5
Contemplar los templos de Abu Simbel resulta impactante. Uno se siente insignificante y pequeño ante aquella expresión de grandeza. La construcción de estos templos se inició sobre el mil doscientos ochenta y cuatro a. C. y duró unos veinte años. El motivo de su construcción era impresionar a los vecinos del sur y aumentar la influencia de la religión egipcia. Los templos están dedicados, el primero de ellos a los dioses Ra, Ptah y Amón y con la fuerte presencia de Ramsés II; el otro fue dedicado a la diosa Hathor personificada en su esposa Nefertari. En un principio se encontraban a la orilla del río, pero cuando se construyó la presa de Asuán se ubicaron en una zona próxima a unos sesenta y cinco metros más de altura y unos doscientos metros más alejados, quedando frente al lago Nasser que forma la presa de Asuán.
La fachada principal del templo mayor tiene una altura de treinta y cinco metros, donde se encuentran las cuatro estatuas sedentes que representan a Ramsés II. Cada una de ellas tiene una altura de unos veinte metros y están esculpidas directamente en la roca. El interior del templo lo forman varias salas, de mayor a menor tamaño, a medida que uno se acerca al santuario. En la primera nos encontramos con ocho estatuas, adosadas a las columnas, de Ramsés elevado a la categoría de Dios, con la apariencia de Osiris. En sus paredes se ven los grabados de escenas de las victorias del faraón en Siria, Nubia y Libia.
Al llegar al santuario vemos las estatuas de Ra, Ptah, Amón y la de Ramsés, todas en posición sedente. Lo más destacable de esta sala es que, durante los días 20 de febrero y 20 de octubre, los rayos solares penetran hasta el santuario e iluminan las caras de tres de ellos, quedando la de Ptah en la penumbra, por considerarse un Dios de la oscuridad. Desde su cambio de sitio, el fenómeno sucede dos días más tarde.
Álex estaba extasiado, disfrutando de cada uno de los relieves. Se alejaba y acercaba a ellos y en su rostro se dibujaba la emoción que muchas veces no podía contener. Hablaba sin cesar a sus compañeros de grupo de lo que cada una de aquellas escenas representaban. Daniel se asombró del conocimiento sobre la cultura egipcia que poseía Álex. Y es que para Álex, Egipto era el máximo exponente de la cultura, de las tradiciones y de los misterios que había estudiado desde niño en soledad, sin compartir con nadie, pues era su mundo mágico que tan sólo sus padres y abuelo conocían.
Su respiración se agitaba y calmaba según el momento. Pasaron largo tiempo antes de visitar el segundo templo, dedicado a la diosa del amor y la belleza, Hathor y por supuesto a su esposa favorita Nefertari. La fachada está decorada con seis estatuas, cuatro de las cuales son de Ramsés II y dos de Nefertari. La entrada contiene seis columnas centrales, esculpidas con capiteles con la cabeza de la diosa. En la sala este nos encontramos con escenas de Ramsés y Nefertari ofreciendo sacrificios a los dioses, continua con otra con relieves similares y al fondo de dicho templo el santuario que contiene una única estatua, la de la diosa Hathor.
Cuando salieron del templo el sol les deslumbró. Todos pasearon en dirección al lago disfrutando de la tranquilidad del día, charlando y comentando lo visto. Álex estaba inquieto, miraba constantemente hacia el templo de Ramsés.
—Ahora vengo, voy a hacer unas fotos.
—¿No tienes bastantes? —le preguntó Daniel.
—No —salió disparado sin esperar más preguntas.
Se internó de nuevo dentro del templo de Ramsés dirigiéndose al santuario y se sentó en flor de loto. Respiró con tranquilidad y se quedó fijo mirando a las cuatro estatuas. Su mente voló y sintió que algo le abrazaba. Cerró los ojos y se dejó llevar por una luz que entraba en su interior. No percibió imágenes, no escuchó palabras, únicamente una luz muy potente y poderosa que entraba dentro de él y le hacía sentir bien, muy bien. Salió de su éxtasis alterado cuando le habló Daniel.
—¿Qué haces aquí?
—No lo sé, sentí la necesidad de entrar, de volver, de sentarme aquí y…
—Anda, vamos fuera que todos tienen ganas de tomar algo antes de coger el avión. Estaremos en el Cairo para la hora de comer.
—Que pena que tengamos que abandonar el barco. He disfrutado mucho en él. Me encanta el mar.
Daniel miró hacia atrás, hacía aquel santuario, ¿por qué Álex tuvo el impulso de estar allí durante aquellos minutos? ¿Habría experimentado algo? Prefería no preguntarle. Tal vez tuvo la necesidad de disfrutar del lugar un rato más, sabedor de que tardaría en volver o no regresar nunca más. Pero al contemplar el rostro de Álex percibió una felicidad plena y sus ojos brillaban con fulgurante intensidad. Estaba convencido que algo había presentido, pero si estaba de saberlo, se lo diría, él no le preguntaría.
—Me encantaría pasar una noche aquí —comentó Álex al grupo.
—Por ti, te quedarías a dormir dentro del templo si te dejaran —intervino sonriendo Daniel.
—Por supuesto. Eso sería un sueño.
El guía se aproximó a ellos.
—Debemos partir hacia el aeropuerto.
Así lo hicieron. Subieron al autobús y emprendieron camino al aeropuerto. Álex no dejaba de mirar por la ventanilla en silencio y Daniel a su vez le miraba a él. Notaba que cada metro, cada esquina, cada lugar de aquel país se adueñaba del interior de Álex enriqueciéndole. Deseaba leer su pensamiento, qué era lo que en aquel momento pasaba por su mente que le provocaba aquella mirada de paz y tranquilidad, como nunca había visto en él. Su semblante brillaba con luz propia y estaba convencido, que veía y presentía más de lo que a los ojos de todos se presentaba.
Llegaron al aeropuerto, facturaron las maletas y en menos de media hora surcaban los aires. Los dos se quedaron dormidos. El agotamiento provocó que incluso Daniel no se enterase del viaje hasta que la voz de la azafata les mandó atarse los cinturones, pues aterrizarían en breve.
—Te has quedado dormido —comentó Álex sonriendo.
—Estaba agotado, llevamos varios días madrugando y apenas hemos dormido nada.
—Genial. Cuando volvamos, la noche anterior no dormirás nada, así llegas a Madrid descansado.
—No te pases y bajemos de este cacharro, prefiero el suelo firme.
—Poco suelo firme hemos tenido en este viaje. Primero el gran Nilo y ahora el inmenso cielo.
—Cállate y levanta el culo.
Como en todos los viajes organizados, todo eran prisas hasta que se vieron por fin en la habitación del hotel.
—Estoy muerto —afirmó Daniel tirándose encima de la cama.
—Tenemos el tiempo justo para darnos una ducha rápida y bajar a comer.
—¿No podemos pedir que nos traigan la comida a la habitación? ¡Por favor!
Álex se acercó a la cama, se sentó al lado de Daniel y acarició su cara.
—Estás agotado, de eso no hay duda. Voy a bajar y pedir que nos suban la comida, cueste lo que cueste. Mi niño tiene que descansar.
—Gracias. Te compensaré.
—Ya lo haces con tu amor.
—No sé de donde sacas esa energía.
Álex bajo y habló con recepción. El trato fue muy amable y accedieron a subir la comida a la habitación. Le invitaron a que eligiera el almuerzo en la carta y volvió a la habitación. Daniel continuaba tumbado sobre la cama.
—Subirán la comida en una media hora. Así que ve a la ducha.
—Quiero que nos duchemos juntos y me des un masaje de los tuyos.
—Está bien. Vamos a la ducha.
Álex se desnudó colocando la ropa en el armario y se dirigió al cuarto de baño. Resultaba muy amplio y la bañera era espaciosa con hidromasaje incorporado. Se volvió a la habitación.
—Nene, tenemos bañera con hidromasaje. Creo que esperaremos a comer y luego…
—No me lo puedo creer. Dios existe. Un hidromasaje después de comer y acariciado por tus manos. ¿Qué más puede desear un hombre?
—Un beso de la persona que ama —le respondió mientras besaba su boca.
—Ven aquí cabrón. Quiero un beso de verdad, hasta que me duelan los labios.
—Pero antes desnúdate, quiero sentir tu piel.
—Estoy sudado, huelo a tigre.
—Sí. Pero eres mi tigre.
Se incorporó despojándose de la ropa, dejándola caer por el suelo.
—No seas marrano, coloca la ropa que llegará el camarero enseguida.
—Está bien —recogió la ropa y la colocó en el armario. Abrió la bolsa que contenía el albornoz y las zapatillas y se lo colocó.
—Estás muy guapo —comentó Álex abrazándole y acariciando su pecho con la mano—. Te amo.
Llamaron a la puerta y Álex se metió en el cuarto de baño con la bolsa que contenía el otro albornoz. Daniel abrió la puerta y el camarero introdujo en un carrito con ruedas la comida y bebida. Daniel le dio una propina y el camarero se fue.
—Casi me ve en pelotas —intervino Álex saliendo del baño con el albornoz.
—Ahora ya no nos molesta nadie —se quitó el albornoz y se acercó a Álex, le besó y le despojó del suyo. Se abrazaron sintiendo sus pieles cálidas y las caricias de sus manos.
—Comamos y luego…
—Luego haremos el amor en la bañera.
—Sí. Me gusta tu plan. Además, hasta las seis no tenemos ninguna visita. Comeremos, nos bañaremos, haremos el amor y luego dormiremos la siesta un rato.
Tras hacer el amor en la bañera se tumbaron sobre la cama abrazados el uno al otro y dejándose llevar por el sueño para recibir el descanso merecido. Era cierto, como había dicho Daniel, que durante aquellos días habían dormido muy poco. Los viajes organizados en ocasiones resultan una tortura y más cuando hay tanto que ver en tan pocos días y sobre todo en Egipto. En esas fechas las excursiones tienen que ser a muy temprana hora pues el calor después es asfixiante y claro, por las noches estaba la discoteca y los espectáculos que organizaban en el barco. Uno se acuesta pasadas las tres de la mañana y se levanta a las seis como muy tarde. Pero qué demonios, viajar, aunque resulte agotador, es toda una experiencia y aprendizaje. Ahora los dos descansaban, sin más pensamiento que estar juntos, unidos, como la noche anterior se prometieran bajo la luna.
Dos cuerpos descansando, dos almas sosegadas, un país mágico y toda la felicidad a su alrededor. Se lo habían dicho el uno al otro en algunas ocasiones: ellos dos no necesitaban nada más que estar juntos y disfrutar de la vida, de lo que les ofrecía en cada instante e intentar ser felices hasta que llegaran, seguramente, momentos que no lo fueran tanto, pero para eso… En ese futuro era mejor no pensar. ¿Quién sabe lo que el destino les tenía reservado? Ahora descansaban, desnudos, en su natural estado, abrazos en su deseo, amándose, incluso, muy seguramente, hasta en sus sueños. Dos almas, dos cuerpos en la paz del descanso.