10. Erika desaparece

En los momentos difíciles es donde se ve a un verdadero aventurero. Entonces es necesario pensar con rapidez.

—Hay que hacer algo para salir de aquí —dije, tratando de dominar la situación.

Esta vez David se me adelantó.

—¡Subamos al tejado!

—¿Qué?

—Es muy sencillo. Subimos y una vez allí ya encontraremos algún canalón o una escalera de incendios para bajar al suelo. En las películas nunca falla.

Todos le miramos como si no nos creyésemos lo que oíamos, pero no estaba tomándonos el pelo. David es así, siempre dice lo primero que se le pasa por la cabeza. Fue el más rápido, pero no el más eficaz.

Cris tuvo una idea mejor.

—¡Las ventanas! —sugirió—. ¡Habrá alguna en el comedor que se pueda abrir!

Uno detrás de otro nos dirigimos hacia allí y comenzamos a tirar con ganas de las contraventanas. Nos llevamos una gran decepción al comprobar que todas tenían rejas.

Ante este fracaso, David volvió a su antigua propuesta; pero entonces empezó a sonar el trasto que llevaba encima.

—¡Es Fernando! —exclamé, ilusionado, como si allí estuviese la solución.

—¿Dónde he dejado mi walkie? —se preguntó Cris.

Todos nos alegramos al saber que nuestros amigos no estaban lejos y que vendrían a rescatarnos.

Intentaba hablar con Fer, pero entre los ruidos del cacharro y las recomendaciones de mis amigos, no me enteraba de gran cosa.

Fernando, en cambio, sí que oyó algo de un muerto y nos preguntó por él. Cris le pidió que fuese a buscar a la policía.

—¡Que vengan antes a buscarnos a nosotros! —terció David—. El cadáver no tiene prisa.

—¿Seguro que habéis visto un muerto? —Fernando no se lo creía.

—¡Seguro! —se adelantó a contestar David, que había sido su descubridor—. Tan seguro como …

Y al repasar atentamente la escena del desván, nos dimos cuenta de algo importante que habíamos pasado por alto: no sabíamos si el muerto estaba bien muerto.

Si queríamos avisar a la policía, habría que asegurarse.

—¡Vamos a comprobarlo! —dijo Erika, que al ser la más joven era la más inconsciente, y comenzó a razonar con su lógica—. Si está muerto, seguirá muerto, y si no lo está, necesitará nuestra ayuda.

Aunque me cueste reconocerlo, las palabras de la hermana de Belén nos dieron ánimo.

Subimos decididos, pero en silencio.

Tras pasar por la primera planta, continuamos en silencio pero ya no tan decididos.

Finalmente llegamos, como pudimos, hasta la puerta del cadáver; la empujamos suavemente. Dejamos que se abriera y permanecimos en el umbral, mirando fijamente dentro del cuarto, muy atentos a cualquier ruido o movimiento. Así estuvimos un buen rato.

Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la casi oscuridad, comenzamos a distinguir los objetos que había en aquel suelo tan sucio, que …

—¡Eh! —suspiramos a la vez.

No necesitábamos decir ninguna palabra. Los cuatro pensábamos lo mismo:

—¿Dónde está el muerto?

—¡Se ha ido!

—¡Ha volado!

—¿Seguro que era esta puerta?

Nos hubiéramos quedado mucho más tranquilos si hubiese sido un cadáver de verdad, de ésos que están bien muertos, pero aquella desaparición nos desorientaba.

David, por una vez, quiso ver el lado positivo de la situación, suponiendo que hubiese alguno.

—¡Igual era un okupa y se ha ido a dar una vuelta!

—¿Un okupa, aquí? —a Cris le sorprendía.

—¿Por qué no? Es un lugar donde ya no viven los propietarios y se está tranquilo.

—Si yo fuera una okupa de verdad, no escogería el peor cuarto —apuntó Cris.

—¡Es cierto! —por fin claudicó David, e intentó arreglarlo—. ¡Estará loco!

Pero aquella idea no nos gustaba nada: un okupa loco o un muerto que no está muerto y se pasea tranquilamente por el monasterio no era para tomárselo a broma. Ahora sí que teníamos que escapar del monasterio rápidamente o escondernos en un buen lugar y esperar la llegada de Fer y Belén con algún refuerzo.

—¡La cocina!

Y salimos disparados hacia ella. Entramos veloces, cerramos la puerta y nos quedamos en silencio, tratando de oír cualquier ruido que pudiera producirse fuera de esas paredes, mientras David seguía mirando desde debajo de la chimenea, estudiando con atención la manera de escapar por allí.

—¡Si tuviéramos una cuerda con un gancho!

En esos momentos, Cris, que seguía con la oreja pegada a la pared, exclamó:

—¡Shiiiiss! He oído algo.

—¿Qué?

—Algo así como si cerraran la puerta de la entrada.

—Pero si estaba cerrada.

—Entonces, la han abierto —dedujo Cris, que pensó con rapidez—. Vosotros quedaos aquí, mientras Álvaro y yo vamos a investigar.

Casi de puntillas, nos acercamos a la puerta por la que una vez habíamos entrado; permanecimos en silencio, intentando adivinar lo que había más allá. No oímos nada, así que giramos el pomo y comprobamos que estaba abierta.

—¿Y si hubiera estado siempre así? —dijo Cris.

—¡Qué va! Antes estaba cerrada, lo sé muy bien. Empujé hacia adelante y hacia atrás.

—Pues ahora ya estamos libres. Vamos a darles la buena noticia a los demás —añadió Cris, con alegría.

Entramos en la cocina. David, casi tumbado sobre las resecas cenizas, miraba al cielo.

—¿Y Erika?… —pregunté. ¡No me digas que ha trepado por ahí!

—Oh no. Ha entrado a ese extraño cuarto. Me ha dicho que había algo que no encajaba y creía haberlo descubierto.

—¿Y qué era?

—Ni idea. Vamos a preguntárselo.

Aquella despensa seguía igual que siempre: dos ventanales, como ojos de pez, alumbrando una estancia vacía, donde sólo se veía un armario parecido al de las farmacias antiguas y la enorme chimenea que ocupaba la pared de enfrente.

—¡Aquí no está y en esos cajones no cabe! En este lugar no hay manera de esconderse.

—Pues yo la he visto entrar y no ha salido de aquí, os lo puedo asegurar —dijo David, tan serio, tan serio que ni siquiera parecía él—. ¡Se habrá esfumado!