Capítulo 3

La memoria del futuro

¿Qué ocurre ahí dentro? —preguntó el piloto sin volver la cabeza—. ¿Algún problema?

—Tú… ¿qué haces aquí? —balbuceó Martín—. Hace un momento estabas ahí detrás, atado de pies y manos…

El piloto se volvió bruscamente y Martín pudo comprobar que su imaginación no le había engañado: se trataba, en efecto, de Aedh, o de una copia idéntica del joven mañoso.

—Un momento: ¿qué le habéis hecho a mi hermano? —exclamó el individuo dándole un empujón para abrirse paso hacia el contenedor—. ¿Aedh?

—Aquí estoy —dijo su doble, saliendo a su encuentro.

En sus manos y pies no había ni rastro de las ataduras improvisadas por Jacob, quien apareció corriendo detrás de su prisionero con el rostro congestionado.

—No sé cómo lo ha hecho, Martín, de verdad —explicó atropelladamente—. Estábamos los cuatro sujetándole, y, no sé cómo, deshizo los nudos, se sacudió nuestras manos y se levantó…

Aedh se volvió hacia él y lo miró riendo.

—La verdad es que me habéis decepcionado, chicos —dijo, observándolos con curiosidad—. Se ve que tantos años en esta maldita época os han atrofiado el cerebro. Pero, aún así, después de lo que hicisteis con Hiden el otro día, esperaba algo más de vosotros…

Los chicos se quedaron mudos de asombro.

—¿Qué quieres decir? —balbuceó Jacob—. ¿Cómo sabes tú que nosotros…?

—¿Qué procedéis de otro tiempo? —concluyó Aedh alegremente—. Es muy sencillo…

—Ahora no, Aedh —le interrumpió su doble mirándolo con severidad—. Tenemos asuntos más urgentes…

—Por cierto, chicos, os presento a Deimos, mi hermano —dijo Aedh golpeando amistosamente el hombro del aludido—. Deimos…

—¡Ahora no, te digo! —exclamó agriamente su gemelo—. No podemos abandonar por mucho tiempo la cabina. Esos tipos nos siguen…

—¿Hiden? —preguntó Martín, preocupado.

Antes de contestarle, Deimos se dio la vuelta y corrió a ocupar nuevamente su puesto frente al panel de mandos, no sin antes hacer una señal a los demás para que lo siguieran.

—¿Veis ese monitor de ahí? —preguntó señalando a una pantalla que tenía a su derecha—. Transmite lo que se ve a espaldas de nuestra nave… ¿Veis esos seis puntos que nos siguen a toda velocidad? Son los cazas de Dédalo, y en cuanto logren acercarse un poco, comenzará la fiesta…

—¿Van a disparar? —preguntó Jacob con incredulidad.

—¡Pues claro! —repuso Deimos de mal humor—. ¿Es que crees que han salido a tomar el aire? Acabamos de robarle a Hiden su más preciada mercancía, y harán todo lo posible por impedir que huyamos.

—No lo entiendo —dijo Martín lentamente—. Si pensabais ayudarnos a escapar de Hiden, ¿por qué nos entregasteis? Ya nos teníais, no hacía falta armar todo este jaleo…

—Hiden nos localizó cuando salimos a buscaros con el pesquero a través de sus radares de largo alcance —explicó Aedh—. Nos ofreció un trato, y decidimos que la mejor forma de disipar sus sospechas era aceptarlo. Nos quedamos con su dinero y os entregamos, con la intención de rescataros en cuanto se presentase la ocasión. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que pudiésemos cometer la locura de volver a buscaros…

—Yo tampoco lo comprendo —dijo Casandra con suavidad—. ¿Por qué lo habéis hecho?

Al oír su voz, Deimos se giró en redondo y se quedó mirándola con visible turbación. Por un momento, dio la impresión de que iba a decir algo, pero luego pareció pensárselo mejor y volvió a fijarse en el monitor y en el panel de mandos mientras Aedh contestaba en su lugar.

—Lo hemos hecho porque nuestra misión consiste en ayudaros —dijo con gravedad—. Para eso estamos aquí…

Hace tiempo que estábamos buscando la forma de ponernos en contacto con vosotros, y cuando nos enteramos de que os tenían en el Jardín del Edén, nos trasladamos a vivir a la megalópolis de Calcuta-Madras, para estar cerca en caso de que se hiciese necesaria nuestra intervención.

Los chicos intercambiaron miradas de asombro y perplejidad.

—¿Cómo es que sabéis tanto sobre nosotros? —preguntó Jacob con desconfianza—. ¿Quién os ha enviado?

—Esa es una historia muy larga, y ahora no hay tiempo de contarla —contestó Deimos mirando fijamente el monitor de información exterior—. Los cazas se han acercado lo suficiente como para dispararnos, empezarán en cualquier momento… Si no logramos llegar en seguida a los túneles intercontinentales, vamos a tener muchos problemas.

Aún no había terminado de hablar cuando sonó el primer disparo; fue un agudo silbido que rasgó el aire durante un par de segundos, dejándolos a todos paralizados. Estaba claro que, esta vez, Hiden no iba a andarse con contemplaciones.

—Sentaos en esos asientos y abrochaos los cinturones —ordenó Deimos con voz tensa—. Tú también, Aedh, en tu puesto… Si alguno se pone a nuestra altura, dispara los misiles laterales. Mientras los tengamos detrás, no podemos hacer nada…

—¡Salvo correr! —exclamó Aedh, que parecía encantado de que la acción hubiese comenzado por fin—. Pon este trasto al máximo, Deimos, como tú sabes hacerlo… ¡Vamos a dejarlos sin habla! Nunca en su vida han visto una nave así…

Desde los asientos traseros, los chicos trataron de seguir, con un nudo en el estómago, las incidencias de la persecución. Martín se encontraba en el asiento de la izquierda, lo que le permitía ver de cerca el monitor y no perder detalle de los movimientos que realizaban, a sus espaldas, los cazas de la corporación Dédalo. Los seis aviones tripulados los perseguían en formación, dejando el aparato central más retrasado mientras los laterales se adelantaban formando una uve con la evidente intención de rodearlos. Con lo que no contaban, al parecer, era con la pericia de Deimos como piloto. Ladeando bruscamente su nave hacia la izquierda, el joven emprendió un rapidísimo ascenso que dejó a sus perseguidores a unos cincuenta metros por debajo de ellos. Luego, antes de que los cazas pudieran reaccionar, ejecutó un violento viraje y, subiendo todavía más, se alejó rápidamente hacia el norte mientras la escuadra de Dédalo trataba de comprender lo que había pasado.

—Hemos ganado algún tiempo —dijo Deimos echando una ojeada al monitor—; pero no podemos confiarnos… Las bocas de los túneles se encuentran a más de cien kilómetros; no va a ser fácil.

—¡No estaréis pensando en entrar en uno de esos túneles! —exclamó Selene horrorizada.

—¡Pues claro que sí! —repuso Aedh volviéndose a mirarla con una sonrisa—. Es la especialidad de nuestra nave… ¿Cómo, si no, esperabais que os llevásemos a Nueva Alejandría?

—Pero eso es imposible… —objetó Martín en tono incrédulo—; solo los trenes transcontinentales pueden entrar en esos túneles, entrar con un avión sería una locura…

—Esta nave puede plegar sus alas, y cuenta con un dispositivo en su base para deslizarse por los raíles magnéticos de los trenes —explicó Deimos sin perder de vista a sus perseguidores en la pantalla—. ¿Crees que no lo hemos hecho antes? Es nuestra forma habitual de viajar…

—Pero existen controles muy severos para acceder a los túneles, nadie podría burlarlos… —insistió Setene, poco convencida.

—Nosotros sí —replicó Aedh guiñándole un ojo—. Podemos pasar los controles y hasta detener los trenes para adelantarnos a ellos, si hace falta…

—¡Eso es imposible! —exclamaron Jacob y Selene al unísono.

—¿Por qué iba a serlo? —dijo Aedh, poniéndose repentinamente serio—. ¿No habéis hecho vosotros cosas parecidas con los ordenadores del Jardín? Eso, al menos, fue lo que nos dijo Hiden.

—¿Quieres decir que vosotros… que vosotros podéis hacer las mismas cosas que nosotros hacemos? —preguntó Casandra con voz trémula—. Pero eso significa…

—¿Qué venimos del mismo sitio, o, mejor dicho, de la misma época que vosotros? —la interrumpió Aedh, terminando la frase por ella—. Pues sí, eso es exactamente lo que significa. ¿Sorprendidos?

—Ahora no es momento de hablar de eso, Aedh —le reconvino su hermano lanzándole una rápida mirada— los cazas se están aproximando otra vez… Voy a acercarme a esas montañas para intentar meterme por el desfiladero; así, tendrán que romper la formación y ponerse en fila para seguirnos… ¿Preparados?

Ladeando nuevamente la nave, Deimos la obligó a describir una cerrada curva antes de internarse en el estrecho valle que separaba los dos picos más altos de la cordillera que tenían frente a ellos. Una vez en el desfiladero, hizo descender a su aparato hasta situarlo entre las dos altísimas paredes verticales que lo limitaban. Cuando los cazas de Dédalo trataron de imitarlos, dos de ellos se precipitaron el uno sobre el otro cayendo al vacío envueltos en una nube de llamas, pero los otros cuatro lograron entrar. Al cabo de unos minutos, sin embargo, el segundo de sus perseguidores pareció rozar con una de sus alas la pared de roca, lo que desestabilizó su vuelo hasta hacerle chocar, pocos metros más allá, con un saliente en el muro de caliza. A la salida del valle, solo tres de los aviones permanecían en la carrera.

—Son muy buenos —reconoció Deimos con gesto preocupado—. Creí que ninguno de ellos lograría superar la prueba del desfiladero.

—Nosotros somos mejores —declaró Aedh con firmeza—. Todavía no saben con quiénes se la están jugando…

—Hay que variar el rumbo hacia el nordeste —le interrumpió su gemelo—. Podemos intentar introducirnos en aquel banco de nubes y, cuando ellos también estén dentro, interceptar sus radares.

—¡Buena idea, hermano! No te preocupes, yo me encargo de eso… ¿Crees que es lo suficientemente denso como para que podamos engañarlos?

—En seguida lo sabremos —repuso Deimos haciendo descender el aparato hasta sumergirlo en el espeso manto acolchado de vapor que previamente había elegido como objetivo.

Durante varios minutos, no se vio a través de las ventanillas nada más que el blanco monótono de las nubes. Aedh se concentró en un pequeño panel de indicadores y pulsó varios botones en silencio. Por fin, la densa masa de vapor comenzó a deshilacharse a su alrededor mientras los dos hermanos se miraban con alivio.

—Los hemos engañado —anunció Aedh—; han tomado rumbo al oeste… Tardarán aún varios minutos en salir del banco de nubes y, para cuando lo hagan, ya estaremos muy lejos.

—¡¡¡Cuidado!!! —gritó Alejandra, horrorizada.

Justo delante de ellos se alzaba una impresionante aguja de roca que Deimos tuvo que esquivar elevando bruscamente el aparato. De no haber sido por la advertencia de Alejandra, la nave se habría estrellado sin remedio…

—Para no tener poderes de ninguna clase, eres bastante rápida —le dijo Deimos, volviéndose a mirarla con una sonrisa.

—¿También sabéis eso? —preguntó Martín—. No entiendo cómo…

—En cuanto estemos en los túneles hablaremos con tranquilidad —le interrumpió Deimos haciendo un gesto con la mano que parecía invitarles a no perder la paciencia—. Ya estamos llegando. Mirad, ahí están, ¿los veis?

En la base de la cordillera se veían, en efecto, tres aberturas negras que daban acceso a los túneles intercontinentales. Delante de ellas, sendas edificaciones transparentes albergaban los controles de entrada y de salida.

Justo en aquel momento, un tren emergió de la más lejana de las bocas y cruzó como una exhalación el puesto de control, que previamente había abierto sus barreras para dejarlo pasar.

—¿Tenéis alguna idea de cuál de ellos debemos utilizar? —preguntó Martín—. Si nos equivocamos y nos sale al encuentro un tren en dirección contraria…

—La boca de la derecha —le atajó Deimos—. Por ese túnel solo circulan trenes en dirección a Europa, pero, a diferencia del túnel central, que también es de ida, este conecta con el intercambiador del Mar Negro. Es la vía más rápida… Un momento, ¿qué diablos es eso?

En el monitor conectado a la cámara de cola había aparecido, de pronto, un punto negro que gradualmente comenzó a agrandarse hasta convertirse en un pequeño triángulo. Aedh y Deimos se miraron desconcertados.

—No lo entiendo —murmuró Deimos—; creí que los habíamos despistado a los tres… ¿Cómo habrá sabido ese piloto lo que nos proponíamos hacer? Y es muy rápido…

El avión, en efecto, avanzaba a una velocidad vertiginosa, y no tardó en encontrarse a la distancia necesaria para descargar una primera ráfaga de disparos sobre la nave de los dos gemelos.

—¿Nos ha alcanzado? —preguntó Deimos en tono preocupado.

—En el ala izquierda, pero no es grave —repuso su hermano observando los paneles de información de la nave—. Tenemos que entrar en el túnel… Ahí sí que no podrán seguirnos.

—Agarraos fuerte, chicos —ordenó Deimos—. Es una maniobra complicada.

Los chicos se aferraron con fuerza a los brazos de cuero de sus sillones, pero sin perder de vista los monitores de información exterior. De repente, la nave inició un descenso tan brusco que todos tuvieron la impresión de que se precipitaba en una caída libre. Deimos mantenía el aparato en posición horizontal, sin inclinar el morro hacia abajo, lo que, al parecer, le costaba un gran esfuerzo. Martín sintió en su estómago la misma sensación que había experimentado alguna vez en la montaña rusa…

—En cuanto estemos sobre los raíles, inicia el repliegue de alas y activa los imanes —ordenó Deimos sin mirar a su hermano, quien, con los ojos fijos en el cuadro de mandos, esperó a hallarse sobre la vía del tren para accionar los botones correspondientes.

—Estamos justo encima —anunció, tecleando varios códigos sucesivos en el ordenador de a bordo—. ¡Ahora!

Las dos grandes alas rígidas se replegaron hacia el interior de la nave mientras un brusco salto del aparato, seguido de un chasquido metálico, bastaron para indicar a sus ocupantes que los imanes acababan de acoplarse a los raíles.

El acoplamiento se había producido a pocos metros del edificio de control, de manera que, un segundo después, se encontraban dentro de su estructura transparente, atravesándola a toda velocidad y haciendo caso omiso de las señales luminosas que les exigían detenerse. Tras ellos, el caza perseguidor había intentado imitar su maniobra, pero al llegar a la entrada del edificio de control, sus alas se habían estampado contra la pared, produciendo un remolino de chispas y el incendio del aparato. El último avión de Hiden abandonaba, por fin, su rastro… Un instante más tarde, la nave se internó en la espesa negrura del túnel que, atravesando miles de kilómetros, debía conducirlos sanos y salvos hasta Nueva Alejandría.

Las luces interiores se encendieron automáticamente; su tonalidad azulada creaba un ambiente irreal en la cabina de la nave, una atmósfera que tenía algo de mágico.

—Esto es una trampa sin escapatoria posible —gruñó Jacob en voz baja—. Nos cogerán tan pronto como quieran…

Aedh se volvió a mirarlo con expresión risueña.

—Eres optimista por naturaleza, ¿eh, chico? —dijo arqueando las cejas—. Con esa actitud, no me sorprende que hayas tardado tanto tiempo en decidirte a huir de Hiden…

—Los únicos vehículos que pueden desplazarse por estos túneles son los trenes transcontinentales, y no existe ningún tren tan rápido como nuestra nave —explicó Deimos con voz serena.

—Eso significa que no pueden cogernos…

—¿Y qué importa eso? —insistió Jacob, ceñudo—. Basta con que nos estén esperando a la salida.

—Nadie nos estará esperando —le tranquilizó Aedh—. Antes de que los hombres de Hiden acudan al edificio de control a comprobar lo ocurrido con sus compañeros, tendremos tiempo de alterar los registros informáticos de la entrada. Todo el control se ejecuta electrónicamente, lo que nos ofrece un margen prácticamente ilimitado… En cuanto a la salida, hay más de cincuenta ramificaciones de este túnel en Europa. Modificaremos sus registros para que crean que vamos a salir por San Petersburgo… No somos nuevos en esto. Hacemos este viaje varias veces al mes, y, hasta ahora, nunca nos han cogido.

—¡Espero que esta vez no sea la primera! —suspiró Alejandra sin mucha convicción.

—De momento todo ha salido bien, ¿no? —exclamó Aedh algo ofendido—. Creo que ya hemos dado pruebas más que suficientes de que se puede confiar en nosotros…

—Tienes que entendernos, Aedh —dijo Martín en tono conciliador—. Ya nos habéis engañado una vez, es normal que tengamos nuestras reservas…

El aludido se encogió de hombros y torció los labios en una mueca ligeramente despreciativa.

—Nos quedan algo más de siete mil quinientos kilómetros para llegar a nuestro destino —intervino Deimos—. Eso significa que, a una velocidad media de quinientos kilómetros por hora, tardaremos unas quince horas en llegar, así que más vale que os pongáis cómodos…

Los chicos se miraron sorprendidos.

—No hay mucho sitio para ponerse cómodo —dijo Selene—. Aunque tengo que reconocer que estos asientos no están nada mal…

—Esta nave tiene más posibilidades de las que creéis —afirmó Aedh con orgullo—. La parte de atrás puede convertirse en un camarote bastante confortable, con literas para ocho personas, una mesa de comedor y una pequeña cocina. Claro que para eso tendremos que deshacernos de las campanas de incomunicación…

—Esperaremos hasta llegar al primer ensanche del túnel para abandonarlas allí —dijo Deimos—. No quisiera provocar ningún accidente tirándolas en los raíles…

—Pero aún faltan casi dos horas para llegar hasta el ensanche —objetó Aedh de mal humor.

—¿Qué importa? Los chicos se quedarán en la cabina hasta entonces. Así podremos comenzar a contestar a sus preguntas.

—Entonces, ¿de verdad vais a explicarnos por qué hacéis todo esto y cómo habéis averiguado tantas cosas sobre nosotros? —preguntó Martín esperanzado.

—Quizá no podamos contestar a todos vuestros interrogantes, pero lo intentaremos. Aunque tal vez sea mejor que os expliquemos algunas cosas previamente…

Deimos vaciló un instante antes de continuar.

—Sabemos que procedéis del futuro porque nosotros hemos venido de la misma época —dijo con lentitud—. Sin embargo, nosotros no hemos crecido en este mundo. Toda nuestra vida ha transcurrido en lo que para vosotros es el futuro; apenas hace cinco meses que llegamos aquí…

La impresión que aquellas palabras causaron en los cinco adolescentes fue tan profunda que, en el denso silencio que siguió, habría resultado posible oír el más ligero pestañeo… Pero todos estaban demasiado asombrados como para pestañear.

—¿Eso significa que vosotros sabéis… que vosotros conocéis… a quienes nos enviaron? —preguntó Casandra con voz trémula.

—¿Podéis hablarnos de ese tiempo? —inquirió precipitadamente Jacob— ¿explicarnos por qué estamos aquí?

—Son tantas las cosas que tendríamos que explicaros, que nos veríamos obligados a hablar durante años para poder hacerlo —repuso Aedh sonriendo—. Pero, probablemente, lo primero que querréis saber es de qué momento del futuro procedemos…

Todos asintieron con vehemencia; incluso Alejandra, quien parecía haber olvidado que aquella historia no le incumbía directamente.

—Nuestra época, que es también la vuestra, se encuentra a mil años de distancia en el futuro —continuó Aedh—. La Tierra ha cambiado tanto en ese tiempo que os costaría mucho trabajo reconocerla. Han ocurrido muchas cosas terribles, incluidas dos guerras devastadoras. Pero la Humanidad ha sabido sobreponerse y construir, a partir de las ruinas de esta civilización que vosotros conocéis, un mundo mucho mejor.

—Aunque no perfecto… —murmuró Deimos.

—¡Casi perfecto! —matizó Aedh, molesto por la interrupción de su hermano—. Tan perfecto como puede serlo algo en este Universo, en todo caso… Las grandes tensiones provocadas por el desarrollo tecnológico y la presión de la humanidad sobre el medio ambiente han sido superadas de modo definitivo. Los hombres viven más, y, sobre todo, viven mucho mejor. Disponen de mucho tiempo libre para dedicarse a lo que prefieran, viven en contacto con la naturaleza, ayudados y protegidos por una tecnología sostenible que no pone en peligro al resto de las especies… ¡Ni siquiera podéis imaginar cómo es aquello! —concluyó lleno de orgullo.

—La verdad es que no —dijo Martín en tono soñador—. Lo que describes parece, más bien, el Cielo, algo sobrenatural…

—¡El Cielo! Sí, esa es la mejor descripción posible —sonrió Aedh, entusiasmado—. Los hombres se han esforzado por convertir el planeta en un paraíso… Y, si lo han conseguido, ha sido gracias a un maravilloso movimiento espiritual al que se ha sumado, prácticamente, toda la Humanidad.

—¿Una especie de religión? —preguntó Casandra, muy interesada.

—Sí, podríamos llamarlo así. Aunque nosotros lo denominamos el movimiento areteico…

—Me sorprende que ese «movimiento» haya conseguido borrar de golpe todas las miserias y defectos de los seres humanos —observó Jacob en tono escéptico.

—Bueno, no ha sido precisamente «de golpe» —explicó Aedh—. Pensad que arete se origina en esta época en la que estamos, es decir, mil años antes del tiempo del que estamos hablando…

—¿Ahora? —preguntó Martín con asombro—. ¿Dónde? Jamás he oído hablar de ello…

—Bueno, esa es justamente la razón de que todos nosotros estemos aquí —dijo Deimos—. Quienes os enviaron querían que fueseis testigos de ciertos acontecimientos que fueron clave en el surgimiento de la creencia areteica. Por desgracia, durante las dos grandes guerras que se produjeron después desapareció casi toda la documentación relativa a estos sucesos, que son de vital importancia para nosotros. Algunos de nuestros contemporáneos pensaron que había que hacer todo lo posible para saber con exactitud lo que ocurrió… Y por eso os enviaron.

—No lo entiendo —murmuró Casandra lentamente—. ¿Nos enviaron a nosotros para averiguar lo sucedido? ¿A unos niños recién nacidos que no saben nada sobre su origen ni sobre su misión? ¿Qué sentido tiene eso? Lo lógico sería que hubiesen enviado adultos…

—Ya se había intentado con adultos —explicó Deimos con voz apagada—. Fue una expedición anterior a la vuestra… Y fracasó.

—¿Por qué fracasó? —preguntaron varias voces al mismo tiempo.

—Justamente porque se trataba de adultos —dijo Deimos—, o al menos eso fue lo que pensaron los responsables de la misión. Lo cierto es que algo salió mal, aunque nadie sabe exactamente qué. Algunos de los expedicionarios murieron y otros, según se cree, enloquecieron antes de llevar a cabo su cometido. Por lo poco que sabemos, parece ser que no lograron adaptarse a esta época, que la encontraron intolerablemente dura… Es difícil soportar este espectáculo de la degradación humana, para alguien que procede de un mundo tan diferente.

—Pero, en ese caso, ¿qué hacéis vosotros aquí? —preguntó Jacob con suspicacia—. Vosotros también habéis crecido en esa época tan maravillosa, según decís. Os puede ocurrir lo mismo que a esos otros tipos… Además, ya estamos nosotros. ¿Para qué hace falta tanta gente?

Deimos y Aedh intercambiaron una fugaz mirada.

—Nos presentamos voluntarios cuando supimos que vuestra misión también corría el riesgo de fracasar —explicó el segundo—. Sabíamos que era muy peligroso, pero, a pesar de todo, decidimos arriesgarnos.

—¿Y cómo supisteis que nuestra misión estaba en peligro? —preguntó Selene arqueando las cejas—. ¿Tenéis un telescopio gigante que os permite mirar hacia atrás en el tiempo, o algo así?

Los dos hermanos se rieron.

—¡Claro que no! —dijo Deimos—. Lo supimos por algunos experimentos de memoria que se hicieron posteriormente a vuestro envío y que nos hicieron pensar que vuestros programas internos podían fallar…

—¿Nuestros programas internos? —repitió Casandra incrédula.

—Bueno… Es un poco largo de explicar. Para asegurar el éxito de la misión, se os introdujo en el cerebro un programa que, a partir de los doce años, debía haceros conocer gradualmente vuestro origen y vuestra misión; simultáneamente, ese programa, conocido bajo el nombre de «memoria del futuro», tenía que ir debilitando poco a poco los lazos afectivos que os unen a esta época. De esa manera, llegado el momento clave, estaríais preparados para realizar las funciones que se os han encomendado y luego regresar rápidamente a vuestro verdadero mundo, donde vuestras familias os esperan.

Las caras de horror que pusieron los chicos hicieron sonreír a los dos hermanos. Alejandra se había puesto muy pálida y miraba con insistencia a Martín mientras él, conteniendo a duras penas su indignación, hacía visibles esfuerzos por dominar el temblor de su mandíbula.

—Bueno, es evidente que el programa ha fallado —observó Aedh jocosamente.

—¿Te parece gracioso? —estalló Martín encarándose con él—. ¿Estáis diciendo que dentro de nuestros cerebros hay unos programas que pueden hacernos olvidar todo lo que hemos amado y admirado hasta ahora y encima te ríes? ¿Qué pasa, que esa Humanidad tan perfecta de la que habláis desprecia todos los sentimientos humanos? Porque, si es así, ¡podéis quedaros con vuestro paraíso terrenal y olvidaros de mí! ¡No quiero saber nada de vosotros!

Los dos hermanos se miraron alarmados.

—Cálmate, Martín —dijo Deimos con suavidad—. Entiendo tu reacción, de verdad. Pienses lo que pienses, en nuestra época también se valoran el amor y los sentimientos, mucho más que en esta de ahora. Tienes que pensar que lo que se hizo con vosotros fue algo completamente excepcional… Y, si se optó por implantaros ese programa, fue precisamente para evitaros sufrimientos. Habría sido demasiado duro apartaros de todo lo que amáis para haceros regresar al mundo al que realmente pertenecéis… Era preferible borrar vuestros recuerdos; vosotros no os habríais enterado de nada…

—¡Pero eso es espantoso! —le interrumpió Alejandra—. Robarle a una persona su pasado sin que ella se entere… ¡es lo más diabólico que he oído jamás!

—Repito que ellos no habrían sufrido lo más mínimo si las cosas hubieran salido bien —continuó pacientemente Deimos—. Tenéis que mirarlo desde nuestro punto de vista; se trata de una misión muy importante que exige grandes sacrificios. Tan importante es, que hubo cuatro familias dispuestas a separarse de sus hijos para que se llevara a cabo. Pero, como es lógico, esas cuatro familias no querían perderos para siempre… Exigieron recuperaros una vez finalizada la misión, y esa es la razón de que se os implantase ese programa.

—¿Y nadie pensó en nuestras familias de aquí, en nuestros padres, en nuestros amigos? —preguntó Martín rojo de cólera—. Si nosotros desaparecemos de repente, ellos sufrirán… ¿Nadie pensó en ello?

—Creo que no —admitió Deimos con gravedad—. Sé que parece despiadado, pero tenéis que entender que es una misión de suma importancia para quienes os enviaron…

—¿Y por qué es tan importante? —preguntó Jacob—. Creí que habíais dicho que venís de un mundo donde todo es paz y armonía… ¿Qué puede importaros lo que haya ocurrido mil años atrás? ¿Todo este tinglado lo habéis montado por pura curiosidad, porque os aburrís, o algo así? Es de locos…

—No se trata de eso —repuso Deimos con expresión severa—. Quienes os enviaron piensan que ese mundo perfecto se encuentra amenazado… y creen que la mejor forma de defenderlo consiste en averiguar qué ocurrió en realidad en los orígenes de nuestra civilización.

—Hablas en tercera persona —observó Casandra—; ¿es que vosotros no lo creéis?

Por un momento, Deimos pareció indeciso.

—Creemos que es importante saber lo que ocurrió —dijo por fin—. Eso podría aclarar muchos malentendidos.

—Bueno, afortunadamente ya estáis vosotros aquí para arreglar el asunto —le interrumpió Martín con sequedad—. Nosotros ya no somos necesarios, así que podemos olvidarnos de la llave del tiempo y de toda esta pesadilla…

—No me has entendido —le atajó Deimos—. Nosotros no estamos aquí para sustituiros en vuestra misión, sino para ayudaros a que la pongáis en marcha.

Los chicos le miraron fijamente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Jacob con deliberada lentitud—. ¿Habéis venido a activar… ese programa?

—Eso es —contestó Aedh sin inmutarse—. O, al menos, esa era nuestra intención inicial… Claro que, cuando llegamos, no sabíamos que estabais en poder de ese tal Hiden. De eso nos enteramos más tarde… Y decidimos que lo primero que tendríamos que hacer, antes de todo lo demás, era liberaros.

—¿Cómo sabíais que el programa fallaría? —preguntó Casandra con suavidad.

—Bueno, se hicieron experimentos de control con voluntarios dispuestos a dejarse arrebatar su memoria —explicó Deimos—. Eran gente muy concienciada de lo importante de su misión y decidida a hacer los sacrificios que fuesen necesarios… Sin embargo, el programa no funcionó. Aunque conscientemente querían colaborar, su inconsciente se negó a hacerlo y obstaculizó el programa. Eso nos hizo pensar que con vosotros sucedería lo mismo…

—En realidad, no ha sucedido del todo —dijo Casandra pensativa—. Yo he tenido algunas visiones de ese mundo futuro, he sabido algunas cosas…

—Sí, seguramente todos vosotros habéis conseguido activar ciertos aspectos del programa; de otro modo, no habríais podido realizar todas esas hazañas de las que hablaba Hiden… El laberinto, el pirateo informático, y todo eso. Sin embargo, mientras vuestro inconsciente obstaculice el borrado progresivo de memoria, no podréis desarrollar al máximo esas capacidades que os hacen tan especiales. Por eso es necesario que os dejéis ayudar…

—¿Quieres decir que esas «capacidades» que tenemos están relacionadas con el programa del que hablas? —preguntó Selene asombrada—. Yo pensaba que se trataba de algo común a todos los seres humanos de esa época futura… Además, hace un momento decíais que ibais a manipular los sistemas electrónicos de los trenes transcontinentales para que nadie sepa por dónde va a salir nuestra nave. Eso significa que vosotros también podéis hacer esa clase de cosas…

—En nuestra época, todos los seres humanos llevan implantes biónicos en sus cerebros que mejoran significativamente sus capacidades —explicó Aedh—. Son el equivalente evolucionado de esos artilugios tan primitivos que vosotros denomináis «ruedas neurales»… Nos permiten comunicarnos entre nosotros, recibir información de la red global y mejorar nuestro rendimiento intelectual. Además, muchos de los genes humanos, a lo largo de los siglos, han ido modificándose artificialmente para mejorar su rendimiento. Por eso, en nuestra época, la gente vive más, resiste mejor las enfermedades y se conserva joven durante mucho más tiempo. Pero vosotros no contáis solo con esas modificaciones. Desde antes de nacer, fuisteis diseñados para poseer capacidades especiales. Vuestros chips biónicos son únicos en nuestro mundo, y todos ellos distintos entre sí; además, poseéis algunos genes especiales que os hacen producir proteínas de una eficacia nunca vista.

—Eso os permitirá comprender por qué nosotros no podemos sustituiros en vuestra misión —concluyó Deimos—. Vosotros sois especiales y podéis hacer cosas que nosotros nunca podremos hacer… Siempre y cuando dejéis que vuestros programas internos se activen por completo.

Martín lo miró desafiante.

—Pues ya podéis ir olvidándoos del asunto, por lo menos en lo que a mí respecta, porque no estoy dispuesto a permitir que eso ocurra —dijo con aparente tranquilidad.

—Ni yo tampoco —murmuró Selene, que se había puesto muy pálida.

—¡Ni yo! —añadió Jacob con expresión retadora.

Casandra no dijo nada, pero el gesto grave y resuelto de su rostro indicaba bien a las claras que pensaba igual que sus compañeros.

Aedh paseó alternativamente sobre los cuatro adolescentes una mirada llena de cólera e incomprensión.

—¿Cómo podéis ser tan egoístas? —estalló—. Está claro que no habéis entendido nada de lo que os hemos explicado. ¿Cómo es posible que no os deis cuenta de lo que está en juego? ¡Vais a tener el privilegio de presenciar algunos de los momentos más trascendentales de la Historia de la Humanidad, y ni siquiera estáis dispuestos a hacer el pequeño sacrificio que se os exige a cambio! Pero, si creéis que os vais a salir con la vuestra, estáis muy equivocados. Nosotros os obligaremos…

—Cállate, Aedh —le atajó su hermano con sequedad—. No es un pequeño sacrificio lo que les estamos pidiendo; deberías entender lo que sienten… Además, esto no se soluciona con amenazas.

Aedh se volvió a Deimos con expresión dolida.

—¿Es que te vas a poner de su parte? —exclamó indignado—. ¡Son unos críos, no entienden nada! ¿Por qué vamos a tener que andar con contemplaciones? ¡Se comportan como unos niños caprichosos y nada más!

—Ojalá las cosas fueran tan sencillas —dijo Deimos con tristeza—; pero no lo son, hermano… Quiero que sepáis que entiendo vuestra negativa, y que ni Aedh ni yo vamos a hacer nada en contra de vuestra voluntad —añadió dirigiéndose a los chicos—. Sería inútil, no funcionaría… Os propongo que nos permitáis estar a vuestro lado en el transcurso de vuestra primera misión para asegurar su éxito; tal vez seis personas con poderes mediocres puedan resultar tan eficaces como cuatro con poderes extraordinarios… En cualquier caso, eso nos permitirá permanecer juntos el tiempo suficiente como para que entendáis mejor la importancia de lo que os pedimos. Si, después de ese tiempo, no habéis cambiado de parecer, tal vez podamos buscar otras alternativas… Quizá podamos pedir nuevas instrucciones a quienes nos han enviado.

—¿Y por qué no lo hacéis ahora mismo? —preguntó Martín con desconfianza—. Si podéis comunicaros con tanta facilidad con el futuro del que venís, no veo dónde está el problema…

—¿Quién ha dicho que la comunicación sea fácil? —le interrumpió Deimos frunciendo el ceño—. Es una operación extremadamente compleja, y no puede realizarse desde cualquier parte. Solo debemos recurrir a ella en caso de extrema necesidad. Todavía tengo la esperanza de que podamos solucionar nuestras diferencias sin tener que llegar a ese extremo…

—Para eso, aún tenéis que aclararnos muchas cosas que no nos habéis explicado —intervino Casandra con voz serena—. No sabemos por qué mecanismo habéis llegado aquí, ni cómo llegamos nosotros, ni en qué consiste, exactamente, nuestra próxima misión…

Antes de contestar, Deimos buscó por un instante la mirada de su hermano, pero este se sentía demasiado furioso como para responder a aquel gesto de complicidad.

—Entiendo tu curiosidad, pero Aedh y yo no somos los más indicados para responder a esas preguntas. Al igual que vosotros, nosotros no somos más que los peones de un juego que comenzó a jugarse hace mucho tiempo y del cual ignoramos muchos detalles. No sé exactamente cuál es el objetivo de vuestra próxima misión, pero, por el lugar al que nos dirigimos, sí creo conocer la identidad de la persona con la que vamos a encontrarnos. Si mis sospechas se confirman, esa persona será quien mejor pueda responder a las preguntas que acabas de formularme. Él sabe mucho más que nosotros acerca de los viajes en el tiempo… Pero no vale la pena que os adelante nada más; dentro de unas semanas, si no me equivoco, se cumplirá la fecha que vosotros señalasteis para presentaros ante la torre de Saint-Jacques, en Nueva Alejandría… Entonces obtendréis las respuestas que andáis buscando.

—Entonces, ¿eso significa que vosotros no sabéis nada acerca de la llave del tiempo? —preguntó Jacob asombrado.

Deimos se disponía a responder cuando su hermano Aedh, incapaz de controlar su impaciencia por más tiempo, se le adelantó con una irónica sonrisa.

—Sabemos lo suficiente como para haber llegado hasta aquí sin ayuda de nadie —dijo en tono retador—. Y, por si no me crees, echa un vistazo a esto…

Del bolsillo de su pantalón extrajo entonces un pequeño artilugio que parecía exactamente igual al que los chicos habían conseguido ensamblar a partir de las cápsulas que Dédalo había encontrado dentro de sus propios organismos. La semejanza era tan llamativa que, instintivamente, Alejandra se llevó la mano a su bolsillo para comprobar que el preciado objeto entregado a su custodia seguía allí. Los demás advirtieron el movimiento y respiraron aliviados al darse cuenta de que había encontrado lo que buscaba. Así pues, había otro artilugio exactamente igual que su rosa de los vientos, y estaba en poder de los dos hermanos…

—¿También el vuestro señala a la torre de Saint-Jacques? —preguntó Selene.

Esta vez, fue evidente la vacilación de los dos jóvenes antes de contestar. Después de un breve titubeo, Aedh hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero, antes de que pudiera decir nada, Deimos le hizo un gesto para que no hablara.

—Los dos instrumentos no son exactamente iguales —explicó con voz insegura—. Ambos sirven para viajar en el tiempo, pero el vuestro, además, tiene almacenados en su memoria una serie de lugares y fechas que aparecerán sucesivamente reflejados en su circunferencia y en el pequeño planetario de su esfera. Esas fechas y lugares corresponden, según las conjeturas de quienes os han enviado, a los momentos históricos que vosotros debéis presenciar para luego poder describirlos ante vuestros contemporáneos; como ya os digo, se basan solo en conjeturas apoyadas en los documentos que se conservan de este período, que son muy pocos. Aún así, yo espero que acierten…

—Entonces, ¿se supone que, si ese programa de borrado de memoria del que hablas se pone en marcha, lo olvidaremos todo menos esos acontecimientos que debemos contar a nuestro regreso? —preguntó Jacob poco convencido—. Es bastante raro, ¿no?

—Bueno, se supone que el programa no borra realmente los recuerdos, sino su significado afectivo —explicó Deimos—. Una vez entre en funcionamiento, seguiréis recordando el aspecto de vuestros seres queridos, pero olvidaréis vuestros sentimientos hacia ellos.

—¡Es algo tan monstruoso que no puedo creer que los que lo han ideado sean seres humanos! —estalló Casandra—. Y en cuanto a vosotros —añadió dirigiéndose a los gemelos—, no comprendo cómo podéis tener el valor de intentar hacernos algo así. Estoy segura de que vosotros no os prestaríais jamás a realizar sacrificio semejante…

—En eso te equivocas —repuso Deimos clavando una mirada llena de tristeza en la muchacha—. Yo también he tenido que tomar decisiones terribles, decisiones que implican sacrificarlo todo…

Su propio hermano lo miró con asombro, como si no supiera de qué estaba hablando.

—Todos tenemos que tomar decisiones difíciles alguna vez —dijo, algo desconcertado—. Pero, puesto que Deimos ha propuesto que aplacemos esa cuestión, creo que lo mejor será no volver a aludir a ella en lo que queda de viaje. Si no, solo conseguiremos enfadarnos, y eso no nos conduce a ninguna parte. Además, ya es muy tarde… ¿Qué os parece si preparamos algo de cenar y luego dormimos un poco? A decir verdad, yo estoy bastante cansado.

—¿Y cómo sabemos que esta vez no vais a drogamos? —preguntó Jacob muy serio—. La última vez que aceptamos vuestra comida, mira lo que ocurrió…

Deimos y Aedh se echaron a reír, esta vez sin reticencias.

—Os doy mi palabra de que, en esta ocasión, no tenéis nada que temer —dijo Deimos levantando solemnemente la mano derecha, como si estuviese pronunciando un juramento—. Un areteo jamás traiciona la palabra dada, así que podéis estar tranquilos…

Por primera vez en muchas horas, Martín dejó que sus músculos se relajasen e incluso se permitió esbozar una pequeña sonrisa. Después de todo lo que acababan de averiguar, preocuparse por Hiden o por la posibilidad de volver a caer en sus manos le parecía ridículo. Pesaba sobre ellos una amenaza mucho más grave; la de perder todos los sentimientos que, hasta entonces, habían constituido la razón fundamental de su vida… Pero algo le decía que aquella renuncia no les sería arrancada por la fuerza, al menos de momento. Las reacciones de los dos hermanos le hacían pensar que, para activar aquellas peligrosas bombas de relojería que llevaban en su interior, se necesitaba su colaboración… Lo que Deimos y Aedh habían calculado mal, tal vez, era su capacidad de resistencia. No sabía lo que sentían los demás, pero él tenía buenas razones para defender sus vínculos con el mundo en el que le había tocado vivir; las mejores razones… La mirada atemorizada de Alejandra le hizo comprender que la lucha apenas había comenzado, pero también le dio la certeza de que sabría resistir hasta el final.