Capítulo 10
Painter
Me quedé mirando la espalda de Mel, preguntándome si había oído bien. Sí, claro que quería que se quitara el sujetador.
En aras de la pintura, por supuesto.
Aquello versaba sobre arte, no sobre comportarse como un puto pervertido que solo quería echar un polvo. Ni lo más mínimo.
—Sí, eso estaría bien —respondí como si tal cosa, extendiendo la mano izquierda para desabrocharle la prenda antes de que cambiara de idea. Mierda. Debería haber dejado el pincel y hacerlo con las dos manos; no hacía falta anunciar a los cuatro vientos todas las veces que había hecho aquello antes. Mel no dijo nada, solo se limitó a quedarse quieta, sujetando la parte frontal de la prenda contra su pecho, mientras yo le bajaba cada uno de los tirantes.
Su espalda se extendía ante mis ojos en un lienzo perfecto. Era ligeramente fibrosa, estrechándose en la cintura para después volver a ensancharse en las caderas. Llevaba unos jeans cortos que le caían sueltos por la parte baja de la espalda, proporcionándome un atisbo de raso negro de su ropa interior. Ojalá hiciera juego con el sujetador que acababa de quitarle. La prenda era perfecta; sensual pero a la vez dulce y casi virginal comparada con lo que llevaba la mayoría de las mujeres que conocía. No era que Mel fuera virgen... había estado con ella lo suficiente para darme cuenta de que tenía algo de experiencia.
Y aunque no debería preocuparme —no tenía intención de acostarme con ella—, saber que había estado con otros en cierto modo me supuso un alivio. Menos presión para no cagarla; lo que tampoco importaba porque de ninguna manera íbamos a hacer nada juntos.
Joder, eso de ser amigos era un asco. Por primera vez no me quedó más remedio que reconocer que tal vez aquello no terminara de funcionar bien.
«Vaya, ¿y cuándo te has dado cuenta de eso, capullo? ¿Cuando se ha quitado la blusa o cuando le has desabrochado el sujetador?»
Hundí el pincel en la pintura, recordándome que al día siguiente tendría que levantarme temprano para comprar más. Casi había terminado la verde y la roja y llevaba buena cuenta de la amarilla y morada. Estaba pintando flores. Montones de flores, una cascada de ellas como a la que a uno le gustaría ver en la selva. Exuberantes, bonitas, turgentes y mortíferas, como Mel. Un sinfín de enredaderas en las que enmarañarme y quedarme prisionero hasta que nada más me importara...
Cuando empecé a dibujar en la parte posterior de su cuello, levantó un brazo y se retiró el pelo.
—¿No tienes uno de esos chismes? —pregunté.
—¿Chismes?
—Sí, chismes para el pelo. Te lo puedo recoger.
—Ah sí. Tiene que haber uno en la mesa de café.
—Vuelvo enseguida.
Fui hacia el salón y encontré una goma púrpura sobre la mesa justo al lado del teléfono de Mel que acababa de iluminarse avisando que tenía un mensaje de texto.
Os juro que no lo leí a propósito.
Jess: He oído que Painter ha vuelto y que ha ido a casa a buscarte. No le dejes entrar o te mataré con mis propias manos. Besos.
Fruncí el ceño, apagué el teléfono y lo tiré sobre el sofá. Debió de caer entre los cojines, no supe exactamente dónde.
Mel podría leerlo más tarde.
Sí.
No había necesidad de preocuparla por algo que seguramente ni siquiera fuera un problema.
***
Melanie
Era una estupidez.
Una completa y absoluta estupidez.
Estaba sentada en medio del comedor, temiendo cada trazo del pincel porque tarde o temprano iba a derrumbarme y las cosas terminarían mal. Pero me sentía tan bien... Además, tampoco estábamos haciendo nada malo. Solo pintar. Y Painter era todo un artista; había podido vislumbrar un trozo mientras iba a por la goma para el pelo y me dejó estupefacta la desenfrenada explosión de enredaderas y flores que había pintado en mi piel como si fuera un lienzo.
Era increíble. Casi parecía irreal. Que los mismos pinceles responsables de las «Mariquitas de la Muerte y el Desmembramiento» pudieran crear algo tan magnífico como aquello escapaba a mi entendimiento. Supongo que aquello era obra del puro talento.
Eso y la técnica.
Me pregunté si era consciente de lo bueno que era. Seguro que si vendía aquellas pinturas a las personas adecuadas, sacaría mucho más dinero que lo que fuera que hiciera para el club. Aunque lo más probable era que no se tratara de dinero. ¿Qué le tendrían haciendo y cuáles eran las posibilidades de que aquello le llevara de regreso a la cárcel?
—Deja que te recoja el cabello. —La suavidad de su voz envío un escalofrío por todo mi cuerpo. Todavía sostenía las copas del sujetador contra mi pecho, como si de alguna manera pudieran protegerme.
Suponiendo que quisiera que me protegieran.
—Gracias —susurré cuando empezó a peinarme con los dedos los enredados mechones. Llevaba el pelo más largo de lo que debería. Me hacía ilusión creer que estaba tan fascinado como yo. Porque a pesar de su insistencia en que solo éramos amigos, incluso yo era lo suficientemente inteligente para saber que los chicos no se sentaban a pintar flores sobre sus amigas platónicas semidesnudas un viernes por la noche. Se inclinó sobre mí. ¿Me estaba oliendo el pelo?
—Casi he terminado —susurró él. Su cálido aliento me rozó ligeramente la oreja.
Entonces mi cabello quedó recogido en una especie de coleta/moño y Painter volvió a alzar el pincel, listo para volver a torturarme.
***
Painter
Terminé demasiado rápido.
Los colores originales se habían acabado, obligándome a hacer mi propia mezcla. Creo que así obtuve un mejor resultado; hacia el final los verdes eran más oscuros, proyectando algo mucho más sombrío, casi tormentoso.
Lleno de frustración.
Bien, porque así era exactamente como me sentía. Me había pasado más de dos horas pintando sobre el cuerpo perfecto de Mel. Ahora tenía la polla como un diamante, tan dura que podía partir cualquier cristal. Quería empujarla sobre la mesa y penetrarla hasta que la pintura desapareciera por culpa del sudor...
Dios.
Tenía el pene a punto de estallar.
—Ya puedes mirarte —dije, poniéndome de pie.
Ella también se levantó de la silla con torpeza, sin soltar la parte frontal del sujetador de raso negro de sus pechos, lo que no tenía ningún sentido.
—Hay un espejo en la habitación de Jessica —informó.
Al pasar a mi lado me rozó y al notar su brazo me estremecí por dentro. Normalmente solía concentrarme mucho mientras pintaba, pero tenerla tan cerca había sido todo un suplicio. Mel empezó a subir las escaleras, pero después se detuvo y se volvió para mirarme con el ceño fruncido.
—Venga, corre, ¿no vienes?
«¿Correr? No, no me correré hasta que tenga tus labios donde quiero tenerlos.»
—Mmm... Sí, claro —logré decir—. No estaba seguro de si querías que te acompañara.
Me miró con tal intensidad que os juro que vi cómo las chispas saltaban entre nosotros. Está bien... no las vi, es una forma de hablar, pero sí que percibí que había algo entre nosotros, como si estuviéramos unidos por una cuerda —no, mejor por la tensa cuerda de un piano— que temblaba y palpitaba con cada latido de mi corazón.
Mel se dispuso a subir las escaleras y yo la seguí con los ojos pegados al femenino bamboleo de sus caderas. Sus piernas no estaban nada mal y ver mis dibujos por todo su cuerpo hizo que sintiera algo extraño. No tengo ni idea de cómo describirlo, pero me gustó. Un montón. Era como si me perteneciera. Si pudiera tatuarla con mis marcas de forma permanente...
No, tatuarle el rostro no era una buena idea. Pero pensar en mis dibujos fijos en su espalda y poder contemplarlos mientras envolvía las manos sobre su cintura y la follaba por detrás...
Uf.
—Este es el baño. —Señaló la primera puerta que había nada más subir las escaleras—. Y esa es la habitación de Jessica. La mía está al final del pasillo, justo encima del porche.
Me fijé en su puerta. Quería ver dónde dormía, pero Mel fue directa a la puerta de Jessica y la abrió. El dormitorio estaba lleno de pilas de ropa tiradas sobre una alfombra de pelo verde y los pósteres caían medio pegados de las paredes. Tenía la impresión de que las paredes eran tan débiles que no se podía colgar nada de ellas. Aquel lugar parecía tan sólido como un nido de avispas.
—El espejo está detrás de la puerta —apuntó Mel.
En cuanto vio su reflejo se quedó inmóvil, estudiando su imagen. Me paré detrás de ella. Retorcidas líneas de color verde caían por su cuerpo, salpicadas de exuberantes flores que se abrían y desvanecían en un patrón que me hubiera gustado conservar para siempre.
No, a quien de verdad quería conservar era a ella.
Dios, merecía que me pegaran un tiro, porque en ese momento lo único que ansiaba era corromperla. Corromperla y después encerrarla para que ningún otro hombre pudiera verla... y mucho menos tocarla.
—Es precioso —susurró, tocándose la cara.
Alcé la mano y la coloqué sobre su hombro. Ella cubrió la mía con la suya y nuestros dedos se entrelazaron. En cuanto clavé la vista en el espejo y contemplé cómo sus ojos me miraban ardientes todo mi mundo cambió.
Me había enamorado de Melanie Tucker.
Y no se trataba de un encaprichamiento de adolescente como el que había sentido por Emmy Hayes. No, aquello era mucho más profundo; tan intenso que casi me dolía. Era como si los zarcillos que había dibujado en su cuerpo se hubieran extendido hacia el mío, hundiéndose en mis entrañas y uniéndonos ambos con tanta fuerza que si alguna vez intentara arrancármelos, moriría.
Estaba jodido hasta puntos insospechados, porque amaba locamente a esa chica... pero ella no era para mí.
—Hola —le susurré.
—Hola —murmuró a su vez ella.
—Creo que deberíamos...
De pronto la puerta se abrió, empujando a Mel hacía mí. Extendí los brazos a toda prisa para evitar que se cayera al suelo al tiempo que Taz entraba en la habitación, seguido de Jessica.
El motero de los Devil’s se detuvo en seco y miró fijamente a Mel. Ahí fue cuando me percaté de que, con la caída, había perdido el sujetador.
—Buen trabajo —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Pero creo que te has dejado un par de zonas.
Puse un brazo sobre el pecho de Mel, esforzándome por taparla lo mejor posible. Entonces ella soltó un chillido y salió disparada por la puerta hacia su dormitorio. Jessica aprovechó el momento y se abalanzó sobre mí, mientras Taz se partía de risa.
—No puedes tocarla —gritó Jess. Levanté una mano para protegerme los ojos, preguntándome qué coño pude ver en ella la noche de borrachera que pasamos juntos. Bueno, tampoco fue una noche completa, más bien un rollo, e incluso así fue una mierda.
—Aparta a tu chica de mí —bramé a Taz, que se rio todavía más fuerte.
Al final conseguí quitarme de encima a esa bruja chillona, empujándola hacia Taz, y pude ir tras Mel.
—Te mataré —volvió a gritar Jessica detrás de mí.
Puta loca. Primero Kit, ahora ella. Estaba rodeado de auténticas víboras. La puerta de Melanie estaba cerrada y pude oírla sollozando.
Joder.
Ya le había hecho daño y ni siquiera me había acostado con ella.
***
Melanie
Estaba tumbada sobre la cama, riéndome con tanta fuerza que me dolía. Dios, la cara de Jessica había sido un poema. Una mezcla de consternación e incredulidad, junto con la manera en que se me cayó el sujetador... Era demasiado. Y también la había sacado de sus casillas. Lo que ya era hora, teniendo en cuenta las veces que ella lo había hecho conmigo.
—Mel, ¿estás bien? —preguntó Painter después de llamar a mi puerta. Jadeé e intenté recuperar la respiración para contestarle. Pero lo único que conseguí fue soltar un sollozo; cada vez que trataba de decirle que me encontraba bien las palabras se me atragantaban y volvía a desternillarme de risa.
Finalmente consiguió abrir la puerta y se dejó caer a mi lado en el colchón. Después me tomó entre sus brazos y me colocó encima de él, envolviéndome con su cuerpo.
—Oye, está bien —susurró. Sonaba tan dulce y tierno. Solté un bufido, seguía sin recuperar el aliento—. Mellie, da igual lo que ese tipo haya visto. No pasa nada.
Me aferré a su chaleco y alcé la cabeza para poder verlo.
—Estoy bien —dije con voz entrecortada. Estaba convencida de que tenía las mejillas llenas de lágrimas que se mezclaban con la pintura. Debía de estar guapísima, pensé con ironía. Las manos de Painter me frotaban la espalda de arriba abajo, mientras las piernas me caían a ambos lados de sus caderas. Oh, Dios mío. Podía sentirlo justo en el punto donde más lo necesitaba; estaba duro y era mucho más grande de lo que un hombre podía ser.
—Estoy bien —repetí. Me sorbí la nariz—. Me estaba riendo, Painter, no llorando. Ha sido tan divertido... La forma en cómo nos miró Jessica. Cualquiera creería que nos ha pillado acostándonos en su cama. Y que conste que yo sí que me la he encontrado follando en la mía, y dos veces, así que no tiene ningún derecho a mostrarse tan molesta, ni aunque hubiéramos...
Me quedé sin voz al notar cómo sus manos se hundían en mi trasero, empujándome contra su pelvis.
—¿Te estabas riendo? —preguntó con cuidado.
—Sí. Ha sido muy gracioso, ¿no crees?
Sus labios comenzaron a esbozar una lenta sonrisa antes de negar con la cabeza.
—Bueno, sí. Pero las chicas no suelen reírse mucho con este tipo de circunstancias.
Sonreí y bajé la cara contra su pecho.
—Yo no soy como la mayoría de las chicas.
Sentí el áspero cuero de su chaleco del club contra los pezones y me acordé de la expresión de Taz al mirarme. Le había gustado lo que vio, aunque no en plan depravado. De hecho, me hacía sentir bien. Ahora tenía esas dos zonas sin pintar, como tan amablemente había señalado el otro motero, erguidas contra el pecho de Painter. De acuerdo, no era que me hubiera olvidado... pero de repente era plenamente consciente de la sensación con los pechos frotándose contra el cuero que cubría su cuerpo. Las manos de Painter volvieron a clavárseme en el trasero, apretándolo y enviando una miríada de emociones por todo mi ser.
—¿Sabes? Taz tenía razón en una cosa —dijo en voz baja.
—¿En qué? —susurré. De nuevo tuve la impresión de que un hechizo empezaba a envolvernos.
—Antes debería haberte quitado el sujetador por completo. Me hubiera encantado pintar ese par de tetas que tienes.
Volví a morirme de risa.
—Eres todo un galán, ¿verdad? —conseguí decir.
Painter se encogió de hombros y me sonrió.
—Nunca pretendí serlo —señaló.
Entonces me subió la mano por la espalda y me agarró del pelo, tirándome de la cabeza con fuerza para darme un beso. Me abrí a él, saboreando la sensación de su lengua deslizándose sobre la mía.
Dentro de mí se había ido fraguando un fuego toda la noche. Cada pincelada había sido una dulce tortura y ahora ese fuego explotó en toda su crudeza. Giré las caderas y antes de darme cuenta estaba empujando lentamente contra su entrepierna. Su enorme mano me apretó con más fuerza y alzó una rodilla, para que su muslo se frotara contra los míos.
De pronto se separó de mí, poniendo fin al beso, y me miró con la respiración entrecortada.
—¿De verdad quieres que lo hagamos? —preguntó. Sabía que, aunque sus manos me mantenían prisionera, con aquellas palabras me estaba ofreciendo una vía de escape. Le sonreí.
—¿Acaso tú no?
Soltó una breve carcajada mientras sus dedos volvían a apretarme el trasero. Su polla pujaba obscenamente contra mi estómago.
—Esto podría joder nuestra amistad —murmuró.
—Nuestra amistad ya está jodida —le recordé—. Sabes que no existe una buena razón para que estemos juntos. No tenemos nada en común, llevamos formas de vida distintas. Nada tiene sentido, pero funciona. ¿Por qué no disfrutarlo?
Asintió despacio y su boca volvió a apoderarse de la mía.
***
Painter
Qué bien sabía, joder. Intenté contenerme y ser lo más tierno posible con ella, pero en cuanto empezó a frotarse contra mí perdí el control. En un instante, la tumbé de espaldas y empecé a chuparle los pezones mientras le bajaba la cremallera de los pantalones con una mano. Tendría que haber ido con más cuidado, pero mis dedos encontraron su coño como si de un imán se tratara y los hundí en su interior sin previo aviso.
Estaba húmeda.
Húmeda y caliente. Cristo, cuando todos esos pliegues me envolvieran la polla iba a ser una sensación increíble. Continué succionando un pezón, preparándola, deleitándome con cada sonido y suspiro que hacía cuando frotaba su clítoris con el pulgar.
—Oh, Dios mío —gimió, alzando las caderas contra mi mano—. Joder, Painter. Eso ha estado fenomenal.
Me aparté un poco y le di un ligero mordisco antes de mirarla directamente a los ojos.
—Mel, me tienes completamente acojonado.
Ella jadeó y yo retorcí los dedos en su interior hasta que arqueó la espalda. Mi polla cada vez estaba más gruesa y dura, prisionera dentro de mis jeans. Ansiaba con locura estar dentro de ese precioso coño. Tenía pensado llevarla al orgasmo antes de follarla, pero al paso que íbamos iba a estallar los pantalones. Le di un beso profundo y duro y me aparté de nuevo.
—Desnúdate —ordené, prácticamente arrancándome la camiseta. Me quité las botas y los jeans a toda prisa antes de volver a caer sobre ella. Atrapé uno de sus muslos con una mano y tiré de él hacia arriba, obligándola a que me rodeara la cintura. Aquel movimiento atrajo su húmeda intimidad contra mi pene, cuya punta se deslizó a través de sus jugos, alineando nuestros cuerpos a la perfección.
Me deslicé a través de sus labios vaginales, saboreando el roce de su piel desnuda. No sabía cómo, pero tenía que apañármelas para conseguir un preservativo sin perder el contacto. Volví a romper el beso y cerré los ojos durante un segundo, tomando profundas bocanadas de aire.
—Condón —gruñí.
—Tengo algunos —dijo. Fruncí el ceño. ¿Para qué cojones necesitaría ella preservativos? Un momento, ¿pero qué clase de hipócrita era? Yo tenía siempre condones a mano.
—Voy a por uno —dije. Ni de broma iba a usar un preservativo que hubiera comprado para estar con otro hombre. Alcancé mis jeans, saqué la cartera, extraje un condón y abrí el envoltorio con los dientes.
—Déjame —dijo Mel. Se lo di y al instante siguiente sentí su mano sobre la polla, cubriéndola con un prolongado y sensual movimiento de sus dedos. Entonces volví a ponerme encima de ella y apunté el glande contra su abertura.
Apretada.
Estaba tan apretada.
Apretada, húmeda y dispuesta para recibirme como ninguna otra lo hubiera estado nunca. Jadeó cuando empujé contra ella, moviéndome lenta aunque inexorablemente hasta llegar a aquel cálido fondo. Sus músculos internos se tensaron en torno a mi pene y empecé a verlo todo borroso.
Me retiré y volví a embestirla.
Ese último año había tenido miles de fantasías sobre nosotros juntos. En mi mente, la había follado en todas las posturas posibles. Dos veces. Siempre supe que sería una experiencia de lo más placentera; ¿cómo no iba a serlo con una mujer como Mel? Pero nunca me imaginé algo así. Sí, su coño no podía ser más cálido. Y la forma cómo se apretó en torno a mi polla obró maravillas en mí, no me malinterpretéis. Sin embargo, lo mejor de todo fue la manera en que me miró, con esos ojos tan abiertos y llenos de emoción y sorpresa por lo bien que encajábamos.
Sabía que había estado con otros hombres. Y yo me había follado a infinidad de mujeres. Pero de algún modo, sentí como si fuera la primera vez. Como si hasta entonces solo me hubiera estado masturbando.
Bajé la cabeza y volví a besarla al tiempo que la penetraba con mayor ímpetu.
Aquello no duraría para siempre, pero cómo me hubiera gustado que lo hiciera.
***
Melanie
Nunca había experimentado nada parecido a acostarme con Painter. Por alguna extraña razón no me parecía bien que la forma en cómo me estiraba hasta el punto del dolor con cada estocada me hiciera sentir tan bien.
Pero vaya si estaba funcionando. A pesar de las vidas tan dispares que llevábamos, nuestros cuerpos habían sintonizado a la perfección. De hecho, nunca había conseguido alcanzar el clímax con el sexo tradicional, pero en el mismo instante en que me penetró supe que terminaría completamente saciada. No solo me había puesto a tono (¡cuándo no lo hacía!), sino que se las había arreglado para inclinar mis caderas de tal modo que cada vez que embestía en mi interior su hueso pélvico se frotaba contra mi clítoris.
Cuando volvió a besarme estaba a punto de tener un orgasmo. La necesidad, el deseo y un ardiente anhelo iban creciendo más y más en mi interior haciéndose palpables. Un poco más... Lo único que necesitaba era un poco más y toda esa energía contenida estallaría, liberándome de nuevo.
Entonces él deslizó una mano debajo de mi trasero y nos hizo girar. De pronto estaba encima de él, asumiendo el control... y en la posición perfecta para tomar lo que precisamente necesitaba de él.
Por fin.
Llevaba esperando aquello más de un año. Me incliné hacia adelante, apoyé las manos sobre sus hombros y empujé las caderas de atrás hacia adelante, cabalgándole como si me fuera la vida en ello. La firmeza con la que me agarró de las caderas me estabilizó y permitió que solo me concentrara en una cosa... alcanzar el clímax.
Y llegó... Mi cuerpo se tensó mientras toda la necesidad acumulada se liberaba, destrozándome.
—Joder —gruñó cuando me contraje a su alrededor. Sentí su pene hinchándose en mi interior, palpitando mientras se corría—. Jesús, Mel. Joder...
Me derrumbé sobre él y dejé que me envolviera en sus brazos. Me acurruqué en su hombro y decidí no pensar en las consecuencias que aquello podría acarrearnos.
Era mejor saborear el momento mientras durara.
Con ese pensamiento en mente, me quedé dormida.