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La estrategia de comunicación, ¿clave del éxito de Podemos?

Fran Carrillo

4.1. Un ejército de voluntarios comprometidos

Todo empezó en noviembre de 2010, cuando un joven y desconocido profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, de aspecto desaliñado, mirada desafiante y verbo combativo llamado Pablo Iglesias, se ponía al frente de un modesto espacio televisivo de producción propia llamado «La Tuerka». Un programa que empezó sus emisiones en Tele K —la tele obrera del barrio de Vallecas— para pasar posteriormente a emitirse en Canal 33 con el objetivo de «experimentar en la comunicación política», como el propio Iglesias reconocía en una entrevista al Huffington Post el 16 de febrero de este año, sólo un mes después de iniciar una campaña que pocos esperaban, y que ha acabado abriendo portadas de periódicos y titulares de informativos por doquier.

Pocos conocían a aquel personaje irreverente, excepto sus alumnos del campus de Somosaguas en Madrid, quienes cada semana escuchaban sus soflamas incendiarias contra la Constitución española, el sistema político y económico, el modelo de partidos y su defensa de causas ideológicas determinadas (la Venezuela chavista, por ejemplo), puestas ahora en duda por muchos analistas por su origen dudosamente democrático. Su nombre evocaba al padre fundador del partido más longevo de España. Más leña al fuego. El profesor convertido en presentador, socialista como aquél, decidió sacar partido a su pedigrí identitario y convertirse, de facto y por vía de autodesignación, en el azote de políticos y establishment económico.

Desde esas aulas adiestradas en el dogmatismo ideológico, y con una universidad puesta a su servicio, unos medios proclives a cobijar en sus espacios un relato fresco y ágil y formas amables y directas, a Pablo Iglesias le hicieron una campaña a medida, dejando en su ancha espalda de antisistema fetén los tipos discursivos mediáticos, convirtiéndose en un animal catódico de primer orden. Primero fue Intereconomía (el canal conservador descubrió al resto de televisiones al profesor interino) y más tarde Cuatro o La Sexta quienes ofrecieron cobijo en sus tertulias a un Iglesias hasta entonces solo curtido en escraches universitarios, como el que impulsó contra Rosa Díez cuando ésta visitó la Complutense en 2010 y en soflamas televisivas (en «La Tuerka» primero y «Fort Apache» después).

Éste es Pablo Iglesias, impulsor y factótum del partido-plataforma-movimiento Podemos, la traslación en formación política de aquellas propuestas callejeras que un día se concentraron en torno a una plaza (Puerta del Sol en Madrid) y una fecha histórica: 15-M y que desde el 25 de mayo de 2014 estará, junto a otros cuatro compañeros, representando a gran parte de la indignación social española en Bruselas. Y todo gracias a una izquierda antisistema más movilizada que nunca, junto a una izquierda moderada pero desencantada, cómoda en el sistema pero cabreada con quienes lo gestionan.

Pero ¿cómo se articuló, desde la óptica de la comunicación, del discurso, de los mensajes, de la estrategia retórica, una campaña en cuatro meses, sin apenas recursos, con escasa financiación y sin estructura conocida?

Varios factores explican este fenómeno sin precedentes en la política española, que sin embargo, encuentra sus similitudes con otros procesos vividos en países de la Unión Europea (Beppe Grillo y su Movimiento 5 Stelle en Italia o la izquierda antisistema Syriza en Grecia).

Muchos opinan que llegaron de la nada para acabar con todo. Pero el germen de la indignación lo llevaban cultivando tiempo. Organizados y preparados, catapultaron el descontento popular en forma de asambleas y esperaron a que llegara el momento preciso. Nadie se imaginaba hace dos años, cuando los medios de comunicación daban cobertura a las protestas y concentraciones de la Puerta del Sol, que allí se estaba gestando el embrión programático de un Partido sin base (cimientos ideológicos más allá de propuestas de corte demagógica y populista) pero con bases (populares), sin sedes pero con redes (sociales y populares). Cierto es que la percepción de lo que sentían era más poderosa que la realidad de unas propuestas de complicada (por no decir imposible) aplicación en caso de tener responsabilidades de gobierno.

Los estrategas de Podemos (Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón o Germán Cano) articularon una campaña de matrícula de honor. Aplicaron el método venezolano a la realidad española (el pueblo, la democracia, la gente como mantras a repetir día tras día). Desde sus cómodas plazas de profesores universitarios, desde su conocimiento de la técnica discursiva y la movilización emocional, el nutrido equipo de asesores, politólogos la mayoría de ellos, conformaron un ejército de voluntarios dispuestos a patearse España por la causa indignada. Soldados hambrientos de nuevos referentes de lucha social, huérfanos de generales que guiaran al pueblo hasta la tierra prometida de la libertad, rescatando viejos axiomas decimonónicos, como la lucha de clases, sólo que esta vez otorgando al empresariado y «la casta» la responsabilidad de resucitarla.

La administración y dirección de una campaña perfecta, impulsada por el culto a la personalidad de su líder bajo el manto de cientos de miles de fieles que sin pestañear gritaban, puño en alto, que se podían cambiar las cosas. Así fue el camino de Podemos. Desde la quimera a la realidad, desde la locura al sueño, la utopía convertida en escaño.

4.2. Comunicación en red: física y digital

Los cerebros de Podemos supieron interpretar a la perfección cuál era su target político. Analizaron el 15-M y lo que en él se cocía entre bambalinas. El activismo ciudadano llevado a su máxima expresión mediático-callejera. Y articularon lo que yo defino como «discurso boomerang», esto es, acercarse a la calle, escuchar qué mensajes lanzaba, qué palabras de protestas y petición emitían los ciudadanos para, tiempo después, y una vez tamizado con el envoltorio formal adecuado, devolver esos mensajes a la calle transformados en nitroglicerina pura: discursos incendiarios, revolucionarios, discursos indignados. Le devolvían al pueblo lo que el pueblo les había transmitido. Simple estratega de empatía y conexión, algo que las formaciones tradicionales hace tiempo que dejaron de hacer. Escucharon, se organizaron, se estructuraron y poco después hicieron política. Demagógica, oportunista, pero política. Activa y activista, de acción y relato, de historia y aplicación, de limpieza y cercanía.

El sabio manejo de dos plataformas de contacto con el ciudadano como Facebook y Twitter explican su impacto comunicativo. La mayoría de los votantes de Podemos pertenecen a esa generación de «pantallas múltiples» conocida como millenials (nacidos entre 1981 y 1995) que ha vivido el cambio del milenio (de ahí su nombre) creyendo en otra política: más digital, más interactiva, menos discursiva y más coparticipada, una política definitivamente trans:

  1. Transformadora, que modifique los sistema de poder y participación tradicionales. El paso de lo vertical a lo horizontal, de la jerarquía al colectivismo en las decisiones. De la élite al pueblo.
  2. Transversal, que aúne diferentes sensibilidades de indignación. El tema fue el sistema y quienes estaban al frente de él. Mediante reuniones asamblearias, tablet o smartphone en mano, constituían mareas digitales de compromiso y acción.
  3. Transparente. Denunciaban a los «usurpadores de la soberanía nacional» con mensajes que atacaban la opacidad de quienes decidían; «no sabemos quiénes son y no queremos conocerlos. Queremos decidir si con el dinero pagamos la deuda o los servicios sociales», se podía escuchar en una de esas concentraciones en Madrid. A los pocos días, era un mantra repetido por toda España. Información limpia, sin filtros opacos. Lo que se decidía en una reunión (llamada círculos por sus promotores, que más tarde analizaremos) se sabía en la otra y de inmediato se iniciaba el efecto contagio de proclamas y difusión de mensajes.

Si nos quedamos con el número de publicaciones e impactos durante la campaña, la conclusión es notoria. Podemos ha sabido manejarse en lo digital como ningún partido tradicional. Quince personas tuiteando y posteando diariamente lo que Pablo Iglesias (que manejaba personalmente sus cuentas) comunicaba. Mensajes estructurados (casi siempre los mismos) y que fomentaban la interactuación, con preguntas que buscaban respuestas y réplicas, propuestas y debates, generando una red de ciudadanos que vieron en estas plataformas de impulso, en estos canales de decisión, la vía para expresar sus opiniones, alejándose de esa unidireccionalidad de la mayoría de los otros partidos. Iglesias pasó de tener 50 000 seguidores antes de la campaña a tener ahora más de 300 000. Y no deja de tuitear un solo día. Busca compromiso y da ejemplo de coherencia en ese sentido. Busca actividad permanente y él es el primero que la fomenta. Un dato: en Facebook un post del partido (que alcanza los 200 000 seguidores en Twitter) puede ser compartido, según los expertos que siguen analizando el fenómeno Podemos, por más de dos mil personas, una muestra del buen uso de estos mecanismos digitales.

Compare el lector esa estrategia de comunicación basada en las relaciones (analógica-digital-analógica) con la seguida por Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE) con los perfiles de sus líderes. El Twitter de Rajoy y Rubalcaba carece de chispa, abusan de mensajes institucionales, sin resquicio para la participación ciudadana, mientras que Pablo Iglesias constantemente preguntaba, desafiaba, planteaba y contestaba. Quería fieles activistas que le acompañaran, no seguidores de banderita sin criterio. Buscaba tejer ese ejército digital desde lo relacional, donde cada usuario se sentía importante porque sus ideas eran consideradas, debatidas y en algunos casos, implementadas con lo que ya había. El poder se le había devuelto al ciudadano, aunque fuera en muchos casos una ilusión revolucionariamente digital. La política más on de los últimos tiempos, permanente enchufada y conectada, en portátiles y móviles, en tabletas y smartphones.

En definitiva, una idea trasladada a la práctica con un funcionamiento casi perfecto. Llevar la política analógica a la selva digital. En palabras de Antoni Gutiérrez-Rubi, llevar la política «de las sedes, a las redes». Las plazas fueron como antaño, el ágora del activismo.

4.3. Los «círculos» como base

Todo edificio se basa en unos cimientos. Todo movimiento empieza por una acción individual. Un tsunami debe su conformación a una marea de arrastre que crea una pequeña ola que después va cogiendo tamaño y velocidad. En Podemos a esa base la han denominado «círculos», una estructura heredera de los métodos asamblearios y participativos del 15-M que de inmediato tomaron cuerpo en forma de primarias abiertas. Líderes elegidos por sufragio popular universal (del universo allí presente y consciente). Así definen los impulsores del partido a este sistema de participación ciudadana:

«Los Círculos Podemos están más allá de las siglas. Son espacios para terminar con el miedo, la fragmentación y la resignación, para construir la unidad popular y ciudadana, contra el empobrecimiento y el secuestro de la democracia. Desde los Círculos defendemos cuestiones de sentido común: somos ciudadanos y tenemos derecho a tener derechos; a vivir sin miedo; a la sanidad, la educación, la jubilación y la protección social; a la tierra y el territorio; al empleo; a la cultura; a desarrollarnos como personas y como pueblos; a que no nos mientan; a que no nos maltraten; a que no nos carguen con sus deudas; a que no nos roben»[15].

Podemos había hecho posible lo que la ciudadanía llevaba tiempo demandando a la clase política española. Más transparencia (información y participación) y listas abiertas (para garantizar legitimidad a los ganadores). Rendir cuentas debe ser algo consustancial en democracia participativa y en política la efectividad se mide precisamente por esa ecuación de transparencia + participación. «Sólo me implicaría en algo que estuviese construido desde la participación directa de la ciudadanía, que convocase a la gente a ser protagonista y no espectadora», afirmaba Iglesias poco después de anunciar su intención de presentarse a las elecciones como cabeza de lista.

Más de trescientos círculos se activaron para conseguir cinco escaños en el Parlamento Europeo y ahora ya esperan preparados nuevas órdenes para movilizarse de cara a las elecciones municipales y autonómicas del año que viene. La consideración de su futuro éxito, que llegue para asentar un panorama de cambio del mapa político en España, vendría desde el inmovilismo de los actuales responsables de PP y PSOE o de la ausencia de conexión con la ciudadanía de las nuevas formaciones.

4.4. La televisión sí da votos

Los estrategas de Podemos sabían, en sus bien calculadas tácticas, que todo pasaba por la televisión, «el lugar donde se gestionan los consensos políticos en este país», según afirma César Rendueles, profesor de la misma universidad de los ideólogos de Podemos y autor de Sociofobia: el cambio político en la era de la utopía digital.

En un país donde la pequeña pantalla ejerce de catapulta de voluntades y decisiones, Podemos ha sabido situarse inteligentemente allá donde más y mejor podían insertar sus proclamas. La estrategia de personalizar mediáticamente la campaña fue acertada. Más de un 50 por ciento de los votantes conocía a Pablo Iglesias, por sólo un 7 por ciento que afirmaba saber qué era Podemos. De ahí que, a 24 horas de que se acabara el plazo para registrar la formación de manera legal, se cambiara el logo original del partido por el rostro silueteado del candidato. El motivo del cambio fue conocer los entresijos del votante español y la coyuntura política actual. Si a eso se le suma su facilidad para dominar la falsa evidencia, la ironía y el sarcasmo, y el uso y abuso de las falacias (su favorita es la falacia ab populum «la mayoría de los españoles sabe…» «la mayor parte de los europeos piensa…»), tenemos a un candidato de poderosa penetración en el imaginario colectivo.

Porque, ahora más que nunca, se votan personas, no partidos, se confía en nombres y proyectos, no en siglas y programas. Pablo Iglesias fue el centro de la campaña electoral, el foco que iluminaban las papeletas de los saqueados por la crisis, los cabreados con el sistema, los indignados con la casta política. Influido por la estrategia comunicativa que llevó a cabo Chávez desde que ganó en 1998 las presidenciales en Venezuela, el equipo de Podemos consideró que el culto al líder, el personalismo replicado en trípticos y carteles y llevado hasta la saciedad hasta las pantallas de las casas de los españoles, sería efectivo para entrar en Europa. Cierto es que el tiempo fue un factor esencial en esa decisión. En cuatro meses no se puede consolidar un partido, sus siglas y un equipo. Sólo tienes tiempo de colocar en medios y hacer un posicionamiento social del candidato líder. Había que rentabilizar el elemento popular, sacar partido a su referente mediático. La cara de Pablo Iglesias y la palabra Podemos bastarían para que el votante que se acercara a la mesa supiera a quién estaba votando.

Les contaré una anécdota: cuando me disponía a votar en mi colegio electoral observé, al llegar a la mesa para obtener la papeleta y el sobre con el que ejercer mi derecho democrático, a una mujer y su acompañante que manoseaban diferentes papeles de varios partidos. Se notaba la indecisión en sus rostros, la indefinición en la toma de decisiones, motivada por el descrédito de la mayor parte de lo que se ofrecía. De pronto, la mujer espetó: «Anda, este chico es el de la tele. Me gusta lo que dice y propone». Y acto seguido añadió: «¡Hala, pues ya me he decidido!», despejando cualquier duda que segundos antes parecía abrumadora. Convenció también a su acompañante de que «el chico de la tele» era el único que sintonizaba con lo que ellos pensaban y se fueron de allí satisfechos, haciendo prácticamente de nuevos militantes de la causa.

Un ejemplo a pequeña escala de lo que supone la televisión en la conformación (o confirmación) de posturas decisorias en la mente del ciudadano (tres de cada cuatro españoles se informan a través de la televisión). Esa exposición provocó que fuera el candidato más valorado entre los españoles, que le daban un 5,2 cuando la mayoría suspendía (encuesta de El País del 16 de mayo).

Es cierto que no determina y que no es el único factor que explica el auge de Podemos y de Iglesias, pero influye, y mucho, salir cada día en una tertulia o cada sábado en un programa de debate de máxima audiencia soltando la prédica antisistema de rigor. Sin esa exposición abusiva, esa señora y su acompañante seguramente no le habrían votado. Porque votamos lo que conocemos. Y conocemos aquello que estamos dispuestos a comprender.

La videopolítica y la videocracia, alcanzaron, pues, rango decisivo. Horas y horas de consumo frente a la gran pantalla provocaron en muchos ciudadanos, como en el caso precedente, la necesidad de conocer, preguntar e interesarse por ese «joven de la coleta» y su programa «anticasta». Los medios fueron el mensaje, más que nunca, lo canalizaron, lo pergeñaron, lo situaron y lo instauraron en una mentalidad colectiva proclive a abrazar cualquier postulado que fuera contra el sistema bipartidista establecido. Y de todas las opciones posibles, los españoles volvieron a elegir desde las trincheras de unos estómagos cabreados, volvieron a votar con las tripas de un descontento razonable. Iglesias fue el verbo desatado que ponía firme a los responsables de que el barco de la democracia en España hubiera encallado. Usó la televisión porque la entendió como la oportunidad de cambiar maneras de pensar. Y las cambió. La pregunta es: ¿sabrá mantenerlas?, ¿podrá ampliarlas?

4.5. Un relato claro, una formación definida

Sin narrativa es imposible que exista conexión. Sin construir un relato que provoque cercanía y comprensión con tu causa, tu sueño, tus ilusiones o esperanzas es muy complicado generar compromiso de quien te escucha. Eso lo sabía ese grupo de politólogos y universitarios jóvenes y comprometidos: debían tejer el camino de la persuasión con los ciudadanos (jóvenes sobre todo). Persuadir significa que se identifiquen con lo que eres, lo que defiendes o lo que persigues, o las tres cosas, y en este sentido, los Errejón, Monedero y por supuesto, Iglesias, supieron dibujar a las capas más jóvenes de España la necesidad de dar un castigo al régimen político establecido. Personas desafectas del sistema, voto nuevo que no planeaba votar, espíritus rebeldes que no creen en esta democracia dejaron, en esta ocasión, su inquietud sedentaria para comprometerse por un proyecto radical en sus principios y formas.

La crisis ha afectado sobre todo a los jóvenes, muchos de ellos formados y preparados, que han visto cómo se les han reducido las becas, apenas sí encuentran un trabajo, se les obliga a buscar un futuro fuera de su país y viven con desgana la transformación de una sociedad sin ilusión. Por eso los mensajes tenían una orientación clara, un rumbo con destino fijo: ellos son los culpables. Y un concepto repetido ad nauseam: empoderamiento. «Hay que volver a empoderar a la gente», entendida la gente como sujeto colectivo dueño de su futuro (lo del «poder de la gente» fue el eslogan que usó Izquierda Unida para la campaña y uno de los conceptos que ha venido usando estos años Ciudadanos por toda España). «Hay que volver a recuperar la democracia para el pueblo español», dejando clara en la mentalidad colectiva que el sujeto de esa soberanía había pasado a manos foráneas. La paradoja discursiva de Pablo Iglesias es que se presentaba a sí mismo como un patriota que defendía a los desheredados españoles frente a la troika (FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea), frente a Angela Merkel y frente a la casta financiera del IBEX-35, ante cuyos deseos se inclinaban nuestros representantes políticos.

Le han dado un nuevo sentido a la palabra democracia, a pesar de que los referentes programáticos e ideológicos de la formación no lo sean. Han provocado el retorno del despotismo ilustrado preventivo: todo para vosotros, gracias a vosotros, pero en caso de gobernar, miraremos al modelo bolivariano, es decir, sin vosotros. Ese mensaje no subyace ni hay que interpretarlo. Basta con darse una vuelta por su programa electoral, inviable para muchos, aplicable para otros, imposible para quienes conocen los entresijos de la real politik europea y mundial.

Han sabido vender el elemento alternativo, outsider, no manchado por un sistema corrupto, ajado en sus estructuras, viciado en sus formas y con una habitación llena de inquilinos que son parte del problema pero que se resisten a salir y dejar que esa habitación se ventile. Con esa percepción han jugado en Podemos.

Pero, regresando al discurso, a esa comunicación fluida que ha influido, es preciso reconocer que el paso de la acción (15-M) al relato (programa político contado en plazas y teles) ha sido soberbio, alterando las formas tradicionales de comunicación en política que primero obligaba a trabajar la narrativa, la historia, las ideas y luego a darle forma en un discurso que finalmente sería llevado a una acción táctica y/o estratégica. Han sido antisistema hasta en los métodos de comunicar, sin desnudar su lenguaje de contenido ideológico. De hecho, todo lenguaje político cumple una función ideológica. No se entiende el uno sin la otra, aunque a veces el planteamiento carezca de coherencia, aplicabilidad o incluso sea tachado de contradictorio.

4.6. Percepción vs. realidad o la moral emocional

Una de las técnicas mejor usadas por Pablo Iglesias en sus tertulias y comparecencias televisivas fue la de no entrar en un debate racional más allá de los datos que con buen tino le facilitaban su equipo de campaña o su equipo de producción (como él mismo reconoció). Un analista de pluma traviesa y fina ironía como Arcadi Espada definía las intervenciones del líder de extrema izquierda como «pura exhibición sentimental», oponiendo a la realidad de los números «la euforización de lo concreto, la pornografía».

Erigirse en altavoz de los desfavorecidos, los desahuciados, los damnificados de la crisis le valía a Iglesias elogios por doquier, dentro y fuera de los platós, en las redes y en las tertulias de cafetería y bar. Porque hablaba el lenguaje de la calle, exponía lo que sentían en sus casas muchos miles de personas. Usaba los conceptos sencillos (muchas veces simples, e incluso vulgares en ocasiones) que frente al televisor espetaban familias enteras sin trabajo ni esperanza. Demagogia mediática efectiva. Titulares poderosos captados en décimas de segundo, mantras replicables y recordables. Ya no hablamos de establishment, sino de «casta». Ya no usamos poderes fácticos, sino troika. Y así sucesivamente. Cuando la política es un plató de televisión, ganarán aquellos que mejor dominen y controlen los registros discursivos que en ella se dictan.

La televisión, ojo, puede auparte a los altares de la percepción pública, pero también hundirte en las consideraciones generales si no acudes entrenado a los debates que en ella se entretejen. Más de un político en España (no doy nombres aunque están en la mente del lector) rehúsa acudir a televisión consciente de que un mensaje mal emitido (o interpretado) o un gesto desafortunado (o mal percibido) puede ser demoledor para sus aspiraciones y las de su partido. Deciden no comunicar allá donde este verbo adquiere su máxima connotación. Y aquí Pablo Iglesias y el equipo de Podemos fueron muy inteligentes. No ganaron por las redes sociales (porque éstas aún no ganan elecciones. Ayudan pero no determinan, propulsan pero no finalizan), sino por el trabajo de calle elevado al altar de la imagen en pantalla grande. Así fue.

Dentro del nuevo marco en el que analistas, estudiosos y ciudadanos de a pie se mueven tras la irrupción de Podemos, está el definir la nueva situación de España, no desde el viejo axioma derecha-izquierda, sino desde el más interesante viejo-nuevo. Cañete y Valenciano representaron para muchos el paisaje caduco de lo que ya no se desea. Iglesias y sus soldados supieron que el populismo daba réditos entre una clase media empobrecida frente a las arcaicas estructuras de poder, complacientes en su púlpito y escaño, incapaces de ver lo que se avecinaba. Lo institucional ya no representa los intereses de la calle. Podemos ha sabido vender a ésta que, si se empodera de nuevo, tendrá las llaves de su destino, podrá sacar de esas mismas instituciones a quienes les han llevado a una situación dramática.

El espectáculo de las vísceras en su máxima expresión. La moral emocional de Pablo Iglesias definida alrededor de sus declaraciones, minutos después de conocerse el resultado electoral el pasado 25 de mayo: «No estamos satisfechos con esto. Hemos perdido estas elecciones europeas, el Partido Popular las ha ganado. Habrá más desempleo y más desahuciados, y Merkel seguirá tomando decisiones que van en contra de los ciudadanos». Aspiraciones sin fin. Dominan la comunicación, tienen penetración en los medios y han sabido captar a los indignados de toda clase y condición. Si Podemos es capaz de articular un lenguaje amplio que aglutine a algo más que a una izquierda de guerrilla militante y unos jóvenes de asambleas constantes y manifestación periódica, empezarán a ser considerados una alternativa seria, incluso de gobierno.

Pero siempre fieles a esa moral emocional, ese doble lenguaje de buenos y malos, los de abajo y los de arriba, los patriotas desheredados frente a los invasores sin nombre… En Podemos seguirán explotando ese juego de contrastes conceptuales que, sin refutación por el lado contrario, es fácil de entender, de recordar, de compartir, y por último, de aplicar como ungüento mágico que cura cualquier enfermedad, se llame o no crisis.

4.7. Conclusión

La realidad ha desmontado las expectativas y análisis de analistas, gurús y asesores de todo tipo y condición, haciendo buena la tesis de Nassim Taleb sobre los cisnes negros que explica que la cientificidad acierta en entornos conocidos, donde se observa con claridad y se decide en consecuencia. Pero que los mismos datos y estadísticas ya no funcionan igual al aparecer nuevos actores que vienen a modificar el paisaje. Viejas estructuras para tiempos nuevos, en definitiva.

Apoyado por unas técnicas de marketing poderosas, por redefinir el concepto de socialismo cerrando el círculo que un día abrió un socialista de mismo nombre, erigirse en bandera al viento de desfavorecidos, indignados y empobrecidos de la tierra, cual famélica legión de himnos pretéritos, garantiza a Pablo Iglesias y a Podemos una continuidad a medio plazo. Hoy son 1 200 000 votantes que les han otorgado su confianza, un presupuesto mínimo obtenido a través de crowfunding, voluntarios venidos de todas partes dispuestos a aportar, participar… y ganar. Mañana, ya veremos.

Una lección que los políticos del siglo XX deben aprender. En el nuevo milenio, la política sin comunicación no se entiende, no vale, no sirve. Apostar por unas ideas sin el necesario contenido estético, de relación y compromiso, de escucha y transparencia, de participación y rendición de cuentas, de relato y diálogo, es apostar por la permanente y perpetua desafección ciudadana. Somos lo que comunicamos y en Podemos, con o sin hashtag (#ahorasabemosquepodemos) han sido conscientes de esa máxima. De las calles a las instituciones, sin olvidar las redes y contando con las personas. El simbolismo de una causa es más potente que sueños desfigurados y más cuando se entiende la política, no desde la proclama de púlpito, sino desde el carácter bidireccional de los mensajes. En Podemos, interactuar es sinónimo de conocer y saber cómo responder a las necesidades que se escuchan. Ahora, en las instituciones, convertidos en cierta casta, veremos si sus mensajes son tan eficientes como durante la campaña.