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¿Quiénes son? La historia de Podemos

Pablo Rodríguez Suanzes

«Parece que se adelanta mi debut en Intereconomía. Será esta noche en #elgatoalagua». El 25 de abril de 2013, Pablo Iglesias Turrión, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, logró una ansiada invitación para participar como tertuliano en «El Gato al Agua», el buque insignia de Intereconomía. Y así se lo comunicó a través de Twitter a sus seguidores. Esa noche culminó un camino iniciado mucho antes, una intensa campaña a través de las redes sociales para darse a conocer y con la que Iglesias, hasta entonces conocido sólo en ámbitos muy reducidos de la izquierda, aspiraba a dar el salto a la televisión nacional.

Fue un proceso cuidado al detalle. Desafiando personalmente a redactores, tertulianos y presentadores para que lo invitaran a sus programas. Desafiando a la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, para que acudiese al suyo, una modesta producción emitida por Tele K, una cadena del TDT madrileño. Desafiando a todo el que quisiera recoger el guante lanzado por un inesperado paladín de causas perdidas. Hasta que logró su objetivo. Esa noche, el 25 de abril de 2013, también arrancó, sin que nadie se diera cuenta, una carrera política que en 13 meses exactos llevó a Iglesias de la marginalidad a los principales programas de las cadenas nacionales, a formar un partido político y a conseguir 1,2 millones de votos y cinco escaños en las elecciones europeas.

Iglesias transformó a Podemos, un partido constituido apenas cuatro meses antes, en la cuarta fuerza política del país, algo sin precedentes. Un movimiento arrollador que pilló por sorpresa a sociólogos y centros demoscópicos, que auguraban uno, dos o, en el caso de los más optimistas, hasta tres asientos en el Parlamento Europeo. Que cogió por sorpresa a los grandes partidos, a los medios de comunicación e incluso a sus propios seguidores y colaboradores. A España entera.

¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Qué piensan? ¿Qué quieren hacer? Podemos es un partido nuevo y en muchos aspectos distinto. Construido alrededor de un líder que se define como «un humilde portavoz» y que reniega de la jerarquía. Que en vez de 8000 euros al mes en su nuevo cargo asegura que sólo recibirá 1930, el triple del salario mínimo interprofesional, y que él y sus compañeros de candidatura no viajarán en business a Bruselas. Un portavoz y cabeza de partido con una extraordinaria capacidad dialéctica y una seguridad inquebrantable en sí mismo y en su causa. Y con un ego que en los últimos doce meses ha crecido a marchas forzadas, al mismo ritmo que el número de sus seguidores, partidarios y simpatizantes.

Un líder que no habla del partido, de órganos o de congresos, sino de círculos, de asambleas, de bases, de votos, de consensos. De decidir siempre desde abajo. De que no haya jefes que manden, o como mucho, y si no hay más remedio, que «manden obedeciendo» la voz de la mayoría. Un partido que ganó las elecciones con una campaña de apenas 150 000 euros. Que hizo una campaña fulgurante. Austera, muy local, de base. De movimientos vecinales, asambleas. De redes sociales. De boca a boca. Que supo atraer a gente de izquierdas y derechas, a descontentos, a irritados, a indignados. Podemos es un movimiento, pero sobre todo es Pablo Iglesias. Y para comprenderlo, a ambos, es necesario entender de dónde vienen, quiénes son y cómo entienden la política él y el grupo de expertos que lo han construido.

El partido es novato, y la estrategia de comunicación novedosa. Pero su núcleo, sus ideas y la ejecución han sido todo lo contrario[1]. El corazón de Podemos lo forman un grupo muy compacto de politólogos y profesores universitarios de Madrid. De la facultad de Ciencias Políticas y Sociología, en el campus de Somosaguas. El edificio con más fama de rojo de toda la comunidad docente y cuna de un activismo muy potente desde hace dos décadas.

Allí imparten clases Iglesias y su círculo más cercano. Juan Carlos Monedero, escudero y una de las voces más cercanas a Iglesias en los últimos meses. Ha sido asesor de los máximos dirigentes de Izquierda Unida (IU) y de la revolución bolivariana, y lleva años escribiendo sobre el sistema político español. Es seguramente el más conocido y experimentado. Da clases desde hace más de veinte años y ha publicado numerosos libros como Curso urgente de política para gente decente (2013). O El gobierno de las palabras. Políticas para tiempos de confusión, editado por el Centro Internacional Miranda de Caracas. Y antes, La Transición contada a nuestros padres. Nocturno de la democracia española, obras sobre el 15-M y los indignados o Disfraces del Leviatán. El papel del Estado en la globalización neoliberal. En 2003, el Partido Popular (PP) pidió una condena de tres meses a cinco años por «injurias y calumnias» para él por registrar a su nombre una web del movimiento «No a la Guerra» en la que se acusaba de «cómplices de asesinato» a los diputados del PP.

Carolina Bescansa, la que aparece junto a ambos en los registros del partido en el Ministerio del Interior, y experta en Análisis del Comportamiento Político y Electoral. Una compostelana llegada a los dieciocho años a Madrid que afirma que «siempre tuve mucho interés por los temas de debate público y siempre participé de forma muy activa en lo público y lo colectivo»[2]. Explica que forma parte de la Junta Directiva de la formación, pero por necesidad. «Desde un punto de vista formal había que firmar un papel mínimo donde tres personas se responsabilizasen jurídicamente de la formación del partido, pero no es que tengamos ninguna autoridad orgánica. Fue sencillamente una cosa que se hizo muy deprisa para salir del paso, pero no somos una junta directiva en el sentido de que estemos dirigiendo».

También los hermanos Errejón. Guillermo e Íñigo, el mayor, jefe de la campaña y responsable ante los medios estos días, y el más próximo al Gobierno de Caracas en la actualidad. Su tesis doctoral, dirigida por Heriberto Cairo, el mismo profesor que dirigió la de Iglesias, lleva por título «La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS [Movimiento al Socialismo] en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo», y hasta las pasadas navidades estaba investigando en la Universidad Central de Venezuela, hasta ser reclutado por Iglesias. Muy conocido en los movimientos de izquierda, cuando era más joven estuvo cerca de Espacio Alternativo, germen de Izquierda Anticapitalista.

Nos queda Ariel Jerez, ahora vicedecano de estudiantes en la Facultad y quien celebró una fiesta de asado argentino en su casa para celebrar los resultados electorales. Y, desde luego, Miguel Urbán, íntimo amigo, pero cuya formación es diferente. Se define como «feminista, anticapitalista, ecologista e internacionalista». Ha trabajado en ONG y en su carta de presentación para las primarias de Podemos se explica que es gestor cultural de la librería cooperativa La Marabunta.

O Jorge Moruno, escritor y sociólogo cercano a Iglesias, con el que firma artículos a medias. Incluso Íñigo Borregón o Luis Alegre. Un grupo de amigos desde hace muchos años con ideas muy similares y experiencia en movimientos sociales. «No es que nos hayamos encontrado en Podemos por primera vez, sino que son ya muchos años, muchos espacios compartidos en la sociedad civil y en los de la reivindicación de la dignidad, muchas discusiones».

1.1. Hijos de la crisis

Podemos es hijo de la crisis económica y del hundimiento de los partidos tradicionales, incapaces de dar respuestas a las demandas de millones de ciudadanos. Incapaces de arreglar una economía descompuesta, pero sobre todo de solucionar los problemas de confianza, corrupción y liderazgo en sus propias filas. Al calor del 15-M, este grupo de la Complutense, históricamente muy próximo a Izquierda Unida, al Partido Comunista de España y a Izquierda Anticapitalista, comprendió que algo había cambiado de verdad. Que algo se había roto en el mecanismo de transmisión del mensaje político. Y que por ello se abría, por primera vez en mucho tiempo, un espacio valiosísimo en el espectro político que se podía ocupar.

Que había hueco para un nuevo discurso, una oportunidad para entrar en el sistema desde fuera, pero también que no iba a ser fácil lograrlo sin recursos. Y allí entró en acción Iglesias, líder natural, joven, dinámico, con carisma. Él podía ser la cabeza visible de una nueva forma de hacer política, una que en realidad de nueva tiene muy poco. Para ello, para calar, necesitaba llegar de forma regular a millones de personas, de izquierdas y de derechas, jóvenes y viejos. A los indignados. A los parados, los desahuciados y los que estaban hartos de la política y la crisis. A los ofendidos por los rescates a la banca y por la corrupción. A los que creen que todos los políticos son iguales. A las mareas de todos los colores. Iglesias y su equipo hicieron correctamente el diagnóstico y entendieron cuál era la forma de administrar su receta: la televisión y las redes sociales.

En realidad, el germen de Podemos viene de mucho antes. Entre 2008 y 2009, varios profesores del departamento de Ciencias Políticas y de la Administración III (en el que también se encuadra el histórico Jorge Verstrynge) crearon la Promotora de Pensamiento Crítico, un espacio de debate dentro de la facultad que nacía con varias líneas de trabajo definidas, entre ellas cuestionar la Transición democrática (la gran obsesión de Monedero, mentor de buena parte de ellos y el más veterano), una tesis defendida por la mayoría de profesores del centro. Una Transición vista como «pacto entre élites», dirigida, limitada, cooptada. Una Transición que «tuvo unos problemas de diseño que estamos pagando ahora». «Proponíamos una reflexión de cómo la generación del 68 se acomodó tanto que sigue presa de su propia publicidad y propaganda, cuando ahora nos encontramos con un país fallido desde el punto de vista productivo y del control de nuestra élite», explicaba Ariel Jerez, vicedecano de estudiantes de la facultad, en el diario El Mundo[3].

El movimiento vivió su cenit el 25 de mayo de 2010, cuatro años exactos antes de las elecciones, cuando 500 alumnos y profesores asistieron a un debate en la sala Polivalente de la facultad. El evento, «99 segundos one Step beyond», se puede ver íntegro en Youtube. En él, ocho ponentes debatían sobre la Transición, la calidad democrática y la memoria histórica. Allí estaban catedráticos célebres como Ramón Cotarelo o Enrique Curiel, ex vicesecretario general del PCE y ex senador del PSOE. También actores como Willy Toledo o la escritora Almudena Grandes.

Iglesias era el moderador, la voz cantante que controlaba el tiempo de cada ponente y la escenificación. El tempo y la escenografía. El evento suponía, en sus palabras, «un intento de la red de profesores La Promotora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM de renovar los actos académicos para acercarlos a los últimos desarrollos de la cultura política audiovisual, apostando por un estilo de debate joven, ágil y desenfadado, inspirado en fórmulas televisivas de éxito». Y funcionó. Poco después, desde Tele K ofrecieron trabajo a Iglesias y a su equipo.

1.2. El profesional

Iglesias ha presentado desde entonces un programa llamado «La Tuerka» (primero en Tele K y ahora en la página web del diario Público) y otro, «Fort Apache», en Hispan TV, la cadena en español del Gobierno de Irán, curtiéndose en el uso del lenguaje corporal, el debate y la tertulia. La estrategia funcionó muy bien durante dos años, pero no bastaba. Aunque ya empezaba a hacerse un nombre, y había aparecido en programas de ámbito nacional de forma esporádica, el salto a Intereconomía del año pasado fue el game changer, el punto de inflexión. Su mensaje, fresco, nuevo, potente, caló inmediatamente. Y del TDT pasó a Telecinco, a Cuatro, a La Sexta cada sábado por la noche.

Iglesias estaba disponible para todo tipo de debates y tertulias. Por la mañana, tarde o noche. Para hablar de la crisis económica, de instituciones, de reformas, de desahucios, de privatizaciones o de luchas políticas. De monarquía o república. De sanidad o educación. Del futuro y del pasado. Independientemente de la ideología de la cadena. Le daba completamente igual estar en mayoría o en minoría. Jugó encantado el papel de «tonto útil», ése en el que las cadenas de la derecha invitan a un discrepante entre un mar de conservadores. Y lo hizo bien y sin dudar. Recibió muchas críticas por hacer el juego al sistema en ese sentido, pero Iglesias tenía muy claras sus razones.

El pasado 21 de noviembre, en su blog, escribió un post titulado «Por qué voy a los medios»[4]. En él explicaba que recibe diariamente muchos mensajes, pero que uno en concreto le había hecho «llorar a lágrima viva». Era de Rosa, hija de comunistas. Su padre «fue uno de esos combatientes a los que el fascismo empujó a un campo de concentración para republicanos en Argelés en 1939». Rosa, explicaba Iglesias, «no me escribía para hablarme de su padre sino de su madre. Su madre se llama Concha. Concha fue concejala por el Partido Comunista en el primer ayuntamiento democrático de Algeciras cuando les dejaron votar en 1979. Me contaba que va a cumplir ochenta años y que ya casi no puede leer pero que ve mucho la televisión. Y Rosa me dice que cuando aparezco en la televisión a su madre se le iluminan los ojos y revive, y que incluso le dice a su hija que está enamorada de ese chaval con coleta. Y que Concha, que vive en Casas Viejas, le dice a su hija que viendo a gente como yo siente que hay esperanza y que su lucha no fue en vano».

Iglesias dice entonces que siente «una enorme vergüenza porque ir a la televisión es muy fácil, porque no es ningún mérito debatir con tertulianos de la derecha cuando piensas en lo que hicieron algunos por nuestro país, cuando piensas en todas esas personas anónimas que se jugaron todo, casi siempre para perderlo».

Reconocía sin problemas que pensaba «que los debates de televisión muchas veces son un circo, y pienso en el cinismo que tengo que mantener allí, como ayer mismo debatiendo con Esperanza Aguirre. Y me come la rabia al no poderme quitar de encima la sensación de que Aguirre se escapó viva del debate, de que pude haberlo hecho mucho mejor ayer. Y pienso en las conversaciones cordiales que tengo que mantener con gente que no me gusta porque los medios tienen sus reglas y hay que cumplirlas. Y pienso en los compañeros que me ayudan a preparar las intervenciones y en todos los que hacen posible «La Tuerka» y «Fort Apache» a los que nunca pararán por la calle para felicitarles, a los que nunca les escribirán un mail para decirles que son la hostia. Y pienso en todos esos militantes anónimos, de todas las edades, a los que nadie les dará jamás las gracias como a mí. Y siento una enorme vergüenza».

Iglesias, su grupo, no pensaban en las elecciones europeas en 2011, ni 2012. Ni siquiera pensaban acabar formando un partido, o no inmediatamente. Su objetivo era difundir su mensaje y ganar terreno. Por y para ello se prepararon cuidando cada aspecto, cada detalle, sin dejar aristas. Yendo al circo y jugando las cartas de los medios todo lo que hiciera falta.

Pablo Iglesias es seguramente el primer político que de verdad profesionalizó las tertulias televisivas. No en sentido peyorativo, como se utiliza a veces para describir a gente que se dedica a ello casi como profesión, saltando de canal en canal repitiendo argumentos vacíos. Como todólogos. Al revés, Iglesias se tomó más en serio que nadie sus apariciones porque tenía muchísimo que ganar, mucho más que dinero. Iglesias se rodeó de su equipo, de asesores y expertos, tanto en comunicación como en los distintos temas de actualidad. Gente que le proporcionaba datos, argumentos, jurisprudencia, precedentes. Ejemplos.

Un equipo que le ayudaba a entrenar intensamente para cada debate. Y que incluso durante el propio directo le proporcionaban números, hechos y armas con las que defenderse o atacar a sus rivales en la mesa. Iglesias incluso sale a correr por su barrio con música antes de cada programa, los sábados por la noche, previamente a que el coche de la cadena lo vaya a recoger. Una forma de relajarse y concentrarse antes del directo.

Para él cada intervención es un trabajo y parte de una misión. «Preparar los debates de La Sexta me lleva más o menos un día de trabajo y me siento afortunado; pocas personas de mi edad y con mi formación pueden llegar a cobrar 125 euros por un día de trabajo en España. Buena parte del resto de profesores interinos de mi universidad, sin ir más lejos, tienen dificultades para encontrar actividades que les permitan complementar sus ingresos», escribe[5].

En realidad, pagan más, pero al igual que han anunciado que se donará a Podemos el grueso de los sueldos de los europarlamentarios, una parte de lo obtenido en cada debate va para el equipo. «La productora que trabaja para “La Sexta Noche” me paga 250 euros brutos por cada participación en el programa, por el que les entrego una factura con mis datos fiscales con la que después cumplo mis obligaciones con Hacienda. Restado el 21 por ciento de IRPF (ese impuesto que es la base recaudatoria más importante de nuestro sistema fiscal, desconocido por las grandes fortunas que defraudan) y el 30 por ciento que dono a “La Tuerka” (nuestro programa lo hemos financiado siempre los miembros del equipo con nuestro propio dinero, estableciendo porcentajes obligatorios de donación por cada actividad remunerada que realizara cualquiera de nosotros), me quedo con algo menos de 125 euros», explicaba.

Durante meses, pocos entendieron su estrategia. Los grandes partidos comprendieron la amenaza cuando ya era tarde. Su discurso, semana a semana, fue entrando en millones de hogares. Su mensaje, en millones de cabezas insatisfechas. Muy pocas ideas, repetidas hasta la saciedad, pero logrando que sonasen como nuevas, rompedoras, lejos de la «casta». «Trabajamos en experimentar en la comunicación política desde el principal espacio de socialización política que es la televisión», explicaba tras las elecciones en las páginas de El País[6]. «Todo lo que habíamos aprendido en “La Tuerka” lo aplicamos en televisiones grandes».

1.3. Quién es Pablo Iglesias

Pablo Iglesias Turrión nació en Madrid el 17 de octubre de 1978. Sus padres, Javier Iglesias y Luisa Turrión, se conocieron el Primero de Mayo de 1972 frente a la tumba de Pablo Iglesias, el histórico líder socialista. Ese día había apenas unas decenas de nostálgicos en el cementerio de la Almudena. Pero hubo flechazo, relación, matrimonio y un hijo.

Javier Iglesias Peláez (Madrid, 1954) es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense y en Historia Contemporánea por la Universidad de Zaragoza. Desde 1979 ejerció como inspector de Trabajo y Seguridad Social en Soria, Guipúzcoa y Zamora, donde vive desde 1988. Poco después empezó a dar clases de Historia Contemporánea e Historia de las Relaciones Laborales en la Escuela de Relaciones Laborales de Zamora, dependiente de la Universidad de Salamanca. Militante de Izquierda Unida, se ha presentado «como candidato testimonial» en diversas elecciones y escribe regularmente artículos de opinión.

Luisa Turrión, abogada laboralista de Comisiones Obreras (CC.OO.), no esconde nada. «Mi hijo ha sido criado de la mejor manera posible de cara a su clase, a su pueblo, a su gente y a su patria», indicaba en El País. Por si hubiera alguna duda por la carga simbólica del nombre del nuevo eurodiputado, María Luisa las disipa: «Como se hubiera llamado Manuel si su padre fuera un Rodríguez, por el revolucionario chileno al que cantó Mercedes Sosa».

Iglesias creció en un hogar profundamente politizado donde la ambigüedad y la distancia no eran un valor. En una familia en cuyo árbol genealógico «hay luchadores en pro de la clase obrera desde el siglo XIX», incluyendo a «diputados, condenados a muerte por ideas políticas, jueces y militares republicanos». La propia María Luisa ha participado en alguno de los programas de «La Tuerka», atacando la reforma laboral del Gobierno del PP por ser «un recorte absoluto de derechos».

De pequeño, en Soria, «Pablito» disfrutaba con Julio Verne y Emilio Salgari. Con historias de héroes y aventuras. Estudió en el CP Numancia, Infantes de Lara y Las Pedrizas. A los trece años, sus padres se separaron, y él volvió a Madrid con su madre, al barrio de Vallecas, donde sigue. A los catorce años se afilió a las Juventudes Comunistas y dejó la ficción por ensayo duro en vena. «Le dio por Lenin, Marcuse, Hegel, Allende… ¡Los devoraba!», cuenta su madre en Crónica, el suplemento del diario El Mundo[7]. Y que no le gusta «perder ni a las chapas».

Al terminar el colegio, estudió Derecho. La formación le sirvió, pero nunca estuvo cómodo en una facultad tradicionalmente conservadora, y su expediente académico fue discreto. Se licenció en 2001 y se centró en la verdadera pasión. Se licenció de nuevo en Ciencias Políticas en 2004, esta vez con el mejor expediente de la promoción. Algo de lo que está especialmente orgulloso y que ha sacado a relucir en numerosas ocasiones. Cada vez que un tertuliano (o ministro) de la derecha opinaba sobre educación, sobre los profesores, sobre becas, Iglesias le desafiaba a mostrar su expediente y comparar. «Yo fui activista estudiantil, no me perdía ni una asamblea ni ninguna huelga y acabé la carrera con trece Matrículas de Honor y con premio extraordinario, y soy profesor titular a tiempo parcial como tú», le espetó al director de La Razón en «La Sexta Noche» hace justo un año. «¿Cuántas matrículas tuviste tú, Marhuenda? ¿Cuántos artículos has publicado?»

Iglesias no entiende la vida sin política, pero tampoco la política como forma de vida. «Esto no es una dedicación, la política forma parte del componente humano y uno puede interesarse y debe interesarse por ella desde sus trabajos o sus situaciones personales. Nadie puede pensar nunca en ser un profesional de la política», subraya Luisa, su madre, cuando se le pregunta su si retoño siempre tuvo claro a qué acabaría dedicándose[8]

En el campo de las Ciencias Políticas encontró espacio para crecer. Desde el punto de vista académico y el personal. Se doctoró en 2008 con una tesis titulada «Multitud y acción colectiva posnacional: un estudio comparado de los desobedientes: de Italia a Madrid (2000-2005)». Después, logró un Master of Arts in Communication (2011) en la European Graduate School, donde fue alumno de «Slavoj Zizek, Giorgio Agamben, Michael Shapiro, Judith Butler, Jacques Rancière y Michael Hardt, entre otros». Un año antes había cursado otro máster en humanidades (2010) en la especialidad de estudios culturales en la Carlos III de Madrid «con una tesis sobre análisis político del cine». Hoy, su currículum oficial ocupa 23 páginas e indica que habla cuatro idiomas, mucho más que la gran mayoría de los políticos.

Y aprovechó para ampliar estudios o investigar en Italia, México, Reino Unido o Estados Unidos. En sus clases Iglesias es dinámico, activo. Obliga a los alumnos a estudiar, a leer y a exponer. A debatir sobre ideas. A diferencia de otros profesores, no hay apuntes desgastados de hace una década ni clases magistrales. Fomenta la participación, la intervención y es duro con quien cree que sólo por acudir y soltar eslóganes de izquierdas va a ser aprobado.

Desde hace años usa las nuevas tecnologías para llegar a los alumnos. Con canciones, vídeos de YouTube y enlaces. Usa un blog para mantener el contacto e incluso para informar de las calificaciones. Insiste una y otra vez en que, además de leer a los clásicos, tienen que ver series como «The Wire», sobre policías y vendedores de droga en los suburbios de Baltimore, o la popular «Juego de Tronos».

Cada año programa La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo. Y lleva artículos de periódicos y de actualidad para comentar. Sus referentes, eso sí, son muy clásicos. Desde hace mucho imparte Geografía Política. Pero en lugar de centrarse en los nombres más célebres de la geopolítica (Mackinder, Ratzel, Strausz-Hupe, Kjellen, Haushofer) pone el énfasis en Wallerstein, Harvey, Negri, Hardt o Galeano, críticos más de su cuerda.

En clase, en la televisión y en los mítines, da la sensación de ser una persona normal, uno más. Sigue viviendo en el madrileño barrio obrero de Vallecas con su novia, diputada en la Asamblea de Madrid por Izquierda Unida. Conduce una sencilla moto, con la que va a la facultad, y sale a correr con Lola, su perra. En el trato personal es afable, cercano. Pero a la hora de trabajar, cambia.

Se toma muy en serio su papel y no se permite la relajación. No lleva traje ni corbata. Ni parece recién bajado del coche oficial. Nada más llegar a Bruselas, para tomar posesión de su escaño, cogió un autobús para ir al centro de la ciudad, en lugar de un taxi, como hacen todos los europarlamentarios. Y publicó la imagen en Twitter, una herramienta poderosa de la que se ha beneficiado enormemente.

Es alguien tranquilo, educado pero muy duro. Un «killer» según sus rivales en los platós, alguien que no pierde la calma, ni los nervios ni las formas en los debates, ni siquiera cuando amenaza con emprender acciones judiciales. Que responde con pausa cuando le acusan de estar a sueldo de Caracas o de simpatizar con ETA. Alguien que ha estudiado a conciencia su discurso. Tanto, que para muchos, tanto críticos como partidarios, parece a veces un robot. La noche electoral, tras unos resultados inimaginables, Iglesias se presentó en la fiesta de Podemos y dijo que habían perdido, que no habían logrado ganar las elecciones. Que ése era y sería el objetivo y para ello habría que ponerse a trabajar a la mañana siguiente. Sin sonreír, sin concederse una tregua ni en su noche mágica. No al menos ante las cámaras y los micrófonos.

1.4. «Las balas no van a detenernos»

Iglesias conoce a la perfección su terreno y lleva más de quince años hablando en público, participando en debates y asambleas. Convenciendo a compañeros y a alumnos. La transición a las tertulias fue bastante sencilla. Ya en 2001, Iglesias participó en un chat con los lectores de elmundo.es. Acababa de regresar de Génova, a donde acudió como miembro del Movimiento de Resistencia Global. Fue una cumbre, la del G-8, que marcó un antes y después, sobre todo tras la muerte del italiano Carlo Giuliani tras un disparo de la policía.

Iglesias y sus compañeros de viaje explicaban que «existen de por sí conflictos sociales que no hacen otra cosa que hacerse visibles en las movilizaciones» y aseguraban estar «convencidos de que a los gobiernos occidentales les interesa un escenario político limitado a un enfrentamiento de piedras contra balas. Hay un miedo terrible a debatir sobre los verdaderos problemas». Palabras que hoy firmarían sin cambiar una coma. Decían también estar «en contra de la globalización como modelo económico y social», pero expresaban su deseo de que «sirviera para que, por lo menos, en el conjunto del planeta se respetaran los derechos humanos».

Ese día, un lector les preguntó por qué no se presentaban a las elecciones con un programa concreto para ver cuántos votos recibían. Ellos, Iglesias, respondieron: «Nos da la impresión de que los sistemas demoliberales tienen sus propios mecanismos de control. Un ejemplo, cuando en Chile la Unidad Popular toma el poder político mediante unas elecciones democráticas, Estados Unidos organiza un golpe de Estado. Por otra parte, no parece que los gobiernos tengan ninguna soberanía frente a instituciones multilaterales como el FMI, el Banco Mundial o la OMC, a quienes no se puede elegir».

Una respuesta evasiva, pero que doce años después se ha materializado. Con el tiempo, el pensamiento de Iglesias ha evolucionado o ha madurado. Pasó de recomendar leer el manifiesto de Thoreau o los textos del movimiento Tute Bianche (Monos Blancos) italiano a trabajar a fondo la literatura contrapolítica. A comprender los mecanismos de funcionamiento del sistema y la información. A estudiar la acción colectiva y los movimientos de la sociedad civil.

En 2001, en la que quizás fue su primera conferencia de prensa al volver de Italia, Iglesias, que ya llevaba la voz cantante, decía con el mismo tono que lo ha hecho célebre: «Vamos a seguir en las calles y vamos a seguir movilizándonos. Vamos a seguir llevando a cabo prácticas de desobediencia civil en la calle. El crecimiento del movimiento anticapitalista en este momento es imparable. Y las balas no van a detenernos».

Sin embargo, ese enfoque, esa mentalidad, han ido puliéndose de la mano de Maquiavelo y Gramsci, dos autores a los que conoce en profundidad. En una conferencia de julio de 2012 en Valencia, Iglesias se lamentaba de que «uno de los dramas de los movimientos socialistas y del marxismo ha sido su incapacidad para traducir», para «disputar las cosas normales que están en la cabeza de la gente, lo que llamamos hegemonía».

Mezclaba, por un lado, las herramientas básicas de su análisis, con el filósofo italiano siempre en la retina. Por otra, recuperaba algo que está muy dentro de él, la rabia de pensar que la izquierda, la que él representa, siempre ha sido derrotada en este país. Por las buenas o por las malas. Arrastra la rabia en su persona. Por su tío abuelo fusilado. Por su abuelo, socialista, que fue condenado a muerte y estuvo encerrado durante el franquismo. Por su padre, militante de IU, y que también pasó por prisión. Por eso, y por «mis abuelas, mujeres que también perdieron una guerra, y mis abuelos y en mis padres y en toda esa gente corriente que te felicita por la calle como si fueras más que ellos y te piden que te hagas una foto con ellos». Por todos ellos, por el pasado, cree que hay que hacer lo necesario para ganar. Y ante el capitalismo del siglo XXI, y el sistema político español de 2014, eso implicaba hacer cambios de calado en el mensaje y en el medio.

1.5. El pasado

Durante años, Iglesias y su grupo han estado muy próximos a los nuevos movimientos sudamericanos. A la revolución bolivariana y al ecuatoriano Correa más que al castrismo, como a veces se les acusa. Muchos de ellos han impartido clases y dado conferencias en Venezuela. Han pasado tiempo cerca de Chávez y de su sucesor, Nicolás Maduro. Del equipo. Han aprendido mucho y hay mucho de ello que les gusta. El 5 de marzo de 2013, el día en el que murió el líder bolivariano, Iglesias arrancó su monólogo televisivo con una frase muy clara: «Hoy los demócratas hemos perdido a uno de los nuestros». Y poco después, en la televisión venezolana, aseguraba «emocionarse al ver vídeos del Comandante» y «echarlo mucho de menos».

Pero comprendieron que para poder llegar a los votantes debían moderar mucho más su mensaje. Eliminar las referencias del eje derecha-izquierda, hacer guiños generacionales y coquetear abiertamente con el populismo. Por ello, en vez de usar Venezuela como modelo, pese a acudir a congresos para la defensa de la revolución bolivariana, aplauden el sistema educativo finlandés o la forma estatal de supervisión de la economía francesa.

Iglesias se curtió durante cuatro lustros en las calles. En manifestaciones, piquetes y asambleas. En debates eternos, pero también en acciones de desobediencia, enfrentamientos con la policía y contracumbres. Creció con Lenin, pero maduró con Gramsci. Y, ya adulto, entendió que la flexibilidad era más útil que la doctrina dogmática. Sigue pensando que «si la soberanía no está en el pueblo, sino en los mercados, aunque haya votos no tenemos una democracia, sino una dictadura. Y que por eso, a veces, defender el puesto de trabajo lanzando tuercas y cohetes es el mayor acto democrático que se pueda llevar a cabo». Pero también, que los renglones de Dios son torcidos.

1.6. Se folla desnudo, pero se liga vestido

En un debate de «La Tuerka», antes de convertirse en fenómeno de masas, Iglesias decía: «Los comunistas tienen la obligación de ganar. Un comunista que pierde es un mal comunista. Lenin no dijo en 1917 comunismo, dijo “paz y pan”. Y eso le sirvió para agregar una cosa enorme en un contexto muy preciso. No es un problema de qué color sean las banderas. No es un problema de diagnóstico. Es un problema de agregar fuerzas. De qué discurso eres capaz de construir. En un momento te dices: “Yo tengo la fuerza de las mayorías sociales”. Por decirlo con una metáfora, la izquierda debe aprender a vestir el traje de la victoria. Es verdad que para follar hay que desnudarse, pero para ligar hay que vestirse. Y para vestirse hay que construir discursos y aparatos discursivos».

La idea es muy clara: para ligar hay que vestirse. Hay que agregar fuerzas, disimular, cortejar. Convertir las reivindicaciones históricas en eslóganes que sonaran como algo evidente, como sentido común para millones de personas. Y ése es el Pablo Iglesias de las tertulias. Eso es Podemos. Un partido cuyos candidatos fueron elegidos en unas primarias mitad presencial, mitad online y que propone establecer una renta básica «para todos los ciudadanos por el mero hecho de serlo» o adelantar la jubilación a los sesenta años. Que habla de poner fin al bipartidismo y repite como un mantra que acabará con la «casta política». Que hay que frenar a la troika y el dominio de Merkel.

Un partido que pide una auditoría de la deuda pública y asegura que, de gobernar, no permitirá que una empresa eléctrica le corte la luz o la calefacción a nadie. Que aboga por eliminar las empresas de trabajo temporal, poner un salario máximo y en determinadas circunstancias, prohibir los despidos. Que quiere que el Estado controle sectores estratégicos. Iglesias defiende en las tertulias la educación y la sanidad públicas, a los desahuciados, a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y ataca la austeridad y el euro. Defiende un «proceso constituyente que devuelva la palabra al pueblo». Y lo hace mientras enseña su nómina en directo ante millones de personas para dejar claro que, como interino a tiempo parcial en la universidad, no es un burgués, que no es como el resto de políticos ni lo va a ser, sino que es uno más entre millones de mileuristas y precarios. Uno de nosotros.

«Él no ha sido desahuciado, lo cual no quiere decir que no asuma el horror de sus vecinos desahuciados; no ha estado parado, lo cual no quiere decir que no asuma el dolor de las casas donde no entra ningún salario. Lo que sí ha sentido en primera persona ha sido el vandalismo de la casta y del régimen», matiza su madre, y aclara, sobre este último punto, que se refiere «evidentemente a cuando ejerces el derecho a una manifestación y eres reprimido. Cuando pides una sanidad y una educación públicas y eres reprimido».

1.7. Núcleo duro

El núcleo central de Podemos, el que articula un movimiento tan heterodoxo, es en realidad un grupo muy homogéneo y se nutre de diversas fuentes. La Promotora ya mencionada. Izquierda Anticapitalista, una formación registrada como partido político desde inicios de 2009, pero cuyos orígenes, con diferentes nombres, se remontan a finales de los noventa.

Podemos viene también de la asociación anticapitalista Contrapoder, fundada en 2006. La que invitó, trajo y agasajó en la facultad de Somosaguas a Hugo Chávez y Evo Morales. De hecho, Iglesias hizo de cicerone en la última visita del presidente boliviano a España, incluyendo una visita al estadio Santiago Bernabéu.

Una asociación que tiene como su lema «defiende la alegría» y «organiza la rabia», pero que no permite en la práctica que se oigan voces discrepantes en la universidad. La que, de la mano de los profesores enumerados y de diferentes cohortes de estudiantes, desde hace años, se ha constituido irónicamente en una casta hegemónica.

Es la asociación que en 2010 boicoteó una conferencia de Rosa Díez en la facultad de Políticas. Allí estaban los hermanos Errejón, y se puede ver en los vídeos grabados entonces a Pablo Iglesias en primera fila, dando personalmente la señal a los alumnos para que se levanten e impidan la charla al grito de «fuera fascistas de la facultad».

Durante años, Contrapoder y otras asociaciones han dominado el debate público y los espacios comunes en el edificio. Suyos son la mayoría de los carteles reivindicativos, las convocatorias. De allí salen la mayoría de las protestas y actos. Siempre en la misma dirección. No es cierto, como han dicho algunos críticos, que impere una ley del silencio o haya coacciones a otros profesores. Es una facultad grande y hay libertad de cátedra. Pero desde el momento en el que se pone un pie, está claro quién tiene allí el poder, la hegemonía.

1.8. El sorpasso a la izquierda burguesa

Escuchar una asamblea o un acto de Contrapoder es como retroceder por un instante décadas en el tiempo. Se habla de hegemonía. Se dice que en España no hay democracia, sino una «dictadura burguesa». Se habla de «proletariado». Incluso de «lumpemproletariado», una expresión que hace unos meses le costó un disgusto a Iglesias. Ocurrió cuando salió a la luz un vídeo grabado durante una charla. En ella, Iglesias contaba una anécdota de 2002, cuando estando en el centro social (okupado y autogestionado) El Laboratorio, en el barrio madrileño de Lavapiés, descubrieron a un grupo de ladrones llevándose material. El enfrentamiento acabó a golpes, y entre las risas de la audiencia, el ahora eurodiputado se refiere a los delincuentes como «lúmpenes, gentuza de clase más baja que la nuestra».

Iglesias, en un largo escrito, reconoció que «al hablar de lúmpenes como gentuza de clase baja fui muy torpe y me puse yo solito en el disparadero», pero difuminó cualquier amago de disculpa o explicación detrás de justificaciones circulares con referencias al anticolonialismo o «sobre la incapacidad de la izquierda europea para entender el papel revolucionario que el lumpemproletariado tenía en el tercer mundo, frente al papel contrarrevolucionario de las minúsculas clases trabajadoras asociadas a las burguesías importadoras. Lo cierto es que, al final, no voy ni a poder excusarme en Marx».

Según él, fue «arrogante al mezclar de manera muy desafortunada la terminología sociológica marxista con una pose irónica y provocadora para burlarme de las contradicciones de la izquierda». Iglesias lleva bien las agresiones abiertas, las acusaciones a la totalidad, los insultos burdos. Pero lleva mal la crítica sutil, más directa al centro de sus postulados. Tiene muchos detractores entre la izquierda y en su propia facultad. Por sus técnicas, por haber formado una casta aliada con el poder oficial, por considerar que es demasiado complaciente con los poderosos si son los suyos.

1.9. La escisión

Iglesias, Monedero y Errejón entendieron que hay que llegar a los ciudadanos como sea. Desde cursos y talleres de cine o teatro político a mercadillos pasando por las publicaciones. Por eso escriben regularmente en revistas o webs de izquierdas y/o alternativas, como Rebelion.org, Kaos en la Red, Público o Diagonal. Por eso van a los medios. Por eso han renegado de Izquierda Unida.

Lo explica muy bien Eduardo Muriel en un artículo en La Marea[9]. En él recoge fragmentos de charlas y discursos de Iglesias. Como uno en el que afirmaba que «en el año 2012, el 90 por ciento de un discurso político es un dispositivo audiovisual, el 95 por ciento de un liderazgo es un dispositivo audiovisual, el 95 por ciento de una campaña electoral o política es un dispositivo audiovisual, el 95 por ciento de lo que puede decir una organización política es un dispositivo audiovisual. Siempre cuento esto con un poco de mala leche cuando hablo con dirigentes de IU y les digo una cosa: a los que salimos en “La Tuerka” nos conocen más los militantes de vuestra organización que a vosotros, porque a vosotros no os ven».

Y es cierto. Los futuros líderes de Podemos se fajaron en Tele K. De esa experiencia nació Producciones CMI, una «agencia de servicios audiovisuales especializada en comunicación política», que ha trabajado repetidas veces para IU. «De los diez vídeos con más reproducciones del canal de YouTube de IU, siete son nuestros», presumen en Podemos.

Los hombres fuertes de Podemos creen que IU se ha vuelto parte del sistema y del problema. Que no entiende los cambios que se han producido ni tiene la flexibilidad necesaria para adaptarse a ellos. Que es demasiado vertical y cerrada. Que no permite el debate interno. Que no puede responder a las nuevas preguntas. Durante mucho tiempo quisieron ir de la mano, pero a estas alturas, están dispuestos a matar al padre para seguir.

El líder de Podemos sabe comunicar. Hay cientos de vídeos suyos en internet que han llegado a cientos de miles de personas, muchos de los cuales probablemente conocen el lado indignado, «anticasta», pero no el fondo de muchas de las ideas que hay detrás, como las claras simpatías por el chavismo de su núcleo duro. O que pese a asegurar que en su programa «Fort Apache» se defienden los derechos humanos, y nadie va con la cabeza cubierta, se emita en un medio pagado y por el que paga Irán. O la defensa de las expropiaciones del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) y las nacionalizaciones de los Kirchner en Argentina. O sus posiciones sobre el independentismo catalán o el nacionalismo, por no hablar del conflicto vasco.

«Mi presencia en los medios de masas, las cosas que digo, cómo las digo, son muchísimas horas de trabajo con compañeros pensadas para cómo movernos en un terreno absolutamente hostil en el que la derrota ideológica e incluso física de los que venimos de la izquierda es total», reconoce Iglesias en un vídeo.

Podemos está formado y ha sido votado por desencantados de la política, de la forma en la que la izquierda se comporta y de su incapacidad para evolucionar. Sobre todo IU. Podemos ha sabido cómo llegar a los desencantados. De cualquier forma. A través de llamadas directas, de parodias, de «circo y cinismo». De repartir preservativos con el logo del partido. De crear un logo del partido que es la cara del candidato y que es fácil de reconocer antes de depositar el voto.

«Fue puro pragmatismo. En los sondeos, sólo un 7 por ciento de la gente conocía el partido y más de un 50 por ciento a Pablo. Cambiamos el logo el último día, el miércoles de Semana Santa, en el único notario que encontramos abierto», explica Carolina Bescansa en las páginas de El Mundo. «Los resultados avalan esa decisión. Utilizamos nuestra herramienta comunicativa más visible de manera laica, es decir, no usábamos su cara porque creyéramos que tuviera cualidades extraordinarias, pero la usábamos como un signo o un logo para resumir de manera rápida y evidente un conjunto de ideas que están detrás. Pablo sale mucho en televisión, pero salen más los representantes de la casta que, sin embargo, han perdido millones de votos. El signo ayuda a que más gente lo conozca, pero de que le conozca a que simpatice con la propuesta o le entregue su confianza depende que su discurso responda a los anhelos de la población. Sabíamos que para sectores minoritarios de la izquierda esa decisión era muy polémica, pero para conectar con algunos de los sectores sociales mayoritarios había que pasar por encima de los tabúes de la izquierda. Modestamente, creo que los resultados han avalado esa decisión», coincide Errejón en eldiario.es[10]

1.10. Anhelo de mar

Podemos se movió a través de fiestas, de eventos en Facebook, de mítines que empezaron siendo pequeños y acabaron siendo grandes. De agrupaciones locales, movimientos de barrios y asociaciones de estudiantes y afectados por la crisis. Se autoorganizaron y coordinaron a través de internet. Aprovechando la oportunidad y siempre con una idea presente, una idea fuerza que repiten una y otra vez sus figuras más destacadas: «Si no haces política, te la hacen».

Errejón, evocando el caso venezolano, explica bien la importancia crítica del momento presente. «Chávez llega al poder en un momento de profunda fragmentación de la política, de identidades sociales, de clase, ideológicas […] así que es en torno a ese nombre propio que se aglutina un campo político muy amplio que nadie había conseguido articular hasta entonces. ¿Y por qué se puede articular en torno a un nombre propio? Porque es nuevo, porque, como es inédito, eso permite que personas que a lo mejor en términos ideológicos no están tan de acuerdo, se pongan de acuerdo en un proyecto de país y se identifiquen con un nombre». Y ése, aquí y ahora, es Pablo Iglesias.

Iglesias cree que hay dos formas de entender la política: como el ajedrez o como el boxeo. La primera es asumir que llegas a una partida ya empezada, con reglas del juego establecidas, y que debes demostrar tus habilidades con las piezas repartidas de forma desigual. Cree que hoy, la política europea es una partida desigual. Pero que hay otra vía. Que la paz es sólo el resultado de una guerra, tal y como pensaba ETA.

Cree también que lo que se pierde en el campo de batalla no se gana en los parlamentos, pero que, como decía Gramsci, al pesimismo de la inteligencia siempre se le ha opuesto el optimismo de la voluntad, y que todavía quedan piezas por mover.

Hace unos meses, Monedero cerró un discurso del partido citando a Antoine de Saint-Exupéry: «Si quieres construir un barco, no hay que empezar por reclutar tripulación, cortar maderas y poner velas, sino que hay que crear en la gente anhelo de mar». Podemos tiene el mar, la tripulación y la nave. Lo que no está claro todavía es el puerto de destino, ni hasta dónde llega el anhelo.