31
Antes de meterse en la cama, María tocó la frente de Jaime y sintió que le ardía. Le colocó de nuevo el termómetro y marcó 38,5.ºC Salió y cogió una pequeña palangana llenándola de agua, tomó dos paños de algodón y se los aplicó húmedos en la frente. Luego se tumbó a descansar.
El sueño de Jaime aquella noche se volvió pesadilla. Se encontró en una casa abandonada completamente desnudo. La casa estaba compuesta de varias habitaciones en tres plantas y en su terraza una impresionante piscina. En aquel momento no había nadie. Desde la terraza intento contemplar los alrededores, pero de pronto la casa se vio envuelta por una vegetación salvaje que se enroscaba entre sí, no dejándole ver más allá de un par de metros. Eran enormes raíces que brotaban del suelo y a medida que ascendían sus ramas se volvían espinosas, brotando de cada una de aquellas espinas gotas de sangre que caían en el suelo, mientras se escuchaban lamentos de hombres, mujeres y niños. Se volvió espantado y entró en la casa. Ahora toda la casa estaba llena de cirios anchos y en una altura de un metro aproximadamente, en un color rojo, así como su llama que se dispersaba por todas las estancias. Bajaba y subía escaleras, sin saber dónde ir, sin saber que hacer.
Ante él comenzaron a aparecer cuerpos de hombres y mujeres desnudos, comenzando un ritual sexual. Todos unían sus cuerpos y se entrelazaban como aquellas ramas espinosas que rodeaban la casa. Los suspiros, los aullidos de placer se propagaban por los tres pisos. Las escaleras iban siendo invadidas por más cuerpos arrastrándose, reptando como serpientes, subiéndose unos encima de otros y comenzando a ejecutar actos sexuales de toda índole. Mujeres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con hombres, en dúos, tríos y grupos donde no se podían definir que cuerpo correspondía a quien.
Consiguió bajar hasta el hall de la casa. Intentó salir abriendo las puertas y le fue imposible. Estaban cerradas por seis cerraduras, seis pasadores que no podía abrir y seis grandes candados. Golpeó con fuerza gritando que quería salir y alguien le habló a su espalda.
—No podrás salir. Este es tu mundo.
—No —se giró y miró al hombre que le habló—. Este no es mi mundo.
Contempló el cuerpo de aquel hombre. Medía más de dos metros, su cuerpo presentaba una anatomía perfecta. Su piel era tan blanca que podían verse sus venas verdosas y su cuero cabelludo completamente rapado. Sus facciones duras y unos ojos tan negros que le aterró mirarlos.
—Sí. Tus antepasados comenzaron todo esto.
—¡Explícate!
—Llevas en tus venas la sangre del pecado. Tu padre amo a otro hombre y tuvo sexo sin control. Era un hombre que solo el deseo carnal le mantenía vivo. Te has preguntado muchas veces cómo era en realidad. Pues aquí tienes la respuesta. El vivía así y esta lujuria arrastró al que él llamó su amor.
—No es verdad. Vivió historias sexuales, pero no como me las presentas.
—¿No quieres ver la realidad? ¿No querías saber la verdad? ¿Pensabas que quienes le conocieron te la iban a contar como esperabas? Eres un incauto. En realidad tu padre era un degenerado. Vivía sólo para el sexo, lo demás era toda una fachada. Recuerda las historias que Alejandro te contó: Sus orgías de juventud, cuando él se vio envuelto en la primera en aquel motel y luego en las orgías de sexo y drogas, donde sus sentidos se perdían.
—No —le miró retador—. ¿Quién eres tú?
—El que siempre ha estado y conoce la verdad.
Jaime no quiso escuchar más e intentó abrirse camino entre la maraña de cuerpos que ya ocultaban por completo las escaleras. Pisó cuerpos que se volvían sonriendo. Uno de aquello se giró, le miró fijamente a los ojos.
—Hola hijo. Soy yo… tu padre. Ven a disfrutar del placer del sexo. No hay otra cosa que mantenga más vivo al ser humano que el gozar de otros cuerpos. Ven, siente el mío y déjame sentir el tuyo.
—Tú no eres mi padre, tú eres una mala pesadilla.
—No. Enfréntate a la verdad, a mí verdad. Tú también has gozado de otro cuerpo que no era el de tu mujer y sabes lo que es sentir ese placer.
—Es muy distinto a lo que me ofreces. Yo amo a dos personas, sí, me ha costado asumirlo, pero no me quieras confundir. Lo mío es amor y no sexo.
—Llámalo como quieras. Pero en realidad sabes que es sexo y que estoy en lo cierto.
Tocó su pierna con una de las manos y fue ascendiendo hasta intentar tocar sus genitales. Jaime apartó aquella mano de un manotazo y otro hombre cogió aquella mano rechazada llevándola a su polla y la mano le masturbó, brotando una gran cantidad de semen que cayó por varios cuerpos los cuales se movieron sinuosamente buscando más placer.
Consiguió llegar al primer descansillo del primer piso y de nuevo el primer hombre se colocó frente a él.
—Asúmelo y serás feliz. Por fin todas tus preguntas serán contestadas. No es malo el sexo, sino no se hubiera inventado y no proporcionaría tanto placer. Piensa que desde niños uno de los primeros estímulos que tenemos es el placer: el contacto de los cuerpos, el aroma de las pieles, las palabras de cariño.
—La pureza de un bebé, no ve en esos olores, ese contacto y esas palabras más que el sentir a las personas que le aman.
—¿Y qué es el amor, más que sexo encubierto?
—Yo a mi hijo le amo, no le deseo.
—Sí, le deseas.
—¡No seas hijo de puta! De mi hijo no te permito que hables así —se abalanzó sobre él intentando noquearle, pero le traspaso como se atraviesa el agua. Jaime se giró y el hombre había desaparecido, escuchándose grandes carcajadas en el ambiente.
—¡¿Quién eres hijo de puta?!
—¡Soy lo que tú eres!
—No. Yo sé quién soy. He tardado en descubrirlo, pero lo sé… No quieras trastornar mi mente. No lo conseguirás.
Las carcajadas volvieron a flotar en el ambiente y Jaime continuó subiendo aquellas escaleras hasta que agotado se encontró en el segundo descansillo. Entre sombras rojizas, aquel hombre descansaba sentado sobre la balaustra de madera que rodeaba aquel piso.
—Se sincero contigo mismo. ¿Qué sentiste cuando acariciaste por primera vez el cuerpo de Bruno? ¿Amor o sexo?
—Amor. Sentí una fuerte atracción que nunca había percibido antes.
—Llámalo como desees. Sentiste el deseo irrefrenable de follar con él. De sentirte dentro de él, que vuestro sudores se unieran y que los jadeos llenaran el espacio que se encontraba en paz y tranquilidad. Alterabais el orden de la naturaleza con vuestros actos de lujuria.
—No me vas a confundir —reía nerviosamente Jaime—. Sal de mis sueños. Déjame vivir mi vida, como siempre la he deseado: En paz y tranquilidad junto a los míos.
—¿De los tuyos? ¿Sabes en realidad lo que piensa tu mujer sobre los actos que lleváis a cabo Bruno y tú? ¿Sabes que os vio en la piscina el otro día y lloró amargamente? Ella si te ama de verdad, pero tú no, tú la haces sufrir porque ofreces tu cuerpo a otro hombre.
—No es verdad, ella lo comprende, lo hemos hablado. Ella sabe de nuestro amor y que no hay nada malo en ello.
—Incauto, infeliz, estúpido mortal. Todos sois iguales: engreídos, prepotentes, arrogantes hasta la saciedad, creyendo que sois únicos y que vuestra bandera es la verdad. Te has creído un hombre modelo, cuando en realidad lo que eres, es puro veneno lo que corre por tu sangre.
De nuevo Jaime arremetió contra él intentándole tirar desde aquella balaustra para que se estrellase en las losas frías de aquel hall. Pero su cuerpo golpeó contra la madera de aquella balconada y a punto estuvo de caer él. Las risas volvieron de nuevo a invadirlo todo y Jaime corrió de nuevo escaleras arriba. Cientos de sombras rojizas pasaban junto a él, las apartaba con sus manos mientras gritaba:
—¡Alejaros de mí!
Pisaba cuerpos sumergidos entre otros cuerpos. Se sentía agotado, roto, destrozado y así llegó al tercer descansillo.
—¿Aún no quieres reconocerlo? —le comentó el hombre apoyado contra una de las puertas de una de las habitaciones.
—No tengo nada que reconocer. Esto es un sueño y saldré de él. Tú no existes, eres una pesadilla en mi mente. Tal vez los recuerdos que me hicieron tanto pensar hasta que fueron aclarados. Los fantasmas con los que luchamos todos. Pero no me esclavizarás. Nunca nada ni nadie me han encadenado, salvo mis preguntas, pero soy humano y como tal, me cuestiono situaciones de mi entorno, de mi vida. Eso no es malo, con ello no hago daño a nadie.
—Mírate en tu desnudez. ¿De verdad crees que es natural la desnudez? Obsérvales a todos, se desnudan para gozar, para disfrutar de sus cuerpos, de sus pieles, del calor que emanan y con ello desfogar el deseo más primario del ser humano, el deseo animal.
—Esta vez no me vas a atrapar. La desnudez de mi cuerpo es pura, algo que tú tal vez no entiendas. Mi desnudez es mi libertad. El canto que ofrezco a la naturaleza y con quien me fundo en muchas ocasiones. Mi desnudez es la paz de mi interior y el descanso de mi cuerpo. Te lo diré a ti como lo he dicho en otras ocasiones: «Desnudo me siento yo mismo, vestido uno más de la sociedad».
—¿De verdad te consideras tú mismo estando desnudo? No seas hipócrita. Tu desnudez es una exhibición, una provocación para otros hombres y mujeres. Un querer demostrar el cuerpo de macho que se te otorgó y vanagloriarte de él ante los demás, ante los menos favorecidos.
—No es cierto. Es verdad que la naturaleza me otorgó un físico atractivo. Pero el cuerpo es más que lo que se ve. El cuerpo es expresión, movimiento, estado de ser. Con el cuerpo desnudo, te presentas libre ante la vida, mientras que vestido imitas una determinada clase social, un estatus o una de las tantas tribus urbanas. La desnudez es la vida. Desnudo llegas al mundo y desnudos deberíamos volver a la tierra. La vestimenta bloquea la libertad del ser creando falsos tabúes y provocando complejos que en muchas ocasiones no se superan. Es verdad que la naturaleza me otorgó un físico atractivo. Pero en la desnudez de otros hombres y mujeres he visto su verdad. En los cuerpos atléticos, delgados, gruesos, bajos, altos, fornidos, jóvenes, ancianos, con sus defectos físicos, de pieles de color, finas, gruesas… Pero son cuerpos de verdad, son seres vivos, son hombres y mujeres expresando su naturalidad y su sentir por el medio que les rodea, con la libertad de sus mentes, de mentes que no piensan en sexo, sino en la paz interior y el descanso que el cuerpo precisa. Si, tal vez mi cuerpo puede ser atractivo, pero… ¿Para quién? ¿Crees que todo el mundo admira un cuerpo como el mío? ¿Quién es el ignorante? ¿Tú o yo? La belleza del cuerpo humano estriba precisamente en eso, que cada uno es distinto, aunque algunos se puedan parecer. No hay dos cuerpos iguales y la gente aprende a amar no sólo por el cuerpo, sino por lo que cada uno lleva consigo.
—Bonito discurso, sin duda. Pero no te lo crees ni tú.
—Sí. Claro que me lo creo. Mi desnudez desde niño era mi expresión a la vida. En mi entorno familiar, era el único nudista, e incluso entre la mayoría de mis amigos. Pero nunca me avergoncé de ser nudista y no por tener un físico más o menos atractivo. Pues si de mi desnudez me hubiera avergonzado, lo hubiera hecho de mi ser.
—Te dejo con tus mentiras y tus engaños. Haz lo que quieras, pero he intentado abrirte los ojos y que despertaras a la verdad.
—¡Déjame! ¡Olvídame!