Capítulo 13
El juego del Khan
Las sábanas de la cama de Martín eran de una seda escarlata que parecía más adecuada para vestir a un rey que para arropar el descanso de un visitante adolescente de la Ciudad Roja. Claro que él no era un simple turista, sino un jugador que había logrado superar las semifinales del principal torneo de Arena del Mundo… Sin saber si aquel pensamiento le agradaba o le desagradaba, Martín se cubrió la cara con su lujosa sábana y cerró los ojos. Hacía al menos una hora que se había despertado, pero no sentía deseo alguno de levantarse. El cuerpo entero le dolía como si realmente hubiese cabalgado durante varias jornadas, tal y como supuestamente había hecho su personaje durante el juego, antes de embarcar en la Nagelfar. Pero eso no era lo peor… Lo peor era que, pese a que había transcurrido un día y medio desde las semifinales, aún seguía invadiéndole de cuando en cuando la sensación de que él no era Martín, sino Ardal, el rey que había perdido a su prometida y que, desde entonces, sentía un frío mortal en su interior, un frío que nada ni nadie podía atemperar.
Desechando el recuerdo de Ardal y de su triste historia con un estremecimiento, Martín saltó por fin de la cama y se dirigió directamente al balcón de su cuarto, desde el que se podía contemplar una vista privilegiada de la Ciudad Roja. A aquella hora de la mañana, el sol arrancaba reflejos azules y dorados a los tejados de las pagodas cercanas, y, más allá, se alzaban majestuosas las altas colinas holográficas que el señor Yang hacía cambiar cada día de posición, para aportar variedad al paisaje que veían sus ciudadanos. El contorno de aquellas colinas, con sus blancas cascadas y los árboles de formas caprichosas que sobresalían en algunos puntos de sus laderas, recordaba mucho a los paisajes pintados por los grandes maestros de la pintura clásica china, y Martín supuso que los ingenieros holográficos del señor Yang se habrían inspirado en ellos para realizar sus diseños.
Mientras sus ojos vagaban distraídos sobre los tejados de la ciudad, una curiosa estructura construida en las proximidades de la muralla atrajo su atención. Se trataba de un edificio formado por un largo cilindro unido a una construcción esférica totalmente desprovista de ventanas. La parte esférica del edificio se hallaba suspendida en el aire, y su parte cilíndrica conectaba la esfera con el suelo, formando una especie de larga rampa. El conjunto tenía la forma de una gigantesca maraca.
De repente, Martín oyó una voz susurrante a sus espaldas:
—¿El señor ha descansado bien? Si lo desea, puedo prepararle el desayuno en la terraza.
Al volverse, Martín descubrió asombrado que la voz pertenecía a una de las lamias del señor Yang que, ataviada con un largo quimono de tonos pastel, se mantenía ceremoniosamente inclinada ante él, esperando sus órdenes.
—¿Desde cuándo estás ahí? —preguntó el muchacho, molesto—. No te he oído entrar…
—Llevo aquí todo del tiempo. Formo parte de esta habitación… Soy un holograma sensible destinado a su servicio personal, pero no he querido molestarle hasta ahora, para que pudiera descansar con comodidad.
Martín miró al holograma con los ojos entrecerrados para comprobar si, efectivamente, lograba distinguirlo de una persona de carne y hueso, aunque no lo consiguió.
—¿Qué es ese edificio de ahí? —preguntó el muchacho, señalando hacia la construcción en forma de maraca que poco antes le había llamado la atención.
Lo hizo más para comprobar el grado de interactividad del holograma que porque sintiera un verdadero interés en la respuesta. Sin embargo, lo que la lamia le dijo despertó de inmediato su curiosidad.
—Es la Rueda de la Fortuna —respondió el holograma con voz átona—. Se ha construido expresamente para la final de los Interanuales… Si el señor logra atravesar el Laberinto de los Sueños, probablemente tendrá ocasión de conocer su interior.
Martín iba a seguir preguntando acerca del singular edificio, pero un gesto de la lamia le hizo comprender que no deseaba profundizar en el tema.
—¿Qué quiere el señor para desayunar? —preguntó, sonriendo afectadamente.
El muchacho enumeró una gran cantidad de alimentos, ya que el día anterior apenas había probado bocado, y sentía un hambre atroz. Luego, se introdujo en el cuarto de baño y se duchó tranquilamente, mientras trataba de imaginar cómo se las arreglaría la lamia holográfica para servirle la comida que había pedido. Sus pensamientos volaron hacia Alejandra… No le habían permitido verla después de las semifinales, pero su madre le había hecho llegar un escueto mensaje de la muchacha en la que le daba ánimos y le aseguraba que todo marchaba bien.
Cuando terminó de vestirse, la lamia, dotada probablemente de sensores que espiaban todas sus acciones dentro de la habitación, reapareció bruscamente, seguida de tres robots cargados de bandejas con tostadas, huevos, café caliente y bacón, además de un variadísimo surtido de dulces. Martín sonrió ante la ingenuidad de sus anteriores especulaciones: evidentemente, un holograma nunca habría podido transportar personalmente la comida… Pero sí podía dar instrucciones a los robots y pasearse majestuosamente por su habitación, para dar algo de colorido a las insípidas escenas privadas que las cámaras flotantes grababan continuamente, y que se retransmitían en directo a millones de espectadores en todo el mundo. Aquella reflexión estuvo a punto de quitarle el apetito, pero, finalmente, logró sobreponerse a la desagradable certeza de que estaba siendo observado y devoró buena parte de los alimentos que le habían servido mientras disfrutaba en silencio de las vistas de la ciudad desde su terraza.
Estaba a punto de servirse una última taza de café con leche, cuando oyó unos golpes en su puerta.
La lamia, invisible un momento antes, se materializó rápidamente ante sus ojos.
—Es Oni, la jugadora de la corporación Kokoro —anunció, con la voz engolada de un mayordomo Victoriano.
—¿La jugadora que representa el personaje de Annun? Déjala pasar —repuso Martín, un poco nervioso.
—Ningún jugador puede entrar en la habitación de uno de sus contrincantes —explicó la lamia con acento inexpresivo—. Son las normas del Khanli… Si quiere hablar con Oni, tendrá que salir de este cuarto y hacerlo en el pasillo.
Martín se encogió de hombros y, después de limpiarse los labios con una servilleta, se dirigió rápidamente a la puerta de la estancia. La lamia había accionado el panel de apertura, pero, tras este, una densa cortina de agua interceptaba la visión del pasillo.
—¿Tengo que pasar por ahí? —preguntó Martín, desconcertado.
—Son las normas del Khanli —repuso la lamia lacónicamente.
Martín se lanzó hacia la transparente cascada, convencido de que se trataba de un efecto holográfico más, de los que tanto le gustaban al señor Yang. Sin embargo, al atravesaría, un millón de salpicaduras le mojaron la túnica y el rostro.
—¿Es una cascada de verdad? —preguntó, al encontrarse con los ojos plateados de Oni. La muchacha se echó a reír.
—Es una mezcla —contestó, retirándole con el dedo una gota de agua de la mejilla—. Con unas cuantas salpicaduras reales, el holograma resulta mucho más convincente… El de mi cuarto es todavía mejor. Una pared de niebla… Cuando la cruzas, sales con la piel totalmente húmeda.
Martín se la quedó mirando con una sonrisa, sin saber qué decir. Jade le había advertido sobre la peligrosidad de aquella jugadora, a pesar de su aspecto amable. Además, puesto que era ella la que había ido a buscarle, decidió que sería mejor dejar que hablase en primer lugar.
La muchacha le miró unos instantes con una chispa de burla en los ojos.
—No lo has hecho nada mal, para ser nuevo en el circuito —comenzó—. Tengo que reconocer que nos has sorprendido a todos, a mí la primera… Tu idea de liberar a los muertos de la Nagelfar fue brillante. Sin ella, la semifinal habría quedado mucho más deslucida.
—Bueno, supongo que el mérito no es mío, sino de mi equipo de guionistas —contestó Martín en tono de duda, ya que, en el transcurso del juego, le había resultado prácticamente imposible distinguir su propia voz interior de las instrucciones que recibía a través del navegador.
Oni acogió su respuesta con una carcajada.
—Vaya, un jugador que resta valor a su hazaña ante millones de espectadores —dijo con ironía—. Supongo que estás intentando ganarte al público que nos observa con tu modestia… Porque, si hablases en serio, tendría que sacar la conclusión de que no eres un verdadero profesional.
Martín decidió que era preferible no contestar a aquella impertinente observación. Oni era una jugadora experimentada, y en ningún momento olvidaba que cada una de sus palabras estaba siendo retransmitida a su público a través de la red. Él, en cambio, nunca pensaba en las cámaras que le estaban grabando… Tendría que intentar cambiar eso, si no quería caer en las trampas que intentarían tenderle los demás jugadores.
—Ayer te pasaste casi todo el día durmiendo —continuó Oni, inexorable—. Parece que las semifinales te dejaron agotado…
—¿A ti no te ocurrió lo mismo?
—Oh, yo estoy acostumbrada, y me recupero bastante deprisa. Hace falta mucho entrenamiento para soportar el enorme flujo de información que recibimos durante el torneo. No te ofendas, pero se nota en seguida que estás muy verde… Por eso has necesitado tanto tiempo para recuperarte. Deberías haber participado en las ligas menores antes de meterte en una competición como esta… Pero, dadas las circunstancias, no lo estás haciendo nada mal.
—¿Para qué has venido a buscarme? —preguntó Martín, cansado de la teatral actuación de su adversaria.
—Tenemos una reunión en el edificio de la Asamblea.
—¿Una reunión? —se extrañó Martín—. ¿Quiénes?
—Los jugadores que aún seguimos en competición. Es decir, todos menos el jugador de Silva, descalificado antes de empezar, y los dos eliminados durante las semifinales. Ah, y Ara tampoco estará… por lo visto se ha retirado.
—¿Ara? —preguntó Martín, a quien aquel nombre no le decía nada.
—Ara, la jugadora que hacía el papel de la arquera Olwen. En teoría, seguía con vida, de modo que podría haber participado en la final. Sin embargo, parece ser que los dolores que empezó a sufrir cuando Ovinnik extrajo de ella el holograma del rosal de fuego le resultaban insoportables, y no ha querido continuar.
Mientras hablaban, Oni había empezado a caminar en dirección a una de las galerías subterráneas del anfiteatro, que comunicaba directamente con el jardín en el medio del cual se encontraba el edificio de la Asamblea.
—¿Para qué es la reunión? —preguntó el muchacho, intentando apartar de su mente la siniestra figura del rosal que se arrastraba penosamente hacia la morada de la Muerte.
Sin dejar de caminar, Oni se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo—. Ibros la ha convocado… Al público le gusta vernos a todos reunidos antes de la final. Casi siempre estalla alguna pelea.
Aquella explicación tan poco tranquilizadora le quitó a Martín las ganas de seguir preguntando.
El edificio de la Asamblea era una tosca pagoda de madera rodeada de un jardín de musgo perpetuamente sumido en una densa bruma. En realidad, tanto la pagoda como el jardín se encontraban en uno de los niveles subterráneos del anfiteatro, pero, gracias a un complicado juego de espejos, un débil reflejo de la luz solar se filtraba a través de la blanca niebla artificial.
Al entrar en el edificio, Martín vio al resto de los jugadores sentados en torno a una larga mesa de madera. Junto a la mesa había una piscina rectangular que despedía un cálido vapor, y que los jugadores podían utilizar para relajarse después de las sesiones de competición. Sin embargo, en esta ocasión ninguno de ellos parecía dispuesto a disfrutar de aquella atractiva instalación. Los rostros serios y crispados de los jóvenes reunidos en torno a la mesa indicaban bien a las claras que no se hallaban allí para disfrutar de un rato de ocio.
En cuanto Martín y Oni ocuparon sus puestos, Havai, sentado a la cabecera de la mesa, extrajo de su túnica un pequeño disco tornasolado que, a un contacto de su dedo índice, adquirió una intensa luminosidad rojiza.
Erik, el jugador que interpretaba el papel de Keuhir, se puso en pie para hablar, pero Havai le ordenó con un gesto que esperase.
—Ya está —indicó por fin—. El holograma de superposición está funcionando. Ahora mismo, las cámaras flotantes están retransmitiendo nuestra imagen a todo el mundo, pero los movimientos de nuestras bocas y las palabras que salen de nuestros labios son instantáneamente alteradas para reproducir una conversación artificial. Así, nadie se enterará del verdadero contenido de esta reunión.
—¿Y cómo demonios sabemos que eso es cierto? —preguntó Erik en tono suspicaz—. Puede ser una trampa para hacernos decir cosas inconvenientes que nos descalifiquen… No me extrañaría que detrás de todo esto estuviese el señor Yang.
Havai miró al joven jugador de la Federación del Pacífico Norte con una mezcla de compasión y desdén.
—Si te hubieses entrenado como es debido, conocerías mejor a tus rivales —dijo con severidad—, y sabrías que yo detesto las trampas… Este artilugio lo fabricó mi equipo de ingenieros por si quería utilizarlo en algún momento apurado del juego. Algo que, por supuesto, no sería legal… Así que he decidido utilizarlo de otra forma.
Martín miró con curiosidad a la gran estrella de aquellos Juegos, el vencedor de los anteriores Mundiales y el principal candidato a ganar en los Interanuales organizados por la corporación a la que representaba. Sus músculos eran firmes como el acero, y toda su figura transmitía una sensación de solidez, realzada por la forma cuadrada de sus hombros y el perfil anguloso de su mandíbula.
—Necesitamos hablar sin que nos oigan —prosiguió Havai—. Aquí están pasando un montón de cosas raras, supongo que todos os habréis dado cuenta. Llevo toda mi vida jugando en la Arena, pero nunca me había ocurrido lo que en esta ocasión… Durante todas las semifinales, me he creído realmente que era Lug, el Caballero Blanco.
Martín sintió que el corazón le latía con violencia. De modo que aquella total inmersión en el juego no le había sucedido a él solo…
Los otros jugadores también parecían muy excitados.
—Tienes razón —dijo Erik, en un tono ligeramente estridente—. A mí me pasó lo mismo… Como yo nunca había participado en un campeonato de nivel tan alto, lo atribuí a los navegadores. Tecnología punta, ya sabéis a qué me refiero…
Oni hizo una mueca de escepticismo, pero Ibros, el jugador más veterano del grupo, asintió pensativo a aquellas palabras.
—Erik tiene razón —dijo tranquilamente—. La explicación está en esos navegadores nuevos que nos han encasquetado en el último momento… Me habían llegado rumores de que la corporación Ki estaba experimentando con una nueva tecnología que logra una fusión total entre la conciencia del jugador y la información que recibe a través del navegador, pero no creí que fuesen a aplicarla tan pronto. Me sorprende que la Comunidad Virtual haya dado su visto bueno.
Todos asintieron en silencio. Ibros había sido durante muchos años el mejor jugador del circuito, antes de que Havai lo desbancara. Tenía ya veintitrés años, de modo que su retirada no podía estar muy lejana. Sin embargo, los jugadores que lo rodeaban habían crecido oyendo hablar de sus hazañas, y lo admiraban más de lo que estaban dispuestos a reconocer. Incluso Martín, que nunca había seguido muy de cerca los torneos de Arena, se sentía algo cohibido en su presencia.
—¿Cómo lo harán? —preguntó Erik, mirando de nuevo a Havai, como si él tuviese la respuesta.
—No tengo ni idea —repuso sin embargo el jugador de Ki—. Supongo que los nuevos navegadores establecerán contacto directo con nuestra conciencia a través de nuestra rueda neural… No puede ser de otra manera.
Martín iba a decir que aquella explicación no servía, puesto que él había experimentado lo mismo que los demás y, sin embargo, no tenía rueda neural. No obstante, en el último momento decidió callarse.
—Apuesto a que tú ya lo sabías —dijo Oni, señalando a Havai con un dedo acusador—. Eres el jugador de Yang, no te habría ocultado algo tan importante…
Havai se echó a reír con amargura.
—No estoy muy seguro de seguir siendo el jugador de Yang —confesó con voz ronca—. Lo seré hasta que los Juegos se acaben, claro… Pero no me han renovado el contrato.
—Te lo renovarán si ganas, no lo dudes —dijo Erik, con evidente envidia—. Yang no permitirá que te fiche otra corporación.
—Te equivocas —repuso Havai, siempre en el mismo tono sereno—. Mañana, cuando los Interanuales terminen, Yang piensa anunciar su nuevo fichaje a los cuatro vientos… Parece que es alguien a quien han estado entrenando en secreto desde hace meses. Mi entrenador, Elam el Loco, me abandonó de la noche a la mañana hace ahora algo menos de un año… Creí que había decidido retirarse, pero ahora estoy seguro de que me equivoqué. Todo este tiempo se ha dedicado a entrenar al nuevo… La corporación Ki lo tiene en reserva, por si yo fallo. Y por lo visto están seguros de que voy a fallar.
—¡Pero eso es absurdo! —replicó Oni con vehemencia—. Tú eres el mejor jugador del circuito, nadie en su sano juicio prescindiría de ti…
—A no ser que el nuevo jugador fuera tan bueno, que Yang estuviese completamente seguro de salir beneficiado en el cambio —puntualizó Havai—. Y, por lo que he visto en las semifinales, creo que, efectivamente, podría ser así.
—¿A qué te refieres? —preguntó Erik, frunciendo el ceño—. ¿Estás insinuando que tu sustituto es uno de nosotros?
Havai le miró con una chispa de ironía en la mirada. Si había algo evidente para todos, era que el inexperto Erik no podría sustituir jamás a una estrella como Havai.
—Al principio pensé en esa posibilidad —reconoció el jugador de Ki—. Pero luego, comprendí que la explicación era otra… Pensad un poco. En esta mesa falta alguien, ¿no os dais cuenta? ¿Quién es el jugador que interpreta a Ovinnik?
Los demás se miraron, perplejos.
—Ninguno de nosotros hace ese papel, así que tiene que tratarse de un programa sensible —argumentó Martín con cierta timidez.
Ibros y Havai intercambiaron una significativa mirada.
—No hace falta ser ningún genio para darse cuenta de que ese mago no era un programa sensible —dijo Ibros con desdén—. Un sensible no es más que un holograma, y un holograma no derriba a un hombre como Ovinnik me derribó a mí.
—Tal vez se trate de un robot —aventuró Erik.
Havai hizo un gesto de impaciencia.
—Los robots pesan demasiado para saltar como salta ese tipo —contestó agriamente—. No, está claro que detrás de Ovinnik hay un verdadero jugador… y que no es ninguno de los aquí presentes.
Martín miró uno por uno a sus compañeros, que parecían intensamente preocupados.
—No estarás insinuando que el señor Yang está compitiendo a la vez con dos jugadores —murmuró Oni.
—No, eso sería demasiado incluso para él. La Comunidad Virtual jamás admitiría que una corporación introdujese a dos personajes en el juego… Tiene que haber otra explicación.
Todos guardaron silencio durante unos segundos, buscando una respuesta.
—Quizá alguno de los personajes eliminados no corresponda a un jugador de verdad, sino a un programa sensible —dijo de pronto Ibros—. Pensadlo un poco… El jugador que nosotros creemos fuera de juego estaría, en realidad, interpretando el papel de Ovinnik.
—Podría ser Lailoken, el personaje de Dédalo —dijo Erik, pensativo—. Cuando conocí a su jugador, durante la Premiére, me pareció que ocultaba algo…
—No —repuso Havai, tajante—. Conozco a Graell desde hace años, y estoy seguro de que no podría interpretar a un personaje como Ovinnik. Además, a Dédalo nunca le ha interesado ganar en los Interanuales… Creo que ni siquiera participarían si no fuera por la amistad que une a Hiden con el señor Yang.
—¿Y qué pensáis de Ara, la jugadora de Rainbow? —preguntó Oni—. Nadie esperaba que se retirase… En teoría, podía pasar a la final, y es muy raro que un profesional desaproveche una oportunidad como esa.
—Entonces, ¿tú crees que Ara está interpretando en realidad el papel de Ovinnik, y que nos han hecho creer que hacía de Olwen para engañarnos? —preguntó Martín con asombro—. Parece demasiado retorcido…
—No para Yang —gruñó Havai—. Si piensa fichar a Ara para los próximos juegos, presentarla como ganadora en el papel de Ovinnik sería un magnífico golpe de efecto.
—Vamos, Havai —dijo Ibros en tono irritado—. Tú sabes tan bien como yo que Ara no es lo suficientemente buena como para convertirse en tu sucesora. Ese jugador, sea quien sea, tiene que ser alguien excepcional… ¿Visteis cómo paralizó a Olwen? Tuvo que acertarle en un sensor de inmovilización, y eso es extraordinariamente difícil. Tú sabes algo de eso, ¿no es así, Oni?
La muchacha asintió con la cabeza.
—Es cierto. Cuando jugaba en las ligas menores, yo recurría a la inmovilización de vez en cuando. Así fue como me di a conocer… Pero en los torneos profesionales, la inmovilización es prácticamente imposible. Los sensores a los que hay que acertar son diminutos, y muy frágiles. Eso sí, si lo consigues, el efecto es espectacular… El traje se pone completamente rígido, y no te permite mover ni un músculo. Al público le encanta, pero, en realidad, es un truco bastante inútil. Resulta mucho más fácil alcanzar los sensores vitales de tu rival y eliminarlo del juego. ¿Por qué vas a conformarte con inmovilizarlo?
—Para demostrar tu superioridad —contestó Ibros en tono sombrío—. Ese tipo es tan bueno, que se permite el lujo de jugar con todos nosotros…
—Ya sé que me consideráis un novato sin experiencia —intervino Martín, hablando con cierta precipitación—; pero, a mí, la forma de moverse de Ovinnik me recordaba mucho el estilo de lucha de… de mi entrenadora, Jade.
Los demás lo miraron sorprendidos.
—Jade es muy mayor para combatir —dijo Erik, ceñudo—. Además, traicionarte de esa forma sería demasiado ruin, incluso para ella…
—Solo tiene un par de años más que yo —precisó Ibros, pensativo—. Quizá no sea ningún disparate, después de todo.
—No es ella —afirmó Havai, tajante—. Yang no me sustituiría por una jugadora retirada, por muy buena que fuese en sus tiempos. Lo que ocurre es que el maestro de Jade fue Elam el Loco… El mismo que ha estado entrenando al jugador secreto de Yang en los últimos meses.
—Eso que dices tiene sentido —admitió Ibros—. Pero, suponiendo que sea como dices… ¿tú qué sugieres que hagamos, Havai?
—Sugiero que unamos nuestras fuerzas, que luchemos juntos contra Ovinnik hasta eliminarlo. Después, cuando lo hayamos conseguido, volveremos a competir entre nosotros… Y que gane el mejor.
Se hizo un profundo silencio, que los jugadores aprovecharon para calcular lo que podían ganar o perder si aceptaban aquella propuesta.
—Es una buena idea —dijo Ibros finalmente—. Si no nos unimos, está claro que Ovinnik ganará la final, y eso no me hace ninguna gracia.
Erik miraba alternativamente a Havai y a Ibros con el rostro crispado.
—Un momento —exclamó—: ¿Cómo es que, de repente, vosotros dos os lleváis tan bien? Se supone que sois enemigos irreconciliables, que tú, Ibros, odias a Havai por haberte desbancado…
Los dos jugadores se echaron a reír.
—No te creas todo lo que se dice en los foros de Internet —dijo Ibros—. En realidad, Havai, cuando ganó los últimos Mundiales, me hizo un favor… Yo estaba lesionado, pero Atmán quería obligarme a competir. Entonces, Havai convenció a Yang para que hiciese un pacto con el equipo de Arman, y estos introdujeron una cláusula ilegal en su contrato de clasificación que, en el último momento, obligó a la Comunidad Virtual a descalificarlos. Luego, hicimos correr el rumor de que todo había sido una trampa de la corporación Ki para eliminarme. De esa forma, no tuve que retirarme humillado, como seguramente habría ocurrido si me hubiese visto obligado a jugar a pesar de mi lesión.
Martín y Erik observaron asombrados a los dos falsos rivales.
—Entonces, ¿en realidad sois amigos? —preguntó Martín.
—Desde hace años —corroboró Havai—. Pero ahora no es el momento de hablar de eso… ¿Estáis de acuerdo en que nos unamos todos para intentar derrotar a Ovinnik, sea quien sea?
Todos asintieron.
—Pero ¿cómo vamos a hacerlo? —preguntó Martín gravemente—. Es el jugador más rápido que he visto en mi vida… ¡Se movía a la velocidad del rayo!
—Bueno, no creo que, en realidad, se moviese tan rápidamente —dijo Ibros—. Recordad que el personaje tiene una puntuación altísima de magia… Probablemente estuviese utilizando un holograma para dar la impresión de que se movía con mayor velocidad. Ya sabéis, un hechizo de espejo, o algo parecido.
Martín asintió, recordando su último combate con Jade.
—El caso es que, si es capaz de utilizar esa clase de hechizos y de alcanzar nuestros sensores de inmovilización, va a ser muy difícil neutralizarlo —observó Oni en tono escéptico—. Harían falta contrahechizos muy poderosos, y ninguno de nosotros tiene una puntuación de magia tan alta como la suya…
—Hay otra manera de evitar la inmovilización —dijo Ibros—. Algunos objetos mágicos pueden lograrlo… Todos disponemos de algún objeto especial, excepto Havai, que se ha quedado sin su «cuerno que abre todas las puertas».
—Hablando de objetos mágicos —dijo Havai—, ¿os habéis fijado en la lanza de Ovinnik? Tened cuidado con ella, estoy convencido de que es un robot. Incluso es posible que pueda reaccionar de modo autónomo, sin necesidad de recibir ninguna orden.
—Muy bien —concluyó Ibros—. Lo importante, a partir de ahora, es mantener la concentración y permanecer unidos para sacar del juego a ese intruso. Supongo que todos sois conscientes de lo importante que es esto, y que nadie caerá en la tentación de traicionar al equipo… Creedme, no ganaría nada con ello.
—Todo eso está muy bien, pero ¿cómo vamos a mantener nuestros propósitos una vez que estemos dentro del juego? —se atrevió a preguntar Martín—. Durante todas las semifinales, yo me creí Ardal, y no recordé quién era en realidad… Si ahora me pasa lo mismo, ¿cómo voy a recordar que tengo que colaborar con vosotros para desenmascarar a Ovinnik?
—En realidad, no podemos hacer nada para impedir la inmersión total en el juego —reconoció Ibros—. Pero tampoco importa mucho… Después de todo, Ardal y sus caballeros forman una especie de equipo natural frente a Ovinnik, así que bastará con que obedezcamos las órdenes de nuestros guionistas y nos dejemos llevar por la lógica de nuestros personajes.
—No sé si, en mi caso, esa lógica me llevará a colaborar con vosotros —comentó Oni, sonriendo—. Después de todo, Annun es una especie de alumna aventajada de Ovinnik…
—Pero también es la hermana de Morwen, y se supone que está enamorada de Ardal —les recordó Erik, orgulloso de poder demostrar a todos que conocía al dedillo la obra de Yue—. Supongo que eso hará que, en el último momento, no le dejes en la estacada.
—De todas formas, la inmersión total es el futuro de los juegos de Arena —murmuró Havai en tono fatalista—. Antes o después, tendremos que acostumbrarnos a ella… Es posible que, con un poco de entrenamiento, nos adaptemos a los nuevos navegadores y aprendamos a distinguir la ficción de la realidad. Ibros, Oni y yo somos los más experimentados del grupo… Si alguno de nosotros consigue en algún momento del juego recordar quién es y ver las cosas con objetividad, que avise a todos los demás por el canal privado. Así, quizá logremos darle una sorpresa al señor Yang.
Sus ojos se volvieron entonces hacia el disco de simulación holográfica, cuyo resplandor rojizo había comenzado a parpadear.
—Será mejor que demos por terminada la reunión. El disco de sustitución de diálogos se está acabando —advirtió—. Ya sabéis, durante la final, mantened abierto el canal privado, para que podamos comunicarnos entre nosotros… Y buena suerte a todos.
Los jugadores esperaron en silencio a que la simulación hubiese concluido, y luego se levantaron como si tal cosa de sus asientos. Martín ardía en deseos de quedarse a solas para reflexionar sobre todo lo que acababa de oír. Lo que más le preocupaba eran las modificaciones de última hora de los navegadores, que les hacían confundir el juego con la realidad… Sus compañeros creían que lo lograban actuando sobre sus ruedas neurales, pero él sabía que, en su caso, eso no podía ser cierto. ¿Qué clase de software podía ser tan poderoso como para interferir con sus sofisticados implantes neurales del futuro? Además, había otra cosa que le inquietaba: Durante la reunión había intentado introducirse en las ruedas neurales de sus rivales en el juego para averiguar lo que realmente estaban pensando, pero no lo había conseguido con ninguno de ellos. Era como si sus «poderes» hubiesen desaparecido definitivamente.
Un suave empujón lo sacó de sus reflexiones. Al volverse, vio ante él los ojos plateados de Oni.
—Te acompaño a tu cuarto —dijo la muchacha con una seductora sonrisa—. Como no estuviste en la Premiére, apenas hemos tenido oportunidad de conocernos…
Martín hizo un esfuerzo para devolverle la sonrisa.
—Bueno, ahora no tenemos mucho tiempo —dijo en tono de disculpa—. La final es mañana.
—Vamos, relájate. Sé que, para un novato, todo esto debe de resultar muy impresionante, pero no tienes por qué tenerme miedo.
Martín arqueó las cejas, asombrado. Tardó apenas un segundo en darse cuenta de que Oni estaba hablando para las cámaras, interpretando una pequeña escena dedicada a su público, a todos los cientos de miles de personas que seguían cada uno de sus movimientos a través de Virtualnet.
Mientras caminaban por el pasillo, Oni le cogió de la mano con gesto despreocupado, como si fuesen amigos de toda la vida.
—No te has creído ni una sola palabra de lo que han dicho esos dos ¿me equivoco? —le espetó de pronto, sin dejar de caminar.
—¿A qué te refieres?
—A Ibros y a Havai. Se ve a la legua que se han puesto de acuerdo para tratar de jugárnosla a los demás. Un truco muy burdo…
Martín miró con cierto recelo hacia una de las cámaras flotantes que los seguían por el pasillo. Después de todas las precauciones que habían tomado para mantener en secreto el contenido de su conversación, la indiscreción de Oni le parecía bastante sospechosa.
—Te equivocas —le dijo, decidido a expresarse de una forma lo suficientemente ambigua como para que el público que los escuchaba no llegase a averiguar de qué estaban hablando—. Lo que han dicho Ibros y Havai me ha parecido muy razonable. Ibros es un gran jugador, y…
—Era un gran jugador —puntualizó Oni—. Pero dejó de serlo cuando se buscó un subterfugio para no competir en los últimos juegos. Y todo, por una pequeña lesión… El Ibros que yo admiraba habría ido con la cabeza bajo el brazo a un Mundial, y, desde luego, no se habría puesto en ridículo rogándole a su equipo que cometiese un error legal al presentar la candidatura para no verse obligado a participar.
«Así que era eso —se dijo Martín, asqueado—. Estaba ansiosa por contarle a todo el planeta el secreto que nos acaba de revelar Ibros. Cualquier cosa con tal de manchar la reputación de sus rivales…».
Jade le había advertido de que Oni era la jugadora más sucia del torneo, pero, hasta entonces, había supuesto que sus marrullerías se limitaban al juego. Sin embargo, ahora le estaba demostrando que también sabía jugar sus cartas fuera de la Arena…
Decidió mostrarse cauto y no decir nada que pudiese comprometerle.
—Sin embargo, quien realmente me preocupa es Havai —prosiguió Oni, impertérrita—. Tiene fama de honrado, pero está claro que, en realidad, juega a dos barajas. Estoy convencida de que tuvo algo que ver con la pantomima de la retirada de Ibros en los últimos Mundiales, ¿no crees?
Por fortuna para Martín, acababan de llegar a la puerta de la habitación de Oni, sobre la cual se cernía un espeso manto de niebla holográfica.
—Soy un novato en los Interanuales, no conozco demasiado bien a los otros participantes del torneo —contestó el muchacho evasivamente—. Y ahora, si me disculpas, tengo una reunión con mis guionistas…
En lugar de despedirse, Oni se le acercó aún más y le acarició el brazo.
—¿Sabes…? —le dijo con voz insinuante—. En el juego, mi personaje siente una fuerte atracción hacia ti. La sensación es tan real, que incluso ahora me cuesta librarme de ella…
Martín sonrió, pero no dijo nada.
—Te invitaría a entrar —continuó la muchacha—; aunque cualquiera sabe lo que te haría el sistema de seguridad de la puerta… Quizás podríamos vernos después del torneo.
—Nos veremos mañana… —contestó Martín con cierta ironía—. En la Arena.