin llamar y yo tuve que taparme con una manta a toda prisa. Por lo menos esta vez no venía con Taz detrás...

—Tú y yo ya hablaremos más tarde —dijo, con expresión seria—. Pero ahora te necesito abajo y lista para la feria en diez minutos.

Fruncí el ceño.

—Cuando uno está tratando de reclutar voluntarios, es buena idea que se muestre más simpático. Ya sabes, lo contrario a lo que normalmente eres.

Suspiró y negó con la cabeza.

—No estoy siendo una imbécil... solo estoy preocupada por ti. Te estás metiendo en un juego muy peligroso.

Oh, se estaba pasando de la raya. Y mucho.

—Estás siendo un poco hipócrita, ¿no crees? Al menos yo sé cuál es el verdadero nombre de Painter. Tú has metido a Taz en casa y no tienes ni idea de cómo se llama.

Apartó la mirada.

«¡Ja! ¡Chúpate esa, zorra!»

—No es lo mismo —replicó después de un buen rato.

—¿En qué exactamente no es lo mismo?

—En que a mí me da igual con quién me acuesto —respondió, encogiéndose de hombros—. Tal vez eso me convierta en una puta, pero cuando me tiro a alguien no me involucro emocionalmente con él. Es solo sexo... Y no creo que lo que hay entre tú y Painter sea solo eso, lo que significa que cuando te dé la patada te va a hacer mucho daño. Y lo hará, porque él es igual que yo, Mel. Un golfo. No le preocupa si hace o no daño a alguien; tiene un buen historial a sus espaldas que lo demuestra. Te mereces algo mejor que un tipo que te usará para luego desaparecer como si nada.

Vaya. Aquello sí que era funesto.

—Creo que es lo más bonito y a la vez desagradable que me has dicho en la vida —admití frustrada. Alcancé una camiseta y me la puse antes de ir hacia el tocador en busca de unas bragas limpias. (Esa es una de las ventajas de tener un dormitorio diminuto, que siempre encuentras todo lo que buscas.)

Jess suspiró y se dejó caer en el colchón a mi lado.

—Melanie, eres la mejor amiga que jamás he tenido —dijo, mirándome a los ojos—. Eres la única que nunca me ha juzgado u odiado por todas las estupideces que he cometido.

—Bueno, algunas veces sí que te he odiado.

Puso los ojos en blanco y me dio un golpe con el hombro.

—Ya sabes a lo que me refiero. No es ningún secreto que he tenido problemas. Los consejeros me han ayudado, pero tú has estado a mi lado en todo momento, incluso antes de que sentara la cabeza. Siempre has sido la inteligente, la que tomaba las mejores decisiones. Me ayudas a seguir por el buen camino y si estoy haciendo alguna estupidez que me va a hacer daño me lo dices. Ahora es mi turno. Painter y Taz son tipos muy divertidos; son guapos, fascinantes y me apuesto lo que quieras a que Painter es un hacha en la cama. Sin lugar a dudas, Taz lo es. Pero no me creo en absoluto lo que me dice y sé que no voy a poder contar con él cuando lo necesite.

—Oye, solo porque tuvieras una mala experiencia con Painter no significa que no pueda hacer bien las cosas —espeté—. ¿Y qué coño es eso de «me apuesto lo que quieras a que es un hacha en la cama»? Creía que te habías acostado con él el año pasado en el arsenal.

Imaginármelos juntos todavía me carcomía por dentro. Me juré que no quería conocer los detalles. Pero ahora sí que quería. Vaya sí quería.

Jess volvió a apartar la mirada.

—No fue una mala experiencia por su culpa. Aquella noche la cagué, iba borracha y no hacía más que tonterías. Apenas pasamos media hora juntos en una de las habitaciones de arriba. Estuvimos Painter, otro tipo, Banks, y yo. Entonces apareció London para sacarme de allí, junto con Reese.

—¿Y cómo pasaste de ir borracha y hacer tonterías a terminar tirándote a dos chicos? —pregunté sin detenerme a pensar. Mierda, la pregunta estaba totalmente fuera de lugar—. Lo siento.

—Ya hemos abordado el asunto de ser una puta —comentó Jess, avergonzada—. Así que sigamos. Estaba cabreada y me sentí humillada, así que seguramente le eché la culpa durante un tiempo; algo absurdo teniendo en cuenta que fue a mí a quien se le ocurrió la brillante idea. Y no solo eso, Painter me salvó la vida en California y pasó un año en la cárcel por ello. De modo que, en todo caso, le debo más a él que a ti. Pero la cruda realidad es que no le interesa estar con nadie a largo plazo y a menos que no hayas sido secuestrada y reprogramada por una horda de alienígenas en las últimas veinticuatro horas, no tienes pinta de ser una zorra cualquiera del club. No sé qué bien puede hacerte el que os acostéis, la verdad.

—¿No te has planteado que quizá solo quiero pasar un buen rato? —me defendí, un tanto resentida—. Llevo años dejándome el pellejo, intentando que mi padre no se desmoronara, que mi vida no se fuera a la mierda, estudiando como una loca... Puede que ahora me toque tener un poco de diversión en la vida, así que para de una vez.

Jess me miró sorprendida.

—Mel…

—No —continué. Ahora que había empezado no podía detenerme. Lo mejor era que resolviéramos el asunto de una vez por todas—. Te quiero y te agradezco mucho que te preocupes por mí. Pero ya has cumplido como amiga. Te daré una estrella dorada y una galletita, aunque ha llegado la hora de que te vayas y me dejes tomar mis propias decisiones.

Jess se puso de pie despacio. Se la veía triste.

—Muy bien, me voy. Pero, Mel…

—¿Sí?

—Cuando todo se vaya a la mierda y estés muerta de miedo quiero que recuerdes algo.

—¿El qué? —pregunté con ojos entrecerrados.

—Que siempre estaré a tu lado, porque te quiero mucho —susurró con voz quebrada—. Igual que tú siempre has hecho conmigo.

—Joder, Jessica... —dije con los ojos llenos de lágrimas. Ambas nos acercamos la una a la otra y antes de darnos cuenta estábamos abrazándonos. En ese momento era incapaz de recordar por qué estaba tan enfadada. Nos quedamos así durante un buen rato, hasta que al final ella decidió romper el silencio.

—¿Mel?

—¿Sí?

—No pienses ni por un segundo que te vas a librar del pinta caras.

Me alejé de ella e intenté mirarla con cara de pocos amigos, pero en su lugar me puse a reír. Entonces ella también se rio y todo volvió a la normalidad.

***

Diez minutos después, bajaba corriendo las escaleras, con el pelo mojado recogido en un moño alto suelto. Me las había apañado para volver a ducharme, vestirme, lavarme los dientes e incluso ponerme un poco de brillo en los labios.

Cuando llegué al comedor vi los restos de nuestro maratón de pintura de la noche anterior. Mierda. Me había olvidado de que necesitaba más pintura. Jessica iba a matarme.

—¿Buscas esto? —preguntó mi amiga con una bolsa en la mano.

—¿Son pinturas para la cara? —inquirí esperanzada.

Jess hizo un gesto de asentimiento.

—Painter las compró esta mañana temprano.

—¿Ves? ¡No es tan malo!

Enarcó una ceja.

—¿En serio? ¿Te vendes por solo quince dólares de pinturas?

Vaya pregunta.

—No seas tan zorra.

—Pero si lo hago muy bien —dijo con una renuente sonrisa en los labios—. Admito que ha sido todo un detalle por su parte. También ha dejado una nota.

—Déjame verla —dije.

Jess sacó un trozo de papel doblado.

—Te ahorraré tiempo. Dice que siente haberte dejado colgada con lo de la feria, pero que no quería dejarte sin pintura después de haberla usado toda y que se pondrá en contacto contigo en cuanto pueda.

Abrí la nota y comprobé que mi amiga casi me había recitado lo que ponía al pie de la letra. De pronto tuve un sombrío pensamiento.

—¿Jess?

—¿Sí?

—¿Sabes que siempre has tenido la misma clave para el teléfono desde que vas al instituto y que yo conozco esa clave?

—Aja.

—¿Te sabes mi clave?

Me miró y enarcó una ceja.

—Por supuesto.

—Yo nunca leería tus correos ni los mensajes de texto, lo sabes, ¿verdad? —afirmé.

—Me alegro.

—¿Jess?

Volvió a mirarme, aunque esta vez pestañeó con expresión de total inocencia. Como si fuera Bambi.

—¿Sí?

—¿Existe alguna posibilidad, por remota que sea, de que no leas mis mensajes?

Mi mejor amiga me ofreció una sonrisa encantadora.

—Todo es posible, Mellie. Ahora pon tu trasero en marcha. Los niños se cabrearán de lo lindo si les hacemos esperar mucho.