39
—¿Daniel? —preguntó María entrando en la habitación.
Daniel abrió los ojos y sonrió.
—¿Sí?
—Me había asustado. Jaime nos ha contado tu sueño y…
—No te preocupes, todo está bien.
—¿Bajas a comer? Todo está preparado en el cenador.
—Sí —se incorporó—. Comamos y como sugería Jaime, descansemos un poco.
Salieron de la habitación y comenzaron a bajar las escaleras.
—Esta tarde echaré una siesta y me tendréis que despertar.
—¿Estás seguro que es necesario?
—Sí. Quiero estar el mayor tiempo posible junto a él. Me despertaréis a las siete en punto, de la misma forma que siempre.
—Lo haremos —le abrazó e inclinó su cabeza contra su torso—. No sabes lo importante que eres para todos nosotros. Te quiero como un hijo.
—No, como un hijo no —María le miró y él sonrió—. ¿Qué sería entonces Álex?
—Álex es quien es: el amor de tu vida, como tú de la suya.
—Eso es cierto, mi querida suegra.
—Que mal me suena esa palabra. Me hace mayor.
—Y lo eres. Todos nos hacemos mayores y nos volvemos más juiciosos y algunos incluso, se vuelven sabios.
—Hablando de sabios. En el nuevo color de tus ojos he notado esa chispa de sabiduría.
No la contestó porque en realidad no sabía que decirle. Se acercaron tranquilamente al cenador donde ya estaban sentados Bruno y Jaime. Hicieron lo propio y comieron. Un almuerzo tranquilo, liberados de muchas de las tensiones, aunque aún quedaban algunas preocupaciones. Hablaron y se rieron como hacía tiempo no hacían y de vez en cuando, miradas furtivas se dirigían hacia aquella habitación, donde un joven, amado por todos, esperaba su despertar.
Tras el almuerzo Daniel, como había dicho, se retiró a dormir una apacible siesta junto a su niño. Al entrar en la habitación abrió el baúl y sacó una sábana de lino y la colocó en el suelo, sobre ella depositó varias velas blancas, un pequeño mortero de oro, los dos frascos que utilizó con Jaime y varias piezas de incienso. Añadió el libro que reposaba en su mesilla y lo observó todo, esperando no olvidarse nada. Sacó de la mochila la campanilla y la colocó sobre la mesilla. Se tumbó y abrazó a Álex.
—Voy hacia ti. Sumérgeme en tus sueños.
Daniel miró a su alrededor. Se hallaba en un vestuario de un gimnasio.
—¿No te recuerda nada este sitio?
—Es nuestro viejo vestuario. Donde…
—Sí. Donde comenzó nuestra historia de amor.
Daniel se abrazó con fuerza a él.
—¡Cuidado! Los golpes aún me duelen. Espero no volver a enfadarte nunca, resultas muy violento.
Daniel le miró y comprobó los moratones de los golpes por todo el cuerpo y su rostro.
—¡Dios mío! No me puedo creer que te hiciera… ¿Cómo es posible que yo no tenga ninguna herida y tú en cambio estés lleno de contusiones?
—No eras tú —frunció el ceño—. Pero duelen y mucho. Contestando a tu pregunta, recuerda que este lugar sigue siendo mi mundo. Lo que aquí me suceda permanecerá hasta que despierte. ¿Ya es de noche en la tierra? Hoy…
—No. Son poco más de las cuatro de la tarde, pero hoy quería dormir la siesta contigo.
—Eso significa…
—Sí. El bastón ya es uno. Esta noche es luna llena y volverás con nosotros.
—Gracias. Ahora ya te lo puedo decir, no sabía cuánto tiempo más podría aguantar esta tortura. He sufrido tanto cuando no estabas soñando, que muchas veces creí enloquecer.
—Me gustaría ver ese lugar. Muéstramelo.
—Nunca. Jamás verás ese lugar. No está concebido ni para…
—Ahora soy más fuerte. Mira mis ojos.
—¿Qué les pasa a tus ojos?
Daniel buscó el espejo de encima del lavabo y se miró en él. Sonrió y se volvió hacia Álex.
—Nada. No les pasa nada —le contempló—. Quédate ahí quieto —hizo una leve pausa—. Tu cuerpo ya no es el del adolescente que conocí, sino el del hombre que amo ahora. Pero a mi mente vienen los recuerdos de aquel día. Justo ahí donde estás. Jamás lo podré olvidar. Sentí en ti tanto amor, tanto calor, tanta luz, que me bloqueaste. Percibí toda la esencia de la que estás hecho y la ternura que emanaban tus ojos hacia mí. Aquel día creí morir de felicidad.
—Por eso he querido revivir este momento. Aún creo escuchar vuestros gritos entrando victoriosos del partido. La ropa empapada en sudor y manchada de barro, al igual que tu rostro, y entonces tus ojos brillaron con intensidad al verme. Te quedaste quieto. Un compañero te golpeó en la nuca y luego otro te gritó que te dieras prisa, que os esperaban. Vestiste mi desnudez con tu mirada y me llenaste de vida.
Daniel se acercó con lágrimas en los ojos. En los de Álex también afloraban y se abrazaron, y en aquel abrazo sintieron la explosión de sus almas y una gran luz les rodeó. Daniel buscó la boca de Álex y se besaron sintiendo como sus cuerpos ardían de pasión.
—Quiero cumplir el sueño que aquel día no pude realizar.
—¿Cuál era?
—Hacer el amor bajo las duchas y que todo el colegio supiera que nos amábamos.
—Hubiera sido un escándalo. Yo aún era menor de edad.
—Sí, eras menor de edad, pero tu mente no. Eras muy maduro y la forma en que pensabas me sorprendía cada día.
—No hablemos más. Hagamos el amor bajo las duchas, aunque el colegio esté vacío.
Abrieron los grifos, el agua caliente pronto creó un vaho que fue llenando la estancia. A medida que aquel humo les protegía, mientras sus manos se acariciaban, mientras sus bocas se besaban, mientras Daniel volvía a sentir el aroma de su aliento y el perfume de su piel, una banda sonora, salida de la nada, llenó el vestuario de voces y de risas de jóvenes de otros tiempos que hablaban del partido jugado, de los ejercicios ejecutados en sus aparatos, de las chicas, siempre rodeados de olor a sudor y esfuerzo. De sueños de aquel presente hoy ya pasado y deseos de futuro hoy tal vez presente. Voces de jóvenes que se perdían en el olvido, en el olvido para Álex y Daniel, pues su mundo, el mundo que deseaban, estaba entre ellos, entre sus cuerpos desnudos y amándose como siempre deseaban hacerlo. El amor les alimentaba, les saciaba el apetito que sus energías precisaban. El amor entre ellos era una sinfonía perfecta, donde cada movimiento, cada acto, cada gesto, resultaba perfecto y armonioso. Donde el sudor se volvía fragancia y los gemidos suaves melodía para sus oídos. «Te amo» eran las palabras que se pronunciaban mientras se convertían en un sólo ser al sentir el uno al otro la penetración de su amado. Entre ellos no había tabúes, entre los dos el amor era pleno. No existía el rol, existía el amor.
La campana sonó por primera vez y las duchas se cerraron por una mano invisible. La campana sonó por segunda vez y el vaho se disipó mostrando la desnudez de sus cuerpos. La campana sonó por tercera vez mientras sus brazos unían sus pieles. La campana sonó por cuarta vez y sus miradas hablaron de amor y sus besos de deseo. La campana sonó por quinta vez y en el silencio se prometieron amor eterno, como aquella noche en la piscina del barco en Egipto. La campana sonó por sexta vez y la sonrisa se dibujó en sus rostros mientras cerraban los ojos. La campana sonó por séptima vez y Daniel despertó.
Suspiró, abrió los ojos y miró a Jaime que permanecía a su lado de pie.
—Mi niño ya está preparado para el viaje de retorno.
—Esta noche estaremos solos. Hemos dado tres días libres a todo el personal. Nadie nos molestará, serán horas para recuperar el tiempo perdido.
Miró a Álex, besó su torso y se levantó:
—Disfrutemos entonces de estas horas, antes de que llegue el momento señalado.
Salieron de la habitación y mientras bajaban las escaleras, un agradable olor llenó las fosas nasales de Daniel.
—Qué bien huele.
—Sí. María está preparando una cena especial. Hoy lo haremos después de que todo termine. María quiere celebrarlo y dice que seguro que Álex se despierta con hambre.
—Sí —sonrió—. Mi niño siempre se despierta con hambre.
Entraron en la cocina. María estaba atareada mirando el contenido del horno, mientras sobre el gran fogón tenía todo tipo de alimentos para preparar los entrantes fríos. Daniel la abrazó por detrás.
—¿Quieres cebar a mi nene?
—Estoy muy nerviosa y la cocina siempre me ha relajado mucho. Además, seguro que nuestro pequeño glotón se despierta con hambre. Esta noche será una gran celebración.
—Ya lo veo. Lo que tienes en el horno huele de muerte.
—Es pollo relleno, como le gusta a Álex y también he puesto unas costillas al horno con su salsa dulce favorita. No quiero que le falte de nada.
—¿Te ayudo?
—No hace falta. Además, necesito estar ocupada.
—Tranquila, todo irá bien. Está feliz y deseando abrazaros a todos.
Bruno entró precipitadamente y casi sin respiración a la cocina.
—¿Qué te ocurre Bruno? —preguntó Daniel.
—Necesito que me ayudes. Hay algunas cosas que no puedo hacer sólo.
—¿Qué estás haciendo?
—Mejor será que te lo explique —comentó María—. Está más loco que nosotros. Al final terminaremos todos de los nervios en el manicomio —se rió María—. Dejadme sola en la cocina.
Daniel salió con Bruno y miró el camino que daba a la fuente.
—¿Qué es todo eso?
—Es una gran traca de fuegos artificiales. No veas lo que me ha costado encontrarlo, pero al final me dieron una dirección de unos almacenes y me largué. No sé si será suficiente.
—¿Tú qué quieres, dar la bienvenida a Álex o prender fuego la finca?
—No. Está todo muy bien pensado. Además me han asesorado para que no estropee ninguna planta. Lo que pasa es que quiero montar la más grande de todas delante de la fuente y no puedo solo.
—Estás rematadamente loco.
—Lo sé. Pero quiero que el pequeño cuando despierte se lleve una gran sorpresa.
—Bruno, el pequeño ya tiene casi veintiún años.
—Para mí seguirá siendo mi pequeño —miró a Daniel con los ojos brillosos—. Le quiero mucho, Daniel. Desde niño era muy cariñoso y hacía tanto que no le veía que…
—Hermano Bruno —le tomó por el cuello—, más gente como tú hace falta en este mundo.
—Soy un tío normal, pero las cosas sencillas me emocionan.
—Eso es lo más importante, cuando le damos importancia a las cosas pequeñas, aunque tú precisamente no has querido montar algo pequeño.
—No. Claro que no. Para mi Álex, todo a lo grande.
—¿Desde cuándo es tu Álex? —le preguntó con mirada inquisitiva.
—Bueno, es una expresión… Ya sabes…
—Vamos a montar esa traca final.
Jaime se unió a ellos y entre los tres levantaron aquel pórtico entre maderas, piezas metálicas y alambres por donde todo tipo de petardos y fuegos de artificio iban cubriendo el entramado de formas caprichosas que formaba el portón. María se acercó a ellos.
—He preparado un aperitivo en el cenador. ¿Ya habéis terminado?
—Sí —respondió Bruno feliz—. Eso de comer algo es buena idea, tanto ejercicio me ha despertado el apetito.
Los cuatro se sentaron en el cenador. María sirvió en las copas un vino y sentándose agarró la mano de Jaime:
—Os queremos dar una noticia.
Bruno y Daniel dejaron de comer uno de aquellos canapés y les miraron intrigados.
—Sí —intervino Jaime—. Llevábamos tiempo pensándolo y no nos decidíamos, pero después de todo lo que ha sucedido, hemos creído que sería una buena idea.
—Jaime y yo… Queremos volver a ser papás.
—Eso es fantástico —intervino Bruno—. Yo quiero ser padrino del pequeño. Por favor, decir que sí, por favor.
—Claro que sí —comentó María—. Nadie mejor que tú para ser el padrino de nuestro nuevo hijo. Pero tendrás que venir más a menudo.
—Yo también os quería dar una noticia. Estaba esperando a que todo pasara pero…
—¿Qué ocurre Bruno? —preguntó Jaime.
—Me gustaría quedarme a vivir con vosotros. Soy un buen abogado y tal vez…
—Es la mejor noticia que nos podías dar —intervino María—. Contigo la familia estará completa.
—Desde que vine me he sentido tan bien aquí, tan feliz que me he olvidado de todo el sufrimiento que he pasado. En realidad, Tony era lo único que me unía a Manhattan y lo seguiré llevando en mi corazón. Pero aquí… Aquí me siento feliz y…
—Mi querido Bruno, cuando hayan pasado estos tres días, que vamos a dedicar por completo a la familia, pasarás a formar parte del bufete de abogados de la empresa. Serás mi abogado de confianza.
Miró hacia el cielo que empezaba a oscurecerse. Creándose aquellos destellos rojizos y dorados entre las pequeñas nubes trasparente.
—Me viene a la memoria cuando en aquella fiesta me comentaron que eras abogado y te dije que esperaba contar contigo si un día lo necesitaba ¿Te acuerdas?
—Sí —sonrió—. Te dije que no lo dudaras.
—El destino es sabio y coloca cada pieza en su lugar exacto con suma precisión, tomándose todo el tiempo que sea preciso —comentó Daniel.
—Sí, así es —intervino María—. Cuando despierte Álex la familia estará más unida que nunca y esperemos que pronto un nuevo pequeño nos llene de alegría y nos haga corretear por estos jardines.
Jaime llenó las copas de nuevo y se levantó. Los demás le imitaron.
—Por la vida, por el destino y por la familia.
—Por el amor y por la amistad —añadió María.
Las copas chocaron, el líquido inundó sus paladares y aquel olor afrutado del vino les hizo soñar con un presente feliz.
—Creo que es hora de comenzar a preparar todo. Deben de ser como las once de la noche —comentó Daniel.
—¿Qué tenemos que hacer nosotros? —preguntó María.
—Voy a bajar las cosas imprescindibles y las colocaremos frente a la fuente. Será el mejor lugar para el ritual. Esperad aquí, ahora regreso.
Daniel entró en la casa, bajó todo lo necesario y los cuatro se encaminaron hacia la fuente. Daniel extendió la sábana de lino sobre el césped, marcó los lugares donde debían de ir las velas, haciendo un círculo. Luego pidió a Jaime y Bruno que las colocaran y a María que cortara siete rosas blancas. Regresó a la casa y bajó en brazos a Álex. Lo miraba emocionado. Dormido entre sus brazos, con la respiración sosegada, sus ojos cerrados que deseaba ver abiertos pronto, sus labios brillando tras el beso que le había dado segundos antes y su piel cálida y suave. Lo miraba y soñaba el momento en que despertara de aquel largo sueño. Una semana llevaba postrado en aquella cama, una semana donde no se escucharan sus palabras, sus risas, sus ir y venir a toda prisa, como si el tiempo se le terminara. Haciendo bromas a todos, hablando de deporte, de estudios, de viajes, de sueños.
Erguido le vieron llegar María, Jaime y Bruno y a los tres les embargó la emoción. La imagen de un hombre desnudo, orgulloso ante el mundo sujetando entre sus brazos el cuerpo desnudo de su amado. Pensaron en los días que quedaban atrás y donde todos temieron por la vida de Álex, pero Daniel siempre confió en rescatarlo. Daniel había viajado al mundo de los sueños para encontrarse con él y aportarle seguridad. Daniel luchó exterior e interiormente por recobrarlo, pues no podía vivir sin el amor que le ofrecía su niño. Daniel amaba con pasión a Álex.
Se arrodilló delante de la tela de lino y lo posó con suma suavidad. Respiró profundamente y les miró a todos.
—Se acerca la hora, encended las velas.
Una suave brisa mecía las hojas de los árboles y de lo setos de alrededor. En aquellas horas algunas flores emanaban un perfume embriagador que les relajaba los sentidos. Las estrellas brillaban con intensidad en el cielo negro y a un lado, casi coronando la estatua del ángel, se alzaba la gran luna llena.
Daniel adoptó la postura de flor de loto y tomó el mortero de oro entre sus manos, introdujo varias piezas de incienso y las machacó con la mano del almirez mientras recitaba algunas frases que no alcanzaban a escuchar. Miró a María.
—Separa los pétalos y rodea con ellos el cuerpo de Álex, como hicimos con Jaime, pero deja dos rosas intactas.
María acató la orden y poco a poco aquellos pétalos formaron la silueta de su hijo. María les miraba a todos de soslayo. Sentía una emoción extraña y un temblor interno que le provocaba cierto dolor. Miraba el cuerpo de su hijo y soñaba con verlo despierto. Amaba a su hijo. Para ella era lo más importante en su vida. Cuando se quedó embarazada de él, se sintió la mujer más dichosa del universo. Era producto del amor que se profesaban ella y Jaime. Recordaba los meses de embarazo, el nacimiento, en el que ella no sintió dolor alguno, hasta en ese momento, su hijo había sido generoso con ella. Aquel primer olor cuando el médico se lo colocó sobre su cuerpo y la primera mirada que mantuvo con su bebé. Recordaba los instantes en que balbuceó las primeras palabras y dio los primeros pasos y luego corría tras su abuelo, su padre o ella misma en cuanto les veía. Las primeras risas en la piscina cuando Jaime lo lanzaba a lo alto y sus primeros cuadernos de estudio. Era un gran estudiante y un magnífico deportista como demostró en París. Le llegaban a la mente tantas imágenes de su hijo que ya no las podía clasificar ordenadamente. Fue un niño feliz, un adolescente inquieto y un joven más maduro de lo que su edad representaba. Amaba a su hijo con tal pasión que muchas noches rezó implorando a Dios y a la naturaleza que le volvieran a la vida o fuera ella quien entrase en aquel misterioso mundo de los sueños y su hijo despertara. Algunas lágrimas cayeron sobre el vientre de su hijo. Lágrimas de amor, de entrega y deseo de verlo de nuevo despierto.
Daniel se levantó y entregó el mortero a Jaime
—Sujétalo, voy a buscar El Bastón de Mando.
Jaime se quedó quieto, sosteniendo entre sus manos aquel pequeño mortero de oro. Lo tapó con la mano para que el viento suave no se llevase su contenido. Miró a su mujer allí de rodillas junto a su hijo y pensó en lo que les amaba a los dos y si había sido un buen padre y un buen esposo. El amor que tenía hacia ellos no lo pudo nunca trasmitir en su plenitud ni con la voz, ni con las palabras escritas. Desde que conoció a María, aquella mañana descendiendo del coche y entrando en esta finca, se quedó prendado por ella. Cada tarde, cuando terminaba su trabajo con Alejandro y salían juntos, paseaban por el Retiro, cenaban, iban al cine o al teatro, era como un mar de emociones que alborotó todo su interior, al igual que la primera vez que hicieron el amor, en aquella noche de tormenta, donde los elementos envidiaban la pasión que ellos se ofrecieron, jamás podrá ser borrada de su mente y de su piel. María era la mujer con la que siempre soñó y que creyó no existía. Pero un día el destino les cruzó en sus caminos y desde entonces juró a los elementos protegerla, amarla y hacerla feliz. En cuanto a su hijo, un hormigueo recorría su espalda. Era carne de su propia carne, sangre de su sangre y una vida por la que él sentía una gran admiración. Representaba todos los valores que siempre deseo en un hijo: noble, sencillo, humano, respetuoso con la naturaleza, desprendido, risueño, juguetón y serio cuando había que serlo, con una fuerte disciplina. Era el sueño de un padre y lo amaba al igual que a su mujer. María, la compañera perfecta: trabajadora, soñadora, divertida, sensata, paciente, apasionada por la vida. El destino y la naturaleza habían sido generosos con él y pensaba si todo eso que él llevaba en su interior, lo había sabido expresar hacia los dos.
Bruno cogió los dos frascos que reposaban en el suelo por miedo a que se rompieran en un descuido, sabía que eran muy importantes y se acercó a Jaime en silencio. Se quedó mirando a los tres. Parecían sacados de un cuadro bucólico y se sintió parte de él. Recordaba los momentos vividos junto a Jaime. En aquellos enfrentamientos en la fiesta en Manhattan donde se retaban en cada uno de los juegos. Le asaltó el momento en que hicieron el amor por primera vez, pues así es como él lo sintió con el cariño, respeto y forma en que Jaime lo trató. Lo generoso que fue ayudando a Tony liberando sus fantasmas y abriéndole los ojos para que supiera que lo amaba. Desde aquel primer beso, desde aquel primer acto de amor, no había mermado en ellos la pasión, aunque su entrega y devoción fueran para otras personas, en su caso para Tony y en el de Jaime para María. Ahora Jaime era lo único que le quedaba y María… María era el salvavidas de los dos. En su generosidad y madurez mental, comprendió con total naturalidad el amor entre su marido y él, lo respetó y lo fomentó. Abrió una gran puerta para que los dos siguieran amándose. María, en sus silencios, en su saber estar, representaba la máxima exaltación de la mujer piadosa, desprendida y amorosa. En cuanto al joven Álex, daría su vida por él. Cuando lo conoció con 5 ó 6 años era una ricura. Le llamaba tío Bruno y todo el día quería jugar con él. En aquellos días que pasaron en Cullera, se sintió feliz junto al pequeño, incluso algunas tardes dormían juntos la siesta, bien en la casa o en la playa. No había cambiado nada, era igual de noble y sencillo, aunque ahora con cuerpo de hombre.
Daniel se acercó portando el bastón de mando entre sus brazos y encima de él el libro, como momentos antes había hecho con Álex. Se arrodilló y lo dejó a un lado de su amado. Les miró a todos y les pidió que rodeasen el cuerpo de Álex. María y Jaime se pusieron frente a Daniel y Bruno al lado derecho de él.
—El momento ha llegado —les comentó sonriendo—. Comencemos con el ritual —miró a Jaime—. Pásame el cuenco.
Jaime así lo hizo. Untó sus dedos en el incienso y manchó la frente de María, luego la de Jaime y terminó con las de Bruno y él. Se inclinó hacia Álex e hizo lo mismo que con Jaime en la otra ocasión: manchó su frente, sus labios, el pecho a la altura del corazón, las muñecas, las palmas de los pies, las orejas y terminó con sus genitales. Dejó el cuenco a un lado y tomó uno de los frascos de las manos de Bruno continuando con el ritual y luego hizo lo mismo con el otro frasco. Daniel iba murmurando palabras mientras ejecutaba cada movimiento y ungimiento sobre el cuerpo de su amado. Le pidió a María las dos rosas y deshojándolas fue depositando sus pétalos sobre el cuerpo de Álex.
—Te traigo la campanilla —escuchó una voz femenina a su espalda.
Daniel se volvió y sonrió, miró a Jaime y por unos instantes su mente volvió a ser lúcida. Recordó quien era Jaime y quien era aquella mujer. Daniel inclinó la cabeza ante ella.
—Bienvenida seas Dama de la Capa. Es un honor para nosotros que formes parte de este ritual.
—Un ritual de amor semejante no puede ser ajeno a mí —se quitó la capa y la extendió sobre el cuerpo de Álex cubriéndole por completo—. Deseo participar del rito al igual que ellos dos —miró hacia el cielo y todos la imitaron.
En el gran manto negro del cielo, un cortejo de estrellas abrió camino a dos caballos blancos, sobre los que cabalgaban Ray y Alejandro. Se acercaban al lugar del encuentro. Erguidos y majestuosos como dioses en la noche. Sus ojos brillaban como estrellas, sus pieles resplandecían como el oro, sus sonrisas iluminadas y sus largas melenas ondeando al viento. Los caballos posaron sus patas con suma suavidad sobre el césped y los dos descendieron.
—Bienvenidos hijos de la luz —saludó Daniel sin dejar su posición.
—Gracias por esa bienvenida —intervino Ray con voz pausada y melodiosa—. Hoy todo el cosmos está pendiente de este acto de amor.
—Gracias mi querida familia —comentó Alejandro— por no haber decaído, por confiar los unos en los otros, por hacer vivo lo que en vuestros interiores aflora cada día.
Los dos se arrodillaron: Ray frente a la cabeza de Álex y Alejandro a sus pies.
—Que comience el ritual —ordenó la Dama de la Capa Blanca con la campanilla en la mano derecha.
Daniel tomó el libro en entre sus manos. Lo abrió y buscó la página indicada. Leyó varia frases y luego lo cerró dejándolo a su derecha. Desenvolvió El Bastón de Mando y lo elevó sobre el cuerpo de Álex. La campanilla sonó por primera vez y el Bastón se iluminó lanzando rayos en todas las direcciones. El cuerpo de Daniel se inclinó hacia atrás y el color de sus ojos cobró mayor intensidad en aquel tono gris plateado:
Por el poder de la tierra.
Por el poder del agua.
Por el poder del fuego.
Por el poder del aire.
A vosotros elementos benefactores, yo os invoco.
Por el poder de la luz.
Por el poder de la verdad.
Por el poder de la amistad.
Por el poder del amor.
A vosotros, yo os invoco.
Por el poder de lo humano.
Por el poder terrenal.
Por el poder de la energía.
Por el poder del cosmos.
A vosotros, yo os invoco.
Por el poder de la mirada.
Por el poder del sonido.
Por el poder de la palabra.
Por el poder de todos los sentidos.
Yo os invoco.
Os invoco a que esta noche celebréis con nosotros este rito, para que este hermano regrese de las tinieblas y que estás vuelvan al lugar de su origen.
Os invoco para que con vuestra fuerza, la tierra y el cosmos no sufran el desarraigo de la luz y surja de nuevo el equilibrio.
Divina luz, recobra tu poder. Divina luz, rompe las cadenas con las que estás apresada. Divina luz, reina de nuevo entre nosotros.
La campanilla iba sonando a medida que Daniel pronunciaba las palabras. El Bastón de Mando volvió a lanzar nuevos destellos y la fuente del ángel cobró una nueva dimensión. Las aguas brotaban en su interior verticalmente, creando una gran cortina que rodeó a la imagen del ángel negro. Éste también se iluminó y tomó vida, girando su cuerpo hacia la puerta de entrada, hincando su rodilla derecha en la base y con la otra pierna creando un ángulo de noventa grados. La mano derecha descansó sobre la pierna derecha y el codo izquierdo se apoyó en la pierna izquierda, reposando sobre la mano, la mejilla del ángel. Su mirada se fijó en las grandes verjas de la entrada de la finca. Una luz poderosa la iluminó mientras la cortina de agua iba descendiendo poco a poco hasta quedar a la altura que la nueva imagen había adoptado. Tras el chorro de luz y ante el asombro de todos, el color de la estatua se volvió blanca como la más pura nieve. Las alas se desplegaron, quedando en formación de vuelo.
Nadie dijo nada, nadie hizo el menor movimiento, salvo la Dama de la Capa que seguía tocando la campanilla y Daniel que tomó El Bastón de Mando entre sus manos y lo colocó sobre la tela. Daniel apartó la capa de la dama y mientras lo hacía, Álex abrió los ojos sonriendo. La apartó por completo entregándosela a su dueña quien se la puso de nuevo y Daniel tomó a su amado entre los brazos.
—Bienvenido a casa, amor mío.
—Gracias —su voz era aún débil y temblorosa—, gracias por librarme del horror, de las tinieblas y del vacío.
—Ya nada tienes que temer amor mío. Los que estamos aquí, te protegeremos el resto de tus días.
Daniel miró a María y a Jaime que estaban bañados en lágrimas y les ofreció el cuerpo, por fin despierto de su hijo. Se abrazaron a él y Daniel se levantó.
—Ahora debemos de regresar —comentó la Dama de la Capa—. No sólo has recuperado al amor de tu vida terrenal, sino que has restablecido el orden en el cosmos.
—Desde esta misma noche comienza una nueva Era para la tierra —intervino Ray acercándose a Daniel—. Tus palabras de amor, de amistad, unidad con los elementos y la gran energía, harán despertar en este planeta desde mañana, un nuevo amanecer.
—El planeta volverá a recuperarse —comentó Alejandro—. Ya no llorará la Madre Tierra, pues desde hoy su terrible padecer comienza a restablecerse. Aún quedan muchas cosas por hacer, pero lo haréis. La raza humana es inteligente, sólo que ha estado sumida en el caos de la oscuridad: el poder mal administrado, la prepotencia y la arrogancia, fantasmas que han asolado las mentes de muchos dirigentes, serán eliminadas. Desde hoy, un nuevo orden se establecerá en la tierra.
—Desde hoy —intervino la Dama de la Capa Blanca—, una nueva era comienza: La Era de la luz.
Jaime ayudó a incorporarse a su hijo y se levantaron todos. Ray miró con una gran sonrisa a Jaime:
—Hola hijo. Sí, estuve contigo en aquellos momentos. Los vivimos juntos y nunca podré olvidar haberte tenido junto a mí.
—Padre —se detuvo cuando iba a abrazarle.
—Sí, puedes abrazarme. Hoy se me ha concedido materializarme para que me sientas de nuevo.
Jaime se abrazó a él. Sintió su calor, su aroma, su cuerpo agitado por la emoción.
—Quiero que sepas que te amo. Siempre te amé.
—Lo sé hijo. Lo sé.
María también se había abrazado a su padre y lloraba de felicidad
—Hija mía —le comentó Alejandro—. Disipa cualquier duda de tu mente. Os echo de menos, claro que sí. He sido muy feliz en esta casa, pero junto a Ray he recuperado todo el amor perdido que se encontraba encerrado en el corazón desde que se fue.
—Gracias padre por venir.
—Debemos abandonaros —comentó de nuevo la Dama de la Capa—. No nos queda tiempo.
Daniel miró el Bastón de Mando que reposaba en el suelo. Las miradas de él y de la Dama se cruzaron.
—Creo que la tierra no es lugar para él —comentó Daniel—. Aún no están preparados.
—Nos lo llevaremos y cuando consideres tú, o alguno de los tuyos que debe regresar, lo traeré en persona.
—Gracias. Llevándotelo, evitas una gran tentación.
Ray se subió a uno de los caballos y ofreció su mano a Alejandro quien se colocó detrás de él. Sobre el otro caballo se subió la Dama. Daniel colocó sobre sus manos el Bastón de Mando.
—Que la luz os acompañe —deseó Daniel volviendo junto a Álex al que abrazó.
—Aún no sois conscientes del bien que habéis causado. Antes de que transcurra una década, lo comprobaréis —comentó la Dama—. Que la luz os proteja siempre.
—¡Regresemos a las estrellas! —gritó Ray a su caballo y éste relinchó y tomó el vuelo. El otro caballo hizo lo propio y como sucediera cuando llegaron, de nuevo un rosario de estrellas formó en el firmamento un camino para ellos.
Cuando ya sus ojos no podían verlos sintieron que dos estrellas brillaban con más intensidad. Los cinco miraron la nueva imagen del ángel.
—¿Ahora como explicamos a la gente que hemos cambiado de ángel? —preguntó Álex mientras miraba con ojos tiernos a Daniel.
—Diremos que Alejandro lo dejó en el testamento —respondió riéndose Jaime.
—Si es que no os puedo dejar solos. Me quedo dormido unas horas y vosotros me cambiáis la casa.
—Espera a ver tu habitación —comentó María sonriendo.
—¿Qué habéis hecho en la habitación? No, por favor, que estaba muy bien como estaba ¡No puedo con vosotros, me vais a sacar canas! Y a propósito nene. ¿Desde cuándo tienes ese color de ojos?
—No preguntes tanto y vamos a cenar.
—¡Sí! ¡Cenar! Llevo… ¿Cuánto tiempo llevo sin cenar?
—Una semana —contestó Bruno.
—Tío Bruno, me alegro que estés aquí. Te quiero mucho, ¿lo sabes?
—Pues ya te puedes acostumbrar a mí, me quedo a vivir con vosotros.
—¿Cómo? Me vais a matar de un infarto. Mejor me vuelvo a dormir.
—Ni se te ocurra —comentó María—. Lo que nos ha costado despertarte. Te convertiste en nuestro bello durmiente.
—Pues que me hubiera dado un beso de amor este capullo y ya estaba.
—Cada momento que podía te lo daba. Pero esta vez no era un cuento, era realidad.
—Lo sé y aún recuerdo algunas pesadillas vividas allí. Espero que con el tiempo desaparezcan. Ahora hablando en serio. Gracias a todos por traerme de vuelta y a ti por los momentos vividos en los sueños. Lo he pasado muy mal, me sentía totalmente perdido sin vosotros y…
—No pienses más. Tenemos tres días para nosotros. No habrá nadie en la casa hasta pasados tres días —comentó el padre—. Y se me olvidaba —le sonrió—, tenemos otra noticia más.
—Despacio por favor —se llevó la mano al corazón—, que aún estoy convaleciente.
—Te vamos a dar un hermanito.
—Lo que decía, me vais a matar. Pero os quiero. ¿Qué hay para cenar?
—Unos entrantes fríos, pollo relleno como te gusta a ti, costillas asadas…
—Sí, mucha comida, que tengo que cuidarme. Aún soy un niño.
—Lo que eres… Es un cabrón.
—Nene, esa boca o te la lavo con jabón y lejía.
Todos se rieron y se encaminaron hacia la casa que permanecía completamente iluminada. Atrás dejaban la nueva imagen. Un ángel blanco de luz, con la mirada puesta en la puerta de entrada, cuidando que ninguna fuerza del mal acechara aquel lugar.
Un ángel de luz custodio para una familia que permanecía unida, queriéndose y amándose sin hacerse preguntas. En la libertad de sus cuerpos desnudos, de sus mentes libres y de un comportamiento que tal vez a algunos les extrañará, pero no dejaba de ser natural.
La vida continuaba. Álex por fin había despertado y aunque en su mente quedaban los malos recuerdos, deseaba seguir haciendo felices a su familia. Por fin estaba con los suyos y eso es lo que le importaba.
La finca se vio envuelta en el sonido y la luz de aquellas tracas que Bruno colocó con esmero, se volvieron hacia atrás, viendo como el color lo inundaba todo en la noche.
El futuro se abría, no sólo para ellos, como dijera la Dama de Blanco, sino para toda la humanidad. Una humanidad que había perdido el rumbo en su afán por las posesiones mal administradas, por el desprecio a una tierra que les daba la vida, por el orgullo mal llevado, por la arrogancia fruto de muchos males, por los tabúes creados y que nunca debieron existir, por gobernantes pensando más en el poder que en gobernar juiciosamente, por religiones que sumían en el miedo, cuando debían por el contrario, alentar la fuerza del espíritu y energía que llevamos en el interior.
Las puertas hacia la nueva Era se habían abierto, pero ahora el trabajo era de todos y entre todos debían de crear el nuevo estado, el nuevo orden, un mundo mejor, donde la tierra por fin sonriera y el hombre viviera en paz.