14
Charles Potter salió de su consultorio secándose las manos. Sonrió a Janet y a Michael Hall, que estaban sentados en un sofá, contra la ventana.
—Dios mío, ¿hoy vino toda la familia? ¿Es alguna epidemia? Jamás nadie me dice nada de lo que pasa en este pueblo. Miró a Janet y una expresión inquieta reemplazó a la sonrisa. ¿No se trata de usted, verdad?
—No, no, yo estoy bien —dijo Janet—. Desde el lunes no tengo náuseas. Es Michael. Se queja de dolores de cabeza y me pareció mejor que usted lo examinase. Yo… bien, pensé en la posibilidad de que sea alergia, o algo parecido.
Potter resopló desdeñosamente.
—No creo en las alergias. Es lo que diagnostican los médicos incompetentes cuando no saben qué sucede realmente. Una alergia es nada más que un desequilibrio del sistema y para eso hay remedios. ¿Oyó hablar de la homeopatía?
Janet negó con la cabeza.
—Me lo imaginaba. El secreto mejor guardado de la medicina. Es demasiado barata y demasiado fácil. No se puede ganar mucho con la homeopatía y por eso yo soy pobre. Bien, pasen.
Janet se puso de pie y en compañía de Michael entró en el consultorio de Potter.
—¿Qué clase de dolores son esos, hijo? —preguntó Potter después de que Michael se quitó la camisa y se sentó sobre el borde de la camilla. Janet se apoyó en el escritorio de Potter.
No lo sé. Es como si tuviera un pulso.
Potter frunció el ceño.
—¿Dónde? ¿En la frente? ¿La nuca? En todas partes, ¿o en las sienes?
—Creo que sobre todo en las sienes. No sé.
—Bien, veamos un par de cosas. —Ajustó al brazo de Michael la manga de un esfigmomanómetro. Un momento después comenzó a inyectar aire en la manga, los ojos atentos al manómetro, el estetoscopio aplicado a los oídos. Finalmente asintió y sonrió.
—¿Qué te parece? Creo que no estás muerto.
—¿La presión de la sangre es normal? —preguntó Janet.
Potter se encogió de hombros.
—Se ajusta a los límites. Un poco alta, pero eso no me sorprende. ¿Ha tenido hemorragias nasales?
Janet se volvió hacia su hijo.
—¿Michael?
—No.
—Bien, podría tenerlas —dijo Potter—. Si hay algo de eso, no tienen que preocuparse. Apliquen una compresa fría y que descanse un rato. Veamos los ojos y los oídos y después, los reflejos.
Diez minutos después, Potter concluyó su examen y Michael se puso la camisa y regresó a la sala de espera. Potter se instaló frente a su escritorio, escribió algunas anotaciones y después se quitó las gafas. Mientras distraídamente las limpiaba con los dedos y solamente conseguía ensuciarlas más, sonrió a Janet, que ahora estaba sentada frente al médico.
—En general, yo diría que no tiene nada. La presión sanguínea es un poco alta, pero como ya le dije eso no me sorprende. Quizás es consecuencia de la tensión provocada por la muerte del padre. Lo cual a su vez podría exacerbar el dolor de cabeza. ¿Antes se ha quejado de jaquecas?
—Nada grave. Lo de costumbre. Siempre le di aspirina, y se le calmaban. Pero este episodio parece diferente y un tanto extraño.
Potter frunció el ceño.
—¿Por qué extraño?
Janet miró inquieta al médico.
—Bien, no sé muy bien cómo decirlo. Hace un tiempo sufrió uno de estos dolores de cabeza y al parecer cree que esa noche vio un fantasma.
Potter dejó de manosear las gafas.
—¿Un fantasma? —preguntó y su voz expresó escepticismo.
Janet enarcó el ceño y pareció coincidir con las dudas del médico.
Eso fue lo que me dijo. Y se mostró insistente. Excepto que ahora no puede recordar muy bien lo que sucedió. Pero dice que mientras el fantasma estaba cerca se le calmó el dolor y después de que el fantasma desapareció volvió a sentir el dolor. En definitiva, tiene una imagen confusa de todo lo que sucedió.
—Sin duda —observó Potter—. ¿Y dónde pasó todo?
—Cerca de nuestra casa —dijo Janet—. Estaba visitando a los Simpson y fue en el camino de regreso a casa.
—Hum. —Potter se recostó sobre el respaldo de su sillón, y unió las manos sobre el vientre. Contempló unos instantes el cielorraso, y después volvió los ojos hacia Janet—. Quizá sea mejor que hable con él —dijo al fin—. No sé qué vio, pero deseo escuchar su versión personal. ¿Tiene inconveniente?
—Ninguno. —Janet se puso de pie—. ¿Lo llamo?
Potter le ofreció una sonrisa conspirativa y un guiño.
—¿Por qué no me lo envía y me deja hablar a solas con él? A veces, los niños hablan más libremente si los padres no están presentes.
Michael se sentó muy erguido sobre el borde de la silla y miró al doctor Potter con expresión suspicaz. La pulsación ya muy conocida comenzaba a martillearle las sienes, pero Michael trató de ignorarla y concentró todo lo posible la atención en lo que el médico decía.
—No viste a Abby en el campo, ¿verdad? Viste otra cosa, y sabes muy bien lo que viste. ¿No es así?
—No —replicó Michael—. Era Abby y estaba buscando a sus hijos, como lo cuenta la historia.
Potter meneó la cabeza.
—No, Michael. Abby Randolph no existe. Murió hace cien años y no está en la región buscando nada. De manera que viste otra cosa. Ahora, quiero que te concentres mucho y me digas exactamente lo que viste y dónde estabas.
—Estaba en nuestra casa…
—¿Por qué? —lo interrumpió Potter—. Estabas en mitad de la noche y allí no había nadie. ¿Por qué fuiste a la casa?
—Ya se lo dije. Vi una luz en el campo y quise ver qué era.
—Y viste lo que era, ¿verdad? —Potter se inclinó hacia adelante y tenía blancos los nudillos de la mano derecha que aferraba las gafas—. ¿No es así? —repitió.
El dolor de cabeza de Michael se agravó y de pronto se sintió saturado por el extraño olor de humo que ya se había convertido en un acompañamiento obligado de sus dolores de cabeza. Y entonces le llegó la voz lejana.
Él sabe.
A Michael se le aceleró la respiración y sus ojos se desviaron hacia los rincones de la habitación, a pesar de que sabía que la voz provenía del interior de su propia cabeza. Y entonces oyó de nuevo, la voz, la voz de Nathaniel.
Él sabe, y te obligará a hablar.
—¿Qué pasa, Michael? —preguntó Potter en voz baja—. ¿Sucede algo?
—No… —respondió Michael con vacilación—. Solo que… me pareció que oía algo.
—¿Qué? ¿Qué oíste?
Ahora la cabeza le martilleaba a Michael y parecía que algo había pasado a sus ojos. Era como si el consultorio se hubiese llenado bruscamente con niebla, salvo que no era exactamente niebla. Y entonces comprendió. Humo. Parecía que el cuarto se había llenado de humo.
—Yo… yo no puedo respirar…
Potter se levantó de la silla y rodeó el escritorio.
—¿Qué pasa, Michael? Dime qué te sucede.
—No puedo respirar —explicó Michael—. Me duele la cabeza y no puedo respirar.
De nuevo oyó la voz. Él sabe. Te obligará a hablar. No se lo digas. Deténlo, Michael. ¡Deténlo ahora!
Michael abrió la boca, como si se preparase para gritar, pero lo único que emitió fue un murmullo desesperado.
—No. Por favor. Basta. Por favor, basta.
—¿Basta qué, Michael? —preguntó Potter—. ¿Qué quieres impedir?
—No se trata de usted —murmuró Michael—. No se trata de usted. Es él. Quiero impedir que continúe hablándome.
Potter aferró por los hombros al angustiado niño.
—¿Quién está hablándote, Michael? —preguntó, la mirada fija en el niño—. ¿Quién?
—Natha…
¡No! ¡No pronuncies mi nombre!
—¡Déjeme en paz! —gimió Michael—. ¡Por favor!
Potter soltó al niño y cuando Michael se hundió en la silla el médico retornó a su propio asiento, frente al escritorio. Reinó el silencio en el consultorio durante algunos minutos y después, cuando la respiración de Michael ya había retornado a la normalidad, Potter habló.
—El galpón —dijo en voz baja—. Estuviste en el galpón de Ben Findley, ¿verdad?
Michael no respondió y permaneció perfectamente inmóvil, aterrorizado ante lo que podía suceder incluso si se limitaba a mover la cabeza.
—Viste a Nathaniel, ¿no? —insistió Potter, con voz baja pero insistente—. Entraste en el galpón de Ben Findley y viste a Nathaniel, ¿no es así?
Michael meneó temeroso la cabeza.
—No —murmuró—. Él no es real. Es solo un fantasma, y no lo vi. No lo vi y no le hablé.
Pero ahora tocó a Potter el turno de menear la cabeza.
—No, Michael. Esa no es la verdad, ¿eh? No me mientas. Ambos sabemos lo que viste y lo que oíste, ¿eh? —Como Michael no contestó, Potter acentuó la presión—. Se parecía a ti, y también a tu padre, ¿no es así, Michael?
Michael se mordió el labio y trató de encogerse todavía más. Entonces, mientras hacía un gesto casi imperceptible de asentimiento, la voz de Nathaniel murmuró, ya no estridente ni amenazadora. Ahora era suave y gentil, acariciadora: Mátalo.
Y de pronto, mientras Michael observaba al doctor Potter, y Nathaniel murmuraba, supo que podía hacerlo. Si lo deseaba, ahora mismo, con la presencia de Nathaniel en su cabeza, el doctor Potter moriría.
No —murmuró. Y de nuevo—: No.
Pero lo harás —murmuró Nathaniel—. Debes hacerlo y pronto. Lo harás…
La voz se apagó y el dolor de cabeza de Michael se calmó. Cuando se le aclaró la visión, frunció el ceño y miró inseguro al médico.
—¿Puedo irme ahora? —preguntó tímidamente.
Durante un momento Potter no dijo nada y finalmente se encogió de hombros.
—Ambos sabemos lo que sucedió esa noche, ¿verdad, Michael?
Michael vaciló y después asintió.
—Pero no hablarás de eso, ¿eh?
Esta vez Michael meneó la cabeza.
—¿Puedes decirme por qué no quieres hablar?
De nuevo Michael meneó la cabeza.
—Está bien —dijo Potter—. Ahora, escúchame atentamente. Sé lo que hiciste y sé lo que creíste ver. Pero no viste nada. ¿Me entiendes? No viste nada en el galpón de Ben Findley y no viste nada en el campo. Era noche cerrada y estabas cansado, y en definitiva imaginaste que veías algo que no existía. No existía porque no podía existir. ¿Me entiendes?
Michael vaciló, y después asintió.
—Creo… creo que sí.
—Muy bien. —Potter se puso de pie y caminó hacia la puerta, pero antes de abrirla se volvió hacia Michael. Y una cosa más. En adelante, aléjate del galpón de Ben Findley. Aléjate del galpón y de su propiedad.
Michael miró al médico. Pensó: Él sabe. Sabe de Nathaniel y sabe lo que vimos. Y ahora tendremos que llevarlo a la muerte. Dio vueltas en su mente al extraño pensamiento y se preguntó por qué la idea de llevar a la muerte al doctor Potter no lo atemorizaba. Después, mientras escuchaba a medias la conversación del médico con su madre, comenzó a pensar en un asunto.
¿Llevar a alguien a la muerte era lo mismo que matarlo?
Se dijo que probablemente así era, pero por cierta razón, en lo profundo de sí mismo no pensaba lo mismo. De pronto tuvo la certeza de que empujar a alguien a la muerte no era lo mismo que matarlo. Por su parte, él jamás podría matar a nadie.
Pero podía lograr que una persona muriese.
Janet miró inquisitiva a Michael cuando el niño salió del consultorio de Potter, pero como su hijo no hizo ningún comentario su mirada se volvió hacia Potter.
—No sé —dijo Potter con expresión pensativa—. No creo que haya nada grave, pero me agradaría pensarlo un poco y quizá hacer un par de llamados. ¿Por qué no me lo trae nuevamente mañana por la tarde?
Unos momentos después, cuando ya habían salido del consultorio de Potter, Michael se decidió a hablar y en su voz había cierto acento de temor.
—¿Por qué le hablaste de… Vaciló, y después completó la pregunta. ¿Por qué le hablaste del fantasma?
—Yo… bien, estaba preocupada por los dolores de cabeza, y pensé que el doctor debía saber lo que sucedía cuando sufrías el ataque.
—Cree que estoy loco.
—Estoy segura de que no es así…
—Sí, eso cree —insistió Michael, y su rostro comenzó a enrojecérsele—. Me dijo que los fantasmas no existen, y que no había visto nada por el estilo en el campo. Después, me pidió que le contase todo lo que había sucedido.
—¿Y lo hiciste?
Cuando Michael vaciló, Janet creyó ver un parpadeo furtivo en sus ojos. Pero el niño asintió y dijo:
—Lo que recuerdo.
Caminaron en silencio unos minutos y Janet experimentó la ingrata sensación de que Michael no había dicho a Potter todo lo que recordaba. Pero antes de que pudiera encontrar el modo de llevarlo al tema sin irritarlo más de lo que ya era el caso, oyó que alguien mencionaba su nombre. Miró alrededor y vio a Ione Simpson que le hacía señas desde la acera de la tienda de ramos generales de los Shields.
—Janet, mira esto. ¿No es maravilloso? —preguntó Ione cuando Janet y Michael se acercaron—. ¿Viste jamás algo parecido?
En el escaparate de la tienda, apoyada contra un envase de leche, había una inmensa muñeca que aparentemente había sufrido en el curso de su vida un accidente de menor importancia. Le faltaban algunos botones, y había un desgarrón en uno de los hombros. Al verla, Janet no pudo contener una sonrisa: era enorme y tosca, y parecía que ella misma se había hecho daño, como si hubiese tropezado y caído. Era realmente irresistible.
—En efecto, es maravillosa —dijo—. Pero ¿qué demonios piensas hacer con ella?
—Para Peggy —dijo Ione con expresión decidida—. Janet la miró. Peggy, hermana de Eric, tenía dos años y su estatura era apenas un tercio de la que tenía la muñeca.
—Si se le cae encima, la asfixia —dijo Janet, pero Ione se limitó a menear la cabeza.
—No lo creo. Aprenderá a manejarla. Pero ¿crees que estará en venta? No parece nueva.
—Bien, entremos a preguntar —replicó Janet—. De todos modos, tengo una lista completa de compras.
Acompañadas por Michael, las dos mujeres entraron en la atestada tienda.
Las recibió una mujer corpulenta, de aspecto matronil, una expresión feliz en el rostro y grandes ojos azules. Janet la reconoció, pero no pudo recordar el nombre.
—Bien, no se preocupe —dijo la mujer—. No puede pedírsele que conozca el nombre de todas las personas del pueblo cuando lleva aquí apenas unos días. Soy la tía Lulu… la madre de Buck. ¿Verdad que es terrible llamarse Lulu a mi edad? Pero ¿qué puedo hacer? He sido Lulu desde que nací y seré Lulu cuando muera. Bien, ¿en que puedo servirlas?
—Tengo una lista completa… —empezó a decir Janet, pero Ione Simpson la interrumpió inmediatamente.
—La muñeca, Lulu. La muñeca que está en la ventana.
La tía Lulu sonrió.
—Oh, no la puse allí para venderla —explicó—. Pero hace mucho tiempo que está en la trastienda y me pareció que sería bueno que recibiera un poco de sol, ¿entienden?
—¿Quiere decir que no está en venta? —preguntó Janet, que sintió la decepción de Ione con tanta intensidad como si fuese la suya propia.
—Bien… bien… a decir verdad, no lo sé —murmuró Lulu—. Hace muchísimo que anda dando vueltas por aquí. La pidieron para la pequeña Becky… —Vaciló apenas un segundo, pero después trató de enmendar el error—. La pedimos para Ryan pero él no la quiso. No sé por qué no le agradó. ¿No es maravillosa? Sencillamente maravillosa. Y casi tan grande como un niño…
—Es más grande que la niña a quien se la compraré —la interrumpió Ione—. Deseo llevársela a Peggy. ¿Qué me dice?
Los ojos grandes de Lulu parpadearon.
—Bien… bien… Si es para Peggy, imagino que tendremos que aseguramos de que está en venta, ¿verdad? Tendré que llamar a Buck para preguntarle el precio. Ahora está en casa, cuidando a Laura. —De pronto se derrumbó su aire de felicidad y las lágrimas asomaron a los ojos—. ¿No es una vergüenza lo de Laura? Todo parecía bien y de pronto perdió así a su hijo. —Miró a Janet y extendió la mano para tocarla—. Pero es claro, usted estaba allí, ¿verdad? Mientras Laura trabajaba todo el día, bajo ese sol. Y para variar, todo iba bien. Bien, ciertamente no podemos culparla, ¿eh? Le dije que debía tomar las cosas con más calma, pero ya conoce a Laura… no acepta consejos de nadie, y es tan pequeña que casi murió cuando nació Ryan, y ahora sucede esto. No sé cuánto más podrá soportar. Francamente no lo sé.
Mientras Michael comenzaba a apartarse de la lacrimosa mujer y Ione miraba en una actitud que parecía de horrorizado embarazo, Janet trató de entender qué estaba diciendo realmente la mujer. Aunque lo había negado,' ¿estaba achacándole la culpa del aborto de Laura? Finalmente, Lulu comenzó a calmarse y en su rostro redondo se dibujó de nuevo la sonrisa cálida. Miró inquieta alrededor y habló en voz más baja, a pesar de que en la tienda no había nadie que pudiese oírlas.
—Tengo el llanto fácil, ¿no? Bien, es algo que todos tienen que aguantar de las mujeres mayores. Fui una buena esposa para Fred y nunca le contesté. Jamás. Pero desde que él se fue, descubrí que me agradaba hablar. Imagino que fue por todos esos años de callarme. Las cosas se amontonan, ¿entienden?
Janet sonrió débilmente, y se preguntó si habría un modo elegante de poner fin a las incoherencias de Lulu, pero entonces Ione Simpson salvó la situación.
—¿La muñeca? —preguntó Ione—. ¿Podemos saber cuánto cuesta la muñeca?
—Oh, llévensela, y lleven todo lo que deseen. Yo anotaré todo y Buck les dirá después cuánto es. Como saben, generalmente no trabajo aquí —dijo volviéndose de nuevo hacia Janet—. Fred siempre pensó que el lugar de una mujer estaba en el hogar, y mientras él vivió allí estuve yo. Creo que Buck piensa lo mismo que el padre. Me permite venir aquí únicamente cuando absolutamente no puede atender el negocio y eso es únicamente cuando Laura tiene uno de sus…
De nuevo Lulu Shields guardó silencio y las últimas palabras quedaron como colgadas de su lengua, más o menos como vasos de vino depositados al borde mismo de un estante. Pero en definitiva no cayeron. En cambio, Lulu retrocedió un paso, aunque su mirada se volvió súbitamente hacia Ione Simpson.
—Ustedes encuentren lo que desean. ¿De acuerdo?
—Muy bien —dijo Janet, y se volvió para buscar los artículos que necesitaba, antes de que la tía Lulu reanudara su discurso. Media hora después ella y Ione salieron de la tienda, los brazos cargados de paquetes. Atrás venía Michael, llevando en brazos a la enorme muñeca.
—¿Tienes modo de volver a tu casa o te proponías llevar caminando todo esto? —preguntó Ione cuando se acercaron a su automóvil.
—Bien, pensábamos caminar, pero en realidad no había previsto que serían cosas tan pesadas.
—Ni una palabra más —declaró Ione. Ahora contuvo la risa—. Es lo que debería haberle dicho a Lulu Shields. ¿No es un auténtico personaje? Y no creas eso de que jamás le dijo una palabra a su marido. Por aquí hay mucha gente, yo incluida, que cree que hablando lo llevó a la tumba y que él no lo lamentó en absoluto.
Los tres se instalaron en el asiento delantero del automóvil de Ione. La muñeca y los comestibles ocuparon el asiento trasero.
—No creerás que tengo la culpa del aborto de Laura, ¿eh? —preguntó Janet mientras salían de la aldea y comenzaban a recorrer la distancia que las separaba de sus respectivas propiedades.
Ione miró a Janet por encima de la cabeza de Michael.
—En el caso de Lulu, uno puede tener la certeza de que ella no piensa en absoluto. En realidad, no imagino por qué dijo eso. De todos modos, no lo hizo con mala intención, y por lo tanto no tienes que preocuparte. Es nada más que un poco charlatana.
—Es siniestra —dijo Michael.
Janet lo miró con el ceño fruncido.
—No es más que una mujer un poco charlatana. Y no te acostumbres a llamar siniestra a la gente. —Volvió a mirar a Ione—. ¿Quién es Becky?
—¿Becky? —preguntó Ione—. ¿De quién estás hablando?
—La niña para la cual compraron la muñeca. Es el nombre que Lulu mencionó antes de que afirmase que la habían comprado para Ryan.
—No oí eso —dijo Ione con un encogimiento de hombros—. Me temo que no escucho muchas cosas de las que dice Lulu. Después de unos minutos desconecto. Frunció el ceño. ¿Estás segura de que dijo Becky? Por lo que sé, no hay niñas que se llamen Becky en Prairie Bend.
—Seguro que la mataron —dijo de pronto Michael, en el momento mismo en que Ione entraba por el sendero de Janet.
Janet miró fijamente a su hijo.
—¡Es terrible que digas eso! —afirmó.
Michael entrecerró los ojos.
—Estoy seguro de que eso fue lo que le sucedió. Estoy seguro de que la enterraron en el Campo de Potter.
Y entonces, cuando el automóvil se detuvo frente a la casa y Janet descendió, Michael salió del vehículo y preguntó:
—Señora Simpson, ¿Eric está en casa?
—Está limpiando el establo… —balbuceó Ione, impresionada por la extraña afirmación de Michael.
—Voy a ayudarlo. ¿De acuerdo, mamá?
Janet, tan conmovida como Ione, asintió y Michael se alejó corriendo. Lo observaron hasta que atravesó la alambrada que separaba las dos propiedades y desaparecía en el establo de los Simpson; después, comenzaron a retirar los paquetes depositados en el asiento trasero del automóvil de Ione.
—¿Qué quiso decir exactamente Michael? —preguntó Ione cuando estuvieron en la cocina.
Aunque se le aceleraron súbitamente los latidos del corazón, y no tenía la más mínima idea de la respuesta que debía ofrecer a la pregunta de Ione, Janet fingió indiferencia.
—En realidad, nada. Probablemente es una asociación con esa horrible historia de fantasmas que Amos le contó poco después de nuestra llegada y la coincidencia de los nombres. —Esbozó una sonrisa descolorida—. Antes solían enterrar a los indigentes y los desconocidos a campo abierto.
—Oh, vamos, Janet —protestó Ione—. ¡Tiene que haber otra cosa! ¿Cuándo fue la última vez que se utilizó ese recurso? Esa costumbre ya no existe. E incluso así… ¿algo por el estilo en Prairie Bend? Por lo que sé, aquí jamás enterramos a desconocidos o indigentes. Y la idea misma de que alguien entierre a un niño a campo abierto… ¡bien, me parece absurda!
Janet suspiró hondo y se sentó en una de las sillas, frente a la mesa de la cocina.
—Ya lo sé —dijo—. Y debo confesar que me siento un poco preocupada. —Miró cautelosamente a Ione—. A decir verdad, esta mañana lo llevé al doctor Potter. —Vaciló—. Michael estuvo sufriendo jaquecas muy fuertes. Pero el doctor no le encontró nada. Dice que todo esto probablemente es una reacción provocada por la muerte de Mark.
Los ojos de Ione manifestaron pesar.
—Oh, Janet, Dios mío, lo siento. Fue estúpido de mi parte no pensar en ello. Seguramente hablé como lo hubiera hecho Lulu Shields. ¡Perdóname!
Janet sonrió.
—No hay nada que perdonar. Pero podrías hacerme un favor…
—¡Lo que quieras!
—Ayúdame con Michael. Creo que únicamente necesita un poco de tiempo para acostumbrarse a las cosas. Perdió el padre, está viviendo en un lugar nuevo y no conoce a casi nadie. Y yo sé cómo pueden ser los niños. A veces unen fuerzas contra uno y lo torturan.
—¿Y crees que eso puede sucederle a Michael?
—Parece que Michael y Ryan Shields tuvieron una discusión. Ryan ya le dijo que cree que está loco.
Ione entrecerró los ojos al recordar la extraña conducta de Michael la noche que había nacido el potrillo de Magic.
—Bien, nos ocuparemos de que no suceda lo mismo con Eric, ¿eh? —Hizo una breve pausa y después dijo—: Janet, no quiero que te inquietes, pero si crees que es conveniente que Michael hable con alguien, conozco a un buen psiquiatra en Omaha.
—¿Un psiquiatra? Vamos, Ione, Michael no es más que un niño. No necesita…
—No dije que lo necesitara —la interrumpió Ione—. Pero tú misma observaste que ha sufrido mucho y a veces los niños tienen problemas de los cuales los padres no saben una palabra.
Janet miró inquisitiva a su interlocutora.
—¿Por qué me parece inverosímil que la esposa de un agricultor de Prairie Bend esté relacionada con un psiquiatra de Omaha? —preguntó.
Ione se echó a reír.
—Porque soy enfermera, ¡esa es la razón! No todos los habitantes del pueblo viajan a las ciudades. Yo me ausenté ocho años. Pero después volví a mi pueblo natal y me casé con el muchacho de la casa contigua. De todos modos, conozco a alguien en Omaha, en caso de que lo necesites para Michael. ¿De acuerdo?
Janet vaciló y después sonrió brevemente a Ione.
—De acuerdo —dijo—. Y gracias. —De pronto, se le iluminó el rostro—. Tengo una idea. ¿Por qué no vienen a cenar esta noche? Todos. Será la primera reunión en mi nueva casa y creo que los candidatos apropiados son precisamente mis vecinos.
—¿Y tu familia? —preguntó Ione—. ¿No crees que quizá tus primeros invitados debieran ser Amos y Anna o los Shields?
Janet consideró la posibilidad, y después meneó la cabeza.
—Invitaré a Laura y a Buck apenas ella se sienta mejor, y ahora Amos y Anna deben estar hartos de mí. Además, si estamos solo nosotros, ¿quién se enterará? ¿O a quien le importará?
Ione se encogió de hombros.
—Muy bien, si así lo deseas, yo estoy de acuerdo. —En su rostro se dibujó una astuta sonrisa—. Pero puedo decirte una cosa: en el pueblo todos sabrán que fuimos tus primeros invitados. ¡Recuerda mis palabras!
Michael salió de la zona iluminada por la luz del sol y se zambulló en las sombras del galpón de los Simpson.
—¿Eric? —llamó. Como no hubo respuesta, continuó avanzando hacia el fondo del galpón. Un suave relincho llegó del pesebre de Magic y Michael se detuvo para acariciar el hocico de la corpulenta yegua—. ¿Dónde está Eric? —preguntó, y casi como si hubiera entendido la pregunta Magic golpeó con los cascos el piso del pesebre, relinchó con más fuerza y movió la cabeza. Michael sonrió y llamó de nuevo a su amigo, ahora levantando la voz.
—Aquí. —La voz de Eric llegó debilitada desde el fondo del galpón y Michael abandonó a Magic para caminar hacia el cuarto de los arneses, donde encontró a Eric trabajando con una maraña de correas de cuero.
—¿Qué estás haciendo?
—Tratando de fabricar una brida para Media Blanca.
Michael frunció el ceño.
—¿Quién es Media Blanca?
El potrillo de Magic. Tiene una media blanca, y por eso lo llamamos así. Encontré esta vieja brida y si puedo achicarla comenzaré a entrenarlo.
—¿Dónde está?
—En el prado, detrás del galpón.
—¿Puedo ir a jugar con él?
Eric se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Pero probablemente no jugará mucho. Hoy es el primer día que se separa de Magic y está un poco nervioso.
Pocos minutos después Michael estaba apoyado en la empalizada que marcaba los límites del corral. A pocos metros de distancia, el potrillo lo miró con sus ojos grandes y suspicaces.
—Hola, Media Blanca —dijo en voz baja Michael, y el potrillo movió interesado las orejas—. Vamos, muchacho. Ven aquí. —Arrancó una mata de pasto y la mostró al potrillo—. ¿Quieres comer algo?
El potrillo avanzó un paso, pero entonces cambió rápidamente de idea y retrocedió. Michael frunció el ceño y agitó la mata de pasto. El potrillo giró sobre sí mismo y trotó unos metros; después, se detuvo para mirar de nuevo a Michael.
Sonriendo, Michael pasó la empalizada y comenzó a caminar hacia el animal, sosteniendo frente a sí el pasto.
—Está bien, Media Blanca. Es buen pasto. Vamos, muchacho, no te haré daño.
Pero cuando estaba todavía a unos metros de distancia, el potrillo de nuevo reaccionó y corrió hacia el extremo más alejado del corral.
Michael se disponía a seguir nuevamente al caballo, cuando sintió que algo lo rozaba. Bajó los ojos y vio a Sombra, que movía feliz la cola y se había agazapado a los pies de su amo.
—¿Quieres ayudar, Sombra? —El perro emitió un alegre ladrido y se incorporó bruscamente—. Muy bien, vamos a atraparlo. Adelante.
Con movimientos lentos, el niño y el perro se acercaron al potrillo, y esta vez Michael trató de evitar los movimientos que podían alarmar al caballito. Avanzó solo unos metros por vez y se detuvo varias veces para lograr que el potrillo se acostumbrara a su cercanía. Sombra, que parecía comprender lo que hacía su amo, se mantenía cerca de Michael, complementando casi a la perfección los movimientos del niño.
Finalmente, cuando estaban a pocos metros del caballo, Michael comenzó a hablar en voz baja, como había visto hacer a Eric cuando calmaba a Magic.
—Tranquilo, Media Blanca, tranquilo, muchacho. Nadie te hará daño. Mira. —Lentamente levantó la mano y ofreció al potrillo la mata de pasto—. Es comida, Media Blanca. Vamos, pruébala. Michael se acercó más, y Media Blanca se puso tenso, los ojos fijos en Michael, la pata delantera derecha golpeando nerviosamente el suelo. De nuevo Michael acortó la distancia que lo separaba del caballo, y se detuvo cuando el potrillo alzó la cabeza y pareció buscar una vía de escape.
Finalmente, cuando estaba a solo un metro del potrillo, se inclinó y suavemente frotó el pasto contra el hocico de Media Blanca.
Y entonces, del otro lado de la cerca llegó la voz de Eric que decía:
—¡Eh! ¿Qué estás haciendo?
Sobresaltado, el potrillo se encabritó y alzándose sobre las patas traseras trató de golpear a Michael con las delanteras. Pero antes de que los cascos del caballo pudieran entrar en contacto con el niño, Sombra se arrojó sobre Michael y lo envió al suelo, fuera del alcance de las patas amenazadoras de Media Blanca. Michael rodó sobre sí mismo para escapar del caballo asustado y se incorporó mientras Media Blanca iniciaba un galope por el corral, perseguido por Sombra.
—¡Sombra! —gritó Michael y el perro instantáneamente se detuvo y volvió la cabeza para mirar a Michael—. Está bien, muchacho, vamos. ¡Vuelve aquí!
Obediente, el perro trotó en dirección a su dueño.
—¿Qué estabas intentando hacer? —preguntó Eric.
—¡La culpa fue tuya! —replicó Michael—. Quería hacerme amigo. Estaba dándole un poco de pasto, pero lo asustaste cuando comenzaste a gritar.
—Bien, no tenías derecho de entrar aquí.
Irritado, Michael miró a Eric y en su cabeza comenzó a pulsar el dolor ya muy conocido.
—Dijiste que podía jugar con él.
—Pensé que tenías inteligencia suficiente para quedarte fuera del corral. ¿Qué sabes de caballos?
—No me lastimé, ¿verdad? ¡Y ni siquiera tuve miedo!
—Sal del corral y yo me ocuparé de él, ¿de acuerdo?
Después, sin hacer caso de las protestas de Michael, Eric trepó la empalizada y con la brida en la mano izquierda se acercó al potrillo.
Sintiendo que el dolor de cabeza se acentuaba, Michael miró mientras Eric comenzaba a acercarse al potrillo, yendo y viniendo por el campo, contestando con sus propias maniobras a cada uno de los movimientos de Media Blanca. Poco a poco fue encerrando al animal en uno de los rincones del corral.
Finalmente, se acercó al asustado caballo y trató de pasarle la brida sobre la cabeza. Media Blanca brincó en el último instante y consiguió evitar que le aplicaran las correas de cuero.
De nuevo Eric intentó embridar al caballo, pero otra vez Media Blanca lo esquivó a último momento. Pero ahora, en lugar de intentar la fuga, se alzó sobre las patas traseras y descargó un golpe con las delanteras. Eric esquivó los peligrosos cascos, pero tropezó y cayó al suelo.
Horrorizado, Michael vio cómo el potrillo bailoteaba un momento sobre las patas traseras, y después las apoyaba en el suelo y miraba hostil a Eric, que rodaba sobre sí mismo al mismo tiempo que intentaba ponerse de pie.
Lo matará, pensó Michael. Conseguirá matarlo a patadas, con esos terribles cascos. De pronto se le enturbió la visión, y todos sus sentidos sufrieron los efectos de una densa bocanada de humo. Y oyó una voz que resonaba en su cabeza.
Mátalo.
Obedeciendo sin pensar el mandato de la voz, Michael concentró su pensamiento en el potrillo.
Muere, pensó. Muere. Muere. Muere…
El potrillo pareció paralizado durante un momento. Después, con un relincho angustiado, se alzó de nuevo sobre las patas traseras y pareció que las delanteras trataban de alcanzar a un enemigo invisible. Finalmente, mientras Eric conseguía incorporarse y comenzaba a distanciarse del aterrorizado potrillo, Media Blanca se desplomó sobre el suelo. Permaneció inmóvil, los ojos abiertos, sin respirar.
Ahora se aclaró la visión de Michael y el dolor de cabeza desapareció. También se disipó el olor de humo y lo único que alcanzó a percibir fue la dulzura del pasto fresco de la pradera. Sombra se acostó a los pies de Michael, gimiendo suavemente. Michael volvió los ojos hacia el corral, sin saber muy bien qué había sucedido.
—¿Eric? —llamó—. ¿Estás bien?
Hubo un momento de silencio y después Eric se volvió para mirar a Michael.
—Está muerto —dijo Eric—. Está echado allí y está muerto.
La mirada de Michael pasó de Eric al potrillo, y comprendió que su amigo decía la verdad.
Y también comprendió que, sin saber muy bien cómo, él era la causa de esa muerte.
Apelando quién sabe a qué recursos, mientras le martilleaba la cabeza y tenía turbia la visión, había conseguido que Media Blanca muriese.
Con los ojos llenos de lágrimas, comenzó a alejarse lentamente.