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—Mi nombre, para quienes no me conozcan, es Alejandro Ray. Soy el nieto de Alejandro y hoy, en su último adiós entre nosotros, deseaba dedicarle unas palabras —se quedó en silencio mirando a todos los presentes.
El joven Álex, como así le llamaban sus padres desde niño, se encontraba de espaldas a la gran estatua del ángel de mármol negro, subido sobre un podium, rodeado de una gran multitud. Algunos sentados y otros tantos de pie, todos le observaban expectantes. El joven Álex, a sus 20 años, presentaba el porte de su abuelo paterno y los ojos de su abuelo materno. Miró hacia atrás, alzando la mirada al rostro del ángel y sonrió, luego, volvió lentamente su cabeza hacia los presentes, fijándola en sus padres, que frente a él se encontraban sentados.
—Desde que tengo uso de razón, he sentido a mi abuelo, como un padre, un hermano, un amigo, un confidente. Junto a mis padres y él, me he criado y educado, hasta el día de hoy. Mi querido abuelo, siempre demostró su fortaleza hasta su último aliento, pues no ha sido una enfermedad, sino el propio sueño, quien lo ha separado de nosotros. Junto a él he vivido mil aventuras y mil sueños. A su lado, me he sentido fuerte, cuando creía desfallecer. Mirándole a los ojos, he descubierto el amor por todo lo que le rodeaba y por sus seres queridos, y si bien, mis padres han sido lo más importante en mi vida y lo siguen siendo, ellos son conocedores, de la estima, del amor y del respeto, que siempre he profesado por este hombre, que hoy descansa dentro de esa caja de madera. He leído su historia, como muchos de vosotros, a través de las páginas que mi padre ha escrito en sus libros, pero os puedo asegurar, que en la intimidad, en el recogimiento de su morada, este hombre, desprendía más amor y energía, que jamás nadie podrá transmitir.
Tras una breve pausa, el joven Álex reinició su discurso:
—Hoy le damos el último adiós, y dentro de unos minutos, su cuerpo, se unirá al de su gran amor. Al ser que más ha amado en su vida y a quién dedicó este lugar sagrado: Un templo destinado a la amistad y al amor verdadero. Un lugar de descanso para dos guerreros en un mundo lleno de envidias, codicias y deseos de poder. De un poder, que no tiene sentido, si el final, no es para el progreso y beneficio de quienes más lo necesitan y para la felicidad, pero felicidad verdadera, de quienes lo han conseguido. Mientras ellos, viviendo en esa misma sociedad, crearon su propio mundo, sin alejarse de la vida que les rodeaba: Amaron, rieron, sintieron, convivieron, aprendieron, trabajaron, lucharon y sobrevivieron en tiempos difíciles con ideales de libertad. Hoy damos el último adiós, a un hombre, que junto a Ray, mi otro bien amado abuelo, amaron a los elementos de los que estamos compuestos y en ese recogimiento, vivirán por siempre, siendo alimentados por ellos, en un mundo, aún desconocido para nosotros, pero que me atrevo a afirmar que existe, pues les presiento ya unidos, desnudos, sobre sus corceles blancos y tal vez, viendo esta imagen. Por tal motivo, yo no he llorado, aunque sienta el dolor de su ausencia. Yo no he llorado, aunque nunca más podré hablar con él y debatir tantos temas, que he debatido durante estos años. Yo no he llorado, aunque no le dimos ese beso y desearle un feliz viaje. Yo no he llorado, aunque esté roto por dentro, pues nadie como él, además de mis padres, ha sabido abrirme las puertas de su corazón, para aprender a sentirme libre en un mundo de opresión. Y no he llorado, porque ellos, sé que no deseaban que lo hiciera. Ellos esperaban, que llegado este momento, mis ojos permanecieran libres de lágrimas, para poder seguir admirando el brillo del sol, el esplendor de la naturaleza y sabedor, de que por fin, volverían a estar juntos. Juntos para la eternidad, la que se merecen, en un mundo mágico, lleno de luz y de vida. Hoy damos el último adiós, a quien empieza a vivir una nueva aventura, un nuevo sueño, en un nuevo mundo, junto al ser amado y en una eternidad, donde nunca más volverán a sentir el dolor, sino la felicidad plena. Mi querido abuelo, se feliz allá donde estés y dale ese beso de amor, que jamás pude dar a mi otro abuelo, que sepa todo lo que le amo, pues por mi sangre, también corre la suya.
Tras sus palabras, nadie se atrevió a romper el silencio. Álex descendió del podium, se acercó al féretro y con una simple señal, como todo estaba previsto, su padre, su madre y algunos de los sirvientes de la casa, se acercaron colocándose en sus posiciones y levantando el ataúd, comenzaron su camino hacia el lugar donde Alejandro se uniría por fin a Ray. Sólo ellos y el sacerdote traspasaron el lugar sagrado. Tras depositar la caja en su emplazamiento, el sacerdote dijo sus últimas oraciones y bendijo de nuevo el lugar. Salieron en silencio, sin tapar la gran tumba, dejando en aquellos instantes, que la libertad de sus almas, recorriesen su nuevo hogar en la tierra. La puerta se cerró y Jaime invitó a todos los presentes, al gran convite que estaba preparado. Ante la sorpresa de muchos, los jardines se llenaron de música alegre, como en aquel día, años atrás, dos personas se unieran en matrimonio: Jaime y María.
Aquel día, un día donde supuestamente la gente llora y todo se vuelve gris, ante las miradas de las personas que aman al ser que los abandona, fue de completa felicidad, pues para Jaime, María y Álex, así lo sentían y así querían compartirlo con quienes se acercasen a dar el último adiós a Alejandro, pues tras ellos, bajo la gran imagen, la espera, había dejado de serlo.
Jaime se acercó a su hijo que se encontraba sentado en una de aquellas sillas frente a la estatua. Se sentó y miró hacia el lugar donde lo hacía su hijo. Al rostro del gran ángel.
—Tu abuelo se sentiría orgulloso de las palabras que has pronunciado.
—¿Crees que después de la muerte exista vida? En ocasiones, así lo pienso, pero luego… Si después de dejar esta tierra ya no queda más. Si nuestro objetivo es cumplir una misión determinada en este planeta y después…
—¿Cuántas veces hablaste con Alejandro de este tema?
—Muchas. Él creía en el poder de la energía, de que el cuerpo era simplemente un elemento para que nuestro verdadero ser viva dentro de él. Decía que en sus sueños, hablaba con Ray y que sabía que lo estaba esperando.
—¿Piensas que tu abuelo, con lo inteligente que era, opinaría y hablaría de esa forma, si no fuera real?
—No lo sé, papá. Pero me siento muy vacío sin él. Es como si una parte de mí se hubiera perdido para siempre. Recuerdo cuando nos sentábamos aquí, en las noches de verano y me contaba sus historias —hizo una pausa—. Añoraba a Ray. Cada día hablaba de él y con él. Mamá y tú os queréis mucho, pero piensa que el amor que ellos se tuvieron, fue tan intenso y real como el que él nos contaba o tú has escrito.
—Te aseguro que sí, hijo —suspiró Jaime—. Es difícil de creer, pero nunca habrá dos personas que se amen tanto como ellos lo hicieron. Alejandro era un ser excepcional, pero tu otro abuelo…
—¿De verdad lo viste cuando estuviste en Manhattan?
—Sí. Tal y como lo relaté. Te aseguro que no fue un sueño, aunque muchas veces pensé que lo era. Viví con él aquellos instantes… por eso te puedo afirmar que existe vida tras la muerte, aunque sea distinta a la que experimentamos aquí. Se materializó para estar aquellos momentos conmigo, pero no me quiso contar nada más. El gran misterio de la muerte es como el de la propia vida.
—¿Por qué entonces tememos a la muerte, si luego nos queda la eternidad para vivir con las personas amadas?
—Simplemente porque nos negamos a abandonar todo lo que hemos visto y adquirido. El ser humano tiende a defender sus posesiones, como si fuera lo único importante. Poseer cosas materiales y rodearse de ellas. Sabe que tras la muerte, todo eso lo deja atrás. Una civilización tan inteligente y que estaba fuertemente enraizada con lo espiritual, se llevaba sus pertenencias a la tumba tras la muerte, me estoy refiriendo a la egipcia. Ellos creían en la vida tras la muerte, pero no querían irse desnudos, sin nada, pues no deseaban comenzar desde cero, por eso todo lo que poseían en vida se iba con ellos a la tumba. Tus abuelos, tu madre y yo no pensamos de esa forma. Creemos que la verdadera riqueza que nos tenemos que llevar al otro mundo, son nuestros actos en la vida y comportamiento ante la sociedad, además del aprendizaje que el universo nos ofrece.
—Cuando muera, ¿volveré a ver a mi abuelo?
—Eso nadie lo sabe. Ray me comentó que tenemos nuestra familia cósmica y que en ella están, entre otros muchos, los seres que verdaderamente hemos amado y nos han amado, pero no todos aquellos que nos gustaría que estuvieran.
Álex miró como la gente se divertía y conversaban, mientras comían y bebían. Sonrió a su padre.
—Estoy convencido que al abuelo, esta fiesta le hubiera encantado.
—Tu madre y yo lo teníamos muy claro. Para Alejandro este día, es de felicidad. Por fin dejaba su cuerpo descansar, mientras que por otra parte, se unirá al ser que más ha amado en su vida.
María se acercó por detrás de los dos acompañada de un joven y puso una mano en los hombros de su hijo y su marido.
—¿Qué hacen mis hombres aquí sentados?
—Hablar del abuelo y de la vida.
—Pues la vida, mi querido hijo, está a nuestro alrededor, abriéndose camino sin tregua. Deja que ellos vivan la suya tranquilamente.
—¿Puedo preguntarte una cosa mamá? ¿No has derramado ni una lágrima por el abuelo?
—Claro que sí hijo, aunque sé que hoy estará junto a Ray, mi corazón llora porque ya no volveré a verlo, abrazarlo, hablar con él y sentirlo a mi lado. Claro que he llorado y seguramente lloraré mucho más. Sé que él no quiere que eso suceda, pero me perdonará, porque también lo entenderá. Ha sido un hombre justo y bueno. Cómo no voy a llorar su ausencia, aunque sé que siempre estará, de una forma u otra, con nosotros y no sólo él, sino los dos —miró al joven que la acompañaba—. Pero ahora, volvamos a la vida real. He rescatado a este joven que estaba perdido entre tanto desconocido para él.
Álex le miró y sonrió, se levantó y dio un beso a su madre.
—Sí, él es la persona que más quiero en la vida, junto a vosotros. Espero —miró hacia la imagen del ángel—, que algún día lleguemos a amarnos como ellos lo hicieron.
—Como ellos, nunca hijo, pero acercaros a esa perfección, si los dos os empeñáis, estoy seguro que lo conseguiréis —sentenció Jaime.
—Vayamos a comer algo —comentó Álex a su pareja, mientras lo cogía por el cuello—. Tengo hambre, ¿tú no?
—Sí, un poco —contestó Daniel.
—Pues hagámoslo —se volvió hacia sus padres—. Luego nos vemos.
Mientras se perdían entre la gente invitada al entierro, Jaime y María los observaban. Jaime cogió la mano de María y sonrió.
—Hacen buena pareja, ¿verdad?
—Sí. Quién nos lo iba a decir. Se conocieron en el colegio y desde entonces no se han separado.
—Y no creo que lo hagan nunca, han vivido demasiadas situaciones y resultan ser más adultos de la edad que tienen. Me pregunto qué pensarán ellos —miró hacia la gran imagen del ángel.