32
La campana sonó por séptima vez y Daniel despertó. Miró extrañado a quien la portaba. Era Bruno.
—Espero haberlo hecho bien. Estaba aterrado.
—Sí amigo, lo has hecho bien. Me has dado tiempo de despedirme como deseaba del amor de mi vida.
—¿Cómo está?
—Bien. Aunque agotado, como todos —frunció el ceño—. ¿Dónde está María?
—Con Jaime. Está delirando. Tiene más de 40 grados de temperatura y ha tenido espasmos durante toda la noche. Está esperando a que…
Daniel no dejó que terminase, se levantó dirigiéndose apresuradamente hacia la habitación de Jaime. Entró y contempló a María llorando mientras le ponía paños de agua por todo el cuerpo.
—Está mal, pero no quiero avisar al médico hasta que…
—Has hecho bien. Jaime no está enfermo. Jaime está siendo atacado.
—¿Atacado? ¿Por quién?
—Por las fuerzas oscuras. Saben que tenemos dos de las tres piezas. Nos avisó la sacerdotisa. Nos dijo que no se quedarían al margen.
—¿Qué podemos hacer?
—Déjame pensar unos segundos. Volvió a la habitación. Cogió la caja del incienso, varias velas blancas y las cerillas. Tomó dos frascos del baúl, el libro y la campanilla. Con todo regresó a la habitación.
—Necesito que bajes y cortes tres rosas blancas. Las tres que primero veas, no te importe como estén. Córtalas con tus manos y sube también tres copas de cristal. Baja así como estás, desnuda y no llores. Lo traeré con nosotros. Dile a Bruno que venga.
María le obedeció y Bruno entró en la habitación.
—¿Me llamabas?
—Sí. Coge una de las sábanas blancas y córtala en siete trozos iguales. Por favor, es muy importante que sean siete y lo más iguales que puedas.
Bruno salió en busca de la sábana y Daniel secó el cuerpo de Jaime. Estaba ardiendo y el sudor brotaba a media que él lo secaba.
—No te preocupes hermano. Sé que eres fuerte y tu mente libre. No sé a que tortura te estarán sometiendo, pero resiste. ¡Resiste! —Besó sus labios—. La energía es fuerte en ti, confía en ella.
María entró corriendo con las copas y las rosas, Bruno también lo hizo con la sábana cortada en siete trozos. Sonrió a Daniel:
—No sé cómo lo he conseguido con los nervios, pero son idénticos.
—Gracias. Bien chicos. Cerrad la puerta.
María la cerró y Daniel prendió las velas haciendo un círculo alrededor de la cama.
—Entrad dentro del círculo y no dejéis nada fuera.
Así lo hicieron y Daniel antes de comenzar el rito miró que todo estaba bien. Colocó tres piezas de incienso prendido en cada una de las copas. Situó una en la balda que había encima del cabecero y las otras dos, una en cada mesilla.
—Suelta los pétalos de las rosas y repártelos alrededor de su cuerpo.
Daniel junto las piernas de Jaime y sus brazos los pegó a los costados.
María comenzó con la operación y pronto la silueta de Jaime se dibujaba con los pétalos de las rosas blancas. Daniel aplastó con las manos dos conos de incienso y manchó la frente, los párpados, las orejas, los labios, la zona del corazón, las muñecas, los genitales y las plantas de los pies con el polvo. Luego abrió uno de los frascos, vertió un poco del contenido y lo untó en uno de los brazos, continuó la operación con el otro y las dos piernas terminando en sus genitales. Abrió el otro y el líquido fue extendido por su cara, cuello, torso y abdomen.
—Dame el primer trozo de tela —le pidió a Bruno.
Éste se lo entregó con las manos temblorosas. Daniel le sonrió y le pidió que se calmara. Con aquel primer trozo cubrió el rostro de Jaime rodeándolo. Con el segundo vendó su brazo y antebrazo derecho. Con el tercero, el otro brazo y antebrazo. El cuarto fue a parar a la pierna derecha y el quinto a la izquierda. El sexto tapó sus genitales y levantándole un poco lo pasó por detrás cubriendo sus nalgas. El séptimo rodeó la zona de corazón desde el torso a la espalda.
—María, pon tu mano derecha en su frente y toma con la izquierda la campanilla —María le obedeció—. Tú pon la mano derecha en su corazón —Bruno así lo hizo.
Daniel cogió el libro. Buscó la página deseada. El ambiente estaba ya cargado por el incienso y las velas elevaban sus llamas altas y rectas. Colocó su mano derecha en los genitales de Jaime y con la izquierda sostuvo el libro. Leyó varios párrafos y los repitió por tres veces seguidas. Primero en un susurro, luego elevó un poco la voz y por fin su voz se hizo más dura y autoritaria. Cerró el libro y lo dejó a un lado de la mesilla.
—Toca la campanilla.
María así lo hizo y tras el replicar, un sonido extraño y metálico invadió la estancia.
Bruno y María miraron a Daniel
—No os preocupéis, estamos en el círculo de energía. Vuelve a tocar la campanilla.
—María hizo repicar la campanilla por segunda vez.
—Despierta hermano. Es hora de volver al mundo de los vivos.
A una nueva seña, María ejecutó el tercer sonido.
—Recuerda a los que te amamos y queremos.
La campana sonó por cuarta vez
—Despierta de ese sueño infernal. Tú puedes hacerlo.
Al quinto sonido un olor a jazmín y azahar se mezcló con el provocado por el incienso y Daniel sonrió.
—Ven con nosotros.
Otro son invadió la estancia y un viento cálido les rodeó en el interior del círculo y elevó los pétalos de flores por el espacio, regresando de nuevo a su lugar.
Al sexto son les mandó apretar con más fuerza el cuerpo de Jaime
—¡Despierta ya!
Cuando sonó la séptima campanada el cuerpo de Jaime saltó, elevándose unos centímetros de la cama y cayendo de nuevo. Su respiración se volvió muy agitada y Daniel mandó quitar las manos y liberarle de las telas. Jaime tenía los ojos abiertos, como fuera de sus órbitas. Daniel lo incorporó, lo abrazó y apretó con fuerza su cuerpo contra el suyo. Jaime lanzó un grito. Daniel lo separó de su cuerpo y los ojos de Jaime se fijaron en cada uno de ellos. Su respiración resultaba tan agitada que parecía que iba a reventar su corazón.
—Ya estás con nosotros. Ya has vuelto. Tranquilízate.
Jaime se abrazó con fuerza a Daniel llorando con amargura.
—Sí hermano, llora, porque donde has debido de estar, nadie ha soñado que existe.
—Ha sido horrible —balbuceó—. Las lágrimas caían por la espalda de Daniel.
—Pero ya estás con nosotros. No han podido con tu mente, con tu energía y con tu cuerpo.
—Gracias por traerme. Aquel lugar…
—No hables. Descansa. Subiremos el desayuno y lo tomaremos juntos los cuatro en esta cama. Te quiero hermano y los que estamos aquí sentimos lo mismo por ti —miró a Bruno—. ¿Me ayudas a recoger todo esto y preparar el desayuno?
—Claro.
Los ojos de Bruno estaban llenos de lágrimas al igual que los de María.
—Yo también os puedo ayudar —comentó María con la voz entrecortada.
—No, mi querida hermana. Quédate con él. Ahora te necesita.
Jaime cogió una de las telas y en ella envolvió las velas y el polvo del incienso quemado en las copas, con el resto de las telas Bruno hizo una bola. Daniel sonrió a Jaime:
—Hermano, incorpórate, tengo que quitar la sábana sobre la que estás tumbado.
Jaime le obedeció y Daniel la arrugó dejando dentro los pétalos de rosas.
—Bajemos —le comentó a Bruno—. Lo tenemos que quemar todo.
Así lo hicieron, como un ritual más al que ya estaban acostumbrados con las sábanas de Álex. Mientras veían las llamas en aquel barreño de metal, Bruno sonrió a Daniel.
—Como sigamos así. Las fábricas de sábanas nos van a hacer un monumento.
Daniel que estaba muy pensativo lanzó una sonora carcajada.
—Gracias hermano por tu ocurrencia. Hay que desdramatizar un poco todo lo que está sucediendo, es demasiado para cualquier ser humano.
—Lo he pasado muy mal ahí arriba. Pensaba que se podía quedar como Álex.
—No. Sus síntomas eran muy distintos. Álex no se mueve. Su cuerpo, aunque está en nuestra dimensión, es como si no lo estuviese, en cambio Jaime vivía un tormento, una tremenda pesadilla, pero para poder erradicarla de su raíz era preciso realizar un trabajo de energía.
—Algún día cuando pase todo esto me contarás algunas cosas, si quieres.
—Claro hermano, aunque tal vez algunas las descubras por ti mismo.
—¿Qué quieres decir?
Daniel no le respondió, abrió la ducha que se encontraba en la piscina y arrojó las cenizas por el desagüe hasta que desaparecieron por completo.
—Preparemos el desayuno.
Los dos se encaminaron hacia la casa sin hablar. Entraron en la cocina y la cocinera les saludó. Tomaron una bandeja colocando en ella una jarra con leche caliente, el bizcocho que se había cocinado el día anterior, un cuchillo y los tazones de desayuno. Subieron a la habitación. Jaime estaba más tranquilo e incluso risueño.
—No podemos perder tiempo —comentó Jaime mientras se incorporaba y se acomodaba contra el cabezal de la cama—. Tenemos que salir para Cantabria.
—Deberías descansar —sugirió Daniel mientras servía la leche en los tazones y Bruno cortaba el bizcocho.
—No Daniel, no podemos esperar más. Si yo he estado en ese infierno no me quiero imaginar donde puede estar Álex.
—Él dice que está bien —le mintió, pues él mismo sabía que aunque Álex no le contara nada, el lugar en el que estaba confinado era un infierno.
—No Daniel, mi hijo es muy fuerte y nunca diría lo contrario. Tiene que estar viviendo un infierno y menos mal que te tiene a ti en los sueños.
—Daniel tiene razón, deberías descansar —intervino María.
—Os aseguro que me siento muy bien. Como si me hubieran inyectado…
—Una gran dosis de energía —le interrumpió Daniel—. Y eso es lo que hemos hecho entre los tres.
Desayunaron y Daniel lo recogió todo en la bandeja. Mientras salía vio como Jaime se levantaba de la cama y estiraba los brazos.
—Prepararé la mochila —comentó Jaime mientras terminaba de estirarse.
—Os haré unos bocadillos —suspiró María—. No puedo con vosotros dos. Menos mal que tengo a Bruno que me comprende.
—Yo también te comprendo amor —la abrazó Jaime—. Te comprendo y te amo. Cuando todo esto pase… —suspiró.
—Deja que pase —le interrumpió María dejando caer su rostro sobre el cuerpo de Jaime—. Ya habrá tiempo de pensar después.
—Tengo la mujer más maravillosa del mundo —miró a Bruno y a Daniel que aún estaba en la puerta de la habitación—. Y la familia que jamás soñé desear.
—Sí, nos vamos a ir —comentó Daniel—, deja los abrazos, las palabras tiernas y prepara la mochila.
—A sus órdenes.
Bruno acompañó a Daniel. Dejaron la bandeja en la encimera y salieron al exterior. La mañana era muy agradable ya en aquellas horas. El sol resplandecía en un cielo carente de nubes y Daniel respiró hondo.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Claro Bruno, pregunta.
—¿Qué ocurre en el mundo de los sueños?
—Allí se encuentran nuestros miedos, nuestros fantasmas, nuestras alegrías, nuestras fantasías, pero como en nuestro mundo, existen las fuerzas del bien y del mal. Normalmente todo está controlado, para no causar daño —miró al cielo—. Pero ahora el cosmos está intranquilo y el mundo de los sueños invadido por las fuerzas oscuras.
—¿Qué sueñas cuando estás con Álex?
—Álex recrea cada día un lugar mágico para estar los dos. Se ha negado a que conozca el mundo en el que está preso. No me quiero ni imaginar cómo puede ser, pero te aseguro que sólo una mente clara y lúcida puede resistir, aunque no sé hasta qué límite.
—¿Piensas que está en peligro?
—Claro. No sólo lo pienso, sé que lo está.
—¿Conseguiremos traerle?
—Tu pregunta se ha convertido en todo un interrogatorio —se rió.
—Lo siento. Es que estoy muy preocupado. Quiero mucho a ese chaval.
—Lo sé hermano, lo sé. No lo puedes disimular.
—Esta familia es muy especial para mí.
—Y tú para ellos, te lo aseguro.
—¿En qué mundos te sumerge Álex?
—Cada día es distinto. Siempre estamos en contacto con los elementos. Anoche me llevó a un hermoso oasis. Donde las palmeras eran tan altas que resultaba imposible ver sus frutos. Como siempre en sus sueños el líquido elemento está presente y esta vez recreó un estanque con una pequeña cascada. Le encantan las cascadas. Cuando estuvimos en Iguazú, sus ojos parecieron perderse entre la inmensidad de aquel lugar —suspiró—. En nuestros sueños hablamos, nos acariciamos, hacemos el amor. Le intento aportar la energía suficiente para que en nuestras horas de lejanía no se encuentre perdido —sus ojos se empañaron—. Está sólo en aquel infierno y yo no puedo hacer más.
—Lo estás haciendo. Pronto estará con nosotros.
Daniel se abrazó a Bruno y lloró con amargura.
—Lo amo Bruno, lo amo y está en peligro. Lo amo y no puedo rescatarlo aún con la energía que poseo. Lo amo y me siento impotente cuando estoy frente a él, pues desearía abrazarlo y arrancarlo de aquella tierra, pero sé que no puedo. Mi alma se rompe cada amanecer cuando la campana suena por séptima vez. Se aleja de mí, lo veo tan indefenso en su desnudez pura y limpia, que me rompe por dentro.
—Tranquilo Daniel. Tranquilo. Todo pasará.
Bruno no dejó de abrazarle y sintió el ardor de aquellas lágrimas deslizarse por su espalda. Él no debía llorar. No. Él permanecería inmutable desde ese momento. Tal vez aquella familia precisara de alguien entero, al menos aparentemente. Ya habría tiempo de que él llorase de nuevo.